Nuestro evangelio consecuente

Nuestro evangelio consecuente

la-verdad-para-hoy

1/9/2017

Él había prometido [el evangelio] antes por sus profetas en las santas Escrituras. (Romanos 1:2)

alimentemos_el_alma¿Sabía usted que el Antiguo Testamento es absolutamente consecuente con el Nuevo? Es porque las buenas nuevas son algo antiguo, no algo nuevo. El Antiguo Testamento, desde Génesis hasta Malaquías, o cualquier libro entre ellos, es todo acerca de la revelación de Jesucristo.

Jesús dijo que las Escrituras dan testimonio de Él (Jn. 6:39). Al hablarles a los hombres que iban por el camino a Emaús, Jesús dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:25-27).

 ¿Por qué hoy es eso tan importante para usted? Para que pueda estar confiado de que las Escrituras presentan la promesa de Dios de buenas nuevas en Cristo.

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Aceptación total

9 Enero 2017

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Aceptación total
por Charles R. Swindoll

Job 2:10

alimentemos_el_almaPor haber vivido con nuestras esposas durante muchos años y habernos vuelto sumamente cómodos con ellas, tenemos la tendencia a no ser prudentes con las cosas que les decimos. Nuestras esposas, por lo general, son víctimas de nuestras peores palabras. Ya que esto es verdad, tomemos hoy la decisión de ponerle freno a nuestra falta de pureza verbal. Job no dijo nada blasfemo. No insultó a Dios. Tampoco la insulto a ella. Como leímos antes, Job no la llamó “impía” sino “insensata”.

Es cierto que Job fue una figura pública, pero no era desconsiderado con los demás. No importa lo muy conocido o lo importante que usted sea; no importa cuánto tiempo haya estado casado; no importa cuánto dinero tenga; no importa qué tan grande sea su compañía, o su iglesia; ningún hombre tiene el derecho de dirigirse a su esposa con aires de superioridad. Ella es su socia. Además, ella sabe muchas cosas de usted, ¡y es posible que algún día escriba su largamente aguardada biografía no autorizada!

Acepte a su esposa totalmente; ámela incondicionalmente. Una esposa florece en un contexto de amor y aceptación. Ella es quien es. Dios la convirtió en la mujer que es. Y me permito recordarle, también, que ella es la esposa que usted eligió. Su mujer se ha convertido en la mujer que Dios está formando, y eso exige aceptación total y amor incondicional por parte de usted.

Idealmente, esta combinación da como resultado un fuerte compromiso. Ambos estarán en esta relación por mucho tiempo. Se mantendrán juntos. Y ninguna cantidad de apuros, dificultades, aflicciones o pruebas les separará. En realidad, esto puede unirlos aún más.

Lamentablemente, muchos matrimonios se mantienen unidos por hilos muy delgados y frágiles. Cuando lleguen las pruebas, por causa de los parientes políticos, de los hijos, quizás una dificultad en su nacimiento que les produce algún defecto; o reveses en el área comercial o financiera.., lo que sea; unan deliberadamente sus fuerzas y tomen la resolución de mantenerse unidos. Dígale a su esposa lo mucho que ella significa para usted. Háblele del valor que ella tiene en su vida, de lo mucho que ella representa para usted. Son muchos los hombres que buscan la manera de escapar cuando los problemas se agudizan. No huya. Póngase firme consigo mismo y permanezcan juntos, pase lo que pase.

Una esposa florece en un contexto de amor y aceptación.—Charles R. Swindoll

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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Esperanza de vida

Por Amor a Dios

Un devocional para apasionarnos por la Palabra

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9 ENERO

Génesis 9–10 | Mateo 9 | Esdras 9 | Hechos 9

A pesar del alcance universal del castigo que significó, el Diluvio no sirvió para cambiar la naturaleza humana. Dios sabe muy bien que el asesinato, cometido por primera vez por Caín, volverá a ocurrir. Ahora se prescribe la pena capital (Génesis 9:6), no como medida disuasoria – la disuasión no se menciona para nada – sino para señalar que el asesinato pertenece a una categoría distinta de pecado, en cuanto que consiste en matar a un ser creado a la imagen de Dios. Pero hay otras señales de la persistencia del pecado. La promesa que Dios hace, sellada por el arco iris, que nunca más destruirá el mundo de aquella manera (9:12–17), es relevante, no en el sentido de apabullar tanto al ser humano, que no tiene más remedio que someterse, sino justamente porque Dios es perfectamente consciente de que volverá a producirse el mismo escenario una y otra vez. Y el mismo Noé a quien, con respecto a sus años anteriores al Diluvio, Pedro llama, con razón, “predicador de la justicia” (2 Pedro 2:5), ahora queda retratado como un borracho, con sus relaciones familiares en vías de desintegrarse.

