Conocidos por la obediencia

Conocidos por la obediencia

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1/19/2017

Según el mandamiento del Dios eterno… para que obedezcan a la fe. (Romanos 16:26)

alimentemos_el_alma¿Sabía usted que no es la fe más la obediencia lo que es igual a salvación, sino la fe obediente la que es igual a salvación? Se comprueba la verdadera fe en su obediencia a Dios.

Como Jesucristo es el Señor, Él exige obediencia. No hay fe sin obediencia. Pablo dijo a los cristianos de Roma: “Doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo” (Ro. 1:8). ¿Y por qué se divulgaba su fe en todo el mundo? Romanos 16:19 explica: “Vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos”. Al principio, es su fe la que se divulga, pero al final es su obediencia.

La fe que excluye la obediencia no salvará a nadie. Tal engaño hace que muchos entren por el camino espacioso que lleva a la destrucción (Mt. 7:13-14). Eso es como edificar una superestructura religiosa sobre la arena (Mt. 7:21-29).

Fundamente su vida en la obediencia a Cristo. Entonces sabrá que pertenece a Él.

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Afirmar la verdad en un mundo relativista

Afirmar la verdad en un mundo relativista
Mark L. Y. Chan
alimentemos_el_almaLa aseveración de que no existe tal cosa como una verdad universal constituye, en sí misma, una declaración de una verdad universal.

El mundo siempre ha sido hogar de muchas ideologías y expresiones religiosas. Este pluralismo religioso se ha desarrollado en mayor medida entre los occidentales, en respuesta a la globalización y a la migración entre diferentes países. Un mundo más comunicado ha permitido un mayor acercamiento entre las diferentes religiones y sus seguidores. Nos relacionamos con personas de otras etnias pero, también, por medio de la televisión y la Internet aprendemos de su cultura y creencias. Además la creciente presencia de mezquitas, templos y restaurantes que no son occidentales reflejan la naturaleza cada vez más diversa de muchas sociedades occidentales.

Este pluralismo puede ser reciente en occidente, pero, en Asia, siempre ha estado a la orden del día. De hecho, todas las grandes religiones tienen sus raíces en el continente asiático y todavía persisten en él. En África la Iglesia se ha desarrollado junto a las religiones tradicionales y al Islam, de modo que una vasta mayoría de los cristianos hoy en día conviven con personas que profesan otra fe. En este aspecto no son diferentes de los primeros cristianos, quienes proclamaban a Jesús como Salvador y Señor ante la multitud de dioses y señores del mundo grecoromano.Los cristianos de hoy estamos llamados a abrazar, encarnar y declarar la verdad de que Dios se ha revelado a sí mismo de manera final y definitiva en JesucristoComo ellos, los cristianos de hoy estamos llamados a abrazar, encarnar y declarar la verdad de que Dios se ha revelado a sí mismo de manera final y definitiva en Jesucristo. Por medio de Su muerte y resurrección, los pecadores pueden hallar el perdón de sus pecados y ser reconciliados con Dios. De modo que, ¿cómo podemos proclamar a Cristo ante el pluralismo religioso y sus frecuentes afirmaciones que relativizan la verdad absoluta?

En medio de la diversidad, los cristianos deben aprender a trabajar con personas de diferentes religiones, en procura del bien común. Pero deben lograrlo sin comprometer su fe. Algunos sostienen que la armonía social puede alcanzarse y sostenerse, solo si los «religiosos» se abstienen de afirmar que poseen la exclusividad de la verdad. El desafío para la Iglesia es demostrar la falacia de esta opinión.

Del pluralismo al relativismo de la verdad
Algunos pensadores cristianos han rechazado la singularidad de Cristo y han abrazado el pluralismo. La coexistencia de las religiones en un sentido descriptivo y el pluralismo social son un hecho, pero estos pensadores han ido más allá, pues han abrazado un pluralismo metafísico. Sostienen que todas las religiones constituyen vías igualmente válidas para llegar a Dios (o la suprema realidad divina) y que ninguna religión en particular puede pretender poseer la palabra final sobre la verdad. Así, inconscientemente, se identifican con la doctrina Vedanta del hinduismo: «Jesús es apenas uno de los muchos caminos a la suprema realidad divina, un avatar (encarnación) entre muchas manifestaciones posibles de lo divino».

