La teología de Arminio en lo tocante al libre albedrío y la predestinación | Sugel Michelén

Arminio rechazó enfáticamente el pelagianismo en lo tocante a las consecuencias del pecado de Adán en su descendencia. Hablando acerca del hombre en su estado caído, Arminio declara que su libre albedrío en lo que respecta al verdadero Dios, no sólo se encuentra “herido, mutilado, enfermizo, debilitado; sino que también ha sido hecho cautivo, destruido y perdido”; de tal manera que el libre albedrío humano es totalmente inútil “a menos que sea asistido por la gracia”.

Según Arminio, debido al oscurecimiento del entendimiento y la perversidad del corazón, el hombre ha quedado en un estado de impotencia moral. “La voluntad del hombre no es libre de hacer ningún bien a menos que sea… libertada por el Hijo de Dios a través del Espíritu de Dios.”

Más aún, para manifestar su completo acuerdo con Agustín, Arminio comenta lo siguiente acerca del texto de Juan 15:5: “Separados de mí nada podéis hacer”: “Después de haber meditado diligentemente en cada una de las palabras de este pasaje, Agustín comenta de esta forma: ‘Cristo no dice, Sin mi sólo pueden hacer poco; tampoco dice, Sin mí no podréis hacer ningún trabajo arduo, ni tampoco Sin mí haríais las cosas con dificultad: Sino que dice, Sin mí nada podéis hacer’”.

En cuanto a esto, Arminio parece estar de acuerdo con Agustín, Lutero y Calvino. De hecho, Arminio tenía en muy alta estima los comentarios de Calvino y su Institución de la Religión Cristiana (él recomendaba a sus estudiantes hacer un amplio uso de los comentarios de Calvino).

El punto controversial radica en el hecho de que Arminio enseñaba que, aunque la gracia de Dios es necesaria para la salvación, no asegura la salvación de nadie; en otras palabras, la gracia es una condición necesaria, pero no suficiente.

Arminio declara: “Toda persona no regenerada posee una voluntad libre, y la capacidad de resistir al Espíritu Santo, de rechazar la gracia de Dios que le es ofrecida, de menospreciar el consejo de Dios contra sí mismos, de rehusar aceptar el Evangelio de la gracia, y de no abrirle a aquel que toca la puerta de su corazón”.

De modo que si el pecador no responde al llamado, la culpa es enteramente suya (en eso todos estamos de acuerdo); pero ¿qué si acepta? En otras palabras ¿quién es, a final de cuentas, el que tiene la decisión de la salvación en sus manos? Por implicación, según Arminio la salvación depende, en última instancia, de la decisión humana y no de la soberanía de Dios. La gracia de Dios es una condición necesaria para la salvación, pero no es una condición suficiente.

Arminio intenta aclarar su posición teológica a aquellos que le adversan con esta ilustración: Imaginemos a un hombre rico que ayuda con sus bienes a un pordiosero para que éste pueda mantener a su familia. ¿Dejaría de ser un regalo de pura gracia por el hecho de que el mendigo tenga que extender su mano para recibir lo que se le ofrece? ¿Pudiéramos decir con propiedad que la limosna depende parcialmente de la liberalidad del donante, y parcialmente de la libertad del receptor, por el hecho de que este último tiene que extender su mano para recibir el beneficio? Si no es así, cuanto menos podemos decirlo del don de la fe.

El problema de este símil es que presupone una necesidad que el mendigo tiene conscientemente y la cual él desea suplir; mientras que en el caso del pecador, éste no desea, sino que rechaza con todas sus fuerzas, el don que se le ofrece gratuitamente en Cristo. Al igual que en el caso del mendigo, el pecador tiene que extender sus manos hacia Dios para recibir el don; pero, según el Calvinismo, éste sólo podrá hacerlo si Dios cambia la disposición de su corazón.

En cuanto a la predestinación, tanto uno como los otros afirmaban que la predestinación para salvación era una enseñanza bíblica; pero, mientras el calvinismo afirma que los elegidos ejercen fe porque fueron predestinados por Dios desde antes de la fundación por el puro afecto de Su voluntad (como enseña claramente Pablo en Ef. 1:3-6), Arminio enseñaba más bien que Dios predestinó a todos aquellos que Él sabía de antemano que iban a creer. Así que el foco del debate no era si había predestinación o no, sino más bien en cuál era la base de dicha predestinación.

A pesar de eso, en 1603 Arminio fue llamado a asumir la cátedra de teología en la Universidad de Leyden, donde sus doctrinas opuestas al calvinismo fueron más conocidas aún. Esto trajo como consecuencia un enfrentamiento con los calvinistas, de manera particular con otro profesor de la facultad, Francisco Gomaro. Este debate fue subiendo de tono, a tal punto que tuvo ramificaciones políticas.

Luego de la muerte de Arminio, en 1609, sus puntos de vista fueron sistematizados por su pupilo y sucesor en Leyden, Simón Episcopio. Al ser acusados de herejía, en 1610 los seguidores de Arminio presentaron a los Estados de Holanda un Memorial de Protesta (Remonstrance en inglés, por lo que fueron llamados “remonstrantes”), en el que planteaban su posición, incluyendo en la segunda parte los cinco puntos de su propia doctrina.

Estos artículos fueron firmados por 46 ministros remonstrantes. Los calvinistas, por su parte, emitieron una contra protesta. Pero, como no llegaban a un acuerdo, finalmente se decidió resolver la disputa mediante un Sínodo al que fueron invitados casi todas las iglesias nacionales reformadas.

Éste fue celebrado en Dordrecht desde el 13 de Noviembre de 1618 hasta el 9 de mayo de 1619. Estuvieron presentes 84 miembros y 18 comisionados seculares del Palatinado, Hesse, Nassau, Frieslandia Oriental, Bremen, Emden, Inglaterra, Escocia, Ginebra y Suiza alemana.

Los Cánones del Sínodo de Dort condenaron la posición arminiana, a la vez que presentaron cinco puntos contrarios, que han sido conocidos como los cinco puntos del Calvinismo.

Por un lado declaran que el hecho de que “sólo algunos de entre los miembros de la raza humana pecadora alcancen la fe, debe atribuirse al Consejo eterno de Dios. Dios eligió en Cristo un número definido de seres humanos para la salvación, en tanto que, en su justicia, dejó a los demás entregados a la perdición.”

En cuanto a la eficacia de la muerte de Cristo, afirman que ésta “es suficiente para expiar los pecados de todo el mundo.” Sin embargo, su obra de expiación está limitada en el hecho de que Dios tenía la intención de que fuese eficaz solamente para quienes “fueron elegidos desde la eternidad para salvación.”

También afirman la total depravación de la raza humana, así como la gracia irresistible de Dios. “Finalmente, los Cánones enseñan que Dios preserva a los elegidos de tal modo que no caen de su gracia. En esto también se atribuye la gloria Dios; permanecemos en la gracia, no por el poder de nuestra voluntad, sino porque, por su gracia, Dios ‘inicia, preserva, continúa y perfecciona su obra en nosotros’.”

Repetidas veces los calvinistas del Sínodo acusaron a los remonstrantes de enseñar las doctrinas de Pelagio, a pesar de que tanto Arminio como sus seguidores se empeñaron en condenar el pelagianismo. Estrictamente hablando los arminianos podían ser catalogados de ser semipelagianos; pero es probable que los teólogos del Sínodo hayan tenido en mente la conexión que existe entre ambas posturas.

No obstante, el arminianismo no murió allí. Sus doctrinas fueron asimiladas por los bautistas generales en Inglaterra, los menonitas holandeses y, un poco más tarde, por el metodismo wesleyano (aunque este último se aleja aún más de la doctrina reformada de la salvación). Hoy día es la doctrina de la mayoría de las iglesias en América.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

Abraham, mata a tu hijo: entendiendo un mandato impactante | Alex Duke

Algunas personas realmente odian la Biblia. El ateo Richard Dawkins está entre ellos.

Sin embargo, algunas personas realmente aman la Biblia y no solo aman partes de ella, aman cada palabra. Estas personas no son ingenuas ni neandertales que accidentalmente sobrevivieron al siglo XXI. No son deformes ni maliciosas. Simplemente son cristianos normales, nacidos de nuevo.

Una parte de la Biblia que los cristianos normales y nacidos de nuevo realmente aman es una parte que Dawkins realmente odia: Génesis 22.

Aquí está el comentario de Dawkins sobre el pasaje:

“Dios le ordenó a Abraham que hiciera una ofrenda quemada del hijo que había deseado por tanto tiempo. Abraham construyó un altar, le puso leña y ató a Isaac encima de la madera. Su cuchillo asesino ya estaba en su mano cuando un ángel intervino dramáticamente con la noticia de un cambio de planes de último minuto: Dios solo estaba bromeando después de todo, ‘tentando’ a Abraham y probando su fe… Esta vergonzosa historia es un ejemplo simultáneo de abuso infantil, intimidación en dos relaciones de poder asimétricas y el primer uso registrado de la defensa de Nuremberg: ‘Solo estaba obedeciendo órdenes’”.

En la superficie, lo que Dawkins dice aquí puede parecer una lectura razonable, aunque un poco prejuiciada, del texto. Después de todo, sospecho que muchos cristianos se han preguntado alguna versión de estas preguntas en silencio. ¿Entonces, qué hacemos con Génesis 22? ¿Moisés nos muestra belleza o intimidación? ¿Gracia o desgracia? ¿Abuso infantil o una bendición que se transmite por fe de un padre amoroso a un hijo fiel?

Tras la investigación, queda claro que lo que dice Dawkins no es razonable. De hecho, está bastante mal.

