José de Arimatea (3) | Juan 19:41-42

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En el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
Juan 19:41-42
Lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue.
Mateo 27:60
José de Arimatea (3)
En estos versículos vemos el cumplimiento de la profecía que Isaías escribió cientos de años antes. Sin duda alguna, los hombres le habrían dado a Jesús la sepultura de un criminal en un sepulcro indigno. Dios se encargó de que, cuando el Señor Jesús hubo completado la obra que se le había encomendado, no tuviera más contacto con manos perversas. Él “con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.” (Is. 53:9).

Cuando José de Arimatea y Nicodemo envolvieron el cuerpo de Jesús con las especias aromáticas en un lienzo limpio, el día ya estaba acabando. Cerca del lugar de la crucifixión había un sepulcro nuevo, un sepulcro que José de Arimatea había hecho excavar en la roca para su propia sepultura. Allí, debido a la falta de tiempo, depositaron el cuerpo del Señor. Algunas de las mujeres que habían seguido al Señor se encontraban cerca, observando el lugar en el que su cuerpo fue puesto.

Al leer los relatos de los cuatro evangelios, podemos apreciar el cuidado que Dios puso en el cuerpo de su Hijo. Su cuerpo sagrado, en el que había sufrido por el pecado -el pecado de usted y el mío, pues en él no había pecado-, fue envuelto tiernamente para su sepultura por dos hombres que lo amaban. No fue colocado en un pozo en la tierra y cubierto con tierra, o en una tumba contaminada por otros cadáveres. No, Dios se encargó de que su sepulcro fuera un sepulcro nuevo, excavado en la roca en un jardín, destinado originalmente a un hombre rico, y que la puerta estuviera cerrada por una gran piedra colocada en su lugar. Dios quiso que el cuerpo de su Hijo fuera honrado.

Eugene P. Vedder, Jr.
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Obedecer, someterse y ser paciente | Hebreos 12:9

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¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre?
Hebreos 12:9
Obedecer, someterse y ser paciente
Una vida cristiana normal surge de una visión precisa de nosotros mismos en relación con Dios. En primer lugar, debemos aprender a obedecer. El término más común del Nuevo Testamento traducido como obedecer es una palabra que significa «escuchar debajo». Si aceptamos que estamos por debajo de Dios, entonces ciertamente debemos obedecerlo. Después de obedecer primero a Cristo como nuestro Salvador (He. 5:9), también debemos responder a la enseñanza cristiana “según es en verdad, la palabra de Dios” (1 Ts. 2:13). Los que conscientemente no obedecen la Palabra de Dios deben ser amonestados (2 Ts. 3:14).

En segundo lugar, después de la obediencia debemos aprender a someternos. La sumisión es ante todo una respuesta a Dios, nuestro Padre (He. 12:9). Si nos sometemos a él, aceptaremos fácilmente todo lo que nos dé. Interpretaremos los momentos de dificultad como ocasiones de su buena disciplina, que nos ayuda a crecer espiritualmente. Someterse también significa reconocer las influencias de Dios en nuestras vidas. Pablo dijo a los corintios que se sometieran a la casa de Estéfanas, donde había siervos consagrados al Señor (1 Co. 16:15-16). La forma más clara de mostrar sumisión a Dios es mostrar una actitud de sujeción a nuestros empleadores, autoridades gubernamentales y conductores en la Asamblea. En dos ocasiones se nos dice simplemente que nos sometamos a otros cristianos, independientemente de nuestras relaciones mutuas (Ef. 5:21; 1 P. 5:5).

En tercer lugar, debemos aprender a ser pacientes o soportar. Esto conlleva la idea de soportar las dificultades en lugar de tratar de salir de ellas. La paciencia se aprende verdaderamente solamente a través de la tribulación (Ro. 12:12). Naturalmente, esta no es una lección agradable, pero espiritualmente es muy provechosa, porque siempre produce una mayor madurez cristiana (Stg. 1:4). ¿Queremos ser cristianos más fuertes? Entonces podemos pedirle al Señor que nos ayude a obedecer, someternos y ser pacientes.

