LA ACTITUD DE UN SIERVO

LA ACTITUD DE UN SIERVO

12/10/2017

Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:33)
 

Pocos en la iglesia actual están consagrados a Jesucristo como lo estuvo el apóstol Pablo. Pablo ejemplifica de lo que hablaba Cristo cuando dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). Pablo vivía tan entregado a nuestro Señor que no le importaba si vivía o moría. Esa es una actitud de la que prácticamente no se oye en nuestra época materialista y ególatra. La mayoría de las personas hoy viven para todo menos para lo que Pablo vivía.

Pablo seguía sintiendo gozo siempre que su Señor fuera glorificado, aun cuando fuera él mismo amenazado de muerte. Lo único que le importaba era que se siguiera difundiendo el evangelio, que se predicara a Cristo y que se exaltara al Señor. La fuente de su gozo estaba totalmente relacionada con el reino de Dios.

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Oro, incienso y mirra

DICIEMBRE, 10

Oro, incienso y mirra

Devocional por John Piper

Cuando vieron la estrella, se regocijaron sobremanera con gran alegría. Y entrando en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose le adoraron; y abriendo sus tesoros le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra. (Mateo 2:10-11)

Dios no es servido por manos humanas, como si necesitara algo (Hechos 17:25). Los regalos de los magos no fueron una forma de ayuda ni de tratar de suplir sus necesidades. Sería deshonroso para un monarca que vinieran visitantes extranjeros con provisiones de la realeza.

Tampoco fueron a modo de soborno. Deuteronomio 10:17 dice que Dios no toma cohecho. Entonces, ¿cuál fue la intención? ¿Cómo se supone que estos regalos fueran una forma de adoración?

Los regalos son intensificadores de deseo por la misma persona de Cristo, al igual que el ayuno. Cuando le ofrecemos a Cristo esa clase de regalo, lo que queremos decir es esto: «El gozo que busco (como en Mateo 2:10) no se basa en la esperanza de hacerme rico con las cosas que puedas darme. No vengo a ti en busca de regalos, sino en busca de ti mismo. Y ahora intensifico y demuestro este deseo entregándote cosas, con la esperanza de regocijarme más en ti y no en estas cosas. Al darte algo que no necesitas, y que quizás yo podría disfrutar, lo que intento decir de todo corazón y de un modo genuino es que mi tesoro eres tú, y no lo que te ofrezco».

Creo que ese es el significado de la adoración a Dios por medio de los obsequios de oro, incienso y mirra.

Que Dios nos revele la verdad de este pasaje y despierte en nosotros un deseo por Cristo mismo. Que podamos decir de corazón: «Señor Jesús, tú eres el Mesías, el Rey de Israel. Todas las naciones vendrán y doblarán sus rodillas delante de ti. Dios dirige el mundo para que vean que eres adorado. Por lo tanto, cualquiera sea la oposición con la que me enfrente, gozoso atribuyo la autoridad y la dignidad a ti, y traigo mis regalos para decir que solo tú puedes satisfacer los deseos de mi corazón, y no estos obsequios».


Devocional tomado del sermón “Hemos venido a adorarlo”

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Y el Señor abrió el corazón de ella

10 de diciembre

«Y el Señor abrió el corazón de ella».

Hechos 16:14

En la conversión de Lidia hay muchos aspectos interesantes, pues se efectuó por medio de unas circunstancias providenciales. Lidia era vendedora de púrpura en la ciudad de Tiatira, pero en el momento propicio para oír a Pablo, la hallamos en Filipos. La providencia, que es sierva de la gracia, la condujo al lugar oportuno. Además, la gracia estaba preparando el alma de la mujer para aquella bendición: la gracia prepara para la gracia. Lidia no conocía al Salvador; pero, como buena judía, sabía muchas verdades que eran peldaños excelentes para llegar a conocerlo. Esta conversión se efectuó con el uso de ciertos medios. Un día de reposo, Lidia fue al lugar donde solía celebrarse la oración, y allí fue oída la misma. Nunca descuides los medios de gracia: Dios puede bendecirnos aunque no estemos en su casa, pero tenemos más razón para esperar que querrá hacerlo cuando nos encontremos en comunión con sus santos. Observa estas palabras: «El Señor abrió el corazón de ella». No fue ella la que abrió su corazón, ni fueron sus oraciones las que lo hicieron, ni Pablo. Es el Señor quien tiene que abrir el corazón de la persona para que reciba las cosas que están relacionadas con la paz. Solo el Señor puede poner la llave en la cerradura de la puerta y abrirla para poder entrar. Él es el dueño del corazón al igual que su Hacedor. La primera prueba externa de que el corazón de Lidia estaba abierto fue la obediencia: tan pronto como creyó en Jesús, la mujer fue bautizada. El hijo de Dios que desea obedecer un mandamiento que no es esencial para su salvación, el cual no le es impuesto por un temor egoísta a la condenación, pero que, sin embargo, supone un sencillo acto de obediencia y de comunión con su Señor, demuestra tener un corazón humilde y quebrantado. La otra prueba de la conversión de Lidia fue su amor, manifestado mediante actos de agradecido afecto para con los apóstoles. El amor a los santos ha sido siempre una señal de verdadera conversión: los que no hacen nada por Cristo ni por su Iglesia dan solo pobres pruebas de tener un corazón «abierto». ¡Señor, dame siempre un corazón así!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 355). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 10 | Apocalipsis 1 | Sofonías 2 | Lucas 24

