Jesús es la persona que buscan

AGOSTO, 20

Jesús es la persona que buscan

Devocional por John Piper

Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28:18-20)

El último capítulo de Mateo es una ventana que se abre ante el glorioso amanecer del Cristo resucitado. A través de ella, se pueden divisar al menos tres cimas imponentes en la cordillera del carácter de Cristo: la cima de su poder, la cima de su bondad y la cima de su resolución.

Todos sabemos en nuestro corazón que si el Cristo resucitado ha de satisfacer nuestro deseo de admirar la grandeza, Él debe ser grandioso.

La gente que es demasiado débil para llevar a cabo sus planes no puede satisfacer nuestro deseo de admirar la grandeza. Admiramos aún menos a las personas que no tienen metas en la vida. Y todavía menos a aquellos cuyos planes son meramente egoístas y crueles.

Anhelamos ver y conocer a una Persona cuyo poder es ilimitado, cuyo corazón es sensible y bondadoso, y cuyo propósito es único y firme.

Los novelistas y los poetas y los guionistas de películas y de programas de televisión, de vez en cuando, crean una sombra de esta Persona. Pero no pueden satisfacer nuestra sed de admirar más que lo que la revista National Geographic de este mes puede satisfacer mi deseo de ver el Gran Cañón.

Necesitamos lo verdadero. Debemos ver el Original de todo poder y bondad y propósito. Debemos ver y adorar al Cristo resucitado.


Devocional tomado del sermón“Worship the Risen Christ”

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«Así dejaron reparada a Jerusalén hasta el muro ancho»

20 de agosto

«Así dejaron reparada a Jerusalén hasta el muro ancho».

Nehemías 3:8

Las ciudades bien fortificadas tenían anchos muros; también los tenía Jerusalén en sus tiempos de gloria. La Nueva Jerusalén debe, en la misma forma, estar rodeada y protegida por un grueso muro de disidencia con el mundo y de separación de sus costumbres y su espíritu. La tendencia de estos días es a romper esa santa barrera y hacer que la distinción entre la Iglesia y el mundo sea meramente nominal. Los creyentes no son ya más estrictos y puritanos: todos los días se lee una literatura de dudosa moralidad. Por lo regular, se toleran frívolos pasatiempos y un relajamiento general amenaza con despojar al pueblo del Señor de aquellas peculiaridades que lo distinguen de los pecadores. Será un mal día para el mundo cuando la amalgama propuesta se consume. Entonces se anunciará otro diluvio de ira. Querido lector, que el propósito de tu corazón sea mantener el «muro ancho», tanto en las intenciones como en las palabras, tanto en el vestir como en la conducta, recordando que la amistad de este mundo es enemistad contra Dios.

El muro ancho proporcionaba un lugar de reunión para los habitantes de Jerusalén, desde el cual podían disfrutar de la perspectiva que ofrecían los países circunvecinos. Esto nos recuerda los muy amplios mandamientos del Señor, en los cuales andamos libremente en comunión con Jesús, mirando los paisajes de la tierra, pero también contemplando las glorias del Cielo. Separados del mundo y «renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos», no estamos, sin embargo, en una prisión, ni restringidos dentro de unos límites estrechos; no, andamos más bien en libertad, porque guardamos sus preceptos. Ven, lector, anda esta noche con Dios en sus estatutos: como sobre los muros de la ciudad se juntaban los amigos, así encuéntrate tú con él en el camino de la oración y la meditación santa. Tienes el derecho de recorrer los baluartes de la salvación, pues eres un liberto de la ciudad real, un ciudadano de la metrópoli del universo.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 243). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Homosexualidad: ¿Se nace o se hace?

Homosexualidad: ¿Se nace o se hace?

Nathan Díaz

Una pregunta cada vez más común en medio nuestro es esta de si se “nace o se hace” homosexual. Si bien en algún momento me interesó mucho el llegar a una conclusión definitiva sobre si alguien nace con esta tendencia genética o si es algo que surge como resultado de factores externos, creo que un enfoque más fructífero es definir lo que es natural de acuerdo a la Palabra.

