Ilustración de la salvación

Ilustración de la salvación

4/28/2017

Esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. (1 Pedro 3:20)

Génesis 6:9 hasta 8:22 cuenta cómo Noé y su familia fueron librados del diluvio. Fueron los únicos que creyeron la advertencia de Dios de la venidera catástrofe mundial. Como resultado, toda la humanidad se ahogó en el juicio, menos ellos.

Noé predicó la justicia de Dios durante los ciento veinte años que le llevó construir el arca. Como tenía el tamaño de un moderno trasatlántico (Gn. 6:15), de seguro que llamaba la atención. Pero debe de haber sido desalentador construir el arca y predicar su significado durante más de un siglo, pero lograr que le creyera solo su familia inmediata.

El tremendo esfuerzo de Noé se invirtió en construir un barco que luego usó durante un año, pero aquellas ocho personas estuvieron a salvo del juicio de Dios cuando llegó. El arca les sirvió de refugio del juicio universal de Dios. ¡Qué ilustración tan gráfica de la salvación!

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«La casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón»

28 de abril

«La casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón»

Ezequiel 3:7

¿No hay excepciones? No, ninguna: aun al pueblo favorecido se lo describe así. ¿Son los mejores tan malos? Entonces, ¿cómo serán los peores? Ven, corazón mío, piensa hasta dónde participas de esta acusación universal. Y mientras consideras esto, prepárate para avergonzarte de ti mismo acerca de aquello en lo que hayas podido hacerte culpable. El primer cargo es el de desvergüenza o dureza de frente: falta de santo recato, impía audacia para el mal… Antes de mi conversión, yo podía pecar sin sentir remordimiento, oír hablar de mi pecado sin humillarme y aun confesar mi iniquidad sin sentirme pesaroso. Un pecador impenitente que vaya a la casa de Dios y pretenda orar al Señor y alabarlo, revela un rostro endurecido de la peor especie. ¡Ay!, desde el día de mi nuevo nacimiento he dudado de mi Señor en su presencia, he murmurado delante de él sin avergonzarme, lo he adorado negligentemente y he pecado sin llorar por haberlo hecho. Si mi frente no fuera como un diamante, más dura que un pedernal, tendría más santo temor y una contrición de espíritu más profunda. ¡Ay de mí!, soy uno de los desvergonzados de la casa de Israel. El segundo cargo es el de obstinación de corazón. No debo atreverme a fingir inocencia sobre este particular. En otro tiempo tenía un corazón de piedra; y aunque ahora, por medio de la gracia, cuento con un corazón nuevo que es de carne, mucha de mi antigua obstinación permanece aún en mí. No me siento afectado por la muerte de Jesús como debiera; ni conmovido, como sería de esperar, por la perdición de mis semejantes, por la maldad de los tiempos, por el castigo de mi Padre celestial o por mis propios fracasos. ¡Ojalá que mi corazón se derritiera ante el relato de los sufrimientos y de la muerte de mi Salvador! Dios quiera que pueda librarme de esta piedra de molino que tengo dentro, de este odioso cuerpo de muerte. No obstante —bendito sea el nombre del Señor—, la enfermedad no resulta incurable: la preciosa sangre del Salvador es el disolvente universal y a mí, sí a mí, me ablandará de veras hasta que mi corazón se derrita como lo hace la cera delante del fuego.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 127). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Un ministerio auténtico

28 Abril 2017

Un ministerio auténtico
por Charles R. Swindoll

Hechos 14:1-20

El ministerio de Pablo estuvo saturado con la Palabra de Dios. En los capítulos 13 y 14 se mencionan catorce veces las frases la “Palabra de Dios”, la “Palabra de verdad”, la “doctrina del Señor”, la “enseñanza del Señor”, la “ley y los profetas” y las “buenas nuevas” (13:5, 7, 12, 15, 32, 44, 46, 48, 49; 14:3, 7, 15, 21, 25).

