La Búsqueda de amor del mundo

La Búsqueda de amor del mundo

6/25/2017

Sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (Colosenses 3:14)

Las personas del mundo buscan mucho el amor. Se considera como la meta suprema el amar y ser amado. Se ve al amor como la forma de experimentar las emociones extremas: nunca será tan feliz ni estará tan triste como cuando está enamorado.

La música actual estimula esa búsqueda del amor. Casi toda ella tiene el mismo mensaje implícito: sea la fantasía de un amor que se busca o la desesperanza de un amor perdido. Las personas siguen persiguiendo ese sueño esquivo. Fundamentan su concepto del amor en lo que hace para ellos. Las canciones, los dramas, las películas, los libros y los programas de televisión perpetúan continuamente la fantasía; el sueño de un amor perfecto satisfecho a la perfección.

El amor del mundo es implacable, condicional y ególatra. Se centra en el deseo, el placer egoísta y la lujuria; todo lo opuesto del perfecto amor de Dios. Las personas buscan amor, pero no es el amor verdadero; es la perversión de Satanás.

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Y no halló la paloma donde sentar la planta de su pie

25 de junio

«Y no halló la paloma donde sentar la planta de su pie».

Génesis 8:9

Lector, ¿puedes hallar reposo fuera del arca que es Cristo Jesús? Entonces, ten por seguro que tu religión es vana. ¿Estás satisfecho con algo que no sea un conocimiento consciente de tu unión y participación con Cristo? Entonces, ¡ay de ti! Si profesas ser cristiano y, no obstante, hallas plena satisfacción en las ocupaciones y los placeres mundanos, tu profesión es falsa. Si tu alma puede estirarse para descansar y hallar que la cama es suficientemente larga y la colcha lo bastante ancha como para cubrirse en los dormitorios del pecado, entonces eres un hipócrita y estás lejos de tener un concepto claro de Cristo o una idea de su valor. Pero si, por el contrario, sientes que aunque te fuera posible hundirte en el pecado sin ser castigado, eso mismo sería un castigo; y que, si pudieses poseer todo el mundo y permanecer en él para siempre, sería ya una desgracia el no poder salir del mismo porque es a tu Dios —sí, a tu Dios— a quien tu alma ansía, entonces, aliéntate porque eres un hijo de Dios. A pesar de todos tus pecados e imperfecciones, recibe esto para tu aliento: Si tu alma no halla descanso en el pecado, no eres como el pecador. Si aún estás pidiendo algo mejor, recuerda que Cristo no te ha olvidado; pues tú no te has olvidado enteramente de él. El creyente no puede vivir sin su Señor. Las palabras resultan inadecuadas para expresar el concepto que tiene de él. No somos capaces de vivir sobre las arenas del desierto; necesitamos el maná que cae de lo alto. Nuestros odres de la confianza humana son incapaces de producir siquiera un poco de humedad; pero nosotros bebemos de la roca que nos sigue, y esa roca es Cristo. Cuando te alimentas de él, tu alma canta: «[Él] sacia de bien [mi] boca de modo que [me rejuvenezca] como el águila» (Sal. 103:5). Sin embargo, si no lo tienes a él, ni tu rebosante odre de vino ni tu granero repleto te pueden dar ninguna clase de satisfacción; más bien te lamentarás de ellos con las palabras de la sabiduría: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad».

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 186). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

La palabra reveladora de Dios

25 JUNIO

Deuteronomio 30 | Salmo 119:73–96 | Isaías 57 | Mateo 5

En su despliegue de las reflexiones acerca de Dios y de su revelación, el Salmo 119 es insuperable. Aquí me concentraré en los temas que aparecen en el Salmo 119:89–96:

(1) La palabra reveladora de Dios, la palabra que se ha puesto por escrito para convertirse en “Las Escrituras”, no es algo que Dios ha ido improvisando sobre la marcha, como si no supiese o no pudiese predecir cómo saldría todo. Nada más lejos de la verdad: “Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos” (119:89). Siempre estaba allí, eterna, en la mente de Dios. He aquí una de las razones por las cuales podemos confiar absolutamente en él; no hay nada que le pueda sorprender ni coger desprevenido. Como la palabra de Dios está firme en los cielos, el salmista puede añadir: “Tu fidelidad permanece para siempre” (119:90).

(2) Hay un enlace entre la palabra de la revelación, y la palabra de la creación y la providencia. Por esto, la primera parte del verso 90, “Tu fidelidad permanece para siempre;” está vinculada con lo que le precede (el final del 89) y con lo que sigue (final del verso 90). La fidelidad de Dios a través de todas las generaciones está fundada en la obra creadora y providencial de Dios: “estableciste la tierra, y quedó firme. Todo subsiste hoy, conforme a tus decretos, porque todo está a tu servicio” (119:90–91). La misma mente omnisciente, ordenante y reflexiva permanece detrás tanto de la Creación como de la revelación.

