«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

31 de diciembre

«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

Jeremías 8:20

¡No ser salvo! Querido lector, ¿es esta tu triste condición? Se te ha advertido tocante al Juicio venidero, exhortado a escapar para salvar tu vida y, sin embargo, aún no eres salvo. Conoces el camino de la salvación, has leído la Biblia, la has oído predicar desde el púlpito, tus amigos te la han explicado; sin embargo, la has desatendido y, en consecuencia, no eres salvo. No tendrás excusa cuando el Señor juzgue a los vivos y a los muertos. El Espíritu Santo te ha dado siempre alguna bendición al oír la Palabra predicada en tus oídos, y has experimentado tiempos de refrigerio procedentes de la presencia del Señor. Con todo, estás sin Cristo. Todos esos tiempos cargados de esperanza han venido y se han ido, tu verano y tu siega se acabaron y, a pesar de ello, no eres salvo. Los años han entrado uno tras otro en la eternidad; tu último año pronto se hará presente. Tu juventud se ha ido, tus fuerzas han desaparecido y, sin embargo, no eres salvo. Permíteme preguntarte: ¿Deseas serlo en verdad? ¿Hay alguna probabilidad de que esto ocurra? Ya han pasado los tiempos más propicios y tú sigues sin ser salvo. ¿Podrán otras ocasiones cambiar tu condición? Los medios no han dado resultado; ni aun lo ha dado el mejor de todos los medios, aunque se utilizó con perseverancia y con el más profundo afecto. ¿Qué más puede hacerse por ti? Ni la aflicción ni la prosperidad han podido impresionarte; las lágrimas, las oraciones y los sermones se han estrellado contra tu árido corazón. ¿No ha muerto toda probabilidad de que alguna vez llegues a ser salvo? ¿No es, en realidad, más que probable que sigas como estás hasta que la muerte cierre para siempre la puerta de la esperanza? ¿Te espanta esta suposición? Sin embargo, es la suposición más razonable; pues el que no ha sido lavado en medio de tantas aguas, seguirá, con toda probabilidad, sucio hasta el fin. El tiempo oportuno nunca llegó para ti. ¿Por qué ha de llegar alguna vez? Es lógico temer que no llegue jamás y que, a semejanza de Félix, tú tampoco encuentres el tiempo oportuno hasta que estés en el Infierno. ¡Oh, recuerda lo que es el Infierno y piensa en la espantosa probabilidad de que pronto seas arrojado en el mismo!

Lector, si mueres sin Cristo, no hay palabras para describir tu perdición. Tu espantoso estado tendría que describirse con lágrimas y sangre, y habría que hablar de él con gemidos y crujir de dientes: Sufrirás pena «de eterna perdición, excluido de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts. 1:9). La voz de un hermano debiera llamarte a la reflexión. ¡Oh, sé sabio, sé sabio a tiempo y, antes de que empiece otro año más, cree en Jesús, quien te puede salvar eternamente. Consagra estas últimas horas a una íntima reflexión; y si se produce en ti un arrepentimiento profundo, gózate; y si dicho arrepentimiento te lleva a poner una humilde fe en Jesús, alégrate sobremanera. ¡Oh, procura que no termine este año sin que seas salvo! ¡No dejes que te sorprendan las campanadas de la medianoche sin haber recibido el perdón! Ahora, ahora, ahora, cree y vive.

¡Escapa, salva tu vida!

No mires tras de ti,

ni pares en toda esta llanura.

Escapa al monte,

no sea que perezcas.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 376–377). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«¿No sabes tú que el final será amargura?».

30 de diciembre

«¿No sabes tú que el final será amargura?».

2 Samuel 2:26

Si tú, querido lector, eres simplemente alguien que profesa ser cristiano pero no posee la fe que es en Cristo Jesús, entonces las siguientes líneas te presentarán un bosquejo de cuál será tu fin.

