“Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión.” Isaías 32:2.

15 de Septiembre
“Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión.” Isaías 32:2.

a1Todos sabemos de Quién se trata. ¿Quién podría ser sino el Segundo Hombre, el Señor del cielo, el Varón de dolores, el Hijo del hombre? ¡Qué escondedero ha sido Él para Su pueblo! Él propio soporta la plena fuerza del viento, y así protege a aquellos que se esconden en Él. Hemos escapado de esta manera de la ira de Dios, y de esta manera escaparemos de la ira de los hombres, de los cuidados de esta vida, y del temor de la muerte. ¿Por qué nos exponemos al viento cuando podríamos estar pronta y seguramente protegidos si nos ocultáramos detrás de nuestro Señor? Corramos a Él en este día, y estemos en paz.

A menudo el viento común de la aflicción se levanta en su fuerza y se vuelve una tempestad, barriendo todo lo que se le pone enfrente. Las cosas que parecían firmes y estables se sacuden por el ventarrón, y muchas y grandes son las caídas entre nuestras confianzas carnales. Nuestro Señor Jesús, el Hombre glorioso, es un refugio que no es abatido nunca. En Él observamos la tempestad rugiendo, pero nosotros mismos descansamos en deleitable serenidad.

Hoy debemos refugiarnos en nuestro escondite, y sentarnos y cantar bajo la protección de nuestro albergue. ¡Bendito Jesús! ¡Bendito Jesús! ¡Cuánto te amamos! Bien hacemos, pues Tú eres para nosotros un escondedero en el tiempo de tormenta.

La Chequera del Banco de la Fe. Traducción de Allan Román.

Spurgeon, C. H. (2008). La Chequera del Banco de la Fe. Bellingham, WA: Logos Bible Software.

LA CRUZ EN LA EVANGELIZACIÓN

a1Autor: Jorge A. León

LA CRUZ EN LA EVANGELIZACIÓN

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
San Marcos 8:34

El imperativo con que encabezamos este capítulo está dirigido a todo aquel que pretende ser, o convertirse en, un discípulo de Jesucristo. La reconciliación con Dios se logra por medio de la cruz de Cristo. Como el Señor nos reconcilia en su doble humillación (Filipenses 2:1–11), debemos procurar la reconciliación entre neo–gnósticos y neo–fariseos por la crucifixión del orgullo. La evangelización del mundo exige la unidad de todos los cristianos, de ahí la perenne oración de Jesucristo: “que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).

1. ¿Qué significa negarse a sí mismo?

