Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían – Lucas 2:18

No debemos dejar de admirarnos de las grandes maravillas de Dios. Sería muy difícil trazar una línea divisoria entre una admiración santa y una adoración auténtica; porque cuando el alma está anonadada por la majestad de la gloria de Dios, aun cuando no pueda expresar esa majestad con un cántico, ni aun hacerlo con la cabeza inclinada en humilde oración, sin embargo, esa alma adora silenciosamente.

Debemos adorar al Dios encarnado como el Admirable. Que Dios tenga consideración de sus caídas criaturas y, en lugar de barrerlas con el escobón de la destrucción, se encargue de ser su Redentor y pague el precio de su rescate es, en verdad, maravilloso. Para el creyente, la redención es aún mucho más maravillosa cuando la mira en relación consigo mismo. Es, en efecto, un milagro de la gracia que Jesús se desprenda de los tronos y las prerrogativas reales del Cielo para sufrir ignominiosamente por ti. Deja que tu alma prorrumpa en admiración, porque la admiración es, en este caso, una emoción muy práctica.

Una admiración muy santa te guiará a una adoración agradecida y a una sentida acción de gracias. Esto creará en ti una piadosa vigilancia, pues temerás pecar contra tal amor. Al sentir la presencia del poderoso Dios en el don de su querido Hijo, quitarás los zapatos de tus pies, porque el lugar donde te halles será tierra santa. Serás conducido al mismo tiempo a una gloriosa esperanza. Si Jesús ha hecho cosas tan maravillosas a tu favor, sentirás que el Cielo mismo no es algo demasiado grande para tu expectación.

¿Quién puede asombrarse de nada, cuando se ha asombrado ante el pesebre y ante la cruz? ¿Qué otra cosa admirable puede haber para uno que ha visto al Salvador? Querido lector, puede que desde la quietud y soledad de tu vida, difícilmente seas capaz de imitar a los pastores de Belén, quienes dijeron lo que habían visto y oído; pero puedes, al menos, llenar el círculo de los adoradores que están delante del Trono, maravillándote de lo que Dios ha hecho.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, pp. 34-35). Editorial Peregrino.

Se quitará la vida al Mesías, mas no por sí – Daniel 9:26

Se quitará la vida al Mesías, mas no por sí
Daniel 9:26

¡Bendito sea su nombre!, no hay causa de muerte en él. Ni pecado original ni pecado presente lo ha manchado y, por tanto, la muerte no tiene ningún derecho sobre él. Ningún hombre podría haberle quitado la vida con justicia, pues él no injurió a ningún hombre; y ningún hombre podía haberlo matado por la fuerza, si él no hubiese deseado entregarse para morir. Pero, he aquí que uno peca y otro sufre. La justicia se vio ultrajada por nosotros, pero halla en él su satisfacción.

Ni ríos de lágrimas, ni montañas de sacrificios, ni mares de sangre de bueyes, ni cerros de incienso hubiesen servido para la remisión de los pecados; pero Jesús fue muerto por nosotros y la causa de la ira desapareció enseguida, porque se había eliminado el pecado para siempre. Aquí hay sabiduría, mediante la cual la sustitución, seguro y rápido camino de expiación, se divisaba. Aquí hay condescendencia, que envía al Mesías —el Príncipe— para que se ciña una corona de espinas y muera en la cruz. Aquí hay amor, que lleva al Redentor a dar su vida por sus enemigos. Sin embargo, no basta con admirar el espectáculo del inocente que sangra por el culpable; tenemos que estar seguros de que también nos salvó a nosotros. El propósito particular de la muerte del Mesías era la salvación de su Iglesia. ¿Tenemos nosotros parte y suerte entre aquellos por quienes él dio su vida en rescate? ¿Fuimos curados por sus llagas? Será terrible si nos privamos de una porción de su sacrificio; en ese caso, sería mejor no haber nacido.

