Lo que más necesita la gente es la verdad, una relación dinámica e informada con la Palabra de Dios. En un mundo caótico cegado por la incredulidad, tradición, el misticismo y error doctrinal, la Palabra de Dios penetra todo esto y proveé respuestas. Sintonize “Gracia a Vosotros” (https://www.gracia.org/) para escuchar una enseñanza clara, práctica, versículo a versículo, impartida por el Pastor John MacArthur.
John MacArthur Nacido el 19 de Junio de 1939, hijo de un pastor bautista conservador norteamericano, estudió en el Talbot Theological Seminary (1970). Es pastor de Grace Community Church en Sun Valley (California) una de las iglesias de mayor crecimiento en Estados Unidos y cuenta con un programa de radio «Gracia a Vosotros» que se transmite en varios idiomas. Autor de numerosos comentarios y libros basados en sus sermones, también traducidos a diversos idiomas, figura entre los autores evangélicos conservadores más leídos y apreciados de nuestra época.
La verdad de la Palabra de Dios siempre es contracultural y cuando se trata del concepto de ser un esclavo, ciertamente no es la excepción. De hecho, es difícil imaginar un concepto más ofensivo a la sensibilidad moderna que este de la esclavitud. La sociedad occidental, en particular, pone un precio alto a la libertad personal y a la libertad de elección. Por tanto, presentar las buenas nuevas en términos de la relación entre un esclavo y su amo va en contra de todo lo que nuestra cultura aprecia. Tal enfoque es controversial, antagónico y políticamente incorrecto. No obstante, esa es precisamente la forma en que la Biblia habla sobre lo que significa seguir a Cristo.
La esclavitud en la enseñanza de Jesús
Al presentar el evangelio a través del lente de la esclavitud, estamos siguiendo el ejemplo de Jesús mismo. Nuestro Señor ni apoyó ni denunció la institución de la esclavitud que existió en sus días. Sin embargo, la consideró una analogía apropiada para ilustrar ciertas verdades acerca del evangelio y el reino de Dios. Como lo explica un erudito:
“Jesús normalmente evocó la figura del esclavo en sus enseñanzas… para los comentaristas modernos, los esclavos y la esclavitud, con frecuencia han sido, ante todo, metafóricos. Para Jesús, eran parte de la estructura de la vida diaria. Jesús se apoyó en la figura del esclavo para su discurso no porque la figura de la esclavitud era parte de su herencia filosófica o retórica sino porque los esclavos eran comunes al mundo donde vivía: preparando alimentos, cosechando grano y recibiendo los golpes”[1].
Jesús trazó muchas de sus ilustraciones y parábolas en base al mundo del esclavo de sus días[2]. Los esclavos debían estar trabajando en los campos, recolectando el fruto de una viña, invitando a los convidados a una boda, velando por las labores de la casa o ayudando con las ocasiones especiales de la familia[3]. No obstante, cualquiera que fuera la representación específica, Cristo repetidamente utilizó las imágenes del esclavo como la mejor analogía para clarificar realidades espirituales profundas.
A partir de las enseñanzas de Jesús[4] aprendemos que el esclavo no es mayor que su amo; no conoce los planes de su amo. Ellos son responsables ante el amo por cómo usan sus recursos, incluso en su ausencia. También son responsables de cómo tratan a sus compañeros esclavos y son objeto del castigo considerable si son despiadados con otros. Se espera que los esclavos obedezcan y honren a sus amos sin quejas; no obstante, al esclavo fiel se le honrará por su servicio diligente. Por lo demás, los esclavos pueden esperar que los desconocidos los traten de la manera que tratan a su amo. Si al amo se le trata con desprecio, los esclavos no deben esperar que su trato sea mejor.
Jesús también utilizó el término esclavo para definir la realidad de lo que significa seguirlo a Él. El discipulado, como la esclavitud, implica una vida de autonegación, una disposición humilde con respecto a los otros, una devoción incondicional solo al Amo, una disposición a obedecer sus mandamientos en todo, un fervor por servirle incluso en su ausencia y una motivación que viene de saber que Él está satisfecho[5]. Aunque ellos fueron una vez los esclavos del pecado, los seguidores de Cristo reciben libertad espiritual y descanso para sus almas a través de la relación salvadora con Él[6].
