10-RELACIONES SEXUALES EN EL MATRIMONIO
EL MARIDO INTEGRAL
Guía Práctica Para Ser un Esposo Bíblico
Por Lou Priolo
Capítulo Diez
RELACIONES SEXUALES EN EL MATRIMONIO
¿Te sorprendería saber que tener relaciones sexuales con tu esposa no es un acto menos honorable a los ojos de Dios que leer tu Biblia u orar? La Biblia no es escrupulosa en sus muchas proclamaciones sobre el sexo. De hecho, el primer mandamiento dado a Adán y Eva en el jardín del Edén tuvo que ver con el sexo: Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructifi cad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla (Génesis 1:28). Más aun, hay un libro entero en la Biblia, el Cantar de los Cantares, que toca bastante gráficamente el tema de las relaciones sexuales en el matrimonio.
Pero tristemente, muchos cristianos creen que las relaciones sexuales en el matrimonio son sucias o son tabú. Ellos parecen haber olvidado que Dios no sólo creó el sexo, sino que lo hizo de tal forma que fuera una de las experiencias más placenteras en la vida.
Por supuesto, la pecaminosidad del hombre ha pervertido el diseño de Dios y con frecuencia ha convertido una tremenda bendición en una mal dición. Lo que Dios ha diseñado para ser un deleite, el hombre, por causa de su corrupción, ha encontrado que es una profunda decepción.
Las dificultades sexuales en el matrimonio encuentran su camino a la agenda de los consejeros matrimoniales con bastante regularidad. Difícilmente una en diez de las parejas que vienen por consejería matrimonial no experimentan alguna clase de problema sexual en su relación. Lo que la mayoría de estas parejas fallan en entender es que las dificultades sexuales son típicamente sintomáticas, es decir, ellas no son usualmente el verdadero problema, sino que son un producto derivado de otros problemas en la relación.
La alarma sonó a las 5:45 a.m. Tom y Shirley luchan por levantarse de la cama. Están especialmente cansados esta mañana porque la noche anterior discutieron hasta la madrugada sobre una decisión que tenían que tomar, pero terminaron yendo a dormirse enojados y sin resolver con éxito su conflicto. En lugar de estar contentos esta mañana, están lacónicos y críticos. Su conversación está llena de sarcasmo, falsas acusaciones, epítetos y otros comentarios peyorativos. Su comunicación verbal y no-verbal revela el enojo y la amargura que han invadido recientemente sus corazones.
Lo que Tom y Shirley no se dan cuenta es que con cada comentario hiriente que hacen y con cada expresión ofensiva que exhiben, están saboteando su relación sexual. Es como si estuvieran ensuciando su lecho matrimonial con toda clase de desechos y basura. Los pijamas con los que durmieron, las toallas mojadas que usaron en el baño por la mañana, los desechos del percolador de café, los platos sucios del desayuno y las varias secciones del periódico matutino, todos termina tirados en la cama antes de las 7:30 a.m. Mientras Tom camina hacia la puerta, en lugar de su usual beso de despedida, murmura, “no sé como terminé casado con esta indomable y contenciosa esposa.” En esencia, él está abriendo la puerta de su cuarto y lanzando otra libra de basura sobre lo que ya se ha acumulado. Durante todo el día, mientras Tom y Shirley revisan en sus mentes los eventos de las pasadas horas, continúan ensuciando su lecho matrimonial. Cuando Tom llega a la casa desde la oficina, el montón de basura sobre la cama tiene tres pies de alto.
Mientras avanza la tarde, el montón crece aun más como resultado de que el uno se muestra indiferente hacia el otro. Cuando llega la noche, si alguno de ellos deseara tener relaciones sexuales tendría que hacer el amor encima de toda esa basura. Sus “problemas” sexuales en realidad no son sexuales para nada, son relacionales. Los consejeros matrimoniales saben que con mucha frecuencia los problemas sexuales en el matrimonio son indicadores de otros problemas en la relación. Cuando estos otros problemas en la relación son resueltos bíblicamente, los problemas sexuales tienden a desaparecer casi por si mismos.