Eres de aquellos que asisten a un lugar de culto. Vas allí porque van otros, no porque tu corazón esté reconciliado con Dios. Este es tu principio. Quiero suponer que, a lo largo de los próximos veinte o treinta años, se te permitirá seguir como hasta ahora, profesando la religión en forma superficial, pero sin poner en ella tu corazón. Anda despacio, pues tengo que hacerte ver la agonía de alguien como tú. Observémosle amablemente. Un sudor viscoso le cubre la frente; se despierta y clama diciendo: «¡Oh Dios, qué penoso es morir! ¿No harás que venga mi pastor?». «Sí, ya viene». Llega el pastor, y el moribundo le dice: «Pastor, temo que me estoy muriendo». Y el pastor le contesta: «¿Tiene usted alguna esperanza?». El paciente responde: «No puedo decir que la tenga. Temo aparecer delante de mi Dios. Ore usted por mí». Se eleva la oración por él con sincero fervor, y se le presenta por diezmilésima vez el camino de la salvación, pero antes de que pueda asirse de la salvadora soga, veo que se hunde. Puedo poner mis dedos sobre sus fríos párpados, pues esos ojos no verán nada más en esta tierra. No obstante, ¿dónde está ahora ese hombre y dónde están sus verdaderos ojos? «Y en el Hades alzó sus ojos, estando en los tormentos» (Lc. 16:23). ¡Ay!, ¿por qué no alzaría antes esos ojos? Porque estaba tan acostumbrado a oír el evangelio que su alma se dormía bajo la predicación del mismo. ¡Ay, si llegas a levantar tus ojos allí, cuán amargos serán tus lamentos! Deja que las propias palabras del Salvador te revelen ese pesar: «Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama» (v. 24). Hay un espantoso significado en estas palabras, ¡ojalá nunca tengas que deletrearlas bajo la luz roja de la ira del Señor!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 375). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«¿Qué pensáis del Cristo?».

29 de diciembre

«¿Qué pensáis del Cristo?».

Mateo 22:42

La gran prueba de la salud de tu alma está en esta pregunta: «¿Qué piensas del Cristo?». ¿Es él para ti «el más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal. 45:2), «señalado entre diez mil» (Cnt. 5:10), «todo él codiciable» (Cnt. 5:16)? Donde así se estima a Cristo, todas las facultades del hombre espiritual se ejercitan con energía. Yo juzgaré tu piedad por este barómetro: ¿Qué lugar ocupa Cristo en tu pensamiento, alto o bajo? Si has pensado livianamente de Cristo; si te has sentido satisfecho con vivir sin su presencia; si su honor te ha importado poco; si has sido negligente con sus leyes, entonces ya sé que tu alma está enferma. ¡Dios quiera que no sea de muerte! Sin embargo, si el primer pensamiento de tu espíritu ha sido cómo honrar a Jesús, si el deseo cotidiano de tu alma ha hallado su expresión en las palabras de Job: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job 23:3), entonces te digo que, aunque tengas mil debilidades y apenas conozcas si eres realmente un hijo de Dios, estoy persuadido de que, a pesar de todo, te encuentras a salvo, pues tienes a Jesús en alta estima. A mí no me importan tus harapos; lo que me importa es aquello que piensas de su regio atavío. No me interesan tus heridas —aunque de ellas mane sangre a raudales—; lo que me interesa es qué piensas tú de sus heridas. ¿Son ellas en tu estima como brillantes rubíes? No te considero inferior porque residas, como Lázaro, en el estercolero y los perros te estén lamiendo las llagas. No te juzgo por tu pobreza, sino por lo que piensas del Rey en su hermosura. ¿Tiene él en tu corazón un trono glorioso y elevado? ¿Lo colocarías más alto si pudieras? ¿Desearías morir si con ello lograras añadir solo un sonido de trompeta más a los acordes que proclaman sus alabanzas? ¡Ah, entonces vas bien! Cualquiera que sea el concepto que tengas de ti mismo, si Cristo es grande para ti, estarás con él dentro de poco.

Aunque el mundo entero de mi elección se ría,

mi porción será Jesús.

Ningún otro como él me satisface,

pues hermoso es él entre los hermosos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 374). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«No he venido para traer paz, sino espada».

28 de diciembre

«No he venido para traer paz, sino espada».

