Es muy alentador observar cómo se conduce este temeroso varón de Dios. Después de estar con su alma angustiada ante Dios por la iniquidad del pueblo de Dios (Hab. 1:2), sube a su puesto de guardia para oír la respuesta de Dios (Hab. 2:1). Luego, tras escuchar lo que el Señor dijo, Habacuc ora una vez más, y finalmente camina por las alturas con gozo en su corazón y alabanza en sus labios (Hab. 3:19).
Estamos viviendo tiempos difíciles, días que bien podemos denominar como “los últimos días”. La Iglesia ha fracasado en su responsabilidad de dar testimonio de Cristo, y el juicio debe comenzar por la Casa de Dios (1 P. 4:17). El mundo ha fracasado en su responsabilidad de gobernar, llenándose de violencia y corrupción. Los juicios del día del Señor se acercan para este mundo, pero incluso en estos días debe cosechar con dolor lo que ha sembrado injustamente. En días como estos, en el que “el fin de todas las cosas se acerca”, es ciertamente apropiado que aprendamos las lecciones que aprendió Habacuc, y así ser sobrios y velar en la oración (1 P. 4:7).
Junto con este antiguo profeta, en todas las penas que podamos enfrentar, ya sea entre el pueblo de Dios o en el mundo que nos rodea, tenemos un recurso infalible: “El Señor está en su santo templo” (Hab. 2:20 NBLA). “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). Al igual que Habacuc, nosotros podemos derramar nuestras preocupaciones ante Dios; podemos verlo actuar; podemos poner todas nuestras necesidades ante él en la oración. Incluso podemos ser conducidos en espíritu a “alturas”, por encima de todas las tormentas, para gozarnos en el Señor, en el Dios de nuestra salvación.
Que podamos inclinarnos con el rostro en tierra en señal de confesión, en el debido momento; que nos paremos sobre “la fortaleza” (Hab. 2:1) para conocer la mente del Señor; y que nos arrodillemos en oración y alabemos en las alturas.
¿Se juntará contigo el trono de iniquidades que hace agravio bajo forma de ley? Salmo 94:20 El mal va en aumento En este salmo, el Espíritu Santo describe proféticamente el momento en que el “misterio de la iniquidad” habrá alcanzado su punto álgido y en el que el “hombre de pecado” se haya sentado en el trono del templo de Dios (véase 2 Ts. 2:3-8). El anticristo perseguirá al remanente piadoso en Israel, pero estos fieles esperarán la intervención del Señor (vv. 4-9, 21-23). Los creyentes de este salmo hacen una pregunta sorprendente: “¿Se juntará contigo (con Dios) el trono de iniquidades?” Claramente no, los días del anticristo están contados y el Señor vendrá al rescate de su pueblo, entonces juzgará el “trono de iniquidades”.
Después de su liberación, “el juicio será vuelto a la justicia” (v. 15). Esto significa que llegará el momento en que la justicia ya no estará corrompida. El juicio realizado al Señor Jesús, que lo llevó a la crucifixión, dejó de manifiesto que el juicio y la justicia están separados. Pilato sabía que lo correcto hubiera sido liberar a Cristo, ¡pero lo condenó a muerte! Pilato separó así el juicio de la justicia. Lo mismo ocurre hoy en día, cuando lo políticamente correcto, y lo que es conveniente, deja de lado lo que es moralmente correcto y transparente. Y, sin embargo, Dios es soberano, como escribió un poeta: “La verdad por siempre en el estrado, el error por siempre en el trono; no obstante, ese estrado balancea el futuro, y detrás de la oscura incertidumbre, Dios está entre las sombras, cuidando de los suyos”.
Hay otro elemento sorprendente en la confesión del remanente en Israel: ellos dicen que el trono de iniquidades “hace agravio bajo forma de ley”. Esto significa que las autoridades civiles aprobarán leyes inicuas y harán que la maldad esté legalmente permitida. ¡La persecución de los judíos justos se aprobará legalmente (v. 21)! Muchos gobiernos están legalizando la iniquidad, por ejemplo, cambiando el fundamento mismo del matrimonio (que es una institución divina), permitiendo que la perversión moral sea una ley nacional. Nuestro recurso no es político sino espiritual, pues nosotros también esperamos el del juicio de Dios sobre este mundo para que la justicia sea establecida.
Respondió Itai al rey… para muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará también tu siervo. 2 Samuel 15:21 Un hombre llamado Itai (2) La devoción de Itai a David resplandeció vívidamente en esta escena tan oscura, al igual que una antorcha brilla en la más espesa oscuridad. Nada pudo disuadirlo de su decisión de seguir al rey, su señor (v. 21). El reinado de David parecía desmoronarse repentinamente cuando Absalón dio un golpe de estado exitoso, después de atraer los corazones de los hombres de Israel. Incluso su consejero cercano, Ahitofel, se había asegurado un puesto junto a Absalón, la superestrella emergente del momento
Y esto es lo que convierte a la devoción de Itai en algo tan sorprendente. David había sido rechazado por su pueblo. La moda en esos momentos era jurarle lealtad a Absalón. Además, Itai venía de Gat, la ciudad de los enemigos de David. Conocía a David hacía poco tiempo, y David no lo presionó para que se convirtiera en su siervo, sino todo lo contrario. Pero Itai no se iba a apartar de David tan fácilmente. Su sincera expresión de devoción a David nos recuerda las palabras de Pablo en Filipenses 1:21. No le importa el costo y el peligro que esto conllevaría. Le importaba poco lo que otros pudieran pensar o hacer. Su corazón estaba puesto en David y consideraba un gran honor seguir al rey rechazado en su exilio.
La devoción de Itai era tan contagiosa que hubo 600 hombres de Gat que lo siguieron. Estos hombres, con todos sus pequeños, se unieron a él cuando puso su vida en juego. ¿Quién de ellos conocía los verdaderos peligros que corrían al seguir a David? Pronto Itai sería puesto a cargo de un tercio del ejército de David mientras se preparaban para la batalla decisiva contra las fuerzas de Absalón.
Los hombres de David, incluido Itai, ganaron esa batalla, pero eso no es lo importante aquí. Lo relevante es la sencilla devoción de Itai, cuya atracción por David lo hizo poner su vida a los pies de este a pesar de todos los obstáculos. ¡Oh, que hoy en día haya más “Itais” en el ejército de Cristo!
Estas conmovedoras palabras fueron pronunciadas por un hombre llamado Itai. Había pocas razones para explicar su gran devoción por el rey David. Era de Gat, una ciudad de los filisteos, tradicionalmente enemiga de Israel; era la ciudad de la que procedía Goliat, el gigante al que David había vencido unos años antes. Ahora David ya no era un gran hombre, humanamente hablando, pues estaba huyendo de Jerusalén debido a la sublevación de su hijo Absalón.
La popularidad de David parecía derrumbarse. Usando términos actuales, todas las encuestas de opinión pública estaban en su contra. A diferencia de él, Absalón tenía buen aspecto, era popular y atractivo; era el ídolo del momento. Además, Itai conocía a David hacía poco tiempo; no era un amigo de toda la vida, pues solo se había unido a él el día anterior (v. 20).
Este hermoso testimonio nos hace pensar en algunas personas que conocemos y que están verdaderamente unidas al Señor Jesucristo. Ellos mismos se dan cuenta de que antes estaban alejados de Dios por sus malas obras, pero que han sido reconciliados con Dios por la muerte del Señor Jesús en la cruz. Reconocen que Cristo no es realmente popular, y que seguirlo siempre ha implicado rechazo, incomprensión e incluso persecución. No han sido forzadas a servirlo, en lugar de eso, el amor del Señor Jesucristo es el que ha ganado su confianza, consagración y lealtad. Su lema es: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.” (Fil. 1:21).
¿Forma usted parte de este grupo de “Itais” contemporáneos!
A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo. Hechos 23:11 El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas. 2 Timoteo 4:17 Estos pasajes de la Escritura marcan el comienzo del cautiverio de Pablo en Jerusalén (Hch. 23) y el final de su cautiverio en Roma (2 Ti. 4). Creemos que este periodo fue aproximadamente de unos diez años, incluyendo un corto período de libertad, pero el Señor Jesús estuvo junto al apóstol desde el principio hasta el final, conforme a su promesa: “No te desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5; Jos. 1:5).
El apóstol Pablo estaba ansioso por ir a Jerusalén. Más de una vez sus hermanos le habían aconsejado, por el Espíritu, que no fuera; pero él estaba dispuesto no solo a ser encarcelado allí, sino a morir por el nombre del Señor Jesús (Hch. 21:13). Solo una semana después de su llegada, él estuvo a punto de ser linchado por los judíos antes de que la guarnición romana acudiera en su ayuda y lo encadenara (Hch. 22:27-34). Algunos podrían pensar que él era responsable de esto y que debía ser culpado; pero el Señor no lo culpó, sino que lo animó.
Los motivos de Pablo eran puros. El Señor Jesús vio un fiel reflejo de su propio amor en el corazón de su siervo: “Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Ro. 9:2-3). Al igual que Moisés, con celo santo, él estaba dispuesto a sacrificarse en la conducción del pueblo a los pies del Señor (Ex. 32:32).
Pero eso no iba a pasar. Pablo, al igual que su Maestro, el Señor Jesús, había llorado por Jerusalén: “Como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste” (Mt. 23:37). Las puertas del templo se cerraron (Hch. 21:30) y Pablo no pudo continuar su testimonio en Jerusalén. Pero el Señor, en su gracia soberana, transformó todo en una bendición mucho más amplia. Pablo iba a testificar en Roma, anunciando allí el misterio de Cristo y la Iglesia a través de sus escritos. Sí, nuestro Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20).
Vi asimismo en aquellos días a judíos que habían tomado mujeres de Asdod, amonitas, y moabitas; y la mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod, porque no sabían hablar judaico, sino que hablaban conforme a la lengua de cada pueblo. Y reñí con ellos… ¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel?… aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras… Acuérdate de mí, Dios mío, para bien. Nehemías 13:23-26, 31
Después de la cautividad en Babilonia (36) Algunos más tarde Después de 12 años como gobernador, Nehemías regresó al rey. Más tarde se le permitió regresar a Jerusalén. Tristemente, cuando volvió se encontró con que la ciudad estaba en una condición deplorable. Eliasib, el sacerdote, había preparado una habitación para Tobías el amonita en los atrios de la Casa de Dios. Nehemías se enfadó grandemente y quitó todas las cosas de Tobías, ordenando que se limpiaran las habitaciones y se devolvieran los utensilios y las ofrendas a la Casa de Dios (vv. 7-9).