Definiendo natural

Romanos 1 nos muestra que todo pecado es la consecuencia de restringir la verdad (Ro. 1:18) y de intercambiar al Creador por lo creado (Ro. 1:22-25). Pablo muestra que el homosexualismo es el pecado más explícito sobre el intercambio trágico que hacemos del propósito original (hombre y mujer, comparado con vivir para Dios) por un propósito distorsionado (hombre con hombre o mujer con mujer, comparado con vivir para lo creado). De modo que lo que no es natural en el propósito de Dios se ha vuelto natural para nosotros. Esta naturalidad para el hombre, de hecho, es el juicio mismo de Dios (Ro. 1:28).

Por tanto, si me preguntan si alguien ya nace con una tendencia al homosexualismo, mi respuesta tendría que ser “sí”. ¿Por qué? Porque todo pecado en nuestra vida será un reflejo de lo que es natural para nosotros, es decir, un reflejo de nuestra naturaleza de pecado.  Solo que son diferentes pecados los que son naturales para cada quien. Con esto no estoy negando que haya factores externos que contribuyan a motivarnos hacia ciertos pecados. Pero esos factores simplemente están facilitando y amplificando lo que ya existía en nuestra naturaleza desde un principio.

Así nos ilustra Salmos 51:5: “He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre”. Desde que nacemos, nuestra inclinación natural es hacia el pecado, aunque sean diferentes pecados para cada quien, y algunos parezcan más o menos serios o sean más o menos aceptados por los demás.

La lujuria es una batalla de todos

Alguien preguntará: “¿Cómo puede ser malo si es natural?”. Tendríamos que preguntarnos también si es natural el deseo sexual por el sexo opuesto. Por supuesto que es natural. Pero todo lo que está fuera del orden y diseño de Dios para el sexo dentro del matrimonio es pecado. Por lo tanto, mi deseo sexual “natural” por mujeres que no son mi esposa es pecado y no lo puedo justificar simplemente porque “así nací”, aunque es cierto (Pr. 5:15-23).

La gracia y el poder del Espíritu Santo en la vida del cristiano no son evidentes por la ausencia completa de una tendencia hacia el pecado, sino por la batalla que se desata cada día en contra de esa naturaleza en nosotros. El hacer morir las obras de la carne por el Espíritu en nosotros (Ro. 8:13) no sucede una vez al comienzo de nuestra vida cristiana, sino todos los días.

Aunque hemos nacido con una naturaleza que nos lleva a pecar, Dios nos invita a en el evangelio a nacer de nuevo en una naturaleza que ya no es dominada por el amo del pecado, sino por el Espíritu que nos lleva a amar a Dios y su justicia sobre de todas las cosas (Ro. 6:16-23).

Llevemos este mensaje de esperanza a una sociedad que se ha rendido ante lo que satisface la naturaleza con que nacieron. Ellos no saben que Dios satisface más.

Nathan Díaz es pastor de enseñanza en la Iglesia Evangélica Cuajimalpa en la ciudad de México y productor del programa de radio “Clasificación A” que se transmite en emisoras de México, Argentina, Nicaragua, España y Estados Unidos. Estudió Biblia y teología en el Instituto Bíblico Moody de Chicago. Él y su esposa Cristin tienen tres hijos, Ian, Cael y Evan.

Dar verdaderos frutos

Dar verdaderos frutos

8/20/2017

Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. (Lucas 3:8)

Su carácter esencial, sus motivos, sus convicciones, sus lealtades y sus ambiciones, se mostrarán con el tiempo en lo que dice y en lo que hace. Las buenas obras no salvan, pero todo creyente es salvado para buenas obras. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10; vea también Gá. 5:22-23; Col. 1:10).

Para el creyente, el llevar fruto ocurre con la ayuda de Cristo. El apóstol Pablo se refiere a que seamos “llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo” (Fil. 1:11). Por otra parte, los incrédulos (entre ellos los que dicen ser cristianos y no lo son) con el tiempo mostrarán los malos frutos que inevitablemente produce su vida no regenerada.

Si usted está dando frutos, estará creciendo en todas las esferas que enumera Pedro: fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor (vea 2 P. 1:5-9).

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org
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“Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”

20 AGOSTO

1 Samuel 12 | Romanos 10 | Jeremías 49 | Salmos 26–27

Aquí quisiera reflexionar sobre una pequeña parte de Romanos 10.

