La nueva naturaleza

La nueva naturaleza

6/2/2017

Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. (1 Pedro 1:23)

1 Pedro 1:23

Cuando nos hacemos cristianos no se nos remodela ni se nos añade nada; somos trans­for­ma­dos. Los cristianos no tenemos dos naturalezas diferentes; tenemos una nueva naturaleza, la nueva na­tu­raleza en Cristo. La vieja muere y la nueva vive; no coexisten. Jesucristo es justo, santo y santificado, y tene­mos ese principio divino en nosotros; lo que Pedro llamó la simiente “incorruptible” (1 P. 1:23). Así que nues­tra nueva naturaleza es justa, santa y santificada porque Cristo vive en nosotros (Col. 1:27).

Efesios 4:24 nos dice que nos vistamos “del nuevo hombre”, una nueva conducta que es apropiada a nuestra nueva naturaleza. Pero para hacer eso tenemos que eliminar las normas y las prácticas de nuestra vieja vida. Por eso Pablo nos dice que hagamos morir “lo terrenal en [nosotros]: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia” (Col. 3:5).

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org
DERECHOS DE AUTOR © 2017 Gracia a Vosotros
Usted podrá reproducir este contenido de Gracia a Vosotros sin fines comerciales de acuerdo con la política de Derechos de Autor de Gracia a Vosotros.

«Maestro bueno»

2 de junio

«Maestro bueno»

Mateo 19:16

Si el joven del evangelio utilizó este título hablando con el Señor, ¿cuánto más lo puedo yo emplear para dirigirme a él? Él es, en verdad, mi Maestro y mi Dueño: tanto porque me gobierna como porque me enseña. Me gozo en obedecer sus órdenes y en sentarme a sus pies. Soy su siervo y su discípulo, y considero un alto honor ser ambas cosas. Si me preguntaran por qué lo llamo «bueno», tendría lista la respuesta. Es verdad que «ninguno es bueno sino uno, a saber, Dios»; pero, en tal caso, Jesús es Dios y toda la bondad de la deidad resplandece en él. En mi experiencia lo he hallado bueno: tan bueno, en realidad, que todo el bien que poseo me ha venido por medio de él. Él me fue bueno cuando yo estaba muerto en pecados, porque me resucitó por el poder de su Espíritu. Él me ha sido bueno en todas mis necesidades, pruebas, luchas y aflicciones. Nunca ha podido haber un Maestro mejor: ya que su servicio es libertad y su gobierno, amor. La milésima parte de su bondad como dueño quisiera yo tenerla como siervo. Cuando me enseña como mi rabino, es indeciblemente bueno: su doctrina es divina; su trato, condescendiente; su Espíritu la dulzura misma… Ningún error se mezcla en su instrucción: la áurea verdad que él explica es pura y toda su enseñanza conduce a la bondad, santificando y edificando al discípulo. Los ángeles lo consideran un buen Señor, y se deleitan en rendirle homenaje. Los santos de la antigüedad comprobaron que se trata de un buen Dueño y Maestro, y cada uno de ellos se gozó en cantar: «Soy tu siervo, oh Señor». Mi humilde testimonio debe propender a ese mismo fin. Daré este testimonio delante de mis amigos y mis semejantes; pues, posiblemente, por medio del mismo, estos se verán guiados a buscar a mi Señor como su propio Maestro y Dueño. ¡Dios quiera que así lo hagan! ¡Nunca se arrepentirán de tan sabia resolución! Si ellos tomaran el yugo fácil de Jesús, se encontrarían en servicio tan regio que se apuntarían al mismo para siempre.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 162). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

¡Modelación!

2 JUNIO

¡Modelación!

Deuteronomio 6 | Salmo 89 | Isaías 34 | Apocalipsis 4

Ya hemos reflexionado sobre otros textos bíblicos que tratan sobre la importancia de transmitir el legado de la verdad bíblica a la próxima generación. Este tema constituye el meollo del Deuteronomio 6. Nuevas aportaciones en las que se hace un hincapié especial incluyen:

(1) Los antiguos israelitas tenían el encargo divino de enseñar a la generación siguiente a temer al Dios de la alianza. Moisés enseña al pueblo: “para que durante toda tu vida tú y tus hijos y tus nietos honren al Señor tu Dios cumpliendo todos los preceptos y mandamientos que te doy, y para que disfrutes de larga vida” (Deuteronomio 6:2). Cuando, a partir de aquel momento, un hijo preguntaba a su padre acerca del significado de las leyes, el padre debía explicar el trasfondo, el Éxodo, y el pacto: “El Señor nuestro Dios nos mandó temerle y obedecer estos preceptos, para que siempre nos vaya bien y sigamos con vida. Y así ha sido hasta hoy” (6:24). Por ello debemos preguntarnos qué pasos estamos dando para enseñar a nuestros hijos a temer al Señor nuestro Dios, no con el terror del que se acobarda ante la maldad caprichosa, sino con la profunda convicción que Dios es perfectamente justo, y que no juega con el pecado.

