Un esclavo de Cristo
Un esclavo de Cristo

1/2/2017
Téngannos los hombres por servidores de Cristo. (1 Corintios 4:1)
El apóstol Pablo era un “siervo” de Cristo. Era una función que escogió por amor, no por temor.
Había tal vez millones de esclavos en el Imperio Romano. En su mayor parte, no se les trataba como a personas, sino como objetos. Si un amo quería matar a un esclavo, podía hacerlo sin temor al castigo. Aunque era un vocablo negativo para los romanos, la palabra esclavo significaba dignidad, honor y respeto para los hebreos, y los griegos lo consideraban un término de humildad. Como siervo de Cristo, por tanto, Pablo paradójicamente se considera exaltado y envilecido. Esa es la ambivalencia que afrontará todo representante de Jesucristo.
Cuando pienso en el honor que se me ha dado de predicar el evangelio de Jesucristo, me siento a veces abrumado. No hay más alto llamamiento en la vida que proclamar el evangelio desde el púlpito y poder enseñar la Palabra de Dios bajo el poder del Espíritu Santo. Pero hay también una paradoja que exige que un ministro de Cristo comprenda que no merece servir. Debe tener la debida perspectiva de ser un esclavo indigno que tiene el privilegio incomprensible de proclamar el evangelio.
Disponible en Internet en: http://www.gracia.org
DERECHOS DE AUTOR © 2012 Gracia a Vosotros
Usted podrá reproducir este contenido de Gracia a Vosotros sin fines comerciales de acuerdo con la política de Derechos de Autor de Gracia a Vosotros (http://www.gracia.org/acercaDeGAV.aspx?page=derechos).

Cuando Job está con el rostro en la tierra adorando a Dios, el único que maldice esa acción es Satanás. ¡Se llenó de odio! ¡Se molestó por la respuesta de Job! Imagine, el hombre sigue adorando a su Dios, a aquel que permitió que le sucedieran estas catástrofes. No habría un solo ser en los millones en esta tierra que actuara así, pero Job hizo exactamente eso. Los perversos demonios se quedaron totalmente boquiabiertos cuando vieron a un hombre que reacciona frente a sus adversidades con adoración, y que concluye todas sus desgracias dando culto a Dios. Job no culpa a Dios. No hay ninguna amargura en él. No maldice. No levanta su puño cerrado a los cielos gritando: “¿Cómo es posible que me hayas hecho esto después de haber caminado contigo todos estos años?» No hubo nada de eso.
L.B.Cowman