Génesis 22 es una “prueba”
Como narrador cuasi-omnisciente, Moisés enmarca los eventos: “Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham…” (Gn 22:1). Es importante destacar que Moisés no dice que Dios castigó a Abraham o que tentó a Abraham.

¿Por qué importa esto? Bueno, cualquier lector con discernimiento se preguntará: ¿Por qué Dios ordena el sacrificio de niños? Eso es algo que haría Moloch, no Yahvé. La pregunta nos molesta. Como un sonido en el motor, nos preguntamos por qué está ahí y si nos está diciendo que algo podría estar terminalmente mal con Dios.

Algunos podrían decir: “Bueno, Dios no le ordenó a Abraham que matara a su hijo en realidad”. Pero esto requiere algo de gimnasia interpretativa a nivel olímpico. Abraham tenía la intención de matar a Isaac; eso está claro. Entonces, ¿cómo desenredamos el nudo de si Dios es inmoral por ordenar una acción inmoral?

La palabra “prueba” es nuestra llave maestra. Dios le ordena a Abraham que haga esto como un exámen de una única pregunta: “Abraham, ¿confías en mí?”. Anteriormente, Abraham obtuvo una “F” en este examen. Recuerda: este es el mismo hombre que mintió sobre su esposa dos veces para protegerse (Gn 12, 20) y se acostó con la sirviente de su esposa porque dudaba que Dios cumpliera su palabra (Gn 16).

Dios le ordena a Abraham que mate a su hijo como un exámen de una única pregunta: ‘Abraham, ¿confías en mí?’

Por supuesto, Dios ya sabe lo que pasará. Moisés podría ser un narrador cuasi-omnisciente, pero Yahvé es un Dios completamente omnisciente. Esta prueba no está llenando un vacío en el entendimiento de Dios; está llenando un vacío en la fe de Abraham.

Puede que estés leyendo esto con el ceño fruncido. Podrías pensar que soy el peor defensor público que existe y que mi defensa del Señor carece de sentido y sensibilidad. Tu mente es como un jurado en desacuerdo. Todavía te preguntas: ¿cómo puede Dios hacer esto? Esto es simplemente… incorrecto.

Si ese eres tú, entonces es probable, un poco como Abraham, que dudas del carácter de Dios. Sabes quién Él dice ser, pero tu experiencia de Él ha acumulado evidencias de lo contrario. Tus circunstancias enjuician al Señor y, a veces, si eres honesto, construyen un caso convincente.

Está bien. Todos hemos estado allí. Quizás Génesis 22 es la prueba de Dios para ti, en la que Él te hace la misma pregunta que le hizo a Abraham: “¿Confías en mí?”.

Sin duda, Génesis 22 pone a prueba la fortaleza del carácter de Abraham. En la solicitud en sí, es como si Dios estuviera afilando su cuchillo asesino, para tomar prestada una frase de Dawkins: “Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas…” (Gn 22:2). Con cada frase, las chispas vuelan a medida que se afila el cuchillo, a medida que la herida en su corazón se hace más profunda. La petición de Dios aplica una presión increíble al punto más débil de Abraham, esa pregunta constante que se ha hecho a sí mismo durante años: “¿Realmente cumplirá Dios su promesa?”.

¿Cómo respondería Abraham esta vez? ¿Ha cambiado? ¡Sí! “Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus criados y a su hijo Isaac” (Gn 22:3).

Abraham espera que Isaac muera… y vuelva a la vida
A menos que esté engañando intencionalmente a sus siervos, lo cual no tenemos razón para creer, está claro que Abraham cree que Isaac regresará con él: “Quédense aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a ustedes” (Gn 22:5).

También queda claro a partir de los hechos siguientes, los cuales Moisés narra detallada y magistralmente hasta generar tensión, que Abraham también creía que mataría a su hijo.

¿Acaso la pregunta inocente de Isaac destruye esta tesis? Con la madera atada a la espalda, pregunta: “Aquí están el fuego y la leña… pero ¿dónde está el cordero para el holocausto” (Gn 22:7). Abraham responde de una forma un tanto enigmática: “Dios proveerá para Sí el cordero para el holocausto, hijo mío” (Gn 22:8).

Quizás Génesis 22 es la prueba de Dios para ti, en la que Él hace la misma pregunta que le hizo a Abraham: ‘¿Confías en mí?’

Estamos cara a cara con una dificultad interpretativa: ¿Es el “hijo mío” de Abraham afectuoso o (para usar un término técnico) aposicional? ¿Está diciendo: “Hijo mío, no te preocupes, Dios proveerá un cordero” o está diciendo, “Dios proveerá un cordero, es decir, mi hijo”? Creo que es la segunda opción, aunque es posible que Abraham originalmente se refería a la primera, pero, mientras la arena se le acababa al reloj de arena, lentamente se dio cuenta de que aunque su corazón había planeado un camino, el Señor había determinado sus pasos.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, cualquier niebla relacionada con Génesis 22 se desvanece. Olvídate del comentario de Richard Dawkins. Aquí está el comentario del autor de Hebreos sobre la concepción milagrosa de Isaac. Debemos comenzar aquí:

“También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel a Aquel que lo había prometido. Por lo cual también nació de uno, y este casi muerto con respecto a esto, una descendencia como las estrellas del cielo en número, e innumerable como la arena que está a la orilla del mar” (Hebreos 11:11-12).

¡Ajá! Acabamos de recibir información vital. Pero antes de decirte de qué se trata, debemos seguir leyendo:

“Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su único hijo. Fue a él a quien se le dijo: ‘En Isaac te será llamada descendencia’. Él consideró que Dios era poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde también, en sentido figurado, lo volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19).

El autor de Hebreos entiende lo que Moisés está haciendo en Génesis 22, y por eso comprende lo que Dios está haciendo en Génesis 22. Él sabe que esto era una “prueba” (Heb 11:17). Pero, ¿cómo sabe que Abraham “consideró que Dios era poderoso para levantar aun [a Isaac] de entre los muertos”?

Dos razones: primero, porque eso es lo que sucedió en el momento, al menos en sentido figurado (Heb 11:19). El cuchillo de matar de Abraham colgaba de manera ominosa sobre el cuello de Isaac (Gn 22:10). Pero luego oyó, no un sonido en el motor, sino un ruido en el matorral (Gn 22:13). Isaac estaba casi muerto, hasta que Dios intervino. ¡Qué misericordia!

Pero hay una segunda razón, la cual considero más esencial, por la que Abraham creía que Isaac sería resucitado. Porque la vida de Abraham había sido definida por la resurrección, y tal vez finalmente se dio cuenta en camino al monte Moriah. Quizás, al escuchar la extraña petición del Señor, la vida de Abraham vino a su memoria y finalmente llegó a la conclusión correcta: Dios puede hacer cualquier cosa, y por eso confío en Él.

Quizás recordó que aunque él y su esposa “eran ancianos [y] entrados en años” y “Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres” (Gn 18:11; Heb 11:11), Dios prometió darle un hijo. Tal vez recordó la risa de Sara cuando escuchó la promesa y su jocosa respuesta: “¿Tendré placer después de haber envejecido, siendo también viejo mi señor?” (Gn 18:12). Quizás incluso recordó la suave reprensión: “¿Hay algo demasiado difícil para el SEÑOR?” (Gn 18:14). Quizás miró hacia atrás en su vida y, por primera vez, vio lo que siempre había estado allí: resurrección, resurrección, resurrección.

La vida de Abraham fue un despliegue de resurrección. Desde el momento en que Dios lo llamó a salir de Ur, Dios había mostrado su poder de resurrección una y otra vez

La vida de Abraham fue un despliegue de resurrección. Desde el momento en que Dios lo llamó a salir de Ur, Dios había mostrado su poder de resurrección una y otra vez. Esa es la razón por la que el autor de Hebreos puede decir que Abraham, al igual que Isaac y Sara, estaba “casi muerto” (Heb 11:12). No tenía un hijo, pero de él nació “una descendencia como las estrellas del cielo en número, e innumerable como la arena que está a la orilla del mar” (Heb 11:12; cf. Gn 22:17). ¡Qué misericordia!

En resumen, Abraham creyó que Isaac moriría y resucitaría porque Abraham sabía que él mismo ya había muerto y resucitado. ¡Él y Sara tuvieron un hijo! ¿Es una resurrección demasiado difícil para el Señor? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué no otra?

¿Qué ves?
Cuando lees Génesis 22, ¿qué ves? Ojalá sea aquello que Abraham vio: que nada es demasiado difícil para el Señor.

Todo esto, por supuesto, es como un letrero de neón que señala la muerte del Hijo unigénito del Padre, Jesús, a quien Él amaba. Las conexiones son tan obvias que casi parecen alegóricas: hay un padre amoroso; hay un hijo obediente caminando hacia su muerte; hay madera atada a su espalda; hay un cordero sustituto.

Pero quizás más predictiva que esos detalles es la ubicación de Génesis 22: el monte Moriah, el futuro lugar del templo (2 Cr 3:1). Esto significa que el sacrificio de Isaac que fue evitado se institucionalizó para el pueblo de Dios a lo largo de las generaciones. Al hacer sacrificios en el templo una y otra vez, la historia y la experiencia de Abraham se convirtieron en suyas. Ofrecieron sacrificios y alabaron a Dios por su provisión continua, una y otra vez.

La muerte de Jesús terminó con todo esto; su sangre removió cualquier necesidad de un sistema de sacrificios repetitivo (Heb 9:11). No hay necesidad de que el sacrificio de Isaac sea institucionalizado para nosotros porque la institución se ha derrumbado, y en su lugar, está Jesús.

