¿Por qué querría alguien ser cristiano? Los cristianos de la Iglesia primitiva eran marginados, despreciados y perseguidos. Lo mismo ocurre con muchos creyentes hoy en día: en la mayoría de los países, ser cristiano es, como mínimo, una pérdida social y económica. Pero a pesar de todas las aparentes desventajas, ser cristiano no solo es deseable, sino asombroso y glorioso. El apóstol Juan resume gran parte de la maravilla de ser cristiano cuando dice: «Nuestra comunión es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1:3). El cristiano tiene comunión con Dios.
A causa del pecado, ningún ser humano tiene comunión con Dios por sí mismo. Dios es luz; nosotros nacemos en oscuridad. ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? Dios es vida; nosotros estamos muertos. ¿Qué comunión tiene la vida con la muerte? Dios es amor; nosotros somos enemistad. ¿Qué amistad puede haber entre Dios y el hombre? En nuestra condición natural, estamos sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2:12). Estamos «excluidos de la vida de Dios» por la ignorancia que hay en nosotros (4:18). En nuestro estado caído, no solo somos incapaces de reconciliarnos con Dios, sino que además no queremos hacerlo.
Pero Dios (2:4) en Su gracia ha abierto el camino de vuelta a la vida con Él, por medio de Jesucristo. Dios actuó unilateralmente para mostrarnos gracia, misericordia y amor en Cristo. El Hijo, dado en el amor del Padre, es el restaurador y el reconciliador. Por medio de Él, los pecadores son acogidos en la santa presencia de Dios (Ef 3:12; He 10:19-20).
Cuando el Espíritu nos lleva a Dios por medio de Cristo, entramos en la comunión de amor del Dios trino. Somos cambiados para amarlo y deleitarnos en Su entrega a nosotros y deleitarnos en entregarnos a Él. Es una comunión pura, santa y buena. Es una comunión de paz entre Dios y Su pueblo a través de la sangre de Jesús. Pase lo que pase al cristiano, está bajo la voluntad del Padre; el cristiano está a salvo por toda la vida y la eternidad. Nada puede separarnos del amor de Dios (Ro 8:38-39).
Tener comunión con Dios significa que el cristiano tiene el privilegio de conocer a Dios y ser conocido por Él. Tiene el privilegio de hablar con Dios en oración y escuchar a su Creador y Redentor hablar por Su Palabra y Espíritu. El cristiano tiene el privilegio de tener la presencia de Dios con él y en él, y el gozo de saber que un día será llevado a la gloria plena y brillante de la presencia de Dios. Verá y tendrá comunión con el Dios encarnado: Cristo Jesús, el Salvador ascendido y Rey de gloria.
El cristiano tiene el privilegio de ser restaurado a su diseño original por Aquel que lo hizo a él y a todas las cosas. El cristiano tiene el privilegio de disfrutar de la creación de Dios, ahora y siempre. Tiene el privilegio de ser consolado y pastoreado en esta vida por el Padre, quien obra todas las cosas para su bien. El cristiano tiene el gran gozo de saber que incluso las cosas buenas de aquí son solo el principio de lo que está por venir. Estos son regalos de Dios para Sus hijos. ¿Puede haber algo mejor que ser cristiano?
Este artículo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
William VanDoodewaard El Dr. William VanDoodewaard es profesor de historia de la iglesia en The Puritan Reformed Theological Seminary en Grand Rapids, Mich. Es autor o editor de varios libros, incluyendo The Quest for the Historical Adam y Charles Hodge’s Exegetical Lectures and Sermons on Hebrews .
Introducción Uno de los hermosos aspectos de la obra de Dios al salvar a su iglesia es que él llama a toda clase de personas a la comunión. Personas con trasfondos formales y tradicionales y personas con una tendencia un poco más informal. Gente que creció escuchando a Bach, samba brasileña, a los Beatles, o a Beggie, todos ellos unidos a Jesús.
Esto puede generar algunos desafíos cuando nos reunimos para adorar. Déjame preguntarte: ¿De qué manera afecta la adoración corporativa a nuestra unidad?
No solo hoy la adoración tiene el potencial para causar división. Cuando Jesús conoció a la mujer samaritana en el pozo en el Evangelio según San Juan, capítulo 4, ella lo invitó a debatir acerca de la adoración, ¿debería el pueblo de Dios adorar en Jerusalén o en los montes gemelos Gerizim y Ebal en Samaria? Jesús responde enseñándole lo que es la adoración. Dice que Dios está buscando adoradores que le adoren en Espíritu y en verdad (vv. 23-24).
¿Entonces, cuál es nuestra meta el día de hoy? No podemos abordar todo lo que hay que decir acerca de la adoración. Pero a medida que nos acercamos al final de nuestro seminario del tema de nuestra vida juntos como iglesia y de la importancia de nuestra unidad, deberíamos considerar cómo podemos ayudarnos unos a otros hacia este objetivo final de adorar a Cristo. De muchas maneras, la adoración que glorifica a Dios es uno de los frutos más dulces y valiosos de la unidad de la que hemos estado discutiendo. Y al mismo tiempo, la adoración verdadera fomentará naturalmente la unidad.
Comenzaremos definiendo qué es la adoración y la adoración corporativa, y luego veremos cuatro formas en las que dicha adoración tiene un rol único que desempeñar en nuestra vida como congregación.
Definición de la adoración Primero veamos una definición de la adoración. La adoración es un concepto amplio en la Biblia, no existe una palabra griega principal que corresponda a nuestra palabra en español para «adoración», pero hay muchos términos diferentes. Cuando examinamos el Nuevo Testamento en específico, queda claro que la adoración implica mucho más que ir a la iglesia un domingo por la mañana, ciertamente mucho más que la alabanza en forma de canto. Como escribe Pablo en 1 Corintio 10:31: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». A los romanos, escribe: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (12:1). Cristo, el cordero perfecto, es el único sacrificio suficiente para nosotros. De manera que los sacrificios que ofrecemos en el nuevo pacto no son ofrendas quemadas, como en el Antiguo Testamento, sino la sumisión de cada aspecto de nuestras vidas para la gloria de Dios.
Por tanto, ¿cómo podríamos definir la adoración? D. A. Carson tiene una extensa definición de la adoración, la cual se encuentra en el reverso de tu folleto. Sería útil leerla luego, pero por ahora, veamos la definición menos detallada de David Peterson: Adorar es «comprometerse con Dios en los términos que él propone y en la forma que solo él hace posible». Eso abarca todo tipo de adoración: nuestros afectos, nuestras acciones, nuestra obediencia, nuestras relaciones, y eso incluye nuestra adoración corporativamente, nuestros tiempos de adoración a Dios y de mutua edificación.
La adoración se centra en Dios. Es la respuesta correcta a la majestad del carácter de Dios, un Dios que es digno de adoración. La adoración implica mucho más que solo saber intelectualmente cómo es Dios, y se deleita en la perfección de sus atributos.
La adoración se centra en Cristo. Nuestra adoración a Dios solo es posible gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Sin el sacrificio de Jesús en nuestro lugar no podríamos entrar en la presencia de Dios y, por tanto, no podríamos esperar la imagen que tenemos del cielo en la Biblia. Vemos esta adoración «Cristocéntrica» muy claramente en Apocalipsis 5. Dios está sentado en el trono, sosteniendo un libro que está sellado. Solo el León de la tribu de Judá, que también es el cordero, puede abrir ese libro; solo él es digno. Y leemos que él (Cristo) estaba de pie en medio del trono, siendo uno con Dios (v. 6). Entonces Cristo es alabado como el que fue inmolado, quien es digno de tomar el libro y de abrir sus sellos. Desde ese punto en el libro de Apocalipsis, la adoración se dirige «al que está sentado en el trono, y al Cordero».
Y la adoración es empoderada por el Espíritu Santo. Antes de enseñarnos a cantar unos a otros, a agradecer en nuestros corazones a Dios, Pablo nos llama en Efesios 5:18 a ser llenos del Espíritu. Jesús enseña que el ministerio del Espíritu entre nosotros es uno que lo glorifica, Juan 16:14: «Él Espíritu me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber».
Así que, ¿qué es un entendimiento bíblico de la adoración? Permíteme sugerir tres cosas en resumen:
A. Es la respuesta correcta a Dios. La adoración es algo que se ordena a todos, y es una reacción natural y correcta a la gloria de Dios. B. Abarca toda nuestra vida. No es solo cantar una alabanza a Dios. Implica tanto nuestra adoración como nuestras acciones. La adoración no termina con lo que decimos, sino que incluye lo que hacemos. C. Se deleita en la belleza de Dios y de Cristo. No se deleita en la experiencia de la adoración. En nuestra cultura evangélica, la adoración a menudo se refiere a las emociones que experimentamos al (quizá) cerrar nuestros ojos y cantar a Dios, y podemos quedar más atrapados en esa experiencia que en el Dios que se supone es el origen de esa experiencia. En cambio, deberíamos enfocar nuestros corazones y nuestras mentes en Dios y en Cristo cuando adoramos. Por tanto, si la adoración tiene mucha pasión, pero no hay un pensamiento genuino entonces no es verdadera adoración. Lo contrario también es cierto, si la adoración solo se trata de pensar en las cosas correctas, sin la intención de provocar afectos hacia Dios, también es demasiado falsa.
Definición de la adoración corporativa Entonces, ya hablamos algo acerca de lo que es y no es la adoración. ¿Y la adoración corporativa, —el tiempo en el que nos reunimos como congregación públicamente con el fin de alabar a Dios? En base a lo que acabo de describir como adoración, podrías pensar que nuestro picnic como iglesia forma parte de la adoración corporativa, al fin y al cabo, hacemos todas las cosas para la gloria de Dios, y las hacemos juntos como congregación. Pero claramente hay algo más para la adoración como cuerpo que solo eso.
Afortunadamente, Dios nos ha orientado a través de la Escritura acerca de lo que pasa cuando una congregación se reúne en público con el propósito de adorar a Dios. En el Nuevo Testamento, vemos que se ordena a la iglesia que ore (Colosenses 4:2-4, 1 Timoteo 2:1-2), que lea la Palabra públicamente (1 Timoteo 4:13; Colosenses 4:15, 16), que escuche la predicación y la enseñanza (Hechos 2:42, 1 Timoteo 4:13), que bautice a los creyentes (Mateo 28:19) y que comparta la Cena del Señor (Hechos 2:42; 1 Corintios 11); se le ordena a animarse entre sí y alabar a Dios con cánticos (Efesios 5:19, Hebreos 13:15), y que dé de sus finanzas (1 Corintios 16:1-2). 1 Corintios 14:26 es claro: cada una de estas cosas que hacemos juntos, deben hacerse «para edificación de la iglesia».
Estas son cosas que el Nuevo Testamento nos enseña que hagamos cuando nos reunimos, ya sea por mandato o por ejemplo. ¿Pero qué hay de otras cosas? Podrías encontrar que hacer una larga caminata en las montañas puede ser una excelente forma de animar a tu corazón y tu mente para que alaben a Dios. ¿Qué pasa si cada dos semanas decidiéramos como iglesia ir a caminar el domingo por la mañana en lugar de reunirnos en el edificio? Nos estaríamos congregando, como se nos ordena en Hebreos 10, versículo 25, y estaríamos adorando a Dios. ¿Sería eso adorar corporativamente? Ciertamente no encajaría en el típico patrón de lo que la Biblia presenta para definir lo que la iglesia hace en el tiempo único en el que nos reunimos para adorar.
