Cómo lidiar con la CULPA | R.C.Sproul

Renovando Tu Mente
Serie: Cómo enfrentar problemas difíciles
R C Sproul

MINISTERIOS LIGONIER
Somos la confraternidad de enseñanza del Dr. R.C. Sproul. Existimos para proclamar, enseñar y defender la santidad de Dios en toda su plenitud a tantas personas como sea posible. Nuestra misión, pasión y propósito: ayudar a las personas a crecer en su conocimiento de Dios y Su santidad.

Cómo fortalecer tu fe: Medios de gracia y crecimiento espiritual | R.C.Sproul

¿CÓMO PUEDE UN CRISTIANO FORTALECER SU FE?
Luego de afirmar que «la gracia de la fe… es ordinariamente efectuada por el ministerio de la Palabra», la declaración de la Confesión de Westminster sobre la fe salvadora añade: «Por la cual también y por la administración de los sacramentos y la oración, la gracia de la fe es incrementada y fortalecida».

La teología reformada nunca habla de un aumento de la justificación, porque la justificación se sustenta en la justicia de Cristo y no hay nada que podamos hacer para aumentar esa justicia o mérito. Ya es perfecta. No podemos añadirle ni quitarle nada. Sin embargo, la Biblia sí habla del crecimiento de la fe. De hecho, esta crece y disminuye (aunque jamás podrá ser destruida). Nuestra fe en Dios pasa por momentos áridos, cuando gritamos: «¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!» (Mr 9:24). En diversos periodos, la fe con la que nos aferramos a Cristo puede ser más fuerte o más débil. Los escritores de la confesión estaban preocupados por presentar formas en las que puede ser fortalecida. La fe por la cual somos salvos podría ser tan pequeña como una semilla de mostaza, pero esa fe, a pesar de lo minúscula que pueda ser al comienzo, puede crecer y volverse cada vez más fuerte para que nos volvamos cada vez más productivos como cristianos.

No solo el comienzo de la fe depende de la gracia sobrenatural de Dios; el fortalecimiento de la fe se sustenta en la gracia santificadora de Dios. Lo que llamamos los «medios de gracia», los «instrumentos» por los cuales se nos administra la gracia, son muy importantes.

¿CUÁLES SON LOS MEDIOS DE GRACIA PARA AUMENTAR LA FE?
El ministerio de la Palabra. Mientras más me expongo a la Palabra de Dios, tanto más grande será mi fe. De la misma manera, si soy negligente en la lectura de las Escrituras, me expongo a que las ideas fluyan desde el mundo secular hacia mi cabeza, lo cual puede atenuar el ardor de mi fe. Entonces necesito regresar a la Palabra. Mientras leo las Escrituras y digo: «Sí, eso es verdad», mi alma es avivada. Es por eso que necesitamos estar en la iglesia cada domingo en la mañana y no descuidar tales reuniones (Heb 10:24-25). Necesitamos con urgencia esos momentos para concentrarnos en escuchar la Palabra de Dios.

Si yo pensara que el fruto de mi predicación depende de un solo sermón predicado, abandonaría el ministerio con una tremenda desesperación. Hubo una vez en la que yo impartía una clase de una hora a la semana en una iglesia. Cada semana planteaba una pregunta acerca de lo que había enseñado la semana anterior, y la mayoría de las personas no recordaba lo que yo había dicho. Es lamentable, pero en ese escenario yo no tenía el beneficio que tengo en el contexto del seminario de dar tareas para que los alumnos tengan que leer, repasen sus notas y asimilen el material. En consecuencia, los asistentes a la clase de la iglesia no retenían la mayor parte de lo que aprendían cada semana. Si eso ocurre en una clase de una hora, ¿qué decir de un sermón de treinta minutos? ¿Cuánto impacto causa en las personas? A veces puedo predicar un sermón que ya había dado dos años antes, y nadie se da cuenta. Me preocupa la repetición, pero la gente dice: «¡Ah! ¿Ya había predicado eso antes? Por alguna razón nos lo perdimos». Eso es algo difícil para los predicadores.

Lo que me sostiene es saber que Dios ha escogido la predicación como Su medio para despertar a las personas a la fe y para fortalecerlas en su fe. Él ha prometido que Su Palabra no volverá a Él vacía (Is 55:11). Aunque muchos cristianos no pueden recordar tres sermones que hayan escuchado en sus vidas, sin embargo, cada vez que escuchan la Palabra de Dios —aun si están divagando— ella causa un impacto en ellos. Es un medio de gracia.

La Confesión de Fe de Westminster también señala que la administración de los sacramentos es útil, porque los sacramentos del bautismo y de la Cena del Señor son comunicaciones tangibles y demostrativas (no verbales) de la Palabra de Dios. Son demostraciones de la verdad del evangelio que impacta nuestros sentidos, no solo nuestras mentes. Los sacramentos refuerzan y fortalecen nuestra fe porque refuerzan y fortalecen la Palabra de Dios.

Lo último que se menciona en la cita de la confesión sobre la fe salvadora es la oración. La oración es uno de los medios de gracia más importantes que tenemos para fortalecer nuestra fe. La oración no es para el beneficio de Dios. No oramos para darle información que de otra forma no tendría. No oramos para darle consejo a Dios para que mejore Su administración del universo. Por el contrario, la oración es para nuestro beneficio. Es un medio dado por Dios para pasar tiempo con Él, para adorarlo y agradecerle, y para darle a conocer nuestras peticiones. Posteriormente, cuando nos levantamos de nuestras rodillas, observamos la providencia de Dios obrar en nuestras vidas. En suma, vemos a Dios respondiendo nuestras oraciones. ¿Qué le produce eso a nuestra fe? La fortalece. Esa es la razón por la que la oración es un medio de gracia muy importante.

El ministerio de la Palabra de Dios es de una importancia vital para nuestra fe. Esa es la razón por la que muchos opositores de la confiabilidad de las sagradas Escrituras en nuestro tiempo son un gran peligro para el rebaño. Incluso personas que supuestamente son líderes en la iglesia están cortando el acceso del pueblo de Dios a los medios de gracia más importantes que ellos tienen para fortalecer su fe.

Tienes que decidir: puedes escuchar a los críticos de la Biblia, o bien puedes ir a la Escritura misma. El Espíritu Santo nunca promete ministrar a través de las palabras de los críticos. Pero sí ministra tu alma a través de la lectura y el estudio de Su santa Palabra.

Cuando tengas luchas con tu fe, cuando enfrentes la noche oscura del alma, cuando no estés seguro de en cual situación estás con las cosas de Dios, huye a las Escrituras. Es desde esas páginas que Dios el Espíritu Santo te hablará, ministrará tu alma y fortalecerá la fe que Él te dio en un comienzo.

Este artículo Cómo fortalecer tu fe: Medios de gracia y crecimiento espiritual fue adaptado de una porción del libro ¿Qué es la fe?, publicado por Poiema Publicaciones.

