Vuelve a Dios y él te acercará

Vuelve a Dios y él te acercará

Catherine Scheraldi de Núñez

“Así dice el Señor de los ejércitos: ‘Volveos a mí’ —declara el Señor de los ejércitos— ‘y yo me volveré a vosotros’ —dice el Señor de los ejércitos.” (Zacarías 1:3).

Nuestro Dios no es solamente un ser santo, sino que él es tres veces santo y cohabita con nosotros. Cuando estamos en pecado es tan traumático para nosotros que, por nuestro bien, él se esconde. Él no se aleja, somos nosotros quienes nos alejamos y entonces nos es más difícil oír su voz.

Adán y Eva, antes de Génesis 3 tenían una relación cara a cara con Yahweh; sin embargo, tan pronto el pecado entró en ellos, su reacción fue esconderse. ¿Por qué? Por miedo (Gn. 3:10). La reacción de Isaías fue parecida como leemos: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos” (Is. 6:5).

La reacción de Pedro en Lucas 5 no fue diferente, cuando él había estado pescando toda la noche sin éxito, Jesús le mandó echar las redes de nuevo y la cantidad de peces fueron tantos que las redes estaban rompiéndose; leemos en Lucas 5:8: “Al ver esto, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!”. Esta es la razón por la cual Dios nos había dicho en Éxodo 33:20: “No puedes ver mi rostro; porque nadie puede verme, y vivir”. La analogía o comparación más cercana en que puedo pensar es esta: si nos acercáramos al sol, su brillantez quemaría nuestros ojos produciendo una ceguera, y el calor nos quemaría hasta la muerte.

En nuestra naturaleza, hay cosas que son imposibles para nosotros, y estar en la presencia del Señor sin haber recibido perdón por nuestros pecados, ¡es una de ellas!

Hay otra razón por la cual sentimos alejamiento de Dios que también es beneficiosa para nosotros, y es para que su ausencia produzca en nuestros corazones el deseo de volver donde él. En Salmos 27:5 leemos: “Porque en el día de la angustia me esconderá en su tabernáculo; en lo secreto de su tienda me ocultará; sobre una roca me pondrá en alto”.

Vivimos en un mundo caído, en medio de una guerra espiritual y las fuerzas de las tinieblas, aunque no son visibles, son palpables. Sin la protección de Dios, viviríamos sobrecogidos de miedo, con preocupaciones, ansiedad y vergüenza. El único sitio donde estamos protegidos es cuando estamos caminando con él. Es como si fuéramos caminado bajo la lluvia, mientras estamos bajo el paraguas de Dios, quedamos secos. Sin embargo, tan pronto salimos del paraguas, la lluvia nos moja. La única forma de erradicar estas emociones es a través del perdón de pecado por la obra de Jesucristo en la cruz, para que seamos adoptados en la familia de Dios. Y como hijos podemos decir: “si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Ro. 8:31). Nuestra capacidad de tener éxito depende totalmente de nuestra caminar con él (Jn. 15:5), y cuando persistimos en pecado, no solamente perdemos su protección, más aún Dios mismo es quien nos entrega a nuestros enemigos, de nuevo para nuestro bien, con el propósito de que volvamos a él (Ez. 39:23), porque sin él, la vida no solamente se vuelve de mal y peor, sino que carece de propósito.

Como cristianos tenemos muchos enemigos, ¡incluyendo nuestro propio corazón! Isaías 64:7 nos enseña: “Y no hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse de ti; porque has escondido tu rostro de nosotros y nos has entregado al poder de nuestras iniquidades”. Gálatas 5:17 nos demuestra la razón: “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis”. Los deseos naturales de nuestro corazón son pecaminosos y la única forma de dominarlo es “Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne” (Gá. 5:16). Es importante identificar que nuestros enemigos incluyen los principados y potestades, el sistema del mundo y nuestro propio corazón. Sin el poder del Espíritu Santo iluminando nuestras vidas, nuestro corazón nos engaña (Jer. 17:9) y empeoramos cada día hasta destruir nuestras propias vidas.