Separar la «espiritualidad» de cualquier religión se acomoda muy bien al estilo posmoderno de nuestra época. La principal preocupación de los cristianos son los aspectos más radicales y destructivos de la posmodernidad: su incredulidad respecto de la verdad absoluta, su rechazo de los grandes relatos que dan sentido a la vida y su postura de relativizar la verdad. Estos traen enormes implicaciones para toda la Iglesia en su esfuerzo por vivir la totalidad del evangelio y llevarlo a todo el mundo.

La mentalidad posmoderna afirma que simplemente carecemos de acceso a la verdad absoluta. Su argumento es que nuestras verdades son relatos construidos en el seno de nuestras comunidades sin una validación externa de la verdad. Por lo tanto, consideran la verdad como tribal, de validez solo local. Ya que no existe una perspectiva neutral —o transcontextual— que permita juzgar entre historias que compiten, debemos aguantar una multiplicidad de puntos de vista que pugnan por alcanzar la supremacía y la aceptación. Lo que surja victorioso de esta contienda será la verdad. A esta la define el poder, y a quienes afirman poseer la verdad absoluta se les juzga como personas que simplemente intentan imponer su voluntad a otros.

De esta manera, los pluralistas posmodernos sospechan de las autoridades religiosas y de sus pronunciamientos. Para ellos, la afirmación de que Jesús es la Verdad encarnada puede ser bien una fachada para el imperialismo colonial, el chauvinismo cultural o la intolerancia religiosa.

Verdad y elecciones morales
La misma sospecha se aplica a la moral: las categorías de «bueno» o «malo» son los intentos de otros para imponer su voluntad sobre nosotros. ¿Por qué deberíamos aceptar las definiciones de otras personas acerca de lo que es bueno o malo? —alegan ellos. De esta manera, juzgar entre lo bueno y lo malo se transforma, entonces, para los posmodernos en una cuestión de interpretación privada. Ellos carecen de una base sobre la cual uno pueda afirmarles que está mal experimentar con embriones, enriquecerse al amparo de regímenes corruptos, o proporcionar protección financiera a corporaciones que realizan negocios deshonestos. Para ellos la conveniencia personal y el pragmatismo económico pronuncian la última palabra: ¿qué es útil?, ¿qué satisface mejor las necesidades de una persona?, ¿qué cumple mejor sus aspiraciones?

Solo con ver el énfasis posmoderno en la comunidad, tal individualismo resulta irónico. Desconfiada de la autoridad y carente de cualquier criterio objetivo y trascendente que le provea orientación, la persona se apoya en su propia autoridad y decide por razones pragmáticas. El posmodernismo ya no solo convierte la verdad en tribal, sino que también la privatiza.

Todo esta orientación ha condicionado la manera en que a menudo se entiende la espiritualidad. Quienes optan por una percepción pluralista de la realidad espiritual pueden sentirse espirituales sin tener que involucrarse en la religión institucional. Son libres para elegir y abrazar ideas religiosas y para diseñar una espiritualidad a su propia imagen.

Tal libertad resulta atractiva. La alternativa —afirman repetidamente sobre los que llaman exclusivistas— es ser ingenuo, arrogante, irrespetuoso de otras culturas e intolerante para con otras confesiones religiosas. Comentan que los puntos de vista absolutistas solo incrementan las tensiones interreligiosas, exacerban los conflictos entre comunidades y, en algunos casos, hasta incitan a la violencia. El argumento es que para evitar una mayor polarización en nuestro fragmentado mundo, uno debe, según algunos, adoptar un punto de vista pluralista respecto de la religión y una postura relativista en cuanto a la verdad. ¿A qué conclusión llegamos frente a estas críticas y pretensiones? ¿De qué manera, entonces, vamos a proclamar hoy la verdad del evangelio?

Proclamar la verdad
Para empezar, conocer la verdad no es sinónimo de intolerancia arrogante. Esto sería confundir convicción con condescendencia o desacuerdo racional con conducta desagradable.

