Una verdadera muerte

4/24/2017

Una verdadera muerte

Siendo a la verdad muerto en la carne. (1 Pedro 3:18)

El versículo de hoy indica que terminó la vida física de Jesucristo. Algunos niegan la resurrección de Cristo de los muertos afirmando que nunca murió, sino que se desmayó. Presuntamente se reanimó con la frialdad del sepulcro, se levantó y salió caminando. Pero Pedro es claro: “Jesús murió como la víctima de un asesinato jurídico”.

Los romanos que ejecutaron a Cristo se cercioraron de que estaba muerto. Quebraron las piernas de los ladrones crucificados junto a Él a fin de apresurarles la muerte. (Un crucificado podía atrasar la muerte mientras pudiera levantarse sobre sus piernas.) Sin embargo, no se preocuparon por quebrar las piernas de Cristo porque pudieron ver que ya estaba muerto. Para comprobar su muerte, le abrieron el costado con una lanza, del que salió sangre y agua; solo sangre, no agua, habría salido si Jesús hubiera estado vivo (Jn. 19:31-37). Sin duda, Cristo estaba muerto. Y eso significa que su resurrección fue verdadera.

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Llevados a Cristo

4/23/2017

 

Llevados a Cristo

Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. (Juan 6:44)

Jesucristo es el que presenta a los hombres y a las mujeres a Dios. Aquellos a quienes Él lleva a la presencia del Padre todos tienen repugnancia de su pecado, deseo de ser perdonados y anhelo de conocer a Dios. Esas actitudes son la obra de Dios al llevarnos a Cristo. De modo que una respuesta al mensaje del evangelio comienza con un cambio de actitud hacia el pecado y hacia Dios.

Más allá de ese cambio inicial en la actitud está la transformación efectuada en cada creyente en el momento de la salvación. Cristo no murió solamente para pagar el castigo del pecado: murió para transformarnos.

Abandonado por casi todos sus discípulos, Cristo sufría en las tinieblas y la agonía de la cruz mientras clamaba: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Esos fueron momentos en los que Jesús sintió gran rechazo y hostilidad. Pero por esas mismas circunstancias Cristo triunfó al expiar por el pecado y proporcionar una manera de que hombres y mujeres sean presentados a Dios y transformados. Era un triunfo que Él mismo pronto proclamaría (1 P. 3:19-20).

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«Y vi que en medio del trono […] estaba en pie un Cordero como inmolado»

23 de abril

«Y vi que en medio del trono […] estaba en pie un Cordero como inmolado».

Apocalipsis 5:6

¿Por qué tenía nuestro exaltado Señor que aparecer con sus heridas en la gloria? Las heridas de Jesús son sus glorias, sus joyas y sus sagrados ornamentos. Para el ojo del creyente, Jesús es muy hermoso porque es «blanco y sonrosado» (Cnt. 5:10, RVR 1977); blanco por su inocencia y sonrosado por su propia sangre. Lo vemos como el lirio de incomparable pureza y como la rosa enrojecida con su sangre misma. Cristo es hermoso en el monte de los Olivos y en el Tabor, y cuando está en el mar, pero nunca fue tan incomparable como cuando pendía de la cruz. Allí contemplamos todas sus bellezas en perfección, todos sus atributos revelados, todo su amor manifestado, todo su carácter expresado. Querido amigo, las heridas de Jesús son mucho más hermosas a nuestros ojos que todos los esplendores y las pompas de los reyes. La corona de espinas es más que una diadema imperial. Es cierto que él ya no empuña el cetro de caña; sin embargo, en ese cetro hubo una gloria que no tuvo jamás el cetro de oro. Como traje de corte, Jesús utiliza el del Cordero inmolado, con el cual corteja a nuestras almas y las redime por su perfecta expiación. Y no son solo estos los ornamentos de Cristo. Están también aquellos trofeos de su amor y su victoria: él ha repartido despojos con los fuertes; ha redimido para sí a una gran multitud, la cual ninguno puede contar; y esas cicatrices son los recuerdos de la batalla. ¡Ah, si Cristo se complace en conservar el recuerdo de sus sufrimientos por su pueblo, cuán preciosas deberían ser sus heridas para nosotros!

