Martyn Lloyd-Jones sobre los ingredientes de un avivamiento verdadero | Ben Bailie

Martyn Lloyd-Jones sobre los ingredientes de un avivamiento verdadero |

Por Ben Bailie

El 6 de febrero de 1925, un joven de veinticinco años, miembro del Royal College of Physicians (Colegio real de médicos, en el Reino Unido), pronunció una conferencia polémica titulada «La tragedia de la Gales moderna». Allí fueron objeto de censura los banqueros, los educadores y la «gran abominación» de los predicadores-políticos, al igual que las medias de seda, la radio inalámbrica y las personas que se bañaban a diario. Sin embargo, la «tragedia» de la Gales moderna era en esencia sobre la creciente incompetencia de la iglesia y su decreciente vitalidad. El doctor Martyn Lloyd-Jones lamentó la insignificancia espiritual de las iglesias y la debilidad espiritual de la predicación del momento. Su diagnóstico del cuerpo de Cristo en Gales era que estaba con respiración asistida y necesitaba reanimación.

Ese diagnóstico nunca cambió. Durante los siguientes cincuenta y cinco años, Lloyd-Jones amplió su diagnóstico para incluir al cuerpo de Cristo en todo el mundo de habla inglesa. Tanto si hablaba como médico o como pastor, la necesidad de avivamiento dominó su vida ministerial.

Cada semana, en las reuniones de oración de su iglesia y regularmente en sus sermones, llamaba a su congregación y a la iglesia en general a buscar al Señor y a buscar un avivamiento. A menudo decía cosas como: «Si tengo algún entendimiento de los tiempos, si tengo algún entendimiento de la enseñanza bíblica concerniente a la naturaleza de la iglesia y la obra del Espíritu Santo, no dudo en afirmar que la única esperanza para la iglesia en el tiempo presente yace en un avivamiento».

Esta era la necesidad suprema de la iglesia en el siglo XX.

Definición de avivamiento

Lloyd-Jones nunca escribió una exposición sistemática sobre el avivamiento. La articulación más completa de su teología de los avivamientos se encuentra en los veinticuatro sermones (en inglés) que predicó en 1959 para conmemorar los cien años del gran avivamiento transatlántico de 1859. En esta serie desarrolla y explora temas que mencionaría cientos de veces. Pero el mejor lugar para comenzar con su teología del avivamiento es un sermón de Efesios 4:4-6, predicado el 9 de junio de 1957.

Cada semana, Martyn Lloyd-Jones llamaba a su congregación y a la iglesia en general a buscar al Señor y a buscar un avivamiento.

En este sermón (en inglés), distingue entre las operaciones normales del Espíritu Santo, sobre las que predicó la semana anterior, y la obra extraordinaria del Espíritu Santo. Allí define el avivamiento como el Espíritu obrando en una medida extraordinaria. Es una repetición, hasta cierto punto, de lo que ocurrió en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo cayó de forma poderosa sobre numerosas personas simultáneamente.

Según Lloyd-Jones, un avivamiento tiene dos propósitos: «Los que están dentro de la iglesia son elevados a un nuevo nivel de experiencia y comprensión […] y los que están fuera son convertidos y atraídos». Ambos elementos son importantes. Para los que están en la iglesia, hay un nuevo nivel de comprensión de las verdades doctrinales y una poderosa experiencia de la presencia manifiesta del Señor. Para los que están fuera, hay un poderoso encuentro evangelístico con el Dios vivo.

Lloyd-Jones creía que un avivamiento es una obra extraordinaria del Espíritu Santo porque está marcado por esta misteriosa manifestación de la presencia de Dios. No es algo que podamos fabricar o promocionar. Un avivamiento es el descenso especial y soberano del fuego del Espíritu Santo; nuestra labor simplemente es buscarlo. Podemos construir un altar como Elías en el monte Carmelo, pero solo Dios puede enviar el fuego.

Deseando un avivamiento

Pero ¿cómo construimos un altar? ¿Cómo buscamos la presencia especial y manifiesta de Dios?

Aunque Lloyd-Jones creía que Pentecostés es el paradigma, en su serie sobre el avivamiento utiliza Éxodo 33 como texto clave para ilustrar qué es el avivamiento y cómo debemos buscarlo. Predicó ocho sermones sobre Éxodo 33, estableciendo cuatro etapas esenciales para aquellos que desean un avivamiento.

Etapa 1: Reconocer la necesidad, confrontar el pecado (Éx 32:30-33:3)

Moisés tuvo que encontrarse cara a cara con la verdadera condición espiritual del pueblo. Asume la responsabilidad de su estado espiritual y de su pecado colectivo, se pone en la brecha y predica la verdad, aunque no reaccionen favorablemente. Esto es exactamente lo que Lloyd-Jones trató de hacer en los primeros siete sermones de su serie sobre el avivamiento.

Inició con un sermón (en inglés) sobre Marcos 9:28-29, ya que creía que el fracaso de los discípulos para sanar al muchacho poseído por un demonio ilustra el fracaso actual de la iglesia. No se dan cuenta de que esta clase solo puede salir mediante ayuno y oración. El demonio está demasiado adentro. Los métodos y las estrategias que trajeron éxito ministerial en generaciones anteriores no van a satisfacer la necesidad del caso presente.

