Cómo vivir fielmente con ansiedad | Aaron L. Garriott

Cómo vivir fielmente con ansiedad | Aaron L. Garriott

Por Aaron L. Garriott

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.
La ansiedad es desconcertante y elusiva. Algunas personas han experimentado una ansiedad debilitante que los ha llevado a la parte trasera de una ambulancia, mientras que otras tienen el pensamiento ansioso ocasional que pasa brevemente por sus mentes antes de caer en un sueño tranquilo. Para algunos, la ansiedad puede dificultar la realización de tareas diarias rudimentarias. Para otros, la ansiedad aparece solo unas pocas veces al año y no interrumpe significativamente su vida cotidiana. Cualquiera que sea la forma que tome la ansiedad, los cristianos necesitan saber cómo enfrentarla con directivas bíblicas y sabiduría para nuestros corazones inquietos. Cuando la ansiedad asoma su fea cabeza, ¿qué debemos hacer? Cuando la ansiedad es un compañero constante para el cristiano, ¿cómo permanecemos fieles?

Antes de considerar estas preguntas, vale la pena señalar que nuestros instintos de autopreservación dados por Dios son buenos. Dios creó nuestros cerebros para alertarnos sobre el potencial peligro. Pero nuestros cerebros están sujetos a los efectos de la caída, por lo que nuestros sistemas de detección de peligros a veces pueden desviarnos. Por eso, no toda la ansiedad se debe simplemente a no prestar atención a los mandatos y apropiarse de las promesas de Mateo 6. El Dr. R.C. Sproul observó: «Nuestro Señor mismo dio la instrucción de no estar ansiosos por nada. Aún así, somos criaturas que, a pesar de nuestra fe, somos dadas a la ansiedad y, a veces, incluso a la melancolía». Somos criaturas con un cuerpo y un alma, por lo tanto, somos seres completos y complejos. No somos gnósticos, con un foco solo en lo espiritual a expensas de lo físico. La Biblia no hace eso (ver 1 Re 19; 1 Tim 5:23), así que nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Considera al hombre que apenas sobrevivió a un accidente automovilístico fatal y le resulta increíblemente difícil volver a montarse en un automóvil. ¿Es la raíz de su lucha física o espiritual? La respuesta es ambas. Todo lo que experimentamos como espíritus encarnados es físico y espiritual.

Aprendemos mucho acerca de nuestra experiencia física a través de la investigación científica de la revelación general de Dios en la naturaleza. Dado que toda verdad es verdad de Dios, podemos aceptar libremente los aportes de la investigación científica que estén en sumisión a la Palabra de Dios. Cuando se trata de condiciones como la ansiedad y la melancolía, las investigaciones sugieren claramente que algunas personas tienen una mayor tendencia a trastornos cognitivos y circuitos cerebrales defectuosos. Independientemente de la mezcla específica de causas físicas y espirituales de la ansiedad, las Escrituras ofrecen un camino a seguir. Con ese fin, este artículo se centrará en cómo los cristianos que luchan con la ansiedad pueden vivir fielmente con ella, buscar ser libres de ella y descubrir los propósitos redentores del Señor en y a través de ella.

En la lucha contra la ansiedad, podemos ser nuestro peor enemigo. La ansiedad, el trauma y la melancolía a menudo se perpetúan debido a hábitos no saludables (por ej.: mala alimentación, falta de ejercicio, falta de sueño), patrones de pensamiento no saludables (por ej.: autocompasión, pensamientos no provechosos, emociones sin control) y falta de disciplina (por ej.: ociosidad, aislamiento). Richard Baxter observó: «Las personas que ya son propensas a la melancolía son fácilmente y con frecuencia arrojadas aún más profundamente en ella por medio de patrones indisciplinados de pensamiento o emociones sin control». El cristiano ansioso debe ser vigilante, tal vez más que otros. Debemos vigilar cuidadosamente nuestros patrones de pensamiento (1 Co 4:20; Fil 4:8), hábitos de conducta (1 Tim 4:16) e influencias de enseñanza (2 Tim 4:3-4); dedicarnos a la oración (Fil 4:6), al autocontrol (1 Co 7:5; 9:25; Gal 5:23) y disciplina (1 Co 9:27; Tit 1:8); y medir nuestras emociones, sentimientos y reacciones con el estándar de la Palabra autoritativa de Dios (1 Jn 3:20). Charles Spurgeon, después de haber lidiado con sus propios ataques de ansiedad y desesperación, le recordaba a su pueblo con frecuencia que los sentimientos son volubles: «El que vive de los sentimientos será feliz hoy e infeliz mañana».