Hay una actitud en particular que afecta adversamente la relación sexual entre un hombre y su esposa, la cual he observado una y otra vez en muchos de los hombres que conozco. Yo mismo he luchado con ello de tiempo en tiempo. Por años, me he preguntado por qué muchos esposos dan a sus esposas por hecho. R. C. Sproul, en su libro “El Matrimonio Íntimo” aborda sucintamente esta cuestión común:
Es demasiado fácil para los hombres casados ver a sus esposas con una persistente disminución de su importancia una vez que la boda ha pasado. Antes de casarse, el hombre invierte una enorme cantidad de energía para cautivar y conquistar a su esposa. Él inicia la relación de cortejo con el celo y la dedicación de un atleta olímpico. Le da a su chica su atención completa haciéndola el centro de su devoción. Una vez el matrimonio se ha consumado, nuestro atleta vuelve su atención a otras metas. Se imagina que el aspecto romántico de su vida ya está bajo control y se dedica a escalar nuevas alturas. Le dedica menos y menos tiempo a su esposa y la trata como si fuese menos importante. Mientras tanto la mujer, habiéndose acostumbrado al proceso del cortejo, entra al matrimonio esperando que esto continúe. A medida que el matrimonio avanza, ella le dedica más y más atención a su esposo, mientras él le dedica menos. Ahora ella le lava su ropa, le cocina su comida, le hace la cama, limpia la casa–quizás hasta le haga su maleta; mientras tanto, él se vuelve menos afectuoso (aunque quizás mas erótico) saliendo menos con ella y generalmente poniéndole menos atención.
Cuando este síndrome continúa sin control, el resultado es, frecuentemente, una aventura extramarital. Estas aventuras, popularizadas por las novelas y romantizadas por Hollywood y la televisión, se han convertido en una epidemia. En cierto momento de mi ministerio yo aconsejé a dieciséis parejas que estaban teniendo problemas con una tercera persona. En cada caso le hice a la parte infiel la misma pregunta, “¿Qué te atrajo de la otra persona?” En cada caso la respuesta fue esencialmente la misma, “él me hizo sentir como una mujer,” o “ella me hizo sentir como un hombre de nuevo.” Es fácil hacer sentir a una mujer como mujer durante el cortejo. No es tan fácil durante el matrimonio. Simplemente no puede hacerse si la esposa es considerada secundaria en importancia. Cuando Pablo habla de la necesidad de un esposo dándose a sí mismo a su esposa como Cristo se dio a sí mismo por la iglesia, él esta tocando el verdadero corazón del matrimonio.1
Una de las claves para mantener el romance en el matrimonio y no dar por hecho a tu esposa es nunca cesar de cortejarla. Esto es talvez el mejor consejo sobre la sexualidad que puedo ofrecer. Talvez has oído que se dice que “el juego amoroso para el coito comienza cuando te levantas por la mañana, no cuando te acuestas por la noche.” ¿Recuerdas lo que leíste en el capítulo nueve?
Contrario a lo que pudieras pensar, cuando te “enamoraste” de tu esposa no fuiste impactado con alguna clase de estímulo externo como una “flecha de cupido” o la descarga de algún otro mediador matrimonial. Mas bien tú creaste (internamente) los sentimientos románticos a través de lo que te dijiste a ti mismo sobre ella y lo que hiciste a, por y con ella. Es decir, tu propio corazón produjo esos maravillosos sentimientos como resultado de tus pensamientos y acciones. Muy probablemente tú desarrollaste esos cálidos sentimientos amorosos durante el cortejo. Si ahora sientes amargura hacia ella es porque de una u otra manera has dejado de cortejarla. Tu falta de cortejo ha aminorado el “generador emocional del amor” (por decirlo así) en tu corazón. Además, los pensamientos innobles y la falta de perdón que tienes hacia ella (en contraste con los nobles y amorosos pensamientos que experimentabas durante el cortejo), han lanzado un alicate en el generador y evitan que esos sentimientos amorosos se desarrollen. Es así de simple.