Opuesto al trasfondo histórico de la esclavitud, el llamado de nuestro Señor al autosacrificio se vuelve mucho más vívido[7]. La vida de un esclavo consistía en una rendición absoluta, sumisión y servicio a su amo; las personas en los días de Jesús reconocerían inmediatamente el paralelo. La invitación de Cristo a seguirlo era una invitación a ese mismo tipo de vida.
John MacArthur presenta el evangelio de Cristo como el único y verdadero camino a la salvación. Hoy los posmodernistas declaran que «ningún camino único es el correcto», cualquier camino que desee tomar está bien. No existe la verdad absoluta. Pero en este libro, John MacArthur defiende la declaración exclusiva del cristianismo y presenta el evangelio de Cristo como el único y verdadero camino a la salvación.
Todo Comienza con Dios – Incluyendo el Evangelismo by Cameron Buettel
“En el principio creó Dios…” (Génesis 1:1)
La historia de redención de Dios comienza con Él mismo. Y es ahí donde debemos empezar cuando predicamos el Evangelio.
Eso no quiere decir que se requiera un discurso exhaustivo sobre el carácter y la naturaleza de Dios, o una investigación completa de sus atributos infinitos, para comprender y creer en el Evangelio. Ni siquiera nuestras mentes iluminadas por el Espíritu pueden comprender a Dios en toda Su plenitud; cuánto más una mente que aún está oscurecida por el pecado.
Sin embargo, no podemos presentar con precisión el Evangelio sin antes derribar las ideas falsas e idólatras sobre Dios que dominan el mundo. Hoy en día, la gente fabrica descuidadamente un dios basándose únicamente en su sentimentalismo y sus preferencias espirituales. Pero esta práctica popular es tan inútil como tratar de reescribir la ley de la gravedad o desear que desaparezca por completo. Dios es eterno (Isaías 57:15) e inmutable (Malaquías 3:6), y exige nuestra reverencia en Sus términos, no en los nuestros.
Dios se presenta a sí mismo en las Escrituras como el Dios vivo y verdadero. Él dice: «Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios» (Isaías 45:5). Además, la Palabra de Dios revela que el único Dios verdadero existe eternamente en tres Personas distintas.
La Trinidad
La doctrina de la Trinidad es imposible de comprender, pero como John MacArthur indica, es una doctrina incuestionablemente enseñada en la Biblia:
“No obstante, aunque la plenitud de la Trinidad está mucho más allá de la comprensión humana, se trata indiscutiblemente del modo en que Dios se ha revelado en la Biblia: como un Dios que existe en la eternidad en tres personas…
“Las Escrituras son claras en que estas tres personas juntas son un Dios y solo uno (Dt. 6:4). Juan 10:30 y 33, explican que el Padre y el Hijo son uno. Primera Corintios 3:16 muestra que el Padre y Espíritu son uno. Romanos 8:9 deja en claro que el Hijo y el Espíritu son uno. Además, Juan 14:16, 18 y 23, demuestran que el Padre, el Hijo, y el Espíritu son uno… Es decir, la Biblia deja en claro que Dios es un solo Dios (no tres), pero que el único Dios es una Trinidad de personas”[1].
Dios debe ser presentado como Trino para que pueda ser proclamado fielmente. Además, la Trinidad adquiere gran importancia en el ámbito de la evangelización porque las tres Personas desempeñan papeles distintos en la salvación de los pecadores. El Padre elige (Efesios 1:3-6); el Hijo redime (Efesios 1:7-12); y el Espíritu Santo convence (Juan 16:8), regenera (Tito 3:5) y habita en los creyentes (Efesios 1:13-14).
Creador y Juez
La Biblia presenta al Dios Trino como el Creador de todas las cosas, incluyendo la humanidad (Génesis 1). Como tal, Él es dueño legítimo de Su creación (Salmo 50:10-12) y exige adoración de nosotros, Sus criaturas (Éxodo 20:2-5; Mateo 4:10).
Pero la humanidad caída se niega en rebeldía a adorar al Creador. La comunión abierta que debería existir entre Dios y el hombre está ahora bloqueada por un muro de hostilidad divina (Salmo 5:5). La justa ira de Dios hacia los pecadores puede ser un tema desagradable para la sensibilidad moderna, pero es una verdad necesaria para despertar la indiferencia espiritual de nuestra época.