Etapa 2: Lamento por el pecado (Éx 33:4)

La segunda etapa es cuando el pueblo comienza a afligirse por la ausencia de Dios (en inglés). Una vez que se dan cuenta de su situación, una vez que se ven confrontados con su pecado y amenazados por la ausencia de Dio, se lamentan. No se conformarán con la tierra prometida sin Dios. Se dan cuenta de la gravedad de su pecado y se convencen de que todas sus bendiciones son inútiles sin Su presencia. Porque, ¿de qué servirían la prosperidad y la opulencia exteriores sin Dios? «Si no vienes con nosotros, no nos saques de aquí», se convierte en su clamor.

Las preguntas clave en esta etapa son: «¿Conocemos a Dios? ¿Está con nosotros? ¿Irá Dios con nosotros a la tierra? Si no está realmente entre nosotros, entonces por muy espléndida que sea la tierra de la leche y la miel, no la queremos. No queremos los dones de Dios sin la presencia de Dios».

A lo largo de la serie, Lloyd-Jones llama a la gente a lamentar el estado actual de la iglesia, marcado por una «ortodoxia defectuosa» y, lo que es peor, una «ortodoxia muerta».

Etapa 3: Oración urgente e intercesión (Éx 33:7-17)

Esto nos lleva a la tercera etapa de un avivamiento, la cual consiste en una temporada de oración e intercesión extraordinarias (en inglés). Lloyd-Jones divide esta etapa en tres pasos.

El primer paso (v. 7) es levantar una «tienda de reunión», un lugar para buscar el rostro de Dios fuera del campamento habitual. Él veía esto como un lugar de oración, normalmente establecido solo por una o dos personas —fuera del campamento, fuera de la vida y ritmo regulares de la iglesia— donde buscan la presencia de Dios en nombre del pueblo. Lloyd-Jones creía que Dios a menudo bendecía esos esfuerzos con indicaciones tempranas de Su favor. Hay una renovada calidez espiritual, libertad, expectativa y sensibilidad que marca a los medios ordinarios de gracia. Hay una nueva nota de urgencia en la predicación y de agonía en la oración. Pero ese solo es el primer paso.

El segundo paso sería cuando más y más personas van a la tienda de reunión y comienzan a suplicar por más gracia y más presencia de Dios. La han probado, pero ahora quieren más. ¿De qué quieren más concretamente? Moisés señala el camino (v. 13).

En primer lugar, quiere más certeza personal. No se contenta con saber que es aceptado por Dios y que ha hallado gracia ante Sus ojos. Quiere más. Quiere una manifestación personal y directa del amor de Dios por él. Lloyd-Jones vio esto como un aspecto común de todos los avivamientos; hay hambre de un conocimiento más profundo del amor personal de Dios.

En segundo lugar, hay un deseo de más poder. Todos los intercesores que buscan la presencia de Dios son profundamente conscientes de su debilidad e impotencia ante el enemigo que tienen delante. En los avivamientos verdaderos, hay una conciencia intensa de que separados de Jesús no podemos hacer nada, y un deseo profundo de no estar separados de Él.

En tercer lugar, él ora por una autenticación especial de la misión de la iglesia (v. 16). El motivo profundo para buscar un avivamiento es la gloria de Dios mostrada en el esplendor de la iglesia. Claman a Dios para que haga de la iglesia lo que debe ser: apartada, única, santa, gloriosa, poderosa y hermosa. Ella debía mostrar la gloria de Dios y encarnar el evangelio para que las naciones se maravillen. Pero no es así. Es débil, maltratada, quebrantada e ineficaz. Por eso claman.

El tercer y último paso de la «construcción del altar» es la intercesión urgente. Las oraciones de Moisés son un modelo: es audaz y específico, «argumentando» con Dios y suplicándole por Sus propias promesas.

Etapa 4: Muéstrame tu gloria: Cuando el fuego cae (Éx 33:18-23)

Pero la tercera etapa no es la etapa final de un avivamiento. De hecho, no tienes un avivamiento hasta que cae el fuego. El clamor de Moisés, «muéstrame tu gloria» (en inglés), es el clamor de todos los que buscan un avivamiento. El don de Dios como respuesta es el don de todos los avivamientos verdaderos. A Moisés solo se le ofrece una visión parcial, un breve destello de la gloria de Dios. Pero eso es suficiente, y eso es avivamiento.

Lloyd-Jones creía que todos los avivamientos verdaderos son una repetición de Pentecostés, donde Dios derrama su Espíritu sobre Su pueblo. Pero en muchos sentidos, Pentecostés es una repetición del Sinaí. Un avivamiento manifiesta la gloriosa presencia del Dios vivo, pero para muchas personas en lugar de para una. Cuando sucede a muchos, afecta significativamente a la iglesia y al mundo. La primera señal de que el fuego ha caído es que la iglesia se vuelve consciente de una presencia y un poder en medio de ella. A veces esto está marcado por fenómenos físicos únicos, pero no siempre. Lo que siempre está presente es la conciencia de una presencia gloriosa, una sensación de poder y gloria.

No solo hay una sensación indescriptible de la presencia multiforme de Dios, sino también una confianza renovada en la verdad de Dios. Las grandes doctrinas bíblicas del evangelio se hacen explosivamente reales. A pesar de que los apóstoles se sintieron sacudidos y destrozados, desanimados y abatidos tras la crucifixión, después de Pentecostés se llenaron de seguridad y confianza, declarando con valentía las obras maravillosas de Dios. La iglesia se llena de gran gozo, celebración y acción de gracias.