Podríamos pensar que la solución a los sentimientos y pensamientos que surgen espontáneamente es simplemente cambiar nuestros sentimientos; deshacernos de estas alarmas incómodas. Pero cambiar nuestros sentimientos no es el objetivo; la obediencia fiel lo es. A veces, esa obediencia fiel implica el largo y doloroso proceso de aprender a ser un espectador desapegado de sentimientos y pensamientos no deseados. Este tipo de perseverancia ardua y fiel sin importar los sentimientos puede ser difícil. Podríamos tener dificultades para levantarnos de la cama por la mañana, reflexionando sobre todo lo que implica el día que tenemos por delante: correos electrónicos constantes, malas noticias potenciales, tareas monótonas, niños necesitados, facturas pendientes que pagar. Con espíritu de oración, confiamos en que el Señor nos sostendrá a medida que damos un paso a la vez. Jesús nos dice: «Bástele a cada día sus propios problemas» (Mt 6:34). A veces, la tarea es suficiente problema. Poniendo un pie delante del otro, seguimos adelante.

Liberarse de la ansiedad que paraliza requiere permanecer en presencia de una incertidumbre dolorosa mientras mantenemos la fe. Específicamente, en la agonía de la angustia producida por la ansiedad, es vital que aprovechemos nuestra unión mística con el Salvador sufriente. Martín Lutero, durante episodios de turbulencia emocional en los que Satanás acusaba su conciencia, se visualizaba a sí mismo sufriendo con Cristo en Su aflicción. Lutero creía que los dardos llameantes del maligno y los angustiosos picos de ansiedad son una ocasión para sufrir en unión con nuestro Salvador, para mortificar los restos del viejo yo y para ser despojados de nuestra necesidad de control y certeza. Durante el ataque angustiante de la ansiedad perturbadora, no cedemos al pánico, sino que trabajamos para comprender objetivamente las respuestas de nuestra mente. El salmista nos recuerda que debemos aquietar nuestras mentes: «Estad quietos, y sabed que yo soy Dios» (Sal 46:10). Nos mantenemos quietos y firmes. Como nos recuerda el viejo himno: «Si se desploma todo aquí, me aferro a Cristo mi mástil». En la tempestad, los cristianos confían y obedecen. Independientemente de si el Señor nos da un alivio total en esta vida, nos esforzamos por ser fieles a pesar de nuestras ansiedades y por arrepentirnos cuando permitimos que la ansiedad gobierne nuestras vidas.

Sin duda, no es fácil analizar cuáles ansiedades son pecaminosas. El puritano John Flavel ofrece una simple prueba de fuego: «Mientras el miedo te despierte a orar […] es útil para tu alma. Cuando solo produce distracción y abatimiento de la mente, es pecado y la trampa de Satanás». Además, debemos examinar qué pensamientos y sentimientos consideramos como verdaderos. Lo más importante, ¿a dónde llevamos nuestras ansiedades? ¿Venimos al Señor con nuestra ansiedad a refugiarnos en Él, o nos sentamos y reflexionamos sobre ella, buscando alivio en nosotros mismos? Dejamos por nuestra cuenta, buscaríamos refugio de la tormenta de ansiedad en los alimentos, tecnología, sustancias u otras cisternas agrietadas. Si sucumbimos a nuestras tendencias internas (conducta evasiva, introspección, autopsias mentales constantes o tácticas de autoayuda), las alarmas de ansiedad solo aumentarán de volumen. Necesitamos una palabra externa.

La ansiedad persistente debe ser enfrentada con promesas, como sugiere John Owen:

Una alma pobre, que ha estado perpleja durante mucho tiempo en la angustia y la ansiedad de la mente, encuentra una dulce promesa, que es Cristo en una promesa adecuada para todas sus necesidades, que viene con misericordia para perdonarlo, con amor para abrazarlo, con Su sangre para purificarlo; y es levantado para apoyarse en cierta medida sobre esta promesa.