Aunque el carácter y la naturaleza de Dios es un tema inagotable, el evangelista debe esforzarse por inculcar algún sentido de la supremacía y soberanía de Dios en los corazones de los pecadores. Debe explicarles por qué deben temblar al pensar en el día en que estarán ante el tribunal del Dios santo (Hebreos 9:27). John MacArthur lamenta las tendencias evangelísticas modernas, las cuales como él comenta, hacen justamente lo contrario:
“’El principio de la sabiduría es el temor de Jehová’ (Salmo 111:10). Mucho de la evangelización contemporánea intenta despertar cualquier cosa menos el temor de Dios en la mente de los pecadores. Por ejemplo: ‘Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida’, es la línea para abrir la típica apelación evangelística. Esta clase de evangelismo está muy lejos de la imagen de un Dios al que debe temerse. El remedio para tal manera de pensar es la verdad bíblica de la santidad de Dios” [2].
Santo
Las Escrituras atribuyen el superlativo más fuerte para referirse a Dios como «santo, santo, santo» (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). Paul Washer señala que la santidad de Dios: “No es solamente un atributo entre muchos, sino que es el mismo contexto en el cual todos los otros atributos divinos se definen y se entienden”[3]. Nuestro énfasis evangelístico en la santidad de Dios no pretende ignorar sus otros atributos, como el amor, la misericordia y la gracia. Más bien, Sus otros atributos encuentran su significado dentro del contexto de la santidad de Dios.
La palabra «santo» se traduce de la palabra hebrea qadosh, y se refiere a la trascendencia de Dios. Como Creador, Él trasciende Su creación y es totalmente distinto de todo lo que ha hecho. Independientemente de su tamaño o esplendor, nada en la creación se acerca ni remotamente a las perfecciones de Dios.
Entonces, ¿por qué es tan importante explicar que el Creador del universo es santo? Porque nosotros, en nuestro estado pecaminoso, somos la antítesis de todo lo que Él es. No hay mayor dicotomía que demuestre nuestra enorme necesidad que la yuxtaposición entre un Dios santo y hombres pecadores. John MacArthur señala las terribles implicaciones de ese abismo infinito:
“El Eterno es completamente Santo y Su ley por consiguiente exige santidad perfecta: ‘Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo (Levítico 11:44) … Aun el evangelio requiere esta santidad: ‘Sed santos, porque yo soy santo’ (1 Pedro 1:16). ‘Seguid…la santidad, sin la cual nadie verá al Señor’ (Hebreos 12:14). Porque Él es santo, Dios aborrece el pecado”[4].
El Lugar Principal de Dios
Cuando los creyentes pensamos en Dios en términos del Evangelio, solemos hacer hincapié en Su amor y Su misericordia. Y aunque esos son atributos vitales, los cuales están entretejidos en todo el evangelio, no debemos cometer el error de descuidar Su naturaleza Trina, Su soberanía sobre la creación y Su santidad. Si lo hacemos, el resultado suele ser la proclamación de un evangelio centrado en el hombre, que presenta a Dios simplemente como un héroe que se aparece en última instancia para salvar el día.
La verdad es que los pecadores están en la mira de Dios. Son creación de Dios y han violado Su ley. Dios es el Salvador sólo porque Él es Aquel de quien los pecadores deben ser salvados, porque “Él no dejará impune al culpable” (Éxodo 34:7).
Cuando ponemos a Dios en el centro del Evangelio, adquirimos una perspectiva clara de la ofensa del pecado del hombre y la magnitud de su culpa.
Al apóstol Juan se le ha llamado “el apóstol del amor” porque escribió mucho sobre el tema. Estaba fascinado con el amor, abrumado por la realidad de que Dios lo amaba. A menudo, Juan se refirió a sí mismo en su evangelio como «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn. 21:20; cp. 13:23; 20:2; 21:7).
Juan escribió en su primera epístola: “Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Jn. 4:8-9). Esas palabras son un eco claro de un pasaje conocido, Juan 3:16: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Antes que nada, veamos con atención esta sencilla frase de 1 Juan 4:8: “Dios es amor”. ¿En qué sentido es cierto que Dios es amor? Hay muchas maneras de malinterpretar lo que Juan quiso decir. En realidad, 1 Juan 4:8 parece ser especialmente preferido por las sectas. Todo tipo de sectas desde la Ciencia Cristiana hasta los Hijos de Dios han aplicado de modo erróneo este versículo para apoyar ideas tremendamente herejes: la primera, usándolo para representar a «Dios como Principio Divino, como Amor, y no como una personalidad”[1]; y la segunda, usándolo para justificar la promiscuidad sexual[2]. Es importante que comprendamos y rechacemos no solo esas doctrinas sino también las falsas ideas en las que se basan, para no terminar confundidos en nuestra propia manera de pensar.
