Palabras de edificación

Palabras de edificación

6/16/2017

La que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.

(Efesios 4:29)

Si permite que Cristo guarde sus labios, todo lo que diga ha de beneficiar a otras personas. Usted debe estimular y fortalecer espiritualmente a las demás personas. ¿Es eso lo que ocurre cuando habla con ellas? ¿Se van edificadas en Jesucristo? Madres, cuando están con sus hijos durante todo el día, ¿los edifican las palabras de usted? Padres, cuando saca a pasear a sus hijos, ¿sus conversaciones con ellos son edificantes y estimulantes?

El versículo de hoy también indica que debemos dar a los demás la “necesaria” edificación, lo que significa que nuestras palabras satisfagan la necesidad. Cuando yo era niño, cada vez que le decía a mi mamá “¿Sabes lo que hizo fulano?”, ella me respondía: “¿Es necesario saberlo?” A menudo lo que yo quería decir era interesante, pero sin duda no era necesario.

Por último, nuestras palabras deben “dar gracia a los oyentes”. ¿Bendicen sus palabras a quienes las oyen? ¿Hay gracia en lo que usted dice? Puede estar seguro de que, si permite que el Señor ponga guarda a su boca y deja que su Palabra more en usted, entonces sus palabras serán las palabras de gracia de Dios.

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¡El SEÑOR es mi luz!

16 de junio

«El SEÑOR es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El SEÑOR es la fortaleza de mi vida, ¿de quién tendré temor?».

Salmo 27:1 (LBLA)

¡El Señor es mi luz y mi salvación! He aquí un interés personal: «mi luz», «mi salvación». El alma se siente segura de ello y, por consiguiente, lo proclama resueltamente. Cuando nacemos de nuevo se derrama sobre el alma la luz divina precursora de la salvación. Donde no hay suficiente luz que revele nuestras tinieblas y nos haga ansiar al Señor Jesús, no hay prueba de salvación. Después de la conversión, nuestro Dios es nuestro gozo, consuelo, guía, maestro y, en todo sentido, nuestra luz. Él es luz dentro y alrededor de nosotros; luz reflejada por nosotros y luz que tiene que ser revelada a nosotros. Observa que no se dice meramente que Dios proporcione luz, sino que Dios es luz; ni que él dé salvación, sino que él es salvación. El que por fe se aferra a Dios tiene en su poder todas las bendiciones del pacto. Una vez sentado esto, el argumento que se desprende está expresado en forma de pregunta: «¿A quién temeré?». Una pregunta que tiene en sí misma su respuesta. No hay que temer a los poderes de las tinieblas, pues el Señor, nuestra luz, los destruye; no debemos temer a la condenación del Infierno, porque el Señor es nuestra salvación. Es este un desafío diferente del que hizo el jactancioso Goliat, pues no descansa sobre el arrogante vigor de un brazo de carne, sino en el poder real del omnipotente «YO SOY». «El Señor es la fortaleza de mi vida»: he aquí un tercer término brillante para indicar que la esperanza del autor estaba asegurada con un triple cordón que no podía romperse. Bien podemos acumular palabras de alabanza allí donde el Señor prodiga hechos de gracia. Nuestra vida deriva todo su poder de Dios; y si él se propone hacernos fuertes, todas las maquinaciones del adversario no podrán debilitarnos. «¿De quién tendré temor?». La clara pregunta mira tanto al futuro como al presente: «Si Dios es por nosotros», ¿quién puede estar contra nosotros tanto ahora como en lo porvenir?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 176). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

¡Exaltado seas, oh Dios!

16 JUNIO

Deuteronomio 21 | Salmos 108–109 | Isaías 48 | Apocalipsis 18

El Salmo 108 se distingue algo de los otros salmos. Aparte de algunos cambios menores, está compuesto de partes de otros dos salmos. El salmo 108:1–5 sigue el salmo 57:7–11; salmo 108:6–13 sigue salmo 60:5–12. No obstante, el sentimiento que despierta el conjunto es asombrosamente diferente.

Tanto en los Salmos 57 como en el 60 encontramos a David bajo una presión enorme. En el caso de aquel primero, el subtítulo que introduce el salmo sitúa a David en plena huida de Saúl, y refugiándose en una cueva; en este segundo, David y sus tropas han sufrido una derrota. En ambos casos sin embargo, el salmo acaba en canto de alabanza y confianza – y estos cantos de alabanza respectivos se encuentran para constituir el salmo 108. Aunque dicho salmo, alude a una situación angustiosa que incluye cierta experiencia de castigo infligido por Dios (108:11), el tono del salmo en su conjunto se aleja de los tintes sombríos de las primeras partes de los dos otros salmos y acaba rebosando de adoración y confianza.