Cuando lees Génesis 22, ¿qué ves? Ojalá sea aquello que Abraham vio: que nada es demasiado difícil para el Señor

Así que no hacemos nada para volver a experimentar la salvación. Simplemente creemos y creemos, una y otra vez, y, como Abraham, nuestra fe nos es contada como justicia (Gn 15:6; Gá 3:6). Y, como Isaac, demostramos que somos “hijos de Abraham”. Por eso Pablo le dijo a una iglesia que parecía obsesionada con impresionar a Dios con sus obras:

“Sepan que los que son de fe, estos son hijos de Abraham… Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros, porque escrito está: ‘Maldito todo el que cuelga de un madero’, a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe” (Gálatas 3:7, 13-14).

Entonces, te preguntaré de nuevo: cuando lees Génesis 22, ¿qué ves? Ojala veas una historia del amor de un padre por su hijo, la confianza de un hijo en su padre y una bendición prometida que se transmite por fe de una generación a la siguiente, hasta que llegó hasta ti. ¡Qué misericordia!

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Alex Duke es el director editorial de 9Marks. Vive en Louisville, Kentucky, donde también sirve como director del ministerio de jóvenes y entrenamiento eclesiológico en la iglesia Third Avenue Baptist Church. Puedes seguirlo en Twitter.

¿Por qué hay pastores que no pastorean? | Oscar Morales

¿Por qué hay pastores que no pastorean?

Oscar Morales

Hace aproximadamente unos 15 años solía escuchar a través de la radio casi todos los días a un pastor de una congregación grande de mi país. Sus enseñanzas las consideraba de bastante bendición y mucho conocimiento, por lo que decidí un día ir a su iglesia para poder aprender un poco más. Al llegar a la congregación tomé mi lugar y el servicio empezó, sin embargo no lograba localizar visualmente al pastor. Al terminar el momento de alabanza una señora subió a dar algunos anuncios y luego hizo la presentación del pastor. El pastor salió de una de las puertas de al lado del escenario junto con tres personas más. Estas personas estaban vestidas de la misma forma y tenían walkie-talkies en las manos, uno de ellos llevaba una Biblia, la cual después de dejar al pastor en el púlpito entregó a él. Estos eran lo que hoy conocemos como “escuderos del pastor”, algo que yo en aquel tiempo no tenía ni la menor idea de qué significaba. Después de que el pastor subió, la señora le entregó un vaso de agua y junto con estas personas se sentaron en unas sillas en el escenario, justo detrás del pastor.

Años después, a través de varios amigos, me enteré que este pastor le decía clara y constantemente a la gente que por favor no le buscaran, que su labor era predicar y nada más, el no tenía tiempo ni le gustaba saludar gente. Que la razón de tener a este equipo de personas era para que le ayudaran a que nadie se le acercara después de haber predicado.

¿Un pastor que no pastorea?
¿Puede alguien ser un pastor que no pastorea? Tristemente, esto se mira demasiado. Pero, ¿debería ser así? El llamado pastoral descrito en la Palabra de Dios es un llamado serio del cual todos daremos cuentas de lo que hicimos (Heb. 13:17). Es un llamado en la mayoría de casos a sufrir juntamente con Cristo (1 Co. 16:8-9; 2 Co. 1:8-11; 4:8-11; 6:3-5; 11:16-33). También es un llamado el cual Dios nos advierte que no deberíamos buscarlo con ligereza (Stg. 3:1). Y sumado a todo esto, la Biblia también nos da las características de quienes buscan el llamado, la descripción y las responsabilidades de este llamado (1 Tim. 3, Tito 1, 1 Pd. 5). El que Dios en Su infinita sabiduría y soberanía haya usado la figura del “pastor de un rebaño” para describir la labor del liderazgo de ancianos en la iglesia no es para nada casualidad, y no solo eso, Jesús mismo se describe como “el buen Pastor” (Jn. 10). Esta es una de las más grandes responsabilidades y privilegios que Dios nos ha dado (1 P. 5:3; Jn. 21:15-19). Entonces, surge otra pregunta.

¿Por qué hay pastores que no pastorean?
Las razones pueden ser varias. Desde problemas emocionales, miedo al hombre y a los conflictos hasta la inmadurez, inexperiencia o la peor y más peligrosa razón: simple y sencilla indiferencia. Al final, ellos fueron llamados a enseñar, ocupar el púlpito, ser admirados excesivamente, recibir toda clase de elogios y aplausos, pero ¡Dios guarde que tengan que ensuciarse las manos con las personas que Dios ha permitido que estén bajo su cuidado!

Pueden ser varias las razones, pero al final la raíz creo que es la misma: no han entendido lo que significa ser pastor. El pastorear no es una labor fácil y mucho menos con caducidad de tiempo. El pastorear involucra tiempo, esfuerzo, paciencia, y por sobre todo amor para con el rebaño. Es curioso que Jesús en su conversación con Pedro haya usado dos palabras para enfatizar la labor que por amor a Él debía de hacer, apacentar y pastorear las ovejas.

Cuando Cristo no está sentado en el trono de nuestro corazón por completo, amamos más otras cosas, personas y experiencias que a Él. Probablemente estamos amando más la admiración, la posición, el liderazgo, el reconocimiento, etcétera; cosas que desde el inicio del mundo el mismo diablo ofreció a nuestros primeros padres: “… serán como Dios” (Gn. 3:5), y al mismo Jesús “…todo esto te daré” (Mt. 4:9), a cambio de adorarle a él y desobedecer a Dios.

Pongamos atención a la conversación de Jesús con Pedro, la condición para poder pastorear y apacentar al rebaño era su amor por su Señor. ¿Cómo puede alguien que se dice pastor decir que no tiene tiempo ni ganas ni llamado para atender, escuchar o estar con la gente? ¡Que Dios nos perdone y tenga misericordia!

Pastor, ¿estamos obedeciendo a Dios en nuestras responsabilidades como pastores de Su rebaño? ¿Estamos siendo buenos mayordomos de ese llamado? No tenemos empleados, son ovejas. No tenemos jefes, son ovejas. No tenemos sirvientes, son ovejas. No tenemos sub-ordinados, son ovejas. Ovejas por las cuales nuestro Señor Jesucristo dio su vida por amor y nos encomendó enseñarles, modelarles y amarlos a través de ese mismo mensaje. Recuerdo una vez haber leído una frase de Ed Stetzer que decía:

“El evangelio vino a los griegos y los griegos lo volvieron filosofía. El evangelio vino a los romanos y los romanos lo volvieron un sistema. El evangelio vino a los europeos y los europeos lo volvieron a la cultura. El evangelio vino a América y nosotros lo hemos vuelto un sistema de empresa/negocio.”

Amado pastor, oremos al Señor, arrepintámonos día a día, regresemos a la cruz y el evangelio a cada minuto y preguntémonos si estamos levantando día a día el reino de Jesús en la vida de quienes nos rodean. ¿O es solo nuestro propio reino? Estamos desarrollando más lideres para des-centralizar el liderazgo de la iglesia y poder pastorear adecuadamente al pueblo de Dios ¿o queremos ser “el único”? Te ves como el presidente ejecutivo de una compañía multinacional ¿o te ves como el siervo más humilde que lava los pies de quien incluso lo iba a traicionar? (Jn. 13:1-15) ¿Permites que un Zaqueo pueda compartir su vida contigo? (Lc. 19:1-10). ¿Dejas que los niños se acerquen contigo o sientes que interrumpen y aturden al “siervo de Dios”? (Mt. 19:14). O incluso ¿permites que una mujer con flujo de sangre (considerada sucia) te toque sin decirle a tus “escuderos” que estás muy ocupado? (Lc. 8:43-48).

Recuerda, amado pastor, que de todo lo que hagamos con el rebaño, daremos cuenta un día delante de Dios.

Oscar Morales es pastor en Iglesia Reforma, ha trabajado por más de 20 años en el ministerio. Está casado con Regina, es papá de Alex y Sofía. Disfruta de la música, de los deportes y la tecnología. Lo puedes encontrar en Twitter o en su blog personal.

¿Qué hace que un cristiano sea reformado? | Marty Foord

¿Qué hace que un cristiano sea reformado?

Marty Foord

«Reformado» es una palabra que todo el mundo utiliza de muchas maneras. Pero ¿qué es realmente un cristiano «reformado»?

Históricamente, «reformado» se refiere a una tradición dentro del cristianismo que surgió a raíz de la Reforma del siglo XVI. Espero aclarar lo que significa para ayudarnos a entender algo de lo que ocurrió en la propia Reforma y su importancia para nosotros hoy.

El problema con las etiquetas
Las etiquetas como «reformado» pueden ser utilizadas de forma inapropiada. Algunos cristianos utilizan «reformado» para intimidar a otros. Por ejemplo, algunos la usan para excluir: «Tú no eres realmente reformado porque no crees en la expiación limitada». Otros usan la etiqueta para reclamar superioridad: «Nosotros los reformados afirmamos la gracia de Dios en la salvación, a diferencia de ustedes los arminianos».

Sin embargo, las etiquetas tienen su valor. Nos ayudan a clasificar la información para comprenderla mejor. Tanto «pino» como «eucalipto» son árboles. Pero sus etiquetas nos ayudan a entender las diferencias entre dos tipos de árbol, contribuyendo así a su cuidado y florecimiento. De la misma manera, una etiqueta como «reformado» nos ayuda a identificar las características únicas de una rama dentro de la tradición cristiana y a evaluar si su énfasis y su lectura de las Escrituras favorecen nuestro amor y servicio a Dios.