La Controversia fundamentalista-modernista | John R. Muether 

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XX

Los eruditos modernos que estudian el protestantismo estadounidense contemporáneo suelen dividir el movimiento en dos grupos principales. El protestantismo mayoritario es un grupo ampliamente inclusivo de denominaciones teológicamente liberales como la Iglesia Episcopal, la Iglesia Evangélica Luterana en América, la Iglesia Unida de Cristo y la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos de América (PCUSA por sus siglas en inglés). Los protestantes «marginales» son miembros de denominaciones más pequeñas, separadas o iglesias independientes que son «creyentes de la Biblia». Esta división tiene aproximadamente un siglo de antigüedad y refleja el resultado de lo que comúnmente se denomina la Controversia fundamentalista-modernista (modernismo, en este contexto, equivale a liberalismo teológico). El conflicto comenzó en la Iglesia Presbiteriana del Norte, conocida oficialmente en aquella época como Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos de América (PCUSA) que estuvo separada de los presbiterianos del Sur desde 1861 hasta 1983. Sin embargo, la controversia acabaría perturbando a todas las denominaciones protestantes de Norteamérica. Al examinar esta controversia, veremos que una evaluación adecuada del conflicto sugiere que el nombre de esta controversia es engañoso.

LAS SEMILLAS DE LA DIVISIÓN
Las raíces de la controversia se remontan al menos a 1869, cuando los presbiterianos norteños de la Vieja y la Nueva Escuela, que se habían separado en 1837, se reunieron tras la Guerra Civil. Las voces del Seminario Teológico de Princeton, bastión del presbiterianismo de la Vieja Escuela, que no apoyaba las reuniones y métodos revivalistas, eran de dos opiniones. A.A. Hodge estaba convencido de la ortodoxia esencial de la Nueva Escuela, que apoyaba los avivamientos en los Estados Unidos, y estaba persuadido de que los presbiterianos podían ser de más testimonio para una nación que se curaba del trauma de la guerra si unían sus números. Su padre, Charles Hodge, se mostró escéptico, temiendo que la fusión diera lugar a un «eclesiasticismo amplio» que erosionara el carácter confesional de la iglesia.

Los temores del anciano Hodge se hicieron realidad poco después de su muerte en 1878. Un número creciente de miembros de la iglesia presionaba para adaptarse a los tiempos modernos. El mayor defensor del progresismo presbiteriano fue Charles A. Briggs. Como profesor del Seminario Teológico Unión de Nueva York, Briggs promovió activamente la ciencia de la alta crítica bíblica (aunque sus opiniones eran suaves en comparación con las expresiones actuales de la alta crítica). Afirmaba que el progreso de la religión estaba en el corazón de la Reforma protestante, y que este era especialmente demandado a una iglesia que diera testimonio en una era científica. Briggs estaba aprovechando un sentimiento que pretendía suavizar los duros bordes de la Confesión de Fe de Westminster. En palabras de un historiador, «parte de la rigidez consagrada de la Confesión de Westminster les parecía obsoleta a muchos presbiterianos».

B.B. Warfield, sucesor de Charles Hodge en Princeton, se negó a participar en los esfuerzos por revisar los Estándares de Westminster. «Es una pena inexpresable», se lamentaba, ver a la iglesia «gastar sus energías en un vano intento de rebajar su testimonio para adaptarlo al sentimiento siempre cambiante del mundo que la rodea». En una época progresista en la que el cambio era sinónimo de salud, su disidencia persuadió a pocos. En palabras de un oponente, sonaba como un llamado a «la armonía de quedarse quieto».

Sin embargo, el impulso a favor de una revisión importante de la Confesión de Westminster se disipó cuando Briggs fue juzgado por sus opiniones de alta crítica. La Asamblea General de 1891 votó abrumadoramente (449 a 60) a favor de vetar el nombramiento de Briggs en el Seminario Teológico Unión y la Asamblea de 1893 le declaró culpable de negar la autoridad de la Escritura y le apartó del ministerio. (El seminario se negó a destituir a Briggs, alegando libertad académica y optó en cambio por retirarse de la denominación. Briggs acabó afiliándose a la Iglesia Episcopal).

EL CONFLICTO SE INTENSIFICA
La Iglesia Presbiteriana del Norte aprobó modestas revisiones doctrinales en 1903, pero esto no disuadió la ambición de las voces liberales que instaban a la iglesia a adaptarse a los tiempos modernos. El presbiterianismo en su mejor forma, argumentaban, es maleable y capaz de ajustarse a los nuevos desarrollos culturales e intelectuales. Un cambio que empezó a producirse fue la expansión significativa de la burocracia de la iglesia en aras de una mayor eficacia organizativa, impulsado por el aumento de poder de los moderadores de la Asamblea General y el cargo de secretario permanente de la denominación.

Los conservadores trataron de reforzar la lealtad denominacional a la autoridad de la Palabra de Dios mediante pronunciamientos de la Asamblea General. La Asamblea General de 1892, reunida en Portland, Oregón, declaró: «Nuestra iglesia sostiene que la inspirada Palabra de Dios, tal como vino de Dios, no tiene errores». La asamblea de 1910 en Atlantic City, Nueva Jersey, afirmó cinco doctrinas como «esenciales y necesarias»: el nacimiento virginal de Cristo, la expiación vicaria de Cristo, la resurrección corporal de Cristo, la realidad de los milagros y la promesa del regreso corporal de Cristo.

Por aquella época, de 1910 a 1915, se publicó una serie de doce libros, cada uno de los cuales contenía artículos que defendían la enseñanza cristiana ortodoxa frente a los desafíos de la alta crítica bíblica, cada vez más escéptica respecto al carácter sobrenatural del cristianismo. Titulada Los fundamentos, esta serie reclutó a una colección diversa de sesenta y cuatro autores, entre los que se encontraban muchos premilenialistas dispensacionalistas y también otros eruditos respetados, como Warfield y el teólogo escocés James Orr. No fue sino hasta 1920 que empezó a usarse el término fundamentalista. Se le atribuye a Curtis Lee Laws, quien organizó la Fraternidad fundamentalista dentro de la Convención Bautista del Norte, denunciando que los liberales estaban abandonando los fundamentos del evangelio.

Los progresistas de la Iglesia Presbiteriana (generalmente centrados en el Presbiterio de Nueva York), aunque se llamaban a sí mismos «evangélicos», expresaban una creciente resistencia a la precisión doctrinal. Ellos argumentaban que teorías particulares, como la expiación sustitutiva de Cristo, no llegaban a abarcar los misterios de la revelación divina, los cuales no podían reducirse a un sistema teológico ordenado. Tres acciones provocadoras de los liberales llevaron rápidamente el conflicto a un punto de ebullición.