“Negarse a sí mismo”, parecería ser la emulación que Jesús desea de sus discípulos. Como El asume la cruz, negándose a sí mismo para cumplir los designios del Padre para realizar la redención de toda la humanidad, el creyente debe renunciar a su yo egoísta y orgulloso para cumplir su misión en el mundo.
El mandamiento a “negarse a sí mismo” no implica la aniquilación del yo, lo cual traería como lógica consecuencia la pérdida de la identidad propia. Lo que Jesús desea de cada uno de sus seguidores es la aceptación de la dependencia absoluta, de la sumisión y entrega a Dios. Cuando San Pablo dice “y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Gálatas 2:20) no quiere decir que su personalidad ha sido absorbida por el Ser divino. Pablo se encuentra en el clímax de su obra misionera y en el pleno ejercicio de su yo.
Negarse a sí mismo significa negarle al yo la posibilidad de convertirse en un absoluto, en un ídolo. En otras palabras: Negarse a ser un dios, aceptar la dependencia absoluta del Dios Verdadero en ejercicio de la libertad que confiere el Evangelio, y ser consciente de la responsabilidad inherente a esa libertad.
Cuando el yo se convierte en absoluto el individuo cae en idolatría. El orgullo es una de las claras manifestaciones de esa idolatría. El orgullo es el convencimiento que tiene un individuo de que es superior a los demás, pretendiendo colocarse en el centro del mundo. En su pecado se considera la medida de todas las cosas. La idolatría es siempre ofensiva a Dios, es justo lo primero que Dios coloca en sus Diez Mandamientos. Pero ninguna idolatría es tan ofensiva a Dios como la idolatría del yo. Hacer un ídolo con objetos o ideas es atribuirle a algo valores absolutos que no tiene. El que adora un pedazo de palo o de piedra –como si fuera un dios– es un ignorante; el que adora una ideología es alguien que no ha encontrado el camino; pero el que se adora a sí mismo desafía a Dios. Ya lo dice la Biblia: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón” (Proverbios 16:5). El orgullo es el peor de los pecados. Una de sus más sutiles manifestaciones es el “orgullo espiritual”. La única cura para este pecado refinado es la humildad. Por eso Pablo la aconseja tal como ha sido vivida en forma arquetípica por Jesucristo (Fil. 2:1–11). Por eso hemos ya señalado que no habrá reconciliación entre las tendencias polarizadas y polarizantes del cristianismo ni no relacionamos la evangelización y lo evangélico con la cruz.
Muchos desean evangelizar pretendiendo ser los legítimos intérpretes del Evangelio y rechazando a los que no comparten sus interpretaciones como falsos cristianos. Detrás de una falsa ortodoxia se esconde el orgullo, que nos muestra los dientes del terrible monstruo de la idolatría. Sí, “evangélicos” idólatras, que pretenden proclamar un Evangelio sin Cruz, o con cruz solo para los demás. Que predican la necesidad de arrepentimiento de los jóvenes por los horribles pecados de las chicas que se cortan el pelo y de los chicos que no se lo quieren cortar, y no aceptan que tienen que crucificar su prepotencia y su orgullo, su pecado de idolatría.
En el tercer capítulo nos hemos referido, con bastante extensión, a la actitud de Jesús hacia los fariseos. Una actitud dura, pero movida por el amor. Los que desean emular la actitud de Jesús hacia los escribas y los fariseos deben recordar que el Señor dio su vida en la cruz por ellos. Solo el que dio su vida por el pecador tiene el derecho a asumir esa actitud.
Es evidente que debemos respetar y amar a los hermanos que sostienen posiciones teológicas diferentes a las nuestras. Aun cuando no sea necesario dar la vida por ellos, bien podemos orar por ellos. Por lo general los grandes críticos no son precisamente hombres de oración. También debemos tener presente que compartimos con ellos la falta de completamiento de nuestra condición humana según el arquetipo que Dios nos ha dado en Jesucristo. ¿Quiénes somos nosotros –seres imperfectos– para criticar, condenar y despreciar a nuestros hermanos? Jesucristo puede hablar como lo hizo ante los fariseos, porque es imagen de Dios –hombre perfecto– y porque por amor dio su vida en la cruz por ellos. A nosotros, los cristianos de hoy, nos falta completamiento y también cruz.
En el volumen I nos referimos a la actitud cazadora y a la actitud pastoral para comparar el enfoque pastoral de Jesús hacia los pecadores y el de los fariseos. Ahora queremos expresar ideas similares con otras dos categorías: Los crucificadores y los crucificados. Los primeros son los que predican la cruz para los demás, pero no se aplican el mensaje. Los segundos son los que han crucificado su orgullo en la cruz del Calvario. Llama la atención el hecho de que es en su epístola más dura –a los Gálatas donde San Pablo se refiere a su propia crucifixión.136 Luego la humildad en San Pablo no es solo un concepto útil para la predicación, es una profunda vivencia personal.
Los “crucificadores” se parecen a aquel personaje de la mitología griega que andaba siempre con una escalera. Cuando podía capturar a un desdichado lo acostaba sobre la escalera para medirlo, si resultaba chico lo estiraba, si grande le cortaba lo que le sobraba y siempre lo mataba. Hay en las iglesias “crucificadores”, mentes enfermizas que pretenden tener el monopolio de la verdad y de su interpretación haciendo mucho mal, a pesar de su pretensión de ser “siervos del Señor”. Sin CRUZ no puede haber evangelización. Cuando nos comparamos con Jesucristo no hay lugar para el “orgullo espiritual”, porque siempre nos encontramos en déficit y nuestra meta es llegar a ser tan humanos como Jesús –la imagen de Dios– para la restauración de la imagen en nosotros que ha sido deteriorada por el pecado. El orgullo es una contribución eficaz para continuar deteriorando la imagen que en nosotros está. Las poses de altanera autosuficiencia y mojigatería son pruebas evidentes de la ausencia de cruz. “Si alguno quiere venir en pos de mí –que es lo mismo que ser discípulo del Señor– niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, dice el Señor.