El problema con “calvinista”
Muchos utilizan la etiqueta «calvinista» como sinónimo de «reformado». Pero esto plantea dos problemas. En primer lugar, «calvinista» fue originalmente un término peyorativo, por lo que carecía de un significado preciso. Con el paso de los años ha ido acumulando aún más carga, lo que ha enturbiado aún más su significado. En segundo lugar, y lo que es más importante, ningún cristiano reformado de los siglos XVI o XVII consideraba que Juan Calvino definiera su tradición en su totalidad. Se le consideraba una figura entre otras como Ulrico Zwinglio, Martín Bucero, Enrique Bullinger, Juan Ecolampadio y Pedro Mártir Vermiglio, que ayudaron a fundar la tradición reformada. Sí, Calvino fue un gigante entre ellos. Pero sus escritos no fueron ni confesionales ni regulativos para los reformados. Calvino no es suficiente.

El problema con el “TULIP”
Muchos sostienen que los llamados cinco puntos del calvinismo son lo que define a un cristiano «reformado». Los cinco puntos son supuestamente un resumen del Sínodo de Dort (1618-1619) utilizando el acrónimo TULIP por sus siglas en inglés: Total depravity (depravación total), Unconditional election (elección incondicional), Limited atonement (expiación limitada), Irresistible grace (gracia irresistible) y final Perseverance (perseverancia de los santos).

Pero hay dos dificultades al utilizar los cinco puntos de esta manera. En primer lugar, el Sínodo de Dort no fue un intento de definir la tradición reformada en su conjunto, sino de resolver una controversia particular (la Remonstranza) en una tradición reformada ya existente. En 1979-1980 hubo una disputa sobre por qué el cricket australiano se jugaba con una bola ocho. Se decidió oficialmente que el cricket en todo el mundo utilizaría una bola seis. Esta controversia resolvió un elemento dentro del juego del críquet. No definió el juego en su totalidad. Por lo tanto, el críquet no puede definirse simplemente como «una bola seis». Es mucho más que eso. Así es la relación de Dort (TULIP) con la tradición reformada. No definió la totalidad de la tradición, sino que resolvió un elemento de la misma. De modo que, los cinco puntos del calvinismo por sí solos no determinan si una persona es reformada.

Cuando una media verdad se toma como una verdad absoluta, se convierte en una falsedad

El segundo problema con usar los cinco puntos del calvinismo es que este resumen en inglés de un documento en latín, con su acrónimo TULIP, no logra transmitir los matices de Dort. Los «cinco puntos» y el acrónimo «TULIP» se desarrollaron cientos de años después de Dort, y eliminan importantes distinciones hechas en Dort. Tomemos, por ejemplo, el tercer punto, el más controversial: la «expiación limitada». Ningún teólogo de los siglos XVI y XVII utilizó jamás la palabra «limitada» en referencia a la muerte de Cristo. Todos los teólogos reformados estaban de acuerdo en que, en cierto sentido, la expiación tenía una suficiencia infinita a la vez que, en otro sentido, una eficacia solo para los elegidos. Estas dos afirmaciones permitían diversas posturas sobre el alcance de la expiación, pero excluían la postura arminiana (o remonstrante). Así pues, el eslogan «expiación limitada» no transmite las afirmaciones suficientes y eficientes de Dort. Y cuando una media verdad se toma como una verdad absoluta, se convierte en una falsedad.

Acerca de ser reformado
¿Qué hace, entonces, que un cristiano sea reformado? Si la tradición reformada surgió de la tradición cristiana protestante (en la Reforma), en primer lugar debemos saber cómo definir la tradición cristiana y, en segundo lugar, la tradición protestante.

Cristianismo católico

La tradición cristiana también se conoce como «católica», en el sentido de universal y no romana. Históricamente, el cristianismo católico se expresa en el Credo Niceno. Fue redactado en los concilios de Nicea (325 d. C.) y Constantinopla (381 d. C.) contra la herejía arriana. Este credo contiene un resumen del evangelio trinitario. Establece los límites de las creencias de la tradición cristiana que engloba a protestantes, católicos romanos, ortodoxos orientales, y a la antigua Iglesia de Oriente. Dado que las tradiciones no trinitarias, como los Testigos de Jehová y el mormonismo, no pueden afirmar el Credo Niceno, no pueden ser llamadas cristianas.

Cristianismo protestante

La tradición protestante dentro del cristianismo surgió en la Reforma del siglo XVI encabezada por Martín Lutero. Los reformadores se llamaban a sí mismos «evangélicos» mucho antes de que se utilizara el término «protestante», para mostrar que el evangelio (euangelion) era fundamental para su comprensión de las Escrituras y la teología.

La tradición protestante suele distinguirse por las clásicas «solas»: Escritura sola, gracia sola, Cristo solo, fe sola. Afirma que solo la Escritura es la autoridad suprema (no la única) para los creyentes, y que la salvación es por la gracia sola de Dios debido a la obra sola de Cristo recibida por la fe (o confianza) sola. En oposición a esto, el catolicismo romano defiende la autoridad suprema de la Escritura y la tradición, así como la salvación por la fe y por las buenas obras del creyente (incluso si son impulsadas por el Espíritu).

Cristianismo reformado

Sin embargo, en la Reforma surgieron dos tradiciones dentro del campo protestante: la luterana y la reformada. Lo que originalmente distinguía a ambas no era la predestinación, sino la Cena del Señor. Lutero y sus seguidores sostenían que el cuerpo y la sangre de Cristo estaban físicamente presentes en el pan y el vino (la presencia real). Mientras que representantes reformados como Zwinglio, Bullinger y Calvino negaban esto. Pero «la presencia real» era tan importante para Lutero y sus seguidores que llevó a una separación oficial entre luteranos y reformados.

Los límites de las creencias de la tradición luterana se definieron oficialmente en el Libro de la Concordia (1580), una colección de confesiones importantes y afirmaciones luteranas. Sin embargo, como la tradición reformada abarcaba varias comunidades geográficas distintas (en Francia, Escocia, Inglaterra, Renania y los Países Bajos, por nombrar algunas), cada grupo elaboró su propia confesión. De ahí que la tradición reformada se caracterice por una serie de confesiones: la Confesión Gálica (o Francesa) (1559), la Confesión Escocesa (1560), la Confesión Belga (1561), los Treinta y Nueve Artículos (1563), el Catecismo de Heidelberg (1563) y la Segunda Confesión Helvética (1566). A estas confesiones fundacionales se añadió el Sínodo de Dort (1618/9), que resolvió una controversia particular en una tradición ya existente. Posteriormente se refinó con las grandes confesiones del siglo XVII, como la Confesión de Fe de Westminster (1647) para los presbiterianos, la Declaración de Saboya (1658) para los congregacionalistas y la Confesión de Fe Bautista de Londres (1689) para los bautistas reformados.

Así pues, un cristiano es reformado si es capaz de afirmar una o varias de sus principales confesiones. Podemos diagramar esto de la siguiente manera:

Cuando definimos la tradición reformada de este modo, se derivan varias implicaciones importantes. En primer lugar, ser reformado no tiene que ver únicamente con la predestinación. Las confesiones reformadas fundacionales incluyen también una comprensión particular, por ejemplo, de la iglesia, del ministerio y de los sacramentos, gran parte de lo cual se ha perdido para muchos que dicen ser reformados.

En segundo lugar, los que pertenecen a la tradición reformada son libres de discrepar sobre muchas cuestiones sobre las que las confesiones reformadas divergen o no definen. Por ejemplo, tanto los bautistas como los paidobautistas pueden ser reformados. Los presbiterianos, congregacionalistas y episcopales pueden ser reformados. En cuanto al alcance de la expiación, los seguidores de John Owen, Moïse Amyraut y John Davenant encajan en la tradición reformada. Los que niegan o afirman el llamado «pacto de obras» son reformados en conjunto. Tanto los que afirman la simple como la doble predestinación son reformados. Todos estos debates son intramuros o dentro de la propia tradición reformada.

En tercer lugar, las doctrinas exclusivas de la tradición reformada no tienen tanto peso como las que definen la catolicidad. Por ejemplo, la doctrina nicena de la Trinidad es mucho más importante que las opiniones sobre «la presencia real» de Cristo en la Cena (que no carecen de importancia).

Publicado originalmente en The Gospel Coalition Australia. Traducido por Equipo Coalición.
Marty Foord es profesor de Teología en el Evangelical Theological College Asia de Singapur. Antes de que existiera la World Wide Web, trabajaba en informática. Pero entró en el ministerio anglicano en 1996. Marty está casado con Jenny, y le encanta pasar tiempo con ella. A Marty y Jenny les encanta servir juntos al pueblo de Dios en la iglesia local.

Tres cosas para recordar al consolar a personas en duelo | Randy Alcorn

Tres cosas para recordar al consolar a personas en duelo

Randy Alcorn

“Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran” (Ro. 12:15). Tendemos a ser mejores en el regocijarnos. Como no nos gusta sentir dolor, tendemos a ignorar el dolor de los demás. Pero ellos necesitan que nos convirtamos en los brazos de Cristo para ellos.

Aquí hay tres cosas que debemos recordar cuando somos llamados a consolar a aquellos que están en duelo:

  1. Ignorar el dolor de alguien es añadir a ese dolor.
    En lugar de temer que digamos algo equivocado, deberíamos acercarnos a las personas que están en dolor. Muchas veces es mejor simplemente poner nuestros brazos alrededor de alguien y llorar con ellos; las personas casi siempre aprecian cuando reconoces su pérdida. Siempre que tu corazón esté en el lugar correcto, decir algo es casi siempre mejor que decir nada.

En lugar de temer que digamos algo equivocado, deberíamos acercarnos a las personas que están en dolor.

