El peso de nuestro castigo

4/6/2017

El peso de nuestro castigo

Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos. (Hechos 9:28)

Cuando el apóstol Pedro dijo que Cristo “llevó” nuestros pecados (1 P. 2:24), empleó un término que significa “llevar una carga muy pesada”. Eso es el pecado. Es tan pesado que Romanos 8:22 dice: “Toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto” bajo su peso. Solo Jesucristo pudo quitarnos semejante peso.

Cuando Cristo “llevó nuestros pecados”, llevó el castigo de nuestros pecados. Él sufrió la muerte física y espiritual. Cuando Jesús clamó en la cruz “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46), el suyo fue el grito de muerte espiritual. Ese era el castigo de llevar nuestros pecados.

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«En nombre del SEÑOR ciertamente las destruí».

6 de abril

«En nombre del SEÑOR ciertamente las destruí».

Salmo 118:12 (LBLA)

Nuestro Señor Jesús no adquirió con su muerte el derecho a una sola parte de nuestro ser, sino a nuestro ser entero. Él contempló en su Pasión nuestra santificación plena: espíritu, alma y cuerpo; para que en este triple reino él pudiera reinar supremo y sin rival. La nueva naturaleza que Dios ha dado a los regenerados tiene como cometido defender los derechos del Señor Jesucristo. Alma mía, por cuanto eres una hija de Dios, has de conquistar el resto de tu ser que aún permanece fuera de la bendición. Debes someter todas tus facultades y pasiones al cetro de plata del benigno Reino de Jesús, y nunca estar satisfecha hasta que Aquel que es Rey por adquisición, llegue a serlo también por coronación de gracia y gobierne supremo en ti. En vista, pues, de que el pecado no tiene derecho a ninguna parte de nuestro ser, emprendemos una buena y legítima guerra cuando procuramos, en el nombre de Dios, eliminarlo. ¡Oh cuerpo mío, eres un miembro de Cristo! ¿Toleraré tu sumisión al príncipe de las tinieblas? ¡Oh alma mía, Cristo ha sufrido por tus pecados y te ha redimido con su preciosísima sangre! ¿Permitiré que tu memoria sea un depósito de mal, o tus pasiones, teas de iniquidad? ¿Entregaré mi juicio para que lo pervierta el error o mi voluntad para que la introduzcan en las prisiones de iniquidad? No, alma mía, tú eres de Cristo y el pecado no tiene derecho sobre ti. Ten ánimo en cuanto a esto, oh cristiano: no te desalientes como si nunca pudieran destruirse tus enemigos espirituales. Puedes vencerlos y los vencerás, no por tus propias fuerzas —pues el más débil de ellos será demasiado fuerte para ti—, sino por la sangre del Cordero. No preguntes: «¿Cómo los desposeeré, pues son más grandes y poderosos que yo»?, sino ve al Fuerte en busca de fuerzas; espera humildemente en el Señor, y el poderoso Dios de Jacob vendrá sin duda a librarte y tú cantarás victoria por medio de su gracia.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 105). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

¿Por qué te escondes en momentos de angustia?”

6 ABRIL

¿Por qué te escondes en momentos de angustia?”

Levítico 9 | Salmo 10 | Proverbios 24 | 1 Tesalonicenses 3

El Salmo 10 continúa el tema de la justicia y del juicio de Dios, aunque ahora ya no se trata directamente de la cuestión de la justicia inmediata y personal para David al sentirse traicionado por sus enemigos, sino de una visión más amplia de la justicia de Dios. ¿Dónde está Dios cuando los malos parecen prevalecer? “¿Por qué, SEÑOR, te mantienes distante?

¿Por qué te escondes en momentos de angustia?” (10:1).

En el Salmo 10:2–11, el malvado es representado como parte de un cuadro compuesto. Se ceba con arrogancia en los más débiles (10:2). Lejos de mostrar cualquier dominio sobre sí mismo, se jacta de su codicia y “menospreciaal Señor” (10:3). La triste realidad es que “y no da lugar a Dios en sus pensamientos” (10:4). No obstante, no es difícil encontrar a malvados que son extraordinariamente prósperos, mientras se burlan de todas las leyes de Dios (10:5). La arrogancia explosiva de los malvados parece situarles por encima de la gente normal y corriente, y son festejados en los periódicos como los que se dicen para sí: “Nada me hará caer. Siempre seré feliz. Nunca tendré problemas” (10:6). No obstante, maldicen a sus enemigos y difunden mentiras y malicia con su lengua (10:8). En el peor de los casos, recurren al asesinato, sea directamente en una especie de guerra de bandas armadas, o violencia de masas, o atentados terroristas, o bien indirectamente mediante esquemas crueles que aplastan a los débiles (10:9–10). Y ¿qué piensan de Dios? “Se dice a sí mismo: ‘Dios se ha olvidado. Se cubre el rostro. Nunca ve nada’ ” (10:11).

