Sea imitador de Dios

Sea imitador de Dios

6/21/2017

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. (Efesios 5:1)

El imitar a Dios pudiera ser fácil de analizar, pero es difícil de hacer. No puede hacerlo con su propia fuerza. Pero Jesús nos dio en el Sermón del Monte el punto de partida para imitar a Dios. Tenemos que llorar por nuestro pecado con un espíritu quebrantado y contrito. Cuando estemos abrumados por nuestro carácter pecaminoso, tendremos hambre y sed de justicia. Así que hay una paradoja: “Debemos ser como Dios, pero tenemos que reconocer que no podemos ser como Él por nuestro propio esfuerzo”.

Una vez que estemos conscientes de la paradoja, entonces sabemos que debe de haber algún otro poder para hacer posible el imitar a Dios. El apóstol Pablo pedía a Dios que nos fortaleciera “con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Ef. 3:16). El Espíritu Santo da la fortaleza para que seamos “llenos de toda la plenitud de Dios” (v. 19). Podemos ser como Dios (desde el punto de vista de su carácter), pero no podemos lograrlo por nuestra cuenta. Esa es la obra del Espíritu.

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Pero el fundamento de Dios está firme

21 de junio

«Pero el fundamento de Dios está firme».

2 Timoteo 2:19

El fundamento sobre el cual descansa nuestra fe es este: «Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2 Co. 5:19). El gran hecho en que confía la fe genuina es que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1:14), y también que «Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios» (1 P. 3:18). O, dicho en otras palabras: «[Cristo] llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 P. 2:24); «el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Is. 53:5). En una palabra: el gran pilar de la esperanza cristiana es la sustitución; el sacrificio vicario de Cristo por el pecado. Cristo fue hecho pecado por nosotros para que nosotros pudiésemos ser justicia de Dios en él. Cristo, ha ofrecido un sacrificio verdadero, expiatorio y vicario por todos aquellos que el Padre le dio, a quienes Dios reconoce por nombre y cuyo reconocimiento se basa en que confían de corazón en Jesús. Este es el hecho cardinal del evangelio. Si se quitara este fundamento, ¿qué haríamos nosotros? No obstante, el mismo permanece tan firme como el trono de Dios. Nosotros lo sabemos, y descansamos y nos regocijamos en él. Nuestro gozo es conservarlo, meditar en él y proclamarlo, mientras deseamos vernos impulsados y movidos por la gratitud a Cristo en cada acto de nuestra vida y conversación. En estos días se está atacando directamente la doctrina de la Expiación: los hombres no pueden tolerar la Sustitución; crujen los dientes ante el pensamiento de que el Cordero de Dios cargue con el pecado del hombre. Sin embargo, nosotros, ni la diluimos ni la cambiamos, ni la desmenuzamos en forma o de manera alguna. Cristo seguirá siendo un verdadero Sustituto, cargando con el pecado humano y sufriendo en lugar de los hombres. Nosotros no podemos ni nos atrevemos a abandonar esta verdad, porque ella es nuestra vida; y, a pesar de cualquier controversia, sentimos que «el fundamento de Dios está firme».

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 182). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Este es el día que hizo YAHVÉ

21 JUNIO

Deuteronomio 26 | Salmos 117–118 | Isaías 53 | Mateo 1

Cuando yo era niño había una placa en una pared de nuestra casa que rezaba: “Este es el día que hizo Yahvé, nos regocijaremos y nos alegraremos en él”. Son las palabras del Salmo 118:24.

Mi padre solía gentilmente referirnos a este texto cuando nos quejábamos por trivialidades: que si hacía un tiempo caluroso y pegajoso, por ejemplo, o que si llovía a cántaros y no podíamos salir a jugar. “Este es el día que hizo Yahvé, nos regocijaremos y nos alegraremos en él”. “¡Qué día (o lugar, o vacación, o visita a familiares) más aburrido!”, decíamos. “Este es el día que hizo Yahvé, nos regocijaremos y nos alegraremos en él”. A veces repetía algunas de las palabras con un énfasis muy particular: “Este es el día que hizo YAHVÉ, nos regocijaremos y nos alegraremos en él”.

No es que mi padre no escuchara nuestras importantes quejas; no es que las Escrituras no tengan otras cosas qué decir, pero cada generación de creyentes tiene que aprender que la queja es una afrenta a la soberanía y la bondad de Dios.