¿Cómo describir una experiencia así? Lloyd-Jones intentó describirla a los más de dos mil asistentes:

¿Qué significa esto? Bueno, podemos describirlo así. Es una conciencia de la presencia de Dios, el Espíritu Santo, literalmente, en medio de las personas. Probablemente la mayoría de los que estamos aquí nunca hemos conocido eso, pero eso es exactamente lo que significa una visitación del Espíritu de Dios. Es, por encima de todo y más allá, la experiencia más elevada en la vida normal y en la labor de la iglesia. De repente, los presentes en la reunión toman conciencia de que Alguien ha venido entre ellos; son conscientes de la gloria; son conscientes de una presencia. No pueden definirlo; no pueden describirlo, no pueden ponerlo en palabras, solo saben que nunca antes habían conocido algo así. A veces lo describen como «días de cielo en la tierra». Realmente sienten que están en el cielo. […] Han olvidado el tiempo; están más allá; el tiempo ya no tiene sentido para ellos. […] Están en un reino espiritual. Dios ha descendido entre ellos y ha llenado el lugar y a las personas con un sentido de Su presencia gloriosa.

Eso es avivamiento. Un breve destello de gloria. ¿Cómo responde el mundo? De todas las maneras en las que respondió en Pentecostés. Algunos se burlan; otros sienten curiosidad; otros claman por arrepentimiento. Pero hay transformaciones significativas y duraderas. Se construyen iglesias, las personas se sienten atraídas, las tabernas se vacían y el mundo es trastornado.

Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.
Ben Bailie (PhD, The Southern Baptist Theological Seminary) es pastor de la iglesia Trinity en Lake Nona. Realizó su tesis doctoral sobre Martyn Lloyd-Jones, centrándose en cómo su formación médica influyó en su ministerio pastoral. Ben apareció en el documental Logic on Fire [Lógica en llamas].

El siglo XVIII | Nicholas R. Needham 

El siglo XVIII

Nicholas R. Needham

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XVIII

El siglo XVIII fue un siglo de paradojas. Por un lado, fue la era de la Ilustración, con todo su cuestionamiento filosófico (en el mejor de los casos) y su rechazo escéptico (en el peor) de la fe cristiana. Por otro lado, también fue la época del Avivamiento evangélico (como se conoce en Gran Bretaña) o el Primer Gran Despertar (como se conoce en Estados Unidos), en el que incontables miríadas fueron traídas de la oscuridad espiritual hacia la luz verdadera. La paradoja se intensifica por la forma en que estos dos fenómenos actuaron y reaccionaron entre sí. El mayor filósofo de la Ilustración, el «sabio de Königsberg» (actual Kaliningrado, Rusia), Immanuel Kant (1724-1804), estaba claramente influenciado por el cristianismo; el mayor teólogo del Primer Gran Despertar, Jonathan Edwards (1703-58), estaba claramente influenciado por la Ilustración.

En cierto modo, la Ilustración (en alemán, la Aufklärung) surgió de la revolución científica de los siglos XVI y XVII. Los orígenes de esa revolución han sido objeto de interminables debates. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que a medida que la ciencia moderna se desarrollaba en el mundo occidental, los pensadores se sentían cada vez más impresionados por su poder para comprender y manipular la naturaleza a través de la investigación racional. Esto empezó a fomentar la idea de que la razón humana es suficiente para responder a todas las preguntas importantes de la vida. Cada vez se prestaba menos atención a los puntos de vista establecidos por la tradición y la autoridad, que en asuntos de ciencias naturales habían demostrado con demasiada frecuencia ser inadecuados y defectuosos. El antiguo filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.), quien había aportado la mayor parte de la ciencia de los dos milenios anteriores, fue pesado en la balanza y hallado deficiente.

Podemos citar dos ejemplos importantes. La antigua teoría geocéntrica del sistema solar fue suplantada por la nueva y más eficazmente explicativa teoría heliocéntrica, defendida por el astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) y el astrónomo italiano Galileo (1564-1642). La nueva física, en particular aunque no exclusivamente su teoría de la gravedad, fue promovida por el preeminente científico inglés Sir Isaac Newton (1643-1727). Por tanto, en lugar de recurrir a la sabiduría heredada del pasado, la empresa científica enseñó a la gente a pensar y a investigar la naturaleza por sí misma. La expectativa era lograr un progreso incesante hacia una comprensión cada vez más precisa del universo.

A medida que avanzaba el siglo XVIII, esta actitud se convirtió en una confianza más profunda en la capacidad de la razón para definir la realidad en todos los ámbitos de la existencia, incluida la religión. Si los pensadores racionales ya no se adherían incondicionalmente a las enseñanzas de Aristóteles en el ámbito de las ciencias naturales, ¿por qué iban a adherirse incondicionalmente a las enseñanzas de textos religiosos antiguos como la Biblia?

