Viviendo como una iglesia – Clase 8: El liderazgo de la iglesia

Viviendo como una iglesia

Por Capitol Hill Baptist Church (CHBC)

Clase 8: El liderazgo de la iglesia

  1. Introducción
    Hoy hablaremos acerca del liderazgo de la iglesia y, específicamente, acerca de la interacción entre el liderazgo y la congregación. Recordarás que hace unas semanas consideramos los oficios bíblicos de los ancianos y los diáconos. En esa clase, el énfasis recaía en la manera en la que Dios nos ha instruido acerca de la organización en la iglesia para su gloria y por nuestro bien. En contraste, la clase de hoy del tema del liderazgo aborda el lado personal del liderazgo de la iglesia. Concretamente, lo que nosotros, como miembros de la iglesia, podemos hacer para promover la unidad a través de nuestra sumisión y respaldo fiel para con el liderazgo. Mientras que al mismo tiempo hacemos nuestro trabajo como congregación para proteger a la iglesia de errores doctrinales graves.

Permíteme comenzar esta clase con la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos nosotros, como miembros de la iglesia, relacionarnos con nuestros ancianos en formas que promuevan la unidad y glorifiquen a Dios?

Hebreos 13:17 nos dice: «Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso». Estas son palabras fuertes: «obedeced», «sujetaos», especialmente en la cultura igualitaria e individualista de hoy.

Pero estas palabras no están allí solo para mantener el orden. Leemos que la sumisión en la iglesia es para nuestro provecho. A través de la sumisión podemos dar ejemplo de la humildad piadosa que debería caracterizarnos. Por medio de la sumisión mantenemos la unidad en medio de los desacuerdos, demostrando que nuestro llamado en Cristo es más importante que los choques de opinión. Finalmente, nuestra confianza o seguridad en quienes nos lideran es mucho más que una simple confianza en el hombre, porque hasta los mejores hombres caen. En cambio, se trata de una confianza en Cristo, que da líderes a su iglesia y trabaja a través de ellos para bendecirnos.

¿Quiere esto decir que debemos decir «sí» a todo? No, de hecho, en el Nuevo Testamento los miembros de la congregación, y no sus líderes, son los responsables de toda enseñanza antibíblica que se filtra en la iglesia. No, en el Nuevo Testamento, en realidad son los miembros de las congregaciones y no solo sus líderes quienes rinden cuentas por la enseñanza no bíblica en la iglesia. Confiar en el liderazgo no significa que debemos considerar las opiniones de nuestros ancianos como verdaderas sin vacilar. Como lo expresó un escritor: «La libertad cristiana se corrompe cuando los laicos se enamoran cada vez más de los decretos de los ancianos y de los mandamientos de los hombres» (Roger Beardmore, ed., Shepherding God’s Flock (Pastoreando el rebaño de Dios) (Harrisonburg, Va: Sprinkle Publications, n.d.) 105-6.).

Empezaremos considerando lo que podemos hacer positivamente para alentar el liderazgo de nuestra iglesia. Haciéndoles trabajar con alegría como leímos en Hebreos 13. Luego dedicaremos el resto de la clase a examinar cómo deberíamos responder cuando discrepamos con el liderazgo de nuestra iglesia. Así que, ¡comencemos!

  1. Haz que los líderes trabajen con alegría y sin quejarse
    Una de las mejores cosas que podemos hacer para promover la unidad en nuestra iglesia es ayudar a nuestros líderes a ver su trabajo como un deleite dado por Dios. Por supuesto, esto se complica por el hecho de que tanto nosotros como ellos, somos pecadores. Al reconocer todo eso, nuestro llamado en la Escritura como vimos hace unos minutos es: «Obedecerles para que trabajen con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso».

Nunca deberíamos subestimar la conexión entre la actitud de una congregación y la capacidad de sus líderes. Muchas situaciones infelices se resolverían si las congregaciones vieran a sus líderes como compañeros en el gran llamado de la iglesia para reflejar la gloria de Cristo y no como adversarios que vencer. Los líderes son seres humanos, que luchan con la indecisión. Pueden encontrar que las decisiones que deben tomar exceden su sabiduría y experiencia. Pueden luchar con la inseguridad. Pueden ser lastimados y desanimados en su trabajo por la ignorancia o la insensibilidad de los miembros de la iglesia. A menudo, suponemos implícitamente que nuestros líderes deben ser perfectos. Por lo que, cuando vemos señales de su imperfección, ya sea pecado, decisiones cuestionables o características irritantes, sentimos que podemos ridiculizar su liderazgo.

Recuerda que nosotros somos el objeto de la supervisión cuidadosa de los líderes. «Ellos velan por nuestras almas» (Hebreos13:17). Dios valora nuestras almas. Por tanto, él escoge líderes para advertirnos de los peligros espirituales. Así que, ¿cómo podemos ayudarles a cumplir con su labor? Aquí tienes algunas ideas. Como referencia, éstas están basadas en el libro de Wayne Mack y David Swavely llamado Life in the Father’s House: A Member’s Guide to the Local Church (La vida en casa del Padre: La guía de un miembro para la iglesia local).

A. Cree en Jesucristo y camina en obediencia
El primer punto es obvio, pero siempre vale la pena mencionarlo. Podemos alentar a nuestros líderes creyendo en el evangelio y caminando en obediencia a la Palabra de Dios. Piensa en la declaración de 3 Juan 4: «No tengo yo mayor gozo que éste, el oír que mis hijos andan en la verdad».

Da gozo ver la mano de Dios obrar en los miembros para conformarlos cada vez más a la imagen de Cristo. Da gozo ver al pueblo de Dios usar sus dones para la edificación del cuerpo. Da gozo ver a los miembros compartir el amor de Cristo entre sí. Da gozo ver a los santos perseverar en la fe en tiempos difíciles.

Por supuesto, ¿cómo podrán los líderes de la iglesia sentirse alentados por nuestro deleite y crecimiento en Cristo si no lo manifestamos? ¡Deja que los ancianos sepan lo que Cristo está haciendo en tu vida! Y cuando te pregunten cómo estás, diles. Lo que Cristo está haciendo en tu vida, y la forma en la que necesitas oración y consejo.

B. Cultiva y preserva la unidad en el cuerpo
Pablo escribió acerca de esto a los filipenses cuando dijo: «Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa» (Filipenses 2:1-2). Cuando los ancianos buscan candidatos para el diaconado, buscan a alguien que tenga un efecto «amortiguador» y esclarecedor en situaciones susceptibles. Y eso no es algo solo para los diáconos; es algo a lo que todos estamos llamados a hacer. Después de todo, como escribió Santiago: «Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz» (Santiago 3:18). Esa clase de congregación es de gran estimulo para sus líderes.

Ahora bien, ¿cómo podemos promover la unidad actuando como «amortiguadores»? De esto se ha tratado todo este seminario, por lo que algunas de estas sugerencias sonarán familiares. Pero es bueno refrescar nuestras mentes con estas cosas.

Primero, trata a los demás con amor. Recuerda lo que Pedro escribe: «Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados» (1 Pedro 4:8).
Segundo, y en ese mismo sentido, recuerda en medio del desacuerdo que aunque nuestras opiniones son temporales, las personas con quienes discrepamos son eternas. En medio de una discusión, ten cuidado de no tentar a un hermano o hermana a pecar enojado o con resentimiento.
Tercero, anima a otros a confiar en los líderes. Sí, los líderes no son perfectos. Pero aun así deberíamos inclinarnos hacia la confianza y no hacia el cinismo. Cuando alguien se nos acerca con una preocupación por la decisión de un líder de la iglesia, y nosotros sabemos el motivo de esa decisión, podemos explicarlo. Si no lo sabemos, o si una mejor explicación no alivia su inquietud, deberíamos sugerirle rotundamente que hable directamente con ese líder de la iglesia en vez de hacer que las cosas se agraven.
C. Ora por los líderes de la iglesia
En 2 Corintios 1:10-11, Pablo escribe: «En quien Cristo esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte; cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por medio de muchos». Este pasaje nos recuerda dos razones por las que debemos orar regularmente por los líderes de la iglesia. En primer lugar, ellos han recibido un deber formidable: actuar en su humanidad para pastorear una congregación de personas pecaminosas. Pero además, debemos orar por los líderes de la iglesia para que podamos regocijarnos y agradecer a Dios cuando nuestras oraciones sean contestadas. Entonces estaremos asombrados por su poder y experimentaremos la alegría que es nuestra en Cristo.

D. Expresa tu amor por ellos.
Más adelante en 2 Corintios, Pablo describe cómo esto lo hizo sentir. Dice: «Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra solicitud por mí, de manera que me regocijé aún más» (7:5-7).

Qué increíble giro el que Pablo describe aquí. De «ningún reposo tuvo nuestro cuerpo» a «me regocijé aún más». Considera el hecho de que tu ánimo podría ser el consuelo de Dios para un líder que está luchando con el desánimo. Y si no eres el tipo de persona efusiva que a menudo hace comentarios alentadores, tus palabras podrían hundirse incluso más profundamente.

E. Busca su consejo y acepta con gratitud su reprensión
El consejo de los líderes de la iglesia, solicitado o no, debería ser una parte valiosa de nuestras vidas. Parte de su trabajo como pastores es identificar y abordar los problemas en nuestras vidas antes de que se vuelvan dañinos. Dos comentarios al respecto: Primero, recuerda que para que su consejo o reprensión sea específico y bien concebido, nuestros líderes deben saber lo que sucede en nuestras vidas. Es un buen hábito asegurarnos de que al menos un líder de nuestra iglesia esté consciente de nuestras luchas, de futuras decisiones importantes y de lo que nos desanima. Así que, habla regularmente con los líderes de la iglesia, tanto con los ancianos como con los miembros del personal y los líderes de un grupo pequeño.

Y, por supuesto, ve la reprensión piadosa como una consideración cuidadosa. Como leemos en Proverbios 9:8: «No reprendas al escarnecedor; para que no te aborrezca. Corrige al sabio, y te amará».

Ora para que Dios nos ayude a crecer en la madurez de Cristo para que podamos reaccionar positivamente a la reprensión cuando se nos presente, y no de manera defensiva.

F. Cree lo mejor de su carácter y de sus decisiones
En 1 Tesalonicenses 5:12-13, Pablo escribe: «Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros».
Permíteme leerte un párrafo del libro que mencioné anteriormente de Mack y Swavely, ya que captura bien este punto de la Escritura.

«Aunque siempre somos propensos a darnos ‘el beneficio de la duda’, nuestra naturaleza pecaminosa siente la fuerte tendencia a ser desconfiada, escéptica e incluso cínica para con los demás. Esto es especialmente cierto con nuestros líderes. Muchos miembros desarrollan el hábito de disfrutar ‘quemar al pastor’ en su almuerzo, pero el amor bíblico según 1 Corintios 13:7: ‘Todo lo sufre, todo lo espera’. Un miembro amoroso supondrá lo mejor de sus líderes y confiará en ellos hasta que algunas palabras o acciones claras le hagan preocuparse legítimamente por su sabiduría o intenciones».

Debemos confiar en nuestros líderes si no hay razones claras para lo contrario. Y no deberíamos esforzarnos por suponer sus intenciones a no ser que exista un fin elemental para ello. Con mucha frecuencia, no nos molesta lo que se hace, sino el porqué se hace. Lo que, claro está, es totalmente presuntivo a menos que la persona nos diga por qué hizo algo.

A menudo, desconocemos el porqué de las decisiones que se toman. Es peligroso confiar demasiado en nuestra opinión de lo que debería haberse hecho, sin conversar con los líderes de la iglesia. Y es riesgoso suponer razones pecaminosas del porqué se hicieron las cosas. Solo Dios conoce el corazón del hombre, nunca deberíamos creer que nosotros conocemos sus motivos.

Este es el lugar apropiado para hablar de la crítica piadosa hacia los líderes de nuestra iglesia. Nuestros líderes son seres humanos. Son imperfectos como el resto de nosotros. Debemos recordar ser humildes, amorosos y amables al acercarnos a un líder con una crítica apropiada y constructiva. Debemos tener cuidado de no ser excesivamente críticos o directos con comentarios negativos con mucha frecuencia. Pero también deberíamos recordar que hay ocasiones en las que es necesario algo de crítica piadosa, y no deberíamos renunciar a nuestra responsabilidad en esta área. Recuerda esta sección de nuestro pacto congregacional: «Caminaremos juntos en amor fraternal, como miembros de la iglesia de Cristo; nos cuidaremos y supervisaremos en amor, nos amonestaremos y oraremos fielmente los unos por los otros según la ocasión lo amerite».

Aplica tanto para los líderes de la iglesia como para los miembros de la iglesia, ¿cierto? Debemos trabajar arduamente por cultivar una cultura en la que la crítica amorosa y considerada sea dada con prudencia y aceptada libremente. Recuerda Proverbios 25:11: «Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene».

Por tanto, seis formas en las que podemos obedecer el mandamiento bíblico de respetar a quienes nos sirven como líderes, especialmente los ancianos, y ayudarles a trabajar con alegría: (1) camina en obediencia a Cristo; (2) cultiva y preserva la unidad; (3) ora por los líderes de la iglesia; (4) expresa tu amor por ellos; (5) busca su consejo y acepta su reprensión, y (6) confía en su carácter y decisiones.

Y no puedo culminar esta sección sin señalar lo provechoso que es cuando el cuerpo de la iglesia hace esto. El cuidado y el amor que los miembros tienen por sus líderes es asombroso y evidente. ¡Alabado sea Dios por su gracia en eso!

  1. ¿Qué hacemos cuando no estamos de acuerdo?
    La segunda parte de nuestra clase es lo que deberíamos hacer cuando no estamos de acuerdo con los líderes de la iglesia. Permíteme decir desde el principio que hablaremos dentro de unas pocas semanas acerca de lo que debemos hacer cuando un anciano está en pecado.

Inevitablemente habrá veces para todos nosotros en la que los ancianos tomen decisiones con las que no estemos de acuerdo. Nuestra respuesta puede marcar la diferencia entre promover la unidad o fomentar el disentimiento.

Es posible que hayas visto un útil diagrama ser usado en nuestra iglesia antes, con un eje midiendo cuán clara es la respuesta a una pregunta en específico, y el otro midiendo su importancia. Está en tu folleto y me referiré a él el resto de nuestra discusión.

Comenzando en el cuadrante izquierdo superior, tenemos las cosas que están claras en la Escritura, pero que no son importantes. Honestamente, es difícil pensar en algo que encaje en esta categoría. Si Dios decide algo que es lo suficientemente importante como para que quede claro en la Biblia, deberíamos prestar atención.

Avanzando hacia el cuadrante izquierdo inferior, tenemos las cosas que no son importantes ni claras. Por ejemplo, ¿qué marca de fotocopiadora deberíamos comprar? ¿Cuánto debería durar nuestro tiempo de silencio luego de que culmina el servicio? Puede ser bueno tener discusiones sabias acerca de estos temas. Pero una iglesia haría bien en someterse a las decisiones de sus líderes, quienes probablemente están delegando muchas de estas preguntas al personal o a otros miembros de la iglesia. Si tienes algo qué decir acerca de esta clase de temas, hazlo, pero nunca de manera conflictiva.

Y ahora, en los dos cuadrantes derechos es donde las preguntas se ponen más desafiantes. ¿Qué pasa con los asuntos que son bastante importantes, pero nada claros? ¿Deberíamos reconocer a alguien como anciano o comprar una gran propiedad? Es en estas situaciones que la congregación debe escuchar cuidadosamente a los ancianos y darles el beneficio de la duda. Es por ello que Dios los ha puesto para guiarnos.

Ahora bien, eso no quiere decir que algunas de estas decisiones no sean difíciles de aceptar. Entonces, ¿cómo podemos discrepar de manera piadosa acerca de cosas que están lejos de estar claras, pero cuyas implicaciones son importantes para nosotros como iglesia? Aquí tienes algunas sugerencias:

Primero, debemos reconocer que tenemos un importante rol que desempeñar, y es informar a los ancianos. Los ancianos no siempre están conscientes de todas las necesidades de la iglesia ni están perfectamente informados. Como iglesia, creemos en esto tan fuertemente que hemos escrito en nuestra constitución la norma de que ningún miembro de la iglesia puede hablar públicamente contra un anciano o contra un candidato a diácono a no ser que haya hablado antes con un anciano. La razón para esto NO es que los ancianos tratan de controlar tu voto. Se debe simplemente a que si existe una razón por la que estás en contra de la nominación de esta persona, podría ser una buena razón para que los ancianos reconsideren su decisión.

Por tanto, puedes desempeñar un rol útil al informar a los ancianos. Pero luego deberíamos confiar en lo que ellos decidan hacer con esa información.

Segundo, si no estás de acuerdo con una decisión hecha por el liderazgo, siéntate y habla con ellos para entender su razonamiento. Los ancianos están dispuestos a hacerlo. Ellos ven su cuidado espiritual por la congregación como su máximo deber en la iglesia. Así que, date le oportunidad de ser persuadido por ellos, y abordar el asunto con un espíritu enseñable.

Tal vez te preguntes, ¿qué pasa si me siento intimidado por los ancianos? ¿Cómo puedo participar en esta clase de conversación? Bueno, a la larga, puedes contradecir ese sentimiento conociendo mejor a los líderes. A corto plazo, es probable que de todos modos debas hablar con ellos acerca de tu inquietud, aunque a veces tener una conversación primero con otro líder de la iglesia, como el líder de tu grupo pequeño, puede ser sabio.

Incluso si luego de hablar con los ancianos sigues discrepando acerca de un asunto en esta categoría, está bien. No todos los cristianos pensarán siempre del mismo modo. Puedes confiar en ellos y no discrepar al mismo tiempo. Aquí es donde realmente la teoría se pone a prueba en relación con Hebreos 13:17. Una cosa es obedecer a los ancianos cuando estás entusiasmado y crees que tienen una excelente idea. Otra cosa es sujetarte a ellos cuando no estás de acuerdo con su decisión. En el segundo caso, nos sujetamos porque actuamos en fe. Por fe confiamos en que Cristo nos gobierna por su Palabra y Espíritu y a través de sus líderes.

Y en este punto, solo déjame decir que esto es lo que los ancianos están llamados a hacer cuando discrepan entre sí. Están llamados a someterse a la mayoría de los obispos. Habrá un tiempo en el que cada anciano pertenecerá a la minoría en una votación acerca de un determinado tema. En esas circunstancias, ese anciano está llamado a sujetarse a la mayoría, confiando en que Dios está obrando a través los otros ancianos en la votación. Así que, si uno de los ancianos sale perdiendo en una votación, tiene que dejarlo pasar. No debe buscar apoyo moral luego de la votación ni guardar rencor porque el resto del equipo no compartió su punto de vista. Nuestros ancianos hacen lo mejor para ser un ejemplo de sumisión para la congregación.

Tercero, cuida cómo discutes este asunto con otros. Para los temas en esta categoría de importante, pero incierto, nuestra unidad como iglesia glorificará más a Cristo que el tomar decisiones óptimas. No vayas a espaldas de los ancianos, buscando el apoyo de la congregación, para tratar de derrocar su decisión. No te burles de la decisión de los ancianos al conversar con otros, y corras el riesgo de hacer que sea más difícil para ellos confiar en sus líderes. Y sí hablas acerca de tu posición en una reunión de miembros, hazlo con gracia, bondad y humildad. ¿Cuántas veces hemos escuchado acerca de reuniones de los miembros en las iglesias que terminan en gritos y sentimientos de dolor y enojo?