En primer lugar, la expresión “Dios es amor” no significa despersonalizar a Dios ni representarlo como una fuerza, una sensación, un principio o algún tipo de energía cósmica. Él es un ser personal, con todos los atributos de una persona: voluntad, afectos e intelecto. Es más, lo que el apóstol está diciendo es que el amor de Dios es la expresión más enaltecida de su persona.
Por tanto, usar este texto para tratar de despersonalizar a Dios es violentar en gran manera el significado claro de la Biblia. Tal interpretación en realidad tergiversa el texto.
Segundo, este versículo de ninguna manera identifica a Dios con todo lo que nuestra sociedad llama amor. Gordon Clark escribió: “Juan no está diciendo que todo tipo de emociones llamadas amor provienen de Dios. El romanticismo de Goethe, y mucho más el actual libertinaje sexual, no vienen de Dios”[3]. Es más, quienes citan este versículo para tratar de legitimar formas ilícitas de “amor” están tan lejos de la intención del apóstol cómo es posible estarlo.
El amor del que él habla es un amor puro y santo, coherente con todos los atributos divinos.
Tercero, esta no pretende ser una definición de Dios o un resumen de sus atributos. El amor divino en ningún sentido minimiza o anula otros atributos de Dios: Su omnisciencia, Su omnipotencia, Su omnipresencia, Su inmutabilidad, Su señorío, Su justicia, Su ira contra el pecado, o cualquiera de las perfecciones gloriosas de Dios. Negar alguna de ellas es negar al Dios de las Escrituras.
Sin duda, hay más en relación con Dios que el amor. Iguales expresiones en otras partes de la Biblia lo demuestran. Por ejemplo, el mismo apóstol que escribió estas palabras también subrayó: «Dios es Espíritu» (Jn. 4:24). La Biblia también afirma que: «Dios es fuego consumidor» (Dt. 4:24; He. 12:29). Y el Salmo 7:11 declara: «Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días».
La simple declaración «Dios es amor” obviamente no transmite todo lo que puede conocerse acerca de Dios. Es por medio de la Biblia que sabemos que Él también es santo, justo y fiel a Su Palabra.
El amor de Dios no contradice Su santidad; al contrario, la complementa, la amplifica y le da su significado más profundo. Por tanto, no podemos separar esta frase del resto de las Escrituras y tratar de hacer que el amor represente la suma de lo que sabemos respecto a Dios.
Diciendo la Verdad Sobre el Hombre by Cameron Buettel
Durante una entrevista en 1970, el Dr. Martyn Lloyd-Jones concluyó que la doctrina de la evolución del hombre es fundamentalmente errónea en dos aspectos: “Critico la visión moderna del hombre por dos motivos: uno es que le da demasiado crédito al hombre en ciertas áreas. Y segundo, que no le da suficiente crédito al hombre en otras áreas”.
Jones se refería a las dos verdades bíblicas que los evolucionistas niegan rotundamente. Ellos identifican al hombre como “simplemente un animal” y se niegan a reconocer que fue creado a imagen de Dios. Por otro lado, la sabiduría secular de nuestros días declara al hombre moralmente neutral y se niega a reconocer lo que es tan dolorosamente obvio: que todas las personas son pecadoras por naturaleza.
Hechos a la Imagen de Dios
La Biblia deja claro que la humanidad no es simplemente una especie de animal que compite en la lucha por la supervivencia. Las Escrituras declaran que Dios hizo al hombre para que fuera la cúspide de Su creación:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:26-28).
No hay nada sin sentido o aleatorio en la existencia humana. Fuimos diseñados originalmente para dominar el mundo que Dios creó. El hombre, como portador de la imagen de Dios, tiene una misión divina que lo diferencia por completo del reino animal.
Pero, ¿qué significa exactamente que el hombre fue creado a imagen de Dios?