En ese primer viaje, Pablo llevó consigo lo suficiente para sostenerse, ropa suficiente para cubrirse, un corazón lleno de esperanzas en la verdad de Dios y la confianza de que el Señor lo mantendría fiel. Eso fue lo que impidió que se volviera loco. Esto fue lo que lo fortaleció contra las estranguladoras fauces de las heridas del ministerio.

¿No habrá usted descuidado, en los últimos meses, su responsabilidad de dedicar tiempo a las Escrituras? Es posible que a usted le esté sucediendo lo que me pasa a mí de tiempo en tiempo. Atienda, por favor, esta amable advertencia: Si usted se está preparando para salir a estudiar, o para tomar nuevas responsabilidades en el ministerio, o para iniciar una etapa en su carrera profesional, no lo haga sin tener primero un tiempo habitual para encontrarse a solas con el Señor, preparándose para el nuevo reto por medio de ese tiempo dedicado a su Palabra. De esto depende su futuro espiritual. Sin ese compromiso de saturar su vida con la Palabra de Dios, usted se adentra en un futuro desconocido, a su propio riesgo. Le aconsejo que dedique suficiente tiempo al Señor para que pueda ser fortalecido interiormente. Eso puede comenzar con apenas quince minutos diarios.

Algunos de ustedes estarán pensando: ¡Yo no tengo quince minutos diarios! Entonces, trate de recortar el tiempo que tiene para almorzar, para invertir el resto en la lectura de un salmo o de una de las cartas del Nuevo Testamento.

Si Pablo pudo saturar su vida con la Palabra de Dios, usted y yo podemos hacerlo también. Usted está tocando a algunas personas que están dentro de su esfera de influencia, algo que probablemente nadie más podrá hacer. Sea conocido por su dedicación a la Biblia y por su orientación espiritual basada en las Escrituras. Sea conocido por sus consejos bíblicos. Sea apreciado por su posición bíblica en cuanto a los valores morales. Todo comienza con el tiempo que usted invierta en la Biblia. Hágalo. Satúrese con la Palabra de Dios. Eso lo hará avanzar muchísimo en su propósito de tener un ministerio auténtico.

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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“un espíritu de poder, de amor y de dominio propio”

28 ABRIL

“un espíritu de poder, de amor y de dominio propio”

Números 5 | Salmo 39 | Cantar de Cantares 3 | Hebreos 3

La autodisciplina suele ser algo muy positivo. De hecho, los cristianos creemos que Dios nos ha dado “un espíritu de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Sin embargo, algunas formas de autodisciplina son innobles, e incluso peligrosas.

Por ejemplo, los estoicos de los tiempos del apóstol Pablo creían que correspondía a la sabiduría vivir en armonía con la manera como están las cosas en el mundo, y que esto implicaba vivir “al margen” de las pasiones, en perfecta sintonía con la razón. Motivados por principios morales muy elevados, se enorgullecían de estar por encima de las emociones, por encima de cualquier lazo profundo o compromiso personal que pudiese suponer sufrimiento. Por un lado, hay algo admirable en semejante estoicismo. No obstante, dista mucho de los compromisos personales mandados en el evangelio, los cuales entrañan toda la vulnerabilidad y todo el sufrimiento que forman parte íntegra de este mundo caído. De hecho, aquí justamente reside el problema de la cosmovisión estoica: su visión del mundo y de lo que este tiene de malo está tan alejada de lo que la Biblia enseña que su definición del bien tiene más que ver con una cierta clase de panteísmo que con cualquier otra cosa. Por lo tanto, desde una perspectiva cristiana, aunque haya algo de admirable en el concepto estoico de la autodisciplina, no puede considerarse verdaderamente bueno. Hay cierta clase de autodisciplina que sólo sirve para inflar el ego del orgullo de la firme resolución.

Otra clase de autodisciplina más bien cuestionable se refleja al comienzo del Salmo 39. David ha resuelto callar. No queda del todo claro si su firme resolución a no decir nada, especialmente en presencia de los malos (39:1), está motivada por el miedo a verse, de otro modo, involucrado con ellos, o, lo que es más probable, por una convicción equivocada de que basta no decir nada y así no prestarles ningún apoyo explícito. Claramente, sin embargo, se trata de una resolución moral, en cierto sentido digna de respeto, pero absolutamente insuficiente, pues mientras callaba, tampoco decía nada bueno (39:2). De un modo u otro, intentaba vencer el pecado mediante un silencio disciplinado.