Harry Emerson Fosdick, ministro bautista que llevaba cuatro años ejerciendo de suplente en el púlpito de la Primera Iglesia Presbiteriana de Nueva York, predicó el sermón «¿Ganarán los fundamentalistas?» el 21 de mayo de 1922. Explicó que los llamados artículos fundamentales de la fe debían entenderse como teorías y que a la iglesia le convenía más la tolerancia entre quienes tenían teorías alternativas. Además, argumentó que el debate comprometía el testimonio social de la iglesia. «¡La actual situación mundial huele a gloria!», exclamó. «Y ahora, en presencia de problemas colosales, que deben resolverse en nombre de Cristo y por amor a Cristo, los fundamentalistas proponen expulsar de las iglesias cristianas a todas las almas consagradas que no estén de acuerdo con su teoría de la inspiración. ¡Qué locura inconmensurable!». Ese sermón tuvo una amplia difusión gracias al respaldo del íntimo amigo de Fosdick, John D. Rockefeller Jr.

Al año siguiente, el Presbiterio de Nueva York ordenó a dos graduados del Seminario Teológico Unión que no afirmaban la doctrina del nacimiento virginal de Cristo. Cuando otros presbiterios se quejaron a la Asamblea General por esta acción, los liberales se reunieron en el Seminario Teológico de Auburn y compusieron la Afirmación de Auburn, que estaba «diseñada para salvaguardar la unidad y la libertad» de la PCUSA. La afirmación observaba que las decisiones recientes de la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana no tenían peso constitucional. Pero seguía afirmando que doctrinas claramente enseñadas en la constitución de la iglesia, en los Estándares de Westminster —como el nacimiento virginal, el sacrificio expiatorio y la resurrección de Cristo— eran meras teorías y no hechos enseñados en la Biblia y que, por tanto, no eran vinculantes para los ministros presbiterianos. En 1924, cuando más de mil doscientos ministros firmaron la Afirmación de Auburn, estaba claro que la controversia se dirigía a un enfrentamiento.

DOS DIRECCIONES PARA EL PROTESTANTISMO CONSERVADOR
En esta época, el campo fundamentalista empezó a divergir en dos trayectorias distintas. La conmoción provocada por la carnicería de la Primera Guerra Mundial proporcionó para muchos pruebas serias del declive rápido de la civilización occidental. En respuesta, algunos fundamentalistas llevaron sus preocupaciones más allá de los debates eclesiásticos. El predicador revivalista Billy Sunday exclamó de manera pintoresca que si el infierno se pusiera patas arriba, se vería que tiene las palabras «Hecho en Alemania». La Revolución Rusa de 1917 avivó el interés por proteger la herencia cristiana estadounidense de la invasión extranjera, al tiempo que aumentaba la especulación sobre el fin de los tiempos. La Biblia anotada de Scofield, publicada por primera vez en 1909, sacó una edición revisada en 1917 que popularizó la identificación de Rusia con Gog y Magog del libro de Ezequiel.

Estas crisis internacionales dirigieron la protesta en una dirección nativa y populista. Su principal portavoz fue William Jennings Bryan, un popular orador y tres veces candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. A juicio de Bryan, tanto el auge del liberalismo protestante como el declive de la moral contemporánea se debían a la misma fuente: el darwinismo. En 1925, cuando un profesor de una escuela pública de Dayton, Tennessee, fue acusado de enseñar la evolución humana, Bryan prestó su ayuda como parte acusadora del Juicio de Scopes. Aunque el veredicto fue técnicamente una victoria para la acusación, provocó que los medios de comunicación ridiculizaran a Bryan (que murió cinco días después) y desacreditaran el fundamentalismo en la mentalidad nacional como intolerante, inculto y culturalmente atrasado.

La otra dirección conservadora encontró su voz en J. Gresham Machen, del Seminario Teológico de Princeton, quien surgió como el defensor más elocuente de la ortodoxia tras la muerte de B.B. Warfield en 1921. El propio Machen fue testigo directo de la devastación de la Primera Guerra Mundial cuando se tomó un permiso en Princeton para servir en las labores de ayuda de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés). Pero su libro de 1923, Cristianismo y liberalismo, se limitó al tema de la división doctrinal en la Iglesia presbiteriana. Como el propio título implicaba, Machen describió el liberalismo no como una variante del cristianismo, sino como una religión totalmente distinta. Escribió:

En el conflicto actual, la gran religión redentora que siempre se ha conocido como cristianismo está luchando contra un tipo de creencia religiosa totalmente diversa, que es muy destructiva de la fe cristiana porque hace uso de la terminología cristiana tradicional.

Machen pasó a demostrar su tesis examinando sistemáticamente las doctrinas cristianas sobre Dios, la humanidad, la Escritura, Cristo y la salvación.

Machen consideró a la iglesia en el capítulo final del libro, donde argumentó que, puesto que el modernismo era una religión totalmente distinta, lo más honroso que podían hacer los modernistas era retirarse de la iglesia. Sabiendo que esto era poco probable, Machen apeló a los moderados de la iglesia: «La necesidad imperiosa del momento es una separación entre los dos partidos». Permitir ministros que se opongan al mensaje de la iglesia «no es tolerancia, sino simple deshonestidad», explicó, probablemente pensando en Fosdick. «El ser indiferente a la doctrina no hace héroes de la fe».

El manifiesto de Machen contra el modernismo se convirtió en un éxito de ventas y fue reconocido por el periodista secular H.L. Mencken como «indudablemente correcto». Pero los moderados no podían seguir a Machen en su visión, en especial cuando sus oponentes en la iglesia y el seminario se presentaban como unos evangélicos encantadores. Una comisión especial de la Asamblea General nombrada para estudiar las causas del malestar en la iglesia hizo oídos sordos al testimonio de Machen sobre la amenaza del liberalismo. En su informe de 1926, la comisión elogió con toda seguridad la «unidad evangélica» que yacía bajo la diversidad de opiniones. «La iglesia ha florecido mejor», escribió, «y ha mostrado más claramente la buena mano de Dios sobre ella, cuando ha dejado de lado sus tendencias a enfatizar esas diferencias y ha puesto el énfasis en el espíritu de unidad». Esta conclusión sorprendente sirvió para reivindicar a los firmantes de la Afirmación de Auburn. Cuando algunos firmantes de la afirmación se incorporaron al consejo reconstituido del Seminario Teológico de Princeton en 1929, Machen se marchó y fundó el Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia.

En la década siguiente, la atención se centró en el escándalo de las misiones extranjeras de la PCUSA, con el apoyo confesional al modernismo en los campos misioneros de la iglesia. Cuando Machen cofundó la Independent Board for Presbyterian Foreign Missions (Junta Independiente de Misiones Extranjeras Presbiterianas) para apoyar a los misioneros ortodoxos en 1933, fue juzgado por su deslealtad a la junta misionera oficial de la iglesia. Fue destituido tras perder su apelación ante la Asamblea General de 1936, lo que le llevó a abandonar la PCUSA y formar lo que se convertiría en la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. Lamentablemente, pocos le siguieron (apenas cinco mil de una iglesia de dos millones de miembros).