Aunque la pregunta es solemne, nos alienta saber que se puede contestar claramente y sin error: para todos los que creen en él, Jesús es un Salvador actual y sobre los tales se esparció toda la sangre de la reconciliación. Que cuantos confían en los méritos de la muerte del Mesías se sientan gozosos al recordarlo, y hagan que una santa gratitud los guíe a consagrarse por entero a su causa.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 24). Editorial Peregrino.

Mas yo oraba – Salmo 109:4

Las lenguas mentirosas estaban ocupadas en manchar la reputación de David; pero él no se defendió, sino que remitió la causa al Tribunal Supremo y suplicó delante del gran Rey. La oración es el medio más seguro para responder a las palabras de odio. El Salmista no oró fríamente, sino con fervor: puso en ello toda su alma y todo su corazón, como lo hizo Jacob cuando luchó con el ángel. Así, y solo así, tendremos buen éxito ante el trono de la gracia. Al igual que una sombra no tiene virtud alguna porque no hay en ella sustancia de ninguna clase, tampoco la súplica en que no está presente el corazón, luchando ardientemente y demostrando un vehemente deseo, resulta en modo alguno eficaz, pues le falta aquello que le da poder. «La oración ferviente —dice un antiguo teólogo— es como un cañón emplazado frente a las puertas del Cielo, que las hace abrir enseguida». La falta común en muchos de nosotros es la propensión a distraernos. Nuestros pensamientos vagan de aquí para allá y avanzamos poco hacia nuestro deseado fin.

¡Qué malo es esto! Nos perjudica y, lo que es peor, insulta a nuestro Dios. ¿Qué pensaríamos de un peticionario que, mientras está en audiencia con un príncipe, jugase con una pluma o se pusiera a cazar moscas? La constancia y la perseverancia se hallan implícitas en la expresión de nuestro texto. David no clamó solo una vez para caer después en el silencio, sino que continuó orando hasta que llegó la bendición. La oración no debe ser una ocupación ocasional, sino una labor cotidiana: un hábito y una vocación. Como los artistas se consagran a sus modelos, y los poetas a sus estudios clásicos, así nosotros debemos dedicarnos a la oración. Hemos de sumergirnos en la plegaria y orar sin cesar.

Señor, enséñanos a orar de tal manera que podamos prevalecer más y más en nuestras súplicas.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, pp. 23-24). Editorial Peregrino.

Hizo flotar el hierro – 2 Reyes 6:6

Hizo flotar el hierro – 2 Reyes 6:6

El hacha parecía estar irremediablemente perdida y, como era prestada, el prestigio de los hijos de los profetas se hallaba probablemente en peligro. Como consecuencia, el nombre de su Dios iba a quedar comprometido. Contra lo que se esperaba, el hierro subió de las profundidades del río y flotó, pues lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. Conozco a un hombre en Cristo que hace solo unos años fue llamado a emprender una obra que estaba muy por encima de sus fuerzas. Parecía tan difícil que aun la simple idea de intentarla resultaba absurda. Sin embargo, se le llamó a ejecutarla y, al presentarse la ocasión, su fe se afirmo.

Dios premió la fe de ese hombre, le envió una ayuda inesperada y el hierro flotó. Otro, de la familia del Señor, estaba pasando por una grave apretura económica. Si hubiese podido vender cierta parte de sus bienes habría tenido con qué satisfacer todos sus compromisos, pero de la noche a la mañana se vio en un callejón sin salida y en vano fue en busca de sus amigos. No obstante, su fe lo guió hacia el inefable Ayudador y, ¡he aquí que la dificultad desapareció y el hierro flotó! Otro estaba preocupado por un triste caso de corrupción. Ya había apelado a la enseñanza, a la reprensión, a la exhortación, a la invitación y a la intercesión, pero… todo en vano. El viejo Adán era demasiado fuerte para el joven Melanchthon; el terco espíritu no quería ceder. Entonces luchó en oración y, al poco tiempo, le fue enviada del Cielo una bendita respuesta. El corazón duro se quebrantó y flotó el hierro. Querido lector, ¿qué es lo que te desespera? ¿Qué asunto grave tienes que resolver hoy? Tráelo aquí: el Dios de los profetas vive, y vive para ayudar a sus santos.