Las porciones de los levitas y de los cantores no les habían sido dadas, por lo que habían “huido cada uno a su heredad”. Nehemías culpó entonces a los oficiales, porque la Casa del Señor había sido abandonada. Puso administradores fieles sobre los almacenes para que administraran los diezmos y los distribuyeran a sus hermanos (vv. 10-13). ¡Qué necesario sigue siendo esto aún en los días actuales!
Nehemías se dio cuenta que en el día de reposo había personas que trabajaban, y que en la ciudad había tirios que comerciaban pescado y otras mercancías. Entonces tomó medidas enérgicas para corregir rápido este problema. También fue severo con los judíos que se habían casado con mujeres de las naciones paganas circundantes; citó el mal ejemplo del rey Salomón, recordándoles cómo había pecado al hacerlo. La mitad de los niños nacidos de estos matrimonios no podían hablar en judío (vv. 23-27). Esto sigue siendo un gran peligro, ya que los hijos de creyentes casados con incrédulos tienden a seguir la conducta del cónyuge inconverso. Dios dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Y, una vez más, Nehemías encomendó sus actividades a Dios (v. 14).
Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos… Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
Así es como Emanuel vino a esta tierra. Nació sin intervención humana, pero también privado de las comodidades de los hogares humanos: fue “acostado en un pesebre” (Lc. 2:12). Había que constatar solemnemente dos hechos: (1) los hombres no podían traer a la existencia a este gran Redentor, que es el único que puede traer descanso a los hombres y dar gloria a Dios; y (2) no lo iban a recibir cuando viniera.
Sí, pero el Hijo de la virgen, acostado en un pesebre, era “Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mt. 1:23). Aquel Niño era “Dios… manifestado en carne… visto de los ángeles” (1 Ti. 3:16). Y de los labios de Dios surgió el mandato: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (He. 1:6).
Sí, los ángeles lo adoraron, pero los hombres permanecieron indiferentes. Solo unos pocos, como aquellos sabios del lejano Oriente y los humildes pastores de las colinas circundantes, fueron tocados por este gran acontecimiento. Cegada por la incredulidad, la multitud no pudo reconocer la “señal” que Dios había dado (véase Is. 7:14); para ellos, Emanuel no era más que el “hijo del carpintero” (Mt. 13:55), y se creían tan buenos o incluso mejores que él. “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:10-11).
Dios vio con qué desprecio era tratado su Hijo unigénito, y por eso, desde su trono eterno, pronunció estas palabras: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones” (Sal. 2:7-8). Pero cuando estuvo en este mundo, Jesús no pidió el trono universal, ni el poder para doblegar a los rebeldes con una vara de hierro (Sal. 2:9). En lugar de eso, él anduvo entre los hombres, lleno de gracia y de verdad. Emanuel había venido a reconciliar al mundo con Dios.
En algunas denominaciones el escoger el ministerio es una decisión racional que se basa en varias consideraciones de parte del candidato. Pero en muchas otras denominaciones hay un énfasis fuerte en el hecho de que el ser ministro requiere una convicción firme de que uno ha sido llamado por Dios. Este llamamiento se exige para evitar frustraciones que se puedan presentar en dicho llamado e inciden profundamente como factores de permanencia. Insistimos en que cada ministro tenga una convicción semejante a la experiencia de Pablo y Bernabé, cuando el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:2).
Algunos experimentan el llamado al ministerio por medio de un deseo profundo de servir al Señor; otros resisten el llamado por mucho tiempo y después se rinden a la presión que viene de Dios. Yo recuerdo muy bien que cuando era joven en los primeros años de la vida cristiana me impresionaba mucho la consagración de mi pastor a Dios y a su iglesia. Yo pasaba mucho tiempo imaginándome cómo sería ser un líder espiritual. Con el tiempo llegué a desear ser un cristiano consagrado totalmente a la predicación del evangelio. Sentía que este deseo era el llamado de Dios. Pero cuando llegué a la universidad comencé a escuchar los testimonios de los jóvenes, muchos de los cuales eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial y otros adultos casados con hijos, que testificaban de su sentido de llamado, al cual habían resistido por mucho tiempo. Parecía que uno tenía que luchar en contra del llamado de Dios por mucho tiempo para estar seguro de él. Comencé a dudar de ese llamado; y estas dudas produjeron una ansiedad que afectaba mi vida devocional; hasta que decidí ir y hablar con uno de mis profesores sobre mi problema. El profesor era un sabio con muchos años en el ministerio. Me aseguró que muchos experimentaban el llamado por medio del deseo de servir al Señor, y que no era necesario resistir ese llamado. Me relató el caso de Isaías, que se ofreció para responder al llamado de Dios a llevar el mensaje de Dios a su pueblo. Esto me dio la tranquilidad que buscaba, y seguí adelante en mi preparación para servir al Señor.
Los componentes del llamado de Dios El doctor Jorge Gaspar Landero declara: “El pastor es un hombre de Dios por llamamiento divino. Se ha dedicado a estudiar y predicar la Palabra de Dios. Vive para su iglesia y sufre por ella.” (“Ofrenda al Pastor”, El Pastor Evangélico, junio de 1959, p. 137). El doctor A. T. Bequer recalca esta misma verdad: “Es imposible realizar la función de pastor de una iglesia si no hemos sentido el llamamiento de lo Alto, porque la misión del pastor tiene múltiples facetas:…” (El Pastor Evangélico, junio de 1959, p. 115). En el curso de la historia Dios llama a cada uno para ser su vocero en el mundo donde uno está viviendo o para llevar las Buenas Nuevas a otros sectores del mundo. El llamado de Dios puede llegar a uno en la forma de una voz audible, como en el caso de muchos de los personajes bíblicos. O puede venir en forma de una convicción interna que persiste a través de un tiempo extenso. Puede ser por medio de una consideración de las necesidades del mundo de hoy. No es posible establecer criterios para que Dios llame en cierta forma, porque Dios es soberano y no podemos dictarle a él cómo ha de llamar a otro. Pero cada uno tiene que escuchar la voz de Dios, según su propia comprensión de ella, y responderle con convicción. Cada persona debe tener una convicción de que Dios le ha llamado. El doctor H. C. Brown, profesor de homilética por muchos años en un seminario, dijo: “El pastor que tiene paz en su alma en relación con su llamamiento, sabe que es un hecho bíblico e histórico. Sabe que Dios lo ha llamado.” (“¿Por Qué los Ministros no Abandonan su Trabajo?” El Pastor Evangélico, junio de 1966, p. 116). Cada cual debe tener adentro esa llama ardiente de la que habla Pablo cuando dijo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16). Esto quiere decir que hay un elemento divino en el llamado para predicar el evangelio.
Los elementos inconscientes en el llamado José María Martínez declara: “La persona que se cree llamada por Dios para servirle debe examinar con la mayor objetividad posible los motivos que le impelen al ministerio.” (José María Martínez. Ministros de Jesucristo, Tomo I. Barcelona: Editorial Clie, 1977, p. 31). Algunas personas se ofenden si uno menciona la posibilidad de que hay elementos y motivaciones inconscientes que entran en juego en el llamado para predicar. La sicología nos enseña que hay motivaciones conscientes e inconscientes en nuestro comportamiento. Podemos estar conscientes de parte de nuestra motivación, que puede ser un sentido de gran necesidad espiritual de entre un grupo, o un interés especial en cierta clase de trabajo o con cierto grupo de personas. La motivación puede brotar de una ambición de viajar a sectores distintos. Pero juntamente con estos factores conscientes habrá muchos otros de los cuales no nos damos cuenta. Por ejemplo, algunas personas se dan cuenta, después de un tiempo en el ministerio, cuando han tenido mucha oportunidad de reflexionar sobre su motivación y han recibido ayuda de otras personas más sabias que ellas, que su llamado al ministerio responde a una necesidad inconsciente de ser aceptadas por otras personas. Descubren que en el ministerio cristiano hay una mayor oportunidad de experimentar esta aceptación. Otros descubren que están en el ministerio porque esta vocación les ofrece la oportunidad de ser estrellas o actores. Otros predican para expiar una culpa que tienen por algún pecado que han cometido en el pasado. Otros lo hacen por una compulsión que sienten de parte de uno de los padres o familiares. Algunos predican por el poder que tienen sobre otras personas, siendo personajes de autoridad por su prestigio en el ministerio. Hay personas que luego de reflexionar sobre su pasado descubren que entraron en el ministerio para agradar a uno o los dos de sus padres. La influencia de los valores de los padres, lo que Freud llamó el “super yo”, ejerce una fuerza bastante poderosa sobre cada uno de nosotros. Uno de los problemas más comunes de los seres humanos es el del sentido de aislamiento, el sentirse solos. Cuando uno está en las actividades de la iglesia, con todo el movimiento de los programas, piensa que sería imposible sentirse solo. Por eso, muchos son atraídos al ministerio, porque piensan que van a solucionar este problema. Pero después de estar en el ministerio, descubren que el sentido de aislamiento es uno de los problemas más grandes de los ministros y otros líderes religiosos. Descubren que por la naturaleza de sus responsabilidades muchos ministros llevan una máscara que pone distancia entre ellos y la congregación y entre los sentimientos de todos. Edward Bratcher, en su libro, The Walk-on-Water Syndrome, sugiere que uno de los grandes problemas de los ministros es su necesidad de aparentar ser capaces de solucionar todos los problemas, de hacer milagros, de ser los mejores oradores que existen y de ser personas infalibles en su doctrina y omnipotentes en su capacidad. Lo más terrible es que a veces el ministro no está consciente de esa necesidad que siente. Estas expectativas crean actitudes nocivas para la salud emocional del ministro. Entre esas actitudes se encuentran: (1) Sentimientos de debilidad y poca estima propias. (2) Sentimientos de ser inadecuados para responder a las demandas de todo el mundo. (3) La necesidad de llevar una máscara profesional, como un camuflaje para sus emociones verdaderas y relaciones interpersonales muy débiles (págs. 26–34). La lista puede extenderse para incluir muchas otras posibilidades. El énfasis que estamos haciendo es que nos conviene a cada uno de nosotros pasar un tiempo tratando de analizar nuestra motivación inconsciente. ¿Qué debemos hacer si descubrimos que hay motivaciones no tan altruistas como habíamos pensado? ¿Debemos abandonar el ministerio? En ninguna manera. El gran predicador y traductor de la Biblia, doctor J. B. Phillips, dice que debemos hacer todo lo posible para pulir nuestros motivos y hacerlos menos egoístas. (Vera Phillips y Edwin Robertson, J. B. Phillips: The Wounded Healer, págs. 17, 18). En esta manera podremos llegar a servir con mayor dedicación y menos presión. Cuanto más podamos sacar del inconsciente los motivos, y apoderarnos de ellos en forma consciente, haciendo que las áreas de nuestra vida que anteriormente eran infructuosas lleguen a ser útiles, tanto más efectivos seremos en el ministerio.
