El justo enojo

El justo enojo

6/13/2017

Airaos, pero no pequéis. (Efesios 4:26)

Pudiera sorprenderse de que hay tal cosa como el justo enojo, es decir, enojarse por lo que aflige a Dios y estorba sus principios. Pero no debemos enojarnos tanto que cometamos pecado.

No se enoje por sus propios principios. No se enoje cuando alguien lo ofenda. Y no permita que su enojo degenere en resentimiento, amargura o malhumor. Eso está prohibido. El único enojo justificable defiende el grande, glorioso y santo carácter de nuestro Dios.

El enojo egoísta, apasionado, indisciplinado y sin dominio es pecaminoso, inútil y dañino. Debe desterrarse de la vida cristiana. Pero el enojo disciplinado que busca la justicia de Dios es puro, desinteresado y dinámico. Debemos enojarnos por el pecado en el mundo y en la iglesia. Pero no podemos dejar que el enojo se convierta en pecado.

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Papel de mediador

13 JUNIO

Deuteronomio 18 | Salmos 105 | Isaías 45 | Apocalipsis 15

La profecía acerca de la venida de un profeta semejante a Moisés (Deuteronomio 18:15–18) debe interpretarse dentro de su propio contexto. Cuatro observaciones servirán para arrojar luz sobre este pasaje.

En primer lugar, los versículos anteriores (18:9–13) condenan las prácticas religiosas de las naciones a las cuales los israelitas tenían que desplazar, especialmente aquellos rituales que se utilizaban como medio de guía y dirección: la adivinación, la hechicería, la interpretación de las señales, la brujería, la encantación, el espiritismo y la necromancia. Tales prácticas “detestables” (18:12) constituyen parte de la razón por la fueron expulsadas estas naciones – una lección que muchos occidentales aún no han aprendido, y siguen jugando con fuego. Estas prácticas implícitamente niegan la soberanía de Dios, y contribuyen a que la gente confíe para su seguridad y bienestar en necedades supersticiosas o en poderes demoníacos. En el versículo 14, que sirve de transición, Moisés contrasta a los israelitas con las demás naciones: “pero a ti el Señor tu Dios no te ha permitido hacer nada de eso”. Todo lo contrario, de la misma manera que Dios había revelado su palabra a través del profeta Moisés, después de la muerte de este, Dios levantará a otro profeta semejante a Moisés: “El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás” (18:15). El pueblo de Dios se debe guiar por la palabra de Dios transmitida con fidelidad por los profetas, no por ninguna superstición religiosa.

En segundo lugar, trata la cuestión de quién es un verdadero profeta (18:20–22), un tema del cual Moisés ya había hablado (Deuteronomio 13, ver la meditación del 9 de junio), pero que aquí vuelve a resurgir. Pues si el pueblo va a conocer la Palabra de Dios a través de los profetas de Dios, es importante reiterar algunos de los criterios mediante los cuales es posible distinguir entre los profetas verdaderos y los falsos.

En tercer lugar, Moisés recuerda a los israelitas que el papel del profeta es esencialmente el de un mediador (18:16–17). Por supuesto, esto es verdad en un sentido muy obvio: los profetas genuinos revelan palabras procedentes de Dios que de otra manera quedarían sin conocer, y de esta manera mediaba entre Dios y el pueblo. Pero Moisés habla de algo más profundo. Cuando Dios se dio a conocer en Sinaí, el pueblo estaba tan aterrado que sabían que no podrían atreverse a acercarse a este Dios santo: serían destruidos (Éxodo 20:18–19). El pueblo quería que Moisés fuese el mediador de la revelación de Dios. Dios aprueba esta decisión, este temor saludable a Dios (Deuteronomio 18:17). Del mismo modo, Dios levantará a otro profeta que también desempeñará este papel de mediador.

En cuarto lugar, en cierto sentido esta promesa se cumplía en cada profeta genuino que Dios envió. Pero el lenguaje de esta promesa es tan generoso que es difícil no darse cuenta de que este pasaje alude a un profeta muy especial: no sólo expondrá todo lo que Dios le manda que exponga, sino que si alguien no escucha las palabras proclamadas en el nombre de Dios, Dios le pedirá explicaciones. Meditemos no sólo en Hechos 3:22–23, sino también en Juan 5:16–30.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 164). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Dios mío, no te alejes de mí

13 de junio

«Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí».