Él no permitirá que carezcas de bien alguno. ¡Pon tu fe en el Señor de los Ejércitos! Acércate a él invocando el nombre de Jesús y el hierro flotará. Dentro de poco verás el dedo de Dios obrando maravillas por su pueblo: «Conforme a tu fe te sea hecho». Y el hierro flotará una vez más.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 21). Editorial Peregrino.

«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

31 de diciembre

«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

Jeremías 8:20

¡No ser salvo! Querido lector, ¿es esta tu triste condición? Se te ha advertido tocante al Juicio venidero, exhortado a escapar para salvar tu vida y, sin embargo, aún no eres salvo. Conoces el camino de la salvación, has leído la Biblia, la has oído predicar desde el púlpito, tus amigos te la han explicado; sin embargo, la has desatendido y, en consecuencia, no eres salvo. No tendrás excusa cuando el Señor juzgue a los vivos y a los muertos. El Espíritu Santo te ha dado siempre alguna bendición al oír la Palabra predicada en tus oídos, y has experimentado tiempos de refrigerio procedentes de la presencia del Señor. Con todo, estás sin Cristo. Todos esos tiempos cargados de esperanza han venido y se han ido, tu verano y tu siega se acabaron y, a pesar de ello, no eres salvo. Los años han entrado uno tras otro en la eternidad; tu último año pronto se hará presente. Tu juventud se ha ido, tus fuerzas han desaparecido y, sin embargo, no eres salvo. Permíteme preguntarte: ¿Deseas serlo en verdad? ¿Hay alguna probabilidad de que esto ocurra? Ya han pasado los tiempos más propicios y tú sigues sin ser salvo. ¿Podrán otras ocasiones cambiar tu condición? Los medios no han dado resultado; ni aun lo ha dado el mejor de todos los medios, aunque se utilizó con perseverancia y con el más profundo afecto. ¿Qué más puede hacerse por ti? Ni la aflicción ni la prosperidad han podido impresionarte; las lágrimas, las oraciones y los sermones se han estrellado contra tu árido corazón. ¿No ha muerto toda probabilidad de que alguna vez llegues a ser salvo? ¿No es, en realidad, más que probable que sigas como estás hasta que la muerte cierre para siempre la puerta de la esperanza? ¿Te espanta esta suposición? Sin embargo, es la suposición más razonable; pues el que no ha sido lavado en medio de tantas aguas, seguirá, con toda probabilidad, sucio hasta el fin. El tiempo oportuno nunca llegó para ti. ¿Por qué ha de llegar alguna vez? Es lógico temer que no llegue jamás y que, a semejanza de Félix, tú tampoco encuentres el tiempo oportuno hasta que estés en el Infierno. ¡Oh, recuerda lo que es el Infierno y piensa en la espantosa probabilidad de que pronto seas arrojado en el mismo!

Lector, si mueres sin Cristo, no hay palabras para describir tu perdición. Tu espantoso estado tendría que describirse con lágrimas y sangre, y habría que hablar de él con gemidos y crujir de dientes: Sufrirás pena «de eterna perdición, excluido de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts. 1:9). La voz de un hermano debiera llamarte a la reflexión. ¡Oh, sé sabio, sé sabio a tiempo y, antes de que empiece otro año más, cree en Jesús, quien te puede salvar eternamente. Consagra estas últimas horas a una íntima reflexión; y si se produce en ti un arrepentimiento profundo, gózate; y si dicho arrepentimiento te lleva a poner una humilde fe en Jesús, alégrate sobremanera. ¡Oh, procura que no termine este año sin que seas salvo! ¡No dejes que te sorprendan las campanadas de la medianoche sin haber recibido el perdón! Ahora, ahora, ahora, cree y vive.

