Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y… no sois vuestros. Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo.
Desde el Génesis, la Biblia emplea el verbo conocer para hablar de la relación conyugal. Conocer al cónyuge sobrepasa la intimidad física o intelectual. Esto significa vivir una relación de corazón y espíritu, una comunión profunda entre los esposos.
Lo que permite que el encuentro conyugal sea vivido como una comunión, es la capacidad de amar al otro con respeto, lealtad, ternura y pureza de corazón. Lo opuesto es querer imponer su manera de vivir las relaciones conyugales, o dejarse llevar por el deseo egoísta. Recordemos que lo que toca el cuerpo, toca la persona y puede dejar heridas en el alma y en el corazón.
Esta pureza en los afectos recíprocos de la pareja ayudará a dominar una sexualidad «instintiva», sin control, para vivirla como un regalo de Dios en la esfera del matrimonio. La Palabra de Dios advierte: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro” (1 Corintios 7:4-5).
El noviazgo es un período privilegiado para aprender a entrar en esa comunión de las almas, que precede al encuentro de los cuerpos, reservado para el matrimonio.
Esta pureza de sentimientos, buscada en la oración común (1 Pedro 3:7) y en la lectura de la Palabra de Dios, guardará a los esposos cristianos en ese camino según Dios, que lejos de ser frustrante, lleva al verdadero gozo de la pareja.