Una nueva actitud

Una nueva actitud

6/10/2017

Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

(Efesios 4:24)

Cuando usted se entregó a Cristo, reconoció que era pecador y decidió abandonar su pecado y las cosas malvadas de este mundo. Pero Satanás hará brillar al mundo y su pecado delante de usted para tentarlo a que regrese a él. Pablo nos advierte que no volvamos al mundo, sino que más bien nos vistamos de la justicia y santidad de la verdad.

Eso no es algo que se hace una sola vez; es algo que se hace cada día. Una manera de hacerlo se describe en 2 Timoteo 3:16, que dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”.

Si quiere vivir rectamente, lea la Palabra de Dios. Lo ayudará a enfrentarse a los vestigios del mundo todavía presentes en su vida.

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Ellas dan testimonio de mí

10 de junio

«Ellas dan testimonio de mí».

Juan 5:39

Jesucristo es el Alfa y la Omega de la Biblia, el tema constante de sus sagradas páginas. Desde la primera hasta la última página, la Biblia testifica de él. En la creación, enseguida lo percibimos como parte de la sagrada Trinidad. Tenemos una vislumbre de él en la promesa de la simiente de la mujer. Lo vemos representado en el arca de Noé. Andamos con Abraham y percibimos, como él, el día del Mesías. Moramos en las tiendas de Isaac y de Jacob, mientras ellos se alimentan de las agradables promesas. Oímos al venerable Israel hablando de Siloh; y en los numerosos tipos de la ley, vemos al Redentor claramente anunciado. Profetas y reyes, sacerdotes y predicadores, todos tienen la mirada puesta en un punto: todos ellos, como los querubines sobre el arca, desean mirar adentro y leer el misterio de la gran propiciación de Dios. No obstante, es en el Nuevo Testamento donde hallamos claramente a nuestro Señor como el único tema que todo lo llena. Este tema no es un raro lingote o un polvo de oro escasamente esparcido, sino un sólido suelo áureo sobre el cual estás en pie; pues la entera sustancia del Nuevo Testamento es Jesús crucificado, y aun sus últimas palabras se encuentran adornadas con el nombre del Redentor. Quisiéramos leer siempre las Sagradas Escrituras bajo esta luz. Desearíamos considerar la Palabra como un espejo en el cual Cristo se mira desde el Cielo y en el que, mirando nosotros también, vemos su rostro reflejado: oscuramente (es cierto) pero, sin embargo, de tal forma que supone una bendita preparación para contemplarlo cuando lo veamos cara a cara. La Biblia contiene las cartas de Jesucristo para nosotros, perfumadas con su amor. Esas páginas son vestiduras de nuestro Rey y exhalan fragancia de mirra, áloes y casia. La Biblia es la carroza real en que viaja Jesús, y cuyo interior está «recamado de amor por las hijas de Jerusalén» (Cnt. 3:10). Las Escrituras son los pañales del santo niño Jesús; despliégalos y halla en ellos a tu Salvador. La quintaesencia de la Palabra de Dios es Cristo.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 170). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

 

Sobrecogedores

10 JUNIO

Deuteronomio 15 | Salmos 102 | Isaías 42 | Apocalipsis 12

Uno de los rasgos más sobrecogedores de los muchos pasajes del libro de Deuteronomio, en los que se describen cómo la vida debería ser después de la entrada del pueblo en la Tierra Prometida, es la tensión que hay, entre lo que se presenta como ideal, y lo que ocurrirá en la práctica.

De modo que, por un lado, se le dice al pueblo que “Entre vosotros no deberá haber pobres, porque el Señor tu Dios te colmará de bendiciones en la tierra que él mismo te da para que la poseas como herencia. Y así será, siempre y cuando obedezcas al Señor tu Dios y cumplas fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno” (Deuteronomio 15:4–5). Por otro lado, el mismo capítulo reconoce con franqueza: “Gente pobre en esta tierra, siempre la habrá; por eso te ordeno que seas generoso con tus hermanos hebreos y con los pobres y necesitados de tu tierra” (15:11).