2. ¿Qué significa tomar la cruz?

El mandato a tomar la cruz no es una invitación al martirio, ni a asumir poses masoquistas. En el Nuevo Testamento no hay evidencias de que “llevar la cruz” sea una metáfora para el martirologio voluntario, Jesús no pretende que cada uno de sus seguidores muera en forma violenta, pero espera que cada cristiano cumpla el rol que corresponde al discípulo cristiano.
La cruz fue una maldición para los contemporáneos de Jesús. Era muy común ver a un hombre caminando lentamente hacia el patíbulo cargando su cruz, o por lo menos el travesaño. Cuando Judas se sublevó en el año 6 D.C., los romanos crucificaron a 200 judíos. Las ansias de liberación del yugo romano terminaban por lo general en la terrible muerte de cruz. La cruz se convierte en símbolo de una vida más noble solo después que Jesús muere en ella y resucita al tercer día. Es por esta razón que algunos eruditos en cuestiones bíblicas afirman que lo relativo a “tomar la cruz” es un fragmento de la predicación de la Iglesia Primitiva que fue incluido en el texto del Evangelio cuando éste fue escrito. San Pablo no conoció ninguno de los evangelios que disfrutamos los cristianos de hoy. Los primeros creyentes se manejaban con tradiciones orales.
Hace unos cuantos años fue descubierto un antiguo manuscrito conocido con el nombre de Códice Nº 2437 el cual omite las palabras: “y tome su cruz” en Marcos 8:34. Este documento parecería dar la razón a los eruditos que afirman que se trata de un fragmento de la predicación de la Iglesia Primitiva. Pero creo que no debemos dar a este asunto demasiada importancia. La idea de tomar la cruz –en el sentido que la interpretamos– está implícita en el mandato a “negarse a sí mismo”. Es interesante que San Pablo reúne las dos ideas en un solo verso: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). La cruz, para Pablo, consiste en negarle al yo la posibilidad de convertirse en ídolo que desafíe al Dios Eterno.
Creo que hay mucha confusión en cuanto al significado de la cruz. San Pablo distingue entre cruz, espina y carga. Es bueno que veamos las diferencias con toda claridad. Afirma: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí, y me ha dicho: “Bástate mi gracia” (II Corintios 12:7–9). La palabra que se traduce por espina es skolops que significa: “Porción de madera puntiaguda, estaca clavada, espina”. La espina es la imagen de algo que se nos impone y que causa un dolor agudo. Por el contrario, la cruz es algo que uno asume voluntariamente. Luego no es correcto hablar de cruz para referirse a las calamidades que uno tiene que afrontar. No se trata de la resignación estoica ante el sufrimiento. Tomar la cruz significa asumir responsabilidades que nadie nos obliga a tomar.
Con relación al significado de carga reflexionamos en el volumen I. En la epístola a los Gálatas parecería que existe una contradicción: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros (6:2) y “Cada uno llevará su propia carga” (6:5). En castellano tenemos una misma palabra, pero en griego tenemos dos: báros y fortión La primera, utilizada en 6:2, significa la carga de la existencia humana, sin la cual la vida sería imposible. En ese sentido se utiliza en Mateo 20:12 y Hechos 15:28–29. La segunda, utilizada en 6:5, tiene más bien el significado de responsabilidad. Fortíon es usada en Hechos 27:10 en la ocasión en que el barco en que viajaba Pablo estaba a punto de naufragar, se dice que echaron al mar toda la carga (fortíon) que llevaba el barco. En el Evangelio se usa fortíon, en sentido negativo, para señalar las cargas que los escribas y fariseos colocaban sobre los hombros de los hombres a pesar de que ellos mismos no asumían esas responsabilidades (Mateo 23:4, Cf. Lucas 11:46). Jesús habla de cargas en sentido positivo cuando dice: “Mi yugo es fácil y ligera mi carga (fortíon), Mateo 11:30. En el Vol. I presentamos la imagen de un barco a fin de aclarar la diferencia entre estas dos palabras griegas traducidas