Aunque el tema de imago Dei es un tema teológico profundo en sí mismo, contiene una verdad inherente que es vital para el evangelismo: El hombre es una criatura moral que debe rendir cuentas a Dios. James Montgomery Boice resaltó esa implicación crítica:
“Un elemento que le pertenece a aquel que fue creado a la imagen de Dios es la moralidad. La moralidad incluye además dos elementos: la libertad y la responsabilidad. Ahora bien, la libertad que poseen los hombres y las mujeres no es absoluta. Incluso al principio, el primer hombre, Adán, y la primera mujer, Eva, no fueron autónomos. Eran criaturas y tenían la responsabilidad de reconocer su condición mediante su obediencia”[1].
Comprender que hemos sido creados a imagen de Dios conlleva un sentimiento de honor, pero también conlleva una gran responsabilidad. Nuestra moralidad inherente no respalda nuestros principios morales. Más bien, nos condena por nuestra incapacidad de comportarnos moralmente. Nuestro conocimiento del bien y del mal, y el hecho de que continuamente violamos esa moralidad, nos apunta a la realidad histórica de la caída de Adán.
Caídos
¿Somos pecadores porque pecamos, o pecamos porque somos pecadores? Tenga cuidado con la respuesta a esa pregunta porque no es un juego de palabras. Sólo hay una respuesta que es bíblicamente cierta.
Cuando Adán cayó en el Jardín, su pecado se transmitió a la naturaleza de todos sus descendientes. No son nuestros pecados los que nos hacen pecadores. Nuestros pecados revelan nuestra verdadera naturaleza pecaminosa. John MacArthur explica:
“Toda la humanidad estaba sumida en esta condición de culpabilidad debido al pecado de Adán. ‘Porque, así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores’ (Romanos 5:19). Esta es la doctrina del pecado original, una verdad que Pablo explica en Romanos 5:12-19…Demostramos nuestra complicidad voluntaria a la rebeldía de Adán cada vez que pecamos. Y como nadie con la excepción de Jesús ha vivido jamás una vida sin pecado, nadie está realmente en posición de dudar de la doctrina del pecado original, y mucho menos de considerarla injusta”[2].
El pecado original es una verdad bíblica que puede demostrarse empíricamente. Cuando la Biblia nos dice que todo el mundo es pecador (Romanos 3:23), esto ratifica lo que la suma de nuestra experiencia de vida ya ha demostrado. El pecado original es la razón por la que tenemos desde guerras mundiales hasta cerraduras en nuestras puertas. Por eso la gente se enferma y muere. ¡Es por eso que estamos muriendo! No hay ningún lugar donde huir de la realidad y del impacto del primer acto de rebeldía de Adán en el Jardín. Y no hay forma de eludir nuestros propios crímenes de complicidad posteriores.
Culpables y Sin Excusa
El fracaso del hombre en honrar y obedecer a su Creador nunca se ha debido a la ignorancia por parte de la humanidad, ni a la falta de pruebas por parte de Dios. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).
Cuando proclamamos al Dios de las Escrituras a los pecadores, no estamos tratando de suplir su falta de educación teológica. Estamos presentando una verdad que resuena claramente con lo que ellos ya saben instintivamente. La Palabra de Dios nos dice que los pecadores no están desinformados acerca de la verdad de Dios, sino que suprimen esa verdad “con injusticia” (Romanos 1:18). En pocas palabras, el problema principal del hombre siempre ha sido el amor al pecado, no la falta de educación.
“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:21). Dios hace responsable al hombre pecador por no haberle adorado correctamente. Y en el Día del Juicio, le tendremos que rendir cuentas por no haberlo hecho (Hebreos 9:27).
Ese juicio se extenderá a todas nuestras acciones (Apocalipsis 20:11-12), palabras (Mateo 12:36-37) e incluso, pensamientos (Mateo 5:27-28; 1 Corintios 4:5). No habrá dónde esconderse, ni nada que ocultar en el Día del Juicio.