Proverbios 30:8

«Dios mío, no te alejes de mí».

Salmo 38:21

Aquí tenemos dos grandes lecciones: 1) qué cosas hay que desaprobar; y 2) qué cosas hay que suplicar. El estado más feliz del cristiano es el de una profunda santidad. Así como sentimos más calor cuanto más cerca estamos del sol, también gozamos de mayor felicidad en la medida que nos acercamos a Cristo. Ningún cristiano se siente satisfecho cuando sus ojos están puestos en la vanidad: no halla placer en otra cosa sino en que su alma se sienta vivificada en los senderos del Señor. El mundo puede conseguir felicidad en otra parte, pero no él. Yo no condeno a los impíos porque se hundan en los placeres. ¿Por qué debo hacerlo? Dejemos que tengan su satisfacción, pues eso es todo lo que ellos pueden gozar. Una esposa convertida, que había perdido toda esperanza respecto a su marido, se mostraba siempre muy afectuosa con él, pues decía: «Temo que este sea el único mundo en el cual él será feliz y, por tanto, he resuelto hacerlo tan feliz como pueda». Los cristianos han de buscar su placer en una esfera más alta que aquella de las frivolidades insípidas o los pecaminosos deleites del mundo. Las ocupaciones vanas son peligrosas para las almas renovadas. Hemos oído de un filósofo que, mientras estaba mirando a las estrellas, cayó en un pozo; pero ¡cuán profundamente caen aquellos que miran abajo! Su caída es fatal. Ningún cristiano está seguro si su alma es indolente y su Dios se encuentra lejos de él. Satanás no ataca, por lo regular, al cristiano que vive cerca de Dios. Cuando el cristiano se aparta de su Dios, está espiritualmente famélico y se esfuerza por alimentarse de vanidades, entonces el diablo encuentra su oportunidad. Ese cristiano puede hallarse algunas veces en la misma situación en que están los hijos de Dios que son activos en el servicio de su Maestro; pero eso, generalmente, dura poco. El que resbala mientras desciende al valle de la Humillación, cada vez que da un paso en falso, propicia que Apolión lo ataque. Necesitamos gracia para andar humildemente con nuestro Dios.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 173). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Familias que se desintegran

13 Junio 2017

Familias que se desintegran
por Charles R. Swindoll

1 Samuel 3:1-18

La tentación de cualquier hijo del que está dedicado al ministerio cristiano es ver al trabajo del ministerio como un trabajo más, como cualquier otra ocupación religiosa. Derribar esa muralla de “religión pública” debe ser la gran responsabilidad del padre-ministro, si quiere que sus hijos entiendan que no se trata de una profesión más o de una actividad de entretenimiento donde la madre o el padre hacen una representación.

La palabra clave es autenticidad. No perfección, por supuesto, ya que nadie hace siempre bien todas las cosas. Es ser auténticos. Reconozca sus errores, hágase responsable totalmente de ellos, pida perdón, sea rápido en darlo, dé a sus hijos suficiente espacio para cometer errores, y permítales que vean su vida entre bastidores, con amor, cordialidad y humor. Todo esto toma tiempo y esfuerzos, y le costará productividad en el trabajo. Pero considérelo una inversión invalorable.., y permanente.

Las familias que se desintegran son las que tienen padres que se niegan a enfrentar la gravedad de las acciones de sus hijos. Elí sabía lo terribles que se habían vuelto sus hijos, ¡pero no hizo nada! He visto a padres que se niegan a ver la realidad y que no reconocen que sus hijos tienen serios problemas con la droga, la pornografía, la promiscuidad sexual o con el robo, conductas que la mayor parte de las personas normales considerarían una señal de advertencia. Pero actúan como si la crisis se resolverá por sí sola, con un poco de paciencia; eso es falso.

Si usted tiene hijos pequeños, tiene unos hijos que son impresionables. Este es el momento para que usted haga la inversión más importante en ellos. Si espera hasta que sean tan altos como ustedes, ya habrá permitido que se siembren las semillas de su autodestrucción.

Si sus hijos son casi adultos, acepte la responsabilidad que usted tiene por sus malas decisiones, y después haga lo que sea necesario para salvarlos. Por haber esperado usted tanto tiempo, hay pocas opciones que no tengan consecuencias graves a corto plazo. Por lo tanto, piense en las de largo plazo, y haga lo que tiene que hacer. Nunca es demasiado tarde para comenzar a hacer lo correcto.