De sus heridas la viva fuente

de pura sangre veo manar;

y salpicando mi impura frente,

la infame culpa logra borrar.

Veo su angustia ya terminada,

hecha la ofrenda de expiación;

su noble frente mustia, inclinada,

y consumada la redención.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 122). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Bendeciré al Señor en todo tiempo

23 ABRIL

Bendeciré al Señor en todo tiempo

Levítico 27 | Salmo 34 | Eclesiastés 10 | Tito 2

Una de las características de los que genuinamente adoren a Yahvé es que quieren que los demás se unan a ellos en su adoración. Reconocen que, si Dios es la clase de Dios que sus alabanzas proclaman, debería ser reconocido como tal por los demás. Además, una de las razones por las que adoran a Dios es para agradecerle la ayuda que ha provisto. Por tanto, si vemos que hay otros que tienen la misma necesidad de ayuda por parte de Dios, ¿no es natural que queramos compartir nuestra propia experiencia de la provisión de Dios con la esperanza de que ellos también la busquen? ¿Y esto no tendrá como consecuencia que el círculo de la alabanza vaya ampliándose?

Es maravilloso escuchar decir a David: “Bendeciré al Señor en todo tiempo; mis labios siempre lo alabarán” (Salmo 34:1). Pero también invita a los demás, en primer lugar a que compartan la bondad de Yahvé, y luego a que participen en su adoración. También leemos: “Mi alma se gloría en el Señor; lo oirán los humildes y se alegrarán” (34:2). Los que están afligidos necesitan aprender de las respuestas a la oración que David recibió, y que ahora miraremos con más detalle. Segundo, vemos la amplia invitación a engrandecer el círculo de alabanza: “Engrandeced al Señor conmigo; exaltemos a una su nombre” (34:3).

En las líneas siguientes David da testimonio de su propia experiencia de la gracia de Dios (34:4–7). La sección que sigue es una exhortación a los demás a que pongan su confianza en el mismo Dios y se comprometan a seguirle. (34:8–14), y el resto del salmo se dedica a enaltecer la justicia de Dios, la cual garantiza que el Señor prestará atención a los gritos de los justos y volverá su rostro en contra de los que hacen mal (34:15–22).

Dios, insiste David, le rescató de sus aflicciones (34:6). Esto es un hecho objetivo. Sea visible o no, “El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos” (34:7). Pero, además de la adversidad que podamos atravesar, lo que a veces resulta más amenazador, y no menos dañino, son los temores que la acompaña. El miedo nos hace perder la perspectiva de las cosas, dudar de la fidelidad de Dios y cuestionar el valor de la lucha. El miedo induce al estrés, la amargura, la cobardía y la necedad. Pero el testimonio de David constituye una fuente enorme de aliento: “Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores” (34:4).

Es cierto que la palabra temores se podría referir a su propio miedo psicológico, o bien a lo que le atemorizaba: y sin duda Dios le libró de ambas cosas. Pero, sea cual sea el caso, que su propia perspectiva fue transformada queda claro en el próximo versículo: “Radiantes están los que a él acuden; jamás su rostro se cubre de vergüenza” (34:5).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 113). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Procuremos el bienestar de nuestra ciudad

ABRIL, 23

Procuremos el bienestar de nuestra ciudad

Devocional por John Piper

Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel, a todos los desterrados que envié al destierro de Jerusalén a Babilonia: «Edificad casas y habitadlas, plantad huertos y comed su fruto… Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al Señor por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar». (Jeremías 29:4-7)

Si esto era cierto para los desterrados de Dios en Babilonia, cuánto más cierto será para los exiliados cristianos de este mundo «babilónico». ¿Qué se supone que hagamos entonces?

Debemos hacer las tareas ordinarias que hacen falta llevar a cabo: edificar casas, vivir en ellas, plantar huertos. Nada de esto nos contamina si uno lo hace para el verdadero Rey y no solo para que los demás lo vean, como hacen los que quieren agradar a los hombres.