Machen sucumbió a una breve enfermedad y murió repentinamente el día de año nuevo de 1937, a la edad de cincuenta y cinco años. Su pequeña denominación solo tenía seis meses de vida, tiempo suficiente para que algunos fundamentalistas se sintieran descontentos con su dirección. En 1938, un grupo se separó para fundar la Iglesia Presbiteriana Bíblica, una expresión de separatismo estrechamente alineada con el fundamentalismo populista, que hacía hincapié en una interpretación premilenial de la profecía y en la abstinencia de bebidas alcohólicas.

INTERPRETACIÓN DE LA CONTROVERSIA
La alianza formada por el fundamentalismo resultó frágil y temporal. Sin duda, las voces conservadoras compartían una oposición estridente al modernismo, pero había diferencias en su retórica y en sus remedios. Mencken describió la diferencia en términos descarnados: «Machen era a Bryan lo que el monte Cervino de Suiza es a una verruga».

¿Era Machen un fundamentalista? Él siempre dejó claro que ese término no era de su preferencia. «Nunca me llamo a mí mismo “fundamentalista”», dijo, porque él no pretendía defender una lista de puntos esenciales, sino todo el consejo de Dios que encuentra su expresión confesional en los Estándares de Westminster. Aun así, añadió que si se le obligaba a adoptar un vocabulario que no fuera el suyo y a elegir entre fundamentalismo y modernismo, estaba dispuesto a llamarse a sí mismo «fundamentalista del tipo más radical».

Las consecuencias de los debates sugieren que la expresión «Controversia fundamentalista-modernista» es inadecuada para describir la lucha que tuvo lugar en la PCUSA y fuera de ella. La controversia no implicó a dos tribus rivales, sino a varias partes: confesionales, fundamentalistas, moderados y modernistas. Machen no consiguió persuadir a los moderados de las consecuencias eclesiásticas de la lucha y, al final, estos moderados determinaron que la lucha teológica era hasta menos deseable que la amenaza del liberalismo. Algunos llegaron a imaginar que la disposición de la iglesia a disciplinar a Briggs por la izquierda, y a Machen por la derecha, demostraba que la iglesia era una expresión estable de moderación. Ese juicio pareció justificado durante un tiempo, pues a mediados de siglo el presbiterianismo mayoritario alcanzó su máximo nivel de influencia cultural, animado por una paz precaria que se haría añicos con la política y las teologías revolucionarias de los años sesenta.

Por otra parte, los conservadores de mediados de siglo intentaron distanciarse de la caricatura en la que se había convertido el fundamentalismo, especialmente de su notable antiintelectualismo y su práctica legalista de la fe cristiana. Un renacimiento neoevangélico vio florecer una red impresionante de organizaciones paraeclesiásticas. Pero ese renacimiento también duró poco, ya que el evangelicalismo contemporáneo pierde el hilo en su vaga e incierta identidad teológica.

Irónicamente, lo que muchos descendientes conservadores del movimiento fundamentalista comparten con el liberalismo dominante y que fue su némesis hace un siglo es un desvío similar hacia la indiferencia doctrinal. Al hacer hincapié en una lista abreviada de doctrinas «esenciales», muchos evangélicos han desarrollado para sí mismos formas innovadoras de definir la fe cristiana, apartándose de un sistema de doctrina fundamentado en credos basados en la Escritura y sustituyéndolo por un minimalismo teológico construido sobre grandes pero delgados lazos comunitarios. Si los liberales se deshicieron abiertamente de los Estándares de Westminster en su afán por hacerse modernos, también el vocabulario confesional ha decaído lentamente en la derecha. La alergia a la precisión teológica ha dejado a muchos de los herederos tanto del liberalismo como del fundamentalismo desprovistos de límites teológicos. Puede que difieran en lo que «une» —ya sea la evangelización o la acción social— pero están de acuerdo en que «la doctrina divide».

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
John R. Muether es profesor de historia de la Iglesia y decano de las bibliotecas en el Reformed Theological Seminary en Orlando, Florida. Es autor, coautor o editor de múltiples libros, incluyendo Seeking a Better Country: 300 Years of American Presbyterianism [Buscando un país mejor: trescientos años de presbiterianismo americano].

Cómo conocer la voluntad de Dios | R C Sproul

Renovando Tu Mente
Serie: Cómo enfrentar problemas difíciles
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Si pudieras ver la gloria de Dios, ¿cómo responderías? De su serie clásica La santidad de Dios, escucha esta semana en Renovando Tu Mente como R.C. Sproul nos muestra de qué manera el encuentro de Isaías con un Dios santo expuso su pecaminosidad.

Renovando Tu Mente
Es un ministerio de alcance de Ministerios Ligonier, una organización internacional de enseñanza y discipulado cristiano fundada en 1971 por el Dr. R.C. Sproul.

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Dios hace que todo suceda | R.C. Sproul