La salud del ministro El ministro tiene el deber hacia sí mismo, hacia Dios y hacia su familia de mantenerse en el mejor estado de salud posible. Cuando uno pierde su salud, sea física, emocional o espiritual, su eficacia en el ministerio mengua. Por eso, una parte de la ética personal abarca el mantenernos en buenas condiciones físicas, intelectuales, emocionales y espirituales.
La salud emocional Después de unos pocos años en el ministerio, el pastor puede descubrir que está sufriendo del estrés que viene acumulando por tantas responsabilidades y demandas de la obra. Por un lado, hay personas que esperan que el pastor sea un buen orador, y que predique sermones creativos para estimular a los más educados en la congregación. Hay otros que hacen reclamos porque el aspecto administrativo de la iglesia no está de acuerdo con las normas administrativas de las organizaciones seculares más avanzadas del momento. Otros critican al pastor porque no visita a los miembros de la iglesia con suficiente regularidad. Otros dicen que el pastor no es asequible cuando necesitan un consejero espiritual. Además de todo esto, la familia constantemente reclama el hecho de que dedica casi todo su tiempo a los miembros, y nunca dedica tiempo para la esposa y los hijos. Todo esto, después de un tiempo, crea una crisis emocional para el pastor. El ministro tiene el deber de mantenerse con la máxima salud emocional. El servicio a Dios demanda mucho del ministro en su vida emocional. Constantemente está ministrando a personas en crisis con experiencias que son conmovedoras. Esto requiere del ministro un equilibrio emocional para poder funcionar en circunstancias de tanta presión. En el curso de un día puede participar en un servicio fúnebre, visitar en el hospital a personas alegres por el nacimiento de un hijo y a otros que están encarándose con la muerte, y terminar el día con una boda de jóvenes miembros de la iglesia. Tiene que tener la capacidad de identificarse emocionalmente con cada persona y grupo, de acuerdo con las circunstancias que estén viviendo, sin perturbarse tanto por las tristezas y tragedias de algunos que llegue a perder su propio equilibrio. Esto requiere estabilidad emocional. Esta estabilidad emocional se puede ver cuando el ministro tiene dominio propio tal como lo recomienda Pablo a Timoteo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7). Algunos de los mayores problemas de ministros en el campo de su salud mental tienen que ver con el resentimiento, la inmadurez, el sentido de inferioridad, las dudas, el sentido de culpa, y la soberbia, según Wayne C. Clark, en su libro, The minister Looks at Himself (Philadelphia: The Judson Press, 1957). Clark dedica un capítulo de su libro a tratar cada uno de estos problemas, con la esperanza de poder ayudar a los ministros a vivir sin las emociones que son destructivas y con las emociones positivas que hacen nuestra vida más feliz y nuestro ministerio más fructífero. Si el ministro puede concentrar sus energías en mostrar el fruto del Espíritu Santo, del que habla Pablo en Gálatas 5:22, 23: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”, entonces todas estas cualidades le ayudarán para mantenerse en buenas condiciones emocionales. Si el ministro abunda en estas cualidades, va a poder combatir el sentido de inseguridad, el complejo de culpabilidad y la necesidad de atacar a todos los demás para asegurarse de su poder en la iglesia. Esto tiene que ver con la ética personal del ministro porque muchos pastores se sacrifican en el ministerio, o sacrifican a su esposa y/o los hijos, pensando que lo hacen por consagración cuando en verdad lo hacen para cubrir su inseguridad u otros problemas en la esfera de la salud emocional. A veces un pastor llega a encontrarse en una gran dificultad en el ministerio con su iglesia. Llega al extremo de decidir que tiene que ganar en una controversia en la iglesia. No se da cuenta de que el mayor problema es su inseguridad que se manifiesta en su actitud de dictador. Si pudiera alejarse un poco emocionalmente de las circunstancias, estaría en condiciones de reconocer que en verdad no tiene que ganar en esta controversia. La falta de salud emocional se ve en los pastores que sienten una compulsión de trabajar largas horas los siete días de la semana. Según su punto de vista, la obra así lo requiere. Pero no se dan cuenta de que su compulsión se debe a factores inconcientes. Después de estar unos dos o tres años en un lugar, sienten el deseo de pasar a otra congregación. Siempre esperan que sea a una responsabilidad mayor. Tienen una compulsión de escalar montañas. Al llegar a la cima de una montaña, inmediatamente ven otra montaña más alta en la distancia, y comienzan la lucha para llegar a la cima de ésa. Pasan su carrera luchando en esta forma, y nunca pueden sentarse y descansar, y sentir que lo que han hecho es suficiente. Tienen que hacer más para agradar a Dios. La ética personal para el ministro abarca la capacidad de bendecirse a sí mismo, reconocer que es aceptado por Dios y por los demás, y a la vez dar bendición a todos los demás. Este concepto ha sido comunicado bien en el libro de Tomas Harris, Yo Estoy Bien; Tú Estás Bien. Harris menciona que muchas personas, por alguna dificultad en la niñez, sienten que no están bien. Pueden condenar a los demás también, o pueden sentir que todos los demás sí están bien. La meta para cada persona es sentirse bien y sentir que los demás también están bien. Esta actitud manifiesta mejor salud mental, y a la vez ayuda a uno a trabajar bien con los demás. Wayne E. Oates, profesor por muchos años en el campo del cuidado pastoral y autor del libro The Struggle to be Free, menciona la lucha que ha tenido para liberarse de los sentimientos de inferioridad y del sentido de aislamiento, que abarcan el área de la salud emocional del ministro (Philadelphia: Westminster Press, 1983, págs. 29–47 y 65–90).
La salud física Estrechamente vinculada con la salud emocional del ministro está la salud física. El ministro, como todo ser humano, necesita una cantidad normal de sueño por la noche para descansar adecuadamente. Necesita alimentos sanos para mantener el equilibrio físico. Necesita ejercicio físico todos los días. El horario y las actividades en que participa el ministro no dan suficiente tiempo para el ejercicio físico. Los ministros, por la naturaleza de su trabajo, pasan mucho tiempo sentados en su despacho preparando sermones, estudios bíblicos y programas para la iglesia. Por eso, necesitan programar actividades todos los días que le brinden la oportunidad de caminar o realizar otras formas de ejercicio. Uno de los problemas de la mayoría de los ministros que pasan de los treinta y cinco años es el aumento de peso. Esto se debe a la falta de ejercicio y demasiada comida. Uno de los pecados más comunes entre los ministros es la glotonería. Los miembros de la iglesia siempre nos invitan a comer. Ellos sacrifican su comida de toda la semana para servir algo suntuoso al ministro. Si aceptamos su invitación en varias ocasiones en la semana, pronto vamos a tener un problema de obesidad. El ministro necesita un programa constante de ejercicio físico. Si camina mucho en su visitación a los miembros, esto le beneficiará. Si no camina mucho, debe apartar un tiempo todos los días para realizar ejercicios. Los médicos nos dicen que necesitamos ejercicio para acelerar el latido del corazón en una forma sostenida durante veinte minutos todos los días. No es necesario someternos a un programa forzado que nos deje agotados físicamente; simplemente un ejercicio suave y una vigilancia de la cantidad de alimentos que ingerimos nos ayudarán para mantenernos en buenas condiciones físicas. El ministro necesita someterse a un examen físico cada dos años antes de los cincuenta años de edad y cada año después de cumplir los cincuenta años. Este examen médico nos dará la oportunidad de corregir cualquier mal en las etapas iniciales, antes de que el problema sea crítico. El ministro necesita tomar medidas para aliviar el estrés en su vida. En los últimos años mucho se ha escrito sobre este tema. Un buen libro, escrito en inglés, especialmente para ministros, se titula: Burnout in Ministry, por Brooks R. Faulkner. Las demandas del ministerio son tales que el ministro puede experimentar mucho estrés antes de darse cuenta. El tener un modo de relajarse y el practicarlo en forma regular le ayudarán. Cada persona tendrá una capacidad distinta para soportar las presiones de su trabajo, y cada uno tendrá su forma especial de relajarse. No es necesario dictar a cada persona lo que tiene que evitar ni lo que tiene que hacer para relajarse. El ministro necesita un tiempo y una forma de recreación que pueda ayudarle a sentirse “recreado”. Para algunos esto puede significar viajes a lugares aislados para experimentar la soledad; para otros pueden ser oportunidades para tener compañerismo con amigos íntimos. Es bueno si el ministro puede separar un día para estar con la familia y participar en actividades del gusto de ellos. El ministro necesita tomar vacaciones cada año. Las iglesias deben animar a su pastor a que tome vacaciones, salga de la comunidad y disfrute de un descanso. Durante esta ocasión puede dedicar tiempo a la lectura, al planeamiento de su programa de predicación y a aprovechar la oportunidad de visitar otras iglesias para observar sus programas. Esto le beneficiará a él y a su iglesia y el pastor y su familia regresarán renovados para trabajar con más energías. Wayne Oates habla de la necesidad de librarse de aceptar todas las invitaciones que recibe para predicar, enseñar, dictar conferencias y participar en reuniones que comprometan al ministro hasta el punto de quedar completamente agotado (The Struggle to be Free, págs. 129–143). La necesidad de alimentar el “yo”, la necesidad de ser reconocido como persona importante, y a veces la necesidad económica presionan al ministro para aceptar invitaciones extras que posteriormente minan sus energías y hasta su salud. Numerosos son los ministros que se despiertan a los cuarenta y cinco años de edad, para descubrir que han logrado la fama pero han perdido el amor y respeto de sus hijos y su esposa.