Mateo 10:34

El cristiano, sin duda, se granjeará enemigos. Él procurará desde luego no tener ninguno; pero, si por hacer lo recto y confiar en la verdad, llega a perder todos los amigos terrenales, no le importará demasiado, pues su gran Amigo, que está en los cielos, le brindará, por su fidelidad, una amistad más íntima, y se manifestará a él más bondadosamente que nunca. ¡Oh vosotros que habéis tomado su cruz!, ¿no sabéis lo que dijo nuestro Señor? Dijo: «He venido a poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mt. 10:35, 36). Cristo es el gran Pacificador, pero antes de la paz trae la guerra. Donde llega la Luz, las tinieblas tienen que retirarse. Donde se hace presente la verdad, la mentira debe huir. Si se queda, se producirá un gran conflicto, pues la verdad no puede ni quiere bajar su bandera y, por tanto, la mentira ha de ponerse debajo de sus pies. Si sigues a Cristo, todos los perros del mundo estarán ladrando detrás de ti. Si quieres vivir de tal manera que puedas soportar la prueba del último Tribunal, ten por cierto que el mundo no hablará bien de ti: el que es amigo del mundo es enemigo de Dios. No obstante, si te muestras sincero y fiel para con el Altísimo, los hombres se sentirán ofendidos por tu inquebrantable fidelidad, pues ella constituye un testimonio contra sus iniquidades. Debes practicar siempre lo recto, sin temer las consecuencias. Necesitarás el coraje de un león para proseguir, sin titubear, una carrera que convertirá a tus mejores amigos en tus peores enemigos. Pero, por amor a Jesús, debes ser valiente. Arriesgar reputación y afecto por causa de la verdad es un acto de tal naturaleza que, para practicarlo constantemente, necesitarás un grado de principio moral que solo el Espíritu de Dios puede producir en ti. No vuelvas, sin embargo, tu espalda como un cobarde, sino muéstrate valiente. Sigue recta y varonilmente en las pisadas de tu Señor, pues él anduvo antes que tú por este escabroso camino. Mejor es una guerra breve y un descanso eterno que una falsa paz y un tormento eterno.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 373). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«Y el SEÑOR te guiará continuamente».

27 de diciembre

«Y el SEÑOR te guiará continuamente».

Isaías 58:11 (LBLA)

«El Señor te guiará». No te guiará un ángel, sino el Señor. El Señor había dicho que él no atravesaría el desierto al frente de su pueblo, sino que enviaría un ángel para que los guiara en el camino. Moisés respondió: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» (Éx. 33:15). Cristiano, Dios no te ha dejado bajo el cuidado de un ángel en tu peregrinación, sino que él mismo va en cabeza. Quizá no veas la columna de nube ni la columna de fuego; pero, a pesar de ello, el Señor nunca te abandonará. Observa la construcción afirmativa del versículo: «El Señor te guiará». ¡Qué cierto es que Dios no va a abandonarnos! Sus preciosas promesas son mejores que los juramentos de los hombres: «No te desampararé ni te dejaré». Observa, también, el adverbio «continuamente». No tenemos que ser guiados simplemente algunas veces, sino que necesitamos contar con un instructor permanente. Tampoco hemos de confiarnos de vez en cuando en nuestra capacidad y así vagar de un lado para otro, sino que debemos oír en todo momento la voz rectora del Gran Pastor. Si seguimos de cerca sus pasos, no erraremos, sino que se nos guiará por un camino recto hacia una ciudad habitable. Si tienes que cambiar de posición en la vida; si necesitas emigrar a costas distantes; si, por casualidad, caes en la pobreza o te elevas de repente a una posición más alta que la que ahora ocupas; si te ves colocado en medio de extranjeros o echado entre tus enemigos, no tiembles, pues «el Señor te guiará continuamente». No hay dilemas de que no vayas a ser librado si vives cerca de Dios y tu corazón arde con un amor santo. No anda mal el que anda en compañía de Dios. Camina tú con Dios, como hizo Enoc, y no errarás el camino. Cuentas, para dirigirte, con una sabiduría infalible; para alentarte, con un amor inmutable; y para defenderte, con un poder eterno. «El Señor —observa esta palabra— te guiará continuamente».

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 372–373). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«He aquí yo estoy con vosotros todos los días».

26 de diciembre

«He aquí yo estoy con vosotros todos los días».

Mateo 28:20

El Señor Jesús está en medio de su Iglesia y anda entre los candeleros de oro. Su promesa es: «He aquí, yo estoy con vosotros todos los días». Jesús se encuentra tan realmente con nosotros ahora como lo estuvo con sus discípulos junto al lago, cuando aquellos «vieron brasas puestas y un pez encima de ellas, y pan» (Jn. 21:9). Aunque no en cuerpo, Jesús, sin embargo, está verdaderamente con nosotros. Esta es una bendita verdad, pues donde Jesús se halla presente, el amor se inflama. De todas las cosas del mundo que pueden hacer arder el corazón, no hay ninguna comparable a la presencia de Jesús. Una mirada suya nos conquista de tal manera que estamos prontos a decir: «Aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me vencieron» (Cnt. 6:5). La fragancia de los áloes, de la mirra y de la casia que exhalan sus perfumados vestidos reconfortan al enfermo y al abatido. Si por un solo momento reclinamos nuestras cabezas en su bondadoso pecho y recibimos su divino amor en nuestros fríos corazones, no estaremos más indiferentes en la vida espiritual, sino que arderemos como serafines y nos mostraremos dispuestos a trabajar y a sufrir. Si reconocemos que Jesucristo está con nosotros, todas nuestras facultades se desarrollarán y toda virtud se corroborará, y nos lanzaremos a servir al Señor con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y todas nuestras fuerzas. Esto demuestra que la presencia de Cristo debe desearse sobre todas las cosas. Esta presencia la sentirán en mayor grado aquellos que se parecen más a él: si quieres ver a Cristo, tienes que desarrollarte según su semejanza. Haz tuyos, por el poder del Espíritu, los deseos, los motivos, y los planes de acción de Jesús y, probablemente, te verás favorecido con su presencia. Recuerda que se puede tener la presencia de Jesús, y su presencia es tan real como siempre. Él se goza en estar con nosotros; y si acaso no llega, es porque, a causa de nuestra indiferencia, se lo impedimos. Él se revelará en respuesta a nuestras oraciones fervientes y, bondadosamente, permitirá que lo detengamos con nuestras súplicas y nuestras lágrimas, pues estas son las cadenas de oro que atan a Jesús a los suyos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 371). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Job 1:5