(2) Moisés enfatiza la constancia con la que se debe enseñar a la próxima generación. Los mandamientos que Moisés transmite deben permanecer en el “corazón” del pueblo (6:6; tal vez deberíamos decir “la mente”). Desde esta abundancia siguen las próximas palabras: “Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (6:7). Incluso la ropa que vestían y la manera como decoraban sus casas servirían de recordatorio de la Ley de Dios (6:8–9). Cabe que nos preguntemos con qué constancia enseñamos a nuestros hijos el contenido de las escrituras. En el antiguo Israel, los hijos solían aprender sus competencias vocacionales de sus padres, pasando muchas horas a su lado, lo cual facilitaba muchas ocasiones de transmitir las bendiciones del pacto. Nuestra cultura fragmentada implica que estas oportunidades se tienen que forjar y crear.

(3) Ante todo, la generación mayor debía ser modelo de la lealtad absoluta a Dios (6:13–19). Esta “modelación” constante debía incluir el rechazo total y absoluto de la idolatría, la obediencia a las demandas del pacto, la reverencia al nombre de Yahvé, haciendo “lo que es recto y bueno a los ojos del Señor” (6:18) ¿Con qué fidelidad hemos nosotros, por nuestra propia manera de vivir, transmitido a nuestros hijos una vida auténticamente centrada en Dios?

(4) Debe haber de nuestra parte una sensibilidad consciente a las oportunidades de responder a las preguntas de nuestros hijos (6:20–25). Sin cortinas de humo. Si no se sabe la respuesta es mejor buscarla, o encontrar a alguien que la sepa. Debemos preguntarnos si aprovechamos al máximo las preguntas que nuestros hijos nos hacen.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 153). Barcelona: Publicaciones Andamio.

No se aferre demasiado

2 Junio 2017

No se aferre demasiado
por Charles R. Swindoll

Génesis 22:1-2

Todos nuestros hijos crecieron para convertirse, cada uno a su manera, en siervos de Jesús independientes y responsables. Como fue la intención del Señor desde el principio, nos desprendimos de ellos para que siguieran sus propios destinos.

Algunos de ustedes, que están leyendo estas palabras, no se desprendieron de sus hijos de la misma manera. Quizás a su hijo se lo arrebató la muerte, un crimen terrible, el divorcio u otra terrible tragedia. Permítame ser claro en cuanto a esto: Si bien es cierto Dios es el gobernante soberano de todo, y nada está más allá de su poder o conocimiento, una tragedia nunca es una acción cruel e inmisericorde de parte de Dios. A Él no le produjo ninguna alegría el que usted soportara tal aflicción. La permitió, sí, como en el caso de Job, pero Él no es el autor del mal. Fue el maligno designio de un mundo que ha sido corrompido por el pecado, lo que le quitó a su hijo.

Dios no solo odia al pecado, sino que también odia la muerte. La odia tanto, que envió a su Hijo para que la destruyera muriendo y resucitando de nuevo. La muerte es llamada en las Escrituras nuestro “último enemigo” (1 Corintios 15:26). Pero, al final, el Señor tendrá la última palabra en esta lucha contra el mal, y Él nos lo ha dicho por medio de Jesucristo. En palabras sencillas: La muerte es la voluntad de un mundo que tomó el camino equivocado. La resurrección es el triunfo final de Dios sobre el mal.

Ya sea que perdamos a nuestros hijos por una tragedia o por alguna otra razón, esto es muy cierto: Debemos aprender a no aferrarnos a nada que amemos. Seamos francos; si nos aferramos demasiado a algo, eso probablemente nos tendrá a nosotros, en vez de ser al contrario, y Dios no permitirá eso por el bien suyo y el de su ser amado.