La salud intelectual El ministerio requiere que el pastor alimente intelectualmente a su congregación en su mensaje formal dos o tres veces en la semana. Para poder hacer bien esto, el pastor necesita pasar de tres a cuatro horas cada día en la preparación intelectual. Muchas personas dejan de asistir a la iglesia porque no reciben suficiente estímulo intelectual para hacerles querer seguir asistiendo. El ministro debe estudiar durante toda la vida. Debe tener un programa variado de lectura, y utilizar lo que lee en ilustraciones para sus sermones. Así la gente sabrá que van a recibir estímulo intelectual cuando van a la casa de Dios para adorar. La congregación no espera que el pastor esté completamente informado como especialista en todos los campos; eso es imposible. Pero ella lo respetará más si se da cuenta por medio de sus sermones que está informado en términos generales de lo que está pasando en el mundo. Su predicación reflejará si está estudiando, o si depende de ideas viejas de épocas pasadas que todos ya habrán escuchado muchas veces. Esto es muy importante, pues el ministro debe tener ideas permanentemente frescas. El auditorio por lo general contiene personas que con frecuencia van a escuchar algo nuevo, como le ocurrió a Pablo. “Qué querrá decir este palabrero”, decían los epicúreos y estoicos (Hch. 17:18), pues esperaban que se les dijera algo nuevo. No es posible legislar en cuanto al mejor lugar para estudiar, ni qué horario es el mejor para todos. Cada persona tendrá que determinar eso, según las circunstancias locales y su propio reloj interno. Algunos prefieren estudiar en las horas de la mañana, porque pueden concentrarse mejor. Otros prefieren hacerlo en las horas de la noche, cuando todos los demás están dormidos, porque así no experimentan interrupciones. Algunos prefieren estudiar en casa porque hay menos estorbo que en el templo. Otros prefieren ir al templo para estudiar, porque los ruidos de la casa y las interrupciones de los niños no les dejan concentrarse en lo que están estudiando. No hay una sola situación que sea ideal para todos. Cada persona puede encontrar la hora y el lugar más convenientes y con menos interrupciones. Lo indiscutible es que el pastor tiene que dedicar tiempo a la preparación de sus sermones y estudios bíblicos. La gente tiene mucha sed del mensaje de Dios, y agradecerán a la persona que se disciplina para predicar y enseñar ese mensaje. El ministro tiene que cultivar su actualización en su doctrina, teología y filosofía. El apóstol Pablo encargó rigurosamente a su discípulo Timoteo sobre este aspecto: “Ocúpate en la lectura, la exhortación, y la enseñanza” (1 Ti. 4:12). Debe buscar oportunidades para participar en programas de actualización en el seminario del país donde está trabajando. Casi todos los seminarios ofrecen cursos que los pastores pueden aprovechar cada año. Otras instituciones locales, como institutos y universidades, ofrecen cursos seculares que pueden ayudar mucho al ministro para avanzar en sus conocimientos intelectuales. Podría matricularse en un curso en la universidad local, para mantenerse al día en varios campos. Puede aprovechar las bibliotecas locales para usar sus libros y así ahorrar la inversión de su propio dinero. Si puede leer un libro por mes de los nuevos que están saliendo de las casas publicadoras, esto le ayudaría a mantenerse al tanto de lo que pasa en el mundo.
La salud espiritual Es paradójico que la persona que inspira a tantos a cultivar una vida devocional activa a veces queda faltante en este aspecto de su propia vida. Algunas encuestas hechas en seminarios indican que el separar un tiempo todos los días para leer la Biblia y comunicarse con Dios para el beneficio personal del ministro es una necesidad grande entre todos. A veces los ministros pensamos que, puesto que pasamos todo nuestro tiempo en comunicación con Dios, en oración intercesora por las necesidades de otros, en la preparación de mensajes para predicar y en el ministerio a la grey, no es necesario tener un tiempo especial para comunicarnos con Dios. Pero esto es un error en nuestra lógica. El ministro que separa un tiempo cada día para meditar sobre la Palabra de Dios en su propio beneficio, podrá ministrar con mayor eficacia y autoridad espiritual. La mayoría de predicadores famosos recomiendan mucho la oración como parte de la clave del éxito. La predicación sin oración da como resultado congregaciones muertas. Cada enseñanza, cada sermón, si llega a dar en el blanco, es el resultado de la vida espiritual del ministro. Una de las razones por las que algunos ministros abandonan el ministerio y otros sienten una presión agotadora es la falta de una salud espiritual dinámica. Podemos ver un ejemplo de salud espiritual en la vida del Señor Jesús, cuando continuamente se alejaba para orar: “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad… Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró”. (Lc. 22:39, 40). En los últimos años hemos observado que los seminarios están despertando a la necesidad de enseñar a los jóvenes seminaristas las maneras de cultivar una vida devocional activa, puesto que varios de ellos han contratado a profesores para esta área y tienen cursos con crédito que tienen que ver con el estudio devocional de la Biblia y la oración. James D. Crane, quien durante muchos años fue un líder espiritual en México y otras partes del mundo, ha escrito un libro sobre la oración para ayudar a los ministros en este campo. Martin Thornton, clérigo de la Iglesia Anglicana, ha escrito Spiritual Direction, un libro que trata de explicar cómo los líderes deben de guiar a otros en su desarrollo espiritual (London: SPCK, 1985). ¿Qué puede hacer el ministro ya graduado del seminario para ayudarse a sí mismo en este sentido? Además del estudio de la Biblia para su crecimiento personal, y la comunión con Dios por medio de la oración, cada uno puede buscar otras maneras de enriquecer su propia vida espiritual. Algunos han descubierto que la lectura de sermones de predicadores muy respetados alimentan su vida espiritual. Otros escuchan a otros predicadores por radio y televisión para recibir estímulo espiritual. Otros son inspirados por medio de la música sagrada. Cada uno tiene que descubrir lo que da resultados en su propio caso.
Una ética de compromiso Los ministros, u obispos de una iglesia, no sólo han de ser capaces de dirigir la iglesia, sino que también deben ser hombres de carácter elevado, con cualidades que indiquen un auténtico desafío a seguir a Cristo.
Una ética irreprensible En los requisitos para los obispos (pastores) que Pablo nos da en 1 Timoteo 3 aparece la palabra “irreprensible”. Esta palabra, sumada a los demás requisitos que Pablo menciona, presenta las normas éticas más altas para el ministro en su vida personal tanto como en su vida pública. Esto abarca el hecho de que el ministro debe tener templanza para controlar sus propios deseos carnales. Compromete el testimonio de la iglesia cristiana cuando el ministro es víctima de los vicios del alchohol, tabaco, drogas, o cualquier otro producto o deseo que es perjudicial para su cuerpo. El pueblo, cristiano o inconverso, no tiene mucha paciencia con el ministro que es descubierto en uno de estos vicios. La ética personal incluye el hecho de que el ministro debe controlar sus impulsos sexuales. Los ministros evangélicos acostumbran casarse y tener su propio hogar, porque esto se considera normal. En el matrimonio se da la oportunidad de expresar el amor genuino, incluyendo el sexo. Esto es bendecido por Dios y es una manera de canalizar los impulsos en forma sana. Sin embargo, con frecuencia se escuchan las noticias trágicas de que algún pastor ha fracasado por una relación extramarital. Esto trae desgracia a Dios, al ministerio como vocación divina, a los demás ministros y a la comunidad cristiana en general. Por eso, cada ministro debe ejercer un control constante de sus impulsos y no permitir encontrarse en una situación donde la tentación puede apoderarse de él. Hay muchas prácticas que parecen inocentes y que la gente dice que son aceptables para el ministro, pero que pueden ser el primer paso hacia un desliz moral que trae consecuencias funestas. Por ejemplo, el ofrecer el pastor llevar a una dama en su auto o en su moto, puede aparecer como gesto de cortesía, pero algunos que han fracasado dan testimonio del hecho de que su problema comenzó con ese gesto de cortesía tan inocente. La relación de consejero y aconsejada entre el pastor y una dama en su iglesia puede solucionar problemas serios para la dama y su familia. Pero los dos deben de tomar todas las pecauciones para evitar malentendidos y chismes de entre las personas de afuera. El ministro no debe ir a la casa de una señora si sabe que su esposo no está en casa, a menos que su esposa pueda acompañarle. Es recomendable tener a otras personas en el edificio de la iglesia si el pastor acustumbra aconsejar en el templo. Debe mantener abierta la puerta de su oficina si no hay ventana, para evitar la posibilidad de una situación con repercusiones negativas. El testimonio de personas que han vivido experiencias tristes basta para que tomemos en serio estas medidas de prevención, pues ni aun el apóstol Pablo escapó al comentario de sus enemigos que le asediaban permanentemente y tuvo que hacer una defensa de su ministerio, ya que se le imputaban cargos que atentaban contra él mismo (1 Co. 9:3, 5). De la misma manera, el ministro de hoy debe tener sumo cuidado en cada uno de sus actos. 2.3.2 Una ética económica El ministro no tendrá éxito en el ministerio si está motivado fuertemente por el dinero y las cosas materiales. Con raras excepciones, los ministros pasarán su vida en servicio a la humanidad y al Señor sin mucha recompensa material. Se ha dicho en multitud de veces que la mayor recompensa es la satisfacción espiritual que uno tiene al saber que ha ayudado a otros. Cada ministro tiene que recordar las palabras de Jesús: “De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:29, 30). La situación económica de la mayoría de los pastores es uno de los nervios más sensibles. La gran mayoría viven constantemente preocupados por necesidades de la familia que no pueden cubrir con el sueldo que reciben. Cada mes trae más días que dinero para comprar la comida, la ropa, las medicinas y las demás necesidades de la familia de los pastores. Las iglesias deben tomar más interés en aumentar el sueldo del pastor cada año. Algunas encuestas hechas en varios países indican que en muchos casos los pastores reciben menos que el sueldo mínimo legal. Esto no debe ser así. También las encuestas indican que los ministros reciben un sueldo muy por debajo del de otros profesionales con la misma cantidad de preparación que se requiere de un pastor graduado de un seminario. La Biblia dice: “Digno es el obrero de su salario” (Mt. 10:10; 1 Ti. 5:18). Es lamentable cuando el ministro y su familia tienen que pasar experiencias dolorosas por carecer del sueldo suficiente porque la iglesia no reconoce su necesidad. La mayoría de los ministros tienen más preparación formal que el gran procentaje de los miembros, pero su sueldo refleja el nivel de vida de los miembros más pobres o por debajo de la escala del promedio de los miembros. Los miembros de las iglesias deben estudiar bien el sueldo de sus pastores, sus capacidades y su beneficio para la obra del Señor. Al hacerlo, seguramente van a sentir la necesidad de aumentarles el sueldo.
Conclusión El ministro es un siervo del Señor, que ha dedicado su vida a una misión que es básicamente espiritual en su naturaleza. El pasará su vida esforzándose por ayudar a las personas a relacionarse con Dios en una forma aceptable. Para poder hacerlo, tiene que tener una autoimagen sana, y encontrar alegría en el llamado que Dios le ha dado. No tendrá mucha eficacia si ejerce su ministerio con resentimiento por no estar ganando el dinero que otros profesionales ganan, o si no tiene las mismas comodidades que otras personas tienen con la misma preparación académica y experiencia. El ministro necesita respetarse a sí mismo, lo cual incluye el cuidado de su propio cuerpo, y la protección de su salud. Necesita recordar que su grado de eficacia en la obra será proporcional a su capacidad de mantenerse en buena salud. El ministro luchará para mantenerse alerta intelectualmente, para poder alimentar a los feligreses. Esto tendrá un efecto positivo sobre sí mismo tanto como sobre los miembros en la iglesia. La gente se acercará a escuchar al pastor que tiene un mensaje de Dios, basado en la Palabra de Dios y que responde a las necesidades de las personas en el mundo contemporáneo.
