No hay otro nombre

LA VERDAD PARA HOY – 22 DE DECIEMBRE

 22 de diciembre

No hay otro nombre

No hay otro nombre bajo el cielo.

Hechos 4:12

El ángel que apareció a José subrayó el significado del nombre de Jesús: «Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21). Jesús, del hebreo Joshua, o Jehoshua, significa «Jehová salvará». El nombre mismo era un testimonio de la salvación de Dios. Pero el ángel le dijo a José que el Hijo de María sería la encarnación misma de la salvación de Jehová. Él mismo salvaría a su pueblo de sus pecados.

Después de la resurrección de Jesús, Pedro, hablando ante el sanedrín, también subrayó la importancia del nombre de Jesucrist «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hch. 4:12).

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Para que ustedes crean

DICIEMBRE, 22

Para que ustedes crean

Devocional por John Piper

Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre. (Juan 20:30-31)

Estoy plenamente convencido que aquellos que hemos crecido en la iglesia, que podemos recitar las grandes doctrinas de nuestra fe mientras dormimos y que bostezamos durante el Credo de los Apóstoles, necesitamos hacer algo que nos ayude a sentir otra vez la plenitud, el temor, el fervor, la admiración por el Hijo de Dios —engendrado por el Padre desde la eternidad, el reflejo de toda la gloria de Dios, siendo la misma imagen de su persona, a través de quien todas las cosas fueron creadas, y por cuya palabra de poder el universo se sostiene—.

Podemos leer todos los cuentos de fantasía de todos los tiempos, cada historia de misterio y de fantasmas, y nunca encontraremos algo tan impactante, tan extraño, tan extraordinario y fascinante como la historia de la encarnación del Hijo de Dios.

¡Cuán muertos estamos! ¡Dios, cuán insensibles somos a tu gloria y a tu historia! Cuántas veces he tenido que arrepentirme y decir: «Señor, cuánto lamento que las historias creadas por hombres hayan conmovido mis emociones, mi impresión y asombro y admiración y gozo más que tu historia, que es verdadera».

Las películas de nuestros tiempos acerca de los viajes al espacio, como La guerra de las galaxias y El imperio contrataca, pueden hacernos este gran bien: pueden humillarnos y llevarnos al arrepentimiento, al mostrarnos que en realidad somos capaces de experimentar la fascinación y la admiración y el asombro que rara vez sentimos cuando contemplamos al Dios eterno, al inconmensurable Cristo y al contacto real y vivo entre ellos y nosotros en Jesús de Nazaret.

Cuando Jesús dijo «para esto he venido al mundo», lo que estaba diciendo era algo tan inconcebible y extraño e inquietante como cualquier afirmación de ciencia ficción que hayan leído.

Oh, cómo oro de todo corazón para que haya un avivamiento del Espíritu de Dios en nosotros, para que el Espíritu Santo irrumpa en nuestra vida de modo aterrador y nos despierte a la realidad inimaginable de Dios.

Un día de estos, un relámpago cubrirá el cielo desde el amanecer hasta la puesta del sol, y aparecerá en las nubes uno semejante a un hijo de hombre, con sus poderosos ángeles rodeado en llamas de fuego. Lo veremos con claridad. Y ya sea por terror o fascinación, nos estremeceremos y nos preguntaremos cómo pudimos vivir tanto tiempo con un Cristo domesticado e inofensivo.

Estas cosas fueron escritas para que creamos que Jesucristo es el Hijo de Dios que vino al mundo —realmente lo creamos—.


Devocional tomado del sermón “Christmas and the Cause of Truth”

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«De sus hijos es la mancha»

22 de diciembre

«De sus hijos es la mancha».

Deuteronomio 32:5

¿Cuál es la señal secreta que caracteriza infaliblemente a los hijos de Dios? Sería una presunción vana intentar decidir esto siguiendo nuestro propio juicio. Es la Palabra de Dios la que nos lo revela, y donde tenemos por guía la revelación, podemos andar seguros. Ahora bien, respecto a nuestro Señor, se nos dice que «a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios». Entonces, si he recibido a Cristo Jesús en mi corazón, soy un hijo de Dios. Ese recibimiento se describe en el presente versículo como creer en el nombre de Jesucristo. Por tanto, si creo en el nombre de Jesucristo —esto es, si simplemente confío de corazón en el Redentor que fue crucificado, pero que ahora está exaltado—, entonces soy un miembro de la familia del Altísimo. Aunque no posea ninguna otra cosa, si cuento con esta: el privilegio de ser hecho un hijo de Dios. Nuestro Señor Jesús lo expresa en esta otra forma: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen». Aquí lo tenemos resumido en pocas palabras. Cristo se manifiesta como Pastor a sus ovejas, no a las otras; y, tan pronto como lo hace, sus ovejas le reconocen, confían en él y se preparan para seguirle. Él las conoce a ellas, y ellas a él; es decir, hay un conocimiento mutuo, existe entre ellos una revelación permanente. Así, la única señal, la señal segura, la señal infalible de la regeneración y la adopción, es una fe sincera en el Redentor. Lector, ¿dudas acaso?; ¿no tienes la seguridad de poseer la señal secreta de los hijos de Dios? Entonces, no dejes pasar un momento sin decir: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón» (Sal. 139:23). Te suplico que no bromees con estas cosas. Si quieres bromear, hazlo con cosas de importancia secundaria: con tu salud, si así lo deseas, o con la escritura de propiedad de tu casa. Sin embargo, en cuanto a tu alma —tu alma inmortal y su eterno destino—, te ruego que te conduzcas con seriedad. ¡Asegúrate de trabajar por la eternidad!