Esto nos lleva a un importante tema en la Escritura que vale la pena mencionar: Dios ha definido cómo deberíamos acercarnos a él corporativamente, por lo que es posible ofrecer adoración erróneamente.
Dios es infinito, sabio, omnisciente; nosotros somos finitos y pecaminosamente interesados en nuestra propia gloria. No podemos conocerle a menos que él se revele a nosotros, y no podemos entender qué tipo de adoración le complacerá a menos que él nos los dé a conocer.
Así, la Biblia deja muy en claro cómo debemos adorar a Dios, específicamente cuando lo adoramos juntos en público. Por ejemplo, en el segundo mandamiento (Éxodo 20:4), Dios prohíbe la adoración a través de imágenes, dejando claro que solo él reglamenta la forma en que se le servirá. Las consecuencias de este principio se aclaran cuando las personas construyen y adoran al becerro de oro, probablemente pensado como una representación de Dios, pero obviamente sin agradarle al Señor. Y luego, cuando Nadab y Abiú ofrecieron «fuego extraño» al Señor, un tipo de devoción «que él nunca les mandó», Dios los mató (Levítico 10:1-3). Jesús rechaza la adoración de los fariseos, citando de Isaías: «En vano me honran, enseñando con doctrinas mandamientos de hombre» (Marcos 7:7).
La Escritura es clara acerca de las maneras en que debemos acercarnos a él cuando nos reunimos públicamente. Dios así lo ha establecido para que nuestra adoración no se confunda con otras religiones y dioses; lo hace para que seamos bendecidos, ya que él sabe lo que es mejor para nosotros.
Todo esto para decir, cuando consideramos la adoración corporativa, debemos entender que la Biblia no nos da libertad para que improvisemos, sino que regula los elementos de la adoración y el contenido de nuestra adoración. Por supuesto, las formas de esos elementos de adoración pueden cambiar con el tiempo; en una generación es posible que cantemos a cappella; en otra podemos cantar con una guitarra y un retroproyector. Otro punto a destacar: la adoración corporativa es adoración pública. Es el tiempo en el que toda la iglesia se reúne, los inconversos son invitados y bienvenidos para aprendan acerca del verdadero Dios como vemos en 1 Corintios 14. A través de su adoración corporativa, una congregación proclama a Dios ante un mundo que le observa.
Entonces, en resumen, la adoración corporativa consiste en reunirnos públicamente como iglesia para acercarnos a Dios de acuerdo a sus instrucciones en la Escritura.
Una implicación clave de esto es que en el centro de nuestra adoración corporativa está la predicación expositiva. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios, y comprender lo que ella dice, es la cúspide de relacionarnos con Dios mientras él se da a conocer a su pueblo. El canto es, sin duda, parte de nuestra adoración, y es útil para enfocar nuestros pensamientos y conectar nuestras emociones. Pero la exposición de la Palabra de Dios es el centro de las reuniones de la iglesia.
La unidad en la adoración corporativa Habiendo definido la adoración corporativa, pasemos al punto #4 y consideremos esta pregunta: ¿Cómo mantenemos la unidad en la adoración corporativa a pesar de nuestras distintas preferencias? Filipenses 2:2 nos dice que como iglesia debemos tener: «un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento» (NVI). Entonces, ¿cómo abordamos la adoración corporativa cuando cada uno de nosotros tiene sus preferencias, gustos y aversiones con respecto a las formas de adoración corporativa como la música o el estilo del servicio? Continuando en Filipenses 2:3-4, leemos: «No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás» (NVI). Estamos llamados a someternos unos a otros por amor a Cristo, a amarnos unos a otros y servirnos mutuamente de esta manera, como lo hacemos en muchos otros aspectos de la vida de la iglesia.
La razón por la que hago hincapié en este punto es porque a muy menudo hoy, encontramos una extraña contradicción. La adoración corporativa es el único tiempo en el que centramos más conscientemente nuestra atención como un cuerpo en la gloria de Dios. Y, sin embargo, con mucha frecuencia la adoración corporativa es el aspecto de la vida de la iglesia que provoca mayor egoísmo.
¡Ese no debería ser el caso! Si piensas en la adoración corporativa como algo que solo involucra a Jesús y a ti, entonces ciertamente estarás decepcionado si no es tu estilo preferido. Necesitamos pensar en la adoración corporativa como algo que hacemos juntos como una familia, por amor los unos a los otros y hacia Dios. ¿Cómo aprendemos a pensar de esa manera?
Algo que puede ayudar es ver el domingo por la mañana como un sentido de nuestra desesperada necesidad por él. La adoración no se trata fundamentalmente acerca de nosotros; se trata de ver y disfrutar a Dios junto con la comunidad de la fe. Dejemos de lado el hambre porque nuestras preferencias personales sean suplidas, en cambio, anhelemos una conexión más profunda con nuestra congregación y un entendimiento de nuestro gran Dios.
Cuatro perspectivas de cómo podría verse esto:
A. Primero, el sacrificio. La adoración corporativa glorifica a Dios porque lo hacemos unidos, y esto implica sacrificio, al igual que muchas otras áreas de nuestra vida como iglesia.
B. Segundo, el crecimiento. Necesitamos recordar que en amor, podemos aprender a usar estilos y tradiciones de adoración que al principio pueden parecer extraños, para luego crecer en nuestro aprecio por ellos
C. Tercero, ser considerados. Debemos tener presente la importancia de no hacer cosas que distraerían a los demás en la congregación de adorar. Eso implica todo desde lo que usamos hasta cómo hablamos de las canciones con otros. Significa no burlarse de las canciones de una manera que impida que otros las usen para adorar; ¡eso significa que quienes escogen las canciones deben tener cuidado de no elegir canciones que sean fáciles de burlar!
D. Cuarto, la honestidad. Solo puede ayudar a nuestra unidad si somos honestos acerca de un par de cosas. Por un lado, nuestra iglesia tiene una cultura en particular. No puedes escapar de eso. Adoramos en castellano. Hemos tratado de dar prioridad al acompañamiento simple, para que el sonido de las voces de las personas sea lo más prominente. Valoramos las canciones con buen contenido de muchos siglos diferentes, por lo que gran parte de nuestra música se siente anticuada para algunos. Es bueno ser sinceros al respecto. También es bueno reconocer honestamente que esto significa que a algunas personas les costará adaptarse a la forma en que adoramos aquí. Para otros se siente cómoda, como la iglesia de la abuela; pero para otros se siente como una iglesia en Marte. Nos amamos bien si somos conscientes de que algunas personas pueden tener que sacrificar más sus preferencias, y si les escuchamos mientras lidian con eso y oramos por ellos en eso.
La adoración corporativa como una plataforma para la unidad Ya hemos hablado acerca de cómo podemos trabajar en pro de la unidad en nuestra adoración corporativa; teniendo en cuenta nuestro tiempo, me gustaría discutir cuatro formas en las que nuestra adoración corporativa ayuda a nuestra unidad y a nuestro testimonio.
A. La adoración corporativa refleja nuestra unidad que glorifica a Dios. Primero, la adoración corporativa es una oportunidad para reflejar la unidad que tenemos en Cristo. Es maravilloso cuando podemos estar solos en la mañana y adorar a Dios por alguna faceta de su carácter durante nuestros tiempos devocionales. ¡Pero hay algo especial cuando nos reunimos públicamente y adoramos a Dios juntos! Como nos recuerda Pedro, esta es una de las razones por las que Dios unió a judíos y a gentiles en la iglesia: ahora, dice: «Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9).
Esta es la razón por la que Jesús insiste tanto en que lidiemos con las áreas de desunión antes de la adoración. Dice en el Sermón del Monte: «Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23-24).
Pablo hace eco de esta enseñanza cuando habla acerca de la Cena del Señor. Dice: «Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí» (1 Corintios 11:29). ¿Qué significa no discernir el cuerpo del Señor? Pablo estaba hablando acerca de cómo los corintios celebraban la Cena del Señor en desunión, humillando a los pobres entre ellos. El cuerpo de Cristo al que se refiere es la iglesia. La unidad debe estar presente si queremos ofrecer un sacrificio de alabanza agradable a Dios, y cuando la unidad está presente, la adoración corporativa es el precioso desborde de la gloria de Dios. Por tanto, debemos regularmente, no solo en preparación para la Cena del Señor, examinar nuestras relaciones con los demás, así como nuestra relación con Dios.
B. Nos ayudamos unos a otros a adorar Una de las grandes ventajas que tenemos cuando adoramos juntos como iglesia es que podemos ayudarnos mutuamente a comprender la gloriosa hermosura de nuestro Dios, y ayudarnos a expresar nuestra respuesta en alabanzas y agradecimientos alegres. Así, la adoración corporativa brinda una plataforma en la que podemos servirnos unos a otros.
Esto sucede en la estructura de nuestros servicios de adoración, cuando los músicos nos ayudan a cantar; cuando predican hombres que han estudiado arduamente para preparar un mensaje de la Palabra de Dios, y cuando nuestras voces y expresiones nos animan mutuamente a lo largo del servicio. El autor de Hebreos nos dice: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Hebreos 10:24). Eso ciertamente incluye ayudarnos unos a otros a adorar.
Ahora bien, además de lo que acabo de mencionar, ¿de qué manera podemos ayudarnos a adorar a Dios cuando nos reunimos como congregación? Lo diré en forma de pregunta: ¿Cómo ayudas a los demás a adorar?
Algunas posibles respuestas a considerar:
Podemos discutir el texto del sermón con otros en preparación al domingo por la mañana. Podemos cantar en voz alta y con alegría. Podemos asistir regularmente a la Cena del Señor, y participar de ella dignamente. Podemos conversar acerca del sermón y del servicio como un todo después de la iglesia. Podemos expresar nuestra alegría unos a otros durante el servicio. Podemos dar la bienvenida a quienes no conocemos. Podemos fomentar una cultura de oración al reflexionar sobre las oraciones de los domingos por la mañana con otros así como lo haríamos con el sermón. Podemos apagar el teléfono, no conversar en voz alta durante el servicio, sentarnos en medio de la banca y hacia el frente, llegar temprano, salir tarde, escuchar a los servidores, agradecer a los voluntarios durante el servicio… etc.
La adoración corporativa es edificante Tercero, la adoración corporativa es una oportunidad para nosotros de edificarnos mutuamente. Te sorprendería descubrir en la Escritura que Dios no es el único a quien nos dirigimos durante los tiempos de adoración corporativa. Pablo escribe a los efesios, por ejemplo: «Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón» (Efesios 5:19) (NVI).
Cuando cantamos el domingo por la mañana, o leemos la Palabra u oramos, no solo nos comunicamos con Dios, sino también entre nosotros. ¿Por qué es eso importante? Porque necesitamos que se nos recuerde las infinitas grandiosas verdades de la Escritura, temas a los que a menudo recurrimos en nuestros tiempos de adoración corporativa, que Dios nos creó, que él es perfectamente justo, que hemos pecado contra él, y que Jesús murió como nuestro sustituto en la cruz. Escuchamos estas verdades en el sermón, pero también ayuda a nuestros corazones escucharlas en las voces y en los rostros comprometidos de nuestros hermanos y hermanas a nuestro alrededor.
