La importancia del arrepentimiento

La importancia del arrepentimiento

6/7/2017

Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados. (Hechos 2:38)

Nadie puede ir a Jesucristo a menos que se arrepienta. Jesús comenzó su ministerio proclamando la necesidad del arrepentimiento (Mt. 4:17), y Pedro y Pablo siguieron proclamándola. El arrepentimiento es una decisión consciente de apartarse del mundo, del pecado y del mal. ¡Es algo decisivo!

Si usted acudió a Jesucristo pensando que lo único que tenía que hacer era creer, pero que no tenía que confesar su pecado ni estar dispuesto a apartarse de la maldad de este mundo, no ha entendido el mensaje de salvación. La vida de muchas personas no ha cambiado nada desde que supuestamente creyeron en Cristo. Por ejemplo, algunas eran inmorales y siguen siendo inmorales. Algunas cometían adulterio y siguen cometiendo adulterio. Y algunos cometían fornicación y siguen cometiendo fornicación. Pero según 1 Corintios 6:9-10, los fornicarios y los adúlteros no heredarán el reino de Dios.

Si verdaderamente usted es salvo, se esforzará por apartarse de las cosas del mundo.

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Sé, pues, celoso

7 de junio

«Sé, pues, celoso».

Apocalipsis 3:19

Si deseas ver almas convertidas, si quieres oír el pregón de que «los reinos de este mundo han venido a ser el reino de nuestro Señor»; si anhelas colocar coronas sobre la cabeza del Salvador y ver su Trono establecido, llénate de celo. Porque, bajo la dirección de Dios, el medio para la conversión del mundo es el celo de la Iglesia. Todas las virtudes harán proezas, pero esta será la primera. La prudencia, el conocimiento, la paciencia y el coraje le seguirán en sus lugares respectivos, pero el celo debe ir a la cabeza. No es la amplitud de tus conocimientos (aunque estos sean útiles), ni tampoco el número de tus talentos (aunque no haya que despreciar los mismo), sino tu celo el que hará grandes hazañas. Este celo es el fruto del Espíritu y obtiene su fuerza vital de las continuas operaciones del Espíritu Santo en el alma. Si nuestra vida interior decae, si nuestro corazón late con lentitud delante de Dios, es que no conoceremos el celo. No obstante, cuando en nuestro interior todo es fuerte y vigoroso, no podremos por menos de sentir una grata ansiedad de ver llegar el Reino de Cristo y de que su voluntad se haga en la tierra como en el Cielo. Un profundo sentimiento de gratitud alimentará el celo cristiano. Mirando al «hueco de la cantera de donde [fuimos] cortados» (Is. 51:1), encontramos muchas razones para gastar y gastarnos por Dios. El celo también se estimula pensando en el futuro eterno: el celo mira con ojos llorosos a las llamas del Infierno y no puede descansar; luego dirige la vista hacia arriba, con angustiosa mirada, a las glorias del Cielo y no puede sino mostrarse activo. Se da cuenta de que el tiempo es corto comparado con la obra que ha de hacerse y, por consiguiente, consagra todo lo que tiene a la causa del Señor. Y el celo se ve siempre alentado por el recuerdo del ejemplo de Cristo. Él se vistió de celo como de un manto. ¡Cuán rápidas las ruedas del carro del deber giraron con él! Él no malgastó el tiempo en el camino. Demostremos que somos sus discípulos manifestando ese mismo espíritu de celo.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 167). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Recordad hoy que fuisteis vosotros, y no vuestros hijos, los que visteis y experimentasteis la disciplina del Señor vuestro Dios

