Oración, ayuno y limosnas

30 ENERO
Génesis 31 | Marcos 2 | Ester 7 | Romanos 2
Los tres actos principales de piedad entre los judíos eran la oración, el ayuno y las limosnas (es decir, dar dinero a los pobres). Por lo tanto, cuando los discípulos de Jesús parecían más bien indiferentes delante del segundo de estos actos, era inevitable que esto despertara cierto interés. Los fariseos ayunaban, los discípulos de Juan ayunaban, pero el ayuno no era uno de los rasgos característicos de los discípulos de Jesús. ¿Por qué no? (Marcos 2:18–22)
La respuesta de Jesús es sobrecogedora: “¿Acaso pueden ayunar los invitados del novio mientras él está con ellos?” (2:19–20). Aquí tenemos a Jesús, profundamente consciente de quién es, del hecho de que él mismo es el novio mesiánico, y que en su presencia inmediata la respuesta apropiada es el gozo. Amanecía el reino; el rey ya estaba presente; el día de las bendiciones prometidas se inauguraba. Este no era tiempo para el duelo, señalado por el ayuno.
Sin embargo, cuando Jesús siguió diciendo que el novio llegaría a ausentarse de sus discípulos, y que este suceso sí sería motivo de duelo, es difícil que nadie realmente captara el significado de esta afirmación. Después de todo, con la llegada del Mesías, habría justicia y el triunfo de Dios. ¿Quién podría hablar de que el novio fuese arrebatado? La analogía del novio comenzaba a volverse más bien opaca.
Pero tras la muerte y resurrección de Jesús, tras su exaltación a la gloria, y la proclamación de la promesa de su retorno al final de los tiempos, las piezas comenzarían a encajar. Los discípulos experimentarían un terrible dolor durante los días en la tumba, antes de que la resurrección gloriosa de Jesús pusiese fin a su desesperanza. Y en un sentido atenuado, los discípulos de Jesús conocerían ciclos de sufrimiento, los cuales requerirían días de ayuno mientras afrontasen los ataques del Maligno y esperasen el retorno glorioso del Maestro. Pero ahora mismo, el duelo y el ayuno eran francamente incongruentes.
La verdad, según dice Jesús, es que, con el amanecer del reino, las estructuras tradicionales de la vida y de las formas de piedad se transformarían. No sería apropiado injertar lo nuevo en lo viejo, como si lo viejo fuese la estructura base – precisamente, de la misma manera que no es apropiado reparar un desgarrón en una pieza de ropa vieja mediante un parche de tejido nuevo y sin encoger, o usar un odre viejo y frágil para contener vino nuevo, aun en plena fermentación, cuyos gases sin duda harían que el odre explotase. Lo viejo no resiste lo nuevo; apunta hacia ello, le abre el camino y luego, le cede lugar. De la misma manera, Jesús prepara a los discípulos para encajar los cambios significativos que van a sobrevenir.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 30). Barcelona: Publicaciones Andamio.