por una misma palabra castellana. Báros sería el peso indispensable para la existencia del barco, para poder flotar, pues si le falta un pedazo se hunde. Solo cuando el barco tiene asegurada su existencia como tal, está en condiciones de llevar su cargamento (fortíon). Aplicando esta imagen a Gálatas 6:2, 5, debemos interpretar el verso dos en el sentido de que puede haber en la comunidad personas que no pueden mantener su báros y por lo tanto su vida cristiana corre serio peligro. En tal situación la Iglesia debe actuar como comunidad terapéutica: “sobrellevad los unos las cargas de los otros”. Pero toda nave tiene como finalidad llevar cargamento, en Gálatas 6:5 se nos indica que cada creyente tiene una responsabilidad que asumir. El cristiano está llamado a servir y no debe esperar ser servido, el Señor espera que cada uno lleve su propio fortíon.
Si alguno quiere venir en pos de mí, es decir, si alguno quiere convertirse en mi discípulo: a) Niéguese a si mismo, b) Tome su cruz y c) Sígame. El Señor nos invita a dar esos tres pasos. Estos imperativos son básicos para la profundización de la fe de cada creyente y para el fortalecimiento de las relaciones interpersonales en la comunidad cristiana, que haga posible el logro de la unidad necesaria para la evangelización del mundo. Los neo–fariseos, los neo–gnósticos y los evangélicos necesitan por igual negarle al yo toda posibilidad de idolatría. Una vez vencido el orgullo, síntoma de idolatría, y lograda la humildad, consecuencia de la dependencia divina, se puede encarar la realidad de la división y la unidad de los cristianos.
Es con humildad que debemos preguntarnos… ¿qué es para mí el hermano X? ¿Una espina en la carne que debo soportar porque no me queda más remedio? ¿Una carga en sentido de báros. ¿Una carga en sentido de fortíon. La respuesta estará determinada por nuestra actitud personal frente a la cruz. Si no se ha logrado la crucifixión del viejo hombre (Romanos 6:6) seguramente tal persona será para nosotros una desagradable espina que nos molesta permanentemente y que desearíamos expulsar de nuestra comunidad cristiana, si pudiéramos. Estar crucificado juntamente con Cristo (Gálatas 2:20) implica la muerte definitiva del orgullo y el crecimiento del amor por todo ser humano, por la dignidad que le confiere la imagen de Dios y porque por él murió el Señor. Si ese ser humano también confiesa su fe en Jesucristo –aunque según nuestra opinión tenga una teología errónea– con más razón ese hermano debe ser respetado y amado. El problema no está en el hermano supuestamente heterodoxo, el problema es nuestro. Depende de nuestra actitud ante la cruz. Muchas veces estamos condenando en el hermano lo que no somos capaces de reconocer en nosotros mismos.. San Pablo está inspirado divinamente cuando dice con toda claridad: “Tú que juzgas haces lo mismo” (Romanos 2:1). Es necesario abandonar la escalera de medir a los demás y medirnos con la cruz de Jesucristo. Necesitamos CRUZ para nosotros y no escalera para los demás. Solo después de haber asumido la cruz podemos predicar su mensaje con eficacia.
Solo de la cruz puede surgir amor por el opositor. El reconocimiento de la grandeza de nuestro pecado nos ayuda a ser comprensivos con nuestros hermanos. Solo cuando hemos sido liberados del pecado del orgullo podemos sentir un profundo interés en ayudar a nuestros hermanos a crecer en la fe y conocimiento del Señor. Muchas veces en lugar de condenar el pecado estamos expresando nuestro odio por el pecador, sobre todo si éste hace lo mismo que hemos hecho antes. Esto no ocurrirá si estamos crucificados con Cristo. El problema no está en el otro sino en nosotros. Una correcta actitud ante la cruz puede convertir la espina despreciada y odiada en carga (báros) que, sostenida por un genuino amor, puede resultar en el crecimiento espiritual que permita al hermano en conflicto asumir su ministerio responsable (fortíon) para la gloria de Dios y bendición de los hombres.