Amonestar vs. Agradar
Los evangelistas fieles nunca consuelan a los pecadores que no se han arrepentido. Por el contrario, debemos amonestarlos. Debemos exponer lo terrible y ofensivo del pecado confrontándolos con una norma objetiva de justicia. Puesto que el pecado se define bíblicamente como infracción de la ley (1 Juan 3:4), John MacArthur aboga por el uso de la ley de Dios al exponer el pecado, diciendo:
“Jesús y los apóstoles no dudaron en usar la ley en su gestión evangelizadora. Ellos sabían que la ley revela nuestro pecado (romanos 3:20) y es un tutor para conducirnos a Cristo (Gálatas 3:24). Es la manera en que Dios hace que los pecadores entiendan su propia incapacidad. Claramente, Pablo entendió el lugar crucial de la ley en los contextos evangelísticos. Pero muchos hoy creen que la ley, con su exigencia inflexible de la santidad y la obediencia, es contraria e incompatible con el evangelio.
“¿Por qué deberíamos hacer tales distinciones donde las Escrituras no la hace? Si las Escrituras advirtieran en contra de predicar el arrepentimiento, la obediencia, la justicia o el juicio para los incrédulos, eso sería diferente. Pero la Biblia no contiene tales advertencias. Todo lo contrario…Si queremos seguir un modelo bíblico, no podemos ignorar el pecado, la justicia y el juicio porque son los temas por los cuales el Espíritu Santo condena al incrédulo (Juan 16:18). ¿Podemos omitirlos del mensaje y todavía llamarlo el evangelio?”[3].
Algunos sostienen que es mejor predicar sobre el amor de Dios que sobre el pecado del hombre. Puede parecer una idea mucho más agradable y atractiva, pero la Escritura revela el amor de Dios por medio de la pecaminosidad humana: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). No predicar sobre el pecado deja sin sentido el amor de Dios y sin propósito la cruz de Cristo.
Si queremos proclamar fielmente el evangelio, tenemos que dejar que la gloriosa luz de la obra salvadora de Cristo brille sobre el pecado del hombre. La cruz nunca será considerada como la solución al pecado del hombre, a menos que primero el problema sea explicado. Y el problema principal se muestra gráficamente en el contraste entre la santidad de Dios y la pecaminosidad del hombre. Cuanto más polarizamos estas dos verdades, más profunda es la representación de la obra redentora de Cristo. Consideraremos esto en el siguiente blog.
Hace unos años, cuando atravesaba el país en un vuelo local, conecté los auriculares y comencé a escuchar la programación musical. Me asombró la cantidad de música que hablaba del amor. En ese entonces, estaba predicando de 1 Juan 4, por lo que el tema del amor estaba muy presente en mi mente. Me di cuenta de lo simplistas y superficiales que eran casi todas las letras de las canciones. «Ella te ama, sí, sí» es un clásico según las normas mundanas. Pero pocas personas dirían que sus letras son de verdad profundas.
Comencé a comprender lo fácil que nuestra cultura banaliza el amor volviéndolo sentimentalismo. El amor del que oímos en canciones populares casi siempre se presenta como un sentimiento, y por lo general implica deseos no cumplidos. La mayoría de las canciones de amor lo describen como un anhelo, una pasión, un capricho que no se satisface del todo, una serie de expectativas que nunca se cumplen. Por desgracia, ese tipo de amor carece de cualquier significado definitivo. En realidad, se trata de un reflejo trágico de la perdición humana.
Al reflexionar sobre esto, me di cuenta de algo más: la mayoría de las canciones acerca del amor no solo reducen el amor a una emoción, sino que también lo vuelven involuntario. Las personas “se enamoran”. Pierden la cabeza por amor. No pueden evitarlo. Enloquecen por amor. Una canción lamenta: «Estoy enganchado en una sensación”; mientras otra confiesa: “Creo que estoy volviéndome loco”.
Podría parecer un sentimiento romántico bonito caracterizar al amor como una pasión incontrolable, pero al pensar cuidadosamente al respecto, nos damos cuenta de que tal «amor» es tanto egoísta como irracional. Está lejos del concepto bíblico del amor. Según la Biblia, el amor no es una sensación impotente de deseo. Al contrario, es un acto voluntario de entrega personal. Quien ama de forma auténtica está deliberadamente entregado al ser amado. El amor verdadero surge de la voluntad, no de la emoción ciega. Por ejemplo, consideremos esta descripción del amor de la pluma del apóstol Pablo:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).
Esa clase de amor no puede ser una emoción que oscila involuntariamente. No se trata de un simple sentimiento. Todos los atributos del amor que Pablo enumera incluyen la mente y la voluntad. Es decir, el amor que él describe es un compromiso serio y voluntario. Además, observemos que el amor verdadero «no busca lo suyo». Eso significa que, si realmente amo, no me preocupo por cumplir mis deseos, sino por buscar lo mejor para quien es el objeto de mi amor.