Finalmente, cuando otros intenten menospreciar al liderazgo al conversar contigo, explícales que deberían hablar con los ancianos directamente si tienen una preocupación. Que hay buenas y malas maneras de criticar esas decisiones.

Ahora, consideremos la última categoría en la matriz donde los asuntos son claros y también importantes. Aquí es donde la congregación se convierte en el respaldo final contra las malas decisiones hechas por los ancianos. Es en estos temas de disciplina y doctrina en los que los apóstoles apelan en el Nuevo Testamento a la iglesia para que actúe. ¿La iglesia en Corinto continuaría aceptando en su comunión a un hombre en grave pecado? ¿Las iglesias de Galacia cambiarían los requisitos del evangelio? Aquí la congregación debe actuar. En este punto, la reputación de Cristo será mejor servida si nos apegamos a la respuesta correcta en lugar de a la unidad visible. Pero incluso aquí las preguntas abundan. ¿Cómo se llevaría a cabo esta acción? ¿Y cómo podemos cumplir nuestro rol bíblico como congregación mientras cuidamos gentilmente la reputación de Cristo entre nosotros y las almas de aquellos con quienes no estamos de acuerdo?

La manera en la que esto sucedería es que la congregación votaría a favor de la moción en cuestión por parte de los ancianos, de nuevo si esa moción es claramente antibíblica. En algunas situaciones, también deberían pedir la renuncia de los ancianos. Pero a lo largo de esto, una iglesia debe tener varias cosas en mente.

Primero, una iglesia no es un lugar para campañas y escrutinios secretos. Si un miembro de la congregación siente que los ancianos están cruzando la línea en temas de disciplina o doctrina, él o ella debe ser franco con los ancianos. Incluso al hablar con otros miembros de la iglesia sobre el mejor curso de acción.

Segundo, si existe un problema en esta categoría en la que los ancianos defienden una posición no bíblica, este es un buen momento para buscar el consejo de líderes piadosos de otras iglesias. Preferiblemente aquellos que conozcan bien a la iglesia y a sus líderes. Simplemente el hecho de que la congregación es la autoridad final en asuntos de disciplina y doctrina, de ninguna manera insinúa que no deberían buscar el consejo piadoso en ninguna otra parte.

Tercero, debemos tener mucho cuidado para proteger el nombre de Cristo en medio de lo que bien puede ser un desacuerdo desgarrador. A veces lees una historia en el periódico de que miembros de una iglesia han contactado medios externos por un desacuerdo en su iglesia, probablemente para reunir apoyo y ejercer presión sobre sus oponentes. Qué espantoso. Qué mundano. El apóstol Pablo arremetió contra la iglesia en Corinto por llevar los desacuerdos entre los miembros de la iglesia ante un tribunal civil. Imagínate cómo habría reaccionado ante la trompeta del desacuerdo de toda una iglesia ante el mundo en general. Sin embargo, lo más importante es pensar en cómo Dios ve estas tácticas. La reputación de Cristo debe dominar nuestras mentes. No debemos tomar medidas ni decir algo, independientemente de las circunstancias, que podría llegar a difamar el nombre de Cristo ante los ojos del mundo que nos rodea. Aún más que la unidad de nuestra iglesia, Cristo debe ser nuestro gozo y nuestro tesoro.

Al ver esta última categoría de desacuerdo, oro para que nuestra iglesia nunca tenga que recorrer un camino tan difícil. Pero si ese día llegara, esperemos de la increíble manera en que nos ha perseverado como cuerpo a través de tres siglos diferentes. Y alegrémonos de que los propósitos de Dios triunfan independientemente de nuestro comportamiento.

  1. Conclusión
    Cerraré con las palabras de un pastor anciano, Edward Griffin, hablando a su iglesia acerca de su jubilación. Estas son palabras que haríamos bien en prestar atención a todos aquellos que Dios nos ha dado como líderes.

«Por tu propio bien, y por el bien de tus hijos, cuida y respeta a quien has elegido para que sea tu pastor. Él ya te ama; y pronto te amará como ‘hueso de su hueso y carne de su carne’. Será igualmente tu deber y tu interés hacer que su trabajo sea lo más agradable posible para él. No exijas demasiado. No demandes visitas demasiado frecuentes. Si pasara, de esta manera, la mitad del tiempo que algunos exigen, deberá descuidar por completo sus estudios, si no se hunde antes bajo la carga. No le reportes todas las cosas desagradables que puedan decir en su contra; ni insinúes constantemente, en su presencia, oposición. Aunque es un ministro de Cristo, considera que tiene los sentimientos de un hombre». Que así podamos glorificar a Cristo a través del cuidado de nuestros líderes.

Viviendo como una iglesia – Clase 4: La predicación y la oración

Viviendo como una iglesia

Por Capitol Hill Baptist Church (CHBC)

Clase 4: La predicación y la oración

1.Introducción
La vida de nuestra iglesia debe ser evidentemente sobrenatural. Es decir, cuando las personas dan un vistazo a nuestra iglesia, deberían ver la profundidad y la amplitud de nuestras relaciones, algo que va más allá de lo que pueden explicar solo a través de medios naturales.

Dios ha revelado sus medios normales para hacer lo sobrenatural. En particular, el día de hoy queremos considerar los medios sobrenaturales de Dios para edificar su iglesia por medio de la oración y la predicación.

La predicación es uno de los medios normales de la gracia sobrenatural. Piensa en Romanos 10:17: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios». El amor sobrenatural es resultado de la fe sobrenatural, ¿cierto? La predicación es el medio ordinario mediante el cual Dios otorga el don sobrenatural de la fe a su pueblo.

A continuación, como ya mencioné, el otro medio de la gracia que queremos estudiar es la oración. Jesús nos dijo en Juan 14:13: «Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré». Por tanto, otra manera de ver a Dios obrar sobrenaturalmente en nuestras congregaciones es acercándonos a él en oración sabiendo que en Cristo, Dios escuchará nuestra alabanza, nuestra confesión, nuestro agradecimiento y nuestras súplicas.

Durante el resto de nuestro tiempo quiero que examinemos cada uno de estos medios individualmente. ¿Cómo podemos ser parte de una comunidad en la iglesia con una unidad sobrenatural? Principalmente, escuchando la Palabra de Dios y orando. Comenzaremos con la Palabra de Dios.

  1. La predicación

A. La predicación importa
El hecho de que la predicación es el medio de Dios para llevar a cabo lo sobrenatural no debería sorprendernos. Al fin y al cabo, Dios siempre ha creado a su pueblo con su palabra. En el principio Dios creó todas las cosas por el poder de su palabra. Dios creó al pueblo de Israel por la palabra de su ley en el monte Sinaí. Dios da vida por medio de su palabra, por ejemplo; la visión de Ezequiel de un valle de huesos secos. Allí leemos:

«Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso… Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo» (Ezequiel 37:7, 10).

Imagina a un hombre hablando a huesos secos para que cobraran vida.

La palabra de Dios, hablada a través del profeta Ezequiel, es lo que trae a su pueblo a la vida. Esto es exactamente lo que vemos en el Nuevo Testamento. Jesús, la palabra de Dios hecha carne, enseñó al pueblo de Dios. Es la predicación del evangelio por parte del apóstol Pedro en Hechos 2 lo que primero enciende a la iglesia, y es la enseñanza fiel de los apóstoles la que la sostiene.

La Palabra de Dios es fundamental para la identidad de su pueblo. El cristianismo se trata primariamente de una experiencia espiritual, o de una comunidad cordial o de actos de servicio, aunque ciertamente implica estas cosas. Se trata antes que nada de un mensaje que puede ser respaldado en base a hechos históricos: «que Cristo fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras, y que apareció a Cefas, y después a los doce» (1 Corintios 15:4-5). Esta es la buena noticia: el evangelio. Y predicar ese mensaje es la fuente de nuestra vida como iglesia y de la vida eterna para cada uno de nosotros.

B. Específicamente la predicación expositiva
Puedes predicar y ver que nada sobrenatural acontece. No toda predicación es fiel. Y no todas las personas son oyentes fieles. Solo piensa en toda esa gente que escuchó a Jesús en persona, y después se alejó sin ningún cambio en sus vidas. Por tanto, primero quiero hablar acerca de qué clase de predicación debería verse como normal, y luego qué sucede cuando esa predicación se cruza con la comunidad del pueblo de Dios.

¿Qué clase de predicación creará sobrenaturalmente al pueblo de Dios de la nada? En una palabra, la predicación que es expositiva. Aquella que nos «expone» un pasaje de la Escritura. Cuando decimos que un sermón es «expositivo», queremos decir que está diseñado para explicar un pasaje en particular de la Palabra, de manera que la enseñanza principal del sermón es la enseñanza principal del pasaje.

La alternativa es lo que las personas llaman la predicación «temática», en la cual el predicador determina la enseñanza principal que quiere comunicar, y puede usar o no la enseñanza principal del pasaje bíblico para apoyar ese punto. La predicación temática no es de ninguna manera mala, tenemos sermones temáticos en esta iglesia, ¡nuestro pastor Mark predicó un sermón temático esta mañana! Sin embargo, un programa de predicación que es predominantemente expositivo hará que una congregación crezca mejor y con resultados más duraderos. ¿Por qué? Porque cuando un predicador enseña expositivamente, avanzando a través de sucesivos pasajes de la Escritura semana tras semana, la congregación entiende mejor la Escritura en su contexto general.

Permíteme explicar esto dando tres ventajas específicas de la predicación expositiva:

– Cuando el pastor predica una serie de pasajes, fundamentando cada sermón en la enseñanza principal de un pasaje de la Escritura (en lugar de un tema), la palabra de Dios marca la pauta para el sermón. En lo práctico, la predicación expositiva obliga al predicador a abordar versículos que puedan incomodarle o que no encajan tan claramente con su teología.

– La predicación expositiva es una mejor forma de enseñar la Biblia. Cuando el pastor predica un pasaje de la Escritura en contexto, tomando la enseñanza del pasaje como la enseñanza del mensaje, él y la congregación a menudo escuchan cosas de parte de Dios que desconocían cuando el pastor empezó a estudiar el pasaje.

– Y tercero, la predicación expositiva le enseña a los miembros de la congregación cómo leer y estudiar la Biblia por sí mismos. Cuando el sermón semana tras semana enseña a la iglesia a ser expositores y aplicadores fieles de la Palabra de Dios, la Biblia se filtrará en cada aspecto de la vida en comunidad.

C. Predicación = La Palabra de Dios + el pueblo de Dios

Pero si solo nos detenemos allí, aun no habremos trazado todo lo que la predicación hace en la iglesia. Porque predicar no consiste solo en exponer la Palabra de Dios; consiste en exponer la Palabra de Dios al pueblo de Dios. Así que, ¿qué ocurre cuando la Palabra de Dios se topa con el pueblo de Dios? He aquí tres cosas a considerar.

– La aplicación
Más obviamente, aplicamos la Palabra de Dios. Considera el peso de la responsabilidad que descansa sobre nuestros hombros, los que tenemos el privilegio escuchar predicaciones centradas en el evangelio cada semana. Oro para que en el Último Día nosotros en esta iglesia veamos el fruto de dicha predicación en nuestras vidas.

Hay algunas cosas que podemos hacer para aplicar mejor los sermones. Podemos leer el mensaje en nuestros tiempos devocionales. Podemos orar por el predicador y por nuestra aplicación. Podemos tomar notas.

Pero incluso por encima de esas cosas, deberíamos meditar sobre la aplicación del sermón como un esfuerzo colectivo en vez de uno individual.
Una buena pregunta a considerar es: ¿Trabajas de manera fiel y humilde para ayudar a aplicar la verdad que recibiste en las vidas de tus hermanos y hermanas en Cristo? ¿Conocen tu vida lo suficientemente bien, y conoces tú las suyas, que puedes ayudarles a aplicar un sermón de una forma que quizá ellos no hayan pensado? Aquí tienes algunas ideas de cómo podrías hacer esto: (1) habla después del servicio/en el almuerzo acerca del sermón; (2) desarrolla puntos de aplicación en un grupo pequeño; (3) en relaciones de discipulado; (4) en devocionales familiares. (5) En lugar de intentar recordar páginas de apuntes de cada sermón, escoge una o dos cosas cada semana que aplicarás en oración a tu vida, y habla con otras personas al respecto. Dios nos da un banquete todas las semanas. Pongámoslo en práctica.

– La contextualización
Pero eso no es lo único que ocurre cuando la predicación se lleva a cabo en el contexto de la comunidad. La Palabra se aplica a necesidades específicas de nuestra congregación; a nuestros defectos; a la forma en la que Dios se ha estado moviendo entre nosotros; con nuestra demografía particular en mente.

– La autoridad
La predicación en una iglesia debería explicar, interpretar y aplicar la Escritura. Así que en cierto sentido su autoridad descansa sobre la Escritura. Pero sabemos que como seres humanos pecaminosos, podemos fallar en explicar e interpretar la infalible Palabra de Dios. La predicación va más allá de eso. Verás, la predicación en la iglesia está respaldada por el testimonio unánime de toda una comunidad de cristianos, cada uno con sus propios pecados, pero cada uno habitado por el Espíritu vivificador de Dios. Cuando la iglesia funciona como debería, entonces las palabras predicadas un domingo por la mañana son confirmadas tácitamente por los Ancianos, y finalmente por la congregación en general. Si un predicador comenzara a predicar lo que la iglesia considera contrario a la Escritura, entonces los miembros tienen el deber de actuar.

Mark lo ha dicho muchas veces: «Si comienzo a predicar un evangelio diferente, despídanme».

La congregación es la autoridad final en dichos asuntos doctrinales, vemos eso claramente en Gálatas 1 cuando Pablo demanda a la iglesia en general el exigir una verdadera predicación, y lo vemos puesto de forma negativa en 2 Timoteo 4:3, cuando Pablo advierte a Timoteo que algunos pueden empezar a exigir enseñanzas falsas, y así podemos tener gran confianza en la verdad de lo que escuchamos predicado en una iglesia sana porque está respaldada por el testimonio de una comunidad de cristianos. Mientras más conoces a la comunidad de una iglesia, más puedes confiar en su predicación. Una buena predicación producirá una buena comunidad.

Podemos ser parte de la comunidad sobrenatural de la iglesia local por medio de la predicación, cuando escuchamos un buen sermón, lo aplicamos a nosotros y a otros, y apoyamos la predicación correcta. Pero también sucede a través de la oración, que es el siguiente punto para el resto de nuestro tiempo juntos.

  1. La oración
    Quiero usar el resto de nuestro tiempo para pensar acerca de la oración en lo que se refiere a la iglesia local.

Creo que todos entendemos que la oración es importante. Pero cuando reflexionamos sobre la oración, lo primero que nos llega a la mente, al menos en mi caso, es la oración privada. No obstante, la Biblia también llama muy claramente a los cristianos a orar juntos. Piensa en la oración del Padre Nuestro que Jesús nos da en Mateo 6:

«Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal».

Cuando Jesús nos dio un modelo para la oración, lo hizo de una forma que la encomienda incluso más para nuestro tiempo juntos como cuerpo que para nuestro uso privado. Una de las principales maneras en las que podemos orar como congregación es cuando nos reunimos como iglesia. Así que empecemos examinando por qué la oración congregacional es tan importante.

A. ¿Por qué es importante la oración corporativa?

– Dios usa nuestra oración juntos para hacer avanzar su reino.
Oramos juntos porque, sencillamente, tenemos que hacerlo. Oramos por necesidad, porque necesitamos que Dios actúe. Así como lo vemos en el libro de Hechos. Allí, la iglesia primitiva tuvo una serie de obstáculos que vencer, incluyendo la persecución, pero continuó expandiéndose. En varias ocasiones vemos que cuando la iglesia enfrentaba persecución, se reunía para orar. Así, en Hechos 4, leemos que Pedro y Juan salieron de la cárcel y la iglesia se reunió para escuchar su informe. Creerías que con sus líderes en prisión, las personas orarían por su cuenta en lugar de arriesgarse a reunirse. Pero la oración corporativa era lo suficientemente importante que los creyentes se reunían para orar juntos, alabar a Dios por su soberanía y pedirle valentía ante las amenazas. Lucas nos dice: «Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios» (Hechos 4:31).

Y esto no se limita a las circunstancias particulares de la iglesia primitiva. A lo largo de la historia hemos visto la obra de Dios especialmente activa cuando su pueblo se reúne para orar.

– Dios se glorifica a través de la unidad de nuestra oración.
Como hemos escuchado en clases anteriores, la unidad entre el pueblo de Dios da gloria a Dios. Esa es la razón por la que en Efesios, capítulo 4, Pablo llama a toda la iglesia a mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Orar juntos es una manera de cumplir este mandamiento al congregarnos visiblemente como el pueblo de Dios para orar.

La unidad que demostramos cuando buscamos a Dios juntos en oración es particularmente extraordinaria.

Dos cosas a observar en particular: (a) orar juntos es un medio de la gracia de Dios en el cual crecemos espiritualmente cuando escuchamos a otros comprometerse con la oración; y (b) la oración corporativa también puede servir como un testimonio poderoso para los no cristianos que ven el amor y el compromiso que los cristianos tienen entre sí en sus oraciones.

– La oración corporativa nos une.
La oración corporativa no solo se beneficia de nuestra unidad; en realidad nos ayuda a crear la unidad. Cuando oramos juntos, estamos, de cierto modo, dejando atrás nuestros deseos egoístas y nos enfocamos en Dios y en los demás. Así, por ejemplo, los domingos por la noche, oramos unos a otros de varias formas: agradecemos a Dios por su gracia en la vida de las personas; oramos por la salud física de otros; por su bienestar espiritual; oramos por sus ministerios, etc. Tanto orar por otros, como escuchar a otros orar por nosotros, naturalmente nos acerca más a medida que aprendemos más unos de otros y, al sentir el efecto de esas oraciones en la obra hecha por el Espíritu Santo. Escucharás a personas describir el servicio de oración como nuestro tiempo familiar. Y una razón fundamental por la que esta descripción es que tenemos ese tiempo de oración unida juntos.

Aquí tienes una idea de cómo podemos respaldar esa unidad: considera si hay peticiones de oración o testimonios acerca de la gracia de Dios que podrías compartir con la congregación que podría acercarnos y ayudarnos como cuerpo a maravillarnos ante el poder y la misericordia de nuestro Dos. Piensa en la oración corporativa como un servicio a esta congregación. Para algunos de nosotros, eso podría sentirse un poco extraño. Somos personas bastante privadas que pensamos que si otras personas oran por nosotros eso sería una carga. No obstante, la Biblia no ve las cosas de esta manera. Hay un pasaje grandioso en 2 Corintios 1 en el que Pablo comparte una situación particularmente difícil.

«Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aun nos librará, de tan gran muerte; cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por medio de muchos» (2 Corintios 1:8-11).

Ese último versículo da en el clavo: «para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por medio de muchos». ¿Era una carga para estos creyentes orar por Pablo? Absolutamente no. Era una bendición animarlo y compartir el gozo de su continua liberación en Dios. ¿Qué hubiese pasado si Pablo hubiese decidido que sus problemas eran una molestia para la iglesia? Deberíamos agradecer a Dios que no lo hizo.