3. La cruz y la división en el siglo I

Juan 17 y Efesios 4 presentan un llamado a la unidad de los cristianos. Antes de que surgiera la herejía gnóstica ya la Iglesia Primitiva tenla que esforzarse por conservar la unidad (Efesios 4:3). ¿Cómo logró conservar el grado de unidad alcanzado? Es necesario reconocer el gran aporte de Pablo en este sentido.
Desde los comienzos de la Iglesia se produjo la división entre los cristianos que provenían del judaísmo y los paganos convertidos. El tema de discusión era la ley mosaica. ¿Debían los pagano–cristianos someterse a los ritos de la ley mosaica: circuncisión, sábado, etc.? Los judeo–cristianos lo hacían… ¿por qué no los otros cristianos? Ante esta dificultad la Iglesia decidió celebrar su primer Concilio Ecuménico a fin de armonizar los grupos en pugna. Hechos 15 y Gálatas 2 presentan dos puntos de vista sobre ese Concilio. Hay coincidencia en que los cristianos se pusieron de acuerdo en que no debían exigir a los gentiles que se convertían a la fe cristiana la observancia de la ley.
Lamentablemente los problemas no siempre se resuelven en un Concilio, siempre hay una minoría disconforme que bajo cuerdas hace su trabajo destructor. Entonces surge un tercer grupo constituido por aquellos que quieren quedar bien con unos y con otros. Parece que en esa posición se colocó Pedro, por lo cual Pablo le fustigó duramente en Antioquía: “Le resistí en la cara porque era de condenar” (Véase Gálatas 2:11–13). Un hombre capaz de hablar en los términos de este pasaje que acabamos de citar es lógicamente discutido y resistido. No es difícil creer que Pablo había sido presentado en Roma como alguien que despreciaba la herencia espiritual del pueblo judío, de la cual la Iglesia es heredera. Es quizás por eso que en la Epístola a los Romanos dedica tres capítulos (9–11) a tratar el tema de los judíos y los gentiles. Parecería que Pablo –en el calor de la disputa– fue acusado de ser un mentiroso, pues en varias epístolas afirma que no miente. En Romanos 9:1 comienza sus reflexiones diciendo: “Verdad digo en Cristo, no miento”. La misma afirmación hace en Gálatas 2:10 y en el mismo contexto. El propósito de la epístola a los Gálatas es evidente, desea contrarrestar la influencia del grupo judeo–cristiano en las Iglesias de Galacia.
En Romanos 9 Pablo confiesa con honestidad que esta división le produce una gran tristeza por cuanto ama a sus hermanos de raza. Pablo no cree que la división se evita tratando de quedar bien con todos y restando importancia a los conflictos, como hacía Pedro. El creía que era necesario encarar las dificultades pero manteniendo el amor por todos los hermanos: “Porque desearía yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis parientes según la carne (Rom. 9:3). Además existía otra división entre los judíos: Los convertidos y los no convertidos al cristianismo.
En el momento en que escribe la carta a los Romanos –está a punto de embarcarse para Jerusalén con una gruesa ofrenda que ha recogido entre las iglesias del mundo gentil para los hermanos necesitados entre los judeo–cristianos. Parece que Pablo esperaba que esta acción de amor sería una –demostración de afecto lo suficientemente explícita como para limar las asperezas que existían entre ambas ramas del cristianismo. Según Gálatas 2:10, en el Concilio de Jerusalén, Pablo se había comprometido a realizar esa tarea. A pesar del peligro que significaba ir a Jerusalén –por el odio que le tenían los judíos no convertidos– por causa del amor que tenía a sus hermanos con opiniones diferentes prefiere afrontar los riesgos y llevar personalmente el importe de las ofrendas colectadas.
Encontramos en Pablo tres cualidades en la polémica que dividía la Iglesia: 1. – Es un extrovertido que dice con honestidad lo que piensa; 2. – Ama a sus opositores y 3. – Tiene la humildad que solo puede venir de la cruz y lo dice justo en su epístola más polémica (Gálatas 2:20; 6:14). Solo la cruz pudo ayudar a Pablo a ubicarse en la posición justa, en la verdad, el amor, y la humildad. Cuando dos partes están en pugna no es posible la reconciliación sin cruz, pues la responsabilidad nunca está de un solo lado, siempre es compartida. No he conocido un solo caso de conflicto en que el 100% de la culpa estuviera en una de las partes. Por lo general una de ellas es más responsable que la otra, pero si ambas asumen actitudes arrogantes y prepotentes jamás habrá reconciliación. Solo después de crucificar el orgullo puede surgir la humildad. Solo en humildad, amor y respeto por el hermano podemos encontrar soluciones a la división de la Iglesia. La evangelización efectiva necesita de la unidad de la Iglesia.