Procuremos el bienestar del lugar adonde Dios nos envió. Pensemos que somos enviados de Dios a ese lugar, porque en verdad lo somos.

Oremos al Señor por nuestra ciudad. Pidamos que cosas grandes y buenas sucedan ahí. Es evidente que Dios no es indiferente respecto al bienestar de ese lugar. Una razón para creerlo es que, en el bienestar de la ciudad, su pueblo también halla bienestar.

Esto no significa que debemos dejar de vivir como exiliados. De hecho, le hacemos más bien a este mundo al mantenernos libres de sus atracciones y deseos, perseverando en nuestra posición. Servimos más a nuestra ciudad tomando nuestros valores de la ciudad «que está por venir» (Hebreos 13:14). Le hacemos el mayor bien cuando llamamos a tantos ciudadanos como nos sea posible a convertirse en ciudadanos de «la Jerusalén de arriba» (Gálatas 4:26).

Vivamos de un modo que haga que los habitantes de nuestra ciudad deseen conocer a nuestro Rey.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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¿Qué es la verdad?

domingo 23 abril

Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito.

Juan 18:37-38

¿Qué es la verdad?

Algunas preguntas de la Biblia

La comparecencia de Jesús ante Pilato es el juicio más conocido de todos los tiempos. Jesús era inocente y Pilato lo sabía muy bien porque ya lo había interrogado. Además, su mujer le había dicho: “No tengas nada que ver con ese justo” (Mateo 27:19). Pilato estaba perplejo, y los roles se invirtieron. Entonces fue el acusado quien advirtió a su juez, pues Jesús declaró a Pilato que si él era recto, y si “era de la verdad”, escucharía a aquel a quien juzgaba. Pilato respondió con esta pregunta, que era una escapatoria: ¿Qué es la verdad? Pilato era un escéptico: para él toda verdad era relativa. Pero si no existe la verdad absoluta, entonces la verdad no existe. En vez de escuchar la respuesta de Jesús, Pilato puso fin al diálogo y salió.

Quería liberar a Jesús y al mismo tiempo complacer a la multitud. ¡Eso era imposible! Entonces decidió condenar a muerte a quien sabía que era inocente. ¡Su habilidad política no le impidió cometer un crimen!

Si tenemos dudas sobre la verdad, debemos escuchar las respuestas que nos da la Biblia. Ella nos dice que la verdad está en Jesús (Efesios 4:21). Y Jesús mismo afirma: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6).

No hay nada más grave que oír las palabras de Jesús y no creerlas. Esto endurece la conciencia, y luego, como Pilato, podemos llegar a cometer el mal que no queríamos hacer, y a desviarnos del camino que conduce a la vida eterna.

Ezequiel 45 – 2 Pedro 3 – Salmo 47 – Proverbios 14:9-10

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Sufrimiento con propósito

4/22/2017

Sufrimiento con propósito

Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre. (Hebreos 6:20)

 El propósito de Cristo al llevar nuestros pecados en la cruz y soportar las tinieblas de la muerte fue abrir el camino hacia Dios. El apóstol Pedro dijo que Cristo murió “para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18). Dios mostró simbólicamente esa verdad al rasgar el velo del templo de arriba abajo, abriendo el lugar santísimo al acceso inmediato de todos los adoradores (Mt. 27:51). Como sacerdotes, todos los creyentes pueden entrar a la presencia de Dios (1 P. 2:9; He. 4:16).

El verbo griego traducido como “pueda llevarnos” (1 P. 3:18) expresa el propósito de la obra de Jesús. Se empleaba a menudo el verbo cuando se estaba presentando a alguien. La forma nominal de la palabra se refiere al que hace la presentación. En la época de Cristo, los funcionarios de las cortes antiguas controlaban el acceso al rey. Una vez que estaban convencidos del derecho de ese acceso de una persona, el funcionario llevaba a esa persona a la presencia del rey. Y esa es precisamente la función que Jesucristo desempeña por nosotros ahora. Como Él dijo: “Nadie llega al Padre sino por mí” (Jn. 14:6). Él vino para llevarnos a la presencia del Padre.

