«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».
31 de diciembre
«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».
Jeremías 8:20
¡No ser salvo! Querido lector, ¿es esta tu triste condición? Se te ha advertido tocante al Juicio venidero, exhortado a escapar para salvar tu vida y, sin embargo, aún no eres salvo. Conoces el camino de la salvación, has leído la Biblia, la has oído predicar desde el púlpito, tus amigos te la han explicado; sin embargo, la has desatendido y, en consecuencia, no eres salvo. No tendrás excusa cuando el Señor juzgue a los vivos y a los muertos. El Espíritu Santo te ha dado siempre alguna bendición al oír la Palabra predicada en tus oídos, y has experimentado tiempos de refrigerio procedentes de la presencia del Señor. Con todo, estás sin Cristo. Todos esos tiempos cargados de esperanza han venido y se han ido, tu verano y tu siega se acabaron y, a pesar de ello, no eres salvo. Los años han entrado uno tras otro en la eternidad; tu último año pronto se hará presente. Tu juventud se ha ido, tus fuerzas han desaparecido y, sin embargo, no eres salvo. Permíteme preguntarte: ¿Deseas serlo en verdad? ¿Hay alguna probabilidad de que esto ocurra? Ya han pasado los tiempos más propicios y tú sigues sin ser salvo. ¿Podrán otras ocasiones cambiar tu condición? Los medios no han dado resultado; ni aun lo ha dado el mejor de todos los medios, aunque se utilizó con perseverancia y con el más profundo afecto. ¿Qué más puede hacerse por ti? Ni la aflicción ni la prosperidad han podido impresionarte; las lágrimas, las oraciones y los sermones se han estrellado contra tu árido corazón. ¿No ha muerto toda probabilidad de que alguna vez llegues a ser salvo? ¿No es, en realidad, más que probable que sigas como estás hasta que la muerte cierre para siempre la puerta de la esperanza? ¿Te espanta esta suposición? Sin embargo, es la suposición más razonable; pues el que no ha sido lavado en medio de tantas aguas, seguirá, con toda probabilidad, sucio hasta el fin. El tiempo oportuno nunca llegó para ti. ¿Por qué ha de llegar alguna vez? Es lógico temer que no llegue jamás y que, a semejanza de Félix, tú tampoco encuentres el tiempo oportuno hasta que estés en el Infierno. ¡Oh, recuerda lo que es el Infierno y piensa en la espantosa probabilidad de que pronto seas arrojado en el mismo!
Lector, si mueres sin Cristo, no hay palabras para describir tu perdición. Tu espantoso estado tendría que describirse con lágrimas y sangre, y habría que hablar de él con gemidos y crujir de dientes: Sufrirás pena «de eterna perdición, excluido de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts. 1:9). La voz de un hermano debiera llamarte a la reflexión. ¡Oh, sé sabio, sé sabio a tiempo y, antes de que empiece otro año más, cree en Jesús, quien te puede salvar eternamente. Consagra estas últimas horas a una íntima reflexión; y si se produce en ti un arrepentimiento profundo, gózate; y si dicho arrepentimiento te lleva a poner una humilde fe en Jesús, alégrate sobremanera. ¡Oh, procura que no termine este año sin que seas salvo! ¡No dejes que te sorprendan las campanadas de la medianoche sin haber recibido el perdón! Ahora, ahora, ahora, cree y vive.
¡Escapa, salva tu vida!
No mires tras de ti,
ni pares en toda esta llanura.
Escapa al monte,
no sea que perezcas.
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 376–377). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.