Dios hace que todo suceda

Uno de los conceptos dominantes en la cultura occidental durante los últimos doscientos años, como vimos en los capítulos anteriores, es que vivimos en un universo cerrado y mecanicista. Según la teoría, todo funciona conforme a leyes naturales fijas, y que no hay posibilidad de intrusión desde el exterior. Por lo tanto, el universo es como una máquina que funciona por sus propios mecanismos internos.
Sin embargo, incluso aquellos que introdujeron este concepto ya a comienzos del siglo XVII todavía planteaban la idea de que Dios construyó la máquina en un principio. Como pensadores y científicos inteligentes que eran, no podían deshacerse de la necesidad de un Creador. Ellos reconocían que no habría mundo para que ellos observaran si no hubiese una causa última de todas las cosas. Aun cuando se cuestionaba y desafiaba la idea de un Gobernador involucrado y providencial de los asuntos diarios, todavía se asumía tácitamente que tenía que haber un Creador por encima del orden creado.
En el concepto clásico, la providencia de Dios estaba muy estrechamente ligada a su rol como creador del universo. Nadie creía que Dios simplemente creó el universo y luego le volvió la espalda y perdió contacto con él, o que él volvió a sentarse en su trono del cielo y meramente observó el universo trabajar por su propio mecanismo interno, rehusando involucrarse personalmente en sus asuntos. La noción cristiana clásica más bien era que Dios es tanto la causa primaria del universo como también la causa primaria de todo lo que acontece en el universo.
Uno de los principios fundacionales de la teología cristiana es que nada en este mundo posee poder causal intrínseco. Nada tiene poder alguno salvo el poder que se le confiere —se le presta, por así decirlo— o se ejecuta a través de ello, que en última instancia es el poder de Dios. Es por eso que los teólogos y filósofos históricamente han hecho una distinción crucial entre causalidad primaria y causalidad secundaria.
Dios es la fuente de la causalidad primaria. En otras palabras, él es la causa primera. Él es el Autor de todo lo que hay, y sigue siendo la causa primaria de los acontecimientos humanos y de los sucesos naturales. Sin embargo, su causalidad primaria no excluye las causas secundarias. Sí, cuando cae la lluvia, el pasto se moja, no porque Dios moje directa e inmediatamente el pasto, sino porque la lluvia aplica humedad al pasto. Pero la lluvia no podría caer si no fuera por el poder causal de Dios que está por encima de cada actividad causal secundaria. El hombre moderno, sin embargo, se apresura a decir: “El pasto está mojado porque llovió”, y no sigue buscando una causa superior y última. La gente del siglo XXI al parecer piensa que podemos arreglárnoslas perfectamente con las causas secundarias sin pensar en la causa primaria.
El concepto básico aquí es que lo que Dios crea, él lo sustenta. Por lo tanto, una de las subdivisiones importantes de la doctrina de la providencia es el concepto de sustento divino. En palabras simples, esta es la clásica idea cristiana de que Dios no es el gran Relojero que fabrica el reloj, le da cuerda, y luego sale de escena. En lugar de eso, él preserva y sostiene aquello que crea.
Esto efectivamente lo vemos al comienzo mismo de la Biblia. Génesis 1:1 dice: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”. La palabra hebrea traducida como “creó” es una forma del verbo bārā, que significa “crear”, “hacer”. Esta palabra entraña la idea de sostener. Me gusta ilustrar esta idea aludiendo a la diferencia en música entre una nota en staccato y una nota sostenida. Una nota en staccato es breve y cortante: “La la la la la”. Una nota sostenida se mantiene: “Laaaa”. Asimismo, la palabra bārā nos dice que Dios no simplemente trajo el mundo a existencia en un momento. El término indica que él continúa creándolo, por así decirlo. Él lo sostiene, lo cuida, y lo sustenta.

EL AUTOR DEL SER
Uno de los conceptos teológicos de la más profunda importancia es que Dios es el Autor del ser. Nosotros no podríamos existir sin un ser supremo, porque no tenemos el poder de ser por nosotros mismos. Si algún ateo pensara seria y lógicamente acerca del concepto de ser durante cinco minutos, ese sería el fin del ateísmo. Es un hecho ineludible que nadie en este mundo tiene el poder de ser dentro de sí mismo, y no obstante aquí estamos. Por lo tanto, en algún lugar debe haber alguien que sí tiene el poder de ser en sí mismo. Si tal ser no existe, científicamente sería del todo imposible que algo existiera. Si no hay un ser supremo, no podría haber ningún ser de ninguna especie. Si hay algo, debe haber algo que tenga el poder de ser; de lo contrario, nada sería. Es así de simple.
Cuando el apóstol Pablo se dirigió a los filósofos en el Areópago de Atenas, mencionó que había visto muchos altares en la ciudad, incluido uno “al dios no conocido” (Hechos 17:23a). Entonces él usó ese hecho como una entrada para hablarles la verdad bíblica: “Pues al Dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el Dios que yo les anuncio. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay… da vida y aliento a todos y a todo… porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (vv. 23b–28a). Pablo dijo que todo lo que Dios crea es completamente dependiente del poder de Dios, no solo para su origen sino para la continuidad de su existencia.
A veces me impaciento con algunas de las licencias poéticas que se toman los autores de himnos. Un himno famoso incluye este verso: “¡Maravilloso amor! ¿Cómo puede ser que tú, mi Dios, murieras por mí?”. Es cierto, Dios murió en la cruz, por decirlo de alguna manera. El Dios-hombre, aquel que era Dios encarnado, murió por su pueblo. Pero la naturaleza divina no pereció en el Calvario. ¿Qué le sucedería al universo si Dios muriera? Si Dios dejara de existir, el universo perecería con él, porque Dios no solo lo ha creado todo, sino que lo sustenta todo. Nosotros dependemos de él, no solo para nuestro origen, sino también para nuestra continua existencia. Puesto que no tenemos el poder de ser en nosotros mismos, no duraríamos ni un segundo sin su poder sustentador. Eso es parte de la providencia de Dios.
Esta idea de que Dios sustenta el mundo —el mundo que él hizo y observa en los mínimos detalles— nos lleva al corazón del concepto de providencia, que es la enseñanza de que Dios gobierna su creación. Esta enseñanza tiene muchos aspectos, pero quiero enfocarme en tres de ellos en lo que resta de este capítulo: las verdades de que el gobierno de Dios sobre todas las cosas es permanente, soberano, y absoluto.