7 JUNIO

Deuteronomio 11 | Salmos 95–96 | Isaías 39 | Apocalipsis 9

Mis padres eran más bien pobres – no era la pobreza que uno encuentra en los barrios más pobres del mundo, pero pobres con respecto a criterios americanos. Mi padre era pastor. Antes de que yo naciera, hacia el final del período de la Gran Depresión, mi padre llevó una furgoneta con comida que se había recogido durante la fiesta de navidad para entregar a los pobres, y luego volvió al piso en el que vivían alquilados, donde la cena de navidad consistió en una lata de judías blancas. Mis padres dieron gracias a Dios por ello – y, al mismo tiempo que lo hacían, en algunas ocasiones fueron invitados a cenar fuera. Puedo recordar como a menudo durante mi infancia en nuestra familia orábamos para que Dios cubriera nuestras necesidades -por ejemplo enormes facturas médicas cuando no nos podíamos permitir ningún seguro médico- y siempre lo hacía. Cuando me marché de casa para iniciar mis estudios universitarios, mis padres hicieron lo imposible para ayudarme económicamente; Un año me enviaron diez dólares. Para ellos era mucho dinero; por mi parte, desde el punto de vista económico dependía de mí, y trabajé mientras estudiaba. Muchas veces subsistí dos o tres días sin comer, bebiendo mucha agua para impedir que mi estómago gruñese, pedía al Señor que cubriese mis necesidades, temeroso ante la posibilidad de tener que abandonar mis estudios. Dios siempre me las cubría, a menudo de maneras sencillas, a veces de maneras más asombrosas.

Hoy miro a mis hijos, y reconozco que aunque afrontan nuevas tentaciones y pruebas, hasta ahora nunca han tenido que sufrir nada que se parezca a la privación. (¡El no recibir todo lo que les plazca no cuenta!) Luego leo Deuteronomio 11, donde Moisés hace una distinción generacional: “Recordad hoy que fuisteis vosotros, y no vuestros hijos, los que visteis y experimentasteis la disciplina del Señor vuestro Dios. Vosotros visteis su gran despliegue de fuerza y de poder, y los hechos y señales que realizó en Egipto contra el faraón y contra todo su país” (11:2–3; ver 11:5). No, no fueron los hijos. “Ciertamente vosotros visteis con vuestros propios ojos todas las maravillas que el Señor ha hecho” (11:7).

¿Qué es lo que Moisés infiere al insistir en esta distinción generacional? (1) Los mayores deberían ser prontos a obedecer, debido a todo aquello que han tenido la oportunidad de aprender (11:8). Heme aquí preocupado por la poca experiencia de mis hijos, y resulta que lo primero que Dios me dice es que soy yo quien no tengo excusa. (2) La generación de los mayores debe transmitir sistemáticamente a los hijos lo que han aprendido (11:19–21); otra vez más, se trata de mi responsabilidad, no de la suya. (3) Compartir de forma extensa, la provisión de Dios para con su pueblo de todas las bendiciones del pacto, las que en este texto tienen que ver con la tierra y su abundancia, depende de los dos primeros puntos.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 158). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Una fe genuina

5 Junio 2017

Una fe genuina
por Charles R. Swindoll

Génesis 22:3-8

Hebreos 11:8-19

Tuve que leer el pasaje de Génesis varias veces antes de ver la clara e implícita declaración de fe de Abraham. Sus palabras y su proceder son tan sencillos, tan desapasionados, que es fácil no ver el dramatismo de esta escena. Si yo fuera a sacrificar a mi hijo, en quien estaban personificadas todas las promesas que Dios tenía para mí, me habría dominado la emoción: “No entiendo por qué Dios me está haciendo esto, pero haré lo que Él dice. Por eso, voy a subir a esa montaña a sacrificar a mi hijo en ese altar, y luego regresare a mi casa para llorar esta pérdida por el resto de mi vida”.

Según el libro de Hebreos, Abraham conocía tres realidades importantes. Primera, que Isaac habría de ser el vehículo de las promesas de Dios; por consiguiente, tenía que vivir. Segunda, que Dios siempre cumple sus promesas. Tercera, que el poder de Dios es absoluto, aun sobre el poder de la muerte. Por tanto, la única conclusión lógica que quedaba era que, de alguna manera, contra toda razón natural, después de matar a Isaac y dejar que el fuego lo consumiera por completo, Dios restauraría milagrosamente la vida de Isaac, el muchacho a quien tanto amaba.

Abraham, obviamente, no le dijo a Isaac lo que Él sabía que iba a suceder en la montaña. No podemos estar seguros de por qué se reservó esa información. Talvez fue para evitarle a su hijo un temor innecesario. No lo sabemos. Pero sí sé que cuando Dios hace una obra de transformación en usted que involucra una prueba, Él no está probando a otras personas, lo está probando a usted. Dado que esta experiencia está hecha para usted, no es un requisito necesario o incluso apropiado el que usted comparta la historia con alguien más; o, en realidad, con nadie. A veces, cuando uno se guarda las cosas para uno mismo… completamente, eso le da fortaleza.