Sin embargo, el texto se debe leer, en primer lugar, dentro de su contexto. Anteriormente, el salmista ha expresado su compromiso de confiar en Dios y no en la ayuda de ningún ser humano (118:8–9), aunque se encuentre rodeado de enemigos (118:10). Ahora afirma que entre sus “enemigos” incluye los “constructores” (118:22) –personas con poder dentro de Israel. Estos constructores eran capaces de rechazar ciertas piedras a la hora de construir los muros de sus edificios– y, en este caso, la piedra que optaron por rechazar se ha convertido en la piedra del ángulo. Con casi toda seguridad, en esta primera instancia, la piedra a la que se refiere, la piedra del ángulo, es el rey Davídico, tal vez David mismo. Los hombres poderosos lo habían rechazado, pero resultó ser la piedra del ángulo. Además, este resultado no se consiguió mediante unas maquinaciones ni manipulaciones inteligentes. Nada más lejos de la verdad. “De parte de Yahvé es esto y es cosa maravillosa a nuestros ojos” (118:23). Isaías, por su parte, se refiere a gente de sus propios días cuando dice que hacen de la mentira su refugio mientras rechazan la piedra del ángulo de Dios (Isaías 28:15–16). La última instancia de este patrón se encuentra en Jesucristo, rechazado por sus propias criaturas, y no obstante escogido por Dios, la definitiva piedra del ángulo, y preciosa (Mateo 21:42; Romanos 9:32–33; Efesios 2:20; 1 Pedro 2:6–8) – una piedra cuya valor se puso plenamente de manifiesto con su resurrección de la muerte (Hechos 4:10–11)–. Ya sea en los tiempos de David o en el cumplimiento final de estas palabras en Cristo, el maravilloso triunfo de Dios nos llama a la alabanza: “Este es el día que hizo Yahvé, nos regocijaremos y nos alegraremos en él” (118:24).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 172). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Transigencia y erosión

21 Junio 2017

Transigencia y erosión
por Charles R. Swindoll

Salmo 1

El antiguo himnario de los hebreos comienza con una canción que trata con uno de los afanes más comunes de la vida: la transigencia.

Comprenda, por favor, que no me estoy refiriendo a esos momentos tan necesarios de tolerancia para vivir en armonía los unos con los otros. Sin esa clase de compromiso saludable, las naciones nunca pudiesen lograr la coexistencia pacífica y las familias se la pasarían siempre peleando.

Me refiero, más bien, a transigir los principios permitiendo que los tentáculos sutiles de la maldad nos envuelvan y nos drenen del gozo y la recompensa que la obediencia trae a nuestras vidas. Es algo que ocurre muy silenciosamente, muy sutilmente, al grado que apenas nos damos cuenta que está ocurriendo. Así como un roble enorme que por años ha estado decayéndose internamente y súbitamente cae, aquellos que permiten la erosión del afán de la transigencia terminarán colapsándose.

Hace años leí un artículo acerca de la construcción del edificio de la municipalidad que también albergaba la estación de bomberos en una pequeña comunidad al norte de Pennsylvania. Los ciudadanos se sentían muy orgullosos de su nueva estructura de ladrillos. Un sueño que se había vuelto realidad. No obstante, pocas semanas después de su inauguración, varias cosas extrañas comenzaron a ocurrir. Algunas de las puertas no se podían cerrar completamente y era difícil abrir varias ventanas. El tiempo pasó y comenzaron a aparecer algunas grietas en las paredes. En pocos meses, la puerta principal no podía cerrarse ya que los fundamentos se habían movido de su lugar inicial y por si eso fuera poco, había goteras en el techo. Aquel pequeño edificio que fuese una vez la fuente de un gran orgullo cívico, había sido clausurado. El culpable fue un proceso de extracción controversial de carbón llamado: excavación mural extendida, que se localizaba bajo la fundación. El suelo, la roca y el carbón fueron removidos en grandes cantidades así que el fundamento no tenía ningún apoyo. Debido a esta erosión causada por el ser humano, el edificio comenzó a hundirse.

Lo mismo sucede cuando transigimos principios en nuestra vida. De manera lenta y casi imperceptible, una racionalización lleva a otra, la cual crea una serie de alteraciones igualmente dañinas en una vida que antes era estable, firme y confiable. Ese parece ser el tema del salmista al componer su primera canción, y con ella nos anima a resistir hasta la tentación más ínfima que nos lleve a transigir nuestras convicciones.