Por tanto, piensa cómo puedes compartir tus necesidades con otros para que puedan acercarse como creyentes y ser alentados por la increíble obra de Dios. ¿Estás luchando con tu fe? ¿Estás luchando en el trabajo? ¿Estás luchando en tu matrimonio? ¿Estás luchando con la evangelización? Recuerdo que cuando un hermano en esta iglesia compartió un domingo por la noche que estaba batallando con su fe en Dios, su honestidad fue un buen ejemplo para nosotros, y cuando la iglesia lo cubrió en oración, fuimos capaces de alabar a Dios mientras nuestras oraciones eran contestadas. Deja que otros te acerquen a nuestro Señor en oración. Es un privilegio para ellos.

– La oración corporativa nos enseña cómo orar
Me pregunto si alguna vez has notado que nuestros servicios por la mañana siguen el mismo esquema que muchos cristianos usan en sus tiempos devocionales. Siguen el camino del evangelio: vemos la santidad de Dios, nuestro pecado, la obra de Cristo en la cruz y nuestra respuesta. Y nuestra oración corporativa sigue el modelo CASA: Confesión, Adoración, Súplica y Agradecimiento, aunque no siempre en ese orden. ¿Por qué? Porque oramos juntos en parte para enseñarnos cómo orar. Permíteme que explique a lo que me refiero.

Es una buena disciplina solo enfocarnos en alabarle. Por lo que nuestras oraciones de alabanza nos enseñan qué significa centrar nuestra mirada únicamente en la hermosura de Dios y deleitarnos en él. Asimismo, la confesión es incómoda, y rápidamente pasamos a pedirle a Dios que nos cambie. Pero cuando hacemos eso, perdemos la oportunidad de explorar nuestros corazones y reconocer lo que realmente hay allí. Tener un tiempo extendido solo para confesar el pecado hace que la seguridad del perdón que leemos en la Biblia, y el cántico que entonamos en respuesta, sea mucho más alegre. Y también podemos aprender de las oraciones de súplica y agradecimiento. En la oración de súplica, por ejemplo, Mark orará por mucho más que solo nuestras necesidades, que es donde sentimos la tentación de enfocarnos. Él ora por nuestro gobierno, por la iglesia perseguida, por las misiones, por la evangelización, por nuestra iglesia, y termina orando por los puntos de su sermón. Si lo sigues cuidadosamente mientras somos guiados en oración, espero que eso mejore tu propia vida de oración.

– Ora por tu iglesia
Antes de culminar nuestro tiempo juntos, permíteme darte algunas consideraciones de cómo puedes orar diariamente por tu iglesia. Espero que a medida que estas cosas se vuelvan parte de tu rutina diaria, veas grandes cosas suceder en tu iglesia.

– Ora por el predicador.
Piensa en Pablo al escribirle a los efesios: «[Oren] por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar» (Efesios 6:19-20). Si el gran apóstol Pablo necesitó que oraran por él para predicar, ciertamente nuestros predicadores también lo necesitan.

– Ora por el directorio de membresía.
Sé que has escuchado esto antes. Y sé que implica orar por muchas personas que no conoces. Pero la buena noticia es que al orar por ellos, los conocerás más rápido. Y así como Pablo oró por los cristianos en Roma que nunca llegó a conocer, orar diariamente por personas con las que no tienes una conexión en particular solo porque son miembros de tu iglesia, honra a Dios maravillosamente.

– Ora por tu iglesia como un todo.
La cultura de nuestra iglesia está conformada por los hábitos, expectativas y comportamientos que llegan a caracterizarla como iglesia. Es posible que hayas notado que Mark hace que oremos por muchas cosas diferentes los domingos por la noche, como orar para que podamos tener una unidad verdadera en nuestra diversidad. Para que podamos entablar relaciones trasparentes entre nosotros, para que podamos ver la hospitalidad como una parte importante de seguir a Cristo. Todo esto en base a una lista que elaboré hace algunos años en mi esfuerzo por capturar las diferencias de la cultura que Dios ha edificado en nuestra iglesia.

  1. Conclusión
    ¿De qué manera esperamos que lo sobrenatural obre en nuestra iglesia? Celebramos la predicación regular de la Palabra de Dios, y oramos. Esos son los medios que Dios usa naturalmente para hacer lo que es sobrenatural. Sus medios normales de gracia.

Cerremos en oración.

¿Qué decir de la libertad humana? | R.C.Sproul

¿Qué decir de la libertad humana?

R.C.Sproul

En un capítulo anterior, consideramos brevemente la provocativa primera línea del capítulo “Del decreto eterno de Dios” de la Confesión de Westminster, que dice: “Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordeno libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado, ni hace violencia al libre albedrío de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece”. Los teólogos que participaron en la redacción de esa declaración doctrinal tuvieron la precaución de decir que aunque creemos en un Dios que gobierna todas las cosas y ordena todo lo que sucede, él no ejerce su gobierno soberano y providencial de una forma que destruya lo que llamamos libertad humana o volición humana. Más bien las decisiones humanas y las acciones humanas son parte del plan providencial general de las cosas, y Dios lleva a cabo su voluntad mediante las decisiones libres de agentes morales. El hecho de que nuestras decisiones libres concuerden con este plan global de ningún modo aminora la realidad de esa libertad.
Con todo, la pregunta sobre cómo se corresponden nuestras decisiones libres con la soberana providencia de Dios es una de las preguntas más terriblemente difíciles con las que luchamos en teología. Hace años, entré en una discusión con un profesor de la Universidad Carnegie Mellon. En ese entonces, él enseñaba en el departamento de física, y era en cierto modo hostil hacia la teología, a la que consideraba más o menos como una seudo-ciencia. Él dijo: “En el centro mismo de su sistema de creencias hay cosas que son simplemente indefinibles”. Cuando le pedí que diera algunos ejemplos, dijo: “Dios. ¿Qué es más básico para la teología que Dios? Y no obstante, cualquier cosa que se pueda decir sobre Dios a fin de cuentas es imprecisa”. Yo le respondí: “Nuestra primera doctrina sobre Dios es lo que llamamos ‘la inabarcabilidad de Dios’, que ningún concepto puede describirlo en forma exhaustiva. Pero eso no significa que las afirmaciones que hacemos acerca de él sean totalmente inadecuadas. Seguramente tú podrás entender nuestra lucha en la ciencia de la teología, porque en física ustedes tienen que enfrentar el mismo problema”. Él negó que los físicos tuvieran un problema de ese tipo, y me pidió que me explicara. Yo le dije: “¿Qué es la energía? ¿Qué tan básica es la energía para la física moderna?”. Él dijo: “Yo puedo responder esa pregunta: la energía es la capacidad de hacer un trabajo”. Yo le dije: “No, no te estoy preguntando qué puede hacer la energía. Estoy preguntando qué es”. Él dijo: “Bueno, energía es MC2”. Le respondí: “No, no quiero su equivalencia matemática. Quiero su estructura ontológica”. Finalmente suspiró y dijo: “Ahora te estoy entendiendo”.
Es una tendencia humana pensar que podemos resolver un misterio metafísico poniéndole un nombre o dándole una definición. No existe nadie, al menos nadie de quien tenga conocimiento, que comprenda la gravedad. Asimismo, no conozco a ningún científico que ya haya respondido la más antigua y desconcertante pregunta filosófica y científica: “¿Qué es el movimiento?” Ponerle una etiqueta a algo o asignarle un término técnico no lo explica en su totalidad.

LA DOCTRINA DE LA CONCURRENCIA
He abordado este complicado punto porque tenemos una palabra para la relación entre la soberana providencia divina y la libertad humana, pero aunque creo que es una palabra útil, es meramente descriptiva; no explica cómo armonizan las acciones humanas con la providencia divina. La palabra es concurrencia. La concurrencia se refiere a las acciones de dos o más partes que ocurren al mismo tiempo. Una serie de acciones ocurre con otra serie, y sucede que estas se entrelazan o convergen en la historia. Por lo tanto, la doctrina cristiana de la relación entre la soberanía de Dios y los actos volitivos humanos se llama la doctrina de la concurrencia. Como puedes ver, la palabra “concurrencia” simplemente designa este proceso, pero no lo explica.
Yo creo que una de las mejores ilustraciones de la concurrencia se encuentra en el Antiguo Testamento en el libro de Job. Este libro es presentado como una especie de drama, y la escena de apertura acontece en el cielo. Satanás entró en escena después de recorrer toda la tierra, sondeando el desempeño de hombres supuestamente devotos de Dios. Dios le preguntó a Satanás: “¿Y no has pensado en mi siervo Job? ¿Acaso has visto alguien con una conducta tan intachable como él? ¡No le hace ningún mal a nadie, y es temeroso de Dios!” (1:8). Desde luego, Satanás era escéptico. Él le dijo a Dios: “¿Y acaso Job teme a Dios sin recibir nada a cambio? ¿Acaso no lo proteges, a él y a su familia, y a todo lo que tiene? Tú bendices todo lo que hace, y aumentas sus riquezas en esta tierra.” (vv. 9b–10). Las preguntas de Satanás implicaban que Job era fiel y leal a su Creador solo por causa de lo que recibía de Dios. Así que Satanás desafió a Dios: “Pero pon tu mano sobre todo lo que tiene, y verás cómo blasfema contra ti, y en tu propia cara” (v. 11). Así que Dios le dio permiso a Satanás para que atacara todas las posesiones de Job y, más tarde, la salud de Job.
¿Cómo llevó a cabo Satanás su ataque contra Job? Se nos relata que, entre otros sucesos, los caldeos se llevaron los camellos de Job (v. 17). Así que en este robo había tres agentes involucrados: los caldeos, Satanás, y Dios. Consideremos a estos tres agentes uno por uno.
Algunos estudiosos, enfocándose en la maliciosa intención de Satanás, concluyen que los caldeos eran hombres justos que respetaban a Job, pero fuerzas demoniacas bajo el control de Satanás los indujeron a robar lo camellos de Job. Ellos no habían pensado en robarle a Job hasta que Satanás puso la idea en sus mentes. Pero la Escritura nunca afirma algo así. La verdad es que los caldeos fueron ladrones de camellos desde el principio. Tenían una ira envidiosa, avarienta y celosa contra Job, y lo único que los había mantenido alejados del corral de Job durante años era la el cerco protector que Dios había puesto alrededor de Job. Sin embargo, cuando se presentó la oportunidad, estuvieron más que felices de llevarse los camellos de Job.
A Satanás no le interesaba ver a los caldeos llevarse algunos camellos gratis. Su objetivo en este drama era obligar a Job a maldecir a Dios. Él estaba actuando con malicia y malevolencia para derrocar la autoridad y la majestad de Dios. Él esperaba que el robo de los camellos de Job por parte de los caldeos fuera un paso hacia ese objetivo. Así que había concordancia de propósito entre los caldeos y Satanás.
Sin embargo, había un pleno desacuerdo entre los propósitos de los caldeos y Satanás y el propósito de Dios. Sobre la base de lo que hemos aprendido hasta aquí acerca de la providencia, podemos concluir con seguridad que Dios ordenó que los camellos de Job fueran robados. Ese era el plan providencial de Dios. Pero el propósito de Dios era vindicar a Job de la injusta acusación de Satanás, así como de vindicar su propia santidad.
¿Era un propósito legítimo que Dios vindicara a Job? ¿Era un propósito legítimo que Dios vindicara su propia santidad? No estoy diciendo que el fin justifique los medios, pero los propósitos y designios de Dios tienen que ser considerados en nuestra evaluación de este drama. Dios no pecó contra Job. La justicia no exigía que Dios impidiera que alguna vez Job perdiera sus camellos. Recordemos que Job era un pecador. Él no tenía un derecho eterno a esos camellos. Cualquier camello que Job poseyera era un don de la gracia de Dios, y él tenía todo el derecho bajo el cielo a quitar o alejar esa gracia para sus propios propósitos santos. Por lo tanto, en este drama, Dios actuó justamente, pero Satanás y los caldeos hicieron lo malo. Un suceso, tres agentes, tres propósitos distintos.

CONCURRENCIA EN LA HISTORIA DE JOSÉ
Mi ilustración favorita de la concurrencia es la historia de José, la cual encontramos en los últimos capítulos de Génesis. José era favorito de su padre, Jacob, quien le dio a José un manto de colores. Los hermanos de José lo odiaban por este trato favorecido (37:3–4). Un día, cuando José cayó en manos de sus hermanos, lejos de los ojos vigilantes de su padre, ellos llegaron tan lejos como para discutir su muerte, pero al final sencillamente lo vendieron a unos comerciantes que iban en caravana a Egipto (vv. 18–28). En Egipto, José fue vendido a Potifar, el capitán de la guardia del faraón. José sirvió bien a Potifar y se hizo mayordomo de su casa (39:1–4). Pero la esposa de Potifar realizó insinuaciones ilícitas a José, las que este rechazó. El infierno no conoce furia como la de una mujer despreciada, así que ella lo acusó de intento de violación, y José fue echado a la cárcel (vv. 7–8, 14–15, 20).
En la prisión, José conoció al copero y al panadero del faraón, quienes habían desagradado al rey (40:1). Mientras estaban en prisión, José interpretó sueños para el copero y el panadero, y ambos sueños se cumplieron (vv. 8–23). Algún tiempo después, cuando el copero había sido restaurado, le contó al faraón sobre la habilidad de José, y el faraón llamó a José para que le interpretara su propio sueño (41:12–36). El faraón estuvo tan agradecido que nombró a José como primer ministro de Egipto, con la tarea de prepararse para el hambre que el faraón había previsto en su sueño (vv. 37–45).
Cuando llegó el hambre sobre la tierra, también afectó a la tierra natal de José. La familia de Jacob moría de hambre, así que Jacob envió a algunos de sus hijos a Egipto a comprar algo del alimento excedente que el primer ministro había tenido la sabiduría de almacenar para el pueblo egipcio (42:1–2). Cuando los hijos fueron a Egipto, encontraron a José, pero aunque no lo reconocieron, él los reconoció a ellos (vv. 6–8). José ocultó su identidad por algún tiempo, pero finalmente reveló que él era su hermano perdido hacía tanto tiempo (45:3). Por invitación de José, Jacob trasladó a toda su familia a Egipto (46:5–7).
Años más tarde, después de la muerte de Jacob, los hermanos tuvieron miedo de que José se vengara de ellos por haberlo vendido como esclavo (50:15). Así que inventaron una historia, y dijeron que Jacob les había contado que quería que José los perdonara (vv. 16–17). No era necesario que ellos se preocuparan; José ya hacía tiempo que los había perdonado. Él les dijo: “No tengan miedo. ¿Acaso estoy en lugar de Dios? Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien, para hacer lo que hoy vemos, que es darle vida a mucha gente” (vv. 19–20).
José no negó el pecado de sus hermanos. Él dijo: “Ustedes pensaron hacerme mal”. Él estaba diciendo que ellos habían actuado con mala intención al venderlo a los madianitas. Al igual que los caldeos, los hermanos de José eran culpables de pecado, un pecado que ellos personalmente habían querido cometer. Pero Dios está por encima de todas las decisiones humanas y actúa a través de la libertad humana para llevar a cabo sus propios objetivos providenciales. Eso es lo que José estaba diciendo: “Ustedes decidieron hacer algo pecaminoso, pero Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman y son llamados según su propósito. Yo estoy llamado según el propósito de Dios, y Dios ha causado un bien a través de esto”. ¿Cuál bien? En primer lugar, Dios envió a José a Egipto a hacer preparativos para el hambre y por consiguiente para salvar muchas vidas, incluidas las de su propia familia. En segundo lugar, Dios hizo que toda la familia de Jacob se mudara a Egipto, para que allí pudieran prosperar y multiplicarse, solo para ser esclavizados y posteriormente liberados por la poderosa mano de Dios en uno de los momentos clave de la historia de la redención. Y Dios llevó a cabo todo esto mediante la concurrencia de su propia voluntad justa y la voluntad pecaminosa de los hermanos de José.

DIOS DISPUSO TODO PARA BIEN
Hay una vieja y sencilla historia que enseña una profunda lección: “Por falta de un clavo se perdió una herradura. Por falta de la herradura, se perdió un caballo. Por falta del caballo, se perdió el jinete. Por falta del jinete, se perdió un mensaje. Por falta del mensaje se perdió la batalla. Por falta de la batalla, se perdió el reino”. ¿Qué habría ocurrido en la historia del mundo si Jacob no le hubiese dado un manto de colores a José? Sin manto no hay celos. Sin celos, no hay una traidora venta de José a los comerciantes madianitas. Sin venta de José a los comerciantes madianitas, no hay descenso a Egipto. Sin descenso a Egipto, no hay encuentro con Potifar. Sin encuentro con Potifar, no hay problemas con su esposa. Sin problemas con su esposa, no hay encarcelamiento. Sin encarcelamiento, no hay interpretación de los sueños del faraón. Sin interpretación de los sueños del faraón, no hay ascenso al cargo de primer ministro. Sin ascenso al cargo de primer ministro, no hay reconciliación con sus hermanos. Sin reconciliación con sus hermanos, no hay migración del pueblo judío a Egipto. Sin migración a Egipto, no hay éxodo desde Egipto. Sin éxodo desde Egipto, no hay Moisés, ni ley, ni profetas —¡y no hay Cristo! ¿Crees que el suceso del manto fue un accidente en el plan de Dios? Dios dispuso todo para bien.
Jonathan Edwards predicó una vez un sermón titulado “God, the Author of All Good Volitions and Actions” (Dios, el autor de todas las voliciones y acciones buenas). Me encanta el título de ese sermón porque muestra lo distinto que era Edwards al cristiano promedio. Cada vez que tomamos decisiones buenas, nobles o virtuosas, nos gusta llevarnos todo el crédito. Por otra parte, si hacemos algo que no es tan bueno, algo malo, damos excusas y evadimos la culpa. No nos gusta quedarnos con el crédito por nuestras malas decisiones. A veces tratamos de culpar a Dios por ellas, tal como hizo Adán cuando dijo: “La mujer que me diste por compañera fue quien me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Él trató de culpar a Dios mismo por la caída. Esa es nuestra tendencia: llevarnos el crédito por lo bueno, echar la culpa a otro por lo malo. Pero Edward entendía que cualquier buena acción que hagamos, cualquier decisión justa que tomemos, solo ocurren porque Dios está obrando en nuestro interior.
Cuesta entender la relación entre la providencia de Dios y la libertad humana porque el hombre es verdaderamente libre en el sentido de que tiene la capacidad de tomar decisiones y elegir lo que quiera. Pero también Dios es verdaderamente libre. Es por esto que la Confesión de Fe de Westminster puede decir que Dios lo ordena todo “libremente” sin hacer “violencia al libre albedrío de sus criaturas”. Por supuesto, si lo he oído una vez, lo he oído mil veces: “La soberanía de Dios nunca puede limitar la libertad del hombre”. Esa es una expresión de ateísmo, porque si la soberanía de Dios está limitada un ápice por nuestra libertad, él no es soberano. ¿Qué tipo de concepto de Dios tenemos como para decir que las decisiones humanas inmovilizan a Dios? Si su libertad está limitada por nuestra libertad, nosotros somos soberanos, no Dios. No; nosotros somos libres, pero Dios es aún más libre. Esto significa que nuestra libertad jamás puede limitar la soberanía de Dios.

Sproul, R. C. (2012). ¿Controla Dios todas las cosas? (E. Castro, Trad.; Vol. 14). Reformation Trust: A Division of Ligonier Ministries.

¿Dios o casualidad? | R.C. Sproul

¿Dios o casualidad?

