28 ABRIL

“un espíritu de poder, de amor y de dominio propio”
Números 5 | Salmo 39 | Cantar de Cantares 3 | Hebreos 3
La autodisciplina suele ser algo muy positivo. De hecho, los cristianos creemos que Dios nos ha dado “un espíritu de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Sin embargo, algunas formas de autodisciplina son innobles, e incluso peligrosas.
Por ejemplo, los estoicos de los tiempos del apóstol Pablo creían que correspondía a la sabiduría vivir en armonía con la manera como están las cosas en el mundo, y que esto implicaba vivir “al margen” de las pasiones, en perfecta sintonía con la razón. Motivados por principios morales muy elevados, se enorgullecían de estar por encima de las emociones, por encima de cualquier lazo profundo o compromiso personal que pudiese suponer sufrimiento. Por un lado, hay algo admirable en semejante estoicismo. No obstante, dista mucho de los compromisos personales mandados en el evangelio, los cuales entrañan toda la vulnerabilidad y todo el sufrimiento que forman parte íntegra de este mundo caído. De hecho, aquí justamente reside el problema de la cosmovisión estoica: su visión del mundo y de lo que este tiene de malo está tan alejada de lo que la Biblia enseña que su definición del bien tiene más que ver con una cierta clase de panteísmo que con cualquier otra cosa. Por lo tanto, desde una perspectiva cristiana, aunque haya algo de admirable en el concepto estoico de la autodisciplina, no puede considerarse verdaderamente bueno. Hay cierta clase de autodisciplina que sólo sirve para inflar el ego del orgullo de la firme resolución.
Otra clase de autodisciplina más bien cuestionable se refleja al comienzo del Salmo 39. David ha resuelto callar. No queda del todo claro si su firme resolución a no decir nada, especialmente en presencia de los malos (39:1), está motivada por el miedo a verse, de otro modo, involucrado con ellos, o, lo que es más probable, por una convicción equivocada de que basta no decir nada y así no prestarles ningún apoyo explícito. Claramente, sin embargo, se trata de una resolución moral, en cierto sentido digna de respeto, pero absolutamente insuficiente, pues mientras callaba, tampoco decía nada bueno (39:2). De un modo u otro, intentaba vencer el pecado mediante un silencio disciplinado.
Pero David aprendió otro camino. Habla – pero es a Dios a quien se dirige (39:4). Es consciente de lo efímera que es la vida y llega a la conclusión de que, al final, no tenemos nada que buscar excepto poner nuestra confianza en el Señor (39:7). Sólo Dios nos puede librar de nuestras transgresiones y capacitarnos para evitar caer en las trampas de nuestros adversarios (39:8). Un silencio determinado ante el misterio de la Providencia no ofrece ninguna esperanza (39:9); es una falsa autodisciplina, un feo y triste desafío en lugar de una sumisión gozosa a la “disciplina” de Dios. (39:11)
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 118). Barcelona: Publicaciones Andamio.