¡Escapa, salva tu vida!

No mires tras de ti,

ni pares en toda esta llanura.

Escapa al monte,

no sea que perezcas.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 376–377). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«¿No sabes tú que el final será amargura?».

30 de diciembre

«¿No sabes tú que el final será amargura?».

2 Samuel 2:26

Si tú, querido lector, eres simplemente alguien que profesa ser cristiano pero no posee la fe que es en Cristo Jesús, entonces las siguientes líneas te presentarán un bosquejo de cuál será tu fin.

Eres de aquellos que asisten a un lugar de culto. Vas allí porque van otros, no porque tu corazón esté reconciliado con Dios. Este es tu principio. Quiero suponer que, a lo largo de los próximos veinte o treinta años, se te permitirá seguir como hasta ahora, profesando la religión en forma superficial, pero sin poner en ella tu corazón. Anda despacio, pues tengo que hacerte ver la agonía de alguien como tú. Observémosle amablemente. Un sudor viscoso le cubre la frente; se despierta y clama diciendo: «¡Oh Dios, qué penoso es morir! ¿No harás que venga mi pastor?». «Sí, ya viene». Llega el pastor, y el moribundo le dice: «Pastor, temo que me estoy muriendo». Y el pastor le contesta: «¿Tiene usted alguna esperanza?». El paciente responde: «No puedo decir que la tenga. Temo aparecer delante de mi Dios. Ore usted por mí». Se eleva la oración por él con sincero fervor, y se le presenta por diezmilésima vez el camino de la salvación, pero antes de que pueda asirse de la salvadora soga, veo que se hunde. Puedo poner mis dedos sobre sus fríos párpados, pues esos ojos no verán nada más en esta tierra. No obstante, ¿dónde está ahora ese hombre y dónde están sus verdaderos ojos? «Y en el Hades alzó sus ojos, estando en los tormentos» (Lc. 16:23). ¡Ay!, ¿por qué no alzaría antes esos ojos? Porque estaba tan acostumbrado a oír el evangelio que su alma se dormía bajo la predicación del mismo. ¡Ay, si llegas a levantar tus ojos allí, cuán amargos serán tus lamentos! Deja que las propias palabras del Salvador te revelen ese pesar: «Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama» (v. 24). Hay un espantoso significado en estas palabras, ¡ojalá nunca tengas que deletrearlas bajo la luz roja de la ira del Señor!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 375). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«¿Qué pensáis del Cristo?».

29 de diciembre

«¿Qué pensáis del Cristo?».

Mateo 22:42

La gran prueba de la salud de tu alma está en esta pregunta: «¿Qué piensas del Cristo?». ¿Es él para ti «el más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal. 45:2), «señalado entre diez mil» (Cnt. 5:10), «todo él codiciable» (Cnt. 5:16)? Donde así se estima a Cristo, todas las facultades del hombre espiritual se ejercitan con energía. Yo juzgaré tu piedad por este barómetro: ¿Qué lugar ocupa Cristo en tu pensamiento, alto o bajo? Si has pensado livianamente de Cristo; si te has sentido satisfecho con vivir sin su presencia; si su honor te ha importado poco; si has sido negligente con sus leyes, entonces ya sé que tu alma está enferma. ¡Dios quiera que no sea de muerte! Sin embargo, si el primer pensamiento de tu espíritu ha sido cómo honrar a Jesús, si el deseo cotidiano de tu alma ha hallado su expresión en las palabras de Job: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job 23:3), entonces te digo que, aunque tengas mil debilidades y apenas conozcas si eres realmente un hijo de Dios, estoy persuadido de que, a pesar de todo, te encuentras a salvo, pues tienes a Jesús en alta estima. A mí no me importan tus harapos; lo que me importa es aquello que piensas de su regio atavío. No me interesan tus heridas —aunque de ellas mane sangre a raudales—; lo que me interesa es qué piensas tú de sus heridas. ¿Son ellas en tu estima como brillantes rubíes? No te considero inferior porque residas, como Lázaro, en el estercolero y los perros te estén lamiendo las llagas. No te juzgo por tu pobreza, sino por lo que piensas del Rey en su hermosura. ¿Tiene él en tu corazón un trono glorioso y elevado? ¿Lo colocarías más alto si pudieras? ¿Desearías morir si con ello lograras añadir solo un sonido de trompeta más a los acordes que proclaman sus alabanzas? ¡Ah, entonces vas bien! Cualquiera que sea el concepto que tengas de ti mismo, si Cristo es grande para ti, estarás con él dentro de poco.