¿Descansas en promesas divinas o caes en pánico cuando eres incapaz de ser racional porque la ansiedad ha intensificado su control? El salmista modela un mejor camino: «Cuando mis inquietudes se multiplican dentro de mí, tus consuelos deleitan mi alma» (Sal 94:19). De hecho, el libro de los Salmos debería ser un jardín frecuentado por el alma agobiada por la ansiedad. El padre de la iglesia primitiva Atanasio argumentó que el salterio es una minibiblia (presagiando a Lutero) y un índice de cada emoción humana posible (presagiando a Calvino). En una carta a su amigo Marcelino, Atanasio escribió: «En el salterio aprendes sobre ti mismo. Encuentras representados en ella todos los movimientos de tu alma, todos sus cambios, sus altibajos, sus fracasos y recuperaciones». Haríamos bien en visitar los salmos, tanto antes de la tumultuosa tormenta de ansiedad como durante su aguacero más fuerte, pues están familiarizados con todos nuestros sentimientos y emociones. Necesitamos el consejo empático del salterio porque el pecado distorsiona nuestras cualidades dadas por Dios y a Satanás le encanta explotar esas distorsiones. Por ejemplo, el deseo apropiado por la excelencia puede transformarse en perfeccionismo, o la responsabilidad en hiperresponsabilidad. Considera cómo Dios creó a las madres para cuidar de manera única a sus hijos. Sin embargo, la madre primeriza que cuida a su recién nacido puede experimentar un miedo abrumador en cada llanto. Esto puede catapultar rápidamente a las madres amorosas a la desesperación bajo el peso de la hiperresponsabilidad y el miedo. Los salmos son correctivos, recordándole a su corazón ansioso y oprimido que el Señor tiene el control en Su trono cuidando de Su pueblo (ver Sal 121:3-4).

El cuidado providencial de Dios por Su pueblo se ve en cada página de la Escritura. Jesús prohíbe la ansiedad excesiva por la vida, porque traiciona con desconfianza el cuidado amoroso de nuestro Padre. La preocupación desmesurada por nuestros asuntos mundanos revela en quién confiamos realmente. Jesús dirige nuestra mirada al cuidado que nuestro Padre celestial por las aves que Él mismo abastece. Y si Él cuida tanto de las aves como de los lirios del campo, de tal manera que exhiben una gloria mayor que la de Salomón, ¿no debemos estar seguros de que Él suplirá todas nuestras necesidades (Mt 6:28-30; ver Rom 8:32)? Jesús nos recuerda además que la ansiedad mundana excesiva es inútil (Mt 6:27). Pero la prohibición de Cristo está acompañada por una alternativa reconfortante, como señala Calvino: «Aunque los hijos de Dios no están libres de trabajo y ansiedad, sin embargo, podemos decir correctamente que no tienen que estar ansiosos por la vida. Pueden disfrutar de un reposo tranquilo debido a su confianza en la providencia de Dios».

En esa sola palabra se encuentra la clave para vivir fielmente con una ansiedad que persiste: providencia. El Catecismo de Heidelberg define la providencia como el «poder todopoderoso y omnipresente de Dios por el cual Él sostiene y gobierna el cielo, la tierra y todas las criaturas como si estuvieran en Su mano […] y todas las cosas no nos vienen por azar, sino de Su mano paternal» (pregunta 27). Entonces, nuestra ansiedad no es por casualidad; no es un accidente. Viene de Su mano paternal. ¿Crees eso? Debemos hacerlo si queremos sofocar las garras del miedo que paraliza. Si se plantea y maneja adecuadamente, la ansiedad ofrece la oportunidad de cultivar la dependencia y la cálida comunión con el Dios de toda consolación (2 Cor 1:3-4). Richard Sibbes propone tiernamente: «Si consideramos de qué amor paternal vienen las aflicciones, cómo ellas no son solo moderadas sino que son endulzadas y santificadas al ser enviadas a nosotros, ¿cómo puede esto hacer otra cosa sino ministrar por medio del consuelo en las mayores y aparentes incomodidades?». Pablo cuenta su aflicción, un aguijón colocado en su carne que Dios se negó a quitar. En cambio, Él consoló a Su siervo: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, Pablo resolvió gloriarse gozosamente en sus debilidades: «Para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades […] porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12:7-10).

