Un destino horrible

DICIEMBRE, 29

Un destino horrible

Devocional por John Piper

… Jesús, quien nos libra de la ira venidera. (1 Tesalonicenses 1:10)

¿Recuerdan haberse perdido cuando eran pequeños, o resbalarse al borde de un precipicio, o estar a punto de ahogarse, y de pronto ser rescatados? Se aferraron a su preciada vida. Temblaron por lo que casi habían perdido. Se sentieron felices, muy felices, y agradecidos. Se estremecieron de gozo.

Así me siento al final del año por haber sido rescatado de la ira de Dios. Esta Navidad encendimos la chimenea en nuestro hogar. Por momentos, el carbón estaba tan caliente que cuando lo avivaba sentía que la mano me quemaba. Retrocedí y sentí un escalofrío ante el horrendo pensamiento de la ira de Dios en el infierno por el pecado. ¡Cuán indeciblemente espantoso será!

En la tarde del día de Navidad visité a una mujer que se había quemado más del ochenta y siete por ciento del cuerpo. Ha estado internada desde agosto. Mi corazón se conmovió al verla. ¡Qué maravilloso fue darle esperanza por medio de la Palabra de Dios! Salí del hospital no solo pensando acerca de su dolor en esta vida, sino también del dolor eterno del cual fui salvo por medio de Jesús.

Considerémoslo juntos. ¿Será que este gozo estremecedor es el modo adecuado de terminar el año? Pablo se alegraba en que el Señor que está en los cielos es «Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:10). También nos advirtió que Dios «pagará a cada uno conforme a sus obras… a los que… no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia: ira e indignación» (Romanos 2:8), y que «por causa de [la fornicación, la impureza y la codicia] la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia» (Efesios 5:6).

Aquí estoy, a fin de año, terminando mi recorrido por la Biblia y leyendo el último libro, Apocalipsis. Es una gloriosa profecía de la victoria de Dios y del gozo eterno de todos los que «[toman] gratuitamente del agua de la vida» (Apocalipsis 22:17). No más lágrimas, no más dolor, no más depresión, no más tristeza, no más muerte (21:4).

Pero ¡cuán terrible es el destino de los que no se arrepienten ni se sujetan al testimonio de Jesús! La descripción de la ira de Dios que nos ofrece el «apóstol del amor» (Juan) es aterradora. Aquellos que rechazan el amor de Dios «beberá[n] del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será[n] atormentado[s] con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero. Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche» (Apocalipsis 14:10-11). «Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego» (20:15). Jesús «[pisará] el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso» (19:15). Y «del lagar [saldrá] sangre que [subirá] hasta los frenos de los caballos por una distancia como de trescientos veinte kilómetros» (14:20).

¡Tiemblo con gozo de que soy salvo! La santa ira de Dios es un destino horrible. Hermanos y hermanas, corran lejos de esa ira, corran con todas sus fuerzas. ¡Salvemos a cuantas personas podamos! ¡No me extraña que haya más gozo en los cielos por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos! (Lucas 15:7).


Devocional tomado del articulo “Trembling With Joy Over My Escape”

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«¿Qué pensáis del Cristo?».

29 de diciembre

«¿Qué pensáis del Cristo?».

Mateo 22:42

La gran prueba de la salud de tu alma está en esta pregunta: «¿Qué piensas del Cristo?». ¿Es él para ti «el más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal. 45:2), «señalado entre diez mil» (Cnt. 5:10), «todo él codiciable» (Cnt. 5:16)? Donde así se estima a Cristo, todas las facultades del hombre espiritual se ejercitan con energía. Yo juzgaré tu piedad por este barómetro: ¿Qué lugar ocupa Cristo en tu pensamiento, alto o bajo? Si has pensado livianamente de Cristo; si te has sentido satisfecho con vivir sin su presencia; si su honor te ha importado poco; si has sido negligente con sus leyes, entonces ya sé que tu alma está enferma. ¡Dios quiera que no sea de muerte! Sin embargo, si el primer pensamiento de tu espíritu ha sido cómo honrar a Jesús, si el deseo cotidiano de tu alma ha hallado su expresión en las palabras de Job: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job 23:3), entonces te digo que, aunque tengas mil debilidades y apenas conozcas si eres realmente un hijo de Dios, estoy persuadido de que, a pesar de todo, te encuentras a salvo, pues tienes a Jesús en alta estima. A mí no me importan tus harapos; lo que me importa es aquello que piensas de su regio atavío. No me interesan tus heridas —aunque de ellas mane sangre a raudales—; lo que me interesa es qué piensas tú de sus heridas. ¿Son ellas en tu estima como brillantes rubíes? No te considero inferior porque residas, como Lázaro, en el estercolero y los perros te estén lamiendo las llagas. No te juzgo por tu pobreza, sino por lo que piensas del Rey en su hermosura. ¿Tiene él en tu corazón un trono glorioso y elevado? ¿Lo colocarías más alto si pudieras? ¿Desearías morir si con ello lograras añadir solo un sonido de trompeta más a los acordes que proclaman sus alabanzas? ¡Ah, entonces vas bien! Cualquiera que sea el concepto que tengas de ti mismo, si Cristo es grande para ti, estarás con él dentro de poco.