Cuando los relativistas insisten en que no existe tal cosa como la verdad universal, ¡sostienen esa afirmación como una verdad universal! De esta manera, el relativismo es tan absolutista como la afirmación de que Jesús es «el camino, la verdad y la vida» y le atañen las mismas acusaciones de intolerancia. La fe cristiana condena la arrogancia y la actitud de superioridad hacia las personas que profesan otras creencias y hacia las de convicciones no religiosas. Por supuesto, han existido cristianos intolerantes y prácticas insensibles en las misiones a lo largo de la extensa historia de la Iglesia. Pero estos son indicadores de los fracasos vergonzosos de la misma y no de la esencia de la fe cristiana. Los cristianos debemos ser personas tolerantes y humildes, a la vez que «[mantenemos] en alto la palabra de vida» (Fil 2:16, NVI).

Los cristianos son llamados a amar en lugar de tolerar, y para ello es necesario reflejar el amor de Dios por todas las personas, incluidos los relativistas apasionados, los pluralistas acérrimos y los ateos agresivos. Al proclamar la verdad frente al relativismo, debemos estar conscientes de que tratamos con personas, no simplemente con ideas frías. El relativista es una persona de carne y hueso, con todas las necesidades y anhelos de cualquier ser humano creado a la imagen de Dios. Lo más importante no es lograr que nuestro argumento prevalezca contra el relativismo sino ganar al relativista para Cristo.

Una crisis económica global o un desastre natural no discrimina entre un relativista y un exclusivista. Cuando los relativistas sufren, rara vez sentirán atracción por un argumento sólido en favor de la verdad. Pero lo más probable es que reaccionen positivamente ante el cuidado y la preocupación prácticas demostradas por cristianos movidos por el amor. No podemos proporcionar calor a un relativismo frío, pero sí podemos abrigar con una manta a un relativista que está tiritando.

Nuestra común condición humana es un buen punto de partida para transmitir la verdad de Cristo. La seguridad de la amistad genuina, donde se ganan la confianza y el respeto, es el contexto ideal en el que la gente puede cuestionar honestamente sus razonamientos. Los cristianos pueden sembrar semillas de subversión en el campo del relativismo, planteando preguntas acerca de la competencia del relativismo moral como guía para la vida. ¿En realidad se puede vivir sin la verdad absoluta? ¿Cuántos están realmente persuadidos de que no existe diferencia entre la Madre Teresa y Pol Pot? Aun cuando las personas nieguen la verdad de Dios, esta prevalecerá porque es coherente y persuasiva: la vida percibe esto como verdadero. Este reconocimiento es parte de la gracia de Dios que es común a todos.

Por el carácter relativista de nuestra época, la iglesia puede perder fácilmente su confianza en el evangelio como el «poder de Dios para salvación» y dejar de proclamar a Cristo como el único camino a Dios. Para no acobardarse, los cristianos deben estar seriamente fundamentados en la verdad de la Biblia y en el conocimiento de Cristo. De modo que la tarea de proclamar la verdad en nuestro mundo debe comenzar en casa: en la vida, la adoración y el programa de discipulado de nuestras iglesias evangélicas.

Creer en la verdad absoluta es ir contra el espíritu de nuestro tiempo. Podemos esperar ser ridiculizados, segregados y experimentar oposición. En este sentido, debemos recordar que aquel que es la Verdad encarnada, a quien Juan describe como «lleno de gracia y de verdad», se convirtió en la Verdad crucificada a manos de quienes estaban empeñados en apagar la luz de la verdad. Pero las tinieblas no pronunciaron la última palabra. La luz traspasó la tumba de Jesús, ¡y en la resurrección de Cristo la Verdad se reivindicó!

El autor enseña en Trinity Theological College en Singapur.Es miembro del Grupo de Trabajo Teológico de Lausana. Todos los derechos reservados.

FAMILIA

Familia

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“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24).

10350414_516436341790096_3737687015717083030_n-e1414331566657La familia es la unidad básica de la sociedad establecida por Dios mismo. Esta unidad está afectada por las circunstancias adversas que el pecado produce contra todo lo establecido por Dios. El matrimonio es, por tanto, una institución controvertida y en crisis. Sin embargo, el matrimonio como base y la familia como consecuencia adquieren una dignidad peculiar en razón de los valores con que fue investido por Dios mismo desde el principio de la humanidad. Es un estado de alta estima y valor, a la vez que frágil, a causa del pecado humano. La institución matrimonial, conforme al propósito de Dios, es para toda la vida de los cónyuges. El matrimonio es también una esfera de intimidad máxima en todos los órdenes. Quiero conducir a una reflexión sobre este asunto, que por su extensión tendré que dividirla en, por lo menos, dos veces.