UN GOBIERNO PERMANENTE
Cada cierta cantidad de años, tenemos un cambio de gobierno en nuestro país cuando una nueva administración presidencial toma el mando. La Constitución limita el número de años que un presidente puede servir como jefe ejecutivo de la nación. Por lo tanto, según estándares humanos, los gobiernos van y vienen. Cada vez que un presidente entra en ejercicio, los medios informativos hablan del “periodo de luna de miel”, el tiempo cuando se mira al nuevo líder con favor, se lo recibe cálidamente, y todo lo demás. Pero a medida que cada vez más personas se molestan o decepcionan de sus políticas, su popularidad decae. Pronto escuchamos a algunos críticos opinando que necesitamos sacar al “vago” de su cargo. En otros países, tal disconformidad ocasionalmente ha conducido a la revolución armada, lo que ha acabado en el violento derrocamiento de presidentes o primeros ministros. Sea como fuere, ningún gobernador terrenal retiene el poder para siempre.
Dios, sin embargo, está sentado como el Gobernador supremo del cielo y la tierra. También él debe tolerar a personas desencantadas con su gobierno, que objetan sus políticas, y resisten su autoridad. Pero aunque la existencia misma de Dios puede ser negada, su autoridad puede ser resistida, y sus leyes desobedecidas, su gobierno providencial jamás puede ser derrocado.
El Salmo 2 nos da una vívida imagen del reino seguro de Dios. El salmista escribe: ¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido. Y dicen: ‘¡Hagamos pedazos sus cadenas! ¡Librémonos de su yugo!’ ” (vv. 1–3, NVI). La imagen aquí es la de una cumbre de los poderosos gobernadores de este mundo. Ellos se reúnen para formar una coalición, una especie de eje militar, para planificar el derrocamiento de la autoridad divina. Es como si estuvieran planeando disparar sus misiles nucleares hacia el trono de Dios con el fin de volarlo del cielo. El objetivo de ellos es ser libre de la autoridad divina, arrojar las “cadenas” y el “yugo” con los que Dios los sujeta. Pero la conspiración no solo es contra “el Señor”, sino que también es contra “su ungido”. Aquí la palabra hebrea es māšîah, de donde proviene nuestra palabra castellana “Mesías”. Dios el Padre ha exaltado a su Hijo como cabeza de todas las cosas, con el derecho a gobernar a los gobernadores de este mundo. Aquellos que han sido investidos de autoridad terrenal se han reunido en un consejo para planificar cómo liberar al universo de la autoridad de Dios y de su Hijo.
¿Cuál es la reacción de Dios a esta conspiración terrenal? El salmista dice: “El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos” (v. 4). Los reyes de la tierra se ponen en contra de Dios. Se conciertan con pactos y tratados solemnes, y se animan unos a otros a no vacilar sobre su decisión de destronar al Rey del universo. Pero cuando Dios mira todos estos poderes congregados, no tiembla de temor. Él se ríe, pero no con risa de diversión. El salmista describe la risa de Dios como risa de burla. Es la risa que expresa un poderoso rey cuando menosprecia a sus enemigos.
Pero Dios no meramente se ríe: “En su enojo los reprende, en su furor los intimida y dice: ‘He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo monte’ ” (vv. 5–6, NVI). Dios reprenderá a las naciones rebeldes y afirmará al Rey que ha puesto en Sión.
Con frecuencia me asombra la diferencia entre el acento que encuentro en las páginas de las sagradas Escrituras y el que leo en las páginas de las revistas religiosas y escucho que se predica en los púlpitos de nuestras iglesias. Tenemos una imagen de Dios lleno de benevolencia. Lo vemos como un botones celestial al que podemos llamar cuando necesitamos servicio a la habitación, o como un Santa Claus cósmico que está presto a derramar regalos sobre nosotros. Él se complace en hacer cualquier cosa que le pidamos. Mientras tanto, él nos ruega amablemente que cambiemos nuestros caminos y vengamos a su Hijo, Jesús. Generalmente no escuchamos acerca de un Dios que ordena obediencia, que reafirma su autoridad sobre el universo e insiste en que nos inclinemos ante su Mesías ungido. No obstante, en la Escritura nunca vemos a Dios invitando a las personas a venir a Jesús. Él nos ordena que nos arrepintamos, y nos inculpa de traición a un nivel cósmico si decidimos no hacerlo. Una negativa a someterse a la autoridad de Cristo probablemente a nadie le causará problemas con la iglesia o el gobierno, pero ciertamente causará un problema con Dios.
En el Discurso del Aposento Alto (Juan 13–17), Jesús les dijo a sus discípulos que él se iba, pero prometió enviarles otro Consolador (14:16), el Espíritu Santo. Él dijo: “Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (16:8). Cuando Jesús habló acerca de la venida del Espíritu Santo para convencer al mundo de pecado, él fue muy específico respecto al pecado en el que estaba pensando. Era el pecado de incredulidad. Él dijo que el Espíritu convencería “de pecado, por cuanto no creen en mí” (v. 9). Desde la perspectiva de Dios, la negativa a someterse al señorío de Cristo no simplemente se debe a una falta de convicción o de información. Dios lo considera como incredulidad, como la incapacidad de aceptar al Hijo de Dios por quien él es.
Pablo hizo eco de esta idea en el Areópago cuando dijo: “Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17:30, NVI). Dios había sido paciente, dijo Pablo, pero ahora mandó que todos se arrepintieran y creyeran en Cristo. Rara vez escuchamos esta idea en los libros o desde el púlpito, la idea de que es nuestro deber someternos a Cristo. Pero si bien quizá no la escuchemos, esta no es una opción respecto a Dios.
En palabras simples, Dios impera sobre su universo, y su reinado no tendrá fin.

UN GOBIERNO SOBERANO
En nuestro país, vivimos en una democracia, así que nos cuesta entender la idea de soberanía. Nuestro contrato social declara que nadie puede gobernar aquí salvo con el consentimiento de los gobernados. Pero Dios no necesita nuestro consentimiento para gobernarnos. Él nos hizo, así que tiene un derecho intrínseco de gobernarnos.
En la Edad Media, los monarcas de Europa intentaban fundamentar su autoridad en el llamado “derecho divino de reyes”. Ellos declaraban que tenían un derecho dado por Dios para gobernar a sus compatriotas. La verdad es que solo Dios tiene semejante derecho.
En Inglaterra, el poder del monarca, que en otro tiempo fue muy grande, ahora es limitado. Inglaterra es una monarquía constitucional. La reina goza de toda la pompa y las galas de la realeza, pero el Parlamento y el primer ministro dirigen la nación, no el Palacio de Buckingham. La reina rige pero no gobierna.
Por el contrario, el Rey bíblico reina y gobierna a la vez. Y lleva a cabo su reinado, no por referéndum, sino por su soberanía personal.

UN GOBIERNO ABSOLUTO
El gobierno de Dios es una monarquía absoluta. A él no se le impone ninguna restricción externa. Él no tiene que respetar un equilibrio de poderes con un Congreso o una Corte Suprema. Dios es el Presidente, el Parlamento, y la Corte Suprema, todo en uno, porque él está investido con la autoridad de un monarca absoluto.
La historia del Antiguo Testamento es la historia del reino de Jehová sobre su pueblo. El motivo central del Nuevo Testamento es la realización sobre la tierra del reino de Dios en el Mesías, a quien Dios exalta a la mano derecha de autoridad y lo corona como el Rey de Reyes y Señor de señores. Él es el Gobernador último, aquel a quien debemos la lealtad última y la obediencia última.
Una de las grandes ironías de la historia es que cuando Jesús, quien era el Rey cósmico, nació en Belén, el mundo era gobernado por un hombre llamado César Augusto. Estrictamente hablando, sin embargo, la palabra “augusto” solo es apropiada para Dios. Significa “de suprema dignidad o grandeza; majestuoso; venerable; eminente”. Dios es el cumplimiento superlativo de todos estos términos, porque Dios el Señor omnipotente reina.

Sproul, R. C. (2012). ¿Controla Dios todas las cosas? (E. Castro, Trad.; Vol. 14). Reformation Trust: A Division of Ligonier Ministries.

Ética y conciencia

La función de la conciencia en la toma de decisiones éticas tiende a complicarnos las cosas. Los mandamientos de Dios son eternos, pero para obedecerlos primero debemos apropiarnos de ellos en el interior. El “órgano” de esa internalización clásicamente ha sido llamado conciencia. Algunos describen esta nebulosa voz interior como la voz de Dios dentro de nosotros. La conciencia es una parte misteriosa del ser interior del ser humano. Dentro de la conciencia, en un secreto rincón escondido, reside la personalidad, tan oculta que a veces funciona sin que estemos inmediatamente al tanto de ello. Cuando Sigmund Freud llevó la hipnosis a una posición de investigación científica respetable, el ser humano comenzó a explorar el subconsciente y a examinar aquellas grutas íntimas de la personalidad. Encontrarse con la conciencia puede ser una experiencia asombrosa. El descubrimiento de la voz interior, tal como lo observa un siquiatra, puede ser como “mirar al mismísimo infierno”.