Stephen Campbell
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Los tiempos de los jueces (2) – Rut la moabita, un rayo de luz en tiempos de oscuridad | Rut 1:1

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Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos.
Rut 1:1
Los tiempos de los jueces (2) – Rut la moabita, un rayo de luz en tiempos de oscuridad
El libro de los Jueces y los primeros capítulos del primer libro de Samuel se refieren más o menos a la misma época que el libro de Rut. Pero Rut es una historia de amor y de cosecha. Una historia que nos recuerda que, aunque haya hambre espiritual y decadencia moral a nuestro alrededor, Dios es fiel al corazón que se vuelve a él.

Esta historia comienza con Elimelec haciendo lo que bien le parecía, abandonando Belén (“la casa del pan”) debido a que había hambre en la tierra. Pero Dios utilizó los fracasos de Elimelec para recordarnos su propia fidelidad. Después de la muerte de Elimelec y sus dos hijos, su esposa Noemí y una de sus nueras, Rut, regresaron a Belén. Al leer cómo se desarrolla esta hermosa historia, meditamos en los días en que vivimos y en cómo Dios desea bendecirnos y atraer nuestros corazones a la persona de Cristo. Rut, traída desde muy lejos (cap. 1), entra en contacto con Booz, quien está dispuesto y es capaz de proveer y cuidar de todas sus necesidades (cap. 2). En esto vemos una figura del Señor Jesús. En el capítulo 3 vemos que Rut encuentra descanso a los pies de Booz. Esto es lo que nuestro Señor Jesús nos proporciona a cada uno de nosotros (Mt. 11:28-29). Al final del capítulo 3 leemos que Rut está sentada, esperando que Booz concluya lo que le concierne, ¡y en el capítulo 4 vemos el cumplimiento de los planes de Dios! ¡Nosotros también estamos esperando que el Señor Jesús regrese por nosotros y nos lleve a estar para siempre con él!

Jueces y 1 Samuel nos enseñan que hay fracaso, oscuridad moral a nuestro alrededor, pero el libro de Rut nos recuerda que tenemos un “Pariente” cercano que tiene el derecho de redimir (2:20), ¡y que fielmente satisfará todas nuestras necesidades, si tan solo acudimos a él!

Tim Hadley, Sr.
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Los tiempos de los jueces (1) – El triste estado de Israel | Jueces 21:25

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En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.
Jueces 21:25
Los tiempos de los jueces (1) – El triste estado de Israel
Esta es la cuarta y última vez que, en el libro de los Jueces, se expresa que no había rey en Israel. En Jueces 17:6 se relaciona con la negligencia de los hijos de Israel hacia Dios; en Jueces 18:1 con su negligencia hacia el prójimo; y en Jueces 19:1 con su corrupción moral. Mientras que aquí, en el capítulo 21, se relaciona con su condición moral en general.

Veamos con más detalle este versículo y desglosémoslo un poco. Primero: “No había rey en Israel”. Esto nos recuerda que no había ninguna autoridad, nadie ante quien tuvieran que rendir cuentas, ningún límite. Solemos escuchar esto con frecuencia en nuestros días, ya no hay absolutos ni autoridad. Esto es lo que sucede cuando se deja de lado la Palabra de Dios y se ignoran sus enseñanzas. Proverbios 29:18 nos recuerda: “Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado”. Despreciar la Palabra de Dios tendrá consecuencias: pronto no se tendrá en cuenta la verdad de la Palabra. Nadie preguntará: «¿Qué dice la Biblia?». Entonces, ¡todo vale y los límites son desechados! Vemos esto en 1 Samuel 3, que relata algo que sucedió quizás durante o poco tiempo después de la época de los jueces. Los primeros versículos describen la condición moral de Israel: “la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”; el sumo sacerdote estaba “acostado en su aposento”, sus ojos comenzaban a oscurecerse, por lo que apenas podía ver que la lámpara de Dios estaba a punto de apagarse (1 S. 3:1-3).

Aunque las condiciones morales puedan ser oscuras a nuestro alrededor y muchos puedan ignorar las Escrituras, Dios no se dejará sin testigos. No dejará que se apague la lámpara del testimonio. Él está buscando a aquellos que quieren volver a su “primer amor” y hagan caso a su exhortación: “Recuerda… de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar” (Ap. 2:4-5).