La Ilustración y la religión
El pensamiento de la Ilustración dio origen a dos tendencias en la religión. La primera se conoce como deísmo. Se trataba de una forma de teísmo que basaba sus convicciones no en supuestas revelaciones de textos religiosos, sino en el poder de la razón pura. Los deístas concebían a Dios como el «Ser Supremo» en lugar de la Trinidad de la revelación cristiana, como un Dios que era más bien como un científico cósmico, que diseñaba y creaba el universo para que funcionara como un reloj por sí solo. Después de haber creado este perfecto reloj cósmico, Dios no tenía nada más que hacer que observar pasivamente el tictac de sus movimientos preordenados. Por tanto, los deístas rechazaban los milagros como «interferencias» innecesarias en un mundo que ya funcionaba perfectamente. En cuanto a la salvación, todo lo que era necesario era observar las leyes morales conocidas por la razón. En la vida venidera, Dios recompensaría a los virtuosos y castigaría a los malvados. No era necesario ningún Salvador. En el esquema deísta, Jesús quedaba reducido a un mero maestro que recordaba a la gente las verdades morales que la razón podía descubrir por sí misma.

Los pensadores deístas clave de la época de la Ilustración en la Europa continental fueron los filósofos francófonos Voltaire (1694-1778) y Jean-Jacques Rousseau (1712-78), ambos antagonistas del cristianismo ortodoxo. De hecho, fue en Francia donde la Ilustración alcanzó su primer triunfo político con la Revolución francesa de 1789. La monarquía y la aristocracia del país fueron destruidas en nombre de la razón y sustituidas por una especie de «democracia popular». El cristianismo también fue arrasado, sustituido por el «culto al Ser Supremo».

En el mundo anglófono, el promotor más eficaz del deísmo anticristiano fue el pensador y propagandista inglés Thomas Paine (1737-1809). Su libro La edad de la razón —una acertada autodescripción de la Ilustración— sometió la Biblia a una crítica fulminante por ser «más parecida a la palabra de un demonio que a la Palabra de Dios». Paine también defendió la democracia militante y revolucionaria en sus tratados Sentido común y Los derechos del hombre. Los tres tratados tuvieron gran influencia en la Revolución estadounidense de 1776. Algunas de las figuras más destacadas del movimiento independentista estadounidense eran deístas, particularmente Thomas Jefferson (1743-1826). Jefferson elaboró su propia versión editada del Nuevo Testamento (La vida y la moral de Jesús de Nazaret, conocida popularmente como «la Biblia de Jefferson») de la que se habían eliminado cuidadosamente todos los elementos sobrenaturales. Otro destacado deísta estadounidense fue Benjamin Franklin (1706-90). De hecho, si no hubiera sido por el efecto espiritual generalizado del Primer Gran Despertar, es muy probable que la revolución estadounidense hubiera sido tan destructivamente anticristiana como la francesa. Sin embargo, afortunadamente, los deístas estadounidenses tuvieron que reconocer la fuerza y el benéfico valor social de la fe cristiana entre la gente a la que ayudaron a alcanzar la independencia.

La otra tendencia religiosa de la Ilustración era el ateísmo puro. Esta era minoritaria: la mayoría de los pensadores «ilustrados» no cristianos querían conservar un mínimo de respeto por la religión. No obstante, por primera vez en la historia de la Europa postconstantiniana, el ateísmo contó con ilustres defensores filosóficos. Los de mayor peso fueron los pensadores franceses Denis Diderot (1713-84) y Jean-Baptiste le Rond d’Alembert (1717-83). Juntos editaron la grandemente influyente Encyclopédie, publicada en varios volúmenes entre 1751 y 1772. Su objetivo era «secularizar» el saber y difundir los conceptos y valores de la Ilustración.

La revolución kantiana
El filósofo de la Ilustración por excelencia fue Immanuel Kant, de la Universidad de Königsberg, en Prusia (noreste de Alemania). Gran parte de la teología postkantiana se ha articulado en respuesta a Kant. Si nos limitamos al impacto teológico de Kant, hay varios temas clave.

En primer lugar, Kant sometió todos los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios a una crítica devastadora. El argumento del diseño (la complejidad de la creación requiere un diseñador), el argumento cosmológico (las cosas finitas requieren una causa trascendente), el argumento ontológico (el propio concepto de Dios como el ser máximamente perfecto exige que exista realmente)… nada podía satisfacer el intelecto indudablemente brillante de Kant. La razón humana, al reflexionar sobre el mundo, no podía encontrar ningún camino hacia el conocimiento de Dios.

En segundo lugar, Kant sostenía que todo nuestro conocimiento está «filtrado» por nuestra capacidades mentales y sensoriales. En consecuencia, solo podemos conocer las cosas tal y como nos parecen o aparecen una vez que han sido así filtradas (Kant llamaba a estas apariencias «fenómenos»). Pero las cosas tal y como son en sí mismas («noúmenos») permanecen para siempre fuera de nuestro alcance. Evidentemente, esto afecta de manera seria nuestra capacidad de tener un conocimiento objetivo de Dios.

En tercer lugar, y a pesar de lo anterior, Kant siguió siendo teísta (de tipo deísta). Sostuvo que la razón humana, considerada prácticamente, impone una «ley moral» a la conducta humana. Sin embargo, para que esta ley moral tenga sentido, debemos hacer tres «postulados» (algo parecido a supuestos teóricos): la libertad humana, la inmortalidad humana y la existencia de Dios como sanción última detrás de la ley moral. Debemos postular la libertad, a pesar de la ausencia de pruebas científicas de ello, para incentivar a las personas a esforzarse por obedecer la ley moral. Debemos postular la inmortalidad para satisfacer nuestra sensación de que la virtud y la felicidad coinciden en última instancia (ya que a menudo no lo hacen en esta vida presente). Y debemos postular a Dios como el Juez perfecto que garantizará que la virtud sea recompensada y el mal castigado en el más allá.