25 de diciembre

«Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días».

Job 1:5

Lo que el Patriarca hacía por la mañana temprano después de las fiestas familiares, sería conveniente que lo hiciera para sí el creyente antes de entregarse al reposo de la noche. En medio de la alegría de las reuniones familiares es fácil caer en pecaminosas liviandades y olvidar que somos cristianos. Esto no debiera ser así; pero lo es. Nuestros días de fiesta rara vez son días de placer santificado: muy frecuentemente degeneran en diversión impía. Hay una forma de gozarse que purifica y santifica, como si la persona se bañara en los ríos del Edén. La santa gratitud debiera ser un medio tan enteramente santificador como lo es el dolor. ¡Ay de nuestros pobres corazones, pues los hechos demuestran que la casa del luto es mejor que la casa del banquete! Ven, creyente, ¿en qué has pecado hoy? ¿Has olvidado tu soberana vocación? ¿Has pronunciado palabras ociosas y utilizado un lenguaje obsceno? Entonces confiesa tu pecado y recurre al sacrificio. El sacrificio santifica: la preciosa sangre del Cordero inmolado quita la culpa y limpia la contaminación de los pecados de ignorancia y de negligencia. Esta es la mejor forma de acabar un día de Navidad: lavándonos de nuevo en esa fuente purificadora. Creyente, acércate a menudo a este sacrificio. Si el mismo resulta efectivo para esta noche, lo será también para todas otras las noches. Vivir cerca del altar es privilegio del sacerdocio real. Para los que constituyen este sacerdocio, el pecado, a pesar de ser grave, no es, sin embargo, causa de desesperación, pues los tales se acercan de nuevo a la víctima expiatoria y sus conciencias se limpian de las obras de muerte.

De cuantas faltas hoy he cometido,

perdóname, Señor, por tu Hijo amado;

contigo, con el prójimo y conmigo

quede, antes de dormir, reconciliado.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 370). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Entonces será revelada la gloria del SEÑOR, y toda carne a una la verá

24 de diciembre

«Entonces será revelada la gloria del SEÑOR, y toda carne a una la verá».

Isaías 40:5 (LBLA)

Aguardemos gozosos el día feliz cuando todo el mundo se convertirá a Cristo; cuando se arrojarán a los topos y a los murciélagos los dioses paganos; cuando el papismo desaparecerá y la media luna de Mahoma entrará en su cuarto menguante para que jamás proyecte sus funestos rayos sobre las naciones; cuando los reyes se inclinarán delante del Príncipe de paz y todas las naciones llamarán bendito a su Redentor. Algunos desesperan de esto: miran el mundo como una embarcación que se rompe y se hace pedazos para nunca más volver a flotar. Sabemos que el mundo y todo lo que en él hay tienen algún día que ser quemados y, después, aguardamos nuevos cielos y nueva tierra; pero no podemos leer nuestras biblias sin la convicción de que…

dominará Jesús el Rey

en todo país do alumbra el sol.

No nos desalentemos por lo largo de su demora; no estemos descorazonados por el prolongado período de tiempo asignado por Jesús a la Iglesia, en el cual esta debe debatirse entre el escaso éxito y las frecuentes derrotas. Creemos que Dios nunca permitirá que este mundo, el cual ha visto una vez la sangre de Cristo derramada en la cruz, sea para siempre la plaza fuerte del diablo. Cristo vino para librar a este mundo de la detestada dominación de los poderes de las tinieblas. Qué exclamación habrá cuando los hombres y los ángeles se unan para pregonar: «¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!» (Ap. 19:6). ¡Qué satisfacción experimentaremos ese día por haber tomado parte en el combate, por haber ayudado a quebrar «las saetas del arco» (Sal. 76:3) y contribuido a ganar la victoria de nuestro Señor! ¡Dichosos los que confían en este victorioso Señor y combaten a su lado, haciendo la pequeña parte que les corresponde en el nombre y con el poder del Señor! ¡Cuán infelices son aquellos que están del lado del mal!, pues es ese el bando perdedor. Y perder en este combate significa perder y estar perdido para siempre. ¿En qué bando te encuentras tú?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 369). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«Tuya también es la noche»

23 de diciembre

«Tuya también es la noche».