Si quieres revivir el romance que tuviste una vez con tu mujer, tendrás que cambiar la forma en que piensas de ella y las cosas que haces por ella. Tendrás que comenzar cortejándola de nuevo y hacerlo-aunque aún hubiese en tu corazón sentimientos de amargura contra ella.
Aquí esta el punto central: si quieres reavivar la pasión que una vez hubo en tus relaciones sexuales y que probablemente se han perdido, tendrás que cortejar a tu esposa diaria y regularmente.
La actitud amorosa que muestres hacia tu esposa (1 Cor. 13:4–7; Col. 3:12–14) desde el momento que la saludas al levantarse hasta la forma en que la halagas por la cena que te preparó, muy probablemente determinará el placer que ambos disfruten la próxima vez que tengan relaciones sexuales.
Principios Bíblicos Para el Sexo2
Los siguientes siete principios están en su mayoría basados en un entendimiento correcto de 1 Corintios 7:1–6. Examinemos este pasaje antes de desenvolver su significado (otros pasajes Escriturales serán citados cuando sea necesario).
En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia. Más esto digo por vía de concesión, no por mandamiento (1 Cor. 7:1–6).
Principio # 1: Las relaciones sexuales dentro del matrimonio son santas y buenas. Dios alienta esas relaciones y nos advierte contra su interrupción.
Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios (Heb. 13:4).
La versión Reina-Valera destaca correctamente la construcción gramatical imperativa de este verso. Los cristianos tienen que ver el matrimonio como una institución honorable diseñada por Dios. Ellos no deben hacer nada que le robe al lecho matrimonial su honor y bondad (sea de pensamiento, palabra o hecho). Cuando tú dejas de cumplir tus obligaciones conyugales en el área sexual, la Biblia dice que estás defraudando a tu esposa y exponiéndola innecesariamente a la tentación (1 Cor. 7:5). Recuerda que de acuerdo a este pasaje hay dos soluciones bíblicas para el problema de la inmoralidad sexual–dos maneras para que puedas evitar la fornicación. Una es el auto-control (vv. 5 y 9), y la otra es la relación sexual regular entre esposos (v. 2).
Principio #2: El placer en las relaciones sexuales no es pecaminoso sino asumido (los cuerpos de los cónyuges se pertenecen el uno al otro).
Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre (Prov. 5:18–19).
El propósito de Dios es que seas sexualmente saciado por tu esposa. Supongamos que hoy es el Día de Acción de Gracias. Tú has estado esperando este día por semanas porque tu madre prometió hacerte tu postre favorito. Cuando la fiesta del Día de Acción de Gracias comienza, tú estás ansioso por llegar al final de la comida para poder saborear ese delicioso postre. Mientras masticas la deliciosa porción de tu comida con acrecentado placer, de repente pierdes de vista el hecho de que tienes que dejar lugar en tu estomago para aquel delicioso postre. Tú sigues disfrutando plato tras plato hasta que finalmente quedas totalmente saciado. Cuando traen el postre de la cocina estás tan lleno que tienes que explicarle a tu madre que “no puedes comer ni otra mordida.”
Ésa es la clase de satisfacción que la Biblia implica cuando dice: “Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre.” Tú debes estar tan satisfecho con tu esposa que no podrías ser fácilmente tentado por nadie más. Tanto las palabras “satisfagan” como “recréate” en este verso conllevan la idea de estar intoxicado. Éste es el único verso en la Biblia que yo sé que nos incita a embriagarnos–no con alcohol sino con el placer que viene de tener las relaciones sexuales ordenadas por Dios con tu esposa.
Principio # 3: El placer sexual debe ser regulado por el principio de que la sexualidad no debe ser egocéntrica (en el matrimonio “los derechos” de nuestro cuerpo le pertenecen al cónyuge). La homosexualidad y la masturbación van en desacuerdo con este principio fundamental. La idea aquí, como en otros lugares, es que “es más bienaventurado dar que recibir.”
