Un aguijón en la carne

1 Abril 2017

Un aguijón en la carne
por Charles R. Swindoll

2 Corintios 12:2-10

Los marineros en alta mar saben lo importante que es sujetarse a algo resistente cuando soplan vientos fuertes. Uno aprende a agarrarse a algo seguro durante una tormenta. Saulo aprendió a aferrarse a lo que él sabía que era cierto en cuanto a sí mismo y al Señor que le tenía en Su mano.

Aquí veo una tensión interesante. Mientras Satanás lanzaba golpes contra la firmeza del Apóstol, el propósito del Señor era volverlo humilde, para evitar que se exaltara a sí mismo. El orgullo no reside en el corazón del quebrantado, del destrozado, del herido o del angustiado de alma.

Hace muchos años leí estas palabras: “El dolor planta la bandera de la realidad en la fortaleza de un corazón rebelde”. Los padres y las madres que hacen vigilia en el pabellón de leucemia de un hospital de niños no tienen problemas con el orgullo, porque han aprendido a ser humildes hasta el punto de la desesperación.

No estoy calificado para darle los detalles íntimos de cómo afectó el aguijón a Pablo. Sin embargo, sí confiesa que le imploró al Señor en tres ocasiones distintas que se lo quitara (v. 8). ¿Y sabe una cosa? Nosotros habríamos hecho lo mismo. Usted y yo habríamos orado, y orado y suplicado que nos diera alivio. “Señor, Ilévate por favor el aguijón. Te ruego que me lo quites. Líbrame de este dolor”. Así fue cómo respondió Pablo.

Veo una transparencia admirable en esas palabras. El mundo necesita más vestidores de Cristo que acepten el dolor y los sufrimientos, en vez de negarlos. ¡Qué útil es para nosotros que veamos todo esto como el plan de Dios para mantenernos humildes! Eso no se puede enseñar en los seminarios o en las universidades. Son lecciones que se aprenden en las trincheras de la vida. ¡En qué personas de oración nos convertiríamos! Nos volveríamos al Señor con más frecuencia. Nos apoyaríamos totalmente en Él. Y serían valiosísimas las nuevas percepciones que obtendríamos.

Esto fue precisamente lo que sucedió con Saulo cuando se volvía a su Señor una y otra vez; y Dios le dio una respuesta que él jamás esperaba.

Adaptado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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Dos de nuestras necesidades más profundas

ABRIL, 01

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Dos de nuestras necesidades más profundas

Devocional por John Piper

A la iglesia de los tesalonicenses en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo. (2 Tesalonicenses 1:1)

Nosotros, como iglesia, estamos en un Padre y en un Señor. ¿Qué significa esto?

La palabra Padre implica principalmente cuidado y sustento y protección y provisión y disciplina. Entonces, estar en el Padre significaría fundamentalmente estar bajo su cuidado y protección.

El otro título es Señor: estamos en el Señor Jesucristo. La palabra Señor implica principalmente autoridad y liderazgo y posesión. Entonces, estar en el Señor significa fundamentalmente estar a su cargo, bajo su autoridad y en su posesión.

Pablo saluda a la iglesia de Tesalónica de una manera que les hace recordar que ellos son una familia (bajo el cuidado de un Padre) y que son siervos (bajo el cargo de un Señor). Estas dos descripciones de Dios como Padre y Señor, y de la iglesia como familia y siervos, corresponden a dos de nuestras necesidades más profundas.

Las dos necesidades que cada uno de nosotros tiene son la necesidad de rescate y ayuda, y la necesidad de un propósito y un sentido:

  1. Necesitamos un Padre celestial que se compadezca de nosotros y que nos rescate del pecado y la miseria. Necesitamos su ayuda a cada paso del camino porque somos muy débiles y vulnerables.
  2. Pero también necesitamos un Señor celestial que nos guíe en la vida y nos dé sabiduría, y que nos encargue una misión importante a llevar a cabo. No solo queremos estar a salvo bajo el cuidado del Padre. Queremos una gloriosa causa por la cual vivir.

Queremos un Padre misericordioso que sea nuestro protector, y queremos que un Señor omnipotente sea nuestro campeón y comandante y líder. Entonces, cuando Pablo dice en el versículo 1 que somos la iglesia «en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo», podemos recibir ayuda y descanso de uno, y coraje y significado del otro.

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No devuelva el golpe

No devuelva el golpe

4/1/2017

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. (Isaías: 53:7) 

Jesús muestra una humilde actitud ante quienes lo atormentan: “cuando le maldecían, no respondía con maldición” (1 P. 2:23). A pesar de la provocación constante, Jesús no dijo nada malo porque no había pecado alguno en su corazón.

Sin embargo, ante semejante provocación, nuestra reacción sería más como la del apóstol Pablo. Cuando estaba en el juicio ante el sanedrín, el sumo sacerdote Ananías ordenó que se le golpeara en la boca. Su inmediata respuesta a Ananías fue: “¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada!” (Hch. 23:3). Pablo tuvo que disculparse de inmediato; tal exclamación contra un sumo sacerdote era contraria a la ley (vv. 4-5; cp. Éx. 22:28).

Pablo no era perfecto. Él no es nuestro modelo de justicia. Solo Cristo es un modelo perfecto de cómo afrontar la injuria de los enemigos.

Siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, nunca debemos maltratar a quienes nos maltratan.

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El sufrimiento y la gloria

El sufrimiento y la gloria

Una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Mateo 17:5

Dos escenas de los evangelios presentan la persona de Jesucristo de manera muy diferente: su transfiguración y su crucifixión.

Jesús tomó a tres de sus discípulos y los llevó aparte a una montaña; allí se transfiguró delante de ellos, “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). Sin embargo, el profeta Isaías dijo con respecto a Cristo y su sufrimiento: “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14).

En la montaña de la transfiguración, “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Marcos 9:3). Pero en la cruz del Gólgota Jesús, despojado de sus vestiduras, coronado de espinas y clavado en un madero, quedó expuesto a las miradas de todos los que pasaban. “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Juan 19:24).

En la montaña apareció la nube de la presencia de Dios, pero en la cruz todo era tinieblas; el Hijo de Dios estaba solo.

En la montaña la voz del Padre se hizo oír: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). En la cruz se oyó el insondable clamor de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Salmo 22:1).

¡La felicidad y la libertad de los creyentes costaron un precio muy alto! “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lucas 24:26).

Ezequiel 25 – Gálatas 2 – Salmo 38:1-8 – Proverbios 12:21-22
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