Pero David aprendió otro camino. Habla – pero es a Dios a quien se dirige (39:4). Es consciente de lo efímera que es la vida y llega a la conclusión de que, al final, no tenemos nada que buscar excepto poner nuestra confianza en el Señor (39:7). Sólo Dios nos puede librar de nuestras transgresiones y capacitarnos para evitar caer en las trampas de nuestros adversarios (39:8). Un silencio determinado ante el misterio de la Providencia no ofrece ninguna esperanza (39:9); es una falsa autodisciplina, un feo y triste desafío en lugar de una sumisión gozosa a la “disciplina” de Dios. (39:11)

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 118). Barcelona: Publicaciones Andamio.

El gran intercambio

ABRIL, 28

El gran intercambio

Devocional por John Piper

Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela. (Romanos 1:16-17)

Necesitamos justificación para ser aceptables delante de Dios. Pero no la tenemos. Lo que tenemos es pecado.

Dios tiene lo que necesitamos y no merecemos —justicia—. Nosotros tenemos lo que Dios aborrece y rechaza —pecado—. ¿Cuál es la respuesta de Dios ante esta situación?

Su respuesta es Jesucristo, el Hijo de Dios que murió en nuestro lugar. Dios carga en Cristo todos nuestros pecados y el castigo por nuestras transgresiones recae en él. En la obediencia de Cristo hasta la muerte, Dios satisface y revindica su justicia y nos la concede (atribuye). Nuestro pecado recae en Cristo y su justicia en nosotros.

No podríamos hacer más énfasis en el hecho de que Cristo es la respuesta de Dios. Todo se lo debemos a Cristo.

Nunca podremos amar a Cristo excesivamente. No podremos pensar en él en demasía, ni agradecerle exageradamente, ni depender de él con exceso. Toda nuestra justificación, toda nuestra justicia, está en Cristo.

Este es el evangelio: las buenas nuevas de que nuestros pecados recayeron en Cristo y sobre nosotros su justicia; y que este gran intercambio se lleva a cabo en nosotros no por obras sino por fe solamente.

He aquí las buenas nuevas que quitan la carga de nuestras espaldas, nos dan gozo y nos hacen fuertes.

http://solidjoys.sdejesucristo.org/

La puerta de la gracia

¿Por dónde va el camino a la habitación de la luz?

Job 38:19

(Jesús dijo:) Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo.

Juan 10:9

La puerta de la gracia

La habitación de la luz es el cielo, la casa del Padre, un lugar de absoluta felicidad donde Jesús el Salvador se halla rodeado de una multitud de ángeles. ¿Quién no quisiera ir allá? Pero, ¿dónde está la puerta del cielo? Solo hay una. Es estrecha (Mateo 7:13), y pocos son los que la hallan; es la puerta de la gracia. Una madre cristiana no puede hacer entrar a su hijo con ella. Puede mostrarle el camino al cielo, orar por él, pero el acceso es personal.

Para entrar se necesita una llave que abra la puerta. Los hombres forjaron centenares de llaves en el curso de los siglos. Tienen nombres muy conocidos: obras, peregrinaciones, sufrimientos que uno se impone, diversos sacrificios y hasta el don de su propia vida. Ninguna de estas llaves abre la puerta del cielo. Solamente una lo puede hacer, la llave de la fe personal. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

Dios nos abrió la puerta al enviar a Jesús, su Hijo, a la tierra para que soportara el castigo que merecían nuestros pecados. Dios, en su gracia, perdona a todos los que acuden a él confiando en el sacrificio de Jesucristo. Esto es entrar por Jesús, quien es “la Puerta”.

“Entrad por la puerta estrecha” (Mateo 7:13).

Jonás 1-2 – Marcos 4:1-20 – Salmo 49:16-20 – Proverbios 14:19-20

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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