R.C. Sproul

Tras el éxodo de los israelitas desde Egipto, Dios mandó a su pueblo que construyera un tabernáculo, una enorme tienda que funcionaría como el centro de su adoración. La sección más íntima del tabernáculo, que estaba cerrada con cortinas, era el Lugar Santísimo, al cual solo el sumo sacerdote podía entrar, y solo un día en el año, el Día de la Expiación. Era allí, en el Lugar Santísimo, donde se guardaba el arca del pacto. El arca no era un barco, como en la historia del arca de Noé, sino un enorme cofre cubierto de oro. Dentro del cofre se guardaban las tablas de los Diez Mandamientos, la vara de Aarón que había brotado, y una vasija con el maná con el que Dios alimentó milagrosamente al pueblo en el desierto (Hebreos 9:4). La tapa del arca, que estaba adornada con dos querubines de oro, se consideraba el trono de Dios. En palabras simples, el arca era el receptáculo más sagrado en toda la historia religiosa judía.
El arca también tenía significación militar para los judíos. Cuando Moisés y Josué condujeron a los israelitas en su viaje a la Tierra Prometida y en su conquista de Canaán, cuando iban a la batalla contra sus enemigos, los sacerdotes llevaban el arca del pacto. Cuando el trono de Dios acompañaba al ejército de Israel, ellos salían victoriosos. Dios estaba con ellos en la batalla y peleaba por ellos.
Lamentablemente, con el tiempo el pueblo comenzó a asociar la victoria en la batalla con el arca misma, no con Dios. Esto lo vemos en 1 Samuel 4, donde se relata una ocasión cuando los israelitas salieron a la batalla contra los filisteos (pero no iban acompañados del arca) y sufrieron una derrota, con la pérdida de cuatro mil hombres. Entonces leemos: “Cuando el pueblo volvió al campamento, los ancianos israelitas preguntaron: ‘¿Por qué permitió el Señor que los filisteos nos vencieran? Vayamos a Silo, donde está el arca del Señor. Ella tiene que acompañarnos siempre, para que nos salve de nuestros enemigos’ ” (v. 3). El pueblo atribuyó su derrota a Dios, pero miraron al arca para que los salvara.
Así que llevaron el arca al campamento israelita. Cuando los soldados vieron la llegada del trono de Dios, rompieron a vitorear alborotada y estruendosamente. Al otro lado del valle, los filisteos oyeron los vítores, y cuando descubrieron el motivo, supieron que estaban en graves problemas, porque recordaron cómo Dios había azotado a los egipcios durante el éxodo (vv. 5–8).
En este tiempo, Israel era liderado por Elí, un sacerdote y juez. Él era un hombre piadoso que había servido al pueblo durante décadas, pero tenía un grave defecto. Tenía dos hijos, Hofni y Finés, quienes también eran sacerdotes, pero no compartían la piedad de Elías, y cometieron toda clase de profanación de su sagrada vocación. Sin embargo, Elí nunca los disciplinó. Así que Dios le había hablado a Elí por medio de un profeta, advirtiéndole que iba a caer juicio sobre su casa, porque Hofni y Finés iban a morir el mismo día (2:30–34).
Esta profecía se cumplió cuando los israelitas, jubilosos por tener el arca de Dios con ellos, volvieron a la batalla con los filisteos, y Hofni y Finés acompañaron el arca. Y ocurrió lo impensable: los israelitas no prevalecieron, aun cuando el arca estaba presente. Esta vez cayeron treinta mil israelitas (4:10). Hofni y Finés también murieron, pero lo peor de todo fue que los filisteos paganos capturaron el arca del pacto (v. 11).
Después de la batalla, un mensajero volvió corriendo a Silo con las malas noticias. Elí tenía noventa y ocho años, y estaba ciego y con sobrepeso (v. 15, 18). Estaba sentado junto a la puerta donde realizaba juicios, porque esperaba ansioso las noticias de la batalla. Cuando el mensajero llegó y le contó que Israel había sido derrotado, sus hijos estaban muertos, y el arca había sido capturada, Elí cayó de espaldas, se rompió el cuello, y murió (v. 18).
La nuera de Elí, la esposa de Finés, estaba embarazada y a punto de dar a luz. Cuando escuchó las noticias de la derrota y la muerte de su esposo, comenzó a tener el parto. Dio a luz a un hijo, pero ella murió a consecuencia del parto. Sin embargo, antes de morir, ella llamó al niño Icabod, un nombre que significa “ha partido la gloria”. Aquel bebé nació el día en que la mayor gloria de Israel, el trono de Dios, fue llevado cautivo por los filisteos paganos.

AFLICCIONES PARA LOS FILISTEOS
Según se nos relata, los filisteos se llevaron el arca a Asdod, una de sus cinco ciudades estado. La pusieron en su templo más sagrado, que estaba dedicado a Dagón, su deidad principal. En el templo, pusieron el arca a los pies de una imagen de Dagón, el lugar de humillación y subordinación (5:1–2). A la mañana siguiente, sin embargo, encontraron la estatua de Dagón tumbada sobre su cara. Era como si Dagón estuviera postrado delante del trono de Jehová. Los sacerdotes enderezaron a su deidad, pero a la mañana siguiente, la estatua no solo había caído de cara, sino que su cabeza y sus manos estaban cortadas (vv. 3–4).
Para empeorar las cosas, brotó una plaga de tumores en Asdod (v. 6), y aparentemente una plaga de ratas (6:5). Los hombres de Asdod sospecharon que estas aflicciones venían de la mano de Dios, así que celebraron un concilio para debatir lo que harían. Tomaron la decisión de enviar el arca a otra de las ciudades estado filisteas, Gat (5:7–8). Sin embargo, en Gat comenzó la misma aflicción, de manera que la gente de Gat decidió enviar el arca a Ecrón. Pero las noticias de las aflicciones habían precedido al arca, y la gente de Ecrón se negó a recibirla. Después de siete meses de pruebas, los filisteos finalmente se dieron cuenta de que el arca debía ser devuelta a Israel (5:9–6:1).
La devolución de semejante objeto sagrado a Israel no era tarea fácil. Los filisteos reunieron a sus sacerdotes y adivinos para que les aconsejaran cómo hacerlo. Los sacerdotes y adivinos recomendaron que la devolvieran con una “ofrenda por la culpa”: cinco tumores de oro y cinco ratones de oro (6:2–6).
Ahora la historia se vuelve interesante. Los sacerdotes y adivinos les dijeron a los líderes filisteos que prepararan un carro nuevo y pusieran en él el arca con los tumores y los ratones de oro. Luego tenían que encontrar dos vacas lecheras que nunca hubieran sido enyugadas y atarlas al carro. Una vez que hicieran todo esto, debían soltar el carro pero observar adónde lo llevaban las vacas. Ellos dijeron: “Si se va por el camino que lleva a Bet Semes, su tierra, eso querrá decir que fue el Señor quien nos mandó tan grandes males; pero si toma otro camino, sabremos que no fue el Señor, sino que lo que sufrimos fue un accidente” (v. 9). En esencia, entonces, este fue un elaborado experimento para ver si Dios había estado detrás de las aflicciones o si estas habían sucedido por “casualidad”.
Es crucial que entendamos la manera en que los filisteos “cargaron los dados”, por así decirlo, para determinar de manera concluyente si era el Dios de Israel quien había causado sus aflicciones.
Ellos consiguieron vacas que recién habían parido. ¿Cuál es la inclinación natural de una vaca madre que acaba de parir? Si se aleja a esa vaca de su cría y se la deja libre, ella se irá directo hacia su cría. Asimismo, escogieron vacas que nunca habían sido enyugadas o entrenadas para tirar un carro con un yugo. En tal caso, lo más probable es que la vaca luche con el yugo y es poco probable que trabaje bien con la otra vaca enyugada. Al incluir estas situaciones en el experimento, era muy improbable que el carro fuera a algún lado, ni hablar de que fueran hacia la tierra de Israel. Si las vacas eran capaces siquiera de tirar el carro, querrían volver hacia sus terneros. Por lo tanto, si el carro iba hacia Israel, esa sería una señal de que Dios estaba guiando las vacas, y por consiguiente, que él había dirigido las aflicciones que habían venido sobre los filisteos desde que habían capturado el arca.

UN EXPERIMENTO DE ATEOS
Este experimento suena primitivo. Ocurrió en la era pre-científica. Esta gente no era sofisticada. No tenían doctorados en física. Su ingenuidad al tratar de discernir la causa de su aflicción es divertida. Pero este relato tiene algo que me parece extremadamente contemporáneo: esta gente era claramente atea. Quizá te sorprenda esta afirmación, porque la Biblia dice que los filisteos tenían un templo, un sacerdocio, y una religión, de la cual una parte implicaba que ellos participaran en actividades religiosas. ¿Por qué, entonces, afirmo yo que ellos eran ateos? Hace años, cuando yo enseñaba en un seminario, estaba a cargo de enseñar un curso sobre la teología de la Confesión de Fe de Westminster, un documento teológico del siglo XVII que es el fundamento confesional del presbiterianismo histórico. Los primeros dos capítulos de la confesión tratan de la Escritura y del Dios trino, mientras que el tercer capítulo se titula “Del decreto eterno de Dios”. Los presbiterianos saben exactamente qué significa eso: predestinación. Los alumnos del seminario disfrutan de discutir sobre cuestiones doctrinales difíciles, y disfrutan especialmente de debatir sobre la predestinación, así que mi cátedra pendiente sobre esta doctrina causaba entusiasmo. La mayoría de mis alumnos invitó a amigos que no creían en la predestinación, así que cuando se reunió la clase para considerar esta difícil doctrina, se congregó alrededor del doble de la cantidad habitual de personas.
Comencé la clase leyendo las líneas iniciales del capítulo tres de la Confesión de Westminster: “Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede”. Entonces me detuve y dije: “La confesión dice que desde la eternidad Dios ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede. ¿Cuántos de ustedes creen eso?”. Este era un seminario presbiteriano, así que se levantaron muchas manos. Los buenos alumnos presbiterianos en la clase estaban orgullosos de confesar su convicción acerca de la soberanía de Dios.
Desde luego, no todos levantaron la mano, así que pregunté: “¿Cuántos de ustedes no creen esto? Nadie va a anotar sus nombres. No se van a meter en problemas. No vamos a tener un juicio por herejía ni sacar los cerillos y quemarlos en la hoguera. Solo sean honestos”. Finalmente, varios alumnos levantaron la mano. Cuando lo hicieron, dije: “Quiero hacer otra pregunta: ¿cuántos de ustedes se describirían francamente a sí mismos como ateos? Una vez más, sean honestos”. Nadie levantó la mano, así que dije: “No entiendo por qué aquellos que dijeron que no estaban de acuerdo con la confesión no levantaron la mano cuando les pregunté si eran ateos”.
Como podrás imaginar, se produjo una ruidosa protesta entre los estudiantes que no concordaban con la confesión. Estaban dispuestos a lincharme. Ellos dijeron: “¿De qué está hablando? ¿Solo porque no creemos que Dios ordene todo lo que sucede, nos llama ateos? Entonces pasé a explicarles que el pasaje que había leído de la confesión no decía nada exclusivamente presbiteriano. Ni siquiera era exclusivamente cristiano. Esa declaración no separó a los presbiterianos de los metodistas, luteranos, o anglicanos, y no distinguía entre presbiterianos, musulmanes o judíos. Simplemente ofrecía una distinción entre teísmo y ateísmo.
Lo que yo quería que vieran estos jóvenes era esto: si Dios no es soberano, Dios no es Dios. Si existe tan solo una molécula rebelde en el universo —una molécula corriendo libre fuera del alcance de la soberanía de Dios—, no podemos tener la más mínima confianza de que cualquier promesa que Dios haya hecho acerca del futuro llegue a cumplirse.
Es por esto, entonces, que yo digo que los filisteos eran ateos. Ellos concedían la posibilidad de que un suceso en este mundo ocurriera por casualidad; la posibilidad de que, contra toda evidencia, las aflicciones que habían soportado hubiesen ocurrido por coincidencia. Ellos dejaban lugar para una partícula rebelde, por lo cual estaban concediendo la posibilidad de un Dios que no es soberano, y un Dios que no es soberano no es Dios.
El gran mensaje del ateísmo es que la “casualidad” tiene poder causal. Una y otra vez se expresa la postura de que no necesitamos atribuir la creación del universo a Dios, porque sabemos que aquel llegó a existir por medio del espacio más el tiempo más el azar. Eso no tiene sentido. El azar no puede hacer nada. El azar es una palabra totalmente adecuada para describir posibilidades matemáticas, pero solo es una palabra. No es una entidad. El azar no es nada. No tiene poder porque no tiene ser; por lo tanto, no puede ejercer ninguna influencia sobre nada. No obstante, hoy tenemos sofisticados científicos que hacen serias declaraciones aseverando que todo el universo fue creado por el azar. Esto equivale a decir que la nada causó algo, y no hay declaración más contraria a la ciencia que esa. Todo tiene una causa, y la causa última, como hemos visto, es Dios.
Cuando los filisteos soltaron las vacas, estas “se dirigieron a Bet Semes; iban andando y bramando, sin apartarse del camino” (6:12). Las vacas tiraban el carro suavemente, aunque nunca habían sido enyugadas. Se alejaban de sus crías, aun cuando deseaban ir hacia ellas, como evidencian sus bramidos. E iban directo hacia Israel. ¿Ocurrió todo eso por casualidad? No, las vacas eran guiadas por la mano invisible del Dios de la providencia. En consecuencia, los filisteos supieron que esa misma mano los había afligido.

Sproul, R. C. (2012). ¿Controla Dios todas las cosas? (E. Castro, Trad.; Vol. 14). Reformation Trust: A Division of Ligonier Ministries.

