Un destino incomparable

Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado. Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle.

Mateo 26:2-4

Un destino incomparable

Nadie sabe de antemano lo que le reserva la vida; nadie, excepto el Hijo de Dios. Jesús sabía perfectamente todo lo que le iba a suceder. Sabía que iba a nacer en medio de la pobreza, que poco después de su nacimiento un rey trataría de matarlo, que durante toda su vida sería incomprendido y odiado por sus conciudadanos, que finalmente sería condenado a morir crucificado. Anunció su suplicio incluso antes de que los jefes religiosos decidiesen qué hacer con él. Él prosiguió su camino hasta aceptar la muerte en la cruz: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).

¡Su actitud es un misterio para la razón! Solo la fe puede apreciar el amor de Jesús, que lo hizo seguir un camino tan duro para salvar al hombre. Esta vida de sufrimiento hasta la cruz hizo resaltar la obediencia de un hombre totalmente consagrado a la obra que Dios le había encomendado, de un hombre que, con pleno conocimiento de lo que le iba a suceder, nunca dio marcha atrás. Solo él, el hombre sin pecado, tuvo que soportar el juicio de Dios contra nuestros pecados: “El castigo de nuestra paz fue sobre él… El Señor cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6).

Jesús también sabía que la muerte no podía retenerlo, y que debido a su perfección de hombre obediente, Dios lo resucitaría de entre los muertos, lo llevaría al cielo y lo glorificaría: ¡qué final tan glorioso!

Ezequiel 36:13-38 – 2 Tesalonicenses 3 – Salmo 43 – Proverbios 13:14-15

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«Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya»

13 de abril

«Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya».

Levítico 1:4

La verdad de que nuestro Señor fue hecho «pecado por nosotros» se enseña aquí por medio de la muy significativa transferencia del pecado sobre el buey, llevada a cabo por los ancianos del pueblo. El poner la mano no suponía meramente hacer contacto, porque en algunos otros pasajes de las Escrituras la palabra original tiene el significado de apoyarse pesadamente, como en la expresión «sobre mí reposa tu ira» (Sal. 88:7). Sin duda, esta es la misma esencia y naturaleza de la fe: que no solo nos pone en contacto con el gran Sustituto, sino que nos enseña a apoyarnos en él con toda la carga de nuestro pecado. El Señor reunió sobre la cabeza del Sustituto todas las ofensas del pueblo de su pacto, pero a cada uno de los elegidos se le conduce personalmente a ratificar ese solemne pacto cuando, por gracia, mediante de la fe, se le permite poner la mano sobre la cabeza del «Cordero inmolado desde la fundación del mundo». Creyente, ¿recuerdas aquel glorioso día cuando experimentaste el perdón por medio de Jesús, que es quien quita el pecado? ¿No puedes hacer una alegre confesión y unirte al escritor diciendo: «Mi alma recuerda con placer el día de su liberación. Cargado de pecado y lleno de temores vi a mi Salvador como mi Sustituto y puse mi mano sobre él»? ¡Oh, cuán tímidamente hice yo esto al principio! Sin embargo, mi valor fue creciendo y mi confianza se fue afirmando, hasta que apoyé mi alma entera sobre él. Ahora mi incesante gozo es saber que no se me imputan más mis pecados, sino que él ha cargado con ellos. Y, a semejanza de las deudas del que cayó en manos de ladrones, Jesús, como el buen samaritano, ha dicho de mis futuras caídas: «Ponlas a mi cuenta». ¡Bendito descubrimiento! ¡Eterno solaz de un corazón agradecido!

Confieso que culpable soy,

confieso que soy vil;

empero por ti salvo estoy,

seguro en tu redil.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 112). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

«Porque la vida de toda criatura está en la sangre»

13 ABRIL

«Porque la vida de toda criatura está en la sangre»

Levítico 17 | Salmo 20–21 | Proverbios 31 | 1 Timoteo 2

Había dos especificaciones, según Levítico 17, que constreñían a los antiguos israelitas que quisieran mantenerse fieles al pacto.