El primero de los dos pasajes, el que dice que no debe haber pobres, está fundamentado en dos cosas: la asombrosa abundancia de la tierra (señal de la bendición del pacto), y las leyes civiles que Dios quiere que se establezcan a fin de evitar cualquier manifestación de la temida “trampa de pobreza”. Estas últimas incluyen la cancelación de todas las deudas cada siete años – una propuesta que resulta chocante a nuestros oídos (15:1–11). Incluso hay una advertencia acerca del “pensamiento malévolo” de planificar mezquinamente ante el inminente cumplimiento del período de siete años (15:8–10).

Hasta qué punto se llegó a poner en práctica estos estatutos ambiciosos no está del todo claro. Hay poca evidencia de que se convirtieran en ley pública en la Tierra de Promesa. Por lo tanto, el segundo pasaje, según el cual “siempre habrá pobres en la tierra” resulta inevitable. Refleja la triste realidad que no hay ningún sistema político que pueda garantizar la abolición de la pobreza, pues siempre estará en manos de seres humanos, y los seres humanos son avariciosos, y siendo así, no cesarán de manipular y finalmente pervertir el sistema para el interés propio. Esto no significa que todos los sistemas sean igualmente malos; es evidente que esto no es cierto. Tampoco significa que los legisladores no deban trabajar con resolución para corregir los errores del sistema y cerrar las lagunas que permitan la corrupción. Pero lo que sí significa es que la Biblia es brutalmente realista en lo que se refiere a la imposibilidad de cualquier utopía, sea económica o de cualquier tipo, en este mundo caído. Además, los mismos israelitas llegarían en ocasiones a ser tan corruptos, tanto en lo económico como en los demás ámbitos, que Dios dejaría de bendecir la tierra; por ejemplo, la lluvia quedaría retenida (como en tiempos de Elías). Y luego la tierra dejaría de ser capaz de sostener a todos sus habitantes.

Por tanto la insistencia que siempre habría pobres en la tierra (una afirmación que Jesús mismo recogió en Mateo 26:11) no es ningún fatalismo solapado, sino un llamamiento a una generosidad de manos abiertas.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 161). Barcelona: Publicaciones Andamio.

La voz de Dios

10 Junio 2017

La voz de Dios
por Charles R. Swindoll

1 Samuel 2:1—3:18

Probablemente, Elí y Samuel estaban haciendo su turno, es decir durmiendo en el tabernáculo, para mantener encendida la lámpara. Dormían en pequeñas habitaciones cerca de este lugar especial de la presencia de Dios. Fue entonces que Samuel escuchó una voz que pronunciaba su nombre. Se sentó en su pequeño camastro, y respondió: “¿Sí?,” pero nadie respondió.

Uno no puede saber por la Biblia si la voz de Dios es audible, o si se “escucha” por otros medios. Cuando Saulo (llamado después Pablo) estaba en el camino a Damasco, escuchó la voz de Jesús resucitado que le hablaba en una visión, y el sonido pudo ser percibido por sus acompañantes. Fue algo audible.

En Génesis 6, Dios le habló a Noé para darle instrucciones específicas. Podemos suponer que la voz fue audible, es decir, escuchó las palabras con sus oídos, pero el Señor pudo haberle “hablado” a su mente. No podemos estar seguros de eso. La voz de Dios a Daniel le sonó como un trueno, pero siglos antes le habló a Elías con un “sonido apacible y delicado.” En el caso de Samuel, Dios le habló de una manera que oyó literalmente su voz. Le habló con la voz normal de un hebreo, por lo que el niño pensó que era Elí quien lo llamaba desde la otra habitación.

Elí probablemente pensó que Samuel había estado soñando, y lo envió de vuelta a la cama.

Y el SEÑOR volvió a llamar:
—¡Samuel!
Samuel se levantó, fue a Elí y dijo:
—Heme aquí. ¿Para qué me has llamado?
Elí respondió:
—Hijo mío, yo no te he llamado. Vuelve a acostarte.
Samuel todavía no conocía al SEÑOR, ni la palabra del SEÑOR le había sido aún revelada (1 Samuel 3:6, 7).