La gente necesita sentirse amada. Un niño en dolor necesita sentir los brazos de su padre alrededor de él. Cuando el padre está ausente, puede dejar palabras de amor escritas, como Dios lo ha hecho en su Palabra. Sin embargo, también puede pedirle a los hermanos y hermanas mayores del niño que expresen su amor hacia su hijo.

  1. Hay un tiempo para el silencio, para solo sentarse y escuchar, y llorar con los que lloran.
    A menudo condenamos a los amigos de Job, pero debemos recordar que ellos empezaron bien. Cuando vieron su miseria, lloraron en voz alta. Y luego, durante siete días y noches, se sentaron con él, en silencio, expresando sin palabras su preocupación por él (Job 2:11-13).

Si no sabemos qué decirle a un amigo en crisis, recuerda que mientras los amigos de Job permanecieran callados, le ayudaron a soportar su dolor. Más tarde, cuando comenzaron a dar consejos y reprensión no solicitada, Job no solo tuvo que lidiar con su sufrimiento, sino con respuestas engreídas de sus amigos, lo que aumentó su sufrimiento.

Cuando alguien en dolor expresa crudamente sus emociones, no debemos regañarlos. Los amigos dejan que sus amigos compartan sus sentimientos honestos. Cuando la corrección prematura y equivocada de los amigos de Job hirió a Job, ellos no tuvieron suficiente tacto para decir “lo siento”, y luego callarse. Ellos continuaron haciendo daño. Job les dijo: “Consoladores molestos son todos ustedes” (Job 16:2).

Darrell Scott me contó que después de que su hija Rachel fuera asesinada en Columbine, la gente a menudo le citaba Romanos 8:28. No estaba listo para oírlo. Cuán triste es que un verso tan poderoso, citado descuidada o prematuramente, se convierta en una fuente de dolor cuando debería ofrecer gran consuelo. Piensa en las verdades de Dios como herramientas. No uses un martillo cuando necesites una llave. Sobre todo, no utilices algunas de ellas cuando necesites darle a alguien un abrazo, una manta, o una comida, o simplemente llorar con ellos.

Los amigos dejan que sus amigos compartan sus sentimientos honestos.

Por otro lado, Nancy Guthrie dice que las personas que sufren deben extender gracia a los consoladores insensibles que les hacen daño. Lo último que necesita una persona afligida es llevar la carga del resentimiento. “Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo” (Ef. 4:32).

  1. No te desaparezcas ni evites a tu amigo que te necesita ahora más que nunca.
    Mi madre murió en 1981, cuando yo era un pastor joven. Diez años antes, no mucho después de convertirme en cristiano, tuve el gozo de conducir a mi madre a Cristo. Crecimos juntos, leyendo y discutiendo las Escrituras y grandes libros, orando y riendo juntos, y luego discutiendo sobre mis hijas, sus nietas, Karina y Angela. Cuando ella murió, lloré mi pérdida, la de mi esposa, y sobre todo la de mis hijas. Sentí que arrancaron una parte de mí.

Cuando entré en la iglesia ese primer domingo después de la muerte de mamá, sentí como si mi presencia separaba el Mar Rojo. En lugar de saludarme calurosamente en su manera habitual, la gente se hizo a un lado. Sabía que lo hacían porque no sabían qué decir, pero eso magnificó mi soledad.

La mayoría de nosotros hemos visto a amigos desaparecer cuando más los necesitábamos y, sin querer, hemos hecho lo mismo con otros. Si te encuentras en la posición de no querer hacer una llamada telefónica cuando te enteras de la crisis de alguien, recuerda que cualquier expresión de preocupación es mejor que ninguna. Cuando las personas pierden a un ser querido, no quieren “seguir adelante” como si la persona nunca hubiera existido. Usualmente quieren y necesitan hablar de ellos, aunque hacerlo les haga llorar.

Originalmente publicado por Eternal Perspectives Ministries, donde también puedes leer una extensa lista de libros (en inglés) recomendados por el autor. Traducido por Diana Rodríguez.

Randy Alcorn es el autor de más de 40 libros y también el fundador y director de Ministerios Eterna Perspectiva. Él ama a Jesús, su esposa Nanci, sus hijos, y sus cinco nietos.

Ecumenismo

Ecumenismo

Miguel Núñez y Juan Sánchez

Como enseñan nuestros documentos fundacionales, Coalición por el Evangelio es una comunidad de iglesias evangélicas profundamente comprometidas con la renovación de nuestra fe en el evangelio de Cristo y la reforma de nuestras prácticas de ministerio para conformarlas plenamente a las Escrituras. Buscamos realizar esfuerzos junto a otras personas que tienen la convicción de que la misericordia de Dios en Cristo Jesús es nuestra única esperanza de salvación eterna. Deseamos defender este evangelio de manera clara, con compasión, coraje y gozo, uniendo alegremente corazones con hermanos creyentes de diferentes denominaciones, etnias, y clases.

Entre nuestros distintivos doctrinales, nosotros afirmamos:

La realidad de un Dios Trino, creador y sustentador del universo, revelado de manera particular a su Creación en la faz de Jesucristo a través de las Escrituras.
La creación de una humanidad creada a imagen de Dios, que a través de la caída de Adán distorsionó y corrompió esa imagen en todas sus facultades.
Que desde toda la eternidad pasada, Dios determinó en su gracia salvar a una gran multitud mediante la fe depositada en Cristo Jesús.
Que la salvación no se encuentra en ningún otro fuera de Cristo Jesús, por cuanto no hay otro nombre bajo cielo por medio del cual podamos ser salvos.
Que Cristo, a través de su obediencia y muerte, canceló completamente la deuda de todos aquellos que fueron justificados en la cruz, de una vez y para siempre.
Que los 66 libros de las Sagradas Escrituras son los únicos inspirados por Dios, y que allí se revela todo lo que el hombre de Dios necesita en asuntos de fe y práctica.
Que Cristo Jesús es la cabeza de la iglesia, siendo Él mismo su piedra angular.
Debido a estas afirmaciones, nosotros negamos:

La posibilidad de algún dios fuera del Dios de las Escrituras, y que ningún otro ser creado puede ser venerado o servir de intercesor, en teoría o en la práctica.
Que en el hombre haya quedado una inclinación natural a hacer el bien, para someterse a la voluntad de Dios o aun para desear a Dios.
Que el hombre colabore o contribuya con sus obras de alguna manera a su salvación.
Que aquellos que han sido justificados por la fe en Cristo Jesús tengan necesidad de hacer expiación de alguna manera por su pecado, en esta vida o en la eternidad.
Que haya otro co-redentor o mediador para la salvación de los hombres fuera de o junto a la persona de Cristo Jesús.
Que haya alguna autoridad máxima o similar a aquella que da la Escritura, y que haya algún otro libro inspirado por Dios fuera de aquellos 66 reconocidos por la Iglesia a lo largo de su historia.
Que algún hombre pueda, en teoría o práctica, considerarse como cabeza de la iglesia de Cristo Jesús.
El esfuerzo de esta Coalición es de buscar unir a iglesias en torno a estas y otras de las verdades reveladas por la Palabra de Dios y el evangelio. Esta unión es una en torno a la verdad, no a expensas de la verdad. Por tal razón, nosotros condenamos el movimiento ecuménico que procura una unión a expensas de las verdades claramente reveladas en las Escrituras. No es posible para los cristianos el tener unión real, en teoría o práctica, con aquellos que niegan las verdades cardinales de la fe cristiana.

Por tal razón, debido a que la Iglesia Romana no puede afirmar y negar lo que afirmamos anteriormente, nosotros no podemos considerar a tal denominación como una representación del cristianismo bíblico. Eso no significa que Dios, en su soberanía, no haya salvado personas dentro de ese movimiento, que eventualmente son iluminados a conocer la verdad del evangelio más cabalmente en el rostro de Cristo Jesús. Estas conversiones ocurren no por las enseñanzas de la Iglesia de Roma, sino a pesar de dichas enseñanzas. En muchas iglesias donde hoy se predica la sana doctrina de nuestro Señor, hay hermanos que pueden dar testimonio de esta realidad.

A lo largo de los años han surgido corrientes y tendencias que han amenazado la fe cristiana y los fundamentos de la sociedad en áreas consideradas como vitales tanto para los evangélicos como para los católicos. En esos casos, ambos grupos han estado dispuestos a oponerse a dichas corrientes, en ocasiones por separado, y en otros casos firmando documentos que defienden la dignidad de la vida o el concepto bíblico del matrimonio, como dos ilustraciones muy actuales. Esto no debe abrir la puerta para considerar que nuestros principios doctrinales como evangélicos sean similares a los de la iglesia de Roma hasta el punto de poder formar alianza con ellos. Una alianza de este tipo nunca será algo que apoyemos ni promovemos.

Miguel Núñez y Juan Sánchez

A nombre de Coalición por el Evangelio

​Miguel Núñez es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.

Juan Sánchez ha servido desde 2005 como pastor principal de High Pointe Baptist Church en Austin, Texas. Es graduado de la Universidad de Florida (B.M.Ed.) y el Southern Baptist Theological Seminary (M.Div., Th.M., Ph.D.). Además de entrenar pastores en los Estados Unidos y Latinoamérica, Juan es también miembro del concilio de The Gospel Coalition, presidente de Coalición por el Evangelio, y sirve como profesor asistente de teología cristiana en el Southern Baptist Theological Seminary. Juan está casado con Jeanine, y vive en Austin, Texas, al igual que sus cinco hijas, dos yernos, y tres nietos. Puedes seguirlo en Twitter: @manorjuan.

¿Qué es la verdadera fe? | Juan José Pérez

¿Qué es la verdadera fe?