Probablemente la manera más grande en que un esposo cristiano falla en el rol sexual en su matrimonio es siendo egoísta. Vivimos en una sociedad de auto-erotismo, es decir, una sociedad que ve el sexo primariamente como algo de lo cual se recibe placer más que como una oportunidad para dar placer. La masturbación es vista no sólo como aceptable, sino en algunos casos como terapéutica. Muchos hombres, aun hombres cristianos, ven las relaciones sexuales con sus esposas como un poco más que una oportunidad para masturbarse. Su preocupación es complacerse a sí mismos. No se dan cuenta que Dios les dio sus órganos sexuales no primariamente para su propio placer, sino para el placer de sus esposas (1 Cor. 7:4). Nunca han aprendido que en las relaciones sexuales, como en las otras áreas de la vida, es más bienaventurado dar que recibir (Hech. 2:35).
Aunque la masturbación no es identificada por nombre en la Biblia, deber ser vista como pecaminosa al menos por tres razones. Primero, porque es una perversión del propósito del sexo. Es más egoísmo que amor–es tomar, no dar. Dios no te dio los órganos sexuales para que te complazcas a tí mismo con ellos, sino para que le des placer a tu esposa y que ella pueda expresarte su amor dándote placer sexual. Segundo, porque casi siempre envuelve una lascivia pecaminosa. Jesús hizo esto absolutamente claro: Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mat. 5:28). Tercero: porque es una actividad que hace experimentar culpabilidad a los cristianos que la practican. La Biblia también es muy clara acerca de la pecaminosidad de los cristianos que participan voluntariamente en cualquier actividad por la cual su conciencia los condena.
¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Rom. 14:22–23).
En todos mis años de consejería a hombres cristianos, nunca he conocido aún a uno a quien su conciencia no le perturbe cuando sucumbe ante esta actividad. Muchos hombres cristianos han sucumbido tan habitualmente a esta tentación que han sido atrapados por su transgresión y consecuentemente han perdido la comunión con Dios. En lugar de confesar su conflicto y buscar ayuda de algún consejero piadoso y/o de su esposa (que con frecuencia están en la posición maravillosa de “ayuda idónea” para apoyarlos a través de varios medios), estos hombres viven con su culpa por años, atados por su concupiscencia y privándose del gozo y los frutos prometidos por Dios a los que tienen una limpia conciencia (Hechos 24:16; 1 Tim. 1:5–7, 18–20).
Principio # 4: Las relaciones sexuales deben ser regulares y continuas. No se aconseja un numero exacto de veces por semana, pero el principio es que ambos cónyuges provean una satisfacción sexual tan adecuada, que tanto el ‘quemarse’ (con deseo sexual) como la tentación de buscar satisfacción sexual en otra parte sean evitadas.
“Tu asignación para esta semana es tener relaciones físicas con tu cónyuge al menos X veces-y cuando lo hagas quiero que te concentres más en complacerla (o) a ella (o a él) que a ti mismo (a).”3 Yo he dicho esto a quienes he aconsejado más veces de las que recuerdo. Recientemente, “advertí” a dos parejas que si la frecuencia de sus relaciones sexuales no mejoraba en las próximas semanas, les iba a asignar como una tarea las veces que deberían tener sexo. La construcción gramatical del mandato en 1 Corintios 7 asume que algunos de los lectores estaban en el proceso de defraudarse sexualmente mutuamente y el mandato es “no os neguéis el uno al otro.”