Sin embargo, servimos a un Dios misericordioso, quien renueva su misericordia diariamente. Esto requiere que nos humillemos y volvamos a él.  “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Stg. 4:8). Sin arrepentimiento, el rostro de Dios sigue escondido, pero cuando volvemos a él, él es fiel y nos sana (Jer. 3:22). Por su misericordia, aún su disciplina tiene el propósito de sanarnos y volvernos a él (Is. 54:8).  Aunque su rostro se esconda, su oído se mantiene inclinado para oír nuestras suplicas (Sal. 22:24). Él es fiel a los suyos y “está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad” (Sal. 145:18).

Cuando nos volvemos a él, suplicamos su perdón y obedecemos de nuevo a sus estatutos, su presencia de nuevo se hace real a nosotros (Mal. 3:7). Dios es un Dios bueno, misericordioso, lleno de compasión y su anhelo es tenernos cerca para recibir su protección y para completar los planes de bienestar que él tiene para nosotros. Y aún más, cuando nos mantenemos cerca de él, tenemos la garantía que “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor” (Sal. 34:15).

Y “como todas las cosas cooperan para bien” (Ro. 8:28), la misma misericordia de Dios es lo que produce el vacío y dolor en nuestras vidas cuando estamos en pecado para crear nuevamente el anhelo de estar cerca de él. Él no es un juez malo, sino un juez justo que está dándonos una nueva oportunidad de obtener los beneficios que Él anhela darnos. Regresa a él, para que él te limpie y te dé un corazón nuevo.

Puedes encontrar más contenido de Catherine Scheraldi de Núñez en su programa Mujer para la Gloria de Dios, dirigido a mujeres con el fin de  orientarles acerca de cómo vivir su diseño para la gloria de Dios, en Radio Eternidad.

Lo fundamental del liderazgo es el carácter

Lo fundamental del liderazgo es el carácter

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado de Un líder de convicciones: 25 principios para un liderazgo relevante. Albert Mohler. B&H Publicaciones.

Los líderes no son máquinas y sus seguidores tampoco lo son. Somos seres humanos de carne y hueso que debemos realizar constantes juicios en relación con la confianza. Pareciera que existe un instinto dentro de nosotros que gravita hacia aquellos en quienes podemos confiar y que mira con cautela a los que no inspiran tal confianza. Dentro de nosotros, tenemos una especie de detector de confianza que funciona constantemente, y aprendemos a depender de él incluso desde pequeños. El liderazgo es tan antiguo como la humanidad y también lo es la preocupación por el carácter de los líderes.

Nuestra dificultad para tratar la cuestión de carácter está directamente relacionada con que no tenemos un concepto común de lo que verdaderamente implica el carácter. Este es el punto en el cual el líder cristiano debe tener un llamado al carácter mucho más profundo y urgente; un llamado al carácter que no se trate solo de una cuestión de personalidad pública, no una mera negociación con las confusiones morales de nuestra propia era. Como seguidores de Cristo, sabemos que la afirmación de que podemos tener una vida privada y una pública con diferentes términos morales no tiene legitimidad. Además, también sabemos que los términos morales a los que nos debemos no los establecemos nosotros; Dios los ha revelado en Su Palabra. «Pues como piensa dentro de sí, así es» (Prov. 23:7, LBLA).

La Biblia revela que el carácter es una condición de nuestro corazón. El Antiguo Testamento contiene las leyes mediante las cuales Israel debía aprender sobre el carácter, y el Nuevo Testamento presenta a la Iglesia como una comunidad de carácter. Jesús les dijo a Sus discípulos que debían vivir ante el mundo de modo que su carácter fuera tan evidente que la gente diera gracias a Dios.

Aquellos a quienes lideramos esperan que vivamos y lideremos en concordancia con nuestras convicciones.