Sin falsificar la Palabra “Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17).
No es cosa banal hablar a una congregación de almas inmortales acerca de las cosas de Dios. Pero la responsabilidad más importante de todas es hablar a un grupo de ministros como el que veo ante mí en estos momentos. Atraviesa mi mente la terrible sensación de que una sola palabra equivocada que arraigue en algún corazón y fructifique en el futuro desde algún púlpito puede ocasionar daños cuyo alcance desconocemos. Pero hay ocasiones en que la verdadera humildad se ve no tanto en las confesiones de nuestra debilidad en alta voz como al olvidarnos de nosotros por completo. Deseo olvidar mi ego en esta ocasión al dirigir mi atención a esta porción de la Escritura. Si no digo mucho acerca de mi sentimiento personal de insuficiencia, hazme el favor de creer que no es porque no lo tenga.
La expresión griega que se traduce como “falsificando” deriva de una palabra cuya etimología no halla consenso entre los lexicógrafos. Se refiere o bien a un comerciante que no lleva su negocio con honradez o a un vinatero que adultera el vino que pone a la venta. Tyndale la traduce como: “No somos de aquellos que mutilan y modifican la Palabra de Dios”. En la versión Rhemish leemos: “No somos como muchos, que adulteran la Palabra de Dios”. En la Versión Autorizada inglesa, al margen, leemos: “No somos como muchos, que utilizan con engaño la Palabra de Dios”.
En la construcción de la frase, el Espíritu Santo inspiró a S. Pablo para que declarara la verdad de forma negativa y positiva. Este tipo de construcción añade claridad al sentido de las palabras y las hace inequívocas, además de intensificar y fortalecer la aseveración que contienen. Se dan casos de construcciones similares en otros tres pasajes extraordinarios de la Escritura, dos en referencia a la cuestión del bautismo y uno con respecto a la cuestión del nuevo nacimiento (cf. Juan 1:13; 1 Pedro 1:23; 1 Pedro 3:21). Se hallará, pues, que el texto contiene lecciones tanto positivas como negativas para la instrucción de los ministros de Cristo. Unas cosas debemos evitarlas. Otras cosas debemos seguirlas.
La primera de las lecciones negativas es una clara advertencia contra la falsificación o la utilización engañosa de la Palabra de Dios. El Apóstol dice que “muchos” lo hacen, señalando que aun en su época había algunos que no trataban la verdad de Dios con honradez y fidelidad. Aquí tenemos una respuesta contundente para aquellos que afirman que la Iglesia primitiva era de una pureza sin adulterar. El misterio de la iniquidad había comenzado ya a obrar. La lección que se nos enseña es que debemos cuidarnos de cualquier aseveración falsa de esa Palabra de Dios que se nos ha encargado predicar. No debemos añadirle nada. Tampoco debemos quitar nada. Ahora bien, ¿cuándo se puede decir de nosotros que falsificamos la Palabra de Dios en la actualidad? ¿Cuáles son las rocas y bancos de arena que debemos esquivar si no queremos formar parte de los “muchos” que manipulan engañosamente la verdad de Dios? Pueden ser de utilidad unas cuantas indicaciones en cuanto a esto.
Falsificamos la Palabra de Dios de la forma más peligrosa cuando arrojamos cualquier sombra de duda sobre la inspiración plenaria de una parte de la Santa Escritura. Eso no es corromper meramente el vaso, sino toda la fuente. Eso no es meramente corromper el cubo del agua viva que declaramos presentar a nuestro pueblo, sino envenenar todo el pozo. Una vez equivocados en este punto, está en peligro toda la esencia de nuestra religión. Es una fisura en el fundamento. Es un gusano en la raíz de nuestra teología. Una vez que permitimos que ese gusano ataque la raíz, no debe sorprendernos que las ramas, las hojas y el fruto empiecen a decaer poco a poco. Soy muy consciente de que toda la cuestión de la inspiración está rodeada de dificultades. Lo único que quiero decir es que, en mi humilde opinión, a pesar de ciertas dificultades que no podemos resolver por ahora, la única postura segura y sostenible que podemos adoptar es esta: que cada capítulo, cada versículo y cada palabra de la Biblia han sido “[inspirados] por Dios”. Jamás debiéramos abandonar ningún principio teológico, como tampoco lo hacemos con los principios científicos, a causa de las aparentes dificultades que no podemos eliminar en la actualidad.
Permítaseme mencionar una analogía de este importante axioma. Aquellos que están familiarizados con la astronomía saben que antes del descubrimiento de Neptuno había dificultades que preocupaban mucho a la mayoría de los astrónomos científicos con respecto a ciertas aberraciones del planeta Urano. Esas aberraciones confundían las mentes de los astrónomos y algunos de ellos indicaron que quizá podrían demostrar que el sistema newtoniano no era cierto. Pero, por aquella época, un conocido astrónomo francés llamado Leverrier leyó ante la Academia de la Ciencia un artículo en el que establecía el gran axioma de que no convenía a un científico renunciar a un principio a causa de las dificultades que no podían explicarse. Decía en concreto: “No podemos explicar las aberraciones de Urano por ahora; pero estamos seguros de que tarde o temprano se demostrará que el sistema newtoniano es correcto. Quizá se descubra algo un día que demuestre que estas aberraciones son explicables a la vez que el sistema newtoniano sigue siendo cierto y permanece inalterado”. Unos años después, los angustiados ojos de los astrónomos descubrieron el último gran planeta: Neptuno. Se demostró que este planeta era la verdadera causa de todas las aberraciones de Urano, y lo que el astrónomo francés había establecido como un principio científico se verificó como algo sabio y cierto. La aplicación de la anécdota es obvia. Tengamos cuidado de no renunciar a ningún principio teológico básico. No renunciemos al gran principio de la inspiración plenaria debido a las dificultades que se planteen. Quizá llegue el día en que estas se resuelvan. Mientras tanto, podemos estar seguros de que las dificultades a las que se enfrenta cualquier otra teoría son diez veces mayores que aquellas a la que se enfrenta la nuestra.
En segundo lugar, falsificamos la Palabra de Dios cuando planteamos afirmaciones doctrinales equivocadas. Esto lo hacemos al añadir a la Biblia las opiniones de la Iglesia o de los Padres como si tuvieran la misma autoridad. Lo hacemos cuando sustraemos cosas de la Biblia a fin de complacer a los hombres o cuando, por un sentimiento de falsa liberalidad, evitamos cualquier afirmación que suene radical, dura o estrecha. Lo hacemos al intentar suavizar cualquier cosa que se enseñe con respecto al castigo eterno o a la realidad del Infierno. Lo hacemos cuando proponemos doctrinas de forma desproporcionada. Todos tenemos doctrinas favoritas y nuestras mentes están constituidas de tal forma que es difícil ver una verdad claramente sin olvidar que existen otras verdades igualmente importantes. No debemos olvidar la exhortación de Pablo a ministrar “conforme a la medida de la fe”. Lo hacemos cuando exhibimos un deseo excesivo de encubrir, defender y matizar doctrinas como la justificación por la fe sin las obras de la Ley por miedo a las acusaciones de antinomianismo; o cuando huimos de afirmaciones acerca de la santidad por miedo a que se nos considere legalistas. No lo hacemos menos cuando eludimos utilizar el lenguaje bíblico al mencionar las doctrinas. Tendemos a relegar expresiones como “nuevo nacimiento”, “elección”, “adopción”, “conversión”, “seguridad” y a utilizar circunloquios, como si nos avergonzáramos del lenguaje claro de la Biblia. No puedo extenderme en estas afirmaciones por falta de tiempo. Me doy por satisfecho con mencionarlas y dejarlas para tu reflexión personal.
En tercer lugar, falsificamos la Palabra de Dios cuando la aplicamos de forma equivocada. Lo hacemos al no discriminar entre clases en nuestras congregaciones, cuando nos dirigimos a todos como poseedores de la gracia en razón de su bautismo o su pertenencia a la iglesia y no trazamos una línea entre los que tienen el Espíritu y los que no. ¿No somos propensos a relegar los llamamientos claros a los inconversos? Cuando tenemos a 800 ó 2000 personas ante nuestro púlpito y sabemos que una gran proporción de ellas son inconversas, ¿no tendemos a decir “si hay alguno que no conozca las cosas necesarias para su paz eterna…”, cuando más bien debiéramos decir “si hay alguno que no tenga la gracia de Dios en él…”? ¿Y no corremos el peligro de manejar defectuosamente la Palabra en nuestras exhortaciones prácticas al no dejar claro lo que dice la Biblia a las diversas clases que forman parte de nuestra congregación? Hablamos claramente a los pobres; ¿pero hablamos también claramente a los ricos? ¿Hablamos claramente al dirigirnos a las clases altas? Este es un punto respecto al cual me temo que necesitamos examinar nuestras conciencias.
Pasemos ahora a las lecciones positivas que contiene el texto: “Sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”. Bastará con unas cuantas palabras respecto a cada apartado. Deberíamos tener el propósito de hablar “con sinceridad” —sinceridad de propósito, de corazón y de motivaciones—; de hablar como quienes están profundamente convencidos de la verdad de lo que dicen, como quienes tienen fuertes sentimientos y un amor tierno hacia aquellos a quienes nos dirigimos. Deberíamos tener el propósito de hablar “como de parte de Dios”. Deberíamos intentar sentirnos como hombres a los que se ha encargado hablar en nombre de Dios y en su lugar. En nuestro pavor a caer en el romanismo, con demasiada frecuencia olvidamos el lenguaje del Apóstol: “Honro mi ministerio”. Olvidamos cuán grande es la responsabilidad del ministro del Nuevo Pacto y lo terrible que es el pecado de aquellos que, cuando un verdadero ministro de Cristo se dirige a ellos, se niegan a recibir su mensaje y endurecen sus corazones contra Él..