Dios hace que todo suceda | R.C.Sproul

Dios hace que todo suceda

R.C.Sproul

Uno de los conceptos dominantes en la cultura occidental durante los últimos doscientos años, como vimos en los capítulos anteriores, es que vivimos en un universo cerrado y mecanicista. Según la teoría, todo funciona conforme a leyes naturales fijas, y que no hay posibilidad de intrusión desde el exterior. Por lo tanto, el universo es como una máquina que funciona por sus propios mecanismos internos.
Sin embargo, incluso aquellos que introdujeron este concepto ya a comienzos del siglo XVII todavía planteaban la idea de que Dios construyó la máquina en un principio. Como pensadores y científicos inteligentes que eran, no podían deshacerse de la necesidad de un Creador. Ellos reconocían que no habría mundo para que ellos observaran si no hubiese una causa última de todas las cosas. Aun cuando se cuestionaba y desafiaba la idea de un Gobernador involucrado y providencial de los asuntos diarios, todavía se asumía tácitamente que tenía que haber un Creador por encima del orden creado.
En el concepto clásico, la providencia de Dios estaba muy estrechamente ligada a su rol como creador del universo. Nadie creía que Dios simplemente creó el universo y luego le volvió la espalda y perdió contacto con él, o que él volvió a sentarse en su trono del cielo y meramente observó el universo trabajar por su propio mecanismo interno, rehusando involucrarse personalmente en sus asuntos. La noción cristiana clásica más bien era que Dios es tanto la causa primaria del universo como también la causa primaria de todo lo que acontece en el universo.
Uno de los principios fundacionales de la teología cristiana es que nada en este mundo posee poder causal intrínseco. Nada tiene poder alguno salvo el poder que se le confiere —se le presta, por así decirlo— o se ejecuta a través de ello, que en última instancia es el poder de Dios. Es por eso que los teólogos y filósofos históricamente han hecho una distinción crucial entre causalidad primaria y causalidad secundaria.
Dios es la fuente de la causalidad primaria. En otras palabras, él es la causa primera. Él es el Autor de todo lo que hay, y sigue siendo la causa primaria de los acontecimientos humanos y de los sucesos naturales. Sin embargo, su causalidad primaria no excluye las causas secundarias. Sí, cuando cae la lluvia, el pasto se moja, no porque Dios moje directa e inmediatamente el pasto, sino porque la lluvia aplica humedad al pasto. Pero la lluvia no podría caer si no fuera por el poder causal de Dios que está por encima de cada actividad causal secundaria. El hombre moderno, sin embargo, se apresura a decir: “El pasto está mojado porque llovió”, y no sigue buscando una causa superior y última. La gente del siglo XXI al parecer piensa que podemos arreglárnoslas perfectamente con las causas secundarias sin pensar en la causa primaria.
El concepto básico aquí es que lo que Dios crea, él lo sustenta. Por lo tanto, una de las subdivisiones importantes de la doctrina de la providencia es el concepto de sustento divino. En palabras simples, esta es la clásica idea cristiana de que Dios no es el gran Relojero que fabrica el reloj, le da cuerda, y luego sale de escena. En lugar de eso, él preserva y sostiene aquello que crea.
Esto efectivamente lo vemos al comienzo mismo de la Biblia. Génesis 1:1 dice: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”. La palabra hebrea traducida como “creó” es una forma del verbo bārā, que significa “crear”, “hacer”. Esta palabra entraña la idea de sostener. Me gusta ilustrar esta idea aludiendo a la diferencia en música entre una nota en staccato y una nota sostenida. Una nota en staccato es breve y cortante: “La la la la la”. Una nota sostenida se mantiene: “Laaaa”. Asimismo, la palabra bārā nos dice que Dios no simplemente trajo el mundo a existencia en un momento. El término indica que él continúa creándolo, por así decirlo. Él lo sostiene, lo cuida, y lo sustenta.
EL AUTOR DEL SER
Uno de los conceptos teológicos de la más profunda importancia es que Dios es el Autor del ser. Nosotros no podríamos existir sin un ser supremo, porque no tenemos el poder de ser por nosotros mismos. Si algún ateo pensara seria y lógicamente acerca del concepto de ser durante cinco minutos, ese sería el fin del ateísmo. Es un hecho ineludible que nadie en este mundo tiene el poder de ser dentro de sí mismo, y no obstante aquí estamos. Por lo tanto, en algún lugar debe haber alguien que sí tiene el poder de ser en sí mismo. Si tal ser no existe, científicamente sería del todo imposible que algo existiera. Si no hay un ser supremo, no podría haber ningún ser de ninguna especie. Si hay algo, debe haber algo que tenga el poder de ser; de lo contrario, nada sería. Es así de simple.
Cuando el apóstol Pablo se dirigió a los filósofos en el Areópago de Atenas, mencionó que había visto muchos altares en la ciudad, incluido uno “al dios no conocido” (Hechos 17:23a). Entonces él usó ese hecho como una entrada para hablarles la verdad bíblica: “Pues al Dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el Dios que yo les anuncio. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay… da vida y aliento a todos y a todo… porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (vv. 23b–28a). Pablo dijo que todo lo que Dios crea es completamente dependiente del poder de Dios, no solo para su origen sino para la continuidad de su existencia.
A veces me impaciento con algunas de las licencias poéticas que se toman los autores de himnos. Un himno famoso incluye este verso: “¡Maravilloso amor! ¿Cómo puede ser que tú, mi Dios, murieras por mí?”. Es cierto, Dios murió en la cruz, por decirlo de alguna manera. El Dios-hombre, aquel que era Dios encarnado, murió por su pueblo. Pero la naturaleza divina no pereció en el Calvario. ¿Qué le sucedería al universo si Dios muriera? Si Dios dejara de existir, el universo perecería con él, porque Dios no solo lo ha creado todo, sino que lo sustenta todo. Nosotros dependemos de él, no solo para nuestro origen, sino también para nuestra continua existencia. Puesto que no tenemos el poder de ser en nosotros mismos, no duraríamos ni un segundo sin su poder sustentador. Eso es parte de la providencia de Dios.
Esta idea de que Dios sustenta el mundo —el mundo que él hizo y observa en los mínimos detalles— nos lleva al corazón del concepto de providencia, que es la enseñanza de que Dios gobierna su creación. Esta enseñanza tiene muchos aspectos, pero quiero enfocarme en tres de ellos en lo que resta de este capítulo: las verdades de que el gobierno de Dios sobre todas las cosas es permanente, soberano, y absoluto.
UN GOBIERNO PERMANENTE
Cada cierta cantidad de años, tenemos un cambio de gobierno en nuestro país cuando una nueva administración presidencial toma el mando. La Constitución limita el número de años que un presidente puede servir como jefe ejecutivo de la nación. Por lo tanto, según estándares humanos, los gobiernos van y vienen. Cada vez que un presidente entra en ejercicio, los medios informativos hablan del “periodo de luna de miel”, el tiempo cuando se mira al nuevo líder con favor, se lo recibe cálidamente, y todo lo demás. Pero a medida que cada vez más personas se molestan o decepcionan de sus políticas, su popularidad decae. Pronto escuchamos a algunos críticos opinando que necesitamos sacar al “vago” de su cargo. En otros países, tal disconformidad ocasionalmente ha conducido a la revolución armada, lo que ha acabado en el violento derrocamiento de presidentes o primeros ministros. Sea como fuere, ningún gobernador terrenal retiene el poder para siempre.
Dios, sin embargo, está sentado como el Gobernador supremo del cielo y la tierra. También él debe tolerar a personas desencantadas con su gobierno, que objetan sus políticas, y resisten su autoridad. Pero aunque la existencia misma de Dios puede ser negada, su autoridad puede ser resistida, y sus leyes desobedecidas, su gobierno providencial jamás puede ser derrocado.
El Salmo 2 nos da una vívida imagen del reino seguro de Dios. El salmista escribe: ¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido. Y dicen: ‘¡Hagamos pedazos sus cadenas! ¡Librémonos de su yugo!’ ” (vv. 1–3, NVI). La imagen aquí es la de una cumbre de los poderosos gobernadores de este mundo. Ellos se reúnen para formar una coalición, una especie de eje militar, para planificar el derrocamiento de la autoridad divina. Es como si estuvieran planeando disparar sus misiles nucleares hacia el trono de Dios con el fin de volarlo del cielo. El objetivo de ellos es ser libre de la autoridad divina, arrojar las “cadenas” y el “yugo” con los que Dios los sujeta. Pero la conspiración no solo es contra “el Señor”, sino que también es contra “su ungido”. Aquí la palabra hebrea es māšîah, de donde proviene nuestra palabra castellana “Mesías”. Dios el Padre ha exaltado a su Hijo como cabeza de todas las cosas, con el derecho a gobernar a los gobernadores de este mundo. Aquellos que han sido investidos de autoridad terrenal se han reunido en un consejo para planificar cómo liberar al universo de la autoridad de Dios y de su Hijo.
¿Cuál es la reacción de Dios a esta conspiración terrenal? El salmista dice: “El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos” (v. 4). Los reyes de la tierra se ponen en contra de Dios. Se conciertan con pactos y tratados solemnes, y se animan unos a otros a no vacilar sobre su decisión de destronar al Rey del universo. Pero cuando Dios mira todos estos poderes congregados, no tiembla de temor. Él se ríe, pero no con risa de diversión. El salmista describe la risa de Dios como risa de burla. Es la risa que expresa un poderoso rey cuando menosprecia a sus enemigos.
Pero Dios no meramente se ríe: “En su enojo los reprende, en su furor los intimida y dice: ‘He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo monte’ ” (vv. 5–6, NVI). Dios reprenderá a las naciones rebeldes y afirmará al Rey que ha puesto en Sión.
Con frecuencia me asombra la diferencia entre el acento que encuentro en las páginas de las sagradas Escrituras y el que leo en las páginas de las revistas religiosas y escucho que se predica en los púlpitos de nuestras iglesias. Tenemos una imagen de Dios lleno de benevolencia. Lo vemos como un botones celestial al que podemos llamar cuando necesitamos servicio a la habitación, o como un Santa Claus cósmico que está presto a derramar regalos sobre nosotros. Él se complace en hacer cualquier cosa que le pidamos. Mientras tanto, él nos ruega amablemente que cambiemos nuestros caminos y vengamos a su Hijo, Jesús. Generalmente no escuchamos acerca de un Dios que ordena obediencia, que reafirma su autoridad sobre el universo e insiste en que nos inclinemos ante su Mesías ungido. No obstante, en la Escritura nunca vemos a Dios invitando a las personas a venir a Jesús. Él nos ordena que nos arrepintamos, y nos inculpa de traición a un nivel cósmico si decidimos no hacerlo. Una negativa a someterse a la autoridad de Cristo probablemente a nadie le causará problemas con la iglesia o el gobierno, pero ciertamente causará un problema con Dios.
En el Discurso del Aposento Alto (Juan 13–17), Jesús les dijo a sus discípulos que él se iba, pero prometió enviarles otro Consolador (14:16), el Espíritu Santo. Él dijo: “Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (16:8). Cuando Jesús habló acerca de la venida del Espíritu Santo para convencer al mundo de pecado, él fue muy específico respecto al pecado en el que estaba pensando. Era el pecado de incredulidad. Él dijo que el Espíritu convencería “de pecado, por cuanto no creen en mí” (v. 9). Desde la perspectiva de Dios, la negativa a someterse al señorío de Cristo no simplemente se debe a una falta de convicción o de información. Dios lo considera como incredulidad, como la incapacidad de aceptar al Hijo de Dios por quien él es.
Pablo hizo eco de esta idea en el Areópago cuando dijo: “Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17:30, NVI). Dios había sido paciente, dijo Pablo, pero ahora mandó que todos se arrepintieran y creyeran en Cristo. Rara vez escuchamos esta idea en los libros o desde el púlpito, la idea de que es nuestro deber someternos a Cristo. Pero si bien quizá no la escuchemos, esta no es una opción respecto a Dios.
En palabras simples, Dios impera sobre su universo, y su reinado no tendrá fin.
UN GOBIERNO SOBERANO
En nuestro país, vivimos en una democracia, así que nos cuesta entender la idea de soberanía. Nuestro contrato social declara que nadie puede gobernar aquí salvo con el consentimiento de los gobernados. Pero Dios no necesita nuestro consentimiento para gobernarnos. Él nos hizo, así que tiene un derecho intrínseco de gobernarnos.
En la Edad Media, los monarcas de Europa intentaban fundamentar su autoridad en el llamado “derecho divino de reyes”. Ellos declaraban que tenían un derecho dado por Dios para gobernar a sus compatriotas. La verdad es que solo Dios tiene semejante derecho.
En Inglaterra, el poder del monarca, que en otro tiempo fue muy grande, ahora es limitado. Inglaterra es una monarquía constitucional. La reina goza de toda la pompa y las galas de la realeza, pero el Parlamento y el primer ministro dirigen la nación, no el Palacio de Buckingham. La reina rige pero no gobierna.
Por el contrario, el Rey bíblico reina y gobierna a la vez. Y lleva a cabo su reinado, no por referéndum, sino por su soberanía personal.
UN GOBIERNO ABSOLUTO
El gobierno de Dios es una monarquía absoluta. A él no se le impone ninguna restricción externa. Él no tiene que respetar un equilibrio de poderes con un Congreso o una Corte Suprema. Dios es el Presidente, el Parlamento, y la Corte Suprema, todo en uno, porque él está investido con la autoridad de un monarca absoluto.
La historia del Antiguo Testamento es la historia del reino de Jehová sobre su pueblo. El motivo central del Nuevo Testamento es la realización sobre la tierra del reino de Dios en el Mesías, a quien Dios exalta a la mano derecha de autoridad y lo corona como el Rey de Reyes y Señor de señores. Él es el Gobernador último, aquel a quien debemos la lealtad última y la obediencia última.
Una de las grandes ironías de la historia es que cuando Jesús, quien era el Rey cósmico, nació en Belén, el mundo era gobernado por un hombre llamado César Augusto. Estrictamente hablando, sin embargo, la palabra “augusto” solo es apropiada para Dios. Significa “de suprema dignidad o grandeza; majestuoso; venerable; eminente”. Dios es el cumplimiento superlativo de todos estos términos, porque Dios el Señor omnipotente reina.

Sproul, R. C. (2012). ¿Controla Dios todas las cosas? (E. Castro, Trad.; Vol. 14). Reformation Trust: A Division of Ligonier Ministries.

¿Qué es la Teología Reformada? | James Montgomery Boice

¿Qué es la Teología Reformada?
Por James Montgomery Boice

La teología reformada toma su nombre a partir de la Reforma protestante del siglo XVI, con sus diferentes énfasis teológicos, sino que es la teología sólidamente basada en la Biblia misma. Los creyentes en la tradición reformada consideran muy en alto las contribuciones específicas de personas tales como Martin Lutero, John Knox y especialmente Juan Calvino, pero también encuentran sus fuertes distintivos en los gigantes de la fe antes que ellos, como Anselmo y Agustín, y en última instancia en las cartas de Pablo y las enseñanzas de Jesucristo. Los cristianos Reformados sostienen que las doctrinas propias de todos los cristianos, incluyendo la Trinidad, la deidad verdadera y la verdadera humanidad de Jesucristo, la necesidad de la expiación de Jesús por el pecado, la iglesia como una institución ordenada por Dios, la inspiración de la Biblia, el requisito de que los cristianos vivan vidas morales, y la resurrección del cuerpo. Ellos sostienen otras doctrinas en común con los cristianos evangélicos, como la justificación solo por la fe, la necesidad del nuevo nacimiento, el regreso personal y visible de Jesucristo, y la Gran Comisión. ¿Cuál es, entonces, el distintivo de la teología reformada?

  1. La Doctrina de la Escritura.

El compromiso reformado a la Escritura hace hincapié en la inspiración, autoridad y suficiencia de la Biblia. Puesto que la Biblia es la Palabra de Dios y por lo tanto tiene la autoridad de Dios mismo, los reformados afirman que esta autoridad es superior a la de todos los gobiernos y todas las jerarquías de la iglesia. Esta convicción ha dado a los creyentes reformados el valor de enfrentarse a la tiranía y ha hecho de la teología Reformada una fuerza revolucionaria en la sociedad. La suficiencia de la Escritura significa que no tiene que ser complementada con revelación especial nueva o continua. La Biblia es la guía más que suficiente para lo que hemos de creer y cómo debemos vivir como cristianos.

Los reformadores, y en particular Juan Calvino, hicieron hincapié en la forma en que la Palabra objetiva y escrita y el ministerio interno, sobrenatural del Espíritu Santo trabajan juntos, el Espíritu Santo iluminando la Palabra para el pueblo de Dios. La Palabra sin la iluminación del Espíritu Santo sigue siendo un libro cerrado. La supuesta dirección del Espíritu sin la Palabra lleva a errores y excesos. Los reformadores también insistían en el derecho de los creyentes a estudiar la Biblia por sí mismos. Aunque no se puede negar el valor de los maestros capacitados, ellos entendieron que la claridad de las Escrituras en asuntos esenciales para la salvación hace de la Biblia perteneciente a cada creyente. Con este derecho de acceso siempre viene la responsabilidad de una interpretación cuidadosa y precisa.

  1. La Soberanía de Dios.

Para la mayoría de los reformados el principal y más distintivo artículo del credo es la soberanía de Dios. La soberanía significa gobierno, y la soberanía de Dios significa que Dios gobierna sobre Su creación con absoluto poder y autoridad. Él determina lo que va a suceder, y sucede. Dios no está alarmado, frustrado o derrotado por las circunstancias, por el pecado, o por la rebelión de Sus criaturas.

  1. Las Doctrinas de la Gracia.

La teología reformada enfatiza las doctrinas de la gracia, más conocidas por el acrónimo TULIP aunque esto no se corresponde con los mejores posibles nombres para las cinco doctrinas.

La “T” representa la Depravación Total. Esto no significa que todas las personas son tan malas como podría ser. Significa más bien que todos los seres humanos se ven afectados por el pecado en cada área de pensamiento y conducta, de manera que nada de lo que salga de cualquier persona aparte de la gracia regeneradora de Dios pueden agradar a Dios. En lo que se refiere a nuestra relación con Dios, todos estamos tan arruinados por el pecado que nadie puede entender correctamente ni a Dios ni los caminos de Dios. Tampoco buscamos a Dios, a menos que Él primero obre dentro de nosotros para llevarnos a hacerlo.

La “U” Representa la Elección Incondicional. Un énfasis en la elección molesta a mucha gente, pero el problema que sienten no es en realidad con la elección; es con la depravación. Si los pecadores son tan indefensos en su depravación, como dice la Biblia que lo son, incapaces de conocer e indispuestos a buscar a Dios, entonces la única forma en que posiblemente se podrían salvar es que Dios tome la iniciativa para cambiarlos y salvarlos. Esto es lo que significa la elección. Es Dios eligiendo para salvar a los que, aparte de su elección soberana y acción posterior, sin duda perecerían.

La “L” Representa la Expiación Limitada. El nombre es potencialmente engañoso, porque parece sugerir que las personas reformadas desean de alguna manera limitar el valor de la muerte de Cristo. Este no es el caso. El valor de la muerte de Jesús es infinito. La pregunta más bien es ¿cuál es el propósito de la muerte de Cristo, y lo que Él logró en el misma? ¿Tuvo Cristo la intención de solo hacer posible la salvación? ¿O en realidad salvó a aquellos por quienes Él murió? La teología reformada hace hincapié en que Jesús realmente pagó por los pecados de aquellos que el Padre había escogido. De hecho propició la ira de Dios hacia Su pueblo al llevar su juicio sobre Sí mismo, en realidad redimió, y de hecho reconcilió a personas concretas a Dios. Un mejor nombre para la expiación “limitada” sería redención “particular” ó “específica.”

La “I” Representa la Gracia Irresistible. Pero cuando Dios obra en nuestros corazones, regenera y crea una voluntad interior renovada, entonces lo que era indeseable antes se vuelve algo deseable, y corremos hacia Jesús tal como antes huíamos de El. Los pecadores caídos se resisten a la gracia de Dios, pero Su gracia regeneradora es eficaz. Vence el pecado y lleva a cabo el propósito de Dios.

La “P” Representa la Perseverancia de los Santos. Un mejor nombre podría ser “la perseverancia de Dios con los santos,” pero ambas ideas están realmente involucradas. Dios persevera con nosotros, nos impide apartarnos, como sin duda lo hacemos si El no estuviera con nosotros. Pero debido a que Él persevera, también nosotros perseveramos. De hecho, la perseverancia es la prueba definitiva de la elección. Nosotros perseveramos porque Dios nos preserva de una completa y definitiva caída fuera de Él.

  1. El Mandato Cultural.

La teología reformada también hace hincapié en el mandato cultural, o la obligación de los cristianos de vivir activamente en la sociedad y trabajar para la transformación del mundo y de sus culturas. Los reformados han tenido diferentes puntos de vista en esta materia, en función del grado en que ellos creen que esa transformación sea posible, pero en general están de acuerdo en dos cosas. En primer lugar, somos llamados a estar en el mundo y no apartarnos de él. Esto separa a los creyentes reformados del monasticismo. En segundo lugar, hemos de alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al preso. Pero las principales necesidades de las personas siguen siendo espirituales, y el trabajo social no es una alternativa adecuada para el evangelismo. De hecho, los esfuerzos para ayudar a las personas sólo serán verdaderamente eficaces mientras sus mentes y corazones son cambiados por el evangelio. Esto separa a los creyentes reformados del simple humanitarismo. Se ha objetado a la teología reformada que cualquiera que crea lo reformado perderá toda la motivación por el evangelismo. “Si Dios hace todo el trabajo, ¿por qué habría de preocuparme?” Pero no funciona de esa manera. Es debido a que Dios hace la obra, que nosotros podemos tener valor para unirnos a Él en ello, mientras Él nos manda hacerlo. Lo hacemos con gozo, sabiendo que nuestros esfuerzos no serán en vano.

Doctrina del Aniquilacionismo | Pablo Santomauro

Doctrina del Aniquilacionismo
¿Doctrina Bíblica o Doctrina de Hombres?
Pablo Santomauro

Breve Historia

La doctrina del Aniquilacionismo postula que el hombre fue creado inmortal, pero aquellos que continúan en pecado, son privados del don de la inmortalidad por un acto positivo de Dios, y en última instancia, destruidos. Algunos aniquilacionistas proponen que los inconversos dejan de existir en el momento de la muerte, otros en el momento de la resurrección, y otros luego de un período de castigo después de la resurrección. Cualquiera sea la variante, el destino final de los que rechazan a Cristo es la cesación de la existencia, o sea, extinción total.

El concepto medular de la teoría se originó con Arnobio, un supuesto apologista cristiano del siglo cuarto. Luego de él, ningún Padre de la Iglesia de importancia significativa endorsó la doctrina. Tertuliano, Ambrosio, Crisóstomo, Jerome, Agustín, etc., enseñaron claramente la doctrina del estado consciente después de la muerte y el castigo eterno.

El Aniquilacionismo está directamente relacionado con una doctrina llamada Inmortalidad Condicional. Si bien ambos nombres se manejan en forma intercambiable, en realidad no son sinónimos. La doctrina de la Inmortalidad Condicional dice que la inmortalidad no es un don natural del hombre, sino un don de Dios en Cristo sólo para aquellos que creen. La persona que no acepta a Cristo es, en última instancia, aniquilada y pierde todo estado de consciencia. Algunos de los adherentes de estas doctrinas, como ya mencionamos, enseñan un sufrimiento consciente de duración limitada para el inconverso después de la muerte, luego del cual serán aniquilados por Dios. El Condicionalismo fue formalmente condenado como herejía en el Segundo Concilio de Constantinopla (353 d.C.).

La doctrina prácticamente pasó a hibernar por un largo período de aproximadamente ocho siglos, luego del cual fue reanimada por grupos como los Valdenses (siglo 12) y más adelante por los Anabautistas y los Socinianos (siglo 16). Existen indicios de que durante el período pre- Reforma, tanto Wycliffe como Tyndale, enseñaron la doctrina del Sueño del Alma, más que nada a modo de refutación de la enseñanza católica del Purgatorio. Esta doctrina del sueño del alma enseña que los hombres, justos e injustos por igual, luego de su muerte, duermen hasta el día de la resurrección. En otras palabras, pasan a un estado de inactividad inconsciente, o un largo sueño en que no son conscientes de nada, hasta el día de la resurrección cuando recuperarán el conocimiento.

Corresponde aclarar que el hecho de que alguien crea que el alma no está en estado consciente entre la muerte y la resurrección (doctrina del sueño del alma), no necesariamente significa que esa persona también crea o esté lógicamente comprometida con la idea de que los inconversos son destruidos y pasarán a un estado de inexistencia después de la resurrección (aniquilacionismo).

Al paso del tiempo, los principales credos Protestantes, como la Confesión de Westminster y otras, reiteraron y confirmaron su adherencia a las doctrinas del estado consciente y el castigo eterno. Muchos de estos credos contienen referencias directas rechazando contundentemente las teorías del sueño del alma y la aniquilación de los incrédulos. A su vez, los grandes evangelistas como Edwards, Whitefield, Wesley, Spurgeon y Moody, sostuvieron también la posición ortodoxa.

