Ensayo de mi muerte

DICIEMBRE, 31

Ensayo de mi muerte

Devocional por John Piper

Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño; son como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca… Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría. (Salmo 90:5-612)

Para mí, el fin de año es como el fin de la vida; y el 31 de diciembre, a las 11:59 pm, es como el momento de mi muerte.

Los 365 días del año son como una vida entera en miniatura, y estas últimas horas son como los últimos días en el hospital después de que el médico me haya dicho que se acerca el momento de mi muerte. En esas últimas horas, todo lo que viví ese año pasa delante de mis ojos, y me enfrento a la pregunta inevitable: ¿Habré vivido bien la vida? ¿ Jesucristo, el juez justo, me dirá «Bien hecho, siervo bueno y fiel»?

Me siento muy afortunado de que esta sea la forma de terminar mi año. Y oro para que el fin de año cobre el mismo significado para ustedes.

La razón por la que me siento afortunado es que es una gran ventaja haber hecho una prueba de mi propia muerte. Es un gran beneficio ensayar una vez al año la preparación de la ultima escena de la vida. Es en verdad beneficioso porque la mañana del primero de enero hallará vivos a la mayoría de nosotros, en el comienzo de toda una nueva vida, con la capacidad de empezar todo desde cero una vez más.

Lo mejor de los ensayos es que nos muestran dónde están nuestras debilidades, dónde falta mas preparación; y nos dejan tiempo para cambios antes de la verdadera puesta en escena.

Supongo que para algunos de ustedes el pensamiento de morir es tan mórbido, tan triste y cargado de duelo y dolor que harán lo posible para no pensar en ello, especialmente durante las fiestas. Creo que eso es imprudente y que los perjudicaría mucho. Pues he descubierto que hay pocas cosas que provoquen cambios radicales en mi vida como el meditar periódicamente en mi propia muerte.

¿Cómo traeremos al corazón sabiduría para saber cómo vivir de la mejor manera? El salmista responde:

Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño; son como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca… Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría (Salmos 90:5-612).

Contar nuestros días simplemente significa recordar que nuestra vida es corta y que nuestra muerte está cerca. Gran sabiduría —tan grande como para cambiar la vida radicalmente— proviene de tener estas reflexiones con cierta frecuencia.

El criterio del éxito que Pablo usaba para medir su vida era si había perseverado en la fe. Es en esto que quiero hacer hincapié.

Si ustedes descubren que no perseveraron en la fe en este año que termina, pueden alegrarse, como yo me alegro, de que este fin de año la muerte es solo un ensayo (o eso esperamos), y una vida entera de fe para perseverar potencial está por delante en el próximo año.


Devocional tomado del sermón “I Have Kept the Faith”

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

31 de diciembre

«Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».

Jeremías 8:20

¡No ser salvo! Querido lector, ¿es esta tu triste condición? Se te ha advertido tocante al Juicio venidero, exhortado a escapar para salvar tu vida y, sin embargo, aún no eres salvo. Conoces el camino de la salvación, has leído la Biblia, la has oído predicar desde el púlpito, tus amigos te la han explicado; sin embargo, la has desatendido y, en consecuencia, no eres salvo. No tendrás excusa cuando el Señor juzgue a los vivos y a los muertos. El Espíritu Santo te ha dado siempre alguna bendición al oír la Palabra predicada en tus oídos, y has experimentado tiempos de refrigerio procedentes de la presencia del Señor. Con todo, estás sin Cristo. Todos esos tiempos cargados de esperanza han venido y se han ido, tu verano y tu siega se acabaron y, a pesar de ello, no eres salvo. Los años han entrado uno tras otro en la eternidad; tu último año pronto se hará presente. Tu juventud se ha ido, tus fuerzas han desaparecido y, sin embargo, no eres salvo. Permíteme preguntarte: ¿Deseas serlo en verdad? ¿Hay alguna probabilidad de que esto ocurra? Ya han pasado los tiempos más propicios y tú sigues sin ser salvo. ¿Podrán otras ocasiones cambiar tu condición? Los medios no han dado resultado; ni aun lo ha dado el mejor de todos los medios, aunque se utilizó con perseverancia y con el más profundo afecto. ¿Qué más puede hacerse por ti? Ni la aflicción ni la prosperidad han podido impresionarte; las lágrimas, las oraciones y los sermones se han estrellado contra tu árido corazón. ¿No ha muerto toda probabilidad de que alguna vez llegues a ser salvo? ¿No es, en realidad, más que probable que sigas como estás hasta que la muerte cierre para siempre la puerta de la esperanza? ¿Te espanta esta suposición? Sin embargo, es la suposición más razonable; pues el que no ha sido lavado en medio de tantas aguas, seguirá, con toda probabilidad, sucio hasta el fin. El tiempo oportuno nunca llegó para ti. ¿Por qué ha de llegar alguna vez? Es lógico temer que no llegue jamás y que, a semejanza de Félix, tú tampoco encuentres el tiempo oportuno hasta que estés en el Infierno. ¡Oh, recuerda lo que es el Infierno y piensa en la espantosa probabilidad de que pronto seas arrojado en el mismo!