Deberíamos tener el propósito de hablar “delante de Dios”. No debemos preguntarnos a nosotros mismos qué habrá pensado la gente de mí, sino cómo me habrá visto Dios. Latimer recibió en cierta ocasión el llamamiento a predicar ante Enrique VIII y comenzó su sermón de la siguiente forma. (Lo cito de memoria, no pretendo tener una precisión literal): “¡Latimer! ¡Latimer! ¿Recuerdas que estás hablando ante el excelso y poderoso rey Enrique VIII; ante aquel que tiene poder para enviarte a prisión, ante aquel que puede ordenar que te decapiten si así le place? ¿Tendrás cuidado de no decir nada que ofenda a sus regios oídos?”. Entonces, tras una pausa, prosiguió: “¡Latimer! ¡Latimer! ¿No recuerdas que estás hablando ante el Rey de reyes y Señor de señores, ante Aquel al que deberá presentarse Enrique VIII; ante Aquel al que tú mismo tendrás que rendir cuentas un día? ¡Latimer! ¡Latimer! Sé fiel al Señor y declara toda la Palabra de Dios”. ¡Oh!, que este sea el espíritu con que nos retiremos siempre de nuestros púlpitos: no preocupándonos de si los hombres quedan satisfechos o descontentos, no preocupándonos de si los hombres dicen que hemos sido elocuentes o débiles; sino con el testimonio de nuestra conciencia de que hemos hablado como delante de Dios.
Por último, deberíamos tener el propósito de hablar “en Cristo”. El significado de esta frase no está claro. Grotius dice lo siguiente: “Debemos hablar en su nombre, como embajadores”. Pero Grotius tiene poca autoridad. Beza dice: “Debemos hablar acerca de Cristo, con respecto a Cristo”. Esto es buena doctrina, pero difícilmente el significado de las palabras. Otros dicen: debemos hablar como unidos a Cristo, como aquellos que han recibido la misericordia de Cristo y cuyo único derecho a dirigirse a los demás procede de Cristo. Otros dicen: debemos hablar como a través de Cristo, con la fortaleza de Cristo. Quizá este sea el mejor sentido. La expresión en el griego corresponde exactamente a la de Filipenses 4:13: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. No importa el significado que atribuyamos a estas palabras, hay una cosa clara: debemos hablar en Cristo, como quienes han recibido misericordia, como quienes no desean exaltarse a sí mismos sino al Salvador y como quienes no se preocupan por lo que puedan decir los hombres con tal que Cristo sea magnificado en sus ministerios. En resumen, todos deberíamos preguntarnos: ¿Manejamos alguna vez engañosamente la Palabra de Dios? ¿Comprendemos lo que es hablar como de parte de Dios, delante de Dios y en Cristo? Permítaseme plantear ante todos una pregunta escrutadora. ¿Hay algún texto en la Palabra de Dios que rehuimos exponer? ¿Hay alguna afirmación en la Biblia de la que evitamos hablar a nuestra congregación no porque no la entendamos, sino porque contradice alguna idea que nos gusta con respecto a lo que es la Verdad? Si es así, preguntemos a nuestras conciencias si estamos manejando la Palabra de Dios engañosamente.
¿Hay algo en la Biblia que releguemos por temor a sonar duros y a ofender a parte de nuestra audiencia? ¿Hay alguna afirmación, ya sea doctrinal o práctica, que mutilemos o desmembremos? Si es así, ¿estamos tratando con honradez la Palabra de Dios? Oremos para ser guardados de falsificar la Palabra de Dios. Que ni el temor al hombre ni su favor nos induzcan a relegar, evitar, cambiar, mutilar o matizar texto alguno de la Biblia. Sin duda, cuando hablamos como embajadores de Dios, debemos hacerlo con santo denuedo. No tenemos motivo alguno para avergonzarnos de cualquier afirmación que hagamos desde nuestros púlpitos siempre que sea conforme a la Escritura. A menudo he pensado que uno de los grandes secretos del maravilloso honor que Dios ha puesto sobre un hombre que no se encuentra en nuestra denominación (me refiero al Sr. Spurgeon) es la extraordinaria valentía y confianza con que habla desde el púlpito a las personas de sus pecados y de sus almas. No se puede decir que lo haga por miedo a alguien o por complacer a alguien. Parece dar lo que le corresponde a cada clase de oyente: al rico y al pobre, al de clase elevada y al de clase baja, al noble y al campesino, al erudito y al analfabeto. Trata a cada uno con claridad, según la Palabra de Dios. Creo que esa misma valentía tiene mucho que ver con el éxito que a Dios le ha complacido dar a su ministerio. No nos avergoncemos de aprender una lección de él en este aspecto. Vayamos y hagamos lo mismo.
Ryle, J. C. (2003). Advertencias a las iglesias (D. C. Williams, Trad.; Primera edición, pp. 28-35). Editorial Peregrino.
Cesacionismo – Probando que los dones carismáticos han cesado By Dr Peter Masters
¿Están realmente inspiradas por el Espíritu Santo las profecías carismáticas de hoy en día o los dones han cesado? ¿Verdaderamente hablan en lengua las personas? ¿Se puede probar el cesacionismo? Aquí analizaremos lo que la Palabra de Dios revela.
¿Enseña la Biblia de manera definitiva que los dones carismáticos han cesado? ¿Puede el cesacionismo (la opinión que sostiene que los dones de revelación y de señales han cesado) ser demostrado?
Algunos dicen que el cesacionismo (la cesación de los dones) no puede ser absolutamente demostrado basándose en la Palabra de Dios. Creemos, sin embargo, que la cesación de los dones de revelación y señales (que estaban presentes en los tiempos apostólicos) se enseña claramente en la Palabra de Dios, y de hecho tan claramente que opiniones contrarias al respecto solo han surgido de forma seria alrededor de los últimos cien años.
El término cesacionismo procede de las grandes confesiones de fe del siglo XVII, como la de Westminster y la Bautista. Ambas confesiones de fe usan la misma palabra. Al hablar de cómo Dios ha revelado su voluntad y ha permitido que quedase registrara en las Escrituras, las confesiones dicen: “… las Santas Escrituras [son] muy necesarias, habiendo cesado ya las maneras anteriores por las cuales Dios revelaba su voluntad a su pueblo”. La palabra “cesación” no viene de la Biblia, pero la doctrina sí.
No solo la revelación está completa y ha cesado, sino que también han cesado las señales que avalaban que la revelación está en progreso. He aquí un corto resumen de seis pruebas bíblicas que nos muestran que los dones de revelación han cesado (las visiones, las palabras de ciencia, las palabras de sabiduría y las profecías) al igual que los dones de señales (las sanaciones y el hablar en lenguas). Dios aún sana, por supuesto, pero en respuesta a la oración, y no a través de las manos de algún supuesto sanador.
El pasaje controversial de 1 Corintios 13:8-10 no será usado en este artículo para probar la cesación de estos dones. Solo nos referiremos a los pasajes que consideramos irrefutables.
No ocurren desde los tiempos de los apóstoles La primera prueba del cesacionismo (la terminación de los dones de revelación y de señales) es que las sanaciones y prodigios solo podían ser hechas por los apóstoles, y que estas eran señales especiales que les autentificaban como apóstoles. En 2 Corintios 12:12 Pablo dice:“Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros”.
Hubo algunas personas en la iglesia de Corintio que desafiaron la validez del apostolado de Pablo. Para defenderse, Pablo les pide que miren su don de sanación y de otras señales milagrosas que fueron hechas entre ellos, afirmando que solo los apóstoles podían ejecutar tales cosas.
El libro de Hechos afirma de manera específica que las sanaciones y otros prodigios eran exclusivos de los apóstoles, quienes obviamente ya no existen.
Un apóstol era alguien que había acompañado al Señor Jesucristo, que lo había visto después de su resurrección y quien había sido personalmente nombrado por Él. Como testigo especial de la resurrección, se le otorgó el poder de sanar. Él también era alguien a quien el Espíritu Santo le mostraría “toda la verdad” (Juan 14:26 y 16:13) y quien escribiría los escritos inspirados o los ratificaría. Los creyentes necesitaban saber quiénes eran los verdaderos apóstoles, para así respetar su autoridad especial y única. Ellos los reconocerían por sus sanaciones y otras señales. Las personas que no pertenecían al grupo de los apóstoles (el cual incluía dos ayudantes designados) no podían hacer estas señales. Si ellos las hubiesen podido hacer, entonces nadie habría podido tener la certeza de quiénes eran los verdaderos apóstoles.
En Hechos 2:43 y 5:12 se vuelve a dejar claro una vez más que los milagros eran realizados por “las manos de los apóstoles”. Esta eran señales exclusivas de los apóstoles. También, en Hebreos 2:3-4 los dones de sanación estaban firmemente vinculados a los apóstoles.
Pablo era un apóstol debido a que vio al Señor resucitado y a que fue directamente nombrado por Él. El hecho de que no recibió entrenamiento directo de parte de Cristo, fue compensado al recibir revelaciones únicas y especiales. Pablo aclara en 1 Corintios 15:8 que a él, “al último de todos, y como a un abortivo, me apareció”, indicando que él fue el único apóstol fuera del grupo original y que, por lo tanto, era el último. (Las personas que hoy en día dicen ser apóstoles no cumplen con los requisitos y sus afirmaciones son inapropiadas y erróneas).
Cuando algunas personas dicen que la cesación de los dones de los apóstoles no puede ser probada basándose en las Escrituras, se les olvida que el libro de Hechos afirma de manera específica que las sanaciones y otros prodigios eran exclusivos de los apóstoles, quienes obviamente ya no existen.
Cuando las iglesias habían crecido y se habían multiplicado, Pedro fue a Lida y luego a Jope, donde notablemente sanó a Eneas y levantó a Dorcas de entre los muertos. Comunidades enteras se quedaron asombradas porque ninguno de los otros creyentes en dichos lugares podía hacer tales cosas.
Cuando un joven se cayó de una ventana en Troas, solo había una persona allí que lo podía resucitar; ese era Pablo. La idea carismática de que numerosos cristianos realizaban sanaciones no se puede encontrar en el Nuevo Testamento. Se narra que solo los apóstoles sanaban, incluyendo a dos ayudantes o delegados apostólicos, Esteban y Felipe, y probablemente Bernabé.
La única ocasión en la cual alguien fuera del grupo mencionado anteriormente ejecutó una sanación fue cuando el Señor le ordenó a Ananías que sanase a Pablo. No hay ninguna otra sanación aparte de estas en la Iglesia primitiva. Las ideas pentecostales y carismáticas que argumentan que los cristianos constantemente y de manera indiscriminada llevaban a cabo sanaciones simplemente no se enseñan en la Biblia. De ahí que el registro infalible de las Escrituras muestre que el punto de vista carismático de la sanación es un error basado en un mito. El registro bíblico prueba que las sanaciones y obras poderosas estaban restringidas a un grupo de personas quienes ya, por supuesto, han dejado de existir.
El propósito temporal de las lenguas La segunda prueba de que el cesacionismo puede ser probado basándose en la Biblia (los dones de señales han cesado) hace referencia al don de hablar en lenguas. La Biblia declara que Dios dio el hablar en lenguas específicamente como una señal para los judíos, lo cual les señalaba que la era del Mesías había llegado.