La dolorosa trampa providencialmente llevó a cabo la obra redentora del Señor en y a través del apóstol. Así también nuestras debilidades pueden llevarnos a sentir un mayor amor por el Salvador y un desagrado por las cosas de este mundo. Flavel ofreció esta esperanza al cristiano que siempre está ansioso y abatido: «La sabiduría de Dios ha ordenado esta aflicción sobre Su pueblo para fines y usos misericordiosos. Él la usa para hacerlos más tiernos; vigilantes, atentos y cuidadosos en sus caminos; a fin de que puedan evitar y escapar de tantos problemas como sea posible. Esta es una barrera para evitar que te desvíes. En las grandes pruebas, lo que parece ser una trampa podría ser una ventaja para ti». ¿Ansiedad ventajosa? ¿Cómo? Primero, Flavel continúa: «Las enfermedades del cuerpo y las angustias de la mente sirven para amargar las comodidades y los placeres de este mundo para ti. Hacen que la vida sea menos deseable para ti que para los demás. Hacen que la vida sea más pesada para ti que para otros que disfrutan más de su placer y dulzura». Además, ellos «pueden facilitar la muerte y hacer que tu separación de este mundo sea más fácil para ti. Tu vida es de poco valor para ti ahora, debido a la gravosa carga que arrastras detrás de ti. Dios sabe cómo usar estas cosas en el camino de Su providencia para tu gran ventaja». Segundo, la ansiedad nos impulsa a una comunión más cercana con Dios: «Cuantos mayores sean tus peligros, más frecuentes serán tus acercamientos a Él. Sientes que necesitas brazos eternos debajo de ti para soportar estos problemas más pequeños, que no son nada para otras personas». Tercero, como Pablo enseña, el Señor muestra Su poder a través de nuestras debilidades. Por lo tanto, Flavel concluye: «No dejes que esto te desanime. Las debilidades naturales podrían hacer que la muerte sea menos terrible. Podrían acercarte más a Dios y proporcionarte una oportunidad adecuada para la exhibición de Su gracia en tu momento de necesidad».

De manera contraintuitiva, replantear nuestra perspectiva de la ansiedad acosadora de una carga a una oportunidad apropiada es un gran avance para vivir libres de ansiedad. Cuantas más ansiedades vienen, más oportunidades tenemos de echarlas sobre Aquel que tiene cuidado de nosotros (1 Pe 5:7).

Juan Bunyan, habiendo admitido que «hasta el día de hoy» experimentó ansiedades del corazón, concluye su relato autobiográfico con una perspectiva curiosa:

Estas cosas las veo y siento continuamente, y con las que estoy afligido y oprimido; sin embargo, la sabiduría de Dios los ordena para mi bien. 1. Me hacen aborrecerme a mí mismo. 2. Me impiden confiar en mi corazón. 3. Me convencen de la insuficiencia de toda justicia inherente en mí. 4. Me muestran la necesidad de acudir a Jesús. 5. Me presionan para orar a Dios. 6. Me muestran la necesidad que tengo de velar y estar sobrio. 7. Y me llevan a mirar a Dios, a través de Cristo, para que me ayude, y me sostenga en este mundo.

Esperaríamos que el poderoso puritano inglés terminara su autobiografía con una palabra de triunfo y victoria. En cambio, ¿qué encontramos? El aguijón sigue ahí, pero también el Salvador.

Bunyan, como Lutero y Spurgeon, creía fervientemente que la sabiduría de Dios ordena nuestras aflicciones y debilidades para nuestro bien (Rom 8:28). Las ansiedades dolorosas le dieron una oportunidad adecuada de acudir a Jesús, quien se compadece de nuestras flaquezas (Heb 4:15), nos lleva en Sus brazos (Sal 28:9), y muestra Su gracia suficiente a través de nuestras debilidades (2 Cor 12:9).

Ya sea que la ansiedad sea un invitado ocasional o un compañero constante, no estamos solos en nuestra batalla. El Señor no abandonará Su herencia (Sal 94). Él está siempre presente con Su pueblo, trayendo consuelo a los abatidos y quebrantados de corazón (Sal 34:18). Animémonos unos a otros (1 Tes 5:11); estimulándonos unos a otros al amor y a las buenas obras (Heb 10:24); y llevando las cargas de los demás (Gal 6:2), recordándonos unos a otros que la batalla con el miedo, la ansiedad y la melancolía cesará. Hasta entonces, nos esforzamos por la gracia de Dios por ser fieles, templados y esperanzados, porque se acerca el día en que el hueco en el estómago producido por la ansiedad será un recuerdo lejano, y también lo serán los restos de la desconfianza pecaminosa. De hecho, las lágrimas, el dolor, el duelo y la noche misma ya no existirán (Ap 21:4; 22:5).

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Aaron L. Garriott
Aaron L. Garriott es editor principal de Tabletalk Magazine, profesor adjunto residente en la Reformation Bible College de Sanford, Fla., y graduado del Reformed Theological Seminary en Orlando, Fla.