Juan José Pérez

La vida cristiana inicia por fe, cuando decides no tener tu propia justicia que es según la obediencia a ley, sino tener la justicia de Dios que es según Jesucristo (Fil. 3:9). Luego de eso, la vida cristiana sigue por fe: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Por último, la vida cristiana termina por fe: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7).

Toda la vida del creyente se caracteriza por la fe. Como dice Romanos 1:17: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”. Algunas versiones traducen: “De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin” (NVI). Por supuesto, al hablar de esto no me refiero al conjunto de doctrinas (¡aunque es indispensable!), como cuando hablamos de la “fe cristiana” para hablar de las cosas que creemos, sino de la fe como nuestra confianza en Dios.

La fe definida en Hebreos 11
Entonces, ¿qué es exactamente la fe y cómo se ve en nuestras vidas? El extenso y rico capítulo de Hebreos 11, conocido como “el salón de la fama de la fe”, es el mejor lugar de la Biblia para acudir por una respuesta. El autor explica la fe de esta manera:

“Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. […] Y sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan. […] Por la fe Abraham habitó como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña […] porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”, Hebreos 12:1-10.

Allí se nos explica que la fe es estar seguros y convencidos de algo (v. 1), creer en algo (v. 6), y esperar en eso (v. 10). Solemos usar la palabra “creo” para hablar de algo que pensamos posible –como cuando decimos: “creo que mañana va a llover”—, pero la Biblia habla de la fe como una convicción firme.

La fe nos permite contemplar con nuestros corazones lo que todavía no podemos mirar con nuestros ojos.

Es una seguridad tal, que el creyente puede incluso “ver” lo que no se ve: “Todos estos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto desde lejos y aceptado con gusto” (v. 13). De alguna manera, casi imposible de describir, la fe nos permite contemplar con nuestros corazones lo que todavía no podemos mirar con nuestros ojos. Nos permite saborear ahora un adelanto de lo venidero.

Eso nos lleva a un punto crucial: el objeto de nuestra fe, aquello en lo que creemos. Ese objeto no somos nosotros mismos. Ni siquiera es nuestra propia fe, ya que sin importar cuánta fe tengamos, ella en última instancia no puede cambiar las cosas. Solo Dios las puede cambiar. Y si nuestra fe no está puesta en el objeto correcto, nada vale en realidad.

En cambio, el capítulo nos dice una y otra vez que el objeto de nuestra fe son las promesas de Dios: “También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró a Aquel que lo había prometido” (v. 11); “Todos estos murieron en fe, sin haber recibido las promesas” (v. 13); “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac” (v. 17); “Todos estos, habiendo obtenido aprobación por su fe, no recibieron la promesa” (v. 39).

La fe consiste en estar seguros y esperar en lo que Dios prometió.

¿Por qué creer en las promesas de Dios?
Hebreos también nos dice cuál es el soporte de esa confianza. Consta de dos pilares, y el primero de ellos es la fidelidad de Dios: “También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel a Aquel que lo había prometido” (v. 11). Nuestra esperanza de que Dios cumplirá sus promesas se basa en su fidelidad.

Nuestra esperanza de que Dios cumplirá sus promesas se basa en su fidelidad.

Por supuesto, en el mundo hay personas fieles y confiables, con muchas buenas intenciones, pero sin el poder para darnos todo lo que prometen. Pero ese no es el caso de Dios, y por eso el segundo pilar para el soporte de nuestra fe es el poder de Dios: “[Abraham] consideró que Dios era poderoso para levantar [a Isaac] aun de entre los muertos, de donde también, en sentido gurado, lo volvió a recibir” (v. 19).

Al pensar en estos dos pilares, no puedo evitar pensar en Romanos 4, cuando dice que Abraham “estaba como muerto puesto que tenía como cien años” (v. 19) cuando recibió la promesa de que sería padre de muchas naciones. Era un hombre viejo y acabado. Cuando miraba a su esposa, también veía a una mujer vieja y estéril. ¡Esto era esterilidad por todos los lados! Sin embargo, creyeron en esperanza contra toda esperanza contraria (Ro 4:18). Ellos consideraban que Dios era poderoso para darles lo prometido (v. 20).

Luego de la cruz de Cristo, nosotros conocemos mucho más que Abraham sobre la fidelidad de Dios y su poder. Tenemos razones de sobra para confiar con convicción en nuestro Dios, esperando en sus promesas para nuestras vidas. Sí, como los creyentes de Hebreos 11, seguramente partirás de este mundo sin ver aquí el cumplimiento todas ellas. Sin embargo, por la fe puedes empezar a vislumbrar ahora lo que Dios hará más adelante.


Juan José Pérez es pastor en la Iglesia Bautista de la Gracia, en Santiago de los Caballeros (República Dominicana). Posee dos maestrías del Seminario Bautista Reformado (Taylors, Carolina del Sur, Estados Unidos), y sirve como decano de la Academia Ministerial de la Gracia.

El Mito de las Enfermedades Mentales | Sugel Michelen

El Mito de las Enfermedades Mentales

Por Sugel Michelén

Uno de los problemas con las etiquetas que usan los psiquiatras y psicólogos para las “enfermedades mentales” es que no describen una enfermedad específica o una causa médica que explique el comportamiento anormal del individuo, sino más bien un conjunto de síntomas que la persona presenta. En ese sentido, el término “enfermedad mental” es engañoso, porque puede dar la impresión de que se ha diagnosticado una “enfermedad” real, cuando lo que se está describiendo es una sintomatología.

En el 1952 en el Manual de Diagnóstica y Estadística de Desórdenes Mentales se señalaban 60 tipos y subtipos de enfermedades mentales. Dieciséis años más tarde el número había crecido a 145, y ya para el 1995 la cifra llegó a 230. El problema con esto es que no estamos lidiando con algo en lo que se puede hacer un diagnóstico preciso.

El psiquiatra Thomas Szasz dice al respecto: “No hay conducta o persona a la que un psiquiatra moderno no pueda plausiblemente diagnosticar como anormal o enferma” (cit. por Martin y Deidre Bobgan, Psico-Herejía, la Seducción Psicológica de la Cristiandad; pg. 196).

Después de la caída todos los seres humanos tenemos desbalances en algunas áreas. Con esto no estoy diciendo que no existan comportamientos anormales, o si prefiere llamarlo de otro modo, problemas psiquiátricos; pero tales problemas no deben ser rotulados como “enfermedades mentales” si se está usando el término “enfermedad” en un sentido literal, no metafórico.

¿Qué son, entonces, estos problemas? Algunos problemas de comportamiento anormal tienen una causa física y, por lo tanto, deben ser tratados por un médico. Puede tratarse de una disfunción orgánica que esté afectando el cerebro, tumores, desórdenes glandulares, desórdenes químicos. En cada uno de estos casos estamos ante un problema orgánico que debe ser tratado por un neurólogo, un endocrinólogo, o incluso por un psiquiatra si éste se mantiene dentro del campo médico.

Robert Smith, doctor en medicina, dice lo siguiente al respecto: “Tumores, heridas serias, derrames cerebrales, etc., pueden dañar parte del cerebro y afectar el modo de pensar y actuar de la persona, pero estas no son enfermedades mentales, sino enfermedades orgánicas que pueden ser probadas en laboratorios. Ellas pueden ser causa de que el cerebro esté enfermo pero no la mente. Si bien las partes dañadas del cerebro no están disponibles para la mente, la mente no está enferma. En este caso hay un daño cerebral pero no una enfermedad mental. El concepto de mente enferma es una teoría no probada científicamente” (cit. por MacArthur; Consejería Bíblica; pg. 367; el énfasis es mío).

También puede darse el caso de un mal funcionamiento químico como resultado del abuso de drogas, o incluso por la falta de sueño. Jay Adams dice al respecto: “Los problemas perceptivos pueden resultar de una acumulación de sustancias tóxicas del metabolismo del cuerpo, causadas por un déficit agudo de sueño” (Manual del Consejero Cristiano; pg. 383).

Algunos de los llamados problemas psiquiátricos o enfermedades mentales, pueden tener un origen netamente espiritual. Un ejemplo de este tipo de casos lo encontramos en la Biblia, en la historia de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, y Caín le tenía envidia a Abel porque veía que Dios estaba agradado con él.

El corazón de Caín se había llenado de envidia y de amargura, y finalmente se deprimió. Dice en Gn. 4:5 que se ensañó contra su hermano en gran manera, y decayó su semblante. Noten cómo Dios trató con el problema: “Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:6-7).

Caín ofreció a Dios una ofrenda que Dios rechazó por su actitud pecaminosa; pero en vez de arrepentirse Caín complicó aún más las cosas al responder mal al rechazo de Dios. Se enojó y se deprimió; llenó su corazón de amargura y resentimiento; probablemente comenzó a sentir auto-compasión, y quién sabe cuántas cosas más.

Pero entonces Dios viene a él y le da una solución: “Si haces el bien, serás enaltecido”. En otras palabras: “Dejarás de estar deprimido. Pero si continúas reaccionando pecaminosamente, caerás más profundamente en las garras del pecado, que como un animal salvaje está acechando a la puerta, ansioso por devorarte”.

Caín no hizo caso a la advertencia divina, y el pecado lo devoró; finalmente mató a su hermano. Siguió alimentando su ira, su resentimiento, su auto-compasión, y ahí tienen el resultado.

El principio encerrado en esta historia es que el comportamiento determina los sentimientos. Si actúas mal, te sentirás mal. Por eso Pedro dice en su primera carta: “El que quiera amar la vida y ver días buenos (lo contrario a estar deprimido), refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala” (1P. 3:10-11).