No obstante, tendemos a concebir la conciencia como algo celestial, un punto de contacto con Dios más que como un órgano infernal. Lo imaginamos como el personaje de caricatura enfrentando a una decisión ética mientras un ángel se posa sobre un hombro y un demonio en el otro, jugando un tira y afloja con la cabeza del pobre hombre. La conciencia puede ser una voz del cielo o del infierno; puede mentir como también presionarnos a la verdad. Puede decir cosas contradictorias, teniendo la capacidad de acusar o de excusar.

En la película Pinocho, Walt Disney nos entregó la canción “Dame un silbidito”, que nos urgía a que “siempre deja que tu conciencia sea tu guía”. Esto es lo más alto de la “teología de Pepe Grillo”. Para el cristiano, la conciencia no es la corte suprema de apelaciones para el comportamiento correcto. La conciencia es importante, pero no es normativa. Tiene la capacidad de distorsionarse y de desorientar. En el Nuevo Testamento se menciona unas treinta y una veces en donde indica, de forma abundante, su capacidad de cambiar. La conciencia puede cauterizarse y deteriorarse, y volverse insensible a causa del pecado reiterado. Jeremías describió a Israel como alguien que tiene “frente de ramera” (Jeremías 3:3). A causa de sus reiteradas transgresiones, Israel, al igual que una prostituta, había perdido su capacidad de avergonzarse. Su tozudez y dureza de corazón produjeron una conciencia insensible. El sociópata puede asesinar sin remordimiento y es inmune a las punzadas normales de la conciencia.

Aunque la conciencia no es el tribunal supremo de la ética, es peligroso actuar contra ella. Martín Lutero temblaba agónico en la Dieta de Worms a causa de la enorme presión moral que enfrentaba. Cuando le pidieron que se retractara de sus escritos, él incluyó estas palabras en su réplica: “Mi conciencia está cautiva por la Palabra de Dios. Actuar contra la conciencia no es adecuado ni seguro”. El uso gráfico de la palabra cautiva por Lutero ilustra el poder visceral de la compulsión que puede ejercer la conciencia en una persona. Una vez que la persona es capturada por la voz de la conciencia, un poder es aprovechado y con el cual se pueden acometer actos de heroica valentía. Una conciencia capturada por la Palabra de Dios es a la vez noble y poderosa.

¿Tenía razón Lutero al decir: “Actuar contra la conciencia no es adecuado ni seguro”? Aquí debemos caminar con sumo cuidado, no sea que nos rebanemos los dedos sobre el filo de la navaja ética. Si la conciencia puede estar mal informada o distorsionada, ¿por qué no deberíamos actuar contra ella? ¿Deberíamos seguir nuestra conciencia hacia el pecado? Aquí tenemos un dilema de tipo doble peligro. Si seguimos nuestra conciencia hacia el pecado, somos culpables de pecado en la medida que se nos exige que nuestra conciencia esté debidamente informada por la Palabra de Dios. Sin embargo, si actuamos contra nuestra conciencia, también somos culpables de pecado. Puede que el pecado no radique en lo que hacemos, sino en el hecho de cometer un acto que creemos que es malo. Aquí entra en consideración el principio bíblico de Romanos 14:23: “Todo lo que no procede de fe, es pecado”. Por ejemplo, si a una persona se le enseña y llega a creer que usar lápiz labial es pecado, y luego usa lápiz labial, esa persona está pecando. El pecado no radica en el lápiz labial, sino en la intención de actuar contra lo que uno cree que es el mandato de Dios.

El dilema del doble peligro exige que nos esforcemos por poner nuestra conciencia en armonía con la mente de Cristo, no sea que una conciencia carnal nos conduzca a la desobediencia. Necesitamos una conciencia redimida, una conciencia del espíritu más bien que de la carne.

La manipulación de la conciencia puede ser una fuerza destructiva dentro de la comunidad cristiana. Los legalistas suelen ser maestros de la manipulación de la conciencia, mientras que los antinominianos dominan el arte de la negación silenciosa. La conciencia es un instrumento delicado que debe respetarse. Alguien que intente influenciar la conciencia de los demás tiene la gran responsabilidad de mantener la integridad de la personalidad misma del otro tal como fue modelada por Dios. Cuando les imponemos una falsa culpa a los demás, paralizamos a nuestro prójimo, atándolo con cadenas allí donde Dios lo ha dejado libre. Cuando incitamos una falsa inocencia, contribuimos a la desobediencia del otro, exponiéndolo al juicio de Dios.

 Sproul, R. C. (2016). ¿Cómo debo vivir en este mundo?. (E. Castro, Trad.) (Vol. 5, pp. 91–94). Poiema Lectura Redimida; Reformation Trust.

Probar el propósito remoto

Probar el propósito remoto
Por R.C. Sproul

«¿Por qué permitió Dios que sucediera?». Esta pregunta pretende probar el propósito remoto o final. La pregunta supone algo crucial para nuestra comprensión de Dios. Supone que Dios pudo haber evitado lo que sucedió. Si negamos esta verdad, negamos el carácter mismo de Dios. Si Dios no pudo haberlo evitado, ya no sería Dios. Al preguntar por qué, también asumimos algo más que es vital. Suponemos que hay una respuesta a la pregunta. Suponemos que Dios tuvo una razón o un propósito para lo que ocurrió.

La pregunta permanece: «¿Fue buena la razón o el propósito de Dios?». Plantear la pregunta es responderla, si es que sabemos algo acerca de Dios. Nos equivocamos en nuestro razonamiento. Establecemos objetivos inútiles. Nos apresuramos a pensar lo absurdo. Perseguimos fines pecaminosos. No sugiramos que Dios tiene el mismo tipo de intencionalidad viciosa.

El único propósito o intención que Dios tiene es completamente bueno. Cuando la Biblia habla del ejercicio soberano del beneplácito de Su voluntad, no hay indicio alguno de arbitrariedad o intención malvada. El beneplácito de Su voluntad es siempre la buena intención de Su voluntad. Su beneplácito siempre es bueno, Su voluntad es siempre buena y Sus intenciones son siempre buenas.

Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios
¿Qué circunstancias pasadas o presentes en tu vida te han hecho preguntar «por qué»? Pídele a Dios que te muestre cómo Sus buenas intenciones se reflejan en estas situaciones.

¿QUÉ ES EL MATRIMONIO CRISTIANO? – Lección 1

Renovando Tu Mente
R.C.Sproul
Serie: El matrimonio íntimo

En El matrimonio íntimo, el Dr. R.C. Sproul muestra que si seguimos los principios de Dios, el matrimonio puede ser una celebración de gozosa intimidad y uno de los mayores placeres de la vida. En esta serie, el Dr. Sproul examina no solo la teología del matrimonio, sino también su sociología y psicología, cubriendo temas como la comunicación, los roles de género y el sexo.