En primer lugar (17:1–9), los sacrificios estaban limitados a aquello que estuviese prescrito según el pacto mosaico. Parece ser que algunos israelitas ofrecían sacrificios en el campo abierto, allá donde estuviesen (17:5). Sin duda unos estaban ofreciendo genuinamente sacrificios a Yahvé; mientras otros se deslizaban hacia ofrendas sincretistas, consagradas a dioses paganos (17:7). Someter las prácticas sacrificiales a la disciplina del tabernáculo (y más adelante del templo) tenía como propósito eliminar el sincretismo y, al mismo tiempo, adiestrar al pueblo en las estructuras intrínsecas del pacto mosaico. Allí fuera, en el campo, era demasiado fácil dar por sentado que estas prácticas religiosas contaban con la aprobación de Dios (¡o de los dioses!), y asegurarse así unas buenas cosechas y unos hijos bien plantados. Idealmente, el sistema del tabernáculo/templo sujetó al pueblo al tutelaje de los levitas, que enseñaban al pueblo que había un camino mejor. Dios mismo había mandado este sistema. Únicamente serían aceptables los mediadores y los sacrificios prescritos por él. La razón de ser de la estructura en su conjunto era dar mayor énfasis a la trascendencia de Dios, establecer y poner de manifiesto en la mente del pueblo lo feo y vil que era el pecado y demostrar que sólo podían ser aceptables a ojos de Dios si este pecado era expiado. Además, el sistema tenía dos ventajas más. Servía para reunir al pueblo en las fiestas que se celebraban tres veces al año en Jerusalén, lo cual aseguraba la cohesión del pueblo del pacto; y mediante los sacrificios anuales, también preparó el camino hacia el sacrificio supremo, inculcando en la mente de generaciones de creyentes que el pecado debe ser confrontado y absuelto tal como Dios mismo manda, o de otra manera no queda esperanza para ninguno de nosotros.

La segunda limitación impuesta en este capítulo (17:10–16) es la prohibición de comer sangre. La razón que se da es muy específica: “Porque la vida de toda criatura está en la sangre. Yo mismo os la he dado sobre el altar, para que hagáis propiciación por vosotros mismos, ya que la propiciación se hace por medio de la sangre” (17:11). El texto no atribuye ningún poder mágico a la sangre. Al fin y al cabo, la vida no reside en la sangre aparte del resto del cuerpo, y esta prohibición estricta contra el comer sangre no podía ser ejecutada a la perfección (puesto que, por mucho que intentes drenar la sangre de un animal, siempre queda sangre en el cuerpo). Lo que el texto quiere subrayar es que no hay vida en el cuerpo sin sangre; es el elemento físico más obvio para simbolizar la vida misma. Para enseñar al pueblo que sólo el sacrificio de una vida podía servir como medio de propiciación – puesto que el castigo del pecado es la muerte –, es difícil imaginarse una prohibición más contundente y eficaz. Recordamos su significado cada vez que participamos de la Mesa del Señor.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 103). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Háblenle a sus lágrimas

ABRIL, 13

Háblenle a sus lágrimas

Devocional por John Piper

Los que siembran con lágrimas, segarán con gritos de júbilo. El que con lágrimas anda, llevando la semilla de la siembra, en verdad volverá con gritos de alegría, trayendo sus gavillas. (Salmos 126:5-6)

No hay nada penoso en sembrar semillas. No toma más trabajo que cosechar. Los días pueden ser hermosos. Puede haber gran esperanza de una cosecha.

Sin embargo, el salmo habla de «sembrar con lágrimas». Habla de alguien «que con lágrimas anda, llevando la semilla de la siembra». Entonces, ¿por qué está llorando?

Pienso que la razón no es que sembrar sea una tarea penosa o que cosechar sea difícil. Pienso que la razón no tiene nada que ver con sembrar. Sembrar simplemente es el trabajo que tiene que hacerse inclusive cuando haya cosas en la vida que nos hagan llorar.

Las cosechas no esperarán a que terminemos con nuestra pena o a que resolvamos todos nuestros problemas. Si queremos comer en el próximo invierno, deberemos salir al campo y plantar la semilla, estemos sufriendo o no. Si hacemos eso, la promesa del salmo es que segaremos «con gritos de júbilo» y volveremos «con gritos de alegría, trayendo [nuestras] gavillas». No es porque las lágrimas de la siembra produzcan el gozo de la cosecha, sino porque la simple siembra produce cosecha, y tenemos que recordar esto aun cuando nuestras lágrimas nos tienten a dejar de sembrar.

La lección es la siguiente: cuando haya tareas simples y claras que debamos hacer y nos encontremos llenos de tristeza, y las lágrimas fluyan fácilmente, sigamos adelante y hagamos el trabajo con lágrimas. Seamos realistas. Digamos a nuestras lágrimas: «Lágrimas, las estoy sintiendo. Ustedes hacen que quiera renunciar a la vida, pero hay un campo que debo sembrar (platos que lavar, auto que arreglar, sermón que escribir)».

Luego digamos, basándonos en la Palabra de Dios: «Lágrimas, sé que no se quedarán para siempre. El mismo hecho de que simplemente haga mi trabajo (con lágrimas y todo) traerá al final una cosecha de bendiciones. Entonces, continúen cayendo si deben hacerlo, pero yo creo (no lo veo ni lo siento completamente), creo que el simple trabajo de mi siembra traerá gavillas de cosecha». Y nuestras lágrimas se convertirán en gozo.

http://solidjoys.sdejesucristo.org/hablenle-a-sus-lagrimas/