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 367). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 26 | Apocalipsis 13 | Zacarías 9 | Juan 12

22 DICIEMBRE

2 Crónicas 26 | Apocalipsis 13 | Zacarías 9 | Juan 12

Resulta que Satanás tiene dos bestias impías que le asisten, una que sale del mar (Apocalipsis 13:1–10) y la otra de la tierra (13:11–18). Juntos forman un triunvirato impío que, en cierta forma, imita a la Trinidad.

La verdad es que muchos de los símbolos apocalípticos de este capítulo han sido interpretados de maneras mutuamente excluyentes por diferentes escuelas de pensamiento. En estas breves meditaciones, me es imposible defender una estructura en particular. No obstante, en mi opinión estas bestias representan las manifestaciones históricas recurrentes del mal. En uno de los casos, es la maldad en su modalidad de oposición abierta al pueblo de Dios; en el otro, el mal se presenta como el engaño religioso. (No es en vano que, más adelante en el libro, a la bestia que surge de la tierra se le describe como “el falso profeta”: 19:20, por ejemplo.) Satanás no sólo envía agentes que abierta y violentamente atacan a los creyentes, sino que también manda emisarios cuya misión es seducir y engañar, si fuera posible, a los propios elegidos.

Observemos uno de los elementos extraordinarios de la descripción de la primera bestia. Ha recibido una herida mortal, pero esta ha sido curada. Eso suena incongruente: si la herida ha sido sanada, entonces no era fatal, y si era mortal, obviamente no hubiera podido ser sanada. Pero este simbolismo intenta describir las manifestaciones históricas repetidas de este monstruo. Surge como un Nerón, como el emperador romano, como Inocencio III, como Hitler. En cada caso, el monstruo es herido a espada. Muchas personas creen que la maldad en su peor manifestación ya ha sido destruida de manera final. El Reich de los mil años duró una década y media: esta seguramente fue la guerra que acabaría con todas las guerras. Pero luego comenzó de nuevo el genocidio: en el bloque oriental, en China, en Camboya, en Ruanda. La bestia recibe una herida mortal, pero siempre vuelve a la vida.

Notemos algunos de los símbolos que se utilizan para describir al falso profeta. Parece un cordero, pero habla como dragón (13:11): esto probablemente no significa que ruge como dragón y asusta a todos, sino que parece inocente, a pesar de que su discurso es el del dragón, el “gran dragón” del 12:9: nada más y nada menos que Satanás mismo. Este “cordero” resulta ser el portavoz de Satanás. Hace señales milagrosas y así engaña a los habitantes de la tierra (13:14). El texto no sugiere que las señales sean meros trucos; el poder de hacer milagros no necesariamente es muestra de poder divino. En última instancia, utiliza la autoridad que deriva de la primera bestia para establecer una identidad exclusiva para sus propios seguidores, excluyendo a todos los demás con sanciones económicas severas (13:16–17). Con sólo un poco de conocimiento histórico, podemos recordar manifestaciones de este tipo de coacción engañosa.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 356). Barcelona: Publicaciones Andamio.

«Padre, quiero»

(Jesús dijo:) Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo.

Juan 17:24

(Jesús) se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.

Mateo 26:39

Padre, quiero

“Padre… quiero”, Jesús dirigió a Dios esta oración por sus discípulos, antes de dejarlos. Estas dos palabras revelan, de manera sorprendente, quién era el que hablaba.

–“Padre”: Jesús, hombre humilde entre los hombres, se dirigió al Dios del cielo en una intimidad perfecta. Lo llamó “Padre”, pues era el Hijo muy amado de Dios.

–“Quiero…”, prosiguió. ¿Qué hombre tiene derecho a decir a Dios: “quiero”? Nadie, ¡excepto Dios el Hijo! Jesús expresó a Dios su voluntad de tener a los suyos con él en el cielo.

Horas más tarde, Jesús estaba de rodillas en un huerto. En medio de una profunda angustia, se dirigió una vez más a su Padre. Pero las palabras no fueron las mismas: “Padre… si es posible”. Jesús, hombre obediente, estaba postrado ante su Dios. Él, el santo y puro, sintió una profunda angustia sabiendo que iba a sufrir en lugar de los suyos el juicio divino sobre el pecado. Sin embargo dijo: “si es posible…”, y luego agregó: “pero no sea como yo quiero, sino como tú”. El “si es posible” respondía al “quiero” que le precedía. Y, de hecho, si quería tener a los suyos junto a él en el cielo, era imposible no pasar por ese sufrimiento.

La obra de Jesús fue cumplida. Ahora, en respuesta al “Padre… quiero”, los creyentes esperan con seguridad estar junto a él en el cielo. Dicen con agradecimiento: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).

Zacarías 6 – Apocalipsis 15 – Salmo 145:14-21 – Proverbios 30:17