Para saber por qué el 31 de octubre celebramos el día de la Reforma, necesitamos volver casi 500 años al pasado y conocer un poco la historia de Martín Lutero.
Lutero fue un monje atormentado por la santidad de Dios y su propio pecado. Él buscaba la reconciliación con Dios a través de sus esfuerzos personales. Vivía en la ciudad de Wittenberg en Alemania, donde recibió su doctorado en teología en 1512, y empezó a enseñar la Biblia como profesor, cargo que mantuvo hasta el día de su muerte.
En 1517, la vida de la pequeña ciudad de Wittenberg empezaría a cambiar. Aquel año, el Papa León X autorizó reducciones en el castigo por los pecados a las personas que diesen dinero para la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. La forma en que se vendían y promocionaban estas reducciones, conocidas como indulgencias, resultó escandalosa para Lutero. «Tan pronto caiga la moneda a la cajuela, el alma del difunto al cielo vuela», exclamaba en público Juan Tetzel, el principal encargado de la venta de indulgencias.
95 tesis que hicieron historia
El 31 de octubre del año 1517, Lutero clavó 95 tesis al respecto en la puerta de la iglesia del castillo en Wittenberg. Todos los que fueron a la iglesia al día siguiente, el Día de los Santos según el calendario, vieron las tesis. Era normal clavar avisos en las puertas de la iglesia, pero aquel martillo cambiaría la historia.
Las tesis estaban en latín, la lengua de los estudiosos. Lutero quería un debate académico y no una revuelta pública. En sus tesis argumentó que el arrepentimiento requerido por Dios para el perdón de los pecados involucra una actitud interna en la persona, y no consistía solo en un acto exterior sacramental (como realizar un pago a la iglesia).
El monje agustino no actuó como un reformador en ese momento. No lo era. Más bien actuó como un católico que quería ver a su iglesia cada vez mejor. Pero, desde el punto de vista humano, los eventos salieron de control.
Algunas personas tomaron esas tesis y, gracias a la imprenta, en cuestión de días estaban siendo conversadas en toda Alemania. A gente muy poderosa no le gustó lo que Lutero enseñó (empezando por Juan Tetzel), y lo acusaron de hereje. Muchas otras personas estaban de acuerdo con las tesis. Así, Lutero se vio envuelto en diversos debates que, en la soberanía de Dios, lo presionaron a examinar conforme a la Biblia los cimientos del catolicismo romano.
Por ejemplo, Johann Eck, uno de los oponentes más formidables de Lutero, expresó en un debate en 1519 que el verdadero asunto de disputa era sobre autoridad: o el papa tiene la última palabra, o la tiene la Biblia. Lutero no había considerado eso con detenimiento hasta entonces. Así, Eck fue usado por Dios para conducir a Lutero a profundizar en lo que serían sus convicciones reformadas. El Señor tenía en mente una reforma, y usó hasta a los enemigos de ella para llevarla a cabo.
Redescubriendo la Palabra y el evangelio
La vida de Lutero fue transformada al conocer que la Palabra de Dios es la autoridad sobre todas las cosas
Estudiando la Palabra de Dios, la vida de Lutero fue transformada al conocer que ella es la autoridad sobre todas las cosas (no la tradición o el papa), y que el evangelio enseña que somos salvos totalmente por gracia, por la fe sola en Cristo Jesús, y no como enseñaba Roma. El evangelio revela el amor de Dios y nos libera de la carga insoportable de pretender ganarnos nuestras salvación. Así nos conduce a obedecer a Dios en libertad y gratitud.
Lutero se convirtió en un reformador que, por la gracia de Dios, transformó al mundo. Más y más hombres fueron transformados por la misma Palabra, y esto dio inició a la Reforma protestante. Aunque antes de él hubieron algunos hombres con convicciones similares, históricamente se recuerda el 31 de octubre del 1517 como el día que lo inició todo.
Este redescubrimiento del evangelio es considerado como el avivamiento en la Iglesia más importante en la historia luego de los días apostólicos de la Iglesia temprana. Este evento marcó el surgir del protestantismo y la separación de los protestantes de la iglesia falsa de Roma. Como ha dicho el historiador Carl Trueman: «La Reforma representa un movimiento de colocar a Dios, tal como Él se revela en Cristo, en el centro de la vida y pensamiento de la Iglesia». Este movimiento impactó al mundo, porque cuando la Iglesia se fortalece en la verdad, brilla con más intensidad y su influencia crece en la sociedad.