El matrimonio es la base del hogar y de la familia. El término hogar, procede del latín focarem, lugar donde se coloca el fuego. El de familia, procede también del latín famula, que significa criado, dando una idea de servicio de unos hacia otros (Ef. 5:21). Uniendo los conceptos, el matrimonio debe expresar: unidad; convivencia (lat. convivium), una vida en común; cohabitación (lat. connubium), que tiene que ver con la esfera de la intimidad personal; consorte (lat. consortium), que significa compartir la misma suerte; vida en común (lat. conjugium), que significa aguantar bajo el mismo yugo, compartiendo juntos toda la problemática. Junto con esto calor entrañable de hogar y la ayuda mutua, vital en la relación.

El matrimonio es honorable para todos (He. 13:4). La prohibición del matrimonio como algo que contribuye a alcanzar mayor nivel de espiritualidad en el servicio es una enseñanza, que el apóstol Pablo califica de diabólica (1 Ti. 4:1-3). Afirmar que el celibato es un estado superior al matrimonio contradice la instrucción bíblica.

Acudiendo a la Palabra, única autoridad en materia de doctrina y ética, se aprecia que cuando Dios creó al hombre, lo hizo con la determinación de delegar sobre él la responsabilidad y privilegio del gobierno del mundo, capacitándolo para ello (Gn. 1:26). El el proyecto divino estaba en crear a un varón, primero, y luego a una mujer, procedente de esa primera creación (Gn. 1:27). No es verdad que haya creado a un ser en el que había hombre y mujer, que luego serían separados, como enseña el Taillardismo, contrario a la verdad de la Palabra. La revelación divina está orientada a una familia en la que el gobierno es compartido por el varón y la mujer, notándose el plural que la Escritura usa (Gn. 1:28).

La condición imperfecta en esa creación consistió en la presencia del varón solo, de ahí la observación divina: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2:18). Eso marca un profundo contraste con lo que anteriormente dice Dios cuando observa la creación: “era bueno en gran manera” (Gn. 1:31). Toda la creación era buena incluyendo el propósito de la creación, tanto del hombre como de la mujer (Gn. 1:27). La presencia de un varón solo dejaba incompleto el programa divino para la humanidad. Dios acudió a la solución creando a la mujer (Gn. 2:2b-22). No fue para servir al hombre, para eso estaban los animales. No era para que gobernase sobre el hombre, ya que éste es la cabeza. La idea de ayuda idónea es la de un ser capaz de dialogar y mantener comunión en igualdad de condiciones.

El matrimonio es una institución divina (Gn. 2:24). Dios como Padre trae la mujer al hombre. Éste la recibe como un don divino (Pr. 18:22). La esposa, por tanto, ha de ser tratada como tal don (1 P. 3:7). El Señor aclaró que esa institución es un mandamiento del Creador (Mt. 19:4-6).

Dios establece la unidad matrimonial. Establece una relación exclusiva y excluyente: “El hombre… su mujer”. Cualquier otra relación con otro hombre o con otra mujer está excluida en el propósito de Dios. Establece también una relación reconocida: dejará. Los vínculos familiares anteriores se sustituyen por los de la nueva familia, creando otra unidad distinta. Esto no supone que se deje de “honrar padre y madre” (Ef. 6:2). Se establece también una disposición de entrega: se unirá. Cada una de las partes se entrega a la otra, pero en el texto comienza la obligación por parte del marido. Finalmente Dios establece una relación permanente: “serán una sola carne”. No está en la mente del Creador disolver la unidad matrimonial. Es más, esa relación no son dos yo, que se convierten en un nosotros, sino dos yo, que se convierten en otro yo. De manera que cuando se rompe la unidad matrimonial, no es un retorno de nosotros a otros dos yo, sino la muerte irremediable de un yo, que no puede resucitarse.