Si Caín hubiese hecho esto hubiese resuelto su estado depresivo y nunca hubiese llegado a hacer lo que hizo. Las circunstancias del hombre han cambiado inmensamente de la época de Caín para acá; los problemas que tenemos que enfrentar a diario son muy distintos, pero el principio sigue vigente: Una de las razones por la que las personas se deprimen es porque responden equivocada y pecaminosamente a los problemas de la vida.

También es probable que el problema tenga una causa física y una causa espiritual al mismo tiempo, y en tal caso debe tratarlo un médico conjuntamente con alguien que aconseje bíblicamente al individuo.

Debido a la unidad orgánica que existe entre el alma y el cuerpo, muchas veces nuestros problemas se mezclan y nosotros debemos tener discernimiento para detectar cuándo el comportamiento se debe al problema físico, y cuándo se trata de un asunto espiritual.

Por ejemplo, un niño al que se le ha diagnosticado ADD puede ser que tenga un problema en la tiroides que esté afectando su nivel de energía. Pero eso no lo excusa para que golpee a sus amigos o a sus hermanos cuando quiere un juguete que ellos tienen.

Nunca debemos excusar el pecado por un problema físico, aunque podemos ser comprensivos al tratar con un niño, o aun con un adulto, cuya condición física le haga más difícil seguir instrucciones u obedecer.

Una persona puede estar deprimida por una causa física, pero si tal persona se ampara en su tristeza para pecar y dejar de hacer lo que sabe que debe hacer, es muy probable que agrave su problema, porque añadirá la culpa a su condición. ¿Cómo se deben tratar este tipo de casos?

En primer lugar, debemos buscar información de modo que podamos comprender a la persona que está atravesando por esa dificultad.

En segundo lugar, debemos tratar de distinguir, en la medida de lo posible, las causas físicas del problema, si las hay, de las causas espirituales. Si existe algún problema orgánico, el médico debe tratar con él, mientras nosotros trabajamos con las Escrituras los asuntos del corazón con amor y compasión.

Si no hay problema orgánico, o no se ha podido detectar ninguno, pero aun los síntomas físicos son severos, dolor, falta de sueño, ansiedad, hiperactividad, etc., entonces debemos considerar el uso de medicamentos para aliviar los síntomas. El uso de medicamentos en tales casos no debe hacerse a la ligera, pero no debe ser descartado. Este es un asunto de libertad cristiana.

De paso, si alguien lee este artículo y en estos momentos está bajo medicación por orden de un médico, no le aconsejo que decida por Ud. mismo descontinuar sus medicamentos. Lo más sabio es que busque consejo de su médico y de sus pastores.

Para concluir solo quiero añadir dos pensamientos adicionales. En primer lugar, que debemos poner la autoridad de Dios y de Su Palabra por encima de cualquier teoría o razonamiento humano. No sabemos cuántas otras teorías el hombre seguirá urdiendo con el paso de los años que contradicen las Escrituras, pero nosotros debemos permanecer firmes en nuestra convicción de que Dios es Dios y la Biblia Su Palabra (comp. Is. 8:20; Rom. 3:4).

En segundo lugar, que debemos profundizar cada vez más en el conocimiento de la teología bíblica, o no seremos capaces de filtrar las mentiras y errores del mundo. Muchos buenos cristianos son seducidos por estas teorías psicológicas, no porque desprecien la Biblia, sino porque son incapaces de discernir que tales teorías se oponen a las Escrituras.

Que Dios nos conceda un conocimiento cada vez más amplio de Su Palabra para que podamos tener discernimiento, y un corazón para obedecerle a Él antes que a los hombres.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia

Confronta a los hipócritas, pero no los canceles | Will Anderson

Confronta a los hipócritas, pero no los canceles

Will Anderson

En la era digital, las historias de pastores caídos se vuelven virales, se documentan y se distribuyen a las masas a través de las redes sociales, YouTube, podcasts y denuncias en línea. Cuanto más prominente es el líder, más fuerte es el ruido. Cuanto más graves sean los pecados, mayor será la audiencia.

Desenmascarar a los charlatanes religiosos es lo correcto. Honra a las víctimas, hace que los líderes descarriados rindan cuentas y desafía los modelos de liderazgo basados más en la celebridad que en el servicio. Pero si bien exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, es un primer paso crucial, no es una solución completa.

La hipocresía es como una máquina demoledora que destroza las almas a su paso, dejando a los santos desorientados tambaleándose entre los escombros de la traición. Los pastores falsos crean ovejas insensibles. En respuesta, algunos deconstruyen su camino hacia la desconversión, renunciando al cristianismo. Para los que se quedan, decididos a hallar sanidad en la iglesia y no fuera de ella, la ira, la desconfianza y la duda persisten: ¿Por qué volver a confiar en un pastor?

El hastío consume a innumerables buscadores de justicia. No basta con acusar a los abusadores espirituales; también estamos llamados a dar los primeros auxilios, vendando a los hermanos y hermanas heridos, indicándoles que Cristo es digno de confianza. Por eso me encanta Mateo 23, donde Jesús reprende ferozmente la hipocresía de los fariseos.

Este capítulo nos enseña de muchas maneras, a través de tres lecciones, que Jesús —y no los titulares— es quien debe moldear nuestra respuesta a la hipocresía.

  1. La hipocresía en los líderes no niega la obediencia en nosotros.
    Jesús no se contiene en Mateo 23, pues llama a los fariseos «hijos del infierno» y «guías ciegos», pero de forma sorprendente sus primeras palabras instruyen a los oyentes a obedecer las enseñanzas de ellos:

Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen (Mt 23:2-3).

Exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, pero no es una solución completa

El punto de Jesús es claro, aunque contracultural: Todo discípulo debe obedecer la verdad bíblica, independientemente de quién la enseñe. Es desconcertante que los pastores malos a menudo enseñen cosas buenas. Jesús no nos está diciendo que seamos indiferentes a los pastores farsantes (su crítica mordaz lo demuestra más tarde). Pero Jesús sabe que somos propensos a tirar el bebé (la verdad que fortalece la fe) con el agua sucia (la hipocresía que aplasta la fe). Incluso cuando el pecado anula el ministerio de alguien, la Palabra de Dios nunca debe ser anulada (Is. 55:9-11). Como explica el comentarista Michael J. Wilkins:

Hay que obedecer todas y cada una de las interpretaciones correctas de las Escrituras. Los fariseos decían muchas cosas buenas, y su doctrina estaba más cerca de la de Jesús en muchos aspectos cruciales que la de otros grupos… Jesús no condena la búsqueda de la justicia en sí misma; más bien, critica solo ciertas actitudes y prácticas expresadas dentro del esfuerzo por ser justos.

Cuando una autoridad espiritual engaña, es tentador descartar no solo a la persona, sino también todo lo que ha enseñado. Se siente más seguro desechar todo, incluyendo la doctrina. Pero esto crea cínicos que perciben toda autoridad espiritual como abusiva y cualquier llamado a la obediencia como legalismo. Dios quiere que seamos duros con los tiranos, pero tiernos con Su Palabra. Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal. Permanezcamos armados.

  1. Dios odia la hipocresía más que nosotros.
    Mateo 23, junto con toda la Escritura (ver Ezequiel 34), nos muestra la ira de Dios cuando los líderes espirituales engañan y maltratan a Su pueblo. Cristo tiene cero simpatía por encubrir o minimizar las prácticas que calumnian Su nombre y maltratan a Su novia. Su furia santa es intensa, no indiferente; específica, ni ambigua.

En Mateo 23:4-36, Jesús lanza algunos reproches que irritan a los fariseos: hipócritas, hijos del infierno, guías ciegos, insensatos, ciegos, codiciosos, autocomplacientes, sepulcros blanqueados, malvados, serpientes, camada de víboras. Lejos de ser insultos inmaduros, estas palabras revelan el amor de Cristo por Su pueblo. Como un padre que increpa a alguien que intenta hacer daño a su hijo, la intensidad muestra intimidad.

Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal

El amor también es evidente en lo específico de la ira de Jesús. Con argumentos afilados, persigue a los fariseos con precisión, como señala Wilkins en su comentario sobre este pasaje: ellos imponen cargas legalistas a la gente (v. 4), muestran su piedad de forma pretenciosa (v. 5), se aprovechan de su posición de modo que menosprecian la autoridad de Dios (vv. 6-12), juegan con la religión (vv. 15-22), hacen prominentes asuntos menores (vv. 23-34), valoran la tradición por encima de Dios (vv. 25-28), y ahogan a las voces justas con las suyas (vv. 29-32).

Jesús lo deja claro: los que alardean de Su nombre, a costa de Su pueblo, corren un grave peligro. La justicia llegará.

  1. Dios anhela sanar a los hipócritas.
    Con una ira justa corriendo por sus venas, las últimas palabras de Jesús en esta escena son impactantes:

¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! (v. 37).

Esto es notable: Dios reprende a los hipócritas, pero también quiere sanarlos. Cuando rechazan Su gracia, como a menudo lo hacen, se lamenta. ¿Lo hacemos nosotros? ¿Estamos dispuestos a imitar la ira y la compasión de Jesús? Todos los cristianos atraviesan la misma metamorfosis: enemigos de Dios convertidos en amigos de Dios por la gracia de Dios (Ro 5:10). Si la gracia de Dios está firmemente arraigada en nosotros, anhelaremos verla en los demás.

Arrogancia y falsa humildad
El enfoque de Jesús para enfrentarse a los hipócritas entra ciertamente en conflicto con el espíritu de nuestra época. Seguir Su ejemplo radical requiere evitar dos extremos.