4. Un testimonio personal

Deseando que estas páginas tengan calor humano a fin de que expresen plenamente la autenticidad cristiana, me veo obligado a hacer una confesión al lector. Confieso que durante los últimos años vividos en Cuba y los primeros en la Argentina, algunos hermanos con tendencia neo–gnóstica eran para mí como una espina en la carne, una espina muy dolorosa. Confieso que el odio se anidó en mi corazón. Confieso que he hecho todo lo posible por desprestigiarlos y dañarlos. Creo que no es una excusa decir que lo hacía sinceramente y creyendo servir a Dios. Muchos crímenes e injusticias son cometidos por personas que sinceramente creen que no hay otra alternativa. La sinceridad o las buenas intenciones no son suficientes para el cristiano que tiene a Jesucristo y a su Evangelio como única norma de fe y de conducta. Por eso me he arrepentido de mi pecado.
Debo confesar, además, que mi cambio se debe a las siguientes razones:

1. Mi nueva actitud hacia la cruz. Antes la usaba para crucificar a los neo–gnósticos –lo cual no resulta difícil– ahora que reconozco todo lo que había de orgullo en mi actitud, ahora que he crucificado mi eg idólatra puedo comprender cuanto de agresividad y falta de amor había en mi actitud hacia ellos. Por lo menos a nivel consciente he crucificado mi agresividad y el deseo de desquitarme por todo lo que he sufrido por causa de la ideología que algunos de mis hermanos consideran buena, instrumento de Dios, etc. Mi padre murió en Cuba a los 81 años, cinco años de gestiones no fueron suficientes para obtener un permiso de salida. Qué grande es la Palabra de Dios cuando dice: “El amor todo lo puede”, con el amor de Cristo todo es posible, por mí mismo no puedo perdonar.

2. Mi descubrimiento del hombre como imagen de Dios. He llegado a comprender que esta doctrina es el alfa y la omega, el fundamento y el objetivo de la evangelización. Todo hombre tiene una dignidad especial por ser imagen de Dios. El pecado ha deteriorado esa imagen, pero mediante la cruz de Cristo al hombre se le ha abierto la posibilidad de alcanzar el completamiento de su condición humana según el arquetipo que es Jesucristo (Efesios 4:13). Debo confesar que había leído, reflexionado y aún predicado sobre esta doctrina bíblica, pero todo a nivel que llamaría filosófico, como una especie de calistenia intelectual. Pero cuando pude vivenciar la realidad de quien era yo –imagen de Dios– y que mi prójimo era igual que yo, un pecador con la imagen por restaurar, ya no pude ser la misma persona. Debo también confesar que el impacto de esta convicción del Señor lo recibí mientras predicaba sobre el tema en mi Iglesia local. Al comprender que mi hermano neo–gnóstico o neo–fariseo tiene mi mismo problema. Al darme cuenta de la necesidad de verdadero arrepentimiento, por haberlo vivenciado, ahora me puedo acercar a mis hermanos opositores con amor y humildad. Quizás ellos también necesiten arrepentirse y es posible que mi ejemplo les lleve a esa convicción. Es mediante el arrepentimiento de pecado –sobre todo del pecado del orgullo– que Dios convierte en realidad subjetiva, en vivencia, el hecho objetivo de la cruz de Cristo.
Fue para mí motivo de alegría el poder comprobar que el Congreso Internacional de Evangelización Mundial, celebrado en Lausana, ratificó en el llamado Pacto de Lausana, conceptos fundamentales a los cuales el Señor me había conducido y que reproducimos a continuación: “La humanidad fue hecha a la imagen de Dios; consecuentemente, toda persona, sea cual sea su raza, religión color, cultura, clase, sexo o edad tiene una dignidad intrínseca a causa de la cual debe ser respetada y servida, no explotada. Expresamos además nuestro arrepentimiento tanto por nuestra negligencia como por haber concebido a veces la evangelización y la preocupación social como cosas que se excluyen mutuamente. Aunque la reconciliación con el hombre no es lo mismo que la reconciliación con Dios, ni el compromiso social es lo mismo que la evangelización, ni la liberación política es lo mismo que la salvación, no obstante afirmamos que la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano”.