Recordando la Reforma
La mayoría de los cristianos no imaginan que sin la Reforma protestante, no solo el verdadero evangelio tal vez no hubiese llegado a nosotros, sino que incluso no habrían Biblias en nuestro idioma, y quizá hasta seríamos analfabetas. ¡Así de importante fue este mover de Dios!
Mientras hayan personas perdidas en sus pecados, y existan congregaciones afirmando un falso evangelio, no viviendo para la gloria de Dios y rechazando la autoridad de las Escrituras, todavía hay necesidad de proclamar el evangelio y defender la autoridad de la Palabra.
Hay mucho más para decir sobre la Reforma protestante. Lo cierto es que hoy es un día para recordarla, dar gracias al Señor por ella y preservar su Palabra para nosotros hoy, reflexionando sobre la necesidad que tenemos de ser más y más avivados por Él.
No estoy seguro de si usted ha notado, como yo, lo difícil que es para los creyentes en televisión o ante el público decir el nombre Jesús. Incluso líderes evangélicos bien conocidos evitan ese nombre al hablarle a un público numeroso, y evitan mencionar “cruz”, “pecado”, “infierno” y otros términos fundamentales de la fe. Hablan mucho de la fe de una manera general y poco comprometedora, pero esquivan cualquier afirmación que les exija adoptar una posición.
En los días que siguieron al ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, muchos estadounidenses instintivamente buscaron valor y solaz en Cristo. Pero incluso en ese entonces, en un servicio en la Catedral Nacional de Washington, D.C, que se transmitió en vivo a todo el mundo, un ministro cristiano elevó una oración en el nombre de Jesús, pero “respetando a todas las religiones”. ¿A todas las religiones? ¿A los druidas? ¿A los que adoran a los gatos? ¿A las brujas? Un ministro cristiano de una iglesia cristiana no debe sentirse obligado a condicionar ni a pedir disculpas por orar al único Salvador verdadero.
Pablo dio una afirmación impresionante en Romanos 1:16-17:
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”.
¿Por qué dijo Pablo: “No me avergüenzo del evangelio?” ¿Quién se va a avergonzar de noticias buenas como estas? Si alguien encuentra la cura para el SIDA, ¿lo abrumaría la vergüenza como para no proclamarla? Si alguien descubriera una cura para el cáncer, ¿sentiría tan terrible vergüenza como para no poder abrir la boca? ¿Por qué es tan difícil mencionar la cruz?
Aunque el mensaje de salvación que Pablo proclamaba era el mensaje más maravilloso e importante de la historia, el público y las autoridades lo habían tratado de manera humillante por predicarlo vez tras vez. Ya por aquel entonces en su ministerio, lo habían apresado en Filipos (Hechos 16:23-24), lo habían obligado a salir corriendo de Tesalónica (Hechos 17:10), lo habían hecho escabullirse de Berea (Hechos 17:14), se habían reído de él en Atenas (Hechos 17:32), lo habían tildado de loco en Corinto (1 Corintios 1:18, 23) y lo habían apedreado en Galacia (Hechos 14:19). Tenía muchas razones para avergonzarse, pero su entusiasmo por el evangelio no disminuía. Jamás, ni por un momento, consideró diluirlo para hacerlo más atractivo al público.
En algún momento u otro de nuestra vida como creyentes, todos hemos sentido vergüenza y hemos mantenido nuestra boca cerrada cuando debimos haberla abierto. O, llegada la oportunidad, nos hemos escondido detrás de algún mensaje inocuo tipo “Jesús te ama y quiere que seas feliz”. Si usted nunca se ha sentido avergonzado por proclamar el evangelio, probablemente nunca lo ha proclamado claramente, en su totalidad, tal como Jesús lo proclamó.
¿Por qué no puede el creyente ejecutivo de negocios testificar ante su junta administrativa? ¿Por qué el catedrático universitario creyente no puede pararse ante la facultad entera y proclamar el evangelio? Todos queremos que nos acepten, y sabemos, como Pablo lo descubrió tantas veces, que tenemos un mensaje que el mundo rechazará; y que mientras más nos aferremos a ese mensaje, más hostil se volverá el mundo. Así es como empezamos a sentir vergüenza. Pablo superó eso por la gracia de Dios y el poder del Espíritu, y dijo: “No me avergüenzo”. Es un ejemplo contundente para nosotros, porque sabemos el precio de la fidelidad a la verdad: el rechazo del público, la cárcel y, al final, la ejecución.