El pasaje y su patrón

El primer salmo es breve, sencillo, directo y profundo. Una lectura casual de estos seis versículos nos muestra los contrastes entre dos diferentes estilos de vida: la vida justa y la vida impía. Un bosquejo sencillo pero aceptable del Salmo 1 sería:

I. La vida justa (vv. 1–3)

II. La vida impía (vv. 4-6)

En medio de los renglones de esta canción antigua se encuentra la evidencia de una vieja batalla: la transigencia, la erosión de nuestras buenas intenciones.

Afirmando el alma
Dedique unos momentos a analizar sus prioridades. La familia, el trabajo, la vocación. El empleo (no significa lo mismo que una carrera, una vocación o un llamado). La salud, las finanzas, las posesiones, los amigos, el desarrollo espiritual. Siéntase libre de ampliar esa lista. Mientras leía cada una de esas palabras, ¿su conciencia reaccionó ante alguna de ellas? ¿Mentalmente se estremeció o se avergonzó? La transigencia de nuestros principios ocurre cuando nuestro comportamiento no refleja nuestras prioridades. ¿De qué manera ha transigido? ¿Cómo puede usted volver al camino correcto?

Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright
© 2017 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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La satisfacción que derrota al pecado

JUNIO, 21

La satisfacción que derrota al pecado

Devocional por John Piper

Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. (Juan 6:35)
Lo que necesitamos ver en este pasaje es que la esencia de la fe es estar satisfecho en todo lo que Dios es para nosotros en Cristo.

Tal declaración hace énfasis en dos cosas. La primera es que la fe está centrada en Dios. No son meramente las promesas de Dios lo que nos satisface; es todo lo que Dios mismo es para nosotros. La fe abraza a Dios —no tan solo los regalos que él promete— como nuestro tesoro.

La esperanza de la fe descansa no solo en las mansiones que tendremos en la vida eterna, sino en el hecho de que Dios estará allí (Apocalipsis 21:3). Incluso ahora, lo que la fe abraza con más fervor no es tan solo la realidad de que nuestros pecados fueron perdonados (por muy preciosa que esa realidad sea), sino también la presencia del Cristo vivo en nuestro corazón y la plenitud de Dios mismo (Efesios 3:17-19).

Lo segundo en lo que se hace énfasis al definir la fe como estar satisfecho en todo lo que Dios es para nosotros es el término satisfacción. La fe es lo que sacia la sed del alma en la fuente de Dios. En Juan 6:35, vemos que creer quiere decir venir a Jesús para comer y beber el «pan de la vida» y el «agua viva» (Juan 4:10,14), que son nada más y nada menos que Jesús mismo.

He aquí el secreto del poder de la fe para quebrar la fuerza esclavizadora de las atracciones pecaminosas. Si el corazón está satisfecho en todo lo que Dios es para nosotros en Jesús, el poder del pecado para apartarnos de la sabiduría de Cristo está destruido.

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La ecología

miércoles 21 junio

La creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad… Sabemos que toda la creación gime a una.

Romanos 8:20, 22

La ecología

Esta palabra, empleada la primera vez por Ernst Haeckel en 1866, designa una ciencia que estudia las relaciones entre los seres vivos y su entorno. Cada vez la ecología fue cobrando más importancia debido a los conflictos entre los intereses económicos, por una parte, y la protección de la naturaleza, por la otra.

El desarrollo de las sociedades modernas y de sus industrias no tiene muy en cuenta los equilibrios naturales del planeta. Actualmente muchas personas son conscientes de su responsabilidad en el desarrollo de la contaminación. Reconciliarse con la naturaleza, respetar el planeta, vivir de forma más natural, son ahora las preocupaciones corrientes.

Pero la constatación del conflicto entre el hombre y su entorno nos hace pensar en un problema fundamental, cuyas consecuencias son mucho más graves: la ruptura de la relación del hombre y su Creador. ¡Es tiempo de reconciliarse con Dios! Si bien él es el Creador, también es el Dios que desea tener una relación con cada ser humano en un contexto nuevo: ¡el de una nueva creación!

Jesús, el Hijo de Dios, vino a la tierra en semejanza de hombre para mostrar a su criatura el camino de acceso al nuevo nacimiento: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Se trata de una transformación incomprensible para la mente humana, ocurre en el momento en que la persona cree en Jesús como su Salvador personal. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es (otros traducen: nueva creación); las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). En este contexto nuevo, el creyente y Dios, su Creador, pueden vivir en perfecta armonía.

2 Reyes 21 – 1 Timoteo 3 – Salmo 73:10-20 – Proverbios 17:23-24

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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