10 DICIEMBRE

2 Crónicas 10 | Apocalipsis 1 | Sofonías 2 | Lucas 24

Antes de la visión inicial de Apocalipsis 1, la cual presenta a Jesús exaltado mediante los símbolos apocalípticos que nos recuerdan a las imágenes del Anciano de Días en Daniel 7 (Apocalipsis 1:12–16), Juan ofrece una breve alabanza: “Al que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! ¡Amén!” (1:5–6).

(1) Si bien este libro contiene muchas imágenes sorprendentes e incluso aterradoras de Dios y del Cordero, comienza con una declaración del amor de Jesús, su peculiar amor por el pueblo de Dios: “Al que nos ama… ¡sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos!”. Nada inspira tanto nuestra gratitud y asombro como el amor que nos ha mostrado el eterno Hijo de Dios en la cruz. Creo que fue T.T. Shields quien escribió: “¿Hubo alguna vez un corazón tan endurecido, / y habrá tal ingratitud / que aquél por quien sufrió Jesús / sea capaz de decir: ‘No es nada para mí’?”

(2) Jesucristo “por su sangre nos ha librado de nuestros pecados”. Algunas versiones más antiguas lo traducen como: “nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. La diferencia en el griego es una sola letra; lo más seguro es que la NVI sea correcta. Por su sangre, es decir, mediante su muerte expiatoria y sacrificial, Jesús pagó por nuestros pecados y, por ello, nos libró de su maldición. No sólo eso, sino que todos los beneficios que recibimos—el don del Espíritu Santo, las promesas de la protección duradera de Dios, la vida eterna, la resurrección consumadora—han sido aseguradas mediante la muerte de Jesús y todas ellas se unen para librarnos de nuestros pecados: su culpa, su poder, sus resultados.

(3) Cristo “ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre”. En un sentido, estamos en el reino, en el ámbito de su reinado salvador. En otro sentido, Cristo reina ahora sobre todo en su soberanía incondicional (Mateo 28:18; 1 Corintios 15:25) y en ese sentido, todos y todo está en su reino. Pero, en la medida en que los cristianos son el foco particular de la comunidad redimida y el anticipo de la redención transformadora del universo que aún está por venir, nosotros mismos podemos vernos como su reino. Más aún, nos ha hecho sacerdotes. Los cristianos no tienen sacerdotes además de Jesús, su gran sumo sacerdote: sólo hay un mediador entre Dios y los seres humanos (1 Timoteo 2:5). Pero, en otro sentido, somos sacerdotes: todos los cristianos sirven de mediadores entre Dios y este mundo quebrantado y pecaminoso. Mediamos entre Dios y los pecadores como nosotros al proclamar fielmente y vivir el evangelio, y asumimos sus necesidades a través de nuestras oraciones intercesoras ante nuestro Padre celestial. Jesucristo ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para servir a Dios su Padre.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 344). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Dios es luz (4)

domingo 10 diciembre

Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.

1 Juan 1:5

Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Juan 8:12

Dios es luz (4)

“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. Tales palabras recuerdan la gloria de Dios, la pureza intrínseca, absoluta e inalterable de su naturaleza. Demuestran su exigencia de claridad y de verdad. Nos dan la esperanza de tener un conocimiento perfecto (1 Corintios 13:12), pero también denuncian toda pretensión de presentarnos ante Dios con nuestros pecados. Dios es santo, perfecto, libre de todo mal, de toda sombra. Nuestro gozo y nuestra comunión con él están ligados al hecho de que él es luz porque ilumina nuestra conciencia para mostrarnos aquello de lo cual debe ser purificada.

La luz manifiesta todo (Efesios 5:13). En la luz de Dios, mi corazón revela su fealdad; no soy tal como me veía con satisfacción, ni como me muestro ante los demás. ¡Terrible descubrimiento! Nadie puede mantenerse en esta luz, bajo su poder penetrante (Salmo 139), si no está al abrigo de Jesús.

“Dios es luz” y desea que los hombres tengan un lugar en “la luz”, en comunión con él, el “Dios bendito” (1 Timoteo 1:11). En el mundo físico, la luz se ve, es activa, brilla. De la misma manera, Dios se ha revelado, se dio a conocer. Obra sin cesar mediante su Espíritu para producir y mantener la vida. Derrama sobre sus hijos todas sus bendiciones (Santiago 1:17), ilumina sus corazones para mostrarles su gloria en la persona de Jesucristo (2 Corintios 4:6).

(continuará el 12 de diciembre)

Eclesiastés 9 – Apocalipsis 3:7-22 – Salmo 139:19-24 – Proverbios 29:17-18

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