Contrario a la creencia popular, no todos los esposos tiene mayor deseo de relaciones sexuales que sus esposas. En realidad, un porcentaje de mujeres más grande que el que uno esperaría, desean más encuentros sexuales por semana que sus esposos. Cada persona es diferente y cada pareja tiene su propia serie de factores internos y externos que afectan tal deseo. El principio bíblico requiere que cada cónyuge conozca y responda a los deseos de su esposo o esposa. Parte de tu responsabilidad como hombre que vive con su esposa de una manera sabia, es que conozcas esa información sobre “tu esposa” y respondas adecuadamente. Parte de la responsabilidad de ella para serte “ayuda idónea” (o complemento) es hacer lo mismo para contigo. Generalmente hablando, el cónyuge con el menor deseo debería estar dispuesto a ceder a los deseos de la pareja con el mayor deseo para que no se “queme” (“Pero si no tienen don de continencia [los solteros o viudas] cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Cor. 7:9). Por supuesto, como el próximo principio implica, el cónyuge con el mayor o más frecuente deseo debe estar también dispuesto (a) a limitar algunas veces la frecuencia de sus encuentros sexuales por amor y en deferencia a su pareja. La clave principal para ambos cónyuges se halla en Filipenses 2:3–4:
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
Si tu esposa desea más frecuencia en las relaciones sexuales que tú, debe haber veces cuando debes estar dispuesto a ministrarle sexualmente-aun cuando pudieras no tener interés, estar cansado, absorto en otros intereses o responsabilidades, desanimado o molesto. Si tú eres el cónyuge con el mayor deseo sexual y tu esposa está dispuesta a ministrate sexualmente cuando ella no está tan amorosa como tú o no tiene ganas, debes tener cuidado de no mostrarte decepcionado o dejar que tus sentimientos se hieran porque el encuentro no fue tan apasionado, excitante o placentero como esperabas. En lugar de decepcionarte, deberías estar agradecido por tener una esposa dispuesta a ministrarte sin egoísmo.4 En lugar de pensar, “si ella realmente me amara, me estaría haciendo el amor salvaje y apasionadamente,” recuerda que en realidad es una manifestación más grande de su amor por ti cuando sin egoísmo ella te hace el amor aun sin sentir esa pasión enloquecedora.
Por supuesto, tú siempre debes prepararla sexualmente (con suficiente afecto y juego amoroso anticipado) de modo que ella pueda tener también un tiempo placentero. Pero si ella está simplemente interesada en complacerte, ¡no lo tomes personalmente! Sólo disfrútalo y da gracias por tener una esposa que sin egoísmo se preocupa así por ti. Muestra tu aprecio con palabras de afirmación y agradecimiento y con otras expresiones físicas de afecto. Recuerda que muchas mujeres parecen experimentar mucha más “satisfacción sexual” que los hombres aun cuando no logran un orgasmo. Esto puede parecerte difícil de comprender porque como hombres nos cuesta concebir el tener un encuentro sexual placentero que no termine con un orgasmo. La manera en que muchos hombres razonan es “el sexo sin orgasmo es como un banquete sin comida.” Esta noción, sin embargo, no se basa en la Escritura. Probablemente ésta no es la manera en que tu esposa piensa sobre el sexo y tampoco debería ser la tuya.
Principio # 5: El principio de la satisfacción significa que cada cónyuge debe proveer placer sexual (que es “debido” a él o a ella en el matrimonio) tan frecuentemente como el otro lo requiera. Por supuesto, hay otros principios bíblicos que entran en juego (la moderación, complacerse el uno al otro antes que a sí mismo, etc.). La consideración a nuestro cónyuge debe regular nuestro requerimiento del sexo. Pero esta consideración no debe ser excusa para fallar en satisfacer las necesidades legítimas. Por otro lado, los requerimientos sexuales no deben ser gobernados por una lascivia idólatra.
La moderación (autocontrol) debe ser ejercido en todas las cosas (1 Cor. 9:25), incluyendo el sexo marital.
Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna (1 Cor. 6:12)
Así como tienes que controlar tus deseos por la comida, el dinero y otras actividades buenas y placenteras evitando los excesos, debes aprender a moderar tus deseos por el sexo para que no ocupen un lugar más grande en tu vida que el que es debido. Recuerda que casi cualquier buen deseo (como la comida, el techo, el sueño, el respeto y el sexo), pueden convertirse en idolatría si los deseamos excesivamente.
¿No es la vida más que el sexo? No para algunos hombres que he conocido. Sus mentes están tan excesivamente consumidas por el sexo que piensan poco en sus otras responsabilidades bíblicas en la vida como ministrar a su esposa, a sus hijos y a su prójimo. Si esto te sucede a ti, te recomiendo que ores diariamente para que el Señor te ayude a reemplazar esos pensamientos y deseos con otros que estén en línea con la realidad bíblica. Considera también buscar la ayuda de tu esposa y de los líderes de tu iglesia.
