No más malas noticias

No más malas noticias

la-verdad-para-hoy

1/3/2017

Apartado para el evangelio de Dios. (Romanos 1:1)

alimentemos_el_almaMillares de bebitos nacen cada día en un mundo lleno de malas noticias. Las palabras malas noticias han llegado a ser una expresión común y corriente para describir nuestra época.

¿Por qué hay tantas malas noticias? Es sencillo. La mala noticia que ocurre a mayor escala es solamente la multiplicación de lo que está ocurriendo en el ámbito individual. El poder que contribuye a las malas noticias es el pecado.

 Con tantas malas noticias, ¿puede haber alguna buena noticia? ¡Sí! Las buenas noticias son que puede resolverse el problema del pecado. No hay que ser egoísta. Pueden mitigarse la culpabilidad y la ansiedad. Hay sentido para la vida y esperanza de vida después de la muerte. El apóstol Pablo dice en Romanos 1:1 que las buenas nuevas es el evangelio. Es las buenas nuevas de que puede ser perdonado el pecado del hombre, puede quitarse la culpabilidad, puede tener sentido la vida y una esperanza futura puede ser una realidad.

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La religión «No Salva»

Por Amor a Dios

Un devocional para apasionarnos por la Palabra

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Donald A. Carson

3 ENERO

Génesis 3 | Mateo 3 | Esdras 3 | Hechos 3

alimentemos_el_almaResulta poco probable que haya consenso en la solución de un problema, del tipo que sea, si no se determina antes cuál es su naturaleza.

Las religiones del mundo ofrecen una gama enorme de soluciones a los problemas humanos. Algunas promulgan distintas formas de ejercicios religiosos de autoayuda; otras abogan por un tipo de fatalismo fiel; las hay que instan a entrar en una energía impersonal o fuerza del universo, y quienes afirman que las experiencias místicas están a disposición de quienes las persigan. Todas estas prácticas relativizan el mal. Una pregunta crucial que se debería hacer es: ¿Cuál es el nivel esencial de los problemas del hombre?

La Biblia insiste en que se trata de la rebelión contra Dios, nuestro Hacedor, de cuya imagen somos portadores y cuyo gobierno intentamos derrocar. Todos nuestros problemas, sin excepción, se remontan a esta fuente fundamental: nuestra rebelión y la justa maldición de Dios que acarreamos con nuestra insubordinación.

No deberíamos (mal) entender este punto atribuyéndole un sentido simplista. Que los mayores rebeldes del mundo sufran los peores males aquí, no tiene por qué ser la norma en base a un esquema de toma y daca. Sin embargo, ya sea que ocupemos el lugar del autor (como en el caso del odio, la envidia, la lujuria o el robo) o de la víctima (p. ej., violación, agresión física o bombardeo indiscriminado), nuestra difícil situación estará vinculada al pecado, ya sea nuestro o de otros. Además de que nuestro sufrimiento sea el resultado de una clara maldad humana o fruto de un desastre “natural”, Génesis 3 recalca que vivimos en un mundo desordenado y roto, y que esta situación es consecuencia de la rebelión del hombre.

Las maldiciones de Dios sobre la pareja humana son impresionantes. La primera (Gn. 3:16) que vaticina dolor al parir los hijos y los matrimonios desestructurados, representa el trastorno de la tarea inicial designada para los seres humanos antes de la caída: el varón y la hembra serían fructíferos bajo la bendición de Dios y se multiplicarían (1:27–28). La segunda (Gn. 3:17–19) promete el desempeño del trabajo con dolor y esfuerzo, una ecología desordenada y una muerte segura, suponiendo así la interrupción de la segunda responsabilidad atribuida al hombre antes de la caída: los portadores de la imagen de Dios gobernarían sobre el orden creado y vivirían en armonía con este (1:28–30).

En su perfecta justicia, Dios podría haber destruido aquella raza rebelde de manera instantánea. No puede ignorar tamaña rebelión, como tampoco negar su propia deidad. A pesar de ello, su misericordia le lleva a cubrirlos, suspender parte de la sentencia (la muerte misma), y anuncia un día en el que la simiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente que condujo a la primera pareja por mal camino. Leemos con gran alivio el capítulo 12 de Apocalipsis y entendemos que Génesis 3 define un problema que solo Cristo puede resolver.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 3). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿En qué Dios cree?

La Buena Semilla

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Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.

1 Juan 1:5

Dios es amor.

1 Juan 4:8

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

1 Juan 4:10

¿En qué Dios cree?

Alguien le preguntó a Albert Einstein (físico de fama mundial) si creía en Dios, y este respondió: «Dígame primero a qué llama Dios».

Esta pregunta es importante: ¿En qué Dios cree? ¿O en qué Dios no cree?

A menudo nos hacemos una falsa idea de Dios. Algunos lo imaginan como un juez implacable, y esto no los lleva a buscarlo, al contrario, huyen de él. Otros tienen más bien la idea de un «buen Dios» que tolera todo, y esto les basta.

¡Pero Dios no es ni lo uno ni lo otro! Él tiene dos atributos principales: amor y luz. Es luz porque ve todo. No solo nuestras acciones, sino también los motivos y las intenciones de nuestro corazón. Es amor porque desea el bien de sus criaturas.

Para darse a conocer, Dios vino a la tierra en la persona de su Hijo, Jesucristo. Al hacer milagros (resucitó muertos, ordenó al viento calmarse…) dejó ver de forma clara su origen divino y su amor por los hombres que había venido a buscar. “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:9). Mostró a sus interlocutores que sabía todo sobre ellos, así trató de despertar su conciencia para que se arrepintiesen y creyesen en él. Pero sobre todo aceptó morir en nuestro lugar, “el justo por los injustos”, y soportó así el justo juicio de Dios que merecíamos como pecadores.

Nosotros creemos en ese único Dios vivo y verdadero, y le invitamos a creer también en él.

Rut 3 – Mateo 3 – Salmo 2:7-12 – Proverbios 1:10-19

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