La última oración es el comentario clarificador del cronista para el lector, quien ya sabía que Samuel era un poderoso profeta de Dios. Es la forma que tiene el autor de la narración para decir que esto sucedió antes de que el Señor iniciara una relación personal con el muchacho. Recuerde esto, ya que será parte importante de la historia, a medida que se desarrolle. A propósito, en el Antiguo Testamento, el tener una relación personal con el Señor de la manera como aparece en el Nuevo Testamento y la presencia interior del Espíritu Santo era un privilegio raro y realmente grande. ¡Pienso que nosotros tomamos hoy en día este privilegio de manera muy liviana!

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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Cuando la razón sirve a la rebelión

JUNIO, 10

Cuando la razón sirve a la rebelión

Devocional por John Piper

El perezoso dice: Hay un león afuera; seré muerto en las calles. (Proverbios 22:13)

Eso no es lo que esperaba que dijera el proverbio. Esperaba que dijera: «El cobarde dice: Hay un león afuera; seré muerto en las calles». Pero dice perezoso, no cobarde. Así que la emoción determinante aquí es la pereza, no el miedo.

Pero ¿cuál es la relación entre la pereza y el peligro de que hay un león en las calles? No solemos decir: «Este hombre es demasiado perezoso para ir a hacer su trabajo porque hay un león afuera».

El punto es que el perezoso inventa situaciones imaginarias para justificar el hecho de que no esté haciendo su trabajo y por eso, en lugar de enfocarse en el vicio de su pereza, dirige la atención al peligro de los leones. Nadie aprobaría que se quedara en su casa todo el día solo porque es perezoso.

Una verdad bíblica profunda que necesitamos conocer es que nuestro corazón hace uso de la mente para justificar lo que el corazón quiere. Es decir, nuestros más profundos deseos preceden al funcionamiento racional de nuestra mente, e inclinan la mente a percibir y pensar de modo tal que nuestros deseos parezcan correctos.

Eso es lo que el perezoso está haciendo. Tiene un profundo deseo de quedarse en su casa y no trabajar, pero no tiene una buena razón para quedarse en casa. ¿Qué hace entonces? ¿Se sobrepone al deseo incorrecto? No, más bien hace uso de su mente para inventar circunstancias irreales que justifiquen su deseo.

Hacer el mal que amamos nos hace enemigos de la luz de la verdad. En esta condición la mente se convierte en una fábrica de verdades a medias, estratagemas, sofismas, evasiones y mentiras —todo lo que le permita resguardar los malos deseos del corazón con tal de no ponerlos al descubierto y destruirlos—.

Tengámoslo en cuenta y seamos sabios.

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Un suicidio que no se produjo

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

Mateo 11:28

El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Gálatas 2:20

Un suicidio que no se produjo

Cierto actor americano era conocido por ser un alcohólico empedernido. En varias ocasiones había tratado de liberarse de esas cadenas, pero cada vez había recaído, por lo tanto había llegado a la conclusión de que era imposible salir de esa situación. Desesperado y consciente de la tristeza que había ocasionado a los suyos, sobre todo a su mujer y a sus dos hijas, una noche decidió suicidarse. Pero antes de apretar el gatillo pensó en Dios y se dijo que primero tenía que hablar con él. ¡Fue un largo llamado de socorro! Dios intervino, detuvo su intención y le dio la fuerza para dejar de beber. Descubrió el poder liberador de Jesucristo y la nueva vida que ofrece.

¡Cuántas circunstancias trágicas y dolorosas pueden hacer que alguien caiga en el pozo de la desesperación! La lista es larga: accidentes, catástrofes, enfermedades, muertes, decepciones, remordimientos… Los sufrimientos físicos, morales, o sencillamente el miedo al futuro pueden arrebatarnos las ganas de vivir. Pero Dios, que ama a todos los hombres, puede dar un sentido a nuestra existencia. Todos necesitamos el amor de Dios para ser felices. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). La vida que nos propone no está exenta de dificultades, pero Jesús nos acompaña, y su presencia nos da la serenidad y la felicidad.

“A ti clamaré, oh Señor. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro” (Salmo 28:1).

2 Reyes 11 – Romanos 15:14-33 – Salmo 69:9-18 – Proverbios 17:1-2

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