Tim Hadley, Sr.
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Hallar descanso | Mateo 11:29

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Llevad mi yugo sobre vosotros… y hallaréis descanso para vuestras almas.
Mateo 11:29

Hallar descanso
Tal era el yugo de Cristo que, en su infinita gracia, él nos invita a tomar sobre nosotros, a fin de que también podamos hallar descanso para nuestras almas. Notemos las palabras “hallaréis descanso” y procuremos comprender su significado. No debemos confundir el “descanso” que él nos da con el descanso que nosotros hallamos. Cuando el alma cansada y cargada acude a Jesús con sencilla fe, él le da descanso, un descanso estable que mana de la completa seguridad de que todo está hecho; que los pecados son quitados para siempre; que la justicia perfecta ha sido cumplida, revelada y concedida; que toda cuestión está divina y eternamente resuelta, y ello por la eternidad; Dios es glorificado; Satanás ha sido reducido a silencio.

Tal es el descanso que Jesús da cuando acudimos a él. Pero luego debemos atravesar las circunstancias de nuestra vida diaria. En ella hay pruebas, dificultades, trabajos, combates, fracasos y reveses de toda clase. Ninguna de estas cosas puede afectar en lo más mínimo el descanso que Jesús da, pero sí pueden alterar seriamente el descanso que hemos de hallar. Ellas no turbarán nuestras conciencias, pero pueden perturbar en gran manera nuestro corazón; pueden inquietarnos e impacientarnos.

Y ¿cómo saldré de esta condición? ¿Cómo podré tranquilizar mi corazón y calmar la excitación de mi ánimo? ¿Qué necesito ante todo? Hallar descanso. Y ¿cómo podré hallarlo? Inclinándome y tomando sobre mí el precioso yugo de Cristo; el mismo yugo que él llevó siempre en los días de su carne; el yugo de una completa sumisión a la voluntad de Dios. Necesito la capacidad de decir, sin un átomo de reserva, desde lo más profundo de mi alma: ’Hágase, Señor, tu voluntad’. Necesito el profundo sentimiento de su perfecto amor por mí, y de su infinita sabiduría en todas sus relaciones conmigo, que yo no querría que las cosas fuesen de otra manera, aunque estuviese en mi poder cambiarlas; sí, que yo no querría mover un dedo para cambiar mi posición o mis circunstancias.

C. H. Mackintosh
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La cuarta monarquía universal, el Imperio romano | Daniel 7:19, 20

Entonces tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia… y del otro [cuerno] que le había salido… este mismo cuerno tenía ojos, y boca que hablaba grandes cosas.
Daniel 7:19, 20
La cuarta monarquía universal, el Imperio romano
Esta profecía le fue dada a Daniel en forma de sueño. Vio surgir cuatro grandes imperios que surgirían y gobernarían el mundo hasta la venida del Hijo del Hombre. El cuarto imperio, Roma, tomará una forma monstruosa en los últimos días y, de hecho, será fortalecido directamente por el poder de Satanás. De esta bestia se levantará un cuerno pequeño, el cual tomará preeminencia sobre los otros cuernos que caracterizan a la cuarta bestia.

El profeta Daniel describe al cuerno pequeño como alguien que habla “grandes cosas” (véase Ap. 13:5) y que tiene ojos. Estos ojos representan clarividencia e inteligencia penetrantes. A través de su extraordinaria inteligencia, este cuerno, que representa a la cabeza del Imperio romano, tendrá un poder e influencia sin precedentes sobre las multitudes. Tal vez la tecnología electrónica se utilizará para facilitar esto. Por ejemplo, hoy en día existe una organización llamada “cinco ojos”. Está formada por cinco naciones de la “esfera inglesa” (EE. UU., Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda). A través de esta organización, estas naciones comparten entre sí (y con ninguna otra nación) la inteligencia que recopilan a través del espionaje electrónico. Sería imprudente sugerir que esto es un cumplimiento directo de la profecía anterior. Pero nos permite ver cómo estas cosas se podrán llevar a cabo y la dirección hacia la que se dirige el mundo.