En tiempos modernos, las doctrinas del sueño de alma y el aniquilacionismo son promovidas primariamente por sectas como los Testigos de Jehová y los Cristadelfos, grupos aberrantes como los Adventistas del Séptimo Día y otros grupos adventistas, y en forma individual por teólogos herejes como Charles Pinock y ortodoxos como John Stott. Este último de filas anglicanas, desde donde todo tipo de aberraciones vienen siendo propagadas.

La realidad presente es que la doctrina del aniquilacionismo ha logrado avances dentro del campo evangélico, principalmente gracias a editoriales otrora conservadoras e impecables, pero que hoy han sucumbido ante la mentalidad materialista de nuestros días. Me refiero a casas de publicaciones como Intervarsity, Zondervan, Moody y Baker. Estas han sido adquiridas por liberales y están poniendo a la venta cualquier cosa que atente contra la fe cristiana ortodoxa. No podemos dejar de mencionar que seminarios que fueron antaño de orientación tradicional, hoy han sido copados o invadidos por profesores liberales. Todo esto, sumado a la falta de preparación académica de un gran sector de pastores evangélicos, contribuye al avance de doctrinas antibíblicas como el aniquilacionismo.

Un Análisis Teológico

Aquellos que reclaman que la Escritura enseña la aniquilación, dicen que si bien el infierno en sí es eterno, el castigo no es eterno. Los aniquilacionistas citan, por ejemplo, el Salmo 37, el cual tiene expresiones como: “se desvanecerán como el humo” y “cuando sean destruidos los pecadores”. Señalan además al Salmo 145:20, donde David dice: “Jehová guarda a los que le aman, mas destruirá a todos los impíos”. Isaías 1:28 es también un favorito: “Pero los rebeldes y pecadores a una serán quebrantados, y los que dejan a Jehová será consumidos”. También afirman que las metáforas usadas por Jesús apoyan la aniquilación.

Todo esto puede parecer muy convincente, pero un examen estricto de la evidencia muestra lo contrario. Cuando estamos tratando de entender lo que un autor enseña, debemos comenzar por los pasajes claros, o sea aquellos pasajes en los cuales el autor trata con el tema en cuestión, para luego movernos a los pasajes menos claros donde el autor no intentó enseñar sobre el tema.

Por ejemplo, hay pasajes en la Biblia que enseñan que Jesucristo murió por todos. También nos encontramos con Gálatas 2:20, donde el apóstol Pablo dice que Cristo murió por él. ¿Debemos suponer entonces que Cristo murió sólo por Pablo? ¡Por supuesto que no! Porque hay pasajes claros que dicen que Cristo murió por todos. Debido a esto sabemos que Pablo no quiso decir que Jesús murió sólo por él, porque interpretamos lo que no es claro a la luz de lo que sí es claro.

Es por demás significativo que los aniquilacionistas nunca mencionan ni por casualidad los pasajes del Antiguo Testamento que hablan claro del infierno. Estos pasajes son definitivos respecto a que el infierno es eterno. Daniel 12:2 es un claro ejemplo. El versículo dice que al final de las eras, los justos serán resucitados para vida eterna, y los otros para vergüenza y confusión eterna. La misma palabra hebrea para “eterna” (olam) es usada en ambas instancias. Por lo tanto, si alguien afirma que la gente será aniquilada en el infierno, también debería decir que la gente será aniquilada en el cielo. Es gramaticalmente imposible darle dos significados diferentes a la misma palabra en este texto. La intención del autor en este pasaje fue claramente enseñar en el tema de la vida después de la muerte.

Una vez que hemos aislado un pasaje de claridad meridiana, podemos entonces interpretar los pasajes ambiguos o disociados con el tema que usan los aniquilacionistas. Todo ese lenguaje en el Antiguo Testamento de ser destruidos, quemados como la paja, etc., es usado comúnmente para describir individuos “cortados” de Israel y de la tierra (territorio de Israel). La mayoría de esos pasajes tienen poco o nada que ver con la vida eterna. Sí tienen que ver con ser separado en esta vida de las promesas dadas a Abraham con respecto a la tierra.

En el Nuevo Testamento, la existencia de un lugar donde los injustos pasarán la eternidad en sufrimiento se hace aun más patente. Tomaremos como ejemplo estas palabras de Jesucristo:

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles … E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. Mateo 25 41, 46.

En este pasaje lleno de escenas y vocabulario rabínicos, Jesús está hablando de la Segunda Venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos, para separar las ovejas de los cabritos. Jesús está hablando en una época en la cual se sobreentendía que Satanás y sus huestes sufrirían un castigo eterno. Los rabinos que creían esto usaban las palabras “fuego eterno” como una metáfora para expresar el castigo eterno. Es por ello que en el verso 16 Cristo no repite “fuego eterno”, sino que lo sustituye por “castigo eterno”. Es por demás obvio que ambas expresiones significan lo mismo. Jesucristo establece aquí, más allá de toda duda, que el estado final tanto de Satanás y sus ángeles, como el de los pecadores en rebeldía, es el castigo eterno.

No importa cuantos malabares podamos hacer con nuestra imaginación, es imposible que los postulados de la teoría aniquilacionista puedan adaptarse a las palabras de Jesucristo. La mera mención de la palabra “castigo” (kolasis) implica que necesariamente debe existir un sujeto receptor que sufre el castigo, algo que sólo puede suceder cuando se es consciente. Castigo implica sufrimiento, y sufrimiento necesariamente implica estado consciente.

Un punto crítico relacionado con Mateo 25:46 es que el versículo dice que el castigo es eterno. No hay forma de que el aniquilacionismo o la extinción de la consciencia pueda ser introducida a fuerza dentro de este pasaje. El adjetivo ,I>aionion en este versículo significa literalmente “eterno, sin final”. El mismo adjetivo es usado para Dios, el Dios eterno, en 1 Timoteo 1:7; Romanos 16:26; Hebreos 9:14, 13:8, y Apocalipsis 4:9. El castigo de los incrédulos es tan eterno en el futuro como nuestro eterno Dios.

Otra incongruencia de la posición aniquilacionista es el hecho de que no existen grados de aniquilación. Una persona no puede ser un poco aniquilada, bastante aniquilada o muy aniquilada. O se es aniquilado o no se es. Las Escrituras, por el contrario, enseñan que habrá grados de castigo en el día del juicio (Mt. 10:15; 11:21-24; 16:27; Lc. 12:47-48; Jn. 15:22; He. 10:29; Ap. 20:11-15; 22:12).

Como vemos, la idea de que los pecadores que no aceptan a Cristo como salvador serán aniquilados es también “aniquilada” por el sentido común.

La Falacia Hermenéutica

El Libro de Eclesiastés

Los grupos que enseñan el aniquilacionismo y el sueño del alma usan Eclesiastés como principal fuente de prueba para sus posición. Por ejemplo:

Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. Eclesiastés 9:5

Los aniquilacionistas razonan que si los muertos nada saben, eso significa que están en un estado inconsciente esperando la resurrección, y en el caso específico de los inconversos, han sido destruidos de tal forma que ya no existen. El problema con estos grupos es su ignorancia total de las reglas básicas de hermenéutica. Malinterpretan estos pasajes porque en realidad no saben cómo interpretar nada en la Biblia.

En el caso de Eclesiastés, ignoran los antecedentes y el contexto histórico, cultural y linguístico de un libro que pertenece al género de literatura antigua, que confronta a dos expositores con filosofías opuestas acerca de la vida. La gramática del idioma hebreo es indiscutible en este punto.

La perspectiva del expositor número uno de Eclesiastés se extiende desde el capítulo 1 hasta el 11, y es secular, material, o mundana. Es un punto de vista terrenal sin revelación divina. Estamos frente a las opiniones de un hombre debajo del sol (Ec. 1:3,9,13,14). Para él la vida no tiene sentido, todo da lo mismo, y por ello expresa que no importa cuán rico o sabio sea usted, todo es vanidad. El otro expositor, el teísta, hace su aparición en el capítulo 12.

Desde la perspectiva de un hombre debajo del sol, sin esperanza en Dios, podemos decir que los muertos nada saben. Lo cierto es que nada saben de este mundo. Job está de acuerdo con esto cuando dice, hablando acerca de que cuando el hombre perece, se le despide, y sus hijos tendrán honores, pero él no lo sabrá, o serán humillados y él no se enterará (Job 14:21).

La frase “nada saben” no significa que los muertos pasan a un estado inconsciente en alguna burbuja de tiempo. Obsérvese que la frase “ni tienen más paga”, por otra parte, significaría que los justos tampoco tendrían ninguna recompensa después de la resurrección. Esto no es lo que enseña la Biblia.

La Revelación Progresiva

Otro problema hermenéutico que aqueja a los grupos como los adventistas y los Testigos de Jehová es que son totalmente dependientes del Antiguo Testamento para sus interpretaciones, y excluyen casi totalmente al Nuevo Testamento. Fallan en ignorar la naturaleza de la Revelación Progresiva de la Escritura, la información elemental y difusa en algunos temas del A.ntiguo Testamento, y la prioridad o supremacía del N.T. sobre el A.T.

La Revelación de Dios no fue dada a la humanidad en un solo instante, sino que fue recibida gradualmente en diferentes formas, por diferentes culturas y durante varios siglos. ¿Acaso Hebreos 1:1,2 no nos recuerda que la revelación especial vino a nosotros durante un proceso gradual que tomó un largo tiempo? ¿Acaso la Biblia cayó del cielo en su forma completa? ¿No habló Dios a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras revelando información poco a poco? Por supuesto que sí, las preguntas son retóricas. Cada revelación informativa fue como una nueva pieza en un mosaico gigante. La revelación final pudo finalmente verse en el Nuevo Testamento. De todo este proceso surge el principio bíblico de Revelación Progresiva. Derivado de éste, surge otro principio fundamental de hermenéutica que dice que siempre se debe interpretar el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento. Hacerlo a la inversa es un error fatal.

El principio de Revelación Progresiva nos explica el porqué no encontramos ninguna doctrina desarrollada totalmente en el libro de Génesis. Si bien las semillas fueron plantadas en Génesis, el desarrollo gradual de las doctrinas se dio con la venida de los profetas y los apóstoles. Estos, a medida que recibieron más revelaciones, pudieron entender más de las doctrinas que aquellos que los precedieron. Cada revelación fue como un giro del enfocador de un par de binoculares ajustando la imagen.

El principio de Revelación Progresiva lo podemos apreciar en doctrinas como: la doctrina del pecado, de la salvación, la venida del Mesías, la doctrina de Dios (el concepto y naturaleza de Dios), la vida después de la muerte, etc. Es esta última doctrina la que nos ocupa en este trabajo. Es obvio que no podemos basar nuestro entendimiento de la muerte y la vida en el más allá solamente en pasajes del Antiguo Testamento. Los profetas del A.T. esperaban la llegada del N.T. para poder tener las últimas piezas del rompecabezas y poder apreciar el cuadro en su totalidad. El intérprete bíblico debe reconocer que la visión de los profetas del A.T. era borrosa, difusa, y como resultado escasa en detalles.

Este último punto aplica directamente a los grupos como los Adventistas y los Testigos de Jehová, ya que una simple recorrida por sus materiales escritos demuestra su total dependencia en los textos del A.T. para fundamentar sus doctrinas del aniquilacionismo y el sueño del alma. Cuando alguien les confronta con un texto del N.T. que expresa cristalinamente lo contrario de lo que ellos enseñan, simplemente lo ignoran y retroceden a refugiarse en el Antiguo Testamento. Esto se debe a que le han otorgado prioridad interpretativa al A.T., un error garrafal.

Otro componente del principio de Revelación Progresiva es que las palabras bíblicas cambian su significado a medida que el pueblo de Dios profundiza su entendimiento. Un ejemplo claro es el de Génesis 2: 7:

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser (alma) viviente”.

Alguien no muy brillante dedujo de este verso que la palabra “alma” significaba “ser viviente”, y de inmediato se decretó que esa era la única definición de alma en toda la Biblia. Nunca consideraron la posibilidad de que ese fuera el significado de la palabra sólo durante los tiempos de Moisés.

Observemos lo que dice una página de La Voz de la Profecía, ministerio de los Adventistas del Séptimo Día:

CÓMO NOS HIZO DIOS
Para entender realmente la verdad que la Biblia nos presenta acerca de la muerte, comencemos viendo cómo nos hizo nuestro Creador.
“Entonces JEHOVÁ DIOS formó al hombre (Adam, en hebreo) del polvo de la tierra (adamah, en hebreo)”. — Génesis 2:7.
El Creador hizo a Adán “del polvo de la tierra”. Después que hubo combinado los elementos deseados, su energía creadora le dio vida a la forma inerte.
Para ello, Dios sopló en sus narices “el aliento de vida”, y Adán pasó a ser un “ser viviente” (en hebreo, “un alma viviente”). Note que la Biblia no dice que Adán recibió un alma, sino que el hombre “fue un ser viviente”. De modo que podríamos resumir la ecuación humana en esta fórmula:
“Polvo de la tierra” + “Aliento de vida” = “Un alma viviente”
Cuerpo sin vida + Aliento de Dios = Un ser viviente
De modo que somos una entidad completa, no dos o más partes distintas que fueron juntadas. Mientras respiremos seremos un ser humano viviente, un alma viviente.
http://www.discoveronline.org/spanish/span05.htm

De esta forma, los Adventistas, al igual que los Testigos de Jehová, “prueban” que el hombre no tiene una naturaleza material e inmaterial, distintas una de la otra. Según ellos, el hombre no recibió un alma, sino que fue un alma, una persona viviente. Por lo tanto, deducen que el hombre no posee una naturaleza inmaterial (alma o espíritu) que continúa viviendo como una personalidad inteligente después de la muerte. El espíritu del hombre es definido como el “aliento de vida”, “principio de vida”, o “fuerza de vida” dentro de él, que en el momento de la muerte se extingue, y por ende la personalidad consciente del hombre deja de existir.

Es cierto que la palabra del hebreo para alma (nepesh) puede ser usada en referencia a un ser viviente, pero ello no significa que el término esté limitado a esa definición, o sea que el hombre no tiene una naturaleza inmaterial. En la Biblia vemos que existen muchos pasajes donde el significado de nepesh es exactamente lo opuesto. Es por ello que cuando aparecen otros pasajes donde debido al contexto se debe reevaluar el significado de la palabra, niegan este hecho y retroceden hasta Génesis 2:7. A esto se le conoce también como la falacia de equivocación (suponer que una palabra tiene el mismo significado sin importar el contexto). A continuación, para beneficio del lector damos una serie de pasajes que le ayudarán a refutar las posiciones aniquilacionistas y del sueño del alma: Mt. 10:28; Lc. 20:38; Lc. 23:46; Hch. 7:59; 2 Co. 5:6-8; Fil. 1:21-23; 1 Tes. 4:13-17; Ap. 6:9,10.

Mientras que los aniquilacionistas no reconozcan el carácter progresivo de la Escritura, el cual resulta en un entendimiento más profundo de las palabras y los conceptos, van a seguir empantanados en Génesis 2:7. La palabra “alma” pudo tener para Moisés un significado diferente o más simple de lo que significó para David o Pablo. La resistencia de algunos a aceptar esto se debe a la suposición inconsciente de que la Biblia fue un libro que se escribió de un solo golpe.

Conclusión: La definición de la palabra “alma” debe buscarse desde una aproximación contextual, analizando toda la gama de significados que la palabra tiene.

Como nota adicional, digamos que La Biblia nunca habla de la resurrección del alma, y se entiende, porque el alma es inmortal. El hombre no puede ser reducido a un ser totalmente material o totalmente inmaterial, como sostienen algunas posiciones. La iglesia de Cristo siempre vio al hombre, si bien es una unidad, como un ser compuesto de dos aspectos. El aspecto material es su cuerpo. El hombre fue creado como un ser material para que pueda interrelacionarse con otros seres materiales y los objetos materiales en el mundo. Debido a la Caída, la muerte provoca un desgarro o una separación de lo inmaterial y lo material del ser humano. Por ello es que la resurrección es esencial en el pensamiento cristiano. La salvación, en la Escritura, siempre es vista en última instancia como la reunión de una alma perfeccionada con un cuerpo perfeccionado. La visión bíblica holística presenta la salvación como involucrando ambos aspectos del hombre.

Las posiciones reduccionistas y las definiciones simplísticas se deben a que muchos cometen la falacia de la presuposición escondida. En este tema, la presuposición es que el significado de una palabra en cierto pasaje inicial, en el comienzo de la Escritura, debe ser de ahí en adelante siempre el mismo.

La Falacia Moral

Las teorías de la aniquilación y la inmortalidad condicional adolecen también de fallas morales. Una de ellas es que niegan un atributo esencial de la naturaleza de Dios, su justicia. Cuando los cristianos decimos que Dios es justo, no solamente afirmamos que Dios es justo, sino que él también hace justicia. En otras palabras, Dios es el Juez absoluto y supremo de todo el universo y la historia.

¿Es moralmente justo que asesinos de la talla de Hitler, Stalin, Saddam Hussein y otros, no reciban la retribución divina correspondiente por sus crímenes? Obviamente, la extinción de su consciencia sería en realidad una bendición, no una pena. Cuando Saddam Hussein recientemente fue linchado, recibió por sus crímenes la justa pena que la justicia terrenal demandaba. Según el aniquilacionismo, Saddam simplemente no existe más. No tuvo que responder ante ningún tribunal divino por usar gas letal para matar mujeres y niños kurdos, uno de sus tantos crímenes. De la misma forma, el aniquilacionismo implica que una persona que vivió una vida moralmente aceptable pero no creyó en la provisión salvadora de Dios, también dejará de existir en el momento de su muerte (o luego de su resurrección, según la variante). Teniendo en cuenta que los proponentes de la aniquilación afirman que la anulación de la existencia es un castigo en sí, escapa a nuestro razonamiento cómo es que un Saddam puede recibir el mismo castigo que una persona que nunca quitó la vida a nadie. ¿Dónde está el factor justicia?

Lo anterior nos lleva a considerar si el carácter de Dios demanda un castigo divino para el pecado. La justicia y la rectitud de Dios son atributos de su carácter moral (Dt. 32:4; Sal. 89:14; Sof. 3:5; 1 Jn. 1:9). Como Dios es justo y recto, él nunca hará nada que contradiga sus atributos (Gé. 18:25; Ro. 9:14). Es por ello que la Escritura indica que Dios no puede simplemente pasar por alto los pecados sin aplicar castigo o sentencia. Todo gobierno humano reconoce la importancia y necesidad de juzgar a los elementos criminales a los efectos de proteger la sociedad, y mantener la paz y el bienestar de sus integrantes. Si esto es así en lo referente a los gobiernos terrenales, ¿cuánto más no lo será en el reino celestial? Enfatizo, ¿qué respeto se le puede tener a un gobierno que perdona gratuitamente a todos los delincuentes y elementos destructivos de la sociedad y les pone en libertad? Es en línea con esto que Dios dice a Moisés: “Porque yo no justificaré al impío” (Ex. 23:7). En otras palabras, “Yo no declararé inocente al pecador”. Exodo 34:7 expresa que Dios “de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. El mismo principio lo encontramos en Romanos 2:5,6: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras”.