Este hecho sencillo nos obliga a reconocer algo muy importante. Los dos salmos anteriores, el 57 y el 60, nos resultarán sin duda particularmente apropiados cuando nos enfrentamos a algún peligro – sea individual o colectivo – o cuando hayamos sufrido alguna derrota humillante. El presente salmo, en cambio, resonará en nuestros oídos cuando en el momento de hacer alguna pausa para recordar las múltiples bendiciones de Dios, y para traer otra vez a la mente la grandeza de su soberanía y el hecho de que es absolutamente digno de recibir nuestra adoración. Puede que sea especialmente provechoso para cuando estemos a punto de emprender una nueva iniciativa para la cual nuestra fe deba anclarse de nuevo. Esta perspectiva de una aplicación nueva y diferente ocurre porque las mismas palabras se encuentran en dos contextos diferentes. Y de esto se trata, justamente.

Aunque todas las Escrituras sean verdaderas y de crucial importancia, mereciendo el estudio, la reflexión y el pensamiento aplicado con rigor, el Señor nuestro Dios, en su sabiduría, no nos ha dado una Biblia compuesta de principios abstractos, sino un tejido de textos muy diversos, cada uno de ellos fruto de vivencias muy diferentes. Pese a la diversidad, por supuesto, sigue habiendo un hilo conductor que lo engloba todo, y una única Mente detrás de ella. El rico entramado de experiencias humanas variadas que se refleja en los diferentes libros, y pasajes, de la Biblia – particularmente en los salmos – permite que la Biblia nos hable con una fuerza y poder singulares allí donde el encaje entre la experiencia del autor humano y la nuestra sea especialmente íntimo.

Gracias a esta asombrosa riqueza, Dios merece que lo adoremos con reverencia. ¿Qué otra mente que no sea la suya, qué amplitud de comprensión, qué benevolente soberanía en la composición de los escritos, podría dar lugar a una obra tan unificada y al mismo tiempo tan profundamente diversa? Aquí también hay razones para añadir nuestro “amén” a las palabras del 108:5: “Exaltado seas, oh Dios, por encima de los cielos más altos. Que tu gloria brille sobre toda la tierra”.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 167). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Un día triste

16 Junio 2017

Un día triste
por Charles R. Swindoll

1 Samuel 10

1 Samuel 11:15

Cuando la gente dio con el nuevo rey lo celebraron. ¿Y por qué no? Era un día glorioso. Saúl era alto, fuerte, modesto y tenía el apoyo de toda su nación. Desde el punto de vista humano, era el inicio de una nueva era. Pero desde el punto de vista de Dios, fue un día triste. Su pueblo lo había rechazado a Él como rey sustituyéndolo por alguien tan impresionante como un apuesto actor de cine. A diferencia de toda esa gente alborozada, Dios sabía que este no era el comienzo de los días de gloria de Israel. Pronto comenzaría a producirse un desastre.

Casi de la noche a la mañana, Saúl rompió todos los índices de popularidad. Había demostrado que era un guerrero valiente y capaz, un competente general y un líder vigoroso. Cuando los amonitas atacaron, Saúl actuó con arrojo y firmeza, y lo hizo con honra. Esto le ganó la confianza del pueblo, y también unas excelentes palabras de apoyo de Samuel. Pero no olvide que esta historia es una tragedia. La vida de Saúl era como el perfil de los techos, y había llegado al punto más alto de este perfil.

Después de su desbordamiento de gloria, la vida de Saúl comenzó a trastornarse. Se convirtió en una víctima de sí mismo: se llenó de orgullo, impaciencia, rebeldía, celos y de intentos de asesinato. Después de varios años muy dolorosos, se convirtió en un tipo cruel, maniático y digno de lástima que finalmente se suicidaría. La iniquidad había comenzado a invadir su vida, como se vierten las aguas servidas en un botadero, muy por debajo de la superficie, bajo el manto de la noche. A esa iniquidad nadie podía verla. De hecho, por mucho tiempo nadie pudo siquiera olerla, pero lentamente contaminó las aguas de su alma.