Un aspecto que se olvida hoy es el concepto de pacto matrimonial. Quiere decir que el matrimonio es el resultado de la decisión voluntaria de unión de un hombre y una mujer, aceptando lo establecido por Dios (Gn. 2:24). El garante del pacto matrimonial es Dios mismo (Mal. 2:13-14). Él se constituye en testigo de cargo contra quien rompa el pacto. El matrimonio es un convenio en el que Dios interviene. Pero algo más, el matrimonio es un estado sometido a juramento (Dt. 6:13), puesto se hace reconociendo y aceptando lo que Dios ha determinado. Por tanto es un pacto sagrado (Pr. 2:17), sin darle a esto un carácter sacramental como medio de gracia. La expresión más elevada del matrimonio es que Dios lo toma para referirse a Su relación con Su pueblo (Ez. 16:8), en el antiguo orden y de Cristo y la Iglesia en el nuevo.

El matrimonio no se basa en disposiciones humanas reguladas por leyes, sino en preceptos divinos. Se utilizan con frecuencia textos que enseñan sobre la institución matrimonial en el Antiguo Testamento (Gn. 1:27; 2:24). Esa misma fue la enseñanza de Jesús (Mr 16:6 s.; Mt. 19:4 s.), como también por el apóstol Pablo (1 Co. 6:16; Ef. 5:31). El matrimonio es, conforme a la enseñanza bíblica, la vida en común de un solo hombre con una sola mujer. No se contemplan, sino como pecaminosas, otras uniones diferentes. El Nuevo Testamento enseña la unidad del matrimonio mientras vivan ambos cónyuges (Ro. 7:2-3). De ahí que la relación matrimonial exija lealtad absoluta (1 Co. 7:2).

La normativa del Nuevo Testamento para la celebración del matrimonio, es también clara. No le confiere carácter sacramental, ni se establece como ordenanza para la iglesia, puesto que el matrimonio no es un aspecto religioso, sino una determinación soberana de Dios para la regulación de la sociedad humana. El poder civil es el que da testimonio del hecho y regula como debe celebrarse legalmente el matrimonio en el tiempo histórico de la ley. El creyente está obligado a la obediencia al poder civil y a las leyes que regulan el matrimonio (Ro. 13:1a). Los gobernantes regulan el aspecto de su celebración para que quede constancia del hecho, entendiendo que ejercen autoridad por delegación divina (Ro. 13:1-2).

El cristiano debe recuperar estas verdades sobre el matrimonio, en un mundo donde la institución atraviesa por una de las mayores crisis de su existencia. El divorcio ha tomado carta de naturaleza en la sociedad y, lo que es más lamentable, entre cristianos. Las leyes permisivas de los hombres han degradado la institución permitiendo uniones distintas a la que Dios ha establecido, absolutamente perversas no desde el punto de vista de la moral religiosa, sino desde la norma natural. Es urgente una aproximación a este vital tema que iremos abordando en sucesivos temas.

Samuel145x145Samuel Pérez Millos, es pastor en la Iglesia Evangélica Unida de la ciudad de Vigo, España, desde el 26 de septiembre de 1981.
-Cursó los estudios de Licenciatura en Teología, en el Instituto Bíblico Evangélico, graduándose el 10 de junio de 1975.
-Master en Cristología y Espiritualidad Trinitaria.
-Autor de más de 45 libros de teología, comentarios bíblicos y vida cristiana.
-Actualmente está produciendo el Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento, obra en veinte volúmenes, (ver apartado Literatura).
-Colaborador en programas de Radio y Televisión, tanto en España como en Hispanoamérica.
-En el Ministerio Exterior es conferenciante en distintos países de Europa, Hispanoamérica, Estados Unidos y Australia.
-Profesor en el Instituto Bíblico «Escrituras» (AA.HH.), profesor en la Escuela Evangélica de Teología (Fieide), profesor en la Facultad Internacional de Teología (IBSTE) de Barcelona.

http://www.perezmillos.com/

¿quién podrá salvarse?

¿quién podrá salvarse?

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19 ENERO

Génesis 20 | Mateo 19 | Nehemías 9 | Hechos 19

alimentemos_el_almaDespués de la entrevista que Jesús tuvo con el joven rico, dice a sus discípulos: “- Os aseguro – comentó Jesús a sus discípulos – que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.” (Mateo 19:23–24). Los discípulos, según se nos relata, “quedaron desconcertados”. Preguntaron: “En ese caso, ¿quién podrá salvarse?” (19:25).