Como comunidad de carácter, los cristianos debemos reflejar los compromisos morales a los cuales se nos ha llamado. Tal como Jesús dejó en claro, la credibilidad moral del evangelio depende de aquellos que han sido transformados por la gracia y la misericordia de Dios, y que demuestran esa transformación en toda dimensión de la vida. Dentro de la iglesia, el liderazgo recae sobre aquellos cuya luz brilla con integridad y poder.

La Iglesia debe vivir de acuerdo a la Palabra de Dios y del evangelio de tal manera que los demás se queden rascándose la cabeza, preguntándose cómo es posible que la gente viva así. ¿Por qué se aman los unos a los otros? ¿Por qué son tan generosos? ¿Por qué siguen casados con su primer cónyuge? ¿Por qué viven con tanto esmero? El líder eficaz sabe que las expectativas con respecto al carácter comienzan desde arriba.

Aquellos a quienes lideramos esperan que vivamos y lideremos en concordancia con nuestras convicciones. No se quedarán satisfechos con el carácter que se presente solo en público, una simulación de algo que no somos. Tienen hambre y sed de un verdadero liderazgo y de verdaderos líderes. Han visto adónde conduce el liderazgo sin un carácter recto y no quieren saber nada con él. Una vez que declaramos nuestras convicciones, se esperará que vivamos de acuerdo a ellas en público y en privado. Las convicciones vienen primero, pero el carácter es el producto de esas convicciones. Si no, nuestro liderazgo se hará pedazos y se quemará.

El carácter es indispensable para la credibilidad y la credibilidad es esencial para el liderazgo. Los líderes de carácter producen organizaciones de carácter porque este, al igual que la convicción, es contagioso. Los seguidores se sienten atraídos a aquellos cuyo carácter es tal que lo desean para sí mismos.

El Dr. R. Albert Mohler Jr. es el presidente del Southern Baptist Theological Seminary(Lousville, Kentucky) y una de las voces de mayor influencia en el panorama evangélico de los Estados Unidos actualmente. El Dr. Mohler es conocido por su firme y clara defensa del evangelio y por su fidelidad a las Escrituras. Puedes seguir sus publicaciones mediante su sitio webTwitter y Facebook.

Lo fundamental del liderazgo es el carácter

Promesas de Jesús para los suyos

Jueves 21 Febrero

El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Juan 14:26

Promesas de Jesús para los suyos

Leer el evangelio según Juan 14:15-31

Jesús iba a dejar a sus amados discípulos, pero no quedarían huérfanos. La primera promesa que les hizo fue que les enviaría una Persona divina para consolarlos, sostenerlos y ayudarlos: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). El Espíritu Santo no solo estaría con los creyentes, sino en ellos, para instruirlos: “El Espíritu Santo… os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (v. 26). El Señor lo llama “otro Consolador”, porque él mismo sigue siendo el Consolador celestial, el Abogado que está junto al Padre (1 Juan 2:1).

Jesús hizo tres promesas más a los suyos: la vida nueva, que fluye de la suya (Juan 14:19); una cercanía particular en el amor del Hijo y del Padre, para quien muestre su afecto guardando sus mandamientos (v. 21, 23); y finalmente la paz, su propia paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (v. 27). ¡Cuán real es que él no la da “como el mundo la da”! El mundo ofrece poco y toma mucho, distrae y aturde la conciencia. Actúa como un tranquilizante engañando momentáneamente las inquietudes y los tormentos del alma. Pero esto es solo una paz ilusoria. La paz que Jesús da satisface el corazón, y es eterna.

Finalmente, el Señor dio a entender a sus discípulos que si tenían verdadero amor por él, no debían tratar de retenerlo egoístamente en la tierra, sino regocijarse con su gozo (v. 28).

Extracto de «Cada día las Escrituras»

2 Samuel 14 – Hechos 5:17-42 – Salmo 25:6-10 – Proverbios 10:9-10

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