Así que, permíteme compartir algunas sugerencias específicamente en el área del canto acerca de cómo podemos usar nuestras canciones para edificarnos mutuamente:
A. Medita en el significado de las palabras cuando cantes, y piensa no solo en cómo esas verdades se aplican a ti, sino también a otros en la iglesia. B. De manera natural y agradable para ti, y sin distraer a los demás, considera cómo tu lenguaje corporal puede animar a otros al cantar, quizá sonriendo en ciertas secciones, mirando a tu alrededor de vez en cuando. C. Canta en voz alta junto con tus hermanos. D. Esfuérzate por cantar como parte de un todo, incluso si no eres músico, escucha cómo cantan los demás, y combina tu voz con la de ellos. Escuchar a los demás es una excelente forma de aprender las canciones y de mejorar tu canto. E. Si es posible, canta en partes. La riqueza y la llenura de la música emerge cuando las diferentes partes, que están impresas en el boletín, se cantan. Y quién sabe, podrías estar al lado de alguien que nunca ha sido lo suficientemente audaz para cantar una parte, y le ayudarás a dar ese paso.
La adoración corporativa brinda una probada del cielo Finalmente, la adoración corporativa nos ofrece una probada de cómo será el cielo. El cielo es el lugar en el que toda la comunidad del pueblo de Dios morará junto a él eternamente, alabando su nombre y deleitándose en su gloria. Entonces, la adoración corporativa es una imagen de esa experiencia que podemos apreciar en esta vida. El autor de Hebreos pinta un hermoso cuadro en el capítulo 12: «Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto» (Hebreos 12:22-24).
Cuando nos reunimos para adorar el domingo por la mañana, obtenemos un destello de la gloria de esa congregación final en el cielo. Allí es cuando el cielo se siente más real y estimamos las cosas de Dios como valiosas. Necesitamos la imagen que la adoración corporativa brinda del cielo porque, a pesar de la corrupción de este mundo, el cielo es nuestro verdadero hogar. En el cielo, estaremos perfectamente unidos con Cristo. Por lo que la unidad que experimentamos cuando adoramos corporativamente en esta vida nos señala la unidad suprema que conoceremos en él en ese día.
5 errores a evitar cuando enseñes las doctrinas de la gracia
Josué Barrios
Para mí, conocer las doctrinas de la gracia fue como experimentar una especie de nueva conversión a la fe. Estas verdades son bíblicas, y por tanto ciertas, y por tanto para la gloria de Dios y nuestro gozo en Él.
Por eso comprendo a mis hermanos calvinistas cuando quieren que todas las personas conozcan y abracen estas doctrinas. Además, en la Biblia leemos que estas doctrinas son importantes para caminar en santidad y estar aptos para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).
Sin embargo, he notado que a veces podemos cometer ciertos errores al enseñarlas y quisiera advertirte sobre ellos, como alguien que ha cometido varios en el pasado. Estos errores se relacionan entre sí:
El error de enseñarlas sin gracia. Algunos calvinistas lucen más interesados en demostrar sus conocimientos y ganar debates, que en ayudar y servir al prójimo. Ni hablar de los que son apasionados por crear memes burlones para compartir en Facebook.
Esa actitud orgullosa fomenta una barrera al enseñar las doctrinas de la gracia.
Si creemos en la sublime gracia de Dios, entonces busquemos reflejarla al enseñar a otros. Si Dios es paciente con nosotros, ¿quiénes somos para no ser paciente con nuestro prójimo? Si Dios nos salvó por pura gracia, ¿quiénes somos para vivir con orgullo? Si Dios nos dio entendimiento para comprender más Su Palabra, ¿por qué a veces nos envanecemos como si hubiésemos conocido las doctrinas de la gracia por nosotros mismos?
John Newton escribió hace siglos: “De todas las personas que se involucran en controversias, nosotros los que nos llamamos calvinistas, estamos ligados expresamente a nuestros propios principios de gentileza y moderación”[1].
¡Cuán vigente siguen siendo esas palabras!
El error de enseñarlas sin mostrarlas en la Biblia. Muchas personas suelen pensar que las doctrinas de la gracia no son bíblicas, o que los calvinistas exaltamos más a los hombres que a Dios.
Por eso, si quieres predicar estas verdades, por favor no lo hagas principalmente citando a Piper, MacArthur, Sproul o a Calvino: Hazlo exponiendo la Biblia.
Así harás entender claramente que lo que crees no es invento de hombres, sino algo revelado por Dios, siendo más convincente al hablar de estas verdades.
El error de no conocerlas bien antes de enseñarlas. He visto a muchas personas promover las doctrinas de la gracia, pero cuando alguien les pregunta por qué las creen y qué significan esas verdades, ¡no saben qué decir!
Aunque creo que ocurre un verdadero despertar a la teología reformada en la iglesia en Latinoamérica, también es cierto que existen quienes parecen proclamar estas verdades por moda o sin saber por qué lo hacen.
Hermano, si queremos enseñar a otros, necesitamos conocer bien lo que estamos llamados a transmitir. Solo así nos guardaremos de llevar las doctrinas de la gracia a conclusiones que no son bíblicas. Solo así enseñaremos con mayor convicción, persuasión y guiando a las personas a la verdad.
El error de no confiar en la soberanía de Dios. Un área en la que Dios me ha confrontado, es la forma de defender las doctrinas de la gracia y la soberanía absoluta de Dios cuando estoy envuelto en conversaciones sobre el tema con personas que no creen estas doctrinas.
Irónicamente, yo no confiaba en la soberanía de Dios al hablar de la soberanía de Dios. Cuando ya había hablado mucho en amor y de forma irrefutable, respondiendo a preguntas y contra-argumentos, y las personas insistían en rechazar estas enseñanzas bíblicas y continuar el debate, yo seguía participando en el mismo, en vez de soltar la conversación y creer que Dios tiene todo bajo control.
Había un agujero enorme entre mi teología y la forma en que vivía. Y cuanto más miro a muchos calvinistas jóvenes como yo enseñar las doctrinas de la gracia, más comprendo que este es un error común.
Es contradictorio decir que creemos en un Dios absolutamente soberano, mientras actuamos como si creyéramos que depende últimamente de nosotros o de las personas que nos escuchan, si ellas creerán estas verdades o no.
No confiar en la soberanía de Dios también se evidencia en la falta de oración, lo cual es una muestra de confiar demasiado en nosotros mismos. Si el apóstol Pablo necesitaba oraciones para enseñar la Palabra de Dios, porque reconocía que todo depende últimamente del Señor, sin duda nosotros también necesitamos orar (Colosenses 4:3-4). ¿Cuándo fue la última vez que oraste pidiendo a Dios paciencia y sabiduría al hablar a otros sobre Él?
El impacto de nuestra enseñanza sobre la soberanía de Dios sería muy diferente si viviésemos confiando más en Él, orando por nosotros y la iglesia.
El error de confundirlas con el evangelio. Latinoamérica necesita iglesias que afirmen las doctrinas de la gracia por la sencilla razón de que necesita iglesias que se acerquen más y más a afirmar todo el consejo de Dios. Abrazando toda la Escritura, las personas comprenderán mejor el grandioso evangelio y nos guardaremos mejor del error. Los efectos de las doctrinas de la gracia son grandiosos y agradezco a Dios por eso[2]. ¡Estas doctrinas importan mucho[3]!
Sin embargo, muchos calvinistas cometen el error opuesto de creer que estas doctrinas no importan: el extremo de creer que estas doctrinas lo son todo (un error relacionado a comprender mal estas enseñanzas bíblicas).
Así, muchas personas terminan confundiendo las doctrinas de la gracia con el mismo evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Es cierto que el evangelio y las doctrinas de la gracia están íntimamente relacionadas, pero necesitamos comprender que no son exactamente lo mismo[4].
Las doctrinas de la gracia llevan a comprender mejor el evangelio. Pero confundir las doctrinas de la gracia con el evangelio nos llevará a un entendimiento errado de las buenas noticias que nos conduce inevitablemente al sectarismo que dice: “si no eres calvinista, ¡no eres cristiano!”
Esa actitud nos separa de tener comunión los unos con los otros luchando juntos por el evangelio, y trae incontables problemas para la iglesia. Sencillamente, es algo terrible pretender mutilar el cuerpo de Cristo.
Necesitamos comprender que a pesar de ciertos errores doctrinales que alguien pueda tener en relación a temas como la elección o la gracia irresistible, si esa persona no está errada en su comprensión del evangelio y lo cree confesando a Cristo como Señor y Salvador, esa persona es tan salva como el calvinista más erudito de todos[5]. ¡Así de inmensa es la gracia de Dios!
Como dije antes, muchos calvinistas hemos cometido algunos de estos errores en más de una ocasión. Por eso oro que el Señor nos conceda proclamar toda Su Palabra de manera apropiada, en humildad y amando a los demás. Y si hemos fallado en hacer eso, reconozcamos nuestra falta y acudamos a Cristo. En Él hay más gracia que pecado en nosotros, la cruz nos recuerda eso.
[2] He escrito brevemente al respecto en mi artículo “Cómo las doctrinas de la gracia impactan mi vida”: //josuebarrios.com/doctrinas-gracia-impactan-vida/
[3] Tal vez nadie ha trabajado en las últimas décadas más arduamente que el pastor John Piper en hacer ver esta realidad. A quien quiera conocer más su enseñanza, recomiendo principalmente sus libros: “Cinco Puntos” y “Los Deleites de Dios”
[5] Para más información sobre prioridades teológicas, recomiendo el artículo: “A Call for Theological Triage and Christian Maturity” (Un llamado al triaje teológico y la madurez cristiana) del Dr. Albert Mohler.
A lo largo de nuestra vida, en ocasiones, nos encontramos descontentas por un sinnúmero de cosas que pueden estar sucediendo. Desde las que nos parecen insignificantes, hasta las que son de mucho significado. Por ejemplo: hace mucho frio, hace mucho calor, me duele aquí, me duela allá, quiero el café más caliente, quiero el café mas frio, los niños gritan, todos quieren comer algo diferente, se daña la lavadora, hijos descarriados, guerras, inflación, divorcios, enfermedades, terremotos, inundaciones etc. Hay tantas cosas grandes y pequeñas que se escapan de nuestro control, que hacen que a nuestro corazón le falte el contentamiento.
Un mundo caído por el pecado No deberíamos sorprendernos por todas las cosas que ocurren en este lado de la gloria, dado que estamos en un mundo imperfecto, lleno de pecado; así que no deberíamos tener corazones descontentos porque en el aquí y en el ahora no existe la perfección.
Nada en este mundo puede darnos la seguridad de que no viviremos situaciones imprevistas que nos pueden sorprenden en cualquier momento de nuestra vida. Por eso pensar que tendremos la familia perfecta, la iglesia perfecta, etc., etc., no es vivir la realidad.
Nuestra esperanza para el contentamente A través de las Escrituras podemos ver todas las situaciones que vivieron hombres y mujeres después de la caída de Adán y Eva en Génesis 3. Pero también tenemos la gran bendición que, desde Genesis, la Palabra nos muestra en quién debemos confiar y experimentar contentamiento en medio del dolor y no perder el gozo, se llama Jesucristo. En sus palabras podemos ver cómo nos exhorta: Les he dicho todo lo anterior para que en mi tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo (Juan 16:33 NTV).
No podemos fijar nuestra mirada en el aquí y en el ahora, nuestra mirada debe estar fija en lo eterno y donde pasaremos la eternidad. Mientras vivamos aquí tenemos la bendición de que, si nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos reconocido a Cristo como nuestro Señor y Salvador, y que en nosotros mora el Espíritu Santo quien es nuestro intercesor, eso debe producir en nosotros gozo y paz en medio de cualquier tormenta.
De la misma manera, también e Espíritu nos ayuda a nuestra debilidad. No sabemos cómo orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26 (NBLA).
Pudiéramos hacernos estas preguntas: ¿Estamos animándonos con las palabras de Jesús? ¿Descansamos en que el Espíritu que mora en nosotros, está intercediendo en todo tiempo aún en los momentos oscuros de nuestra vida?
¿Qué debemos hacer ante un corazón descontento? Primeramente, guardar nuestro corazón ya que él es engañoso. Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida (Proverbios 4:23 (NBLA).
El Señor nos manda a que cuidemos nuestro corazón de todas aquellas cosas que nos pueden llevar a vivir con un corazón descontento, nuestro corazón debe ser nutrido con lo bueno que encontramos en la Palabra y en la confianza en las promesas del Señor. El mundo nos trata de absorber como una esponja y contaminarnos con las ansiedades propias de un mundo caído, pero Pablo nos advierte: Y no se adapten a este mundo, sino transformen mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cual es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto (Romanos 12:2).
Mi oración, mi querida hermana es por ti y porque en medio del sufrimiento y en aquellos cosas diarias de la vida podamos ser mujeres que glorifiquemos el nombre del Señor con un corazón rebosado de contentamiento, esperando con ansias nuestra entrada triunfal en la eternidad. Recordemos las Palabras de Pablo en Filipenses 4:12-13:
Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Liliana Llambes Liliana Llambés es colombiana y sirve como misionera de IMB en Panamá. Su pasión es proclamar el mensaje de salvación y hacer discípulos con el fundamento bíblico de la Palabra de Dios. Es la autora de «7 disciplinas espirituales para la mujer» y conferencista internacional. Tiene una Maestría en Estudios Teológicos del Southern Baptist Theological Seminary, y está cursando una Maestría en Divinidades con énfasis en Consejería Bíblica. Está casada con el pastor y misionero Carlos Llambés, con quien tiene 4 hijos y 9 nietos. Puedes encontrarla en Facebook, Twitter e Instagram. @lilyllambes
La vida cristiana inicia por fe, cuando decides no tener tu propia justicia que es según la obediencia a ley, sino tener la justicia de Dios que es según Jesucristo (Fil. 3:9). Luego de eso, la vida cristiana sigue por fe: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Por último, la vida cristiana termina por fe: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7).
Toda la vida del creyente se caracteriza por la fe. Como dice Romanos 1:17: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”. Algunas versiones traducen: “De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin” (NVI). Por supuesto, al hablar de esto no me refiero al conjunto de doctrinas (¡aunque es indispensable!), como cuando hablamos de la “fe cristiana” para hablar de las cosas que creemos, sino de la fe como nuestra confianza en Dios.
La fe definida en Hebreos 11 Entonces, ¿qué es exactamente la fe y cómo se ve en nuestras vidas? El extenso y rico capítulo de Hebreos 11, conocido como “el salón de la fama de la fe”, es el mejor lugar de la Biblia para acudir por una respuesta. El autor explica la fe de esta manera:
“Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. […] Y sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan. […] Por la fe Abraham habitó como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña […] porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”, Hebreos 12:1-10.
Allí se nos explica que la fe es estar seguros y convencidos de algo (v. 1), creer en algo (v. 6), y esperar en eso (v. 10). Solemos usar la palabra “creo” para hablar de algo que pensamos posible –como cuando decimos: “creo que mañana va a llover”—, pero la Biblia habla de la fe como una convicción firme.
La fe nos permite contemplar con nuestros corazones lo que todavía no podemos mirar con nuestros ojos.
Es una seguridad tal, que el creyente puede incluso “ver” lo que no se ve: “Todos estos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto desde lejos y aceptado con gusto” (v. 13). De alguna manera, casi imposible de describir, la fe nos permite contemplar con nuestros corazones lo que todavía no podemos mirar con nuestros ojos. Nos permite saborear ahora un adelanto de lo venidero.
Eso nos lleva a un punto crucial: el objeto de nuestra fe, aquello en lo que creemos. Ese objeto no somos nosotros mismos. Ni siquiera es nuestra propia fe, ya que sin importar cuánta fe tengamos, ella en última instancia no puede cambiar las cosas. Solo Dios las puede cambiar. Y si nuestra fe no está puesta en el objeto correcto, nada vale en realidad.
En cambio, el capítulo nos dice una y otra vez que el objeto de nuestra fe son las promesas de Dios: “También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró a Aquel que lo había prometido” (v. 11); “Todos estos murieron en fe, sin haber recibido las promesas” (v. 13); “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac” (v. 17); “Todos estos, habiendo obtenido aprobación por su fe, no recibieron la promesa” (v. 39).
La fe consiste en estar seguros y esperar en lo que Dios prometió.
¿Por qué creer en las promesas de Dios? Hebreos también nos dice cuál es el soporte de esa confianza. Consta de dos pilares, y el primero de ellos es la fidelidad de Dios: “También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel a Aquel que lo había prometido” (v. 11). Nuestra esperanza de que Dios cumplirá sus promesas se basa en su fidelidad.
Nuestra esperanza de que Dios cumplirá sus promesas se basa en su fidelidad.
Por supuesto, en el mundo hay personas fieles y confiables, con muchas buenas intenciones, pero sin el poder para darnos todo lo que prometen. Pero ese no es el caso de Dios, y por eso el segundo pilar para el soporte de nuestra fe es el poder de Dios: “[Abraham] consideró que Dios era poderoso para levantar [a Isaac] aun de entre los muertos, de donde también, en sentido gurado, lo volvió a recibir” (v. 19).
Al pensar en estos dos pilares, no puedo evitar pensar en Romanos 4, cuando dice que Abraham “estaba como muerto puesto que tenía como cien años” (v. 19) cuando recibió la promesa de que sería padre de muchas naciones. Era un hombre viejo y acabado. Cuando miraba a su esposa, también veía a una mujer vieja y estéril. ¡Esto era esterilidad por todos los lados! Sin embargo, creyeron en esperanza contra toda esperanza contraria (Ro 4:18). Ellos consideraban que Dios era poderoso para darles lo prometido (v. 20).
Luego de la cruz de Cristo, nosotros conocemos mucho más que Abraham sobre la fidelidad de Dios y su poder. Tenemos razones de sobra para confiar con convicción en nuestro Dios, esperando en sus promesas para nuestras vidas. Sí, como los creyentes de Hebreos 11, seguramente partirás de este mundo sin ver aquí el cumplimiento todas ellas. Sin embargo, por la fe puedes empezar a vislumbrar ahora lo que Dios hará más adelante.
Juan José Pérez es pastor en la Iglesia Bautista de la Gracia, en Santiago de los Caballeros (República Dominicana). Posee dos maestrías del Seminario Bautista Reformado (Taylors, Carolina del Sur, Estados Unidos), y sirve como decano de la Academia Ministerial de la Gracia.
Quizás la mejor manera para discernir si uno tiene motivos para irse de la iglesia, es volver a los fundamentos. ¿Cuál es el propósito de la iglesia? La Biblia es clara en cuanto a que la iglesia es la «columna y baluarte [fundamento] de la verdad» (1 Timoteo 3:15). Todo lo que forme parte de la estructura de la iglesia, la enseñanza, la adoración, los programas y las actividades, debe centrarse en esta verdad. Además, la iglesia debe reconocer a Jesucristo como su única cabeza (Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18) y someterse a Él en todas las cosas. Claramente, estas cosas sólo se pueden hacer cuando la iglesia se aferra a la Biblia como su norma y autoridad. Lamentablemente, pocas iglesias hoy en día se ajustan a esta descripción.
Los creyentes que sienten el deseo de abandonar una iglesia, deben estar claros en sus motivos. Si la iglesia no proclama la verdad, o no enseña la Biblia y honra a Cristo, y hay otra iglesia cercana que si lo hace, entonces hay motivos para salir. Sin embargo, podría haber motivos para permanecer y trabajar para lograr cambios con el propósito de mejorar. Se nos exhorta a «contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 1:3). Si uno tiene la fuerte convicción de la necesidad de cambiar la iglesia a una dirección que se base más en la Biblia y que honre a Cristo, y si se puede hacer de una manera amorosa, entonces parecería que el mejor camino es quedarse.
La Biblia no indica un procedimiento sobre cómo salir de una iglesia. En los inicios de la iglesia, un creyente tendría que cambiarse de ciudad para encontrar una iglesia diferente. En algunos lugares hoy en día, hay una iglesia aparentemente en cada esquina, y tristemente muchos creyentes se van de una iglesia para otra que queda en la misma calle, en lugar de resolver los problemas que puedan llegar a enfrentar. Lo que debe caracterizar a los creyentes es el perdón, el amor y la unidad (Juan 13:34-35; Colosenses 3:13; Juan 17:21-23), y no la amargura y la división (Efesios 4:31-32).
Si un creyente se siente guiado a irse de una iglesia, es importante que lo haga de tal forma que no cause división innecesaria o algún tipo de controversia (Proverbios 6:19; 1 Corintios 1:10). Si hay una falta de enseñanza bíblica, la respuesta es clara y se debe buscar una nueva iglesia. Sin embargo, la insatisfacción de muchas personas con su iglesia, es debido a su falta de participación en los ministerios de la iglesia. Es mucho más fácil alimentarse espiritualmente por la iglesia, cuando uno toma parte activa en «alimentar» a otros. El propósito de la iglesia se esboza claramente en Efesios 4:11-14. Permita que estos versículos lo guíen para elegir y encontrar una iglesia.
Uno de los problemas con las etiquetas que usan los psiquiatras y psicólogos para las “enfermedades mentales” es que no describen una enfermedad específica o una causa médica que explique el comportamiento anormal del individuo, sino más bien un conjunto de síntomas que la persona presenta. En ese sentido, el término “enfermedad mental” es engañoso, porque puede dar la impresión de que se ha diagnosticado una “enfermedad” real, cuando lo que se está describiendo es una sintomatología.
En el 1952 en el Manual de Diagnóstica y Estadística de Desórdenes Mentales se señalaban 60 tipos y subtipos de enfermedades mentales. Dieciséis años más tarde el número había crecido a 145, y ya para el 1995 la cifra llegó a 230. El problema con esto es que no estamos lidiando con algo en lo que se puede hacer un diagnóstico preciso.
El psiquiatra Thomas Szasz dice al respecto: “No hay conducta o persona a la que un psiquiatra moderno no pueda plausiblemente diagnosticar como anormal o enferma” (cit. por Martin y Deidre Bobgan, Psico-Herejía, la Seducción Psicológica de la Cristiandad; pg. 196).
Después de la caída todos los seres humanos tenemos desbalances en algunas áreas. Con esto no estoy diciendo que no existan comportamientos anormales, o si prefiere llamarlo de otro modo, problemas psiquiátricos; pero tales problemas no deben ser rotulados como “enfermedades mentales” si se está usando el término “enfermedad” en un sentido literal, no metafórico.
¿Qué son, entonces, estos problemas? Algunos problemas de comportamiento anormal tienen una causa física y, por lo tanto, deben ser tratados por un médico. Puede tratarse de una disfunción orgánica que esté afectando el cerebro, tumores, desórdenes glandulares, desórdenes químicos. En cada uno de estos casos estamos ante un problema orgánico que debe ser tratado por un neurólogo, un endocrinólogo, o incluso por un psiquiatra si éste se mantiene dentro del campo médico.
Robert Smith, doctor en medicina, dice lo siguiente al respecto: “Tumores, heridas serias, derrames cerebrales, etc., pueden dañar parte del cerebro y afectar el modo de pensar y actuar de la persona, pero estas no son enfermedades mentales, sino enfermedades orgánicas que pueden ser probadas en laboratorios. Ellas pueden ser causa de que el cerebro esté enfermo pero no la mente. Si bien las partes dañadas del cerebro no están disponibles para la mente, la mente no está enferma. En este caso hay un daño cerebral pero no una enfermedad mental. El concepto de mente enferma es una teoría no probada científicamente” (cit. por MacArthur; Consejería Bíblica; pg. 367; el énfasis es mío).
También puede darse el caso de un mal funcionamiento químico como resultado del abuso de drogas, o incluso por la falta de sueño. Jay Adams dice al respecto: “Los problemas perceptivos pueden resultar de una acumulación de sustancias tóxicas del metabolismo del cuerpo, causadas por un déficit agudo de sueño” (Manual del Consejero Cristiano; pg. 383).
Algunos de los llamados problemas psiquiátricos o enfermedades mentales, pueden tener un origen netamente espiritual. Un ejemplo de este tipo de casos lo encontramos en la Biblia, en la historia de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, y Caín le tenía envidia a Abel porque veía que Dios estaba agradado con él.
El corazón de Caín se había llenado de envidia y de amargura, y finalmente se deprimió. Dice en Gn. 4:5 que se ensañó contra su hermano en gran manera, y decayó su semblante. Noten cómo Dios trató con el problema: “Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:6-7).
Caín ofreció a Dios una ofrenda que Dios rechazó por su actitud pecaminosa; pero en vez de arrepentirse Caín complicó aún más las cosas al responder mal al rechazo de Dios. Se enojó y se deprimió; llenó su corazón de amargura y resentimiento; probablemente comenzó a sentir auto-compasión, y quién sabe cuántas cosas más.
Pero entonces Dios viene a él y le da una solución: “Si haces el bien, serás enaltecido”. En otras palabras: “Dejarás de estar deprimido. Pero si continúas reaccionando pecaminosamente, caerás más profundamente en las garras del pecado, que como un animal salvaje está acechando a la puerta, ansioso por devorarte”.
Caín no hizo caso a la advertencia divina, y el pecado lo devoró; finalmente mató a su hermano. Siguió alimentando su ira, su resentimiento, su auto-compasión, y ahí tienen el resultado.
El principio encerrado en esta historia es que el comportamiento determina los sentimientos. Si actúas mal, te sentirás mal. Por eso Pedro dice en su primera carta: “El que quiera amar la vida y ver días buenos (lo contrario a estar deprimido), refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala” (1P. 3:10-11).
Si Caín hubiese hecho esto hubiese resuelto su estado depresivo y nunca hubiese llegado a hacer lo que hizo. Las circunstancias del hombre han cambiado inmensamente de la época de Caín para acá; los problemas que tenemos que enfrentar a diario son muy distintos, pero el principio sigue vigente: Una de las razones por la que las personas se deprimen es porque responden equivocada y pecaminosamente a los problemas de la vida.
También es probable que el problema tenga una causa física y una causa espiritual al mismo tiempo, y en tal caso debe tratarlo un médico conjuntamente con alguien que aconseje bíblicamente al individuo.
Debido a la unidad orgánica que existe entre el alma y el cuerpo, muchas veces nuestros problemas se mezclan y nosotros debemos tener discernimiento para detectar cuándo el comportamiento se debe al problema físico, y cuándo se trata de un asunto espiritual.
Por ejemplo, un niño al que se le ha diagnosticado ADD puede ser que tenga un problema en la tiroides que esté afectando su nivel de energía. Pero eso no lo excusa para que golpee a sus amigos o a sus hermanos cuando quiere un juguete que ellos tienen.
Nunca debemos excusar el pecado por un problema físico, aunque podemos ser comprensivos al tratar con un niño, o aun con un adulto, cuya condición física le haga más difícil seguir instrucciones u obedecer.
Una persona puede estar deprimida por una causa física, pero si tal persona se ampara en su tristeza para pecar y dejar de hacer lo que sabe que debe hacer, es muy probable que agrave su problema, porque añadirá la culpa a su condición. ¿Cómo se deben tratar este tipo de casos?
En primer lugar, debemos buscar información de modo que podamos comprender a la persona que está atravesando por esa dificultad.
En segundo lugar, debemos tratar de distinguir, en la medida de lo posible, las causas físicas del problema, si las hay, de las causas espirituales. Si existe algún problema orgánico, el médico debe tratar con él, mientras nosotros trabajamos con las Escrituras los asuntos del corazón con amor y compasión.
Si no hay problema orgánico, o no se ha podido detectar ninguno, pero aun los síntomas físicos son severos, dolor, falta de sueño, ansiedad, hiperactividad, etc., entonces debemos considerar el uso de medicamentos para aliviar los síntomas. El uso de medicamentos en tales casos no debe hacerse a la ligera, pero no debe ser descartado. Este es un asunto de libertad cristiana.
De paso, si alguien lee este artículo y en estos momentos está bajo medicación por orden de un médico, no le aconsejo que decida por Ud. mismo descontinuar sus medicamentos. Lo más sabio es que busque consejo de su médico y de sus pastores.
Para concluir solo quiero añadir dos pensamientos adicionales. En primer lugar, que debemos poner la autoridad de Dios y de Su Palabra por encima de cualquier teoría o razonamiento humano. No sabemos cuántas otras teorías el hombre seguirá urdiendo con el paso de los años que contradicen las Escrituras, pero nosotros debemos permanecer firmes en nuestra convicción de que Dios es Dios y la Biblia Su Palabra (comp. Is. 8:20; Rom. 3:4).
En segundo lugar, que debemos profundizar cada vez más en el conocimiento de la teología bíblica, o no seremos capaces de filtrar las mentiras y errores del mundo. Muchos buenos cristianos son seducidos por estas teorías psicológicas, no porque desprecien la Biblia, sino porque son incapaces de discernir que tales teorías se oponen a las Escrituras.
Que Dios nos conceda un conocimiento cada vez más amplio de Su Palabra para que podamos tener discernimiento, y un corazón para obedecerle a Él antes que a los hombres.
En la era digital, las historias de pastores caídos se vuelven virales, se documentan y se distribuyen a las masas a través de las redes sociales, YouTube, podcasts y denuncias en línea. Cuanto más prominente es el líder, más fuerte es el ruido. Cuanto más graves sean los pecados, mayor será la audiencia.
Desenmascarar a los charlatanes religiosos es lo correcto. Honra a las víctimas, hace que los líderes descarriados rindan cuentas y desafía los modelos de liderazgo basados más en la celebridad que en el servicio. Pero si bien exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, es un primer paso crucial, no es una solución completa.
La hipocresía es como una máquina demoledora que destroza las almas a su paso, dejando a los santos desorientados tambaleándose entre los escombros de la traición. Los pastores falsos crean ovejas insensibles. En respuesta, algunos deconstruyen su camino hacia la desconversión, renunciando al cristianismo. Para los que se quedan, decididos a hallar sanidad en la iglesia y no fuera de ella, la ira, la desconfianza y la duda persisten: ¿Por qué volver a confiar en un pastor?
El hastío consume a innumerables buscadores de justicia. No basta con acusar a los abusadores espirituales; también estamos llamados a dar los primeros auxilios, vendando a los hermanos y hermanas heridos, indicándoles que Cristo es digno de confianza. Por eso me encanta Mateo 23, donde Jesús reprende ferozmente la hipocresía de los fariseos.
Este capítulo nos enseña de muchas maneras, a través de tres lecciones, que Jesús —y no los titulares— es quien debe moldear nuestra respuesta a la hipocresía.
La hipocresía en los líderes no niega la obediencia en nosotros. Jesús no se contiene en Mateo 23, pues llama a los fariseos «hijos del infierno» y «guías ciegos», pero de forma sorprendente sus primeras palabras instruyen a los oyentes a obedecer las enseñanzas de ellos:
Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen (Mt 23:2-3).
Exponer la hipocresía abusiva es un paso seguro hacia la justicia, pero no es una solución completa
El punto de Jesús es claro, aunque contracultural: Todo discípulo debe obedecer la verdad bíblica, independientemente de quién la enseñe. Es desconcertante que los pastores malos a menudo enseñen cosas buenas. Jesús no nos está diciendo que seamos indiferentes a los pastores farsantes (su crítica mordaz lo demuestra más tarde). Pero Jesús sabe que somos propensos a tirar el bebé (la verdad que fortalece la fe) con el agua sucia (la hipocresía que aplasta la fe). Incluso cuando el pecado anula el ministerio de alguien, la Palabra de Dios nunca debe ser anulada (Is. 55:9-11). Como explica el comentarista Michael J. Wilkins:
Hay que obedecer todas y cada una de las interpretaciones correctas de las Escrituras. Los fariseos decían muchas cosas buenas, y su doctrina estaba más cerca de la de Jesús en muchos aspectos cruciales que la de otros grupos… Jesús no condena la búsqueda de la justicia en sí misma; más bien, critica solo ciertas actitudes y prácticas expresadas dentro del esfuerzo por ser justos.
Cuando una autoridad espiritual engaña, es tentador descartar no solo a la persona, sino también todo lo que ha enseñado. Se siente más seguro desechar todo, incluyendo la doctrina. Pero esto crea cínicos que perciben toda autoridad espiritual como abusiva y cualquier llamado a la obediencia como legalismo. Dios quiere que seamos duros con los tiranos, pero tiernos con Su Palabra. Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal. Permanezcamos armados.
Dios odia la hipocresía más que nosotros. Mateo 23, junto con toda la Escritura (ver Ezequiel 34), nos muestra la ira de Dios cuando los líderes espirituales engañan y maltratan a Su pueblo. Cristo tiene cero simpatía por encubrir o minimizar las prácticas que calumnian Su nombre y maltratan a Su novia. Su furia santa es intensa, no indiferente; específica, ni ambigua.
En Mateo 23:4-36, Jesús lanza algunos reproches que irritan a los fariseos: hipócritas, hijos del infierno, guías ciegos, insensatos, ciegos, codiciosos, autocomplacientes, sepulcros blanqueados, malvados, serpientes, camada de víboras. Lejos de ser insultos inmaduros, estas palabras revelan el amor de Cristo por Su pueblo. Como un padre que increpa a alguien que intenta hacer daño a su hijo, la intensidad muestra intimidad.
Abandonar la verdad es renunciar a nuestra arma más fuerte contra el mal
El amor también es evidente en lo específico de la ira de Jesús. Con argumentos afilados, persigue a los fariseos con precisión, como señala Wilkins en su comentario sobre este pasaje: ellos imponen cargas legalistas a la gente (v. 4), muestran su piedad de forma pretenciosa (v. 5), se aprovechan de su posición de modo que menosprecian la autoridad de Dios (vv. 6-12), juegan con la religión (vv. 15-22), hacen prominentes asuntos menores (vv. 23-34), valoran la tradición por encima de Dios (vv. 25-28), y ahogan a las voces justas con las suyas (vv. 29-32).
Jesús lo deja claro: los que alardean de Su nombre, a costa de Su pueblo, corren un grave peligro. La justicia llegará.
Dios anhela sanar a los hipócritas. Con una ira justa corriendo por sus venas, las últimas palabras de Jesús en esta escena son impactantes:
¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste! (v. 37).
Esto es notable: Dios reprende a los hipócritas, pero también quiere sanarlos. Cuando rechazan Su gracia, como a menudo lo hacen, se lamenta. ¿Lo hacemos nosotros? ¿Estamos dispuestos a imitar la ira y la compasión de Jesús? Todos los cristianos atraviesan la misma metamorfosis: enemigos de Dios convertidos en amigos de Dios por la gracia de Dios (Ro 5:10). Si la gracia de Dios está firmemente arraigada en nosotros, anhelaremos verla en los demás.
Arrogancia y falsa humildad El enfoque de Jesús para enfrentarse a los hipócritas entra ciertamente en conflicto con el espíritu de nuestra época. Seguir Su ejemplo radical requiere evitar dos extremos.
El primer extremo es la arrogancia, una ira desligada de la humildad. De nuevo, debemos enfadarnos por la hipocresía; pero como cristianos, sabemos que la indignación «justa» se degrada rápidamente en ira injusta, alimentada más por el orgullo que por la justicia. La ira piadosa implica moderación, confiando en que Él hará justicia. Tal contención contradice la cultura de cancelación. Al igual que todas las emociones, sometemos nuestra ira a Dios, actuando de forma responsable para defender a las víctimas y destronar a los manipuladores, pero de forma justa, no insensata.
El segundo extremo es una falsa humildad, que se niega a señalar la hipocresía porque «al fin y al cabo, todos somos hipócritas». Mostrándose como no juzgadora, esta mentalidad ignora la enseñanza clara de Jesús de que la disciplina eclesiástica es necesaria (Mt 18:15-19). Pablo dice que es el «peor de los pecadores», pero también reprende a Pedro por negarse a comer con los gentiles (Gá 2:11-21). Si la ira de Jesús en Mateo 23 nos enseña algo, que algunas situaciones requieren que hablemos en voz alta contra la hipocresía. Si nos negamos a reprender cuando la ocasión lo exige (Lc 17:3), nuestro silencio es cobardía, no humildad.
Uno de mis profesores favoritos del seminario nos retó a leer Mateo 23 cada año, y he aceptado el reto. Todos tenemos la tentación de sacar provecho del liderazgo de forma egoísta. Que el temor al Señor nos guarde de la insensatez.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición. Will Anderson (MA, Talbot School of Theology) es director de Mariners Church en Irvine, California.
Introducción El día de hoy, pasamos al tema del servicio en la iglesia. Con servicio, me refiero a invertir tu tiempo, tus dones, tus recursos, tu energía y todo lo que tienes por el bien de la iglesia. El servicio de Cristo para con nosotros es el ejemplo de esto. Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos».
Ahora Jesús nos llama a tomar nuestra cruz y seguirle. Nuestro servicio a otros entonces debería ser el resultado del derroche de amor de nuestros corazones por el amor que Dios nos ha demostrado en Cristo. Eso es lo que desencadena el ministerio; un derroche de gozo cuando comprendemos la increíble misericordia que Cristo nos has mostrado.
Hoy consideraremos cómo Dios nos ha llamado a servirnos unos a otros en la iglesia a través de nuestros diversos dones, y cómo ese servicio contribuye a la unidad en el cuerpo. Esta unidad es una parte importante de nuestro testimonio: ¡Una comunidad llena de personas que se sirven gozosamente debe sobresalir en nuestro mundo! Comenzaremos con una teología del servicio, y luego estudiaremos cuatro formas en las que el servicio puede contribuir a la unidad. En el camino, haré una pausa y reflexionaremos en las diferentes formas en las que el servicio puede malinterpretarse y fracasar en glorificar a Dios. Mi esperanza es que nuestra discusión esta mañana nos aliente a servirnos más y más para la gloria de Dios y por nuestro bien.
Una teología del servicio Permíteme comenzar describiendo una teología del servicio que vemos en diferentes pasajes de la Escritura, y empezaremos viendo un pasaje en 1 Pedro 4:10, leemos: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios». Y luego en el versículo 11, leemos: «Si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo».
Estos dos versículos en 1 Pedro son como una especie de resumen acerca de la teología del servicio o del ministerio dentro de la iglesia, y contiene cinco simples, pero importantes puntos: (1) cada cristiano ha recibido un don (esto no es solo algo para el liderazgo y el personal de la iglesia mientras que el resto observa pasivamente); (2) el don es resultado de la gracia de Dios; (3) somos responsables de usar ese don; (4) debemos usarlo por el bien de los demás y para la gloria de Dios; y (5) debemos servir conforme al poder de Dios. Por tanto, como cristiano, hay una manifestación especial de la gracia de Dios en la que puedes edificar a otros en la fe, y glorificar a Dios.
¿Cuál es el propósito de tu servicio? En Efesios 4:12, Pablo dice que estos dones son dados «a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios». Lo que Pablo está enfatizando aquí es la meta de fortalecer todo el cuerpo, no solo las partes. Debemos ministrarnos unos a otros no solo con la idea de ayudarnos a crecer mutuamente, sino también de que todo el cuerpo crezca en unidad. Dios nos da dones a todos, de acuerdo con su gracia, para ser ejercidos en su poder, no principalmente como un medio de realización para cada uno de nosotros como individuos, sino para el crecimiento de su iglesia, para que podamos crecer en unidad. Ese será nuestro enfoque el día de hoy.
Y ese es también nuestro primer punto de cómo podemos servir erróneamente. La persona que se siente con derecho a servir únicamente de la manera en que siente que ha sido dotada, y que teme no poder «realizarse» como cristiano si no sirve de esa forma, ha malinterpretado este pasaje. El propósito del servicio es el fortalecimiento del cuerpo, no nuestra realización personal. Y, por tanto, eso significa que servimos donde el cuerpo necesita ser fortalecido. El hecho de que Dios nos dé dones para usarlos sirviendo a los demás no busca limitarnos en lo que hacemos, nos capacita para hacer lo que debe hacerse. Podemos estar equivocados acerca de qué don o dones creemos que Dios nos ha dado. Es mucho mejor ponernos manos a la obra y empezar a servir, que sentarnos y preguntarnos cuál es nuestro don. Porque la meta del servicio es la unidad. Descubrimos nuestros dones mientras servimos.
¿Cómo deberíamos servir de una manera que promueva la unidad? Dado el objetivo de la unidad, ¿cómo debería ser nuestro servicio en la iglesia? ¿Y qué debería ser lo que nos motive a servir en la congregación? Permíteme mencionar cuatro respuestas a esas preguntas.
Primero, debemos servir con el poder que Dios da y con gran alegría. Nuestra meta no debe ser meras buenas obras, sino buenas obras con un espíritu que proviene de una gozosa dependencia en la ayuda de Dios, eso es lo que glorifica a Dios en particular. De vuelta a 1 Pedro 4:11, leemos: «Si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da».
Así que imagina que dos personas están considerando si deberían venir para ayudar a limpiar la iglesia. Una de ellas dice: «Oh, supongo que iré. Vale unos cuantos puntos extra con los líderes. Además, soy muy bueno en esa clase de cosas, podré impresionar a la gente allí». Él va, allí se queja de las herramientas y habla sin parar acerca de sus capacidades. Trabaja, pero no lo hace confiando en el poder de Dios, y su actitud carece de un espíritu alegre y agradecido. Su deseo de impresionar a otros es una forma del temor al hombre. No está sirviendo para glorificar a Dios.
Pero considera a la segunda persona que también espera ayudar con la limpieza. Ha estado muy enfermo últimamente. Piensa para sí: «Oh, cómo me encantaría ayudar a limpiar la iglesia. Tal vez podría animar a quienes se encuentran abatidos. O quizá podría llevarles café». Entonces se pone a orar. Y resulta que después se siente lo suficientemente bien para ir a ayudar con la limpieza. Hace lo que puede con un trapo y una escoba, y lo hace bien. Pero, sobre todo, exuda un gozo y un sentido de gratitud que promueve la unidad y glorifica a Dios.
Ahora bien, estos ejemplos son algo extremos, pero espero que resalten que lo que le importa a Dios no es simplemente que usemos nuestros dones, sino cómo los usamos, confiando alegremente en él. Esa es la actitud que deberíamos tener cuando dedicamos nuestro tiempo, dinero o energía a la iglesia. En 2 Corintios 9:7, versículo que habla acerca de dar financieramente, leemos: «Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre».
Este versículo también aplica a nuestro servicio, ya que con mucha frecuencia no servimos con alegría, sino simplemente por culpa. Servimos por obligación; algo contra lo que habla este versículo. Pero la Biblia nos exhorta a servir, no como un deber, sino porque es una oportunidad fantástica para participar en la edificación del pueblo de Dios.
Forma #2 de servir mal: Servir por culpa en lugar de servir por gratitud. Piensa en lo que el servicio motivado por la culpa dice acerca de las cosas de Dios. Dice que no son más valiosas que otras cosas en nuestra vida, pero lo haremos de todos modos porque tenemos que hacerlo. La diferencia entre dejar que la tía Helga te bese cuando eres niño (porque se supone que debes hacerlo) y soportar con alegría un largo viaje para visitar a tus seres queridos cuando eres adulto (porque la recompensa vale la pena).
Ahora bien, esto puede hacer surgir una pregunta en nuestras mentes: ¿Qué pasa si no tenemos esta actitud? ¿Qué pasa si nuestro corazón es frio en nuestro servicio o está parcialmente motivado por la culpa o el temor al hombre? ¿Debería abstenerme de dar mi tiempo y mis recursos? ¿Sería hipócrita si continuara sirviendo?
La respuesta es no. No deberíamos dejar de servir en la iglesia a pesar de que nuestra alegría no siempre sea grande o nuestros motivos perfectamente puros. La Escritura nos ordena entregarnos. Y aunque debemos esforzarnos por servir con un corazón alegre y agradecido, también debemos reconocer que somos pecadores y no podemos hacerlo perfectamente. Así que, al igual que todo lo demás en la vida cristiana, lo hacemos imperfectamente pero, Dios mediante, seguimos creciendo en esta área mientras servimos. Debemos orar a Dios para que nos ayude a servir gozosamente con su poder, y para que nuestros motivos sean cada vez más puros.
Segundo, debemos servir sabiendo que el servicio de todos es necesario y valioso. Un obstáculo para que el cuerpo de Cristo funcione como debería es que los miembros se sientan inútiles e insignificantes, lo que podría hacer que sientan envidia de los demás o amargura hacia Dios. Pablo rechaza directamente esta idea de inutilidad en 1 Corintios12, donde nuevamente usa esta maravillosa ilustración de un cuerpo con muchos miembros. Pablo explica que la existencia misma del cuerpo de Cristo depende de la diversidad de dones que el Espíritu Santo ha dado a la iglesia. Socavamos esa diversidad que el Espíritu da cuando nos comparamos con otras personas. Así, en el versículo 17 dice: «Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?». Y luego dice en el versículo 19: «Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?» El cuerpo no existiría.
Más importante aún, en respuesta al reclamo de inutilidad, Pablo apunta a la soberanía de Dios en el asunto. En el versículo 18 dice: «Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso». En su soberanía, Dios diseñó todas las partes del cuerpo, y lo hizo para nuestro mayor bienestar.
¿Qué significa esto para nosotros? Debemos servir en la iglesia donde podamos; debemos agradecer a Dios por los dones que nos ha dado; y no deberíamos sentirnos inútiles o descontentos simplemente porque no estamos sirviendo de alguna manera o capacidad en particular. Existen muchas formas de servir en la iglesia que son fundamentales para la salud de la congregación.
Ahora, no solo me refiero al uso de los dones espirituales, sino también acerca de nuestro uso de los dones físicos que Dios nos dio. Algunos miembros son especialmente ricos en tiempo; otros en recursos; otros en sus relaciones. Quienes tienen mucho tiempo pueden edificar al cuerpo particularmente a través de actos de servicio. Así, los miembros solteros que tienen más tiempo pueden ayudar más fácilmente a otros miembros a mudarse, por ejemplo, a ayudarles a cuidar de sus hijos, o ir a un viaje misionero a corto plazo. Aquellos que son ricos en recursos, pueden ayudar específicamente apoyando a la iglesia financieramente. Quienes son ricos en relaciones pueden edificar a la congregación ayudando a otros a encontrar amigos, discipulando a los adolescentes, proveyendo un hogar lejos de casa para los estudiantes universitarios. Y las habilidades y oportunidades que tenemos para servir pueden cambiar en diversas temporadas de la vida.
Si eres madre con hijos pequeños, es posible que te sientas exhausta y desanimada por no tener el tiempo para discipular a mujeres o servir como voluntaria en la iglesia como solías hacerlo. ¡Quiero decirte que eso está bien! Ahora estás en una etapa en la que Dios te ha llamado a servirle amando e instruyendo a tus hijos. Sé que a menudo oramos los domingos por la noche para que los miembros tengan buenas oportunidades para evangelizar, para que compartan el evangelio con el ateo que conocen en el autobús, o con el budista que se sienta junto a ellos en el trabajo. No te desesperes si sientes que has perdido esas oportunidades ahora que trabajas mayormente en casa, ¡es posible que el Señor te haya dado 2 o 4 pequeños ateos que tengas que evangelizar todo el día! Es bueno desear seguir sirviendo en la iglesia incluso si tus circunstancias de la vida han cambiado. Ora por eso, y observa cómo Dios podría abrir una puerta para servir de nuevas maneras en cualquier temporada de la vida.
Forma #3 de servir mal: Dejar de servir por no creer que nuestra contribución sea importante. Nunca debemos creer que el servicio a Dios es valioso principalmente por el resultado temporal, sino por lo que el sacrificio dice acerca lo que vale Dios para nosotros. ¿Qué dijo Jesús que era más valioso, las dos monedas de cobre de la viuda o los miles que dieron los ricos?
Pero eso plantea otra pregunta. ¿Significa esto que no podemos desear o buscar obtener otros dones espirituales? Si Dios es el que nos da dones de acuerdo a su buena voluntad, ¿lo deshonramos al pedirle dones que no tenemos ahora?
La Escritura enseña que es algo bueno procurar sinceramente los dones espirituales que todavía no tenemos. En 1 Corintios 14:1, Pablo instruye a los corintios a que procuren los dones espirituales, especialmente el don de profecía. ¿Es posible desear dones espirituales sin tener en cuenta los que sí tenemos? ¿O codiciando aquellos que otros tienen? Creo que sí lo es. Este es el equilibrio entre el contentamiento en la provisión misericordiosa y soberana de Dios, y el anhelo de peticiones santas en oración. Por tanto, deberíamos estar contentos con los dones que Dios nos ha dado, pero también podemos aspirar más.
Tercero, debemos usar nuestros dones con humildad. Este es realmente el otro lado de nuestro segundo punto. En 1 Corintios 12:14-20, Pablo anima a aquellos miembros que podrían sentir que no tienen nada con lo que contribuir. Pero luego en los versículos 21 al 26, les advierte a quienes han recibido dones de mayor responsabilidad, a ejercer esos dones con humildad. Por lo que en el versículo 21 leemos: «Ni el ojo puede decirle a la mano: No te necesito». Quienes ocupan puestos de mayor responsabilidad o visibilidad en la iglesia no deben enseñorear su autoridad sobre otros ni cumplir con sus deberes con aires de superioridad. La unidad en la diversidad es imposible sin la humildad de Cristo. Y el lugar en el que más se necesita, es en aquellos que parecen tener mayor responsabilidad o prominencia en la iglesia. Cuando esto no sucede, las personas pueden volverse territoriales por un ministerio, o celosos y desconfiados de cualquiera que sugiera cambios. Los resultados son devastadores para la unidad de la iglesia.
Nuestro llamado es reconocer y honrar el servicio de todos los miembros sin importar cuán visible o invisible, importante o insignificante pueda parecer ese servicio. Una excelente forma de hacer esto es reconociendo el servicio de los demás, especialmente en las áreas del ministerio que están detrás de escena. Envía una tarjeta de ánimo, o agradécele a alguien verbalmente por su trabajo, ya sea dirigiendo el sistema del sonido, publicando los sermones en la página web, o trabajando como monitor de sala.
Forma #4 de servir mal: ¿Alguna vez te quejaste de que otros en la iglesia no están haciendo lo que les corresponde hacer? ¿De dónde viene esa actitud? Tal vez de un pobre entendimiento de las limitaciones bajo las que otros trabajan. Quizá de un corazón orgulloso que confunde el valor personal con la cantidad de servicio. A lo mejor de suponer que otros están desatendiendo deliberadamente su servicio, en lugar de darles compasivamente el beneficio de la duda, de que tal vez no conozcan cuánta alegría proviene de servir. En todo esto, la solución es la humildad. Reconoce que no eres mejor que nadie por servir. Todos somos merecedores del juicio de Dios por igual y, sin embargo, él nos ha rescatado para que ahora podamos servirle.
Cuarto, debemos servir para glorificar a Dios, por nuestro bien y por el bien de los demás. Ya hemos tocado algo de este punto, pero quiero abordarlo explícitamente. Nuestro servicio en la iglesia produce varios beneficios: para nosotros, para los demás y, más importante, para la gloria de Dios.
Cuando servimos fielmente, Dios recibe la gloria porque simplemente le estamos devolviendo lo que le pertenece. El Salmo 24:1 dice: «De Jehová es la tierra y su plenitud», incluyendo el poder y el tiempo que nos da. Esa es la razón por la que para pensar en el servicio, tienes que pensar en todo tu estilo de vida. Lo que hacemos con cada hora, no solo los domingos durante la iglesia, dice algo de nuestra perspectiva de Dios y lo que él significa para nosotros.
Servir también beneficia directamente a otros. Hacerle a alguien una comida proporciona sustento. Darle a alguien un aventón hace posible que crezca bajo la predicación de la Palabra. Servir en el stand de libros ayuda a un sinfín de personas a beneficiarse de recursos útiles. Todo esto es obvio, pero haz una pausa y piensa en ello. ¿Quieres dar alegría a otras personas en su vida cristiana? Cuando te comprometes a servir de cierta manera, y te esfuerzas por mantener ese compromiso, a pesar de que el mismo limite tu tiempo y tus fuerzas, estás trabajando directamente para que otros crezcan en su gozo y conocimiento de Cristo.
Sin embargo, eso no es todo, ¡nuestro servicio también tiene beneficios para nosotros! Nos ayuda a apreciar el supremo acto del servicio que Cristo hizo por nosotros. Nos enseña que hay más bendición en dar que en recibir: una vida de servicio es simplemente una vida más feliz que una vida de egoísmo. El servicio nos hace menos egocéntricos, pero irónicamente, al hacerlo, Dios ha determinado que esta es la forma de vivir una vida de satisfacción y contentamiento. Cuando estructuramos nuestra vida para que servir sea una prioridad, nos obliga a depender más de Dios y de su poder.
Forma #5 de servir mal: La persona que sirve solo un poco porque su corazón ha sido atrapado por el mundo, y cree la mentira de que la autoindulgencia y el enfocarse en sí mismo da más alegría. Sus prioridades mixtas lo alejan de la mayor satisfacción que hay en la abnegación.
Forma #6 de servir mal: La persona que sirve hasta el punto que es aceptable para quienes lo rodean en lugar de apostar todo en el poder de Dios.
Persevera en hacer el bien Finalmente, permíteme culminar brindando dos puntos de aplicación para nosotros en relación con el servicio en la iglesia.
Persevera en el servicio por medio del poder de Cristo Primero, persevera en tu servicio mediante el poder de Cristo. Pablo le dijo a sus lectores en 2 Tesalonicenses 3:13: «Y vosotros, hermanos no os canséis de hacer bien». ¿Por qué? Porque esto pasa con frecuencia. Las personas se cansan de servir. Cuando pasan los años y se asienta el cansancio, podemos sentir la tentación de retirarnos o de parar por completo. O tal vez has perdido de vista la meta más grande de servir a Dios; habiendo estado tan atrapado en los detalles y el ajetreo del ministerio, has descuidado tu relación con Dios. Quizá ahora estás confiando en tus propias fuerzas.
Si este es el caso, recuerda que nuestra fortaleza para servir viene de Cristo que está en nosotros. Él nos ha dado su Espíritu. Para llevar fruto, debemos habitar en Cristo, la vid. Así como los alimentos proveen la energía que se necesita para nuestro bienestar físico, pasar tiempo en la Palabra de Dios y en la oración proporciona la nutrición espiritual que nos motiva a servir. Cuando nos recordamos una y otra vez el carácter de Dios, su bondad, su paciencia, lo que ha hecho por nosotros en Cristo, obtenemos nuevas fuerzas para servirle. Si desatendemos nuestro amor por Jesús, entonces no es de sorprender que nuestro servicio se convierta en otra tarea, incluso una carga. Por tanto, enciende tu corazón y tu mente para servir con la verdad de la gracia y la magnificencia de Dios.
Forma #7 de servir mal: Agotarnos sirviendo en nuestras propias fuerzas en lugar de renovarnos en nuestra relación con Dios. Te animo a que estructures tu vida para que sirvas de una manera sustentablemente sacrificial. Eso podría sonar contradictorio, porque el sacrificio no debería ser fácil. Pero lo que quiero decir es que, al sacrificarte busca posicionarte de modo que puedas continuar con una actitud de completa dependencia en Cristo que no produzca cansancio, sino que te conduzca a un estilo de vida contento y lleno de entrega para la gloria de Dios mientras descansas en él.
Oportunidades de servir en CHBC. Finalmente, mientras piensas en perseverar de esa manera, quiero tomar un minuto para hablar de las oportunidades de servicio en CHBC. Una excelente forma de conocer esas oportunidades se encuentra en la sección de miembros de la página web, hay una página completa en la que todos los diáconos han enumerado las formas en que puedes ser voluntario en sus ministerios. Obviamente otra manera es esperar las oportunidades que se anuncian en el servicio los domingos por la noche o en el boletín electrónico semanal. Aquí tienes una lista de algunos ejemplos:
Dar un aventón a los ancianos; discipular a estudiantes universitarios; ser hospitalarios; escribir tarjetas de aliento; enseñar la sana doctrina, ayudar en el grupo de jóvenes; planear bodas; cuidar de los niños y muchas, muchas otras formas que vienen todo el tiempo.
Debo señalar que algunos de los ministerios más poderosos en CHBC no están conectados a un ministerio formal, sino a uno informal y relacional. Invitar a personas a cenar; o hablar con alguien que no conoce a muchas personas después del servicio por la mañana es una gran forma de hacer que se sientan bienvenidos. Formar relaciones con quienes luchan con entablar amistades es un gran ministerio, y uno que probablemente podríamos hacer mejor en nuestra iglesia. Mi sugerencia es comenzar con el ministerio de fomentar y alentar relaciones profundas, lo que requiere de tiempo, y luego, si todavía tienes tiempo, también involúcrate en otras prácticas ministeriales.
Conclusión Durante casi doscientos años, el pueblo de Dios ha servido fielmente a Dios en esta iglesia. Impulsados por nuestro amor a Dios y nuestro deseo de glorificarlo. ¡Alabado sea Dios por lo mucho que esto ha servido de ejemplo en nuestra iglesia! Entre nosotros tenemos ejemplos del servicio fiel por parte de los miembros durante décadas. Jim Cox ha estado aquí desde los 90, anunciando y recogiendo fielmente las ofrendas. Por supusto, Maxine Zopf es conocida por su ministerio de oración. Los Reedys han estado organizando convivios regulares para promover la comunión durante años, y lo hacen alegremente sin mucho reconocimiento. Somos una congregación que está obligada a servir porque el Señor Jesucristo nos ha servido de manera suprema.
Ninguno que esté en Él persevera en el pecado Por Scott Hubbard
Cuanto más luches contra tu pecado, más tentaciones enfrentarás para dejar de luchar tan duro. Una vez, tal vez, tu celo se quemó; tu sangre espiritual hirvió. Pero a medida que pasaban los meses y los años, los deseos de un cristianismo más cómodo de alguna manera encajaron debajo de su armadura.
Pablo habla de matar el pecado, matar de hambre al pecado (Ro 8:13; 13:14), pero has comenzado a preguntarte si un enfoque menos decisivo y más a largo plazo podría funcionar igual de bien. Jesús habla de arrancarse un ojo y cortarse una mano (Mt 5:29); teóricamente estás de acuerdo, pero, si eres honesto, difícilmente puedes imaginar una abnegación tan extrema.
Es posible que alguna vez hayas encontrado placer en la justa ferocidad de un hombre como John Owen, quien escribió sobre caminar “sobre el vientre de sus concupiscencias” (Works [Obras], 6:14). Pero ha pasado algún tiempo desde que tus botas pisotearon cualquier lujuria. Y como dijo otro puritano una vez, puedes sentirte tentado a hablar de tus pecados como lo hizo Lot con Zoar: “¿Acaso no es pequeña?” (Gn 19:20). El tiempo da paso a muchos pecados pequeños, y los pecados pequeños, con el tiempo, dan paso a los más grandes.
El ablandamiento ocurre lentamente, por grados, como puedo atestiguar. Y a menudo, lo que más necesitamos en tales temporadas es un toque de trompeta justo, una nota entusiasta que sacuda los huesos y nos despierte de nuevo a la realidad. Tales nos las da el apóstol Juan en su primera carta:
“Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. No puede pecar, porque es nacido de Dios” (1Jn 3:9).
A la pregunta, “¿pueden los nacidos de nuevo hacer del pecado una práctica?”, Juan responde de manera simple, clara, inequívoca: imposible.
Que nadie te engañe
Los acontecimientos recientes habían ensombrecido a la comunidad que recibió la carta de Juan. Captamos un vistazo en 1 Juan 2:19: “Ellos salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron, a fin de que se manifestara que no todos son de nosotros”. Una vez, un grupo de aparentes hermanos y hermanas pertenecía a nosotros; ahora, Juan puede hablar de estas personas solo como ellos.
Y no se fueron en silencio. No, se fueron hablando de ideas nuevas y extrañas acerca de Jesús: Que en realidad no vino en la carne (1Jn 4:2-3), que en realidad no era el Cristo (1Jn 2:22). Y con esta nueva teología vino una espiritualidad nueva y retorcida. Muchos, al parecer, profesaron conocer a Dios mientras caminaban en la oscuridad (1Jn 1:6), como si de alguna manera uno pudiera ser justo sin hacer justicia (1Jn 3:7). Reclamaron nueva vida; guardaron viejos pecados.
Algunos eruditos los llaman “protognósticos”, precursores de la herejía que acosaría a la iglesia en el próximo siglo. El mismo Juan habla con más agudeza, al decir que son mentirosos, anticristos, hijos del diablo (1Jn 1:6; 2:18; 3:10). Duras palabras del apóstol amado. Pero la iglesia necesitaba desesperadamente escucharlos.
Nadie nacido de Dios sigue pecando
Juan sabía que la iglesia se mantenía firme por el momento. De hecho, escribió su carta en gran parte para asegurarles que la vida eterna era de ellos (1Jn 5:13). Su fe en Cristo era firme, su amor por los hermanos profundo, su justicia evidente. Aunque no eran perfectos (1Jn 1:8–9), pertenecían a Dios.
Sin embargo, Juan conocía el poder de las mentiras que agradan a la carne, especialmente cuando se les da tiempo para trabajar. También sabía lo desmoralizador que podía ser ver a un compañero de armas deponer las armas y pasarse a las filas enemigas. Tal vez la iglesia no abrazaría la herejía, pero sus manos podrían aflojarse alrededor de la empuñadura de la espada. Podrían preguntarse si la vida cristiana realmente requiere tal crueldad contra el pecado. Algunos podrían deambular por una “práctica de pecar”, menos temerosos de lo que tal práctica podría significar.
Entonces, Juan escribe: “Hijitos, nadie los engañe” (1Jn 3:7). Recuerden, hijitos, que el pecado es ilegal. Recuerde que Cristo es sin pecado. Recuerda que eres nuevo.
El pecado es ilegal
Cuando un cristiano profeso comienza a hacer del pecado una práctica (1Jn 3:9), ya se ha producido un cambio profundo pero sutil. En algún lugar a lo largo de la línea, el pecado se ha vuelto menos serio a sus ojos: ya no es negro, sino gris; ya no es condenable, sino comprensible. Un lento endurecimiento se ha apoderado de su conciencia. Donde antes se sonrojaba, se encoge de hombros.
Juan no tendrá nada de eso. Él se había parado en el Calvario. Había visto cómo la ira de Dios contra el pecado se tragaba el sol; había visto cómo la paga del pecado manchaba la tierra de rojo. Y por eso escribe: “Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley” (1Jn 3:4).
Entretejido en el ADN del pecado hay un carácter anticristiano, traidor, insolente y sin ley. No puede soportar la autoridad de Dios; no puede doblegarse al gobierno de Cristo. Aunque los casos aislados de pecado no equivalen a una vida de anarquía, “la práctica de pecar” sí lo hace (1Jn 3:4), incluso los pecados más pequeños son anarquía en el útero. Cada pecado tiene alguna semejanza con los clavos y la lanza que traspasaron a nuestro Señor; cada pecado suena algo así como: “¡Crucifícalo!”. De modo que, si se nutre y cuida, si se cultiva y se complace, cualquier pecado puede llevar cautivo el corazón a una especie de rebelión que no puede permanecer con Cristo.
Continuaremos pecando de este lado del cielo; en ese punto Juan es absolutamente claro (1Jn 1:8). Sin embargo, como D. A. Carson ha indicado, el pecado nunca se convierte en algo menos que “impactante, inexcusable, prohibido, espantoso, fuera de línea con lo que somos como cristianos”. “El que practica el pecado es del diablo” (1Jn 3:8), y cada pecado, por pequeño que sea, late con su corazón inicuo.
Cristo es sin pecado
Si en el pecado vemos oscuridad absoluta, anarquía total, en Cristo vemos luz absoluta, pureza total. Los dos son enemigos mortales, polos opuestos: uno torcido, el otro recto; uno es noche, el otro día; el uno infierno, el otro cielo. Y, por esta razón, tanto por lo que Cristo es como por lo que Cristo hace, “todo el que permanece en Él, no peca” (1Jn 3:6).
Considera, primero, quién es Cristo. “En Él no hay pecado”, escribe Juan (1Jn 3:5). Entonces, ¿cómo puede alguien permanecer en Él, vivir en Él, tener comunión con Él, adorarlo y seguir pecando como antes? Antes podríamos encender un fuego bajo el mar o respirar profundamente en la luna. Cristo no guarda combustible que encienda el pecado; no da oxígeno a la anarquía. Si permanecemos en Él, entonces, el pecado no puede permanecer en nosotros, ni persistentemente, ni presuntuosamente, ni pacíficamente.
Luego, en segundo lugar, considera lo que Cristo hace. “Ustedes saben que Cristo se manifestó a fin de quitar los pecados” (1Jn 3:5). O también: “El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo” (1Jn 3:8). Él vino, el sin pecado, para hacer a muchos sin pecado, primero perdonándonos y justificándonos, y luego purificándonos gradualmente, pero sin cesar.
En una temporada de pecado invasor, entonces, hacemos bien en preguntarnos: “Jesús vino a destruir las obras del diablo, ¿y las aprobaré? Jesús murió para quitar mis pecados, ¿y los quitaré yo ahora? ¿Haré rodar la piedra sobre Su tumba? ¿Bajaré Su cruz?”.
Eres nuevo
Hasta este punto, Juan ha pedido a la iglesia que mire fuera de sí misma. Ahora, sin embargo, les dice que se miren a sí mismos. Porque el pecado es ilegal, Cristo es sin pecado, y ellos son nuevos. Tres veces en una frase, el apóstol señala su novedad en Cristo:
“Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. No puede pecar, porque es nacido de Dios” (1Jn 3:9).
La conversión implica no solo un cambio de mente, sino también un cambio de corazón y alma, un cambio tan grande que con razón se puede llamar nuevo nacimiento. Y el nuevo nacimiento trae la verdad sobre el pecado y Cristo a los lugares más profundos.
Por el nuevo nacimiento, no solo vemos el pecado como algo sin ley, sino que tenemos corazones cuya anarquía ha sido reemplazada por la ley de Dios que da vida (Jer 31:33). La pluma del Espíritu ha llegado donde la nuestra nunca pudo. Y por el nuevo nacimiento, no solo vemos a Jesús sin pecado, sino que lo disfrutamos como glorioso, el Espíritu abre nuestros ojos a una belleza mucho más allá del pecado (Ez 36:27). Hemos sentido, en el fondo, la bendición de la obediencia sin carga (1Jn 5:3), el deleite de permanecer en aquel que no conoce tinieblas (1Jn 1:5).
Pulsando en estas palabras de Juan, entonces, no solo hay un no deber hacer poderoso, “no puede seguir pecando”, sino un sí poder poderoso. Por muy fuerte que parezca la tentación, y por muy débiles que nos sintamos, podemos matar el pecado y unirnos a Cristo. Podemos levantar estos pies cansados y huir de nuevo; podemos levantar estos brazos cansados y atacar de nuevo. Podemos poner nuestro rostro en la Biblia y nuestras rodillas en el suelo. Podemos decir no a los impulsos más fuertes de la carne y sí a los impulsos más silenciosos del Espíritu.
Nuestro “antagonismo sin tregua”
La batalla contra el pecado dura mucho: toda la vida. Pero en Cristo, tenemos un carácter diferente, una mejor inclinación, una nueva vida que nunca morirá. Y enterrado profundamente en nuestro ADN espiritual hay una oposición despiadada al pecado, un “antagonismo sin tregua”, como lo llama Robert Law.
Tal antagonismo parecerá extraño y antinatural al mundo que nos rodea; en nuestro peor momento, nosotros también podemos preguntarnos si la vida cristiana puede correr por caminos menos angostos. Pero cuando recordamos qué es realmente el pecado, quién es realmente Cristo y quiénes somos nosotros, incluso los compromisos aparentemente pequeños (pequeñas mentiras, miradas secretas, mañanas sin oración, amargura silenciosa) aparecerán por lo que son: guías sin ley que nos alejan de Cristo. Manos oscuras robando nuestros corazones. Contradicciones absolutas de nuestro nuevo nacimiento.
Y entonces nuestro celo arderá de nuevo. Y entonces nuestra sangre volverá a hervir. Y entonces nuestras botas volverán a sentir el vientre de nuestras lujurias. Porque “nadie nacido de Dios practica el pecado” (1Jn 3:9). Y en Cristo, somos nacidos de Dios, irrevocablemente, eternamente, poderosamente nuevos.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God. Scott Hubbard se graduó de Bethlehem College & Seminary. Es editor de desiringGod.org. Él y su esposa, Bethany, viven en Minneapolis.