La justicia y la rectitud de Dios demanda que el pecado sea castigado. O el pecador mismo debe ser castigado, o un sustituto apropiado debe ser hallado, uno que tenga la capacidad de llevar sobre sí todo el castigo por el pecado.

Las Falacias Lógicas

La mayoría de los argumentos extra-escriturales que los aniquilicionistas presentan son falacias lógicas fáciles de detectar. Daremos algunos ejemplos a continuación.

  1. Argumento de tiempo vs. eternidad.

¿Cómo puede Dios condenar eternamente al pecador por pecados cometidos en un lapso de tiempo finito?

El aniquilacionista comete el error de crear una relación proporcional entre la magnitud o gravedad de un crimen y el tiempo que lleva cometer ese crimen. Ilustración: Un asesinato puede tomar cinco segundos en consumarse. Robar puede tomar horas o días si en el proceso hubo que excavar túneles para llegar a una bóveda con dinero. El punto es que el castigo correcto o la sentencia apropiada para una persona no se da en función del tiempo que toma cometer el crimen, sino en función de la gravedad de ese crimen.

Pregunta: ¿Cuál es el crimen más horrendo que una persona puede cometer en esta vida? La mayoría de la gente que no tiene una relación con Dios, diría que es maltratar animales, destruir la naturaleza, la pedofilia, matar a una persona, o cosas por el estilo. Claro que estas cosas son graves, pero en realidad son ínfimas comparadas con el rechazo, la burla, la negación, y el rehusar amar a la persona que le debemos absolutamente todo, nuestro Creador.

El pecado más grande que una persona puede cometer es vivir toda su vida ignorando a Dios, y diciendo: “Me importa un rábano el propósito para el cual me pusiste en esta tierra. Me importan un comino tus valores y tus mandamientos, y la muerte de tu Hijo por mí. He decidido ignorar todo eso”. El único castigo apropiado para tal pecado es la separación de Dios por la eternidad. El apologista Alan Gomes señala lo siguiente en “Evangélicos y la Aniquilación del Infierno”, Parte II, Christian Research Journal 13 (verano 1991), 8-9:

La naturaleza de la Persona contra la cual es cometido el crimen, así como la naturaleza del crimen mismo, ambas deben ser tomadas en cuenta para determinar el grado de gravedad del crimen. Considerando también las palabras de Jesús cuando se le preguntó cuál era el mayor mandamiento, podemos formarnos el concepto de cuán grave es el rechazo de Dios y Su salvación. En muchos países el asesinato es castigado con la sanción más severa que el código de leyes de esos países poseen, prisión de por vida. Esto significa separación de la sociedad por el resto de la vida del reo. Espero que el lector observe la analogía con el castigo que sufre el pecador rebelde al ser separado de Dios y su pueblo por toda la eternidad. Claro que yo puedo estar equivocado, y el asesino puede quejarse y decir: “¿Por qué me condenan a cadena perpetua si sólo me tomó 30 segundos asesinar a la víctima? ¡Eso es crueldad!”

Nuestra evaluación nos indica que el argumento que contrapone tiempo vs. eternidad, finito vs. infinito, es un non sequitur, o sea, un razonamiento donde la conclusión es obtenida de premisas que no están lógicamente conectadas con ésta.

  1. Argumento de los santos tristes.

¿Cómo pueden los santos en el cielo vivir felices sabiendo que sus seres queridos inconversos están sufriendo un eterno tormento?

Este argumento es un ad misericordiam, o en su defecto, falacias donde se busca manipular los sentimientos de las personas con argumentos llamando a compasión. En lenguaje popular, estamos frente a un “rompecorazones” al mejor estilo de novela televisiva. Los que plantean la objeción parecen ignorar que en cierto punto, los salvos verán las cosas exactamente como Dios las ve y comprenderán que justicia es justicia.

Podemos sugerir además, que sin duda toda lágrima y dolor serán borrados en la presencia de Dios (Ap. 21:4). Por otra parte, el argumento parece basarse en la idea de que el infierno contiene llamas de fuego literales. Este es un grave error de interpretación. El lenguaje de fuego y azufre literal debe ser abandonado por los cristianos responsables, no importa cuán solemne y respetable sea la memoria de los grandes hombres de Dios que lo emplearon en el pasado.

Los aniquilacionistas, a su vez, observan también que todo el lenguaje bíblico sobre fuego es evidencia de que la gente es destruida en vez de padecer en el infierno por siempre. Dicen que lo que es arrojado al fuego no es indestructible. El fuego es lo que es eterno y nunca se apagará. Pero lo que se arroja al fuego será destruido.

Nosotros contestamos que el lenguaje de fuego, llamas y humo, es figurado. En Apocalipsis se habla de que la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Pensemos por un momento: el Hades es algo que no puede ser quemado. Es una dimensión. Es como decir que el cielo también puede ser quemado. El cielo no es el tipo de cosa que puede quemarse. Y la muerte, ¿cómo puede ser quemada?. La muerte no es algo a lo que le podemos acercar un encendedor y quemarla.

Sabemos que la referencia al fuego es figurada porque si la tomamos literalmente no tiene sentido. El infierno es descrito también como “las tinieblas de afuera”, sin embargo también contiene fuego. No podría ser, las llamas iluminarían el lugar. Jesucristo retornará, según Apocalipsis 1, con sus ojos como llama de fuego. Sus pies serán como bronce estando en un horno. Las llamas significan que Cristo vendrá en juicio. Hebreos 12:29 dice que Dios es fuego consumidor. Nadie se imagina a Dios como un gigante lanzallamas cósmico.

Resumiendo, el fuego del infierno simboliza juicio. El castigo del infierno es separación de Dios, y ésta traerá verguenza, angustia y remordimiento. Debido a que las personas tendrán cuerpo y alma en su estado de resurrección, las miserias que se sufrirán serán mentales y físicas. El dolor que se experimentará será el resultado del exilio final y sin término alejados de Dios, de su reino, y de la buena vida para la que fuimos creados en primera instancia. La gente en el infierno se lamentará profundamente (más allá de lo que las palabras pueden describir) de todo lo que perdieron.

Es obvio que el lago de fuego es simbólico de juicio. Cuando la Biblia dice que el Hades tendrá un fin, la palabra Hades se refiere al estado temporario entre la muerte y la resurrección final. En ese momento, las personas tendrán sus cuerpos otra vez, y serán localizadas lejos de Dios. La muerte también tendrá fin porque ya no habrá más gente que muera. Conclusión: el lenguaje sobre fuego y lago de fuego es un recurso literario, no se trata de fuego literal.

  1. Argumento ad populum (estrategia de los improperios)

“Dios es un torturador sadístico”. “Dios pierde la batalla por las almas”. “Dios no es un Dios de amor”, etc., etc., etc.

Frases como éstas son usadas para criticar la posición que sostiene que los pecadores que rechazaron la provisión salvadora de Cristo, pasarán la eternidad en estado consciente y separados de Dios, sumidos en tormento. Este tipo de improperio no es más que un intento de manipular las emociones de la gente y obtener apoyo para la teoría de la aniquilación. En lógica se les llama argumentos ad populum. Es una estrategia que recurre a las emociones y que es la artimaña de todo propagandista y demagogo. Es una falacia porque reemplaza la laboriosa tarea de presentar pruebas y argumentos racionales con un lenguaje expresivo y otros recursos para provocar entusiasmo, angustia, furia u odio.

Ante este seductivo lenguaje engañoso, podemos contestar que aquellos que son condenados escogieron libremente terminar en el infierno. Dios no es ningún torturador. Esto lo comprendemos cuando llegamos a saber que el infierno no es un lugar de fuego, sino un estado eterno (sin dejar de ser un lugar) de angustia, remordimiento, deshonor, vergüenza y soledad. Es una condición que el pecador trar sobre sí mismo. Su rebeldía contra Dios continuará aun en el infierno. Como bien dijo C. S. Lewis, las puertas del infierno serán trabadas desde adentro. Podemos agregar, también, que la misericordia de Dios se extiende hasta el infierno, ya que habrá allí grados o niveles de desolación, de acuerdo a la gravedad de los pecados de cada individuo. En el infierno, todos serán perfectamente miserables, pero no igualmente miserables.

Conclusión

Deseamos señalar que hemos evitado, en lo posible, sobrecargar el estudio con numerosos pasajes bíblicos usados para defender el aniquilacionismo con su correspondiente refutación. Tampoco hemos sobreabundado en pasajes esgrimidos a favor del castigo eterno, por considerar que existe ya abundante información al respecto en la internet. Hemos preferido hacer una aproximación al tema del aniquilacionismo desde el punto de vista histórico al principio, aunque breve, para luego abordar sus yerros teológicos, hermenéuticos y morales, finalizando con las falacias lógicas de los argumentos extrabíblicos empleados por los aniquilacionistas.

Lo cierto es que la doctrina del castigo eterno es enseñada claramente en la Escritura, por más impopular que parezca ser. Los aniquilacionistas tratan de ocultarla mediante el uso deshonesto de la distorsión de pasajes, tergiversación del lenguaje, razonamientos erróneos y sobre todo, la manipulación de los sentimientos. Es allí donde los aniquilacionistas toman ventaja de las emociones humanas, porque saben que el impacto de la doctrina hace blanco en las vidas de muchos que tuvimos familiares cercanos que nunca formaron parte de la familia de Dios.

Termino con una nota personal. No hay un solo día en que yo no recuerde al progenitor de mis días. Mi padre murió hace quince años y todo parece indicar que murió sin Cristo. Lo digo porque no estuve junto a él en sus últimos días, nos separaban diez mil millas de distancia. Fue un hombre de orígenes humildes que trabajó arduamente hasta convertirse en el hombre proveedor por excelencia, estimado en gran forma por los que lo conocieron, dadivoso, siempre listo a ayudar y a proteger. Un hombre sencillo, íntegro y fiel, aunque lejos de ser perfecto (¿quién lo es?). En realidad no sé si alguna vez alguien le presentó el evangelio. Recuerdo que durante mi niñez, mi madre pareció buscar al Señor integrándose a un grupo de estudios bíblicos. Lamentablemente, la dama a cargo de los estudios impartía una enseñanza legalística en extremo (pintarse los labios era tabú), tal es así que mi padre sólo conoció esa rama evangélica deformada que hace del cristianismo algo inatractivo, algo que ahuyenta en lugar de provocar interés. ¡Con razón mi padre no quiso saber nada con el evangelio! Cualquier persona en sus cabales rechaza tal caricatura de la vida cristiana. ¿Estoy acaso justificando a mi padre? En ninguna manera. La Escritura nos dice que nadie tendrá excusas que presentar ante Dios. Yo quisiera de todo corazón que los aniquilacionistas tuvieran razón, pero el árbitro final en estas cosas no son mis deseos ni mis razonamientos, sino la Palabra de Dios. Es realmente angustiante pensar que un ser querido esté sufriendo, pero en última instancia sólo puedo descansar en la misericordia y bondad de Dios, y le agradezco que en su plan para mi vida, en su Providencia, me dio el padre que me dio. En el análisis final, el tiempo, lugar, condiciones y padres de los cuales nacimos, fueron ordenados soberanamente por Dios. No hablo de determinismo ni fatalismo, sino de la soberanía de Dios actuando entrelazada con la voluntad y los caminos del hombre en ese majestuoso plan de los siglos diseñado por Dios. ¡A él sea toda la gloria!

Por lo demás, el saber que existe un futuro de angustia eterno para aquellos que rechazaron a Dios, debería ser razón suficiente para predicar con más denuedo el evangelio de Cristo. La doctrina de la aniquilación, por otra parte, no estimula al cristiano a predicar el evangelio. Después de todo, no hay nada de que advertirle al impío. El malvado no tiene que nada que temer, ya que en última instancia no tendrá que pagar por sus transgresiones. ¿Qué impresión podemos causar en el pagano moderno cuando le decimos que si no acepta a Cristo se extinguirá como la llama de una vela? Eso es lo que él cree en primer lugar, y no necesita a Cristo en la ecuación.

Fuentes:

 Death and the Afterlife, Robert Morey, Bethany House, 1984.
 The Case for Christ, Lee Strobel, Zondervan, 1998.
 Reasoning from the Scriptures with the Jehovah’s Witnesses, Ron Rhodes, Harvest House, 1993.
 The Kingdom of the Cults, Walter Martin, Bethany House, 1992.
 Blow Out the Candle, A Critical Look at Annihilationism, James Patrick Holding
http://www.tektonics.org/af/annix.html
 Inerrancy, Editado por Norman L. Geisler, Zondervan, 1980.
 Seventh Day Adventist Believe, A.G.I.A.S.D., Pacific Press, 1988.

¿Cómo identificar la doctrina de los falsos maestros? | Sugel Michelén

¿Cómo identificar la doctrina de los falsos maestros?

Sugel Michelén

Sería imposible en un sólo artículo hablar detalladamente de las diversas doctrinas erróneas enseñadas por los falsos profetas. No obstante, en el pasaje de Mateo 7:15-23 nuestro Señor Jesucristo nos da una clave que nos ayudará a englobar sus enseñanzas.

¿Cuál es el contexto en que aparece esta advertencia sobre los falsos profetas? La invitación a entrar por la puerta estrecha, y la advertencia de que también existe una puerta ancha, que no es otra cosa que la oferta del enemigo de nuestras almas, quien nos asegura que podemos alcanzar el reino de los cielos sin tener que sufrir todos los inconvenientes que trae consigo el camino de Cristo (comp. Mt. 7:13-14).

El Señor está persuadiendo aquí a Su auditorio a entrar por la puerta estrecha, porque a pesar de ser estrecha, es la única vía de acceso al reino de los cielos. Y es en ese contexto que dice en el vers. 15: “Guardaos de los falsos profetas”. De donde deducimos que la característica general de los falsos profetas es que prometen salvación, pero rebajando al mismo tiempo las demandas del evangelio.

Ofrecen salvación sin tener que entrar por la puerta estrecha ni caminar por el camino angosto. Aquietan la intranquilidad de sus corazones con algo menos que una verdadera obra de gracia en el corazón; de manera que al final los pecadores se sienten tranquilos y en paz, a pesar de no ver en sus vidas las señales que acompañan el verdadero arrepentimiento y la verdadera fe.

¿Cuáles son los pasos que debe dar el pecador para entrar por la puerta estrecha? Arrepentirse de sus pecados, y creer en Cristo; tomar la decisión de divorciarse de su vida de pecado, y abrazar a Cristo tal como es ofrecido en el evangelio: Como el Sacerdote que te redime, como el Profeta que te revela la voluntad de Dios, y como el Rey que gobierna sobre tus pasiones y deseos.

Ese es el mensaje claro que encontramos en todo el NT (comp. Mr. 1:14-15; Hch. 20:18-21). Cualquier persona que enseñe un camino diferente para llegar al cielo que no sea a través de esa puerta estrecha del arrepentimiento y la fe, es un falso profeta aunque cite media Biblia en cada sermón.

La salvación que Cristo ofrece al pecador por medio de la fe no es simplemente un pasaje gratis al cielo, sino reconciliación con Dios y la liberación del dominio del pecado sobre nuestras vidas. Incluye el destronamiento del pecado y la entronización de la gracia, como dice Pablo en Rom. 6:14: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Si estáis bajo la gracia el pecado no puede seguir reinando. Luchamos diariamente contra él, sigue siendo nuestro enemigo, pero ya no es nuestro rey. Y en ese mismo capítulo de Romanos, en el vers. 20, dice Pablo: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin la vida eterna”. ¿Quiénes son los que tienen como fin la vida eterna? Aquellos que tienen ahora por fruto la santificación porque han sido libertados del pecado.

El falso profeta excluye de su mensaje este aspecto esencial del evangelio. Entretienen a los hombres con diversos temas, algunos muy útiles por cierto, pero no les hablan del arrepentimiento, no los enfrentan con sus pecados, no les hablan de esa fe en Cristo que nos lleva a abrazarlo tal como Él es ofrecido en el evangelio; no sólo como nuestro Sacerdote, sino también como nuestro Profeta y como nuestro Rey.

En otras palabras, introducen su veneno a través de lo que dicen, pero también a través de lo que callan (comp. Ap. 22:18-19). Ellos no echan a un lado la Biblia completamente, pero le añaden y le quitan. Mantienen ciertas cosas esenciales de la Biblia, hablan de Cristo, de Su muerte en la cruz, de confiar en Él; pero todo esto viene a ser en su predicación un conjunto de frases sin sentido. “Debemos confiar en Jesús”, “debemos dejar que Jesús guíe nuestros pasos”, “debemos tener un encuentro personal con Jesús”.

Todo eso suena muy bien, pero ¿cuáles son las implicaciones prácticas de esas cosas? ¿Qué significa la guía de Jesús sobre nuestras vidas? ¿Cómo me afectará esto en mis negocios, en mi relación con el mundo que me rodea, en el uso de mis bienes? ¿Qué significa realmente confiar en Jesús? ¿Cuáles consecuencias vendrán a mi vida por confiar en Él? Esa es la parte que el falso profeta prefiere callar. Es por eso que el ministerio de los falsos profetas generalmente resulta muy consolador al principio.

Con esto no estoy diciendo que los verdaderos predicadores no deban consolar con la Palabra de Dios. Gracias a Dios que en la Biblia encontramos textos tan consoladores como Rom. 8:28 o el Salmo 23. Pero noten que la Biblia consuela al que debe consolar. Pablo señala en Rom. 8:28, por citar un texto, quiénes son los que tienen derecho a ampararse en esas palabras tan consoladoras: “Los que aman a Dios”. Y ¿quiénes son los que aman a Dios? El Señor responde a esto en Jn. 14:21-23: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. El falso profeta se limita a citar la consolación, pero no lleva a su auditorio a examinar con objetividad sin tienen derecho a apropiarse de tales promesas.

En Jer. 6:14 el Señor nos advierte que los falsos profetas “curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”. Eso es lo que el pueblo quería oír, y por lo tanto es lo que los profetas falsos les decían (comp. Is. 30:9-10). Ahora, imaginen el contraste entre el mensaje de estos hombres, siempre tan consolador, tan tranquilizante, con el mensaje de Isaías (comp. Is. 1:10-18). Mientras los falsos profetas decían al pueblo que todo estaba bien y que no tenían nada de qué preocuparse, Isaías les decía que ellos no tenían garantía alguna de tener sobre ellos la bendición de Dios, mientras establece la base apropiada para recibir la bendición divina (comp. Is. 1:18-19).

Y ¡cuántos van hoy camino al infierno, tranquilos y confiados, sin haber entrado nunca por la puerta estrecha del verdadero arrepentimiento y la verdadera fe, y sin estar transitando por el camino angosto de una vida santa! Prestaron oídos a estos falsos profetas que hablan de paz cuando no hay paz, y ahora caminan tranquilos hacia las llamas del infierno (comp. Ez. 13:21-23). No son pocos, sino muchos, los que el día del juicio escucharán aquellas solemnes palabras del Señor: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores del maldad” (Mt. 7:23).

La Biblia advierte que muchos se enfrentarán con la muerte sumidos en una falsa paz; si no deseas pertenecer a ese grupo asegúrate de haber entrado por la puerta estrecha, y de que estás transitando en estos momentos por el camino angosto.