Isaac finalmente hizo la pregunta lógica. Tenían un cuchillo, madera y fuego para el sacrificio, pero “¿dónde está el holocausto?”  Me encanta la respuesta de Abraham: “Dios mismo proveerá”. El hebreo utiliza un modismo que suena como algo que diría un padre hoy: “El Señor se ocupará de eso, hijo mío”.  ¿Puede oír su tono sereno y confiado? “Dios mismo se lo proveerá. Eso le toca a Él. Nosotros estamos haciendo Su voluntad. A Él le corresponde ocuparse de los detalles. Nuestra responsabilidad es confiar en Él. Este es un riesgo que compartiremos juntos.”

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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Vivimos por fe

JUNIO, 07

Vivimos por fe

Devocional por John Piper

…la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)

La fe está en perfecta armonía con la gracia venidera de Dios: se corresponde con la libertad y la plena suficiencia de la gracia, y dirige nuestra atención a la gloriosa fiabilidad de Dios.

Una de las implicaciones importantes de esta inferencia es que la fe que justifica y la fe que santifica no son dos clases de fe distintas. Santificar simplemente quiere decir hacer santo o transformar en semejanza a Cristo. Todo esto es por gracia.

Por lo tanto, también debe ser por fe, porque la fe es la acción del alma que se conecta con la gracia, y la recibe, y la canaliza para convertirla en poder para obedecer, y la protege para que no quede anulada a causa de la jactancia humana.

Pablo hace explícita esta relación entre la fe y la santificación en Gálatas 2:20 («vivo por fe»). La santificación es por el Espíritu y por la fe; dicho en otras palabras, es por gracia y por fe. El Espíritu es el «Espíritu de gracia» (Hebreos 10:29). El hecho de que Dios nos haga santos es obra de su Espíritu, pero el Espíritu obra mediante la fe en el evangelio.

La simple razón por la que la fe que justifica es también la fe que santifica es que tanto la justificación como la santificación son la obra de la gracia soberana. No son el mismo tipo de obra, pero ambas son la obra de la gracia. La santificación y la justificación son «gracia sobre gracia».

La fe es la consecuencia natural de la libertad de la gracia. Si tanto la justificación como la santificación son la obra de la gracia, es lógico que ambas sean por fe.

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Hay muchas maneras de esconderse

No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia (la de Dios); antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.

Hebreos 4:13

Hay muchas maneras de esconderse

En Génesis, primer libro de la Biblia, vemos que Adán y Eva desobedecieron a Dios. No tuvieron en cuenta la orden de Dios y siguieron su propio deseo. Luego tomaron conciencia de su desvío y de su desnudez, es decir, de su estado pecaminoso, y trataron de esconderse fabricándose ropa con hojas. Se camuflaron entre los árboles del huerto para escapar a la voz y a la mirada de Dios.

¡Camuflarse! A través de este pasaje la Biblia nos muestra esta profunda tendencia del hombre frente a Dios. Esto puede tomar diferentes formas. ¡Cuántas personas tratan de aturdirse! La búsqueda de un éxito profesional, social y de los bienes materiales son ejemplos de distracciones que el hombre usa para huir de Dios. Algunas formas de pensamiento, como el ateísmo o el gnosticismo, son vestidos construidos por la inteligencia humana para no reconocer nuestro verdadero estado ante Dios. Incluso la religión, con sus ritos y tradiciones, puede ser una máscara que esconde la ausencia de una verdadera relación con Dios.

Sin embargo, el versículo de hoy es inapelable. ¡Es imposible huir de la mirada del Dios verdadero! ¡Es imposible esconderle algo, por pequeño que sea; es imposible engañarlo con nuestras argucias! ¡Es imposible camuflarse, es decir, disimular nuestro estado malo bajo una buena apariencia!

Entonces, en vez de escondernos, ¡reconozcamos nuestro estado pecaminoso! Aceptemos la salvación que Dios nos ofrece. Aceptemos que nuestros pensamientos, acciones y palabras sean sondeados e iluminados por su luz divina.

2 Reyes 8 – Romanos 13 – Salmo 68:21-27 – Proverbios 16:29-30

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