Aunque el mundo entero de mi elección se ría,

mi porción será Jesús.

Ningún otro como él me satisface,

pues hermoso es él entre los hermosos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 374). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«No he venido para traer paz, sino espada».

28 de diciembre

«No he venido para traer paz, sino espada».

Mateo 10:34

El cristiano, sin duda, se granjeará enemigos. Él procurará desde luego no tener ninguno; pero, si por hacer lo recto y confiar en la verdad, llega a perder todos los amigos terrenales, no le importará demasiado, pues su gran Amigo, que está en los cielos, le brindará, por su fidelidad, una amistad más íntima, y se manifestará a él más bondadosamente que nunca. ¡Oh vosotros que habéis tomado su cruz!, ¿no sabéis lo que dijo nuestro Señor? Dijo: «He venido a poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mt. 10:35, 36). Cristo es el gran Pacificador, pero antes de la paz trae la guerra. Donde llega la Luz, las tinieblas tienen que retirarse. Donde se hace presente la verdad, la mentira debe huir. Si se queda, se producirá un gran conflicto, pues la verdad no puede ni quiere bajar su bandera y, por tanto, la mentira ha de ponerse debajo de sus pies. Si sigues a Cristo, todos los perros del mundo estarán ladrando detrás de ti. Si quieres vivir de tal manera que puedas soportar la prueba del último Tribunal, ten por cierto que el mundo no hablará bien de ti: el que es amigo del mundo es enemigo de Dios. No obstante, si te muestras sincero y fiel para con el Altísimo, los hombres se sentirán ofendidos por tu inquebrantable fidelidad, pues ella constituye un testimonio contra sus iniquidades. Debes practicar siempre lo recto, sin temer las consecuencias. Necesitarás el coraje de un león para proseguir, sin titubear, una carrera que convertirá a tus mejores amigos en tus peores enemigos. Pero, por amor a Jesús, debes ser valiente. Arriesgar reputación y afecto por causa de la verdad es un acto de tal naturaleza que, para practicarlo constantemente, necesitarás un grado de principio moral que solo el Espíritu de Dios puede producir en ti. No vuelvas, sin embargo, tu espalda como un cobarde, sino muéstrate valiente. Sigue recta y varonilmente en las pisadas de tu Señor, pues él anduvo antes que tú por este escabroso camino. Mejor es una guerra breve y un descanso eterno que una falsa paz y un tormento eterno.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 373). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«Y el SEÑOR te guiará continuamente».

27 de diciembre

«Y el SEÑOR te guiará continuamente».