Por esta razón, la marca del verdadero amor no es deseo desenfrenado o pasión irracional; es una entrega personal. Jesús mismo subrayó esto cuando declaró a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (John 15:13). Si amar es una entrega de uno mismo, entonces el mayor despliegue de amor consiste en ofrecer su propia vida. Y por supuesto, tal amor fue perfectamente modelado por Cristo.
Momento de Gracia En la voz del Ps. Luis Contreras
Lo que más necesita la gente es la verdad –una relación dinámica e informada con la Palabra de Dios. En un mundo caótico cegado por la incredulidad, tradición, el misticismo y error doctrinal, la Palabra de Dios penetra todo esto y proveé respuestas. Sintonize “Gracia a Vosotros” para escuchar una enseñanza clara, práctica, versículo a versículo, impartida por el Pastor John MacArthur.
John MacArthur Responde Gracia a Vosotros En la voz del Ps. Luis Contreras
Lo que más necesita la gente es la verdad, una relación dinámica e informada con la Palabra de Dios. En un mundo caótico cegado por la incredulidad, tradición, el misticismo y error doctrinal, la Palabra de Dios penetra todo esto y proveé respuestas. Sintonize “Gracia a Vosotros” (https://www.gracia.org/) para escuchar una enseñanza clara, práctica, versículo a versículo, impartida por el Pastor John MacArthur.
John MacArthur Nacido el 19 de Junio de 1939, hijo de un pastor bautista conservador norteamericano, estudió en el Talbot Theological Seminary (1970). Es pastor de Grace Community Church en Sun Valley (California) una de las iglesias de mayor crecimiento en Estados Unidos y cuenta con un programa de radio «Gracia a Vosotros» que se transmite en varios idiomas. Autor de numerosos comentarios y libros basados en sus sermones, también traducidos a diversos idiomas, figura entre los autores evangélicos conservadores más leídos y apreciados de nuestra época.
El Lugar y Propósito de la Disciplina de la Iglesia by John MacArthur
¿Está usted desalentado por el pecado ignorado en su iglesia? ¿Acaso los líderes se rehúsan a reconocer o responder a los reportes de pecado flagrante en su iglesia? No está solo.
Muchos miembros fieles se sienten frustrados e indefensos a medida que experimentan daño continuo, infligido por pecadores desenfrenados e impenitentes en sus congregaciones. La pasividad de muchos líderes se debe a su deseo de ser vistos como amorosos y evitar posibles conflictos. Esta renuncia o rechazo a enfrentar la maldad no solo es devastadora para la salud de una iglesia local, sino que también desobedece los mandamientos claros de Cristo.
Jesús dio instrucciones explicitas sobre cómo se debe lidiar con el pecado en la iglesia.
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no lo oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. (Mateo 18:15–17)
El lugar de la Disciplina de la Iglesia
Notemos que el Señor usó la palabra “iglesia” dos veces en el versículo 17. La palabra griega es ekklesia, que significa literalmente “los llamados afuera”. La palabra a veces es utilizada para hablar de cualquier asamblea de personas. Un ejemplo de esto podría ser Hechos 7:38, el cual se refiere a la congregación de Israel durante el Éxodo, como a “la iglesia en el desierto” (JBS).
Algunos proponen que debido a que el discurso anterior en Mateo 18 precede a Pentecostés, Cristo no pudo haber estado hablando de la iglesia del Nuevo Testamento. Pero Jesús ya había introducido el concepto de la iglesia a Sus discípulos, diciéndoles que Él la edificaría y las puertas del Hades no prevalecerían contra ella (Mateo 16:18). Así que las instrucciones en Mateo 18 fueron dadas en anticipación al cuerpo de creyentes del Nuevo Testamento. Es difícil entender cómo alguien podría exceptuar a la iglesia del Nuevo Testamento de los principios presentados en este pasaje.
De hecho, el punto de nuestro Señor fue que la asamblea de los redimidos de Dios, es el lugar adecuado en el cual los asuntos de disputa y disciplina deberían ser manejados. No hay una corte externa o autoridad más alta en la tierra a la cual los asuntos de pecado deben ser apelados (1 Corintios 6:2–3).