El salmista ahora se dirige directamente a Dios (10:12–15): “¡Levántate, Señor!¡Levanta, oh Dios, tu brazo! ¡No te olvides de los indefensos!” (10:12). Trae a su propia memoria el que Dios ve todo el dolor y sufrimiento que afligen a esta raza quebrantada; sí lo tiene en cuenta y, a su tiempo, interviene para ponerle fin (10:14). Es por esto por lo que la víctima y el huérfano se encomiendan sabiamente “a ti” (10:14). Hay mucha injusticia que se perpetra en secreto y que no saldrá a luz mediante los procesos judiciales normales. Por tanto, el salmista invoca la justicia de Dios: “¡Rómpeles el brazo al malvado y al impío! ¡Pídeles cuentas de su maldad, y haz que desaparezcan por completo!”.

En los últimos versículos (10:16–18), el salmista recuerda que el kairos, el tiempo, de Dios no es tan apresurado como el nuestro: “El Señor es rey eterno; los paganos [o las naciones] serán borrados de su tierra” (10:16). La gran escala que apunta hacia la disolución de ‘las naciones’ no tiene por qué disipar en absoluto nuestra convicción confiada de que Dios también se ocupa de la pequeña escala, de la tragedia a nivel personal. Más bien, es otra manera de decir que “las ruedas de la justicia de Dios muelen despacio, pero también muelen muy fino”.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 96). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Dos maneras de recordar a Jesús

ABRIL, 06

Dos maneras de recordar a Jesús

Devocional por John Piper

Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, conforme a mi evangelio. (2 Timoteo 2:8)

Pablo menciona dos maneras específicas de recordar a Jesús: como resucitado de entre los muertos, y como descendiente de David. ¿Por qué recordar a Jesús de estas dos formas?

Porque si él ha resucitado de entre los muertos, está vivo y triunfante sobre la muerte. «Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros» (Romanos 8:11).

Eso significa que, sin importar qué tan terrible sea, lo peor que puede hacernos el sufrimiento en esta tierra es matarnos. Y Jesús le ha quitado el aguijón a ese enemigo. Él está vivo, y nosotros estaremos vivos. «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mateo 10:28).

La resurrección de Jesús no fue una resurrección cualquiera. Fue la resurrección del hijo de David. «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David». ¿Por qué dice Pablo eso?

Porque todo judío sabía lo que eso significa: que Jesús es el Mesías (Juan 7:42). Eso a su vez significa que esta resurrección no es una resurrección cualquiera, sino la resurrección de un rey eterno. Escuchemos las palabras del ángel a María, la madre de Jesús:

Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lucas 1:31-33).

Entonces recordemos a Jesús, a quien servimos y por quien sufrimos. Él está vivo y reinará para siempre, y su reino no tendrá fin. No importa lo que nos hagan, no tenemos por qué temer.

http://solidjoys.sdejesucristo.org/

A cada uno su papel

jueves 6 abril

 Hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra.

2 Tesalonicenses 3:1

Orando en todo tiempo… y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que… me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio.

Efesios 6:18-19

A cada uno su papel

Los pasajes del Antiguo Testamento son ricos en enseñanzas para nuestra vida cristiana. El combate de Israel contra Amalec (Éxodo 17:8-13) nos habla de diferentes servicios para Dios. En la llanura, Josué estaba a la cabeza de la batalla del pueblo de Dios contra una nación enemiga que lo había atacado. Al mismo tiempo, en la colina, Moisés levantaba las manos hacia Dios y oraba por los combatientes. “Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec” (Éxodo 17:11). Entonces Moisés, sostenido por sus dos asistentes, no dejó de orar hasta que la victoria fuese total.

Es muy importante que cada uno desempeñe su rol. Los que oran son tan útiles como los que están al frente. Su contribución es menos visible pero igual de real; tan pronto cesa, se nota su ausencia.

Aunque no haya recibido un don de evangelista, puedo orar por los predicadores. Si Dios me ha guardado de ser torturado o desterrado debido a mi fe, puedo orar por mis hermanos perseguidos. Aunque no sepa explicar la Biblia o consolar a los creyentes afligidos, sí puedo orar por aquellos que lo hacen. ¡No subestimemos la importancia de la oración, individual o colectiva! Los cristianos necesitan intercesores para ganar los combates espirituales. No hay que tener cualidades específicas para ello, sino solo interés por la Iglesia de Cristo, amor por nuestros hermanos y perseverancia.

Ezequiel 30 – 1 Tesalonicenses 1 – Salmo 40:1-5 – Proverbios 13:2-3

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