Nunca es demasiado tarde para comenzar a hacer lo correcto.—Charles R. Swindoll

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2010 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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¿Quién mató a Jesús?

JUNIO, 13

¿Quién mató a Jesús?

Devocional por John Piper

El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas? (Romanos 8:32)
Hace varios años, un amigo mío que era pastor en Illinois predicó ante un grupo de presos de una cárcel estatal durante Semana Santa. En cierto punto del mensaje, hizo una pausa y preguntó a los hombres si sabían quién había matado a Jesús.

Algunos dijeron que fueron los soldados. Otros dijeron que los judíos. Otros, Pilato. Después de que hubo un silencio, mi amigo simplemente dijo: «Su Padre lo mató».

Eso es lo que dice la primera parte de Romanos 8:32: Dios no escatimó a su propio Hijo sino que lo entregó —a la muerte—. «[Jesús fue] entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios» (Hechos 2:23). Isaías 53 lo expresa de un modo aún más claro: «Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios… Pero quiso el Señor quebrantarle, sometiéndole [¡su Padre!] a padecimiento» (Isaías 53:4, 10).

O como dice Romanos 3:25: «Dios [lo] exhibió públicamente como propiciación por su sangre». Así como Abraham levantó el cuchillo sobre el pecho de su hijo Isaac, aunque luego lo libró al encontrar un carnero en el matorral, así Dios Padre levantó el cuchillo sobre el pecho de su propio Hijo, Jesús, pero no lo libró, porque él era el Cordero —él era el sustituto—.

Dios no escatimó a su propio Hijo porque esa era la única forma de librarnos a nosotros. La culpa por nuestras transgresiones, el castigo por nuestras iniquidades, la maldición por nuestro pecado, nos hubieran llevado inexorablemente a la destrucción del infierno. Pero Dios no escatimó a su propio Hijo: lo entregó para que fuera herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades y crucificado por nuestro pecado.

Este versículo es el versículo más hermoso de la Biblia para mí, porque el fundamento de la promesa de la gracia venidera de Dios, que lo abarca todo, es que el Hijo de Dios cargó en su cuerpo todo mi castigo y toda mi culpa y toda mi condena y toda mi responsabilidad y todas mis faltas y toda mi corrupción, para que yo pudiera presentarme delante de un Dios grande y santo como alguien perdonado, reconciliado, justificado, acepto y beneficiario de sus indescriptibles promesas de placer a su diestra por siempre jamás.

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¿Cómo es posible?

martes 13 junio

Como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos… Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.

Romanos 5:19-20

Os es necesario nacer de nuevo.

Juan 3:7

¿Cómo es posible?

¡Apagué la radio, estaba horrorizado! Acababa de escuchar el reportaje de un juicio, con detalles cada vez más repugnantes. Estaba indignado… pero no me sentía concernido.

Sin embargo, ¿quién es el acusado? Si vamos al origen, su padre se llama… Adán. ¿Y el mío? ¡Si vuelvo al origen… también! Tenemos el mismo padre. ¡Qué escándalo! Yo, que soy una persona honesta y de buena moral, ¿tengo el mismo ascendiente, la misma naturaleza que este infame individuo?

Sí, Adán, hombre pecador, solo pudo engendrar hombres con la misma naturaleza que él. Así como un manzano produce manzanas, un hombre pecador engendra hombres pecadores que producen… pecados. Por lo tanto, tengo la misma naturaleza que el acusado del que estaba horrorizado. Unos manzanos producen mucho fruto, otros poco, pero no dejan de ser manzanos. Y el descendiente de un hombre pecador es, inevitablemente, un hombre pecador; el pecado “mora” en él (Romanos 7:20).

¡Qué conclusión negativa e indignante!, dirá usted. ¡Pero la historia de la humanidad no ha hecho más que confirmarlo!

No obstante, si acepto la sentencia de Dios sobre la descendencia de Adán, también aprendo que Dios sacrificó a su Hijo para liberarme de esta mala naturaleza. Por la fe en Cristo nazco de nuevo. Entonces recibo su naturaleza sin pecado, y paso a ser hijo de Dios. La gracia de Dios me permite pertenecer a un nuevo maestro: Jesucristo.

2 Reyes 14 – Efesios 2 – Salmo 70 – Proverbios 17:7-8

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