En contraste con los ojos de la bestia, el apóstol Juan tuvo una visión de un “Cordero… que tenía… siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Ap. 5:6). Los siete ojos del Cordero nos hablan del perfecto conocimiento de Cristo, su omnisciencia, especialmente en relación con el gobierno de la tierra. Es muy reconfortante para el creyente saber que “los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Cr. 16:9).

Brian Reynolds
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¿Qué es la verdadera grandeza a los ojos de Dios? | Marcos 9:34

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Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor.
Marcos 9:34
¿Qué es la verdadera grandeza a los ojos de Dios?
Con una simple pregunta, el Señor llegó a la conciencia de sus discípulos y descubrió la raíz de gran parte de su debilidad. En el camino habían estado discutiendo entre ellos, y el tema de su discusión era quién debía ser el mayor. ¡Ay! Desde aquel día, cuántas veces el deseo de ser el mayor ha sido la verdadera raíz de muchas disputas entre el pueblo de Dios. Independientemente de cuál sea el tema particular que se discute, este solo resulta ser una excusa para tapar la gran cantidad de ego que hay en el corazón. El yo no solo quiere ser grande, sino que quiere ser “el mayor”. Si un creyente quiere ser el mayor, tarde o temprano esto culminará en una disputa, en la que el más mínimo desliz de un hermano será utilizado para menospreciarlo y exaltar el yo. El solo hecho de que los discípulos pensaran en quién debía ser el mayor, demuestra lo poco que comprendían la verdad del reino de Dios. Del mismo modo, en nuestros días podemos caer en la trampa prominencia en la Iglesia. Esto es lo que hicieron los corintios por medio de dones y métodos carnales.

Sin embargo, aunque los creyentes puedan tener diferencias entre sí, ellos deben buscar mantener la paz en la presencia del Señor. Podemos estar seguros que cuando los creyentes comienzan a disputar entre ellos, ya no están conscientemente en la presencia del Señor.

La falta de corazón de los discípulos los hizo buscar su propia grandeza justo cuando Jesús acababa de recordarles que estaba a punto de morir. Sin embargo, él no se levantó indignado para abandonarlos, sino que los instruyó con delicadeza acerca del camino de la verdadera grandeza. Si alguien desea ser el primero en el reino, que sea el último en el camino que lleva a la gloria; que se convierta en “siervo de todos”. Podemos estar preparados a veces para servir a una que otra gran persona, o a algún creyente muy piadoso, y enorgullecernos al hacerlo; pero ¿estoy preparado para ser “siervo de todos”?

Hamilton Smith
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José de Arimatea (2) | Juan 19:38-40

José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos… vino… También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas. Juan 19:38-40

José de Arimatea (2)

El apóstol Juan escribió este evangelio, por inspiración divina, al menos una generación después que hubieran escrito sus relatos los otros escritores de los evangelios. En su relato, él nos revela que José de Arimatea era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos. Evidentemente, sus compatriotas no habían descubierto el aprecio que José tenía por Jesús.

En su bondad, Dios mantuvo oculta esta información hasta años después de la muerte de José. Por otro lado, la narrativa resalta su valentía al acudir a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Jesús había sido crucificado, un castigo reservado, según la ley romana, a los criminales que no fueran ciudadanos romanos. Mientras que, según la ley del Sinaí, todo el que fuera colgado en un madero era considerado maldito. Sin embargo, fue en este momento que José, aquel prominente y adinerado miembro del sanedrín judío, tomó abiertamente la posición de alguien que amaba y honraba a Jesús, sin importarle lo que otros pudieran pensar. ¡Qué tremendo ejemplo!

Vemos también a Nicodemo, quien también se posicionó valientemente del lado del Señor Jesús. Este fue el que se acercó a Jesús de noche y que después se pronunció en contra de condenarlo sin escuchar lo que tenía que decir. Ahora, en el momento de la sepultura de Jesús, Nicodemo trajo consigo cien libras de una mezcla de mirra y áloes, una ofrenda costosa, para preparar el cuerpo de Jesús.