Aunque el mundo entero de mi elección se ría,

mi porción será Jesús.

Ningún otro como él me satisface,

pues hermoso es él entre los hermosos.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 374). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 34 | Apocalipsis 20 | Malaquías 2 | Juan 19

29 DICIEMBRE

2 Crónicas 34 | Apocalipsis 20 | Malaquías 2 | Juan 19

En la meditación del 9 de noviembre, reflexioné brevemente sobre el celo reformador de Josías, quien dirigió el último intento por realizar una reforma a gran escala en Judá (2 Reyes 22). Ya habían pasado tres cuartos de siglo desde la muerte de Ezequías, pero mucho de esto fue presidido por Manasés, cuyo reino de más de medio siglo estuvo casi enteramente dedicado a la maldad pagana. Ahora, regresamos al mismo evento, esta vez registrado en 2 Crónicas 34. Aquí podríamos aprender algunas lecciones adicionales y complementarias.

(1) El redescubrimiento del libro de la ley (probablemente Deuteronomio) entre los escombros del templo le revela a Josías el peligro de la posición de Judá: la ira de Dios pende sobre su cabeza. Josías se rasga las vestiduras, se arrepiente y ordena una reforma. Además, instruye a sus asistentes a consultar a la profetisa Hulda (34:22) sobre la inminencia de estos peligros. La respuesta de Dios es que el desastre y el juicio sobre Jerusalén ya son inevitables: “todas las maldiciones que están escritas en el libro que leyeron delante del rey de Judá” (34:24). El patrón de desobediencia deliberada y recurrente al pacto se ha vuelto tan constante y horrendo, que el juicio tiene que llegar. No obstante, el Señor añade: “Como te has conmovido y humillado ante mí al escuchar lo que he anunciado contra este lugar y sus habitantes, y te has rasgado las vestiduras y has llorado en mi presencia, yo te he escuchado” (34:27). Le asegura a Josías que el desastre inminente no ocurrirá mientras él esté vivo.

Aquí hay dos lecciones obvias. Primero, se nos permite vislumbrar a lo que Dios espera de nosotros si vivimos en una época de declive catastrófico: no filosofar, sino humillación, arrepentimiento sincero, lágrimas, contrición. Segundo, como suele suceder en la Biblia, precisamente porque Dios es lento para la ira y tan paciente, él está más ansioso por suspender y retrasar el juicio que es el correlativo necesario de su santidad, que lo que estamos nosotros por pedirle misericordia.

(2) La imagen del propio rey juntando a los ancianos de Judá y leyéndoles solemnemente las Escrituras (34:29–31) es profundamente conmovedora. No hay nada que nuestra generación precise más que escuchar la palabra de Dios, esto en una época en la cual el analfabetismo bíblico está aumentando muy velozmente. Además, necesita escuchar a líderes cristianos que se sometan personalmente a la Biblia, que lean directamente las Escrituras y las enseñen. Esto, no mediante formas oscuras que meramente asumen alguna especie de herencia de enseñanza cristiana mientras en realidad se centran en cualquier otra cosa, sino de manera reverente, ejemplar, comprensiva, insistente y persistente. Nada—nada en absoluto—es más urgente.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 363). Barcelona: Publicaciones Andamio.

El mundo, ¿un enemigo para el hombre?

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo… el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

1 Juan 2:15-17

Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

1 Timoteo 1:15

El mundo, ¿un enemigo para el hombre?

La historia del mundo es de guerras y conflictos. En todos los tiempos ha habido hombres que desean dominar por todos los medios. Hoy en día, a pesar de las apariencias, esa determinación es la misma.

Se evoca la globalización como una necesidad que conduce a eliminar los problemas mayores de la humanidad. Se piensa en curar males y sufrimientos exaltando la solidaridad universal, mientras sigue manifestándose el afán de dominar, siempre dispuesto a hacer la guerra, a matar. Unas pocas decisiones humanas, por más loables que sean, ¿podrán cambiar la cara del mundo? Satanás es su jefe, y los hombres son sus ejecutantes inconscientes.

Ya en el principio de la humanidad, un hombre, Caín, irritado contra su hermano, lo mató porque este, al obrar más sabiamente, había sido del agrado de Dios, y no él. Desde entonces el corazón humano no ha cambiado, y el mundo sigue siendo un vivero de violencia. Dios declara en su Palabra: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor…” (Jeremías 17:9-10). Quizás usted piensa poder escapar de ese diagnóstico. A eso también Dios responde: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:22-23), pero no se detiene en estas declaraciones. Él es el Dios Salvador y da a todo ser humano una esperanza viva que no está ligada a este mundo, sino a su corazón de Padre: dio a su Hijo Jesucristo para liberarnos del dominio del mal.

Malaquías 1 – Apocalipsis 21:1-14 – Salmo 148:9-14 – Proverbios 31:8-9