Como parte de su insistencia en que tanto los judíos como los gentiles pueden ser salvos únicamente por la fe, el apóstol Pablo repasa la “palabra de fe” cristiana fundamental: “que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo” (10:9). Luego lo amplía un poco: “Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo” (10:10). El versículo adicional no nos presenta la salvación en dos pasos concretos: primer paso, cree en tu corazón y serás justificado; segundo paso, confiesa con tu boca y serás salvo. Esto casi implicaría que la justificación podría suceder separada de la salvación y que la fe es un medio inadecuado que debe ser complementado con la confesión. Más cercano al pensamiento del apóstol sería decir que ambas líneas son paralelas, no porque cada una dice lo mismo que la otra (no es así), sino porque cada una arroja luz sobre la otra, la clarifica, la explica un poco. Fe en el corazón sin confesión con la boca se vuelve inverosímil; por otro lado, una confesión con la boca que es meramente formal y no generada por fe en el corazón tampoco es lo que el apóstol tenía en mente. Él propone una fe que genera confesión; esta confesión nace junto con la fe. Y de esta fe/confesión surge la justificación/salvación. Una vez más, las categorías coinciden, de manera que para Pablo, no se puede tener la una sin la otra.

Así, Pablo redondea su planteamiento: en este sentido, no hay diferencia entre judío y gentil, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice a todos los que claman a él, como dice la Escritura: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (10:13; Joel 2:32). Esto significa que los cristianos necesitan enviar personas con las buenas noticias, porque de otra manera, ¿cómo invocará la gente a aquel de quien no han oído (10:14–15)?

Debe observarse que el mismo Pablo que afirma con tanta contundencia en Romanos 8 y 9 que Dios es incondicionalmente soberano insiste con la misma fuerza en Romanos 10 que las personas deben creer en sus corazones y confesar la verdad del evangelio con sus bocas si es que van a ser salvos, y encomienda a la conciencia de los creyentes el mandato de llevar estas buenas noticias a aquellos que no las han oído. Toda teología que intente disminuir la soberanía de Dios al apelar a la libertad humana es tan profundamente no-paulina como cualquiera que de alguna manera disminuya la responsabilidad humana al apelar a un burdo fatalismo divino.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 232). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿Qué puedo hacer por ti?

Yo (Jesús) os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

Lucas 11:9

¿Qué puedo hacer por ti?

–“¿Qué te haré yo?”, preguntó el profeta Eliseo a una viuda (2 Reyes 4:2). Esta mujer tenía deudas y no poseía ningún recurso. Eliseo añadió: “Declárame qué tienes en casa”. La respuesta fue elocuente: “Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite”. Él respondió satisfaciendo las necesidades de aquel hogar mediante una abundancia de aceite. Las deudas fueron pagadas y la familia alimentada.

–“¿Qué, pues, haremos por ella?” (2 Reyes 4:14), preguntó más tarde Eliseo a su siervo con respecto a otra mujer, pero esta vez era una mujer rica. La respuesta fue precisa: “He aquí que ella no tiene hijo”. El profeta llamó a la mujer y le hizo esta promesa: “Abrazarás un hijo” (2 Reyes 4:16). Y la promesa se cumplió.

–“¿Qué quieres que te haga?”, preguntó Jesús al ciego Bartimeo. La respuesta fue inmediata: “Maestro, que recobre la vista” (Marcos 10:51). Fue precisamente su ceguera lo que hizo que Bartimeo fuese a Jesús. Mediante una palabra Jesús le abrió los ojos, respondiendo a su fe de una manera extraordinaria.

Estos ejemplos nos animan a dirigirnos sencillamente a Dios, sin hacer discursos inútiles. No pensemos que es necesario emplear fórmulas consagradas para exponer a Dios nuestra situación o la de los demás. Tengamos la sencillez de decirle: «Este es el caso, necesitamos tu ayuda». Su respuesta siempre estará adaptada a nuestras necesidades.

Hoy Dios pregunta a cada uno de nosotros: ¿Qué puedo hacer por ti? La respuesta es un asunto personal entre él y nosotros.

2 Crónicas 6:1-21 – Lucas 23:26-56 – Salmo 97:1-7 – Proverbios 21:25-26

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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