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«No temerás el terror nocturno».

22 de abril

«No temerás el terror nocturno»

Salmo 91:5

¿Qué es ese terror? Puede ser el grito de «¡Fuego!, ¡fuego!», o el ruido de ladrones o apariciones imaginarias, o el anuncio de la enfermedad o la muerte repentina. Vivimos en el mundo de la muerte y el dolor; podemos, por tanto, esperar males tanto en las vigilias de la noche como bajo el resplandor del ardiente sol. Esto no debiera alarmarnos, porque sea cual sea el terror, la promesa es que el creyente no lo temerá. ¿Por qué lo ha de temer? Expresemos esto más concretamente: ¿Por qué lo hemos de temer nosotros? Dios, nuestro Padre, está aquí y estará aquí durante las horas de soledad. Él es un Velador omnipotente, un Guardián que no se duerme, un Amigo fiel. Nada puede acontecer sin que él lo ordene; pues aun el Infierno está bajo su control. Las tinieblas no son oscuras para él. Él ha prometido ser muralla de fuego en torno a su pueblo. ¿Y quién podrá abrirse camino a través de semejante barrera? Los mundanos bien pueden sentirse aterrorizados, porque ellos tienen sobre sí a un Dios airado; dentro de sí una conciencia culpable; y debajo de sí un Infierno abierto. Sin embargo, nosotros que descansamos en Jesús, estamos a salvo de todas estas cosas por una misericordia abundante. Si damos lugar a necios temores, deshonraremos nuestra profesión y llevaremos a otros a dudar de la realidad de la piedad. Debemos temer a tener miedo, no sea que contristemos al Espíritu Santo con una necia desconfianza. ¡Abajo, pues, tristes presentimientos e infundadas aprensiones! Dios no se ha olvidado de tener misericordia ni ha encerrado con ira sus piedades (cf. Sal. 77:9). Aunque sea de noche en el alma, no hay necesidad de temer, porque el Dios de amor no cambia. Los hijos de luz pueden andar en tinieblas, pero no por eso están abandonados; no, más bien se les permite en la prueba demostrar su adopción, confiando en su Padre celestial como no pueden hacerlo los hipócritas.

Señor Jesús, el día ya se fue,

la noche cierra, oh, conmigo sé;

sin otro amparo tú, por compasión,

al desvalido da consolación.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 121). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

¡Adelante!

22 Abril 2017

¡Adelante!
por Charles R. Swindoll

Hechos 12:25 – Hechos 13:5 – Hechos 13-15

Pablo, Bernabé y Juan Marcos salieron de Chipre y navegaron hacia la costa sur de Turquía, una tierra conocida entonces como Panfilia, cuyo escarpado litoral ascendía abruptamente a las imponentes alturas de una cadena montañosa más empinada y más aterradora que las montañas Taurus, cerca de Tarso, y más terrible que cualquiera de las montañas vistas por Bernabé en Chipre, y por Juan Marcos en Judea.

La sola vista de aquello pudo haber dado origen a la tormenta de dudas que finalmente inundaría el alma del joven Juan Marcos. En esa región, Pablo se enfermó gravemente de malaria o de alguna otra fiebre seria de la costa. Eso pudo haber sido lo que colmó la medida de aguante del inexperto viajero. Sin ninguna explicación, Lucas escribe simplemente: “Juan se separó de ellos y se volvió a Jerusalén”. Pero después de Perge siguieron adelante. El viaje continuó sin que tuvieran contratiempo alguno. Pablo y Bernabé no se desanimaron por la deserción de Juan Marcos.

Aquí hay que hacer una acotación importante: Siempre habrá personas que abandonarán el ministerio. En toda iglesia habrá personas que, por la razón que sea, se dedicarán a hacer otras cosas. Y en esto está incluido el liderazgo. Se van, pero la iglesia sigue adelante. No importa cuáles hayan sido las circunstancias en torno a la partida de ambos hombres, el viaje continuó. Para Pablo y Bernabé, no había tiempo ni la necesidad para una larga despedida. Siguieron adelante, manteniendo sus ojos centrados en la meta.