Lector, si mueres sin Cristo, no hay palabras para describir tu perdición. Tu espantoso estado tendría que describirse con lágrimas y sangre, y habría que hablar de él con gemidos y crujir de dientes: Sufrirás pena «de eterna perdición, excluido de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts. 1:9). La voz de un hermano debiera llamarte a la reflexión. ¡Oh, sé sabio, sé sabio a tiempo y, antes de que empiece otro año más, cree en Jesús, quien te puede salvar eternamente. Consagra estas últimas horas a una íntima reflexión; y si se produce en ti un arrepentimiento profundo, gózate; y si dicho arrepentimiento te lleva a poner una humilde fe en Jesús, alégrate sobremanera. ¡Oh, procura que no termine este año sin que seas salvo! ¡No dejes que te sorprendan las campanadas de la medianoche sin haber recibido el perdón! Ahora, ahora, ahora, cree y vive.

¡Escapa, salva tu vida!

No mires tras de ti,

ni pares en toda esta llanura.

Escapa al monte,

no sea que perezcas.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, pp. 376–377). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 36 | Apocalipsis 22 | Malaquías 4 | Juan 21

31 DICIEMBRE

2 Crónicas 36 | Apocalipsis 22 | Malaquías 4 | Juan 21

Las dos lecturas principales para este último día del año expresan esperanza.

La primera, 2 Crónicas 36, reproduce la destrucción final de Jerusalén. Los babilonios arrasaron la ciudad y trasladaron a los ciudadanos principales lejos de su hogar, a unos 1.200 kilómetros de distancia. Pero los versículos finales susurran esperanza. Babilonia no tiene la última palabra. Décadas más tarde, el imperio persa dominó la región y se convirtió en la nueva superpotencia. El rey Ciro autorizó el regreso de los exiliados a Jerusalén y la construcción de un nuevo templo. Claro, históricamente los persas establecieron esta política para los pueblos que los babilonios habían desplazado: a todos se les permitió regresar a casa. Pero el cronista ve correctamente que la aplicación de esta política a Israel es evidencia suprema de la mano de Dios e inicia una nueva etapa en la historia de la redención que traerá el cumplimiento de todas las promesas de Dios.

La esperanza reflejada en la segunda lectura, Apocalipsis 22, es de un orden superior. Los primeros versículos completan la visión del capítulo 21. La bendición de la consumación gira sobre asuntos como los siguientes: el agua de vida fluye libremente del trono de Dios y del Cordero; todos los resultados de la maldición son eliminados; el pueblo de Dios verá constantemente su rostro, es decir, estarán por siempre en su presencia; ya no hay ciclos de noche y día (una vez más, el hecho es moral, no astronómico; es decir, que ya no habrá ciclos de bien y mal, luz y oscuridad, pues todos vivirán en la luz de Dios).

Dada la pura belleza y gloria de esta visión prolongada y simbólica de la consumación y el triunfo de la redención, el resto del capítulo se dedica principalmente a asegurar al lector la total confiabilidad de esta visión y, por ello, la absoluta importancia de estar entre “los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad” (22:14). Aquí, entonces, se encuentra la máxima esperanza, de manera que si uno se aleja esta vez, ya no habrá esperanza. Sólo quedará una expectativa aterradora de la ira final. No hemos llegado a ese punto todavía, dice el autor, pero el clímax ya no está lejos y cuando llegue, será muy tarde.

El Jesús resucitado y exaltado, el que es la raíz y la descendencia de David, la brillante estrella de la mañana (22:16), declara solemnemente: “¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (22:12–13).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 365). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Abba, Padre!

domingo 31 diciembre

Dios envió a su Hijo… a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!

Gálatas 4:4-6

Amados, ahora somos hijos de Dios.

1 Juan 3:2

¡Abba, Padre!

Una de las primeras palabras que un niño hebreo aprendía a pronunciar era «Abba». Son dos sílabas cortas que corresponden a nuestro «papá» en español. Papá, Abba, es un término de cariño, de intimidad, que significa: Padre. El apóstol Pablo, si bien escribe en griego su epístola a los romanos, emplea la palabra Abba, cuando dice a los que habían recibido a Cristo como Salvador: “Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).

¡Cuán dulce es repetir la expresión: Padre! ¡Qué felicidad no ser más huérfano, tener un apoyo, un protector, una familia! Esta única palabra resume todas las bendiciones que Jesucristo trajo al mundo. Vino para darnos un Padre, ¡su Padre! “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado”, dijo a sus discípulos, y también a nosotros (Juan 15:9). Después de su resurrección, anunció a María Magdalena: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).

Nuestras desobediencias nos habían alejado de Dios, pero Jesús vino a acercarnos a él. No solo fuimos perdonados, sino que entre Dios y nosotros se estableció una relación de intimidad: Jesús puso nuestra mano en la mano del Padre. Es la felicidad y la seguridad para todos los que creen y aceptan este hecho maravilloso.

“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Malaquías 3-4 – Apocalipsis 22 – Salmo 150 – Proverbios 31:25-31