(3) Lejos de ser opresora y restrictiva, la instrucción de Dios es libertadora y esclarecedora: “He visto que aun la perfección tiene sus límites; ¡Sólo tus mandamientos son infinitos!” (119:96). Toda empresa humana, terrenal, se enfrenta con límites. Están limitados los recursos, el tiempo y la cantidad de vida que podemos dedicar a estas empresas; incluso el proyecto más sublime que se pueda imaginar puede recibir una entrega limitada de nuestra parte. Los límites se convierten en barreras frustrantes. Más de un comentarista ha observado que este verso constituye un resumen de dos líneas del libro de Eclesiastés, en el cual cada actividad que se desarrolla “bajo el sol” corre su curso y llega a su fin, o demuestra ser insatisfactoria y fugaz. En nuestra experiencia sólo hay una excepción: “sólo tus mandamientos son infinitos” (119:96).

Aquí encontramos más que una simple repetición de la conocida paradoja: la esclavitud a Dios es la perfecta libertad. Para empezar, hay que definir la libertad. Si nuestros pasos se dirigen según la Palabra de Dios, hay libertad del pecado (ver 119:133); la observación de los preceptos de Dios está vinculada con el “caminar en libertad” (119:45). Además, “reflexionar en” y “conformarse con” las palabras de Dios genera no una estrechez de miras pedante, sino una amplitud de espíritu que se extiende hacia aquello que sólo la mente de Dios puede alcanzar: “tus mandamientos son infinitos”.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 176). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Un verdadero Hombre

HeartCry Missionary Society

Paul Washer

Un verdadero Hombre

https://youtu.be/kSdPCRxXF_k

 

 

Paul David Washer Nacido en Estados Unidos en 1961 es un misionero, pastor, evangelista, escritor, abogado, fundador y director de la Sociedad Misionera Heartcry que apoya el trabajo misionero con los nativos sudamericanos, también es predicador itinerante de la Convención Bautista del Sur.1 Aparte de sus viajes y predicas, Paul es profesor invitado en varios seminarios, en particular en el Seminario de Master (The Master’s Seminary)

 

Una trampa mortal llamada codicia

JUNIO, 25

Una trampa mortal llamada codicia

Devocional por John Piper

Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. (1 Timoteo 6:9)
La codicia puede destruir el alma en el infierno.

La razón por la que estoy seguro que esta destrucción no es ningún fiasco financiero temporal, sino la destrucción final en el infierno, es lo que Pablo dice en el versículo 12: debemos resistir contra la codicia en la batalla de la fe. Luego añade: «Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, y de la que hiciste buena profesión». Lo que está en juego al huir de la codicia y luchar por contentamiento en la gracia venidera, es la vida eterna.

Por lo tanto, cuando Pablo dice en 1 Timoteo 6:9 que el deseo de enriquecerse hunde a las personas hasta la ruina, no está queriendo decir que la avaricia puede destruir su matrimonio o su negocio (¡que es algo que seguramente pueda hacer!). Lo que está queriendo decir es que la codicia puede arruinar su eternidad. O como dice el versículo 10 hacia el final: «el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores» (literalmente, «se atravesaron a ellos mismos con muchos dolores»).

Dios ha ido una milla extra en la Biblia para advertirnos, en su misericordia, que idolatrar la codicia nos lleva inevitablemente a perder. Es un callejón sin salida, en el peor sentido de la frase. Es un truco y una trampa.

Por eso, mi consejo es 1 Timoteo 6:11: «huye de estas cosas». Cuando la veamos venir (en una publicidad televisiva, en un catálogo, en Internet o en lo que compra el vecino), huyamos del mismo modo que huiríamos de un león rugiente y hambriento que acaba de escapar del zoológico.

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El huerto de los Olivos

Saliendo (Jesús), se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar… puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Lucas 22:39-42

El huerto de los Olivos

Jesús instituyó la Cena estando en Jerusalén. Después de su ascensión al cielo, ese pan y esa copa deben perpetuar entre los suyos reunidos para rendirle el culto de adoración, el recuerdo de su persona y de su muerte.

Después de esa cena Jesús, acompañado por los doce discípulos, tomó el camino que lo llevaba al huerto de los Olivos. Sabiendo que iba a morir en la cruz, Jesús se postró en tierra… Su alma estaba “muy triste, hasta la muerte” (Marcos 14:34). Suplicó a su Padre que si era posible pasase de él esa prueba. El Santo, el Justo, tenía ante sí todo el horror del pecado del mundo. Sabía que Dios tenía que abandonarlo cuando llevase sobre sí mismo el pecado para expiarlo. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21).

Su lucha fue tan terrible que suplicó “con gran clamor y lágrimas” al que lo podía librar de la muerte (Hebreos 5:7). Su sufrimiento era tal que su sudor era como grandes gotas de sangre, y un ángel vino para fortalecerlo. ¡La victoria fue completa! Jesús se entregó a sí mismo para hacer la voluntad de su Padre, costase lo que costase.

Con una sumisión y una obediencia perfectas, cuando la tropa de soldados llegó para arrestarlo, Jesús declaró: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11). Fue a la cruz por obediencia y allí respondió, en nuestro lugar, a las exigencias de la santidad de Dios. En él tenemos ahora el perfecto Salvador. ¡Depositemos en él toda nuestra confianza!

2 Reyes 24 – 2 Timoteo 1 – Salmo 75 – Proverbios 18:2-3

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