Es difícil seguir adelante cuando uno se siente abandonado. Es fácil ceder al desánimo y dejar que eso nos vacíe el tanque, pero Pablo y Bernabé no podían darse ese lujo. Tenían un trabajo que hacer y por eso mantenían sus emociones bajo control. Siguieron adelante con una determinación aún más fuerte.

Una de las características de la madurez es la capacidad de seguir adelante, no importa quién deje el escenario. Lo otro no es una opción. Una vez que usted haya dicho adiós, los demás tienen que seguir adelante. Eso fue lo que hicieron Pablo y Bernabé. Como escribió Pablo en su carta a los Filipenses 3:14: “Prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Una de las características de la madurez es la capacidad de seguir adelante.—Charles R. Swindoll

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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Antiguos pactos reales

22 ABRIL

Antiguos pactos reales

Levítico 26 | Salmo 33 | Eclesiastés 9 | Tito 1

Entre las características más comunes de los antiguos pactos reales – pactos entre alguna superpotencia de la región y un Estado vasallo (Ver 13 de marzo) –, se encontraba un artículo cerca del final que detallaba las ventajas del cumplimiento y los peligros del incumplimiento. Inevitablemente, las bendiciones y las maldiciones iban dirigidas en primer lugar a los Estados vasallos.

En muchos aspectos, Levítico 26 refleja esta clase de pauta: la promesa de bendición si hay obediencia (cumplimiento del pacto), y la amenaza de castigo en caso de desobediencia (incumplimiento del pacto). La pauta se repite, con ciertas modificaciones, en Deuteronomio 27–30.

No deberíamos pensar en estas alternativas como si se tratase de promesas dirigidas a individuos, ni mucho menos como si fuera un plan para asegurarse la vida eterna. Que las promesas no son individualistas queda demostrado por la naturaleza de muchas de las bendiciones y maldiciones. Cuando Dios envía lluvia, por ejemplo, no lo hace a individuos concretos, sino a regiones, y en este caso a la nación, la comunidad del pacto, al igual que cuando envía una plaga o arroja al pueblo al exilio. La misma evidencia demuestra que lo que está en juego no es en primer lugar el acceso a la vida eterna, sino el bienestar de la comunidad del pacto en lo que se refiera a las bendiciones prometidas.

No obstante, podemos reflexionar sobre unos cuantos paralelismos que existen entre estas dos sanciones del antiguo pacto y lo que continúa en vigor bajo el nuevo pacto.

En primer lugar, la obediencia sigue siendo un requisito del nuevo pacto, aunque puede que hayan cambiado algunas de las estipulaciones que hay que obedecer. Por esto no es de extrañar que Juan 3:36 contraste a quien crea en el Hijo con quien le rechace. Se dice que los que persisten en el pecado flagrante quedan “excluidos” del reino (1 Corintios 6:9–11). El libro de Apocalipsis contrapone repetidamente a los que “prevalecen” (es decir, en lo que se refiere a su fidelidad a Cristo Jesús) con los que son cobardes, incrédulos, viles (ver: Apocalipsis 21:7–8). La razón subyacente es que el nuevo pacto ofrece la posibilidad de una nueva naturaleza. Aunque no logremos la perfección hasta la consumación final, es impensable una ausencia absoluta de transformación bajo los términos de semejante pacto. El resultado es que el juicio se presenta contundente tanto sobre la incredulidad como sobre la desobediencia; las dos cosas permanecen juntas.

En segundo lugar, uno de los rasgos más llamativos de los castigos catalogados en Levítico 26 es la manera como Dios los va incrementando, hasta que culminan en el exilio. La enfermedad, la sequía, los contratiempos militares, las plagas, la terrible hambruna que es resultado de las condiciones de sitio (26:29), e incluso el miedo inducido por Dios (26:36), todos hacen estragos. La paciencia de Yahvé con los que violan la ley, a través de muchas generaciones de juicio retrasado, es masiva. Pero la única solución verdadera es la confesión del pecado y la renovación del pacto (26:40–42).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 112). Barcelona: Publicaciones Andamio.