¿Qué es el matrimonio cristiano?
Muchas personas hoy en día se preguntan si el matrimonio es una tradición anticuada que debe ser desechada de una vez por todas. En este episodio de Renovando Tu Mente, R.C. Sproul nos lleva al origen del matrimonio con el fin de descubrir el propósito de Dios para la relación entre marido y mujer.

¿Qué es el matrimonio cristiano?

Renovando Tu Mente

R.C.Sproul

Serie: El matrimonio íntimo

En El matrimonio íntimo, el Dr. R.C. Sproul muestra que si seguimos los principios de Dios, el matrimonio puede ser una celebración de gozosa intimidad y uno de los mayores placeres de la vida. En esta serie, el Dr. Sproul examina no solo la teología del matrimonio, sino también su sociología y psicología, cubriendo temas como la comunicación, los roles de género y el sexo.

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R.C.Sproul Alimentemos El Alma

Los tiempos están cambiando

Los tiempos están cambiando
Por R.C. Sproul

Nota del editor:Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Un mundo nuevo y desafiante

Uno de los misterios más antiguos del pensamiento teórico es la pregunta: ¿Qué es el tiempo?

Immanuel Kant definió el tiempo y el espacio como «intuiciones puras». Consideramos que el tiempo está relacionado inextricablemente con la materia y el movimiento. Sin materia y espacio (materia y movimiento), no tenemos forma de medir el paso del tiempo. El tiempo, al parecer, siempre está en movimiento. Nunca puede ser detenido.

Históricamente, hemos medido el paso del tiempo con diversos objetos materiales: el reloj de sol, que muestra el movimiento de las sombras a través de su superficie; la arena que se vierte a través del reloj de arena; las manecillas movidas por engranajes dentro de un reloj y las manecillas de los minutos y las horas que se mueven alrededor de un círculo de números. Me pongo a mirar un gran reloj de pared y a observar el movimiento de barrido del segundero. Observo el número doce en la esfera y espero a que el segundero las pase. Mis ojos miran hacia abajo, hacia el número seis, y sé que el segundero aún no lo ha alcanzado, pero a medida que la aguja barre hacia la parte inferior de la esfera, tengo la sensación de que el tiempo se mueve muy rápidamente hacia el futuro en el número seis. Entonces, instantáneamente, el segundero lo pasa, y lo que hace un momento era futuro, ahora es pasado. A veces, cuando experimento con estos ejercicios, quiero que el reloj se detenga. Pero no se detiene, no puede detenerse. Como dice el axioma, «el tiempo sigue su curso».

Todo en la creación está sujeto al tiempo. Todo en la creación es mutable. Todo en la creación pasa por el proceso de generación y deterioro. Dios y solo Dios es eterno e inmutable. Dios y solo Dios escapa a la embestida implacable del tiempo.

No solo medimos momentos en el tiempo, sino que también medimos periodos que tienen lugar en términos de edades, eras y épocas. En nuestra propia generación hemos visto varias transiciones de las culturas humanas en las que nos encontramos, precipitadas contra el telón de fondo del tiempo (como indicó Martin Heidegger en su épico libro Ser y tiempo). Decimos que los tiempos están cambiando. Eso no significa que el tiempo mismo cambie. En un minuto sigue habiendo sesenta segundos, en una hora sesenta minutos, en un día veinticuatro horas. Pero las culturas cambian constantemente en sus patrones, en sus valores y en sus empeños. En mi vida he sido testigo de cambios dramáticos en la cultura en la que me encuentro. Puedo pensar en dónde estaba y qué estaba haciendo cuando me enteré del anuncio de la muerte de Franklin Delano Roosevelt. Recuerdo dónde estaba y qué estaba haciendo cuando oí en la radio la noticia de que Estados Unidos probaba su primera bomba atómica (antes de Hiroshima y Nagasaki). Recuerdo dónde estaba y qué estaba haciendo al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando ocurrió el asesinato de John F. Kennedy, el lanzamiento ruso del Sputnik al espacio y al oír la noticia del primer paso del hombre en la luna. Pero lo que recuerdo quizás más que nada es una década entera —la década de los sesenta— en la que los Estados Unidos de América pasaron por una revolución no sangrienta, que cambió la cultura tan dramáticamente que la gente que vivió antes de esa década se siente como extraterrestre en una cultura dominada por una cosmovisión posterior a los sesenta. La revolución de los sesenta supuso el fin del idealismo y dio paso a varios cambios radicales en la cultura, incluida la revolución sexual. La santidad del matrimonio fue cuestionada de forma más explícita. El discurso limpio y sano en la esfera pública se hizo cada vez más raro. La santidad de la vida con respecto a los no nacidos fue atacada legislativamente y el relativismo moral se convirtió en la norma de nuestra cultura.

Con este relativismo moral llegaron los avances tecnológicos que también alteraron nuestra vida cotidiana. La explosión de conocimientos que supuso la llegada y proliferación del uso de los computadores trajo consigo una nueva cultura de personas que viven más o menos «en línea». Esta cultura relativista trajo consigo la cultura del eros y una mayor adicción a la pornografía, así como la cultura de las drogas con la consiguiente invasión de la adicción y el suicidio.

Los tiempos en los que vivimos son tiempos sumamente desafiantes para la iglesia de Jesucristo. La gran tragedia de la iglesia en la revolución posterior a la década de los sesenta es que el rostro de la iglesia ha cambiado a la par del rostro de la cultura secular. En una búsqueda fatal de relevancia, la iglesia se ha convertido a menudo en un mero eco de la cultura secular en la que vive, teniendo un deseo desesperado de estar «con ella» y ser aceptable para el mundo contemporáneo. La iglesia ha adoptado el mismo relativismo que pretende vencer. Lo que exigen tiempos como los nuestros es una iglesia que se dirija a lo temporal y que al mismo tiempo permanezca anclada en lo eterno: una iglesia que hable, consuele y sane todas las cosas mortales y seculares sin que ella misma abandone lo eterno y lo santo. La iglesia debe enfrentarse siempre a la cuestión de si su compromiso es con la santidad o con la profanidad. Necesitamos iglesias llenas de cristianos que no estén esclavizados por la cultura, iglesias que busquen más que todo agradar a Dios y a Su Hijo unigénito, en lugar de buscar el aplauso de hombres y mujeres moribundos. ¿Dónde está esa iglesia? Esa es la iglesia que Cristo estableció. Esa es la iglesia cuya misión es ministrar la redención a un mundo moribundo, y esa es la iglesia que estamos llamados a ser. Que Dios nos ayude a nosotros y a nuestra cultura si nuestros oídos se vuelven sordos ante este llamado.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
R.C. Sproul
El Dr. R.C. Sproul fue fundador de los Ministerios Ligonier, pastor fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida y primer presidente de Reformation Bible College. Escribió más de cien libros, incluyendo La santidad de Dios, Escogidos por Dios, Todos somos teólogos, Moisés y la zarza ardiente, Sorprendido por el sufrimiento, entre otros.