15 JUNIO

Deuteronomio 20 | Salmos 107 | Isaías 47 | Apocalipsis 17
A lo largo de la historia, el término “Avivamiento” siempre se ha referido a un período de bendición extraordinaria enviada por Dios. Los Siervos de la Palabra llevaban a cabo sus ministerios: de oración, de predicación, de enseñanza, de consejería, fuese en tiempos de persecución, o en tiempos de relativa paz y crecimiento progresivo. Pero si el Señor. Todopoderoso, visitaba a su pueblo con un avivamiento, esto se ponía de manifiesto enseguida en un sentimiento extraordinario de la presencia de Dios, en un arrepentimiento profundo y en una pasión renovada por la santidad, y finalmente en la conversión inequívoca e incontrovertible de muchas personas. Podía ser algo más bien disciplinado y controlado, o podía verse mezclado con lo fraudulento o espurio.
Aunque en algunos círculos el “avivamiento” sigue teniendo este significado, en otros se refiere a una reunión o serie de reuniones en las que los predicadores hablan de la santidad personal o predican el evangelio. Se da por sentado que si el predicador tiene un don auténtico habrá fruto muy patente. En algunas partes de los EEUU, se oye decir que “tendrá lugar un avivamiento”, o “se predicará un avivamiento”. Serviría para esclarecer las cosas si en lugar de hablar así dijeran: “Vamos a celebrar una conferencia Bíblica” o “habrá una serie de predicaciones evangelísticas”.
El Salmo 107 nos retrata una serie muy diversa de escenas en las cuales hay gente que se encuentra inmersa en terribles peligros o sujeta a una opresión espantosa, en casi todos los casos como consecuencia de su propio pecado. En cada caso Dios les viene a rescatar. Los que andaban perdidos en los parajes desiertos clamaron a Dios, y él los libró de su aflicción (107:4–9). Otros habitaban afligidos y encadenados en las densas tinieblas, “por haberse rebelado contra las palabras de Dios, por menospreciar los designios del Altísimo” (107:11), y el Señor los libró (107::13–14). Otros han quedado tan mermados a causa de su propia necedad que llegan a despreciar la vida. Pero cuando en su angustia clamaron a Dios, “Envió su palabra para sanarlos, y así los rescató del sepulcro” (107:20). Otros se hallaban en peligro de muerte en alta mar, y aquí también el Señor respondió a sus clamores y los salvó (107:23–32). De hecho, este Dios humilla a los soberbios, y por amor a los necesitados y afligidos “convirtió los desiertos en manantiales de agua” (107:33–42).
Para que no haya ningún malentendido en cuanto a la verdad que el salmista nos quiere transmitir, nos lo subraya de dos maneras. En primer lugar, en la mayoría de las secciones del salmo, refiriéndose a los que han sido salvados, prescribe lo siguiente: “¡Que den gracias al Señor por su gran amor, por sus maravillas en favor de los hombres!” (107:8, 15, 21, 31). En segundo lugar, la primera afirmación del salmo nos recuerda: que Dios “es bueno; su gran amor perdura para siempre” (107:1), mientras que la última insiste: “Quien sea sabio, que considere estas cosas y entienda bien el gran amor del Señor” (107:43). Aquí y tan sólo aquí está la primera y última fuente de las bendiciones de Dios – de las cuales el avivamiento no es la menos significativa. Y el último verso va aún más lejos, autorizándonos para incluir los avivamientos entre las bendiciones de Dios.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 166). Barcelona: Publicaciones Andamio.