Salmo 74:16

Sí, Señor, tú no renuncias a tu trono cuando el sol se pone, ni abandonas el mundo en las largas noches de invierno, para que este sea presa del mal. Tus ojos nos vigilan como las estrellas y tus brazos nos rodean como circunda el Zodíaco el firmamento. El rocío del relajante sueño y todos los influjos de la luna están en tus manos, y tanto los sobresaltos como la quietud de la noche son iguales para ti. Esto me alienta grandemente cuando estoy en vela a altas horas de la noche o me muevo de un lado para otro en medio de mi dolor. Hay frutos preciosos que producen tanto la luna como el sol. Mi Señor puede hacer que yo sea un favorecido partícipe de ellos.

Tanto la noche de la aflicción como los luminosos días del verano cuando todo es gozo, están bajo la providencia y el cuidado del amoroso Señor. Jesús se encuentra en la tempestad. Su amor envuelve la noche como un manto; pero, para el ojo de la fe, ese manto negro es apenas un disfraz. Desde la primera vigilia de la noche hasta el amanecer del nuevo día, el eterno Observador vigila sobre sus santos y dirige las sombras y el rocío de la noche para el mayor bien de los suyos. Nosotros no creemos en deidades del bien y del mal que luchan por conseguir el dominio, sino que oímos la voz del Señor que dice: «El que forma la luz y crea las tinieblas […] yo soy el Señor, el que hago todo esto» (Is. 45:7, LBLA).

Las épocas tenebrosas de indiferencia religiosa y de pecado no están fuera del propósito divino. Cuando se profanan los altares de la verdad, los siervos del Señor lloran con amargo dolor, pero no pueden caer en la desesperación, porque las épocas más tenebrosas están regidas por el Señor y terminarán cuando él lo ordene. Lo que quizá parezca una derrota para nosotros, puede ser una victoria para él.

Aunque envueltos en oscura noche,

sin percibir ningún rayo de sol,

como el Señor se halla con nosotros,

no habremos de tener temor.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 368). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«De sus hijos es la mancha»

22 de diciembre

«De sus hijos es la mancha».

Deuteronomio 32:5

¿Cuál es la señal secreta que caracteriza infaliblemente a los hijos de Dios? Sería una presunción vana intentar decidir esto siguiendo nuestro propio juicio. Es la Palabra de Dios la que nos lo revela, y donde tenemos por guía la revelación, podemos andar seguros. Ahora bien, respecto a nuestro Señor, se nos dice que «a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios». Entonces, si he recibido a Cristo Jesús en mi corazón, soy un hijo de Dios. Ese recibimiento se describe en el presente versículo como creer en el nombre de Jesucristo. Por tanto, si creo en el nombre de Jesucristo —esto es, si simplemente confío de corazón en el Redentor que fue crucificado, pero que ahora está exaltado—, entonces soy un miembro de la familia del Altísimo. Aunque no posea ninguna otra cosa, si cuento con esta: el privilegio de ser hecho un hijo de Dios. Nuestro Señor Jesús lo expresa en esta otra forma: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen». Aquí lo tenemos resumido en pocas palabras. Cristo se manifiesta como Pastor a sus ovejas, no a las otras; y, tan pronto como lo hace, sus ovejas le reconocen, confían en él y se preparan para seguirle. Él las conoce a ellas, y ellas a él; es decir, hay un conocimiento mutuo, existe entre ellos una revelación permanente. Así, la única señal, la señal segura, la señal infalible de la regeneración y la adopción, es una fe sincera en el Redentor. Lector, ¿dudas acaso?; ¿no tienes la seguridad de poseer la señal secreta de los hijos de Dios? Entonces, no dejes pasar un momento sin decir: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón» (Sal. 139:23). Te suplico que no bromees con estas cosas. Si quieres bromear, hazlo con cosas de importancia secundaria: con tu salud, si así lo deseas, o con la escritura de propiedad de tu casa. Sin embargo, en cuanto a tu alma —tu alma inmortal y su eterno destino—, te ruego que te conduzcas con seriedad. ¡Asegúrate de trabajar por la eternidad!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 367). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.