Pero hay otro paralelo entre estos capítulos de Génesis y lo que ocurría antes del Diluvio. A pesar de las garras del pecado, hay individuos como Abel, cuyos sacrificios agradaban a Dios; hay personas que reconocen su gran necesidad de Dios, e invocan el nombre de Dios (4:26); está Enoc, séptimo desde Adán, que “anduvo fielmente con Dios” (5:22). En otras palabras, hay una raza dentro de la raza, una raza más pequeña, no intrínsecamente superior a la otra, mas dispuesta a la relación con Dios de tal manera que se dirige de hecho en una dirección totalmente distinta. Escribiendo al principio de del siglo V, Agustín de Hipona en el norte de África encuentra en estos primeros capítulos los comienzos de dos humanidades, dos ciudades – la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres. (Véanse también la reflexión para el 27 de diciembre) El contraste se va desarrollando de varias maneras a lo largo de la Biblia, hasta que el libro de Apocalipsis lo hace entre Babilonia y la nueva Jerusalén. Empíricamente, los creyentes pertenecen a las dos ciudades; en lo que se refiere a su lealtad, pertenecen a una ciudad o a la otra.

Las mismas distinciones se restablecen después del Diluvio. La raza pronto demuestra que los problemas de rebelión y pecado están profundamente arraigados: constituyen una parte íntegra de nuestra naturaleza. No obstante, las distinciones también reaparecen. Mientras el pacto que Dios hace, según el cual promete no destruir jamás la tierra de la misma manera, es un pacto con todo ser viviente (9:16), los hijos de Noé se dividen, igual que los hijos de Adán. El ciclo tedioso vuelve a comenzar, pero no sin esperanza: la ciudad de Dios nunca se descarrila por completo, sino que anticipa las distinciones posteriores entre pactos, que están de hecho a la vuelta de la esquina, y el clímax glorioso que llegará al final de la historia de la redención.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 9). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿Quién escribió este poema?

La Buena Semilla

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Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

2 Pedro 1:21

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.

2 Timoteo 3:16

¿Quién escribió este poema?

Esta mañana la maestra encontró un bello poema sobre su mesa. Cada línea estaba escrita con un color y una escritura diferentes.

–¿De dónde viene este poema?, preguntó con curiosidad. Nicolás levantó el dedo y respondió: –Maestra, yo copié el primer verso con un rotulador rojo. Pablo continuó: –Y yo copié el segundo con lápiz de color azul. La maestra interrumpió a los niños: –Los rotuladores y los lápices solo son instrumentos de los cuales ustedes se sirvieron para escribir estas palabras. Pero, ¿quién compuso estos versos? ¿Quién es el verdadero autor?

Entonces los niños respondieron en coro: Fue Lea. Ella lo compuso para darle una sorpresa, y nosotros lo escribimos.

Algunos consideran la Biblia como lo hicieron Nicolás y Pablo. Se detienen en los múltiples instrumentos que Dios empleó: Moisés el legislador, David el pastor rey, Esdras el escriba, Salomón el rey glorioso, Mateo el recaudador de impuestos, Lucas el médico, Pedro el pescador… Los autores de los libros de la Biblia son numerosos y de diversos orígenes. Pero no fueron ellos quienes compusieron la Biblia. Dios les dictó, por su Espíritu, lo que debían escribir, cada uno en su tiempo y en su lugar. Este Libro, de origen divino, constituye, pues, un conjunto harmonioso y admirable, siempre actual.

“¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Salmo 139:17).

1 Samuel 5 – Mateo 7:7-29 – Salmo 6 – Proverbios 2:16-22