En 1 Corintios 14:21-22 Pablo dice: “En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos”.
En otras palabras, el don de hablar en lenguas fue una prueba milagrosa, para los judíos que se resistían a creer en Cristo, de que una nueva era y orden en la Iglesia había llegado. El don no fue para el beneficio de los judíos que habían creído sino que fue una advertencia y una promesa para aquellos que no creían. No era una señal y advertencia para los gentiles sino para los judíos.
Pablo citó porciones de Isaías 28:11, un capítulo en el cual Isaías profetiza la venida de Cristo. Como una señal para los judíos, Isaías dice que aquellos de lengua tartamuda y de lengua extraña hablarían a los judíos. Los idiomas de los gentiles les retarían, algo sumamente humillante para el pueblo judío. Al mismo tiempo, era una señal de que la era Mesiánica traería a los gentiles dentro de la Iglesia, y que el Evangelio sería predicado en otros idiomas.
Esta sería una señal de la nueva era o época cuando Dios bajaría la bandera de la Iglesia judía y subiría la de la Iglesia judío-gentil de Jesucristo. Los judíos incrédulos que resistían a Cristo y se aferraban a los vestidos de Moisés tendrían la Palabra de Dios predicada a ellos en idiomas bárbaros o gentiles.
Todo esto se cumplió, comenzando en el día de Pentecostés. A los judíos se les llamó y advirtió debidamente, pero las lenguas no se mencionan fuera de los Hechos de los Apóstoles y de 1 Corintios 12:14, lo que muestra que habían logrado su propósito de advertir a los judíos de que la nueva era o época había llegado.
La anunciación de la era de la Iglesia se logró mientras los apóstoles vivieron, y la señal ha sido retirada. Lo que hoy se conoce como hablar en lenguas no es llevado a cabo en presencia de judíos incrédulos, y no tiene nada que ver con la señal bíblica del Nuevo Testamento. La señal de que la era de la Iglesia había llegado cumplió su propósito y ha sido sobrepasada por la realidad.
El evangelio ahora se predica prácticamente en todos los idiomas del mundo, y la señal de que esto sucedería hace mucho que desapareció. El propósito del hablar en lenguas (de acuerdo con las enseñanzas de Pablo) fue cumplido en los tiempos apostólicos, lo que prueba su cesación desde aquel entonces.
Las lenguas eran idiomas reales La tercera prueba del cesacionismo se suma a la segunda, y es esta: El don de hablar en idiomas reales fue dado en el día de Pentecostés (y por un breve periodo de tiempo después de eso), y nunca se ha visto desde entonces. Debería sernos obvio que los idiomas milagrosos del libro de Hechos y de 1 Corintios nunca han ocurrido desde aquellos días.
El hablar en lenguas de la actualidad no trata ningún idioma humano conocido sino que, por el contrario, se trata solo de repeticiones incoherentes y sin sentido. Nada milagroso sucede. En los tiempos del Nuevo Testamento, la persona que hablaba en lenguas recibía del Espíritu Santo la habilidad para hablar en un idioma real que no había aprendido antes, y personas que habían crecido con tal persona se quedaban maravilladas y sorprendidas al presenciar tal cosa. Los judíos estarían presentes (pues era una señal específica para ellos). En el día de Pentecostés muchos judíos que vivían en tierras extranjeras escuchaban cómo otros que no hablaban sus idiomas ahora lo hacían y dichos judíos corroboraban la veracidad de quienes hablaban. Después de Pentecostés, el Espíritu Santo daría el don milagroso del entendimiento a intérpretes, de forma que siempre se pudiese corroborar la autenticidad del idioma hablado. No se ha visto cosa similar desde los tiempos de la Biblia.
Quienes en la actualidad defienden el hablar en lenguas, siempre señalan 1 Corintios 13:1 donde Pablo, hablando hipotéticamente, dice que aun si el hablase lenguas angélicas, pero sin amor, no contaría para nada. Desesperados por encontrar un texto, los maestros carismáticos toman las palabras de Pablo como justificación para lenguas extáticas y no lingüísticas, pero es claro para cualquier persona que piense, que este es un uso terriblemente incorrecto del versículo.
Al describir idiomas reales, la Biblia, en efecto, nos advierte que estos dones han sido retirados. Estos simplemente no han ocurrido en ningún momento de la historia, en ninguna parte del mundo, desde los tiempos de los primeros días de la Iglesia. Lo que sucede hoy es que las personas (quienes pueden ser cristianos sinceros) en su deseo de hacer lo que sus líderes insisten es correcto, buscan “hablar” fuera de las normas del lenguaje. Sin embargo, ni hablan un idioma real ni entienden lo que están diciendo.
El cesacionismo es algo que se enseña claramente en las Escrituras en virtud de la descripción precisa que la Escritura hace acerca de los idiomas reales, la cual no se puede aplicar a nada de lo que ha sucedido desde entonces.[1]
Desde los tiempos de la Biblia hemos presenciado los gloriosos eventos de reformación, al igual que poderosos avivamientos cuando al Espíritu de Dios le ha placido obrar con poder excepcional. A pesar de esto, no se ha reportado o registrado ni siquiera un caso de alguien que clame tener la habilidad de hablar en un idioma real que nunca haya aprendido. Esta es una prueba certera de que el genuino don bíblico de lenguas ha cesado.
No existen instrucciones para el nombramiento de profetas La cuarta prueba de la cesación del don de la revelación y de señales es esta: en el Nuevo Testamento no existen instrucciones para el nombramiento de apóstoles, profetas, sanadores o de ningún otro oficio por el estilo. Esto es algo de tremenda importancia porque Dios ha establecido un patrón detallado para la Iglesia en el Nuevo Testamento. Es cierto que algunos cristianos no creen que la Biblia provea los planos o el modelo a seguir para la iglesia, pero la mayoría de personas quienes poseen creencias bíblicas bautistas sí lo creen.
El apóstol Pablo nos manda repetidamente a ser los más cuidadosos imitadores suyos en el sistema de gobierno de la iglesia y en conducta, y las epístolas pastorales establecen cómo deberíamos comportarnos y trabajar en la iglesia de Dios. Se nos es dado un modelo preciso para la iglesia en todo tiempo.
Desobedecemos el patrón perfecto de Dios si llevamos a cabo nombramientos en la iglesia que no han sido prescritos o mandados
Tenemos instrucciones que con sumo cuidado indican cómo seleccionar predicadores, ancianos y diáconos, pero no existen instrucciones para el nombramiento de apóstoles (porque estos oficios no habrían de perpetuarse) o de cómo reconocer o acreditar a un profeta (porque los dones de revelación cesaron cuando la Biblia fue completada). Tampoco existen instrucciones para el nombramiento de sanadores.
Este no es simplemente un argumento basado en la falta de instrucciones al respecto, sino una prueba firme de que estos oficios y funciones no habrían de continuar. Las instrucciones para todos los asuntos pertinentes a la organización de la iglesia han sido detalladas y están completas, y son suficientes y autoritativas para la iglesia hasta que Cristo venga de nuevo. Si llevamos a cabo nombramientos en la iglesia que no han sido prescritos o mandados, estamos desobedeciendo el patrón perfecto de Dios. Estamos desobedeciendo la Escritura.
¿Cómo se puede decir que no hay pruebas certeras en las Escrituras para probar que los dones han cesado, cuando el modelo para la iglesia no provee instrucciones para la continuación de portavoces inspirados hacedores de señales? Esta es una prueba contundente del cesacionismo, a menos que no creamos en la suficiencia de las Escrituras y no creamos que Dios ha provisto un modelo para su iglesia.
La revelación ha sido completada La quinta prueba del cesacionismo es que la Biblia claramente enseña que la revelación está ahora terminada. No puede haber nuevas revelaciones después del tiempo de los apóstoles. Ya hemos señalado que en Juan 14:26 y en Juan 16:13 el Señor Jesucristo les dice dos veces a sus discípulos que el Espíritu Santo, cuando venga, los guiará a toda verdad.
Los apóstoles serían los autores de los libros del Nuevo Testamento y quienes autentificarían los libros inspirados del Nuevo Testamento que no fuesen escritos por ellos. Toda la verdad sería revelada, y después de la era apostólica no habría más revelación de las Escrituras. La Palabra estaría finalizada.
¡Cuán gozosos estamos debido a esto! En qué estado estaríamos si personas pudieran surgir aquí y allá (como sucede en el mundo carismático) dándonos nuevas revelaciones. ¿Quién podría saber lo que es correcto y lo que es verdad? Pero la Escritura es el estándar de medida para todo, y ya está finalizada, y completa, y es perfecta, suficiente y confiable.
Judas pudo hablar acerca de la fe que “ha sido una vez dada a los santos”. Su epístola posiblemente fue escrita veinticinco años antes del último libro de la Biblia, pero lo suficientemente “tarde” para afirmar que todas las doctrinas principales e instrucciones para la iglesia habían sido reveladas. En esta etapa avanzada de la revelación, Judas habla de la fe que ha sido una vez dada, o mejor dicho, que de una vez por todas ha sido dada. Esta ha sido prácticamente finalizada; pronto (desde la perspectiva de Judas) no habrá más revelación.
Los versículos finales de la Biblia advierten que nada puede ser añadido o sustraído de las palabras del libro de Apocalipsis, pero esto ciertamente aplica a la Biblia entera, no solo al último libro. Lo sabemos porque esta advertencia refleja la advertencia dada por Moisés en el primer libro de la Biblia (los primeros cinco libros fueron originalmente uno), es decir, Deuteronomio 4:2: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno” (Palabras que Moisés repitió en Deuteronomio 12:32).
La finalización de la revelación también se prueba por el hecho de que los apóstoles y los profetas son descritos como la etapa fundacional de la Iglesia.
En Efesios 2:20 la Iglesia es descrita como que está edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas [es decir, los profetas del Nuevo Testamento] siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Un fundamento es algo completo y estable, mientras que el edificio continúa siendo construido.
¿Qué hay acerca de la profecía de Joel, que Pedro cita en el día de Pentecostés, que decía que cuando el Espíritu fuese derramado, todos los creyentes, hombres, mujeres, viejos y jóvenes profetizarían? ¿No está implícito que esto continuaría literalmente hasta el regreso del Señor? No, porque la manera de entender esta profecía debe estar de acuerdo con la irrefutable enseñanza de la Biblia de que pronto la revelación sería completada, y entonces, habiendo ya sido completada, la revelación cesaría.