Así como tu esposa debe “considerar” la intensidad de tu deseo sexual (si éste es más grande que el de ella), tú debes considerar las cosas que pueden interferir con el deseo o la habilidad de ella para ministrarte a ti. Pueden haber ocasiones cuando tu esposa se ofrezca para satisfacer tus necesidades sexuales, pero tú tendrás que considerar si es realmente lo mejor para ella el hacerlo o no.
“¿Está ella demasiado cansada?” “¿Será más placentero para ella si yo espero hasta mañana cuando esté más descansada?” “Si posponemos nuestro encuentro, ¿le dará eso a ella una sensación más grande de privacidad?” “¿Ha sido su día tan lleno de tensión que sería egoísta de mi parte esperar que ella haga esto?” Un esposo amoroso se hace estas preguntas antes de aceptar el ofrecimiento que su esposa le hace de tener relaciones sexuales.
Principio # 6: De acuerdo con el principio de los “derechos,” no debe haber negociaciones sexuales entre los esposos (“Yo no voy a tener relaciones a menos que …”). Ningún cónyuge tiene derecho de hacer tales negociaciones.
Cuando te casas tú cedes el derecho de usar tu cuerpo como te parezca. Ya no posees la autoridad única sobre tu propio cuerpo-tu esposa lo posee.5 Ahora ustedes son una sola carne. Tu cuerpo le pertenece a ella y viceversa. No le corresponde a ninguno condicionar la entrega de su cuerpo al otro sólo si (o hasta que) ciertos deseos egoístas se cumplan.
¿Eres más amable, gentil, generoso, atento, tierno y afectuoso con tu esposa cuando deseas tener relaciones sexuales que otras veces? Si es así, puedes tentarla a usar el sexo como una herramienta de negociación. Si ella intenta usar el sexo como una herramienta para negociar, debes considerar si la estás amando verdaderamente como Cristo amó a la iglesia. La pregunta que te debes hacer es “¿estaría ella usando el sexo para obtener lo que desea si yo estuviera realmente llenando sus necesidades y satisfaciendo tantos de sus deseos legítimos como me sea posible sin tener que pecar?
Principio # 7: Las relaciones sexuales son iguales y recíprocas. Pablo no le da al hombre derechos superiores que a la mujer. Es claro entonces que el estímulo y la iniciación mutua en las relaciones son legítimas. Ciertamente, la doctrina de los derechos mutuos implica también la de las responsabilidades mutuas. Esto incluye, entre otras cosas, la participación activa mutua en el acto sexual.
Muchos tabús no Escriturales abundan entre los cristianos acerca de las relaciones sexuales en el matrimonio. Entre éstos está la idea de que la mujer no debe iniciar o ser agresiva en la relación. Puesto que el cuerpo de cada cónyuge pertenece al esposo o esposa, se deduce que el estímulo, la iniciación y la participación activa mutua en el acto sexual son legítimos.
Por otro lado, Dios diseñó al esposo más adecuadamente para ser el iniciador y a la esposa para ser la que responde. ¿Cuán bien puedes iniciar el acto del amor sexual con tu esposa? Aquí hay algunas preguntas de auto-examen que puedes hacerte en relación a tus intentos:
• ¿Inicias la relación sexual con suficiente frecuencia?
• ¿Resientes el hecho de que tu esposa no inicia las relaciones sexuales tan frecuentemente como deseas?
• ¿Te sientes incúmodo cuando tu esposa toma la iniciativa en el acto del amor?
• ¿Cómo inicias las relaciones sexuales? ¿Lo haces usualmente pidiéndoselo verbalmente?
• ¿Usas siempre la misma invitación “enlatada”?
• ¿Tratas a veces de omitir la invitación rutinaria y tratas de estimularla románticamente sin pedírselo o sin palabras?