Al final, la decisión de no aferrarse demasiado a nada, especialmente en lo que tiene que ver con las relaciones, es un acto de fe. El instinto natural del ser humano quiere que nos aferremos a las cosas que más adoramos. El desprenderse de ellas, presentándolas a Dios, requiere que confiemos en él para hacer lo correcto. Cuando hacemos esto por nuestros hijos, el efecto perdurable que dejamos es un modelo práctico de fe. Y no puedo pensar en ninguna otra mejor manera de enseñar a nuestros hijos quién es el Dios al que adoramos, que siendo modelos de la confianza en Él cada día.

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

– See more at: http://visionparavivir.org/devocional#sthash.dgyh6fqG.dpuf

La fe que magnifica la gracia

JUNIO, 02

La fe que magnifica la gracia

Devocional por John Piper

No hago nula la gracia de Dios. (Gálatas 2:21)

Una vez cuando era pequeño y estaba en la playa, perdí el punto de apoyo en la resaca entrando al mar. Sentí como que iba a ser arrastrado al medio del océano en un instante.

Fue algo aterrador. Intenté buscar la forma de salir a flote y de orientarme. Pero no lograba que el pie hiciera contacto con el suelo y la corriente era demasiado fuerte para nadar. De todos modos no era un buen nadador.

En medio del pánico, solo pude pensar en una cosa: ¿Habrá alguien que pueda ayudarme? Pero ni siquiera podía pedir ayuda estando bajo el agua.

Cuando sentí que la mano de mi padre me tomaba por el brazo con una fuerza increíble, experimenté la sensación más maravillosa del mundo. Me rendí por completo y me dejé dominar por su fuerza. Disfruté ser levantado por él, según su voluntad. No puse resistencia.

Ni siquiera se me ocurrió tratar de mostrar que las cosas no estaban tan mal, o de añadir mi fuerza a la del brazo de mi padre. Todo lo que pensé fue: ¡Sí! ¡Te necesito! ¡Gracias! ¡Amo tu fuerza, tu iniciativa, tu forma de tomarme del brazo! ¡Eres asombroso!

En ese espíritu de rendición ante la muestra de afecto, uno no puede jactarse. A esa rendición al amor yo llamo «fe». Mi padre fue la encarnación de la gracia venidera por la que imploraba bajo el agua. Esta es la fe que magnifica la gracia.

Al meditar en cómo vivir la vida cristiana, el pensamiento preponderante debería ser: ¿cómo puedo magnificar la gracia de Dios en lugar de anularla? Pablo contesta esa pregunta en Gálatas 2:20-21: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No hago nula la gracia de Dios».

¿Por qué la vida de Pablo no anulaba la gracia de Dios? Porque vivía por fe en el Hijo de Dios. La fe dirige toda nuestra atención hacia la gracia y la magnifica en lugar de anularla.

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

 

Basta a cada día su propio mal

No os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.

Mateo 6:34

No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios.

Isaías 41:10

Basta a cada día su propio mal

El versículo de hoy no es una excusa para ser descuidado. Es muy normal asumir nuestras responsabilidades y prepararnos para el mañana, desde cerrar las persianas para protegernos de la tormenta hasta hacer diligentemente los deberes escolares para poder aprobar el examen. Es bueno considerar los problemas que puedan sobrevenir si hacemos tal o cual cosa, prever nuestras necesidades o preparar algo de antemano, que sabemos que se necesitará.

Pero afanarse es otra cosa: es preocuparse demasiado por el mañana, por esa tempestad que podría llegar, por ese examen… es estar inquieto imaginándose lo peor. La preocupación focaliza nuestros pensamientos hacia los acontecimientos y no hacia Aquel que los controla, por ello tiene efectos negativos sobre nuestra mente y sobre nuestro cuerpo. Incluso puede paralizarnos, agobiarnos. Pero la orden de Dios es muy clara: ¡“No os afanéis”! Tenemos un Padre todopoderoso que nos ama y tiene todo en sus manos. ¿Estamos dispuestos a dejarnos conducir por él?

Si tenemos dificultades hoy, Dios nos da la fuerza y su dirección para afrontarlas hoy, pero no nos las da por adelantado para enfrentarnos a las pruebas de mañana. ¿Por qué? Si tuviésemos la respuesta, probablemente dejaríamos de confiar en él para el mañana. Él quiere cultivar en nosotros día tras día esa fe tan preciosa, pues sin ella es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6).

“En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15).

2 Reyes 4:1-24 – Romanos 9 – Salmo 66:16-20 – Proverbios 16:19-20

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.chlabuena@semilla.ch