“sintió mucho miedo, y se puso muy angustiado”

31 ENERO
Génesis 32 | Marcos 3 | Ester 8 | Romanos 3
¡Qué transformación se ha producido en Jacob! (Génesis 32). A primera vista, por supuesto, no han cambiado muchas cosas. Deja Beerseba y se dirige hacia Padán-aram, temiendo por su vida; a su hermano Esaú, le sobraban motivos, desde su propia perspectiva, para matarle. Ahora, vuelve a casa, aterrado ante la posible reacción de su hermano. También en el plano superficial, se podría argumentar que han cambiado muchas cosas; Jacob era un hombre soltero cuando abandonó las tiendas de sus padres, llevándose prácticamente nada, mientras ahora retorna un hombre rico, casado y con muchos hijos.
Pero las diferencias más profundas entre los dos viajes se manifiestan en su actitud totalmente transformada hacia Dios. En su viaje de ida, Jacob no toma ninguna iniciativa en lo que se refiere a asuntos espirituales. No hizo más que quedarse dormido (Génesis 28). Es Dios quien interviene en su vida con la visión extraordinaria de una escalera que sube hasta el cielo. Al despertarse, Jacob reconoce que lo que ha vivido debe ser una especie de manifestación de parte de Dios (28:16–17), pero su respuesta es intentar negociar con Dios: si Dios le concede seguridad, prosperidad y un feliz regreso a casa al final, Jacob, en cambio, reconocerá a Dios y le entregará el diezmo.
Ahora todo ha cambiado. Es cierto que otra vez es Dios quien toma la iniciativa: Jacob se encuentra con unos mensajeros angélicos (32:1–2). Jacob decide actuar con prudencia y envía por delante a unos cuantos de su séquito para anunciar a Esaú que vuelve su hermano. Esto da lugar a una noticia inquietante: Esaú sale a su encuentro, pero con cuatrocientos hombres.
Por un lado, Jacob pone en marcha un plan que ha tramado anteriormente con gran esmero: una ola de regalos tras otra llega a Esaú, acompañados del más alto grado de cortesía y de respeto por parte de Jacob. Por otra parte, Jacob reconoce que las cosas están fuera de su alcance. Ya ha desaparecido el espíritu negociador “sintió mucho miedo, y se puso muy angustiado” (32:7). Jacob actúa, y luego ora pidiendo ayuda. Le recuerda a Dios las promesas del pacto, confiesa su propia indignidad, reconoce la gran cantidad de bienes que ha recibido inmerecidamente, confiesa la angustia que sufre (32:9–12). Y luego, en sus horas más oscuras, lucha con esta extraña manifestación de Dios mismo (32:22–30).
Han pasado unos veinte años desde que Jacob emprendió su viaje de ida. Algunas personas no aprenden nada en veinte años. Jacob sí ha aprendido humildad, tenacidad, temor piadoso y cómo orar. Nada de esto supone que esté tan paralizado por el miedo, que no haga nada excepto refugiarse en la oración. Más bien significa que hace lo que puede, convencido, sin embargo, de que la salvación viene del Señor.
Cuando amanezca el nuevo día, es posible que camine cojo, pero es un hombre más fuerte y maduro.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 31). Barcelona: Publicaciones Andamio.