Las preguntas al final de este capítulo son una continuación de las sugeridas al final del capítulo dos. Éstas deberían ayudarte a entender y ministrar mejor sexualmente a tu esposa. No todas las preguntas pueden ser adecuadas o necesarias para tu situación. Ten cuidado de no ser demasiado sensitivo o de ofenderte con sus respuestas. A largo plazo tu vida sexual mejorará como resultado del tiempo que uses discutiendo y resolviendo bíblicamente estos problemas. Es aconsejable que no guardes ningún registro escrito de sus respuestas a estas preguntas. He incluido también en el Apéndice J, “Indicaciones, Sugerencias y Ayudas para la Actitud Sobre el Sexo,” algunos pensamientos adicionales que te pueden ayudar a ser un amante más completo para tu esposa.
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Preguntas Que Me Gustaría Hacerle 1. Si pudieras cambiar tres cosas en nuestra vida sexual, ¿Qué cambiarías? 2. ¿Crees que he sido sexualmente egoísta? Si ha sido así, ¿Cómo? 3. ¿Tengo algún olor, manerismo o hábito que te impide disfrutar nuestras relaciones sexuales? 4. ¿Hay algo de lo que hemos hecho sexualmente que te ha hecho sentir incómoda? 5. ¿Hay algo que no hemos hecho sexualmente que crees que disfrutarías haciéndolo? 6. ¿Te brindo suficiente afecto y juego sexual previo al coito? 7. ¿Te sientes presionada a actur de cierta forma por lo que hago o digo? 8. ¿Soy suficientemente proactivo (agresivo) sexualmente? 9. ¿Hay algo de mi apariencia que te disgusta tanto que estorba tu capacidad de disfrutar el sexo? 10. ¿Hay alguna parte de tu anatomía con la cual te sientes tan desagradada que estorba tu capacidad de disfrutar el sexo? 11. ¿Has alcanzado el orgasmo alguna vez? (quizás ya conoces la respuesta, pero si tienes alguna duda deberías preguntárselo). 12. ¿Hay algún otro problema marital o personal que estorba tu capacidad de disfrutar el sexo conmigo? 13. ¿Me esfuerzo lo suficiente para brindarte una atmósfera placentera, confortable y segura en la cual hacer el amor? 14. ¿Qué hora del día y en qué situaciones preferirías más / menos hacer el amor? 15. ¿Te sientes cómoda con la frecuencia que hacemos el amor? 16. ¿Soy suficientemente creativo en mis intentos de iniciar el amor contigo? 17. ¿Hay algo más que puedo hacer, sea de palabra, actitud o hecho que podría darle más sentido a nuestra relación? Agrega más preguntas aquí.… |
1 R. C. Sproul, The Intimate Marriage (El Matrimonio Íntimo), pp. 42–43.
2 Los siete principios bíblicos del sexo en este capítulo fueron impresos originalmente en The Christian Counselor’s Manual (El Manual del Consejero Cristiano) por Jay Adams (Grand Rapids: Zondervan, 1973), p. 392. Usado con permiso.
3 “X” usualmente es un número derivado como resultado de mis preguntas a ambos cónyuges acerca de la frecuencia con la cual ellos prefleren tener relaciones sexuales.
4 La idea de ‘sentimientos heridos’ no es exactamente bíblica. En realidad no son tus sentimientos los que son heridos. Mas bien tus pensamientos, que son los que en parte producen tus emociones, no están en armonía con la Escritura. Como he aludido en una nota previa, si tu esposa peca realmente contra ti y termina “hiriendo tus sentimientos” es ella la que tiene que arrepentirse por su pecado. Sin embargo, si tus “sentimientos son heridos” por algo que ella hace que no es pecaminoso (como ser ocasionalmente menos apasionada que tú por el sexo), eres tú quien debe arrepentirse de tus pensamientos anti-bíblicos que son los que producen esa emoción.
5 En realidad, tú hiciste eso en un grado aún mayor cuando te convertiste. Los que promueven el derecho al aborto parecen haber olvidado estos dos puntos—si es que alguna vez los conocieron.
Priolo, L. (2012). El marido integral: Guía práctica para ser un esposo bíblico (pp. 179–195). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.