Kant, por tanto, negó que Dios pudiera ser conocido en algún sentido, pero lo mantuvo como un «postulado» necesario de la ley moral. Es muy posible que este planteamiento haya infundido nueva vida a los argumentos morales sobre la realidad de Dios, que tanto han figurado en la apologética cristiana postkantiana (por ejemplo, en C.S. Lewis). En su opinión, Kant había hecho un buen servicio a la religión: había «negado el conocimiento para dar espacio a la fe». Los teólogos no estaban tan seguros. En la Biblia, la fe nunca es un postulado carente de conocimiento sustancial.

La relación ambigua de Kant con la religión se muestra en otras dos facetas de su vida y su pensamiento. En primer lugar, casi a pesar de sí mismo y de su optimismo ilustrado sobre el poder de la razón, Kant se vio obligado en su investigación racional de la ley moral a confesar algo muy parecido a la doctrina cristiana del pecado original. Reconoció que existe un misterioso defecto en la naturaleza humana —como él lo denominó, un «mal radical»— que socava continuamente nuestros esfuerzos hacia la bondad. Otros pensadores de la Ilustración se sintieron indignados por este elemento de la filosofía de Kant, considerándolo como una traición a favor del dogma cristiano. Podemos atribuirlo con generosidad a la honestidad intelectual de Kant sobre la condición humana.

En segundo lugar, Kant conservó una gran reverencia moral por la figura de Jesús. Para Kant, Jesús no es el Hijo de Dios ni el Redentor de los pecadores. Pero en virtud de Su profunda enseñanza e influencia, según Kant, Jesús es el fundador de un nuevo reino moral en el mundo. Kant intentó osadamente despojar al cristianismo de todos sus aspectos sobrenaturales, reinterpretándolo de un modo estrictamente moral (y moralista). Sus escritos inspiraron muchas formas de teología «liberal».

La misiones moravas
El cristianismo residual de Kant, si podemos llamarlo así, quizá tuvo una raíz biográfica en su temprana educación en una devota familia luterana profundamente influenciada por los valores religiosos del pietismo. Este movimiento generalizado de renovación espiritual dentro del luteranismo alimentó directamente el gran Avivamiento evangélico en Gran Bretaña a través de los moravos. Eran descendientes de los husitas, que habían huido de la persecución y se habían establecido en una finca alemana de Bethelsdorf, propiedad del conde pietista luterano Nicolaus von Zinzendorf (1700-1760). Zinzendorf, un «ecumenista» pionero, había forjado una unión amistosa entre pietistas luteranos y moravos en Bethelsdorf, donde el espíritu renovador del pietismo tomó forma de un poderoso renacimiento clásico en 1727. Este intenso renacimiento local condujo a los moravos a una iniciativa misionera de gran envergadura, que en apenas cinco años llevó el evangelio a Groenlandia, Laponia, las Islas Vírgenes, América del Norte y del Sur y Sudáfrica. A la muerte de Zinzendorf en 1760, los moravos habían enviado al menos 226 misioneros. Zinzendorf también legó un rico repertorio de himnos a los evangélicos de todo el mundo, muchos de los cuales fueron traducidos al inglés por John Wesley (1703-1971).

La mención de Wesley nos alerta sobre el modo en que el reavivado moravianismo alimentó el Avivamiento evangélico en Gran Bretaña. El propio Wesley estuvo profundamente influenciado por los moravos. Visitó Bethelsdorf en 1738 y, por así decirlo, se contagió del fuego moravo. Wesley incorporó aspectos de la piedad morava al metodismo, como la «reunión de estudio bíblico» y la «fiesta ágape».

La iglesia en Estados Unidos
La conexión entre el Avivamiento evangélico en Gran Bretaña y el Primer Gran Despertar en Estados Unidos se estableció en la vida y el ministerio de George Whitefield (1714-70), el calvinista inglés sumamente elocuente que pasó gran parte de su tiempo predicando con efecto en las Trece Colonias. El panorama religioso en Estados Unidos era muy diverso, incluyendo anglicanos o episcopalianos (como Whitefield), congregacionalistas (como Edwards), bautistas (como el célebre predicador calvinista, y agitador a favor de la separación Iglesia-Estado, Isaac Backus [1724-1806]), cuáqueros, moravos y católicos romanos. El presbiterianismo también se asentó firmemente en suelo estadounidense cuando se organizó el primer presbiterio en 1706. Su principal figura fue el irlandés, educado en Escocia, Francis Makemie (1658-1708). Desde sus pequeños comienzos, el presbiterianismo floreció en Estados Unidos, dando a la iglesia en general un mayor número de teólogos ilustres reformados que cualquier otro cuerpo protestante en los Estados Unidos.