Isaías 58:11 (LBLA)

«El Señor te guiará». No te guiará un ángel, sino el Señor. El Señor había dicho que él no atravesaría el desierto al frente de su pueblo, sino que enviaría un ángel para que los guiara en el camino. Moisés respondió: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» (Éx. 33:15). Cristiano, Dios no te ha dejado bajo el cuidado de un ángel en tu peregrinación, sino que él mismo va en cabeza. Quizá no veas la columna de nube ni la columna de fuego; pero, a pesar de ello, el Señor nunca te abandonará. Observa la construcción afirmativa del versículo: «El Señor te guiará». ¡Qué cierto es que Dios no va a abandonarnos! Sus preciosas promesas son mejores que los juramentos de los hombres: «No te desampararé ni te dejaré». Observa, también, el adverbio «continuamente». No tenemos que ser guiados simplemente algunas veces, sino que necesitamos contar con un instructor permanente. Tampoco hemos de confiarnos de vez en cuando en nuestra capacidad y así vagar de un lado para otro, sino que debemos oír en todo momento la voz rectora del Gran Pastor. Si seguimos de cerca sus pasos, no erraremos, sino que se nos guiará por un camino recto hacia una ciudad habitable. Si tienes que cambiar de posición en la vida; si necesitas emigrar a costas distantes; si, por casualidad, caes en la pobreza o te elevas de repente a una posición más alta que la que ahora ocupas; si te ves colocado en medio de extranjeros o echado entre tus enemigos, no tiembles, pues «el Señor te guiará continuamente». No hay dilemas de que no vayas a ser librado si vives cerca de Dios y tu corazón arde con un amor santo. No anda mal el que anda en compañía de Dios. Camina tú con Dios, como hizo Enoc, y no errarás el camino. Cuentas, para dirigirte, con una sabiduría infalible; para alentarte, con un amor inmutable; y para defenderte, con un poder eterno. «El Señor —observa esta palabra— te guiará continuamente».

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 372–373). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«He aquí yo estoy con vosotros todos los días».

26 de diciembre

«He aquí yo estoy con vosotros todos los días».

Mateo 28:20

El Señor Jesús está en medio de su Iglesia y anda entre los candeleros de oro. Su promesa es: «He aquí, yo estoy con vosotros todos los días». Jesús se encuentra tan realmente con nosotros ahora como lo estuvo con sus discípulos junto al lago, cuando aquellos «vieron brasas puestas y un pez encima de ellas, y pan» (Jn. 21:9). Aunque no en cuerpo, Jesús, sin embargo, está verdaderamente con nosotros. Esta es una bendita verdad, pues donde Jesús se halla presente, el amor se inflama. De todas las cosas del mundo que pueden hacer arder el corazón, no hay ninguna comparable a la presencia de Jesús. Una mirada suya nos conquista de tal manera que estamos prontos a decir: «Aparta tus ojos de delante de mí, porque ellos me vencieron» (Cnt. 6:5). La fragancia de los áloes, de la mirra y de la casia que exhalan sus perfumados vestidos reconfortan al enfermo y al abatido. Si por un solo momento reclinamos nuestras cabezas en su bondadoso pecho y recibimos su divino amor en nuestros fríos corazones, no estaremos más indiferentes en la vida espiritual, sino que arderemos como serafines y nos mostraremos dispuestos a trabajar y a sufrir. Si reconocemos que Jesucristo está con nosotros, todas nuestras facultades se desarrollarán y toda virtud se corroborará, y nos lanzaremos a servir al Señor con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y todas nuestras fuerzas. Esto demuestra que la presencia de Cristo debe desearse sobre todas las cosas. Esta presencia la sentirán en mayor grado aquellos que se parecen más a él: si quieres ver a Cristo, tienes que desarrollarte según su semejanza. Haz tuyos, por el poder del Espíritu, los deseos, los motivos, y los planes de acción de Jesús y, probablemente, te verás favorecido con su presencia. Recuerda que se puede tener la presencia de Jesús, y su presencia es tan real como siempre. Él se goza en estar con nosotros; y si acaso no llega, es porque, a causa de nuestra indiferencia, se lo impedimos. Él se revelará en respuesta a nuestras oraciones fervientes y, bondadosamente, permitirá que lo detengamos con nuestras súplicas y nuestras lágrimas, pues estas son las cadenas de oro que atan a Jesús a los suyos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 371). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.