La naturaleza humana en realidad no ha cambiado gran cosa en toda la historia; la vergüenza y el honor eran asuntos muy serios en el mundo antiguo, tal como lo son hoy. Allá por el siglo IX antes de Cristo, el poeta épico Homero escribió: “El bien principal era que hablaran bien de uno, y el mal mayor, que hablaran mal de uno en la sociedad”. En el siglo I de nuestra era, el apóstol Pablo ministraba en una cultura sensible a la vergüenza, que buscaba el honor, y sin sentir vergüenza alguna, predicaba un mensaje ofensivo respecto de una persona a quien habían avergonzado en público. Era un mensaje muy hiriente. Era escandaloso. Era necio. Era insensato. Era anacrónico.
Sin embargo, como dice 1 Corintios 1:21, “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”. Era este escandaloso, hiriente, necio, ridículo, extraño, absurdo mensaje de la cruz el que Dios usaba para salvar a los que creen. Las autoridades romanas ejecutaron a su Hijo, el Señor del mundo, por un método reservado solo para las heces de la sociedad; sus seguidores tendrían que ser lo suficientemente fieles como para arriesgarse a sufrir el mismo fin vergonzoso.
Tal vez el mito dominante en la iglesia evangélica actual es que el éxito del cristianismo depende de lo popular que sea, y que el Reino de Dios y la gloria de Cristo de alguna manera avanzarán sobre la base del favor del público. Esta es una fantasía antigua. Recuerdo haber leído una cita del apologista Edward John Carnell en la biografía del predicador galés David Martyn Lloyd-Jones escrita por lan Murray. En sus años formativos en el Seminario Teológico Fuller, Carnell decía respecto del evangelicalismo: “Necesitamos prestigio desesperadamente”.
Los creyentes se han esforzado mucho por colocarse en posiciones de poder dentro de la cultura. Buscan influencia académica, política, económica, atlética, social, teatral y religiosa, y en toda otra forma posible, con la esperanza de lograr que los medios de comunicación masiva los tomen en cuenta. Pero cuando logran esa exposición, a veces mediante los medios de comunicación masiva, a veces en el ambiente de iglesias de mente bien abierta, presentan un evangelio reinventado y diseñado a la moda que sutilmente elimina la ofensa del evangelio, e invita a la gente al Reino por un sendero fácil. Descartan todas las cosas difíciles de creer en cuanto al sacrificio de uno mismo, a aborrecer a la familia y cosas por el estilo.
La ilusión es que podemos predicar nuestro mensaje más eficazmente desde las encumbradas perchas del poder e influencia culturales, y que una vez que hayamos captado la atención de todos, podemos conducir a más personas a Cristo si le quitamos al evangelio su aguijón y predicamos un mensaje que agrade al usuario. Pero para llegar a esas perchas encumbradas, algunas figuras públicas “cristianas” diluyen la verdad y la acomodan; luego, para mantenerse allí, ceden a la presión de perpetuar la enseñanza falsa para que su público siga siéndoles leal. Decir la verdad se convierte en una decisión profesional errónea.
Los pastores de las iglesias locales están entre los primeros en dejarse seducir para usar este evangelio de moda, diseñado para que encaje en el deseo del pecador y tergiversado astutamente para superar la resistencia del consumidor. Planifican las reuniones de la iglesia para que se vean, suenen, se sientan y huelan como el mundo, a fin de eliminar la resistencia del pecador y seducirle al Reino por un sendero fácil y familiar.
La idea es hacer que el cristianismo sea fácil de creer, pero la verdad simple, inmutable e inexorable es que el Evangelio es difícil de creer. Es más, si se deja sin ayuda al pecador, le es absolutamente imposible.
Esta es la filosofía de moda: “Si les gustamos, les gustará Jesús”. Esta estrategia funciona superficialmente, pero solo si comprometemos la verdad. No podemos simplemente criticar a los predicadores locales por reinventar el evangelio, porque no están actuando en forma distinta a los tele-evangelistas de renombre y otros evangélicos más ampliamente conocidos.
Para mantener sus cargos de poder e influencia tan pronto los han alcanzado, mantienen esta tenue alianza con el mundo en nombre del amor, el atractivo y la tolerancia, y para conservar contentos a los inconversos en la iglesia deben reