El ASESINATO de los 5 MISIONEROS que cambió el panorama de las MISIONES | BITE

Ed McCully, Peter Fleming y Jim Elliot

Mártires asesinados con lanzas: la muerte de cinco misioneros que avivó el impulso misionero
Han pasado más de sesenta años desde la trágica muerte de cinco misioneros en Ecuador, pero su historia sigue siendo fuente de inspiración para la iglesia.

El 11 de enero de 1956, Johnny Keenan, piloto de la Mission Aviation Fellowship (MAF), sobrevolaba en un monoplano Piper Cruiser PA-14 el río Curaray, en el este de Ecuador. Se asomó por la ventanilla en busca de señales de vida y divisó los restos de otra avioneta Piper de color amarillo. Cuando vio el cuerpo de un joven flotando boca abajo en el agua, a unos 400 metros río abajo, agarró inmediatamente la radio para informar del hallazgo.

Mientras Johnny hacía la llamada, a 50 millas de distancia, Marj Saint, esposa del piloto del Piper amarillo, estaba sentada mientras recibía el mensaje. Otras tres mujeres estaban a su lado mientras escuchaba el informe.

El miércoles por la noche, los indígenas quichuas que le conocían identificaron el cadáver del estudiante de derecho convertido en misionero, Ed McCully. Como no pudieron recuperar su cuerpo en el río Curaray, trajeron su reloj y arrojaron a la orilla su zapatilla del número 13,5 como forma de identificación.

El 13 de enero, un grupo de búsqueda formado por soldados ecuatorianos, algunos quichuas, un militar estadounidense y un fotógrafo de la revista Life, Cornell Capa, recorrieron 40 kilómetros de selva a pie y en canoa para llegar al lugar. Descubrieron los restos de un trágico suceso, unos pocos objetos personales, una olla de verduras volcada y los cadáveres de cinco jóvenes misioneros: el paracaidista de la Segunda Guerra Mundial Roger Youderian, Peter Fleming, el profundamente espiritual Jim Elliot, el innovador piloto de la MAF Nate Saint y Ed McCully. El grupo de búsqueda enterró los cuerpos en la selva durante una fuerte tormenta, y Jack Shalanko, que formaba parte del grupo, escribió más tarde que “Estaban descompuestos hasta quedar irreconocibles. Algunos aún tenían lanzas”.

Los hombres, que tenían entre 27 y 32 años, eran esposos y padres (con un total de 8 hijos de 7 años o menos y un bebé más que nacería dentro de un mes). Todos ellos tenían un fuerte deseo de compartir las buenas nuevas de Jesús con aquellos que nunca habían oído hablar de Él. La “Operación Auca” había llegado a su fin, ¿o no?

Una jungla muy peligrosa
La idea de la “Operación Auca” surgió en las mentes de Saint, Elliot, McCully y Fleming. Los tres primeros se conocían de su época en el Wheaton College. Saint recibía clases en la universidad, mientras que Elliot y McCully eran figuras destacadas en el campus como atletas estrella y conocidos por sus bromas pesadas. Se referían a ellos como “los chicos de los Hermanos”, ya que trabajaban a las órdenes de los Hermanos de Plymouth. En sus conversaciones, sopesaban la posibilidad de establecer un contacto pacífico con un grupo indígena aislado y hostil de Ecuador, conocido como “Aucas” (que significa “salvaje” en la lengua quichua de las tierras bajas) y ahora conocido como “Waorani” (que significa “el pueblo” en la lengua de la misma tribu).

En 1952, Jim y su amigo Peter Fleming se embarcaron en un viaje como misioneros hasta Guayaquil. Luego pasaron seis meses en Quito para mejorar su español, antes de viajar al interior para establecer su base misionera en Shandia, en medio de la selva amazónica. Durante ese mismo año, McCully llegó a Quito y al año siguiente se había unido a sus dos compañeros en la jungla.

Por otro parte, el piloto de la Segunda Guerra Mundial Nate Saint, se había unido a la MAF, para servir a los equipos misioneros dispersos por toda la selva ecuatoriana. Estando en esta labor, Saint conoció a Roger Youderian, un misionero que había estado trabajando en la evangelización indígena durante varios años. Youderian quería regresar a los Estados Unidos, pero Saint, que previamente había conocido a Elliot, McCully y Fleming y a su plan, le propuso a Youderian que se quedara y se uniera al proyecto.

A finales de 1955, unos 500 waoranis vivían en un área una tercera vez más pequeña que El Salvador. Sus tierras estaban situadas cerca de donde estaban destinados Elliot, McCully y Saint. Los waorani se desplazaban con frecuencia y vivían en pequeños claros, por lo que resultaba difícil localizarlos. Muchos forasteros los evitaban, ya que los waorani recibían a los visitantes con lanzas de 2,5 metros de largo. Pero en septiembre de 1955, cuando Saint y Fleming divisaron entre la selva varios claros waorani, creyeron que podrían utilizar un avión para allanar el camino hacia un contacto pacífico en tierra.

Del 6 de octubre al 23 de diciembre de 1955, Saint, acompañado por McCully o Elliot, realizó 13 vuelos sobre los claros waorani. Fleming proporcionó apoyo logístico y de oración desde su estación. Saint dejó en tierra regalos como una olla de aluminio decorada con cintas flotantes, botones, pantalones, camisas (ya que los waorani sólo llevaban tangas de algodón), una cabeza de hacha, cuchillos, fotos y machetes. Los waorani recibieron estos regalos con sonrisas y cierta amabilidad, y también empezaron a devolver regalos de agradecimiento como una diadema, hilo tejido, cola de mono ahumada, dos ardillas y un loro. Durante estos intercambios, los misioneros gritaban frases cuidadosamente elegidas en la lengua waorani que habían aprendido de Dayuma, una joven waorani que había escapado de la violencia tribal y vivía como sirvienta en una hacienda cercana.

Debido a la aparente apertura de los waorani y al clima favorable, los misioneros decidieron planear un contacto pacífico a principios de enero de 1956. Un mes antes de la misión, incorporaron a Roger Youderian, miembro de la Unión Misionera Evangélica que había sobrevivido a la Batalla de las Ardenas durante la Segunda Guerra Mundial. El plan se fijó para el martes 3 de enero. Saint transportó a los otros cuatro al lugar designado, que estaba a seis millas del claro waorani más cercano. El viernes 6 de enero llegaron “los vecinos”, dos mujeres y un hombre waorani. Desde la perspectiva de los misioneros, fue una visita amistosa. Los waorani probaron hamburguesas y los misioneros compartieron su repelente de insectos con ellos. Uno de los hombres waorani, Naenkiwi, estaba fascinado con el avión, así que Saint lo llevó a dar una vuelta por la aeronave. Los waorani eran muy habladores, pero ninguno de los dos grupos entendía mucho al otro.

Contacto peligroso
Los misioneros ignoraban que su contacto con estos tres waorani les había colocado en medio de un conflicto potencialmente mortal. Naenkiwi quería casarse con una aborigen llamada Gimari, pero su hermano, llamado Nampa, se oponía. Los waorani, que tenían un historial de conflictos violentos entre ellos, solían matar por cuestiones menos importantes. La ira se redirigió hacia los cinco misioneros, a los que se les llamaba cowodi (que significa “forasteros” o “caníbales”) y enemigos tradicionales. Años más tarde, Geketa, miembro del grupo de alanceadores, dio su perspectiva de los hechos en una película producida por el Instituto Lingüístico de Verano:

Un día nos sobrevoló un avión. Daba vueltas y vueltas… Desde el avión nos arrojaron ropa y cuchillos. Luego nos llamaron: “Vengan, vengan, vengan con nosotros”… Algunos de nuestro grupo fueron a reunirse con ellos. Más tarde, la noche siguiente, Nampa montó en cólera por una boda a la que se oponía. Nampa… cogió todas sus lanzas y me gritó: “Ven, vamos a matar”. Aquí cerca están los cowodi. Recuerda cómo nos advertían nuestras madres cuando éramos niños. Los cowodi siempre han llevado armas y nos han disparado. Ahora es nuestra oportunidad, matémoslos”… [Al día siguiente] el avión… aterrizó en el banco de arena, entonces salimos con nuestras lanzas a matar. Los cowodi estaban en el banco de arena llamándonos. Nampa corrió hacia uno con una lanza. El hombre disparó a Nampa, y el hombre cayó allí mismo… Alanceamos a otro, y mientras corrían, alanceé a dos más… El último cowodi nos llamó. “No lances. No lances”. Y entendimos. “Sólo hemos venido a verlos. No vamos a matarlos. ¿Por qué nos matas?” Estaba de pie sobre un tronco que sobresalía del río cuando Kimu le atravesó el pecho con una lanza y cayó al agua.

Los waoranis llegaron a “Palm Beach” a las 3:00 PM. con la intención de dividir a los extranjeros antes de atacarlos. Enviaron a tres mujeres al otro lado del río, una de ellas se quedó oculta en la selva, pero las otras dos se dejaron ver. Elliot y Fleming cruzaron el río para saludarlas, pero fueron atacados por la espalda. Algunas versiones dicen que Elliot, el primer misionero herido, sacó su pistola pero no hizo ningún disparo contra sus atacantes. Fleming, antes de ser herido, reiteró desesperadamente sus ofertas amistosas y les preguntó en inglés a los waoranis por qué los estaban asesinando.

Mientras tanto, los guerreros restantes atacaron a los misioneros que se encontraban en la playa. Primero lancearon a Saint y después a McCully cuando intentó detenerlos. Youderian intentó huir hacia el avión con la intención de usar la radio, pero fue asesinado con una lanza cuando alcanzaba el micrófono.

Los waoranis arrojaron los cuerpos y pertenencias de los misioneros al río y destruyeron el revestimiento de su avión. Luego regresaron a su aldea y, temiendo una posible venganza, la quemaron completamente y huyeron a la selva.

Aunque muchos detalles concretos siguen siendo inciertos, se cree que el disparo de la pistola, probablemente alcanzó a Nampa, que murió más tarde. Los misioneros no opusieron ninguna resistencia organizada y ninguno de ellos intentó salvarse aparte de sus amigos. El suceso concluyó a media tarde del domingo 8 de enero. El reloj de Nate Saint se detuvo a las 15:12.

Héroes internacionales
La historia de los cinco misioneros asesinados en Ecuador se difundió rápidamente por todo el mundo y sobre todo tuvo un profundo impacto en los evangélicos estadounidenses. Durante el siglo XX, se calcula que 26 millones de personas fueron asesinadas en todo el mundo en parte a causa de su fe cristiana. Sin embargo, la mayoría de estas muertes pasaron desapercibidas. Pero las muertes de estos cinco misioneros se hicieron ampliamente conocidas, celebradas, casi veneradas, e incluso décadas más tarde, se siguen produciendo libros y películas, y mucha gente todavía los recuerda. La pregunta es: ¿por qué ocurrió esto?

Parte de la razón por la que la historia de estos cinco misioneros resonó en muchas personas reside en el carácter de los cinco hombres y sus esposas. Eran valientes, profundamente espirituales, aventureros y actuaban bajo una genuina preocupación por el bienestar espiritual de los waorani. Estaban dispuestos a sacrificar sus vidas para librar a esta gente del sufrimiento del infierno y eso es exactamente lo que hicieron.

La situación era tal que tuvo un gran atractivo para el público. Los hombres, con sus esposas e hijos, encarnaban los ideales que los estadounidenses de posguerra tenían para sus propias familias. Los nuevos medios de comunicación mundial permitieron una atención pública sostenida en los primeros días de la difusión instantánea de noticias. La emisora de radio misionera de Quito HCJB transmitió la historia por onda corta, la revista Life envió al fotógrafo Cornell Capa al lugar de los hechos, Reader’s Digest recogió la historia, incluyendo notas de los diarios de los hombres, y el libro de Elisabeth Elliot “Portales de esplendor” se convirtió en un éxito en ventas. Los artículos de las revistas destacaron el compromiso de las esposas, ya que cuatro de ellas se quedaron para continuar su servicio misionero.

Para la gente que buscaba un propósito en un mundo consumido por los temores de la Guerra Fría, la perspectiva eterna de la vida que ofrecía la misión de estos cinco hombres resultaba muy atractiva. Como el historiador Dana Robert ha señalado de otros héroes misioneros, en la muerte, los cinco hombres se convirtieron en misioneros más significativos para su propio país de lo que pudieron serlo para los waorani. A lo largo de los años, muchas personas han citado la muerte de estos hombres como un factor decisivo para su propia conversión o llamado al campo misionero.

Los waorani hasta hoy
¿Qué ocurrió con los waorani tras la muerte de los cinco misioneros? Antes de la muerte de los hombres, una mujer waorani llamada Dayuma había trabajado como informadora lingüística para Rachel Saint, la hermana mayor de Nate, que era miembro del Instituto Lingüístico de Verano (ILV). Dayuma allanó el camino para que Rachel y Elisabeth Elliot, la viuda de Jim, contactaran pacíficamente con la familia extensa de Dayuma, incluidos los hombres que habían matado a sus seres queridos.

Los waorani llevaban más de seis décadas de violentas y sangrientas venganzas entre ellos. Los antropólogos James Yost y James S. Boster han calculado que más del 60% de las muertes durante este periodo fueron causadas por la violencia, lo que convierte a los waorani en una de las culturas más violentas del planeta. En la cultura waorani, Raquel y Elisabeth deberían haber buscado venganza por la muerte de sus seres queridos. Pero cuando en su lugar hablaron de Dios, presentaron a los Waorani una forma alternativa de acabar con el ciclo de violencia.

En los 20 años siguientes se produjo un cambio significativo en la cultura waorani. La mayoría de los miembros de la etnia ya no eran tan violentos como antes. Sin embargo, en 1987, dos misioneros católicos fueron asesinados por guerreros de un grupo aislado de waoranis. Incluso en 2003 se produjo un trágico brote de violencia en el seno de la tribu.

En diciembre de 1961, Elisabeth Elliot abandonó a los waorani. Rachel Saint, salvo por unos pocos años, vivió entre el pueblo hasta su muerte en 1994. Ella inició la traducción del Nuevo Testamento a la lengua wao, que más tarde completaron Catherine Peeke y Rosi Jung, miembros del personal del ILV. El antropólogo James Yost y la coordinadora de alfabetización Pat Kelley también aprendieron la difícil lengua wao y pasaron largas temporadas con el pueblo durante las décadas de 1970 y 1980. En 1995, el hijo mayor de Nate Saint, Steve, y su familia vivieron entre los waorani. Todos ellos han intentado demostrar lo que significa ser cristiano, aunque a lo largo de los años ha habido controversia sobre su participación y la de otros misioneros.

Para el cambio de siglo, la población waorani rondaba los 2 000 habitantes y se habían enfrentado a una serie de retos como consecuencia de su creciente interacción con el mundo exterior. Algunos de ellos han rechazado el cristianismo tal y como lo entienden, mientras que otros han abrazado la versión limitada del “no matarás”, al mismo tiempo que otros buscan una fe significativa y plena basada en su comprensión de la Palabra de Dios.

A pesar de los retos, la semilla del evangelio se ha plantado, y hay waoranis que viven la fe por la que los cinco misioneros dieron su vida hace casi 70 años.

Este artículo está basado en el trabajo de Kathryn Long y Carolyn Nystrom, publicado en CT; y en el trabajo de Justin Taylor, publicado en TGC.

Abraham, mata a tu hijo: entendiendo un mandato impactante | Alex Duke

Algunas personas realmente odian la Biblia. El ateo Richard Dawkins está entre ellos.

Sin embargo, algunas personas realmente aman la Biblia y no solo aman partes de ella, aman cada palabra. Estas personas no son ingenuas ni neandertales que accidentalmente sobrevivieron al siglo XXI. No son deformes ni maliciosas. Simplemente son cristianos normales, nacidos de nuevo.

Una parte de la Biblia que los cristianos normales y nacidos de nuevo realmente aman es una parte que Dawkins realmente odia: Génesis 22.

Aquí está el comentario de Dawkins sobre el pasaje:

“Dios le ordenó a Abraham que hiciera una ofrenda quemada del hijo que había deseado por tanto tiempo. Abraham construyó un altar, le puso leña y ató a Isaac encima de la madera. Su cuchillo asesino ya estaba en su mano cuando un ángel intervino dramáticamente con la noticia de un cambio de planes de último minuto: Dios solo estaba bromeando después de todo, ‘tentando’ a Abraham y probando su fe… Esta vergonzosa historia es un ejemplo simultáneo de abuso infantil, intimidación en dos relaciones de poder asimétricas y el primer uso registrado de la defensa de Nuremberg: ‘Solo estaba obedeciendo órdenes’”.

En la superficie, lo que Dawkins dice aquí puede parecer una lectura razonable, aunque un poco prejuiciada, del texto. Después de todo, sospecho que muchos cristianos se han preguntado alguna versión de estas preguntas en silencio. ¿Entonces, qué hacemos con Génesis 22? ¿Moisés nos muestra belleza o intimidación? ¿Gracia o desgracia? ¿Abuso infantil o una bendición que se transmite por fe de un padre amoroso a un hijo fiel?

Tras la investigación, queda claro que lo que dice Dawkins no es razonable. De hecho, está bastante mal.

Génesis 22 es una “prueba”
Como narrador cuasi-omnisciente, Moisés enmarca los eventos: “Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham…” (Gn 22:1). Es importante destacar que Moisés no dice que Dios castigó a Abraham o que tentó a Abraham.

¿Por qué importa esto? Bueno, cualquier lector con discernimiento se preguntará: ¿Por qué Dios ordena el sacrificio de niños? Eso es algo que haría Moloch, no Yahvé. La pregunta nos molesta. Como un sonido en el motor, nos preguntamos por qué está ahí y si nos está diciendo que algo podría estar terminalmente mal con Dios.

Algunos podrían decir: “Bueno, Dios no le ordenó a Abraham que matara a su hijo en realidad”. Pero esto requiere algo de gimnasia interpretativa a nivel olímpico. Abraham tenía la intención de matar a Isaac; eso está claro. Entonces, ¿cómo desenredamos el nudo de si Dios es inmoral por ordenar una acción inmoral?

La palabra “prueba” es nuestra llave maestra. Dios le ordena a Abraham que haga esto como un exámen de una única pregunta: “Abraham, ¿confías en mí?”. Anteriormente, Abraham obtuvo una “F” en este examen. Recuerda: este es el mismo hombre que mintió sobre su esposa dos veces para protegerse (Gn 12, 20) y se acostó con la sirviente de su esposa porque dudaba que Dios cumpliera su palabra (Gn 16).

Dios le ordena a Abraham que mate a su hijo como un exámen de una única pregunta: ‘Abraham, ¿confías en mí?’

Por supuesto, Dios ya sabe lo que pasará. Moisés podría ser un narrador cuasi-omnisciente, pero Yahvé es un Dios completamente omnisciente. Esta prueba no está llenando un vacío en el entendimiento de Dios; está llenando un vacío en la fe de Abraham.

Puede que estés leyendo esto con el ceño fruncido. Podrías pensar que soy el peor defensor público que existe y que mi defensa del Señor carece de sentido y sensibilidad. Tu mente es como un jurado en desacuerdo. Todavía te preguntas: ¿cómo puede Dios hacer esto? Esto es simplemente… incorrecto.

Si ese eres tú, entonces es probable, un poco como Abraham, que dudas del carácter de Dios. Sabes quién Él dice ser, pero tu experiencia de Él ha acumulado evidencias de lo contrario. Tus circunstancias enjuician al Señor y, a veces, si eres honesto, construyen un caso convincente.

Está bien. Todos hemos estado allí. Quizás Génesis 22 es la prueba de Dios para ti, en la que Él te hace la misma pregunta que le hizo a Abraham: “¿Confías en mí?”.

Sin duda, Génesis 22 pone a prueba la fortaleza del carácter de Abraham. En la solicitud en sí, es como si Dios estuviera afilando su cuchillo asesino, para tomar prestada una frase de Dawkins: “Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas…” (Gn 22:2). Con cada frase, las chispas vuelan a medida que se afila el cuchillo, a medida que la herida en su corazón se hace más profunda. La petición de Dios aplica una presión increíble al punto más débil de Abraham, esa pregunta constante que se ha hecho a sí mismo durante años: “¿Realmente cumplirá Dios su promesa?”.

¿Cómo respondería Abraham esta vez? ¿Ha cambiado? ¡Sí! “Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus criados y a su hijo Isaac” (Gn 22:3).

Abraham espera que Isaac muera… y vuelva a la vida
A menos que esté engañando intencionalmente a sus siervos, lo cual no tenemos razón para creer, está claro que Abraham cree que Isaac regresará con él: “Quédense aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a ustedes” (Gn 22:5).

También queda claro a partir de los hechos siguientes, los cuales Moisés narra detallada y magistralmente hasta generar tensión, que Abraham también creía que mataría a su hijo.

¿Acaso la pregunta inocente de Isaac destruye esta tesis? Con la madera atada a la espalda, pregunta: “Aquí están el fuego y la leña… pero ¿dónde está el cordero para el holocausto” (Gn 22:7). Abraham responde de una forma un tanto enigmática: “Dios proveerá para Sí el cordero para el holocausto, hijo mío” (Gn 22:8).

Quizás Génesis 22 es la prueba de Dios para ti, en la que Él hace la misma pregunta que le hizo a Abraham: ‘¿Confías en mí?’

Estamos cara a cara con una dificultad interpretativa: ¿Es el “hijo mío” de Abraham afectuoso o (para usar un término técnico) aposicional? ¿Está diciendo: “Hijo mío, no te preocupes, Dios proveerá un cordero” o está diciendo, “Dios proveerá un cordero, es decir, mi hijo”? Creo que es la segunda opción, aunque es posible que Abraham originalmente se refería a la primera, pero, mientras la arena se le acababa al reloj de arena, lentamente se dio cuenta de que aunque su corazón había planeado un camino, el Señor había determinado sus pasos.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, cualquier niebla relacionada con Génesis 22 se desvanece. Olvídate del comentario de Richard Dawkins. Aquí está el comentario del autor de Hebreos sobre la concepción milagrosa de Isaac. Debemos comenzar aquí:

“También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel a Aquel que lo había prometido. Por lo cual también nació de uno, y este casi muerto con respecto a esto, una descendencia como las estrellas del cielo en número, e innumerable como la arena que está a la orilla del mar” (Hebreos 11:11-12).

¡Ajá! Acabamos de recibir información vital. Pero antes de decirte de qué se trata, debemos seguir leyendo:

“Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su único hijo. Fue a él a quien se le dijo: ‘En Isaac te será llamada descendencia’. Él consideró que Dios era poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde también, en sentido figurado, lo volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19).

El autor de Hebreos entiende lo que Moisés está haciendo en Génesis 22, y por eso comprende lo que Dios está haciendo en Génesis 22. Él sabe que esto era una “prueba” (Heb 11:17). Pero, ¿cómo sabe que Abraham “consideró que Dios era poderoso para levantar aun [a Isaac] de entre los muertos”?

Dos razones: primero, porque eso es lo que sucedió en el momento, al menos en sentido figurado (Heb 11:19). El cuchillo de matar de Abraham colgaba de manera ominosa sobre el cuello de Isaac (Gn 22:10). Pero luego oyó, no un sonido en el motor, sino un ruido en el matorral (Gn 22:13). Isaac estaba casi muerto, hasta que Dios intervino. ¡Qué misericordia!

Pero hay una segunda razón, la cual considero más esencial, por la que Abraham creía que Isaac sería resucitado. Porque la vida de Abraham había sido definida por la resurrección, y tal vez finalmente se dio cuenta en camino al monte Moriah. Quizás, al escuchar la extraña petición del Señor, la vida de Abraham vino a su memoria y finalmente llegó a la conclusión correcta: Dios puede hacer cualquier cosa, y por eso confío en Él.

Quizás recordó que aunque él y su esposa “eran ancianos [y] entrados en años” y “Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres” (Gn 18:11; Heb 11:11), Dios prometió darle un hijo. Tal vez recordó la risa de Sara cuando escuchó la promesa y su jocosa respuesta: “¿Tendré placer después de haber envejecido, siendo también viejo mi señor?” (Gn 18:12). Quizás incluso recordó la suave reprensión: “¿Hay algo demasiado difícil para el SEÑOR?” (Gn 18:14). Quizás miró hacia atrás en su vida y, por primera vez, vio lo que siempre había estado allí: resurrección, resurrección, resurrección.

La vida de Abraham fue un despliegue de resurrección. Desde el momento en que Dios lo llamó a salir de Ur, Dios había mostrado su poder de resurrección una y otra vez

La vida de Abraham fue un despliegue de resurrección. Desde el momento en que Dios lo llamó a salir de Ur, Dios había mostrado su poder de resurrección una y otra vez. Esa es la razón por la que el autor de Hebreos puede decir que Abraham, al igual que Isaac y Sara, estaba “casi muerto” (Heb 11:12). No tenía un hijo, pero de él nació “una descendencia como las estrellas del cielo en número, e innumerable como la arena que está a la orilla del mar” (Heb 11:12; cf. Gn 22:17). ¡Qué misericordia!

En resumen, Abraham creyó que Isaac moriría y resucitaría porque Abraham sabía que él mismo ya había muerto y resucitado. ¡Él y Sara tuvieron un hijo! ¿Es una resurrección demasiado difícil para el Señor? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué no otra?

¿Qué ves?
Cuando lees Génesis 22, ¿qué ves? Ojalá sea aquello que Abraham vio: que nada es demasiado difícil para el Señor.

Todo esto, por supuesto, es como un letrero de neón que señala la muerte del Hijo unigénito del Padre, Jesús, a quien Él amaba. Las conexiones son tan obvias que casi parecen alegóricas: hay un padre amoroso; hay un hijo obediente caminando hacia su muerte; hay madera atada a su espalda; hay un cordero sustituto.

Pero quizás más predictiva que esos detalles es la ubicación de Génesis 22: el monte Moriah, el futuro lugar del templo (2 Cr 3:1). Esto significa que el sacrificio de Isaac que fue evitado se institucionalizó para el pueblo de Dios a lo largo de las generaciones. Al hacer sacrificios en el templo una y otra vez, la historia y la experiencia de Abraham se convirtieron en suyas. Ofrecieron sacrificios y alabaron a Dios por su provisión continua, una y otra vez.

La muerte de Jesús terminó con todo esto; su sangre removió cualquier necesidad de un sistema de sacrificios repetitivo (Heb 9:11). No hay necesidad de que el sacrificio de Isaac sea institucionalizado para nosotros porque la institución se ha derrumbado, y en su lugar, está Jesús.

Cuando lees Génesis 22, ¿qué ves? Ojalá sea aquello que Abraham vio: que nada es demasiado difícil para el Señor

Así que no hacemos nada para volver a experimentar la salvación. Simplemente creemos y creemos, una y otra vez, y, como Abraham, nuestra fe nos es contada como justicia (Gn 15:6; Gá 3:6). Y, como Isaac, demostramos que somos “hijos de Abraham”. Por eso Pablo le dijo a una iglesia que parecía obsesionada con impresionar a Dios con sus obras:

“Sepan que los que son de fe, estos son hijos de Abraham… Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros, porque escrito está: ‘Maldito todo el que cuelga de un madero’, a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe” (Gálatas 3:7, 13-14).

Entonces, te preguntaré de nuevo: cuando lees Génesis 22, ¿qué ves? Ojala veas una historia del amor de un padre por su hijo, la confianza de un hijo en su padre y una bendición prometida que se transmite por fe de una generación a la siguiente, hasta que llegó hasta ti. ¡Qué misericordia!

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Alex Duke es el director editorial de 9Marks. Vive en Louisville, Kentucky, donde también sirve como director del ministerio de jóvenes y entrenamiento eclesiológico en la iglesia Third Avenue Baptist Church. Puedes seguirlo en Twitter.