Además, ambos hicieron esto sin preocuparse por el hecho de que manipular un cadáver era, según la ley, profanar la tierra, y sin importarles que la fiesta estaba a punto de comenzar. Estos dos discípulos envolvieron amorosamente el cuerpo de Jesús en lienzos de lino, con aquellas especias aromáticas y lo sepultaron en un sepulcro nuevo.

Eugene P. Vedder, Jr.

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El amor de Cristo (2)

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Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones… y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Efesios 3:17, 19

El amor de Cristo (2)
Hemos visto que en Romanos 8 aprendemos que nada podrá separarnos del “amor de Cristo”.

Esta frase también se utiliza en la Epístola a los Efesios, la cual nos presenta el propósito y los consejos de Dios, no solo con respecto a nuestra salvación, sino también en relación con su propia gloria y la satisfacción de su propio corazón. Allí somos vistos como habiendo sido sacados del ’cementerio espiritual’, en el que estábamos “muertos en delitos y pecados”, y vivificados, resucitados con Cristo, y ya sentados en él en los lugares celestiales, solamente a la espera de estar sentados con él cuando venga a por los suyos. La expresión “el amor de Cristo” se encuentra en la oración del apóstol que cierra la primera parte de la Epístola. Esta oración muestra lo que es necesario si queremos poner en práctica la enseñanza de esta carta.

En primer lugar, el apóstol enfatiza que Cristo debe habitar en nuestros corazones por la fe. Como alguien ha dicho, podemos estar seguros de que habitamos en su amor. Pero ¿qué es lo que llena nuestro corazón, aquello en lo que estamos ocupados día tras día? El corazón es nuestro centro de control, así que, si Cristo está habitando allí, todo estará bajo su influencia y control.

En segundo lugar, el apóstol quiere que conozcamos “el amor de Cristo”. La palabra “conocer” en el idioma original (griego) significa: conocer por experiencia. No es un simple conocimiento intelectual de su amor. Se trata de un aprendizaje diario y constante de ese amor. Se lleva a cabo a medida que aprendemos de él a través de su Palabra, y mientras caminamos con él a través de todos los altibajos de nuestras vidas, y experimentamos sus cuidados diarios. ¡Que podamos aprender cada día más acerca de su amor!

Kevin Quartell
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El amor de Cristo (1) | Romanos 8:31, 35

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¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?… ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Romanos 8:31, 35

El amor de Cristo (1)
Tres veces en el Nuevo Testamento hallamos la expresión: “El amor de Cristo”. Primero consideraremos esta expresión tal como aparece en Romanos 8.

La Epístola a los Romanos nos presenta el evangelio de Dios acerca de su Hijo (Ro. 1:1, 3). Es la buena noticia de Dios para un mundo pecador que se ha alejado de él. Desde el principio de la Epístola hasta el versículo 11 del capítulo 5, vemos cómo Dios se ha ocupado de nuestros pecados -los pensamientos, las palabras y las obras pecaminosas que hemos cometido. Luego, desde el capítulo 5:12 al 8:39, vemos cómo Dios ha tratado con el pecado, la raíz maligna en nuestro ser que produce los pecados.

¡Qué nota triunfal, pues, nos presenta el cierre del capítulo 8! Si Dios está a nuestro favor, ¿quién puede estar en nuestra contra? ¿Quién puede acusar a quienes Dios ha justificado en virtud de la obra de su Hijo? Cristo murió, pero también resucitó, y ahora está a la diestra de Dios, y desde allí intercede por nosotros (v. 34). Quizás alguien puede preguntarse: ¿Qué puede separarnos del amor de Cristo? La respuesta es clara: nada. Nuestros pecados no pueden separarnos de su amor, porque él ha muerto por ellos. Las circunstancias actuales, por muy difíciles que sean, no pueden separarnos de su amor. De hecho, cuando experimentamos su ayuda y apoyo en momentos de dificultad, llegamos a conocer su amor y su fiel cuidado por nosotros.

Independientemente de la prueba -perder un trabajo, la salud, un ser querido; o incluso enfrentar la misma muerte- nada podrá separarnos del amor de Cristo. “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn. 13:1).

Kevin Quartell
© Believer’s Bookshelf Canada Inc.