​Sugel Michelén

Es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Ha sido por más 35 años uno de los pastores de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo, en República Dominicana, donde tiene la responsabilidad de predicar regularmente la Palabra de Dios. Es autor de varios libros, incluyendo De parte de Dios y delante de Dios y El cuerpo de Cristo. El pastor Michelén y su esposa Gloria tienen 3 hijos y 5 nietos. Puedes seguirlo en Twitter.

LA AUTORIDAD DE DIOS: QUÉ ES Y CÓMO SE MUESTRA | JOHN FRAME

LA AUTORIDAD DE DIOS: QUÉ ES Y CÓMO SE MUESTRA

La autoridad de Dios es Su derecho de decir a Sus criaturas lo que deben hacer. El control tiene que ver con Su poder; la autoridad tiene que ver con Su derecho. El control significa que Dios hace que todo suceda; la autoridad significa que Dios tiene el derecho de ser obedecido y, por tanto, nosotros tenemos la obligación de obedecerle.

La autoridad de Dios es parte de Su señorío. Cuando Dios se encuentra con Moisés en Éxodo 3 le da un mensaje autoritativo —deja ir a Mi pueblo para que me sirvan— el cual tiene autoridad aún sobre Faraón (Éx 4:12). Cuando Dios se encuentra con Israel en el Monte Sinaí, Él se identifica a Sí mismo como Señor (Éx 20:1-2) y les dice que no tengan otros dioses delante de Él (v. 3). El señorío de Dios significa que debemos obedecer Sus Diez Mandamientos y cualquier otro mandamiento que decida darnos. Así que Dios nos llama a confesar Su señorío y luego a continuar obedeciendo todos Sus mandamientos (Dt 6:4-6). También Jesús dice una y otra vez, de varias maneras: “Si me aman, guarden Mis mandamientos” (Jn 14:212315:10141Jn 2:3-63:22245:32Jn 6Ap 12:1714:12). ¿“Cómo —pregunta Él— puedes llamarme ‘Señor, Señor’, cuando no obedeces lo que yo digo”? (Lc 6:46 parafraseado; ver Mt 7:21-22).

La autoridad de Dios es absoluta. Esto significa, en primer lugar, que no deberíamos dudarla ni cuestionarla. Pablo dice que Abraham “no titubeó con incredulidad” al poner su fe en las promesas de Dios (Ro 4:16-22). Sin duda, Abraham fue tentado a titubear. Dios le había prometido la tierra de Canaán, y aunque él vivía ahí no poseía ni un centímetro cuadrado de aquel territorio. Dios le había prometido a Abraham un hijo, el cual tendría más descendientes que la arena del mar. Pero la promesa no se había cumplido todavía, y ya su esposa Sara había pasado la edad de concebir hijos, mientras que él tenía más de cien años de edad. Sin embargo, Abraham se aferró a la palabra autoritativa de Dios, aún en contra de la evidencia que obtenía de sus sentidos.Y así mismo debemos hacer nosotros.

En segundo lugar, que la autoridad de Dios sea absoluta significa que Su señorío trasciende todas nuestras otras lealtades.Tenemos el derecho de ser leales a nuestros padres, a nuestra nación, a nuestros amigos; pero Dios nos llama a amarle con todo nuestro corazón; es decir, sin rival alguno. Jesús dijo a Sus discípulos que honraran a sus padres (Mt 15:3-6), pero les dijo que lo honraran a Él aún más (Mt 10:34-38; ver Mt 8:19-2222:37Fil 3:7-8).

En tercer lugar, que la autoridad de Dios sea absoluta significa que cubre todas las áreas de la vida humana. Pablo dice que “ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31; ver Ro 14:23Col 3:17242Co 10:5). Todo lo que hacemos, o es para la gloria de Dios, o no lo es. Dios tiene el derecho de ordenar cada aspecto de la vida humana.

Este artículo La autoridad de Dios: qué es y cómo se muestra fue adaptado de una porción del libro La Salvación es del Señor publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

La ética en fluctuación | Bruce P. Baugus

La ética en fluctuación
Por Bruce P. Baugus

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XX

La ética del siglo XX fue una época en la que se cosechó la tempestad tras haber sembrado aquellos vientos en los albores de la modernidad. La era moderna del pensamiento occidental comenzó en el siglo XVII, cuando algunos pensadores abandonaron el enfoque agustiniano de la teología como un ejercicio de fe en busca de entendimiento, optando en su lugar por un nuevo enfoque que a grandes rasgos equivalía a la razón, en sentido estricto, en busca de razones o justificaciones para creer. Así comenzó la búsqueda de la teología racional.

AQUELLOS VIENTOS
A principios de la era moderna, algunos teólogos racionales parecían seguros de que podían justificar la creencia en los fundamentos principales del cristianismo basándose en estrechas premisas racionalistas (como William Chillingworth y John Tillotson). Pero a finales de siglo, ni siquiera John Locke, el pretendido defensor racional de la fe, pudo encontrar la manera de justificar la creencia en doctrinas tan básicas para la ortodoxia como la Trinidad y la encarnación. En el siglo XVIII, algunos de los brotes unitarios (y arrianos) de la teología racional habían florecido en variedades de deísmo en todo el mundo occidental (como John Toland, Anthony Collins y Matthew Tindal en Inglaterra; Voltaire y Jean Jacques Rousseau en Francia; y Benjamin Franklin y Thomas Jefferson en Norteamérica). Con el tiempo, y quizá afortunadamente, David Hume dio un último empujón a todo el proyecto de la teología racional, y este se derrumbó.

Sin embargo, mientras se derrumbaba la esperanza de una justificación racional del cristianismo como religión revelada divinamente, la confianza en la existencia y cognoscibilidad de un orden moral racional seguía siendo alta. Tan alta, de hecho, que los pensadores de toda la era de la razón, incluido Baruch Spinoza, siguieron considerando la ética como el único aspecto de la enseñanza bíblica que podía obtener el asentimiento racional y el consentimiento universal. Algunos pensadores de la Ilustración llegaron a pensar que la ética podría justificar la teología sobre la sola base de la razón humana.

En la estructura de pensamiento ampliamente agustiniana que prevaleció durante la época medieval, la ética seguía a la teología y descansaba sobre ella. Es decir, se suponía que nuestro conocimiento de la forma en que los seres humanos debían comportarse en el mundo dependía de quién era Dios y de lo que Él quería, y estaba determinado por ello. A lo largo de los siglos se sucedieron los debates sobre muchos subpuntos, pero pocos teólogos habían imaginado un orden distinto a este. De hecho, la relación entre la teología y la ética era tan estrecha que tanto los pensadores católicos romanos como los protestantes trataban la ética como una rama de la teología.

Ese orden fue cuestionado por las nuevas variedades modernistas del racionalismo. Cuando Immanuel Kant escribió a finales del siglo XVIII, el contenido de la teología racional se había reducido en gran medida a lo que los teólogos racionales imaginaban que debía ser cierto de Dios para mantener el orden moral (y, por tanto, la civilización). La contribución de Kant en este frente fue exponer la cuestión abierta y honestamente, y proporcionar un marco filosófico creativo y formidable para dar a los pensadores de la Ilustración un lugar donde situarse.

En la propuesta de Kant, la teología está impulsada por las exigencias de la razón práctica que rige nuestra forma de vivir en el mundo. La idea es bastante simple: para vivir una vida moral, hay que creer ciertas cosas. Una de esas cosas es que hacer lo correcto conduce a la felicidad personal. Sin embargo, es evidente que cumplir con nuestro deber moral no siempre conduce a la felicidad personal en esta vida; a menudo conduce al sufrimiento. Por tanto, Kant argumentó que debemos creer que existe algún tipo de vida después de la muerte en la que el bien es recompensado con la felicidad. Kant dijo que no podemos saber si este estado de cosas realmente existe, pero nos encontramos en la peculiar situación de tener que creer en tal estado para hacer lo que la razón exige que sea nuestro deber. Es más, concluía Kant, también debemos creer que lo que la razón nos exige está respaldado por la autoridad divina y que, por tanto, es lo que Dios ordena, del mismo modo que también debemos creer que Dios recompensará a quienes cumplan con su deber en esta vida con una felicidad sin fin en la otra.

LA TEMPESTAD
En cierto modo, el marco de Kant completó la reestructuración de la ética a partir de la visión anterior que prevalecía en Occidente; en otros aspectos, aceleró la desintegración del amplio consenso moral que era sustentado por la visión anterior. Anteriormente, la ética se enfocaba a menudo como una rama de la teología; después de Kant, la ética se ha enfocado generalmente como una disciplina autónoma, tal y como se había concebido en antaño en Atenas. Mientras los occidentales siguieran pensando más o menos como cristianos en cuestiones morales y respaldando los principales contornos del pensamiento moral cristiano, tal como se revelan en la Escritura y se resumen en el Decálogo, esto parecía razonable. Pero la suposición de que las nociones humanas de moralidad eran estables resultó ingenua. Una vez cortados los cables teológicos, la ética fue arrastrada por la tempestad.

Pensadores posteriores propondrían principios metaéticos derivados de la antropología, la sociología, la psicología y, finalmente, incluso de la biología. Mientras tanto, las críticas suspicaces al evangelio expresadas en el siglo XVIII (como las de Hermann Reimarus) fueron desarrolladas y extendidas a la enseñanza moral cristiana por pensadores del siglo XIX como Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Las particularidades de sus críticas variaron ampliamente, pero estos «maestros de la sospecha», como los llama Paul Ricoeur, propusieron cada uno de ellos contranarrativas de la moral cristiana que la presentaban como un desarrollo histórico desviado o debilitador y como un impedimento para el progreso personal y social.

Por muy duras y desvinculadas de la realidad histórica que fueran a veces estas contranarrativas, la sospecha hacia el cristianismo es lo único que nos queda cuando se rechaza la posibilidad de una verdad revelada. El hecho de que el cristianismo exista como una fuerza potente en el mundo y tenga la estructura y la forma que tiene exige una explicación. Pero si la teología cristiana no es verdadera, dice el razonamiento, entonces la enseñanza y la práctica cristianas deben servir a algún otro propósito que el que aparentan o pretenden servir. Algunos sospechan que el cristianismo es un mecanismo para hacer frente a la desesperación, el miedo, los deseos insatisfechos o el sufrimiento; otros sospechan que es un instrumento de opresión que permite a sus seguidores frenar e imponer su voluntad colectiva a los demás; y otros sospechan que el discurso moral carece de sentido o que la propia moral es una ilusión evolutiva.

Esta tempestad de sospechas abrió un camino a lo largo del siglo XX, lo que resulta evidente en la creciente sensación de crisis reflejada en la literatura a medida que el intento cada vez más desesperado de justificar la moralidad sobre bases no teológicas seguía vacilando y luego fracasaba. A medida que se acercaba el colapso, una propuesta metaética siguió a otra en rápida sucesión: las variedades del utilitarismo (como el de Henry Sidgwick) dieron paso a una especie de contienda entre el realismo (como el de George Edward Moore) y el emotivismo (como el de Alfred Jules Ayer), luego con el prescriptivismo (como el de Richard Mervyn Hare), y así sucesivamente. Aunque de las fértiles mentes filosóficas del siglo fluyeron ideas y reflexiones intrigantes, algunos teóricos se desesperaron por no hallar una justificación no teológica de la moralidad y pidieron a sus colegas que abandonaran el proyecto (como hizo Richard Rorty), mientras que otros declararon que la libertad humana y la moralidad eran un mero espejismo (como dijo Michael Ruse).

Mientras tanto, la crítica suspicaz a la ética cristiana se profundizó y extendió. Los discípulos de los maestros de la sospecha del siglo XX —y otros que llegaron a compartir su estado de ánimo— lanzaron acusaciones contra tal o cual punto de la enseñanza cristiana por generar o perpetuar la injusticia social. A veces, la supuesta injusticia era bastante real, pero no se podía atribuir a la enseñanza bíblica, aunque en algunos casos (como en el racismo) la injusticia se podía atribuir a distorsiones y abusos de la Escritura por parte de algunos segmentos de la comunidad cristiana profesante. En otros casos (como el del aborto), la supuesta injusticia (negar los «derechos reproductivos», en este caso) podía atribuirse a la enseñanza cristiana, pero no era una injusticia real (porque la enseñanza cristiana sobre el aborto prohíbe el asesinato; no niega los «derechos reproductivos»). Sin embargo, en cada caso, la cuestión era complicada.

La tesis de Lynn White Jr. de mediados de siglo, Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica, es un ejemplo ilustrativo. White sostiene que la doctrina cristiana de la creación y la visión del dominio humano sobre la naturaleza están detrás de la crisis ecológica global. Mientras estas creencias sigan conformando el pensamiento occidental, será imposible avanzar significativamente en esta cuestión. O se revisan las enseñanzas cristianas o se rechaza el propio cristianismo. Por su parte, como eclesiástico presbiteriano (e hijo de un ministro presbiteriano), White abogó por revisar la enseñanza cristiana siguiendo las líneas sugeridas por la vida de Francisco de Asís.

Aproximadamente la misma crítica se repitió a lo largo del siglo con cada nueva cuestión cultural de importancia moral. Además de sus doctrinas sobre la creación y el dominio humano, los puntos de vista del cristianismo sobre la exclusividad de la salvación en Cristo (solo Jesús es el camino hacia Dios), el género (dos y solo dos sexos complementarios), el matrimonio (divorcio restringido, jefatura masculina, solo matrimonio entre un hombre y una mujer), la vida humana (prohibición del aborto a petición, de la investigación que destruye embriones humanos, del suicidio, de la eutanasia y de las tecnologías reproductivas que destruyen la vida), el sexo (prohibición de las relaciones sexuales fuera del matrimonio y de los anticonceptivos que destruyen la vida, y reconocimiento de la pecaminosidad de la atracción, la orientación, la identidad y los actos sexuales entre personas del mismo sexo), entre otros, han recibido críticas constantes, la mayoría de las veces en nombre de la libertad y la igualdad. Se insinúa que, para corregir estas injusticias y lograr un progreso social significativo, estos puntos de la doctrina cristiana deben revisarse o rechazarse. De cualquier modo, el futuro será poscristiano.

LA IGLESIA EN LA TEMPESTAD
A principios del siglo XX, la cultura ambiental estadounidense en general respaldaba la enseñanza moral cristiana y muchos padres no creyentes querían que sus hijos aprendieran a vivir como nos enseña la Biblia. A finales de siglo, la cultura ambiental consideraba cada vez más la moral cristiana tradicional como regresiva, como un obstáculo para el progreso social y como una amenaza para la igualdad humana, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Incluso se sospechaba que el elevado ideal del amor cristiano era un artificio político, lo que parecía plausible en el fragor de la guerra cultural que asolaba la escena estadounidense de posguerra. Nuestros vecinos de mentalidad secular habían hecho su elección y rechazaban la moral cristiana.

Mientras tanto, el protestantismo de principios de siglo se veía sacudido por encarnizados debates teológicos sobre la autoridad, fiabilidad e interpretación de la Escritura y otros muchos puntos de doctrina. Sin embargo, la gente a ambos lados de estos debates podía contar, por lo general, con que sus oponentes compartían la misma perspectiva moral general. A finales de siglo, esto ya no era así. Las iglesias que acomodaron sus puntos de vista doctrinales a las sensibilidades de la cultura del ambiente siguieron también el camino revisionista de la concesión moral; las iglesias que se negaron a comprometer sus normas doctrinales también se resistieron a la concesión moral, aunque con diversos grados de reflexión y acercamiento cultural.

Una breve comparación de los dos mayores organismos presbiterianos de Norteamérica a finales de siglo resulta esclarecedora. La Iglesia Presbiteriana del Norte, la mayoritaria, empezó a comisionar a mujeres como obreras eclesiásticas hacia 1938, y luego comenzó a ordenar a mujeres como ministras en 1956. La Iglesia del Norte hizo de las relaciones raciales una prioridad en 1963, estableciendo el Consejo sobre iglesia y raza, que impulsó muchos otros programas de justicia racial en el futuro. En 1970, la Iglesia del Norte pidió la liberalización de las leyes sobre el aborto, y en 1992, la reunificada Iglesia Presbiteriana (PCUSA) adoptó la postura proelección de que el aborto es «moralmente aceptable» en muchas circunstancias, pero que debe ser una medida de «último recurso». Relajó las restricciones sobre el divorcio en 1952 y de nuevo en 1981. Ya en 1978, el informe de un comité de estudio de la Iglesia del Norte pedía la ordenación de los homosexuales no célibes, aunque la Iglesia Presbiteriana (PCUSA) no siguió este consejo oficialmente hasta 2011. No obstante, a finales de siglo, la Iglesia Presbiteriana (PCUSA) tenía al menos un ministro abiertamente transexual y, desde entonces, ha eliminado de sus normas de ordenación el requisito de fidelidad conyugal o castidad en la soltería y ha redefinido el matrimonio como entre «dos personas» para dar cabida al matrimonio entre personas del mismo sexo.

La mayoría de estos mismos asuntos también llevaron a la Iglesia Presbiteriana de América (PCA por sus siglas en inglés) a un estudio y un autoexamen más profundos, pero a menudo con resultados muy distintos de los observados en la Iglesia Presbiteriana (PCUSA). Por ejemplo, la PCA sigue enseñando, practicando y defendiendo el complementarismo y la ordenación exclusivamente masculina (reafirmada en 2017). Mantiene la postura provida de que el aborto a demanda es moralmente inadmisible (1978, reafirmada en 1980, 1986 y 1987), solo reconoce el adulterio y el abandono como motivos de divorcio (1972, 1992), y sostiene que la homosexualidad es pecaminosa y que los homosexuales no célibes están descalificados para ocupar cargos eclesiásticos (1977/1980, reafirmada en 1999 y 2019). La PCA no reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo y ha tomado medidas recientes para aclarar esta postura.

En general, las iglesias mayoritarias han seguido aflojando en sus líneas teológicas para acomodarse a los fuertes vientos culturales. Curiosamente, mientras se balancean con la cultura, han experimentado fuertes descensos en el número de sus miembros. Mientras tanto, las iglesias evangélicas conservadoras han reforzado sus líneas de conducta para resistir esos mismos vientos y han crecido incluso cuando han sido marginadas por la sociedad en general por no comprometer sus enseñanzas morales. En un curioso giro de la historia, a finales del siglo XX, muchos protestantes evangélicos descubrieron que sus puntos de vista morales tenían más en común con sus vecinos católicos romanos conservadores que con sus homólogos mayoritarios. También descubrieron una creciente confianza y valentía en sus convicciones a medida que los asuntos que les lanzaba la tormenta les obligaban a estudiar, examinar sus corazones y sufrir por sus creencias.

CONCLUSIÓN
El siglo XX, como he dicho anteriormente, fue una época de cosechar la tormenta que trajeron aquellos vientos que se sembraron en los albores de la modernidad. La tormenta aún está aquí y no ha disminuido. Pero, tras un siglo de luchar contra una cuestión moral tras otra, los evangélicos confesionales tienen sus pies morales más firmes en medio de la tormenta y están mejor preparados ahora de lo que estuvieron un siglo antes. Esto no garantiza que no sigan habiendo concesiones, pero el camino de la fidelidad está iluminado por la infalible Palabra de Dios, que es suficiente para guiarnos a través de lo que muy probablemente serán días aún más oscuros y tormentosos.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine

El Dr. Bruce P. Baugus es profesor asociado de filosofía y teología en el Reformed Theological Seminary en Jackson, Mississippi, y es un anciano docente en la Iglesia Presbiteriana en Estados Unidos. Es autor de Reformed Moral Theology.