Roma y el Oriente
Dos acontecimientos principales en el mundo católico romano merecen nuestra atención. Primero, en la década de 1760, la convulsa controversia jansenista quedó finalmente resuelta. Había estado destrozando la paz de Roma durante más de un siglo, mientras los jansenistas luchaban por todos los medios para rehabilitar la doctrina de la gracia de Agustín dentro de la Iglesia romana. Esa valerosa iniciativa, tras muchas vueltas y revueltas, se estrelló al final contra la arena al iniciar la segunda mitad del siglo XVIII. La mayoría de los jansenistas activos que quedaban entraron en cisma contra Roma, formando su propia iglesia jansenista en la tolerante Holanda protestante. Liberados de las restricciones de la lealtad al papado, allí se convirtieron en un cuerpo más protestante, que podríamos caracterizar como «calvinistas de alta iglesia». Como resultado, la teología de la gracia de Agustín quedó permanentemente eclipsada en el catolicismo romano.

La paradoja se repite en el segundo acontecimiento. Los principales enemigos de los jansenistas habían sido los jesuitas, o la Compañía de Jesús. Sin embargo, en lo que debió haber sido su momento de triunfo, el desastre recayó sobre la orden jesuita. Demasiadas personas, tanto católicos romanos ordinarios como figuras poderosas, se habían desencantado y alarmado por las tácticas, intrigas, poder indebido e influencia aparentemente conspirativa de los jesuitas. Apenas habían ganado los jesuitas su largo duelo con el jansenismo, cuando ellos mismos cayeron en desgracia de forma espectacular. Fueron suprimidos en Francia, España, Portugal, Austria, Hungría y otros países en una serie de restricciones drásticas desde 1759 hasta 1782. El trago más amargo para los jesuitas, las «tropas de choque del papado», como se les ha apodado, fue cuando el propio papado se volvió contra ellos en 1773, y el papa Clemente XIV abolió la orden jesuita.

No fue hasta después del trauma europeo de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas (que terminaron en 1815) que los jesuitas volvieron a establecerse. Un nuevo orden europeo conservador, reaccionando contra los peligros percibidos de la democracia revolucionaria desatada en Francia en 1789, acogió de nuevo a los jesuitas como aliados de la política y la moral cristianas contra las fuerzas del radicalismo secular.

Mientras tanto, el mundo ortodoxo oriental atravesaba sus propias pruebas y tribulaciones. Con sus antiguas tierras centrales ahora bajo dominio islámico, la bandera de la ortodoxia libre ondeaba orgullosa en manos de la vasta y poderosa Rusia. Sin embargo, el zar de Rusia en las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII fue el formidable Pedro el Grande (1682-1725). Pedro se enamoró de casi todo lo occidental y aprovechó la poderosa maquinaria del Estado ruso para «modernizar» (occidentalizar) su imperio. Para la Iglesia ortodoxa rusa, esto significó la pérdida de su autonomía. En 1721 se abolió el cargo de patriarca de Moscú, que había permanecido vacante por veinte años. Pedro lo reemplazó por un organismo llamado «Santo Sínodo». Tomando como modelo las formas luteranas de gobierno eclesiástico, contaba con diez (más tarde doce) miembros, todos ellos nombrados por Pedro y a los que también podía destituir a voluntad. El presidente del sínodo era un procurador laico, cargo que evolucionó hasta convertirse en un funcionario muy poderoso que garantizaba la sumisión de la Iglesia al Estado zarista. Al mismo tiempo, comenzó a circular en la Iglesia rusa una teología de tendencia luterana. La teología sistemática de Platon Levshin, arzobispo metropolitano de Moscú de 1775 a 1812, apenas difiere de un tratado luterano.

Las máquinas y la música
Una última palabra sobre el siglo XVIII: otra paradoja. Por un lado, fue el siglo que presenció los comienzos de la Revolución industrial, el nacimiento de la era de las máquinas, con todo su impacto transformador en la tecnología, la sociedad y los modelos de pensamiento humano.

Por otro lado, el mismo «siglo de la máquina» fue testigo de un derroche de genio musical creativo tal vez insuperable en la historia. Compositores como Johann Sebastian Bach (1685-1750), George Frideric Handel (1685-1759), Wolfgang Amadeus Mozart (1756-91), Joseph Haydn (1732-1809) y Ludwig van Beethoven (1770-1827) hicieron que la música nunca volviera a ser la misma. Muchas de sus obras son explícitamente cristianas y han servido de inspiración tanto espiritual como estética para millones de personas. Karl Barth lo plasmó en una bella frase aunque un tanto graciosa: «Cuando los ángeles tocan música para Dios, tocan Bach. Cuando tocan para sí mismos, tocan Mozart».

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Nicholas R. Needham
El Dr. Nicholas Needham es pastor de la Iglesia Inverness Reformed Baptist Church de Inverness, Escocia, y profesor de historia eclesiástica en el Highland Theological College de Dingwall, Escocia. Es autor de la obra 2,000 Years of Christ’s Power [2000 años del poder de Cristo], compuesta de varios tomos.

¿Quién ganará la batalla? | Charles Spurgeon

22 de marzo
«Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos también estén conmigo».
Juan 17:24

¡Oh muerte, por qué tocas el árbol bajo cuyas frondosas ramas reposa el cansado! ¿Por qué arrebatas de la tierra al bueno en quien tenemos todo nuestro deleite? Si has de emplear el hacha, hazlo con los árboles que no dan fruto: en ese caso te lo agradeceremos. Sin embargo, ¿por qué has de talar los hermosos cedros del Líbano? ¡Oh, detén tu hacha y perdona al justo! Pero no, eso no puede ser: la muerte hiere al mejor de nuestros amigos. El más generoso, el más consagrado, el más santo, el más piadoso debe morir.