3. Mi nueva comprensión de la evangelización. Antes creía que la evangelización estaba limitada a los inconversos. Ahora he llegado a comprender que evangélico no es aquel que ha ingresado en una determinada comunidad cristiana, sino aquel que vive bajo la autoridad de todo el Evangelio, tratando que éste se convierta en carne de su carne y sangre de su sangre. No en una perspectiva individualista, sino participando en una comunidad cristiana con una clara visión de que la misión de la Iglesia es colaborar con Dios para lograr la redención de todo el hombre y de todos los hombres. Luego yo definiría la evangelización como el proceso de introyección paulatina de la totalidad del Evangelio en la totalidad de nuestro ser. Es por eso que en el Vol. II me refiero a la conversión como un proceso. Yo tuve mi primera experiencia de conversión el 2 de Octubre de 1946, en Aguada de Pasajeros, Cuba, pero ahora me doy cuenta que me estoy convirtiendo en evangélico un poquitito cada día. Creo que desde 1946 he sido un cristiano, pero no necesariamente un cristiano evangélico en toda su integridad. Estoy en proceso de convertirme en evangélico integral. Sin mirar lo que queda atrás –como decía Pablo– prosigo al objetivo de lograr el completamiento de mi condición humana en Jesucristo, autor y consumador de la fe. La evangelización es necesaria para todos los hombres, creyentes o incrédulos. Para los primeros la evangelización consiste en mostrar la necesidad de continuar avanzando en el proceso. Para los segundos consiste en una invitación a dar los primeros pasos en el mismo proceso de completamiento en Cristo.
Para terminar este capítulo debo confesar que el Señor me ha utilizado como agente de evangelización durante más de veinte años y que los resultados han sido bastante buenos, pero a pesar de esa realidad considero que solo a partir de la vivencia de la cruz, en genuino arrepentimiento de pecado, se puede lograr la unidad que la Iglesia necesita hoy para emprender la tremenda tarea de la evangelización del mundo.

León, J. A. (1974). La comunicación del evangelio en el mundo actual (pp. 100–108). Buenos Aires, Argentina: Ediciones Pleroma.

 

Sinopsis

la-comunicacion-del-evangelio-en-el-mundo-actualEn esta obra el Dr. Jorge León abarca el tema de la comunicación del Evangelio en toda su integridad. Somos conscientes de que vivimos en una etapa de la historia de la iglesia que se caracteriza por la confusión y en la cual la iglesia misma es víctima inconsciente de una creciente secularización. Es necesario en este contexto, propone el Dr. León, que reconozcamos que vivimos en un mundo diferente y si bien el mensaje sigue siendo el mismo, la forma de comunicarlo debe adecuarse a las nuevas situaciones en que nos encontramos en nuestro tiempo. Señala también como el contexto de la Iglesia afecta sus actividades fundamentales para el logro de una evangelización efectiva.

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Detalles del Producto

  • Título: La comunicación del evangelio en el mundo actual
  • Autor: Jorge A. León
  • Publicadora: Ediciones Plemora
  • Fecha de Publicación: 1974