Es esta revelación completada (particularmente el Evangelio) la que será testigo a los creyentes de todas las épocas, hombres y mujeres, alrededor del mundo hasta el final. Los creyentes continuarán viendo visiones y soñando sueños en este sentido: ellos adoptarán, meditarán y proclamarán las infalibles “visiones y sueños” dados a ellos en la Biblia. No “profetizarían” en el sentido de recibir una nueva revelación. Ellos también soñarán sueños acerca de los planes y conquistas del Evangelio. En este sentido, la profecía de Joel está aún siendo cumplida.
Las extraordinarias manifestaciones como el hablar en lenguas claramente se habían desvanecido para el tiempo en el cual Pedro escribió sus dos epístolas, pues no sugiere en absoluto que esas señales de los primeros tiempos de la Iglesia continuaban aún ocurriendo.
Ya que la revelación fue completada en el tiempo de los apóstoles, podemos ver que la tarea de los apóstoles y profetas se acabó. Y si los dones de revelación han terminado, entonces han terminado también las señales que autentificaban a los autores inspirados. Recordemos lo que Pablo dijo en 2 Corintios 12:12: “Entre vosotros se operaron las señales de un verdadero apóstol […] por medio de señales, prodigios, y milagros” (LBLA).
¿Cómo puede decirse entonces que no hay pruebas bíblicas del cesacionismo cuando la Escritura afirma enfáticamente que la revelación ha sido completada, como un fundamento en el comienzo de la era de la Iglesia?
Las Escrituras testifican acerca del final de los dones La sexta prueba acerca del final del cesacionismo es esta: las Escrituras muestran que estos dones estaban en el proceso de ser retirados en ese tiempo específico. Pablo, por ejemplo, quien poseía poder apostólico para ejecutar señales y prodigios y obras poderosas, no pudo, en el transcurso del tiempo, sanar a Timoteo o a Trófimo o a Epafrodito.
Podemos ver también la retirada de los dones de sanación en el libro de Santiago (que según entendemos escribió Jacobo el medio hermano del Señor) capítulo 5, donde se dan instrucciones específicas acerca de orar por los enfermos, y de cómo los ancianos pondrían sus manos sobre los que estaban postrados en cama. Es obvio en este pasaje que no se tiene en mente a sanadores talentosos, sino solo a ancianos de la iglesia que oran.
La palabra unción es mencionada, pero el término griego que denotaba la unción religiosa no es usado aquí. El griego usa una palabra muy práctica que significa “frotar” con aceite, como a manera de alivio para las úlceras ocasionadas por estar postrado en cama. Lo que Jacobo en realidad afirma es algo como esto: “Cuidado con que tu mente sea tan celestial que no seas de uso terrenal, sino que presta alivio físico a aquellas personas que sufren”.
Podemos, y debemos, orar por la sanidad de quienes están enfermos, pero puede ser que la voluntad de Dios sea que un enfermo testifique de la gracia de Dios en su enfermedad
Lo que más importa es la oración. Es cierto que teniendo en cuenta las instrucciones de Jacobo, ningún “talentoso sanador” es traído a casa del enfermo para dar la “orden” de ser sanados o para darle al enfermo “un toque sanador”. La imposición de manos de los ancianos es un acto simbólico, que comunica el amor de la iglesia, su cuidado y responsabilidad.
El pasaje en Santiago contiene cuatro exhortaciones para orar y es una continuación de su enseñanza acerca de lo que debemos decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Podemos, y debemos, orar por la sanidad de quienes están enfermos, pero puede ser que la voluntad de Dios sea que un enfermo testifique de la gracia de Dios en su enfermedad.
El punto principal para nosotros en este artículo es que nadie posee un poder especial para sanar en Santiago 5. La sanación es hecha por Dios en respuesta a oraciones. Se puede ver que la actitud continua de la iglesia es la de orar por sanación, recordando que algunos son llamados a vivir “como ejemplo de aflicción y de paciencia” (Santiago 5:10).
El hecho de que Jacobo no mencione los dones de sanación muestra de manera inequívoca que el don de sanación fue retirado bastante pronto durante el curso de la era apostólica.
¿Asumiría un lector neutral de la Biblia que los dones serían para todos los tiempos?
Se ha sugerido que si un nuevo convertido, sin experiencia alguna en lo que respecta a la vida como parte de una iglesia, fuese encerrado en una habitación solo con su Biblia, nunca se le ocurriría que los dones carismáticos hubiesen cesado. Lo contrario es cierto. Hay mucha gente (nosotros conocemos varios) que habiendo tenido otra otras religiones, han sido convertidos a Cristo a través de la lectura privada de las Escrituras, y subsecuentemente han encontrado una iglesia. A partir exclusivamente de la lectura de la Biblia no han recibido ningún tipo de expectativa acerca de los dones carismáticos. De manera más frecuente —y esto incrementa con el paso del tiempo— los creyentes abandonan las iglesias carismáticas habiendo entendido claramente que lo que ocurre allí no es lo que ellos leen en la Biblia.
Al leer de manera cuidadosa el libro de Hechos, descubren que solo el grupo apostólico sanaba y sienten que han sido engañados por la noción carismática y pentecostal de que numerosas personas lo hacían.
Algunos se preguntan cuál era el significado o propósito original del hablar en lenguas y cuando aprenden de Pablo que era una señal específica para los judíos, sienten una vez más que han sido engañados por sus maestros.
Igualmente, sienten que han sido instruidos de manera equivocada cuando llega a ser evidente para ellos que las “lenguas” fueron idiomas reales, algo infinitamente más milagroso que simples sonidos incomprensibles y desarticulados.
Entonces, tan pronto como los creyentes entienden la importancia del modelo bíblico para la iglesia, a veces la siguiente pregunta surge en sus mentes: “¿Dónde están las instrucciones en la Biblia para el nombramiento de apóstoles, profetas y sanadores hoy en día?”. Se dan cuenta de que no hay ninguna en absoluto y se vuelven aún más críticos de las falsas enseñanzas que han recibido.
Entonces la pregunta acerca de la autoridad y suficiencia de la Escritura irrumpe y piensan: “¿Acaso la revelación de la Palabra de Dios no ha sido finalizada? ¿Cómo pues, las profecías modernas pueden ser válidas e inspiradas?”. Es obvio para ellos que todas las profecías “autoritativas” que ellos han escuchado son simplemente un gran error y engaño.
Muchos creyentes pensantes entienden por ellos mismos que para las personas carismáticas, las Escrituras ocupan un segundo lugar después de la imaginación humana y las experiencias misteriosas.
Finalmente, cuanto más estudian la Palabra de Dios, más ven la evidencia de que las señales desaparecieron poco después de su espectacular inicio.
Nada de esto significa que el Señor no inste a su pueblo a recordar deberes o verdades, o a hacer ciertas cosas, o que no les advierta de peligros inminentes. Estas son intimaciones divinas, no revelaciones o dones.
En la historia de la Iglesia, se han registrado ocasiones en las que algunas personas han tenido intimación de parte de Dios acerca de situaciones o personas peligrosas, pero nunca fueron revelaciones de doctrinas. Encontramos tales ocasiones en tiempos de grave persecución. Por ejemplo, antes de la caída de la antigua Unión Soviética, hemos escuchado relatos fidedignos donde siervos clave de Dios fueron maravillosamente librados de arrestos porque el Señor había fijado en ellos una firme convicción de no ir a cierto lugar en particular. Se descubrió tiempo más tarde que la policía KGB había tendido una trampa para ellos. Sin embargo, a ninguno de los que recibió tal intimación se le otorgó un don constante, y menos aún una revelación autoritativa de verdad doctrinal. Dios puede hacer toda clase de cosas para librar y bendecir a su pueblo, pero esto no implica que los dones apostólicos o proféticos estén siendo otorgados a ninguna persona.
El daño que la enseñanza carismática ha causado
Muchos carismáticos han comenzado a notar la enorme diferencia entre la Biblia y lo que se les ha enseñado. Las personas con tales dudas a menudo se preocupan por el hecho de que un elevado número de católicos que dependen de María, que van a misa y practican las buenas obras para alcanzar la salvación también pueden hablar en lenguas y profetizar. Muchos católicos adoran exactamente de la misma manera en la que lo hacen los protestantes carismáticos.
Los carismáticos que comienzan a dudar también llegan a escuchar que en sectas no cristianas también se habla en lenguas. Usted no necesita ser un cristiano salvo para hablar en lenguas al estilo carismático, porque estas no son un verdadero don del Espíritu.
Hay muchos cristianos sinceros en el movimiento carismático, pero aseveramos que el intentar restablecer el don de señales y de revelación es un error con consecuencias extremadamente dañinas. Podemos ver el daño cuando vemos la aparición de inmensas secciones del movimiento en el que el Evangelio prácticamente ha desaparecido al ser enterrado bajo extravagancias no bíblicas.
En la actualidad existen grupos carismáticos grandes que niegan la sustitución penal de Cristo, e incluso algunos niegan la Trinidad. (Uno de los más famosos predicadores y escritores de carácter carismático niega la doctrina de la Trinidad).
La música de entretenimiento de estilo mundano domina las iglesias carismáticas, aun la música más extrema y de carácter totalmente impío. Las artimañas teatrales de la mayoría de los líderes carismáticos, que lo único que quieren es dinero, pueden ser vistas en cualquier momento en los canales religiosos de la televisión, y, al parecer, la herejía del “evangelio de la prosperidad” está en todas partes. Numerosos charlatanes y bribones han logrado cautivar a un gran número de seguidores llevando a cabo supuestas “sanaciones” en lugares alrededor del mundo. Aún más, técnicas de adivinación del teatro de variedades se presentan como prodigios espirituales en iglesias que una vez fueron respetables.
La poderosa corriente que constantemente aleja la “circunscripción” carismática más y más de la Biblia, es evidencia de un error serio y fundamental, es decir, la idea de que los dones de señales y de revelación son válidos para todo los tiempos. El experimentarlos implica un doble error: primeramente reducir los dones a algo no milagroso (por ejemplo, convertir idiomas reales en palabrerías de tipo no lingüístico) y, en segundo lugar, menoscabar las Escrituras, que ahora se tendrían que rendir ante experiencias imaginarias de sueños, visiones, “palabras del Señor” y revelaciones similares. También se hace daño a cristianos cuya fe es desviada de Cristo y su Palabra, a fenómenos y sensaciones. Sinceramente oramos para que Dios libre a quienes son sus verdaderos hijos del creciente daño causado por el descabellado error de abandonar las Escrituras. Es perfectamente posible probar que el cesacionismo es una verdad bíblica.
Referencia
[1] Las personas que falsamente hablan en lenguas hoy en día ni siquiera intentan seguir las reglas bíblicas para el ejercicio de tal don de aquellos días: que no más de dos o tres personas podían hablar al mismo tiempo en un servicio (1 Corintios 14:27).