¿Y por qué? Porque prevalece esta oración de Jesús, que dice: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo». Por causa de esta oración suben al Cielo sobre alas de águila. Cada vez que un creyente sube de esta tierra al Paraíso, la oración de Jesús tiene respuesta. Un anciano teólogo dice que, muchas veces, Jesús y los suyos elevan oraciones contrarias. Tú doblas las rodillas en oración y expresas: «Padre, quiero que tus santos estén conmigo donde yo estoy». Cristo, por su parte, dice: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos también estén conmigo».

Así, el discípulo se opone a su Señor. El alma no puede estar en dos sitios a la vez: a ese ser amado no le es posible encontrarse al mismo tiempo con Cristo y contigo. ¿Quién ganará la batalla? Si el Rey bajara de su Trono y dijera: «Aquí hay dos suplicantes cuyas peticiones son opuestas, ¿a cuál de ellas debo responder?», estoy seguro de que, aunque te fuera doloroso, replicarías: «Jesús, no se haga mi voluntad, sino la tuya».

Tú pondrías fin a la oración por la vida de tus seres queridos si supieses que Cristo está orando de forma contraria a la tuya y diciéndole al Padre: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo». Señor, tenlos tú, por fe te los entrego.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 90). Editorial Peregrino.

¿Es usted un culpable perdonado?

Miércoles 22 Marzo
Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.
Salmo 32:1
Mirad a mí, y sed salvos.
Isaías 45:22

¿Es usted un culpable perdonado?
Es difícil reconocer que somos culpables y que merecemos el juicio de Dios. Sin embargo, la Biblia declara: “No hay justo, ni aun uno… por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:10, 23).

Entonces, una vez que hemos dado el paso más difícil de reconocer y confesar nuestro estado ante Dios, solo nos queda echarnos en sus brazos y aceptar el perdón que nos ofrece, pues él “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4).

El pecado nunca es insignificante para Dios. Pero “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Jesucristo manifestó este amor llevando en nuestro lugar el juicio de Dios. Incluso el hombre más pecador puede ir con confianza a Dios, quien perdona sin límites. “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Santiago 4:8).

En los evangelios Jesús dice que los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13). Los que se creen justos no pueden acceder al perdón. Así, no tomar conciencia de su situación de pecador es privarse de descubrir el amor infinito de Dios. Y el creyente que reconoce sus pecados, sus faltas, sus límites, es liberado de la culpa que eso conlleva. ¡Él sabe que Dios lo perdonó!

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Ezequiel 17 – Hechos 23:12-35 – Salmo 35:15-21 – Proverbios 12:1-2

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Cómo conocer la voluntad de Dios | R C Sproul

Renovando Tu Mente
Serie: Cómo enfrentar problemas difíciles
R C Sproul
Si pudieras ver la gloria de Dios, ¿cómo responderías? De su serie clásica La santidad de Dios, escucha esta semana en Renovando Tu Mente como R.C. Sproul nos muestra de qué manera el encuentro de Isaías con un Dios santo expuso su pecaminosidad.

Renovando Tu Mente
Es un ministerio de alcance de Ministerios Ligonier, una organización internacional de enseñanza y discipulado cristiano fundada en 1971 por el Dr. R.C. Sproul.

MINISTERIOS LIGONIER
Somos la confraternidad de enseñanza del Dr. R.C. Sproul. Existimos para proclamar, enseñar y defender la santidad de Dios en toda su plenitud a tantas personas como sea posible. Nuestra misión, pasión y propósito: ayudar a las personas a crecer en su conocimiento de Dios y Su santidad.

Dios nos ama

Martes 21 Marzo
Yo os he amado, dice el Señor; y dijisteis: ¿En qué nos amaste?
Malaquías 1:2

Dios nos ama
Esta pregunta que el pueblo de Israel hizo a Dios es muy insolente: “¿En qué nos amaste?” ¡Sobre todo después de tantas pruebas del fiel amor de Dios! Dios había escuchado el clamor de aquellos que estaban reducidos a esclavitud en un país extranjero y los había liberado de forma milagrosa. Había cuidado de ellos durante 40 años en el desierto, antes de llevarlos a “la tierra prometida” (Hebreos 11:9). Luego, la lista de bendiciones que Dios prodigó a su pueblo no dejó de crecer; sin embargo, ¡Dios solo recibió desprecio! “¿En qué nos amaste?”, dijo el pueblo.

A veces oímos decir: «Si Dios nos amara no habría tantas injusticias, tanta pobreza…». ¡Qué ultraje para Dios! ¡El incrédulo no puede hacer responsable del estado actual del mundo a un Dios en quien no cree!

Todos los que creen en Jesucristo saben bien que Dios continúa amándonos, a pesar de nuestras faltas e indiferencia. Este es un gran milagro del amor divino que podemos explicar a los que se atreven a poner en duda el amor de Dios… porque no lo conocen.

“Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8). ¿Puede haber un amor más grande que el que Dios nos manifestó dando a su propio Hijo para salvarnos? Y continúa amándonos a pesar de nuestra maldad.