Su pregunta delata mucho su manera de pensar. Es como si los discípulos creyeran que si alguien iba a ser salvo sería como este joven justo, recto y francamente rico que acababa de alejarse, cabizbajo y algo triste, de Jesús. Si no se salvaba ni este, ¿quién se salvaría entonces? Es posible que pensaran que sus riquezas eran prueba de que Dios le había bendecido, mientras que su carácter públicamente tan recto parecía confirmar esta idea.

Pero, de esta forma, lo que delatan es lo poco que habían comprendido la afirmación de Jesús. Quiso señalar con qué facilidad las riquezas se convierten en un sucedáneo de Dios. Es extraordinariamente difícil que alguien que esté apegado a las riquezas, especialmente las acumuladas a lo largo de los años y de las cuales uno se siente orgulloso, se acerque a Dios como un niño se le acercaría (19:13–15), y sencillamente pida ayuda y busque misericordia. Los discípulos están mirando estas cosas justamente al revés. Los bienes materiales son una bendición, según razonan, y proceden de Dios. Si alguien goza de muchos bienes, estas bendiciones tienen su origen en Dios. Por tanto, es más probable que se salve una persona con grandes bendiciones, que no una que cuente con menos.

Jesús no entra en un debate con ellos. Si comenzase a hablar en este momento sobre las probabilidades mayores o menores de que alguien se salve, supondría reconocer la legitimidad de la pregunta, la cual, de hecho, está muy mal planteada. No es así como hay que abordar esta cuestión. Tomemos, por ejemplo, el grupo que los discípulos consideran estar más cerca del reino. ¿Ellos se salvarán? “A base del esfuerzo humano, es imposible”, dice Jesús. Y esto significa, desde la perspectiva de los discípulos, que, si el colectivo más privilegiado no puede entrar, entonces no entrará nadie. Está clarísimo: “Para los hombres es imposible”.

Sin embargo, esta imposibilidad puede convertirse en realidad, puesto que servimos a un Dios que hace cosas que nosotros, los seres humanos nunca podríamos realizar. “¿quién podrá salvarse?”, “… mas para Dios todo es posible” (19:26). En esto estriba nuestra confianza: un Dios que se fija en los individuos más improbables, sean ricos o pobres, y escribe su ley en sus corazones. Aparte de la gracia de Dios, que interviene en nuestra condición, no hay esperanza para ninguno de nosotros.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 19). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Como el hombre trae a su hijo

Como el hombre trae a su hijo

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El Señor tu Dios te ha traído, como trae el hombre a su hijo, por todo el camino que habéis andado, hasta llegar a este lugar. – Deuteronomio 1:31

Los sustentaste cuarenta años en el desierto. – Nehemías 9:21

alimentemos_el_almaAquella noche la familia de Guillermo estaba de visita en casa de unos amigos. La conversación se prolongó y el niño, cansado de jugar, se acurrucó en una esquina del salón, esperando que los mayores acabasen sus conversaciones.

Cuando sus padres decidieron marcharse, el niño estaba profundamente dormido. Su padre lo tomó cuidadosamente en sus brazos… La cabeza del pequeño cayó pesadamente en el hombro paterno. Estaba completamente abandonado a los cuidados de sus padres. Su madre, temiendo que se resfriara, puso su abrigo sobre el niño. Su padre lo instaló en el automóvil, teniendo cuidado para no despertarlo. Cuando llegaron a casa acostó a Guillermo en su cama. El niño seguía durmiendo y no se dio cuenta de todos los cuidados que sus padres le brindaron.

Este tipo de escena se repite muchas veces. ¿Qué padre no sintió gran ternura al llevar en sus brazos a su niño dormido, quien descansaba sobre él con plena confianza? ¿Qué madre no cubrió tiernamente a un bebé mientras dormía?

Y nosotros, ¿seremos indiferentes al lenguaje divino, cuando Dios afirma que cuidó de su pueblo “como trae el hombre a su hijo”? Esto nos muestra la infinita ternura de nuestro Dios hacia aquellos que dependen de él. Hijos de Dios, estamos rodeados de sus tiernos cuidados, y muy a menudo sin que nos demos cuenta de ello. ¡Abandonémonos, pues, a sus cuidados paternos con total confianza!

1 Samuel 15 – Mateo 13:1-23 – Salmo 12 – Proverbios 3:32-35

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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