Una de las principales cualidades que yo busco en un miembro o empleado potencial de nuestro personal es la modestia. Quiero que la persona esté segura de sus capacidades, pero también que considere su trabajo un poco amedrentador. Esto me dice si la persona tiene una perspectiva saludable del cargo que estamos tratando de llenar. ¡Que sea amedrentador! Una persona modesta estará más inclinada a confiar en el Señor para su éxito, y mucho menos propensa a fracasar. Siempre me causan recelo las personas que buscan ser el centro de atención.

Una persona modesta estará más inclinada a confiar en el Señor para su éxito.—Charles R. Swindoll

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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Sirvamos a Dios con nuestra sed

JUNIO, 16

Sirvamos a Dios con nuestra sed

Devocional por John Piper

Por eso, ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables. (2 Corintios 5:9)
¿Qué tal si descubrimos (como le ocurrió a los fariseos) que hemos dedicado toda la vida en tratar de agradar a Dios, pero todo el tiempo hemos estado haciendo lo que a los ojos de Dios era abominación? (Lucas 16:14-15)

Alguien podría decir: «No creo que eso sea posible, Dios no rechazaría a una persona que ha tratado de agradarle». ¿Se dan cuenta de lo que esta persona está preguntando? Ha basado su convicción acerca de lo que agrada a Dios en su propia idea de cómo es Dios. Precisamente por eso, debemos comenzar por el carácter de Dios.

Dios es un manantial en la montaña, no un estanque. El manantial se renueva naturalmente, se desborda y abastece a otros de continuo; mientras que a un estanque hace falta llenarlo con una bomba o cubetas de agua.

Si queremos exaltar el valor de un estanque, tendremos que trabajar arduamente para mantenerlo lleno y en funcionamiento. Por el contrario, si queremos exaltar el valor de un manantial, lo que haremos es arrodillarnos con manos y pies en el suelo y beberemos hasta que nuestro corazón quede satisfecho, y hasta conseguir el refrigerio y las fuerzas que necesitamos para descender por el valle e ir a contar a otros lo que hemos encontrado.

Mi esperanza como pecador desesperado, depende de esta verdad bíblica: que Dios es el tipo de Dios que se deleita con lo único que puedo ofrecerle —mi sed—. Es por eso que la libertad soberana de Dios y su autosuficiencia son tan preciosas para mí: son el fundamento de mi esperanza de que Dios no se deleita en la inventiva de recursos como bombas y cubetas, sino en pecadores quebrantados que se arrodillan con manos y pies en el suelo para beber de la fuente de gracia.

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Una ley ineludible

Veo otra ley en mis miembros… que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

Romanos 7:23

La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Romanos 8:2

Una ley ineludible

Si tengo en mi mano una pelota y la suelto sin darle ningún impulso, ¿qué dirección tomará? Obviamente caerá al suelo, debido a la ley de la gravedad. Pero si la lanzo hacia arriba con todas mis fuerzas, subirá, pero muy pronto caerá nuevamente al suelo. El impulso que le doy no basta para librarla de la atracción de la tierra. La ley de la gravedad es un principio físico del que nadie puede librarse.

En el ámbito moral, también existe una ley universal. El apóstol Pablo la llama “la ley del pecado que está en mis miembros”. Desde que el primer hombre pecó, esta ley esclaviza y gobierna la condición moral de la humanidad. Por sí mismo, todo descendiente de Adán peca irresistiblemente. Los llamados de su conciencia, la religión y la moral no bastan para liberarlo de esta terrible servidumbre. Lo admita o no, el hombre cede al mal sin poder resistir. Al huir de la luz de Dios, va de forma natural hacia las tinieblas; permanece bajo el dominio del pecado y se hace esclavo del diablo porque teme el juicio de Dios. Es una ley, confirmada por la experiencia desde hace miles de años.

Pero esta ley no tiene ningún efecto sobre Jesús, pues “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). El Hijo de Dios vino para libertarnos (Juan 8:36). Si creemos en él, la ley del pecado deja el paso a una nueva ley liberadora: “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Entonces el Espíritu de Dios dirige al creyente y lo empuja a hacer el bien. Dejémonos, pues, conducir por él y “andemos… por el Espíritu” (Gálatas 5:25).

2 Reyes 17:1-23 – Efesios 4:17-32 – Salmo 71:12-18 – Proverbios 17:13-14

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