Dios no puede amarnos más de lo que ya lo hizo, y no puede darnos más de lo que ya nos dio. ¡Oremos a él con fe, pues está listo para perdonar al que cree en su amor!

Ezequiel 16:35-63 – Hechos 22:22-23:11 – Salmo 35:9-14 – Proverbios 11:31

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La batalla por el control de la humanidad | Miguel Núñez

Miguel Núñez
Serie: Guerra Espiritual

Es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.
Audio original del Ministerio integridad & Sabiduría: https://integridadysabiduria.org/

Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia | Charles Surgeon

20 de marzo
«Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia».
Efesios 5:25

¡Qué precioso ejemplo da Cristo a sus discípulos! Pocos maestros se atreverían a decir: «Si quieres practicar mi doctrina, imita mi vida». No obstante, como la vida de Cristo es una transcripción exacta de la perfecta virtud, él puede señalarse a sí mismo como modelo de santidad y como maestro de ella. El cristiano debiera tomar como modelo solo a Cristo. No hemos de estar satisfechos hasta que reflejemos la gracia que había en él. Como esposo, el cristiano debe fijarse en Cristo y actuar según ese modelo. El verdadero cristiano tiene que ser un esposo como Cristo lo fue para su Iglesia. El amor de un esposo es especial. El Señor abriga para con su Iglesia un afecto peculiar, que la eleva sobre el resto de la Humanidad. «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo». La Iglesia elegida es la favorita del Cielo, el tesoro de Cristo, la corona de su cabeza, el brazalete de su brazo, el pectoral de su corazón, el mismo centro y esencia de su amor. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor constante, pues así ama Jesús a su Iglesia. Él no varía en su afecto. Él puede cambiar la forma de manifestar su cariño, pero el cariño en sí es siempre el mismo. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor permanente, porque nada «podrá apartarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Un verdadero esposo ama a su esposa con un amor de corazón, ferviente e intenso. No es un mero culto de labios. ¡Ah!, querido amigo, ¿qué más podía Cristo hacer en prueba de su amor que aquello que hizo? Jesús tiene un amor deleitoso para con su Esposa. Él estima el amor de esta y se deleita gratamente con ella. Creyente, tú te maravillas del amor de Jesús, te admiras de él, ¿pero lo estás imitando? En tus relaciones familiares, ¿es «como Cristo amó a la Iglesia» la regla y la medida de tu amor?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 88). Editorial Peregrino.

Los dos peces

Lunes 20 Marzo
Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?…
Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Juan 6:9-11

Los dos peces
Era el cumpleaños de Hugo. Su tío le había dado un poco de dinero; con esa suma podía comprar lo que tanto deseaba: un pequeño acuario con dos peces rojos que nadan entre conchas amarillas, plantas verdes y piedras multicolores. El día siguiente iría a la tienda donde ya había admirado el objeto de sus deseos.

Esa tarde, en el curso bíblico, el maestro habló de los leprosos y del dinero que a veces falta para atenderlos en el hospital y para comprar los medicamentos.

–¡Qué pena que no pueda dar nada!, pensó Hugo, pues tengo el dinero justo para mis dos peces.

Y soñando con su acuario, no escuchó más al maestro. Pero de repente le oyó decir:

–Sí, ese niño también dio dos peces al Señor Jesús.

Entonces Hugo volvió a la realidad:

–¿Qué dijo de los peces?, se preguntó. ¡Ah, se trataba del niño de la Biblia que dio al Señor Jesús cinco panes y dos peces, y con ello más de 5 000 personas fueron alimentadas!

Hugo volvió a casa muy pensativo.

–Ese chico dio dos peces…

La decisión que tomó le costó un poco, pero ya estaba decidido: el próximo domingo daría su precioso dinero para la misión que ayuda a los leprosos.

Días más tarde el tío de Hugo se enteró del buen gesto de su sobrino y le regaló un acuario con dos magníficos pececillos.

Ezequiel 16:1-34 – Hechos 21:37-22:21 – Salmo 35:1-8 – Proverbios 11:29-30

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No deis lo santo a los perros | Will Graham

No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen (Mateo 7:6).

Amantísimo Padre:

No debo separar los versículos 1-5 del verso 6. Ahora entiendo que sí quieres que juzgue, pero no de manera hipercrítica. Tengo que ser compasivo y comprensivo a la hora de sacar la paja del ojo ajeno.

No obstante, hay ciertas personas que no son dignas de ser corregidas. Tu Hijo se refiere a ellas como “perros” y “cerdos”. Se burlan de tu Palabra y ridiculizan a tus mensajeros con desdén.

Con razón está escrito: “Y [Herodes] le hacía muchas preguntas [a Jesús], pero él nada le respondió” (Lucas 23:10). Y de nuevo: “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos” (Mateo 15:14). Tu siervo Pablo imitó al Salvador diciendo: “Puesto que desecháis [la Palabra de Dios], y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí nos volvemos a los gentiles” (Hechos 13:46).

En palabras de D.A. Carson: “Rehúso […] presentar a Cristo a esa persona que sólo desea burlarse, discutir y ridiculizar. No sirve de nada”.

Dame discernimiento hoy para que no dé lo santo a los perros.

Amén.

Pastor Will Graham – Palabra de Vida Almería