El primer extremo es la arrogancia, una ira desligada de la humildad. De nuevo, debemos enfadarnos por la hipocresía; pero como cristianos, sabemos que la indignación «justa» se degrada rápidamente en ira injusta, alimentada más por el orgullo que por la justicia. La ira piadosa implica moderación, confiando en que Él hará justicia. Tal contención contradice la cultura de cancelación. Al igual que todas las emociones, sometemos nuestra ira a Dios, actuando de forma responsable para defender a las víctimas y destronar a los manipuladores, pero de forma justa, no insensata.

El segundo extremo es una falsa humildad, que se niega a señalar la hipocresía porque «al fin y al cabo, todos somos hipócritas». Mostrándose como no juzgadora, esta mentalidad ignora la enseñanza clara de Jesús de que la disciplina eclesiástica es necesaria (Mt 18:15-19). Pablo dice que es el «peor de los pecadores», pero también reprende a Pedro por negarse a comer con los gentiles (Gá 2:11-21). Si la ira de Jesús en Mateo 23 nos enseña algo, que algunas situaciones requieren que hablemos en voz alta contra la hipocresía. Si nos negamos a reprender cuando la ocasión lo exige (Lc 17:3), nuestro silencio es cobardía, no humildad.

Uno de mis profesores favoritos del seminario nos retó a leer Mateo 23 cada año, y he aceptado el reto. Todos tenemos la tentación de sacar provecho del liderazgo de forma egoísta. Que el temor al Señor nos guarde de la insensatez.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Will Anderson (MA, Talbot School of Theology) es director de Mariners Church en Irvine, California.

5 consejos bíblicos para abandonar el afán por las riquezas | Jim Newheiser

5 consejos bíblicos para abandonar el afán por las riquezas

Nota del editor:
Este es un fragmento adaptado del libro Dinero, deuda y finanzas: Preguntas comunes; respuestas bíblicas (Poiema Publicaciones, 2022), por Jim Newheiser.

Aunque es bueno y sabio preocuparse por ganar suficiente dinero para cumplir con las obligaciones financieras, hay muchas tentaciones al perseguir la riqueza de forma pecaminosa o imprudente. «Tesoros mal adquiridos no aprovechan» (Pr 10:2).

La búsqueda pecaminosa de la riqueza es causada por los pecados del corazón, incluyendo el orgullo, la codicia, la idolatría y la incredulidad. Las Escrituras dejan claro que la búsqueda pecaminosa de la riqueza nunca será provechosa a largo plazo.

1) No tengas prisa por hacerte rico
La manera en que Dios quiere que ganemos dinero es trabajando duro y trabajando con inteligencia o destreza (Pr 10:4; cp. 22:29), y que tal enfoque hará crecer nuestra riqueza gradualmente a lo largo del tiempo (13:11). Sin embargo, muchos son impacientes y codiciosos. No están dispuestos a esforzarse por adquirir y aplicar habilidades valiosas en el trabajo. Insisten en que deben adquirir riquezas rápidamente.

Las Escrituras dejan claro que la búsqueda pecaminosa de la riqueza nunca será provechosa a largo plazo

Las Escrituras advierten: «el que se apresura a enriquecerse no quedará sin castigo… El hombre avaro corre tras la riqueza y no sabe que la miseria vendrá sobre él» (28:20b, 22). Estas personas son vulnerables a los esquemas de enriquecimiento rápido que se aprovechan de la impaciencia y el orgullo de quienes no están dispuestos a seguir la sabiduría de Dios para el éxito vocacional.

2) No construyas tu riqueza mediante ninguna forma de robo
Cuando leemos el octavo mandamiento, que prohíbe robar (Éx 20:15), lo primero que se nos viene a la mente puede ser el hurto en tiendas, el robo de carteras, el hurto a mano armada y la malversación de fondos. Pero hay formas más sutiles de robar al prójimo.

Un pecado común en el mundo antiguo era que los mercaderes guardaban dos pares de pesas: una para comprar y otra para vender. El problema era tan grave que los arqueólogos que han desenterrado pesas no están seguros de cuál debería ser el valor exacto. «Pesas desiguales son abominación al Señor, y no está bien usar una balanza falsa» (Pr 20:23). Sería como una gasolinera en la que los surtidores dispensaran solo tres cuartos y cobraran por un galón, o como una tienda de comestibles en la que las balanzas de productos fueran inexactas.

Cuando los perezosos se convierten, el poder del evangelio los transforma en trabajadores diligentes que dan y no roban

Formas similares de robar serían aceptar el pago por ocho horas cuando solo se han trabajado seis, engañar en los impuestos sobre la renta, o facturar a un cliente más materiales y mano de obra de los que realmente se han proporcionado. Los creyentes que son culpables de haber robado deben restituir lo robado (Lc 19:8).

Otra forma de robo tiene lugar cuando los perezosos se niegan a trabajar y luego esperan que otros (la iglesia, los miembros de la familia y los amigos) los mantengan. Cuando los perezosos se convierten, el poder del evangelio los transforma en trabajadores diligentes que dan y no roban (Ef 4:28).

3) No engañes a los demás en asuntos financieros
También podemos caer en la tentación de engañar a los demás para conseguir riquezas. «Conseguir tesoros con lengua mentirosa es un vapor fugaz, es buscar la muerte» (Pr 21:6). Esto ocurre cuando un vendedor engaña a un cliente sobre su producto (o el de su competidor) o cuando un contratista toma atajos utilizando materiales inferiores a los que había prometido.

Otra forma de engañar a los demás es quitarles el valor de sus bienes y servicios. «“Malo, malo”, dice el comprador, pero cuando se marcha, entonces se jacta» (Pr 20:14). Este versículo me hace pensar en la gente que sale en un programa de televisión llamado Espectáculo de antigüedades y se jacta de haber comprado, a sabiendas, un artículo raro y valioso en una venta de garaje por solo una fracción de su valor real, aprovechándose así de la ignorancia del vendedor.

4) No maltrates a los demás para obtener ganancias
Aunque las Escrituras reconocen que es bueno obtener un beneficio proporcionando bienes y servicios valiosos, no se debe abusar del poder económico para explotar a los débiles: «El que oprime al pobre para engrandecerse, o da al rico, solo llegará a la pobreza» (Pr 22:16).

Jesús dijo que el trabajador merece su salario (Lc 10:7). La ley del Antiguo Testamento exigía que los trabajadores recibieran su salario a tiempo (Dt 24:15). Las Escrituras advierten que Dios juzgará a los empleadores que maltraten a sus trabajadores: «Miren, el jornal de los obreros que han segado sus campos y que ha sido retenido por ustedes, clama contra ustedes. El clamor de los segadores ha llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (Stg 5:4).

Aunque los principios generales de la oferta y la demanda son útiles para fijar salarios y precios razonables, se espera que las personas piadosas traten a los demás con equidad y resistan la tentación de aprovecharse de sus dificultades. Por ejemplo, en épocas de escasez de ciertos productos, «al que retiene el grano, el pueblo lo maldecirá, pero habrá bendición sobre la cabeza del que lo vende» (Pr 11:26).

5) No persigas la riqueza a expensas de tu relación con Dios, tu familia y la iglesia
Mientras el perezoso tiene la tentación de ignorar las seis séptimas partes del cuarto mandamiento, «seis días trabajarás y harás toda tu obra», el adicto al trabajo tiene la tentación de descuidar la adoración y el descanso porque ha hecho un ídolo de su vocación (Éx 20:8-11).

Mi primer trabajo después de la universidad fue en una empresa de consultoría. Confiaba en que mi compromiso con una ética de trabajo bíblica contribuiría a mi éxito y me haría destacar por encima de mis compañeros. Sin embargo, me sorprendió descubrir que mis compañeros de trabajo idolatraban tanto sus carreras que no podía seguirles el ritmo. Trabajaban los fines de semana y hasta altas horas de la noche entre semana, incluso cuando esas largas horas no eran necesarias. Aunque yo buscaba trabajar duro y estaba dispuesto a hacer horas extras cuando era necesario, quería pasar tiempo con mi esposa. Estaba muy involucrado en nuestra iglesia y no estaba dispuesto a faltar al servicio de adoración en el día del Señor.

Reservar el día del Señor para el servicio de adoración y el descanso requiere fe, lo cual honra a Dios

Observé que algunos de mis compañeros de trabajo parecían sufrir como resultado de su adicción al trabajo. Durante mi primer año en esta empresa, tanto mi jefe como el de ellos estaban en proceso de divorcio. Unos años más tarde, el jefe de nuestra división murió repentinamente de un ataque al corazón a una edad relativamente joven. «Había un hombre solo, sin sucesor, que no tenía hijo ni hermano, sin embargo, no había fin a todo su trabajo. En verdad, sus ojos no se saciaban de las riquezas, y nunca se preguntó: “¿Para quién trabajo yo y privo a mi vida del placer?”. También esto es vanidad y tarea penosa» (Ec 4:8).

Reservar el día del Señor para el servicio de adoración y el descanso requiere fe, lo cual honra a Dios. El regalo de Dios de un día de descanso también es beneficioso para nuestras almas y nuestros cuerpos (Mr 2:27). Así como los israelitas confiaron en que Dios les daría suficiente maná el sexto día para alimentarse el séptimo, nuestra decisión de seguir el patrón de descanso semanal de la creación de Dios expresa nuestra fe en que Él proveerá para nuestras necesidades sin que tengamos que trabajar los siete días de la semana.

Hacer de la adoración una prioridad en lugar de utilizar el domingo como un día más para buscar dinero honra a Dios y demuestra que valoramos el tesoro celestial (Mt 6:24).

Jim Newheiser es el director del programa de Consejería Bíblica y profesor de Teología Práctica en el Reformed Theological Seminary, Charlotte (Estados Unidos).