Es por diseño divino que la disciplina debe tomar lugar en la iglesia. Los creyentes verdaderos son motivados por un amor genuino de los unos por los otros (1 Juan 3:14). En tal contexto, la disciplina puede ser administrada en amor, por creyentes amorosos, para el bien genuino y la edificación de todo el cuerpo.
El propósito de la disciplina de la Iglesia
La disciplina, administrada apropiadamente, siempre está motivada por el amor. Su primer propósito es la restauración del hermano pecador: “Si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mateo 18:15). También purifica a la iglesia a medida que los creyentes se vuelven más diligentes para vigilar sus vidas y evitar la confrontación.
El objetivo de la disciplina de la iglesia no es expulsar a la gente, rechazarlos, avergonzarlos, jugar a ser Dios, honrarnos a nosotros mismos o ejercitar autoridad en una manera abusiva. El propósito de la disciplina es restaurar a las personas a una relación correcta con Dios y con el resto del cuerpo. La disciplina apropiada nunca se administra como represalia por el pecado de alguien. La meta es siempre la restauración, no la retribución.
Esto es obvio por el texto de Mateo 18. La palabra griega traducida “ganado” en el versículo 15, es kerdaino, una palabra usada muchas veces para hablar de ganancia financiera. Por lo tanto, Cristo describe al hermano errante, como un valioso tesoro que debe ser recuperado. Esa debería ser la perspectiva de cada cristiano, quien alguna vez confronte a un hermano o hermana acerca del pecado.
Esa es, de hecho, la expresión del propio corazón de Dios acerca de la disciplina. Él ve a cada alma como un tesoro a ser recuperado. Ese es el contexto completo en el cual Cristo habló estas palabras. Los versos que preceden inmediatamente a estas instrucciones de disciplina, comparan a Dios con un pastor amoroso, preocupado por cada cordero del rebaño.
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños. (Mateo 18:12–14)
Cada cristiano debe tener ese mismo sentido de preocupación. A veces es tentador tomar el camino de menor resistencia, y evitar la confrontación —especialmente cuando el pecado ya está apartando a un hermano o hermana de la congregación. Pero ese es el momento en el cual debemos involucrarnos más. Ese es el corazón del pastor verdadero, que hará todo lo posible para recuperar una oveja perdida o herida, y restaurarla al rebaño.
La confrontación no es fácil, ni tampoco debería serlo. No tenemos que ser entrometidos, constantemente mezclándonos en los asuntos de los demás. Pero cuando nos damos cuenta que alguien ha pecado, tenemos una obligación delante de Dios a confrontar a esa persona. No podemos protestar, diciendo, este no es asunto nuestro. Una vez que nos damos cuenta de un pecado que amenaza el alma de otro creyente, es nuestro deber exhortar, confrontar y trabajar por la pureza de la iglesia y la victoria en la vida del pecador. Estas son preocupaciones nobles y necesarias.
No obstante, debemos estar en guardia en contra de los abusos, y debemos mantener en vista, todo el tiempo, los propósitos amorosos de la disciplina apropiada. Hay un verdadero peligro en empezar a amar reprendernos los unos a otros. Es por eso que Jesús advirtió a los que confrontan, que primero se examinen a sí mismos antes de tratar de sacar la paja del ojo de un hermano. ¡Debemos asegurarnos que no tenemos una viga colgando en nuestro propio ojo (Mateo 7:3–5)!
Una persona que está bajo disciplina y se niega a arrepentirse, probablemente se siente abusada y maltratada, de la misma manera en que los niños desobedientes a veces desprecian la disciplina de sus padres. No es para nada inusual, que una persona no arrepentida, acuse a esos que lo han confrontado de ser faltos de amor e injustos. Esa es una razón adicional, para que aquellos que administren la disciplina tengan mucho cuidado de actuar en amor, con mucha paciencia y examinándose a sí mismos cuidadosamente.
El amor cubrirá una multitud de pecados (1 Pedro 4:8), y ciertamente hay ocasiones en la que es apropiado pasar por alto los pecados cometidos por nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Pero también hay momentos en los cuales el pecado en el campamento, exigen confrontación y un llamado al arrepentimiento. Pero, ¿dónde está la línea divisoria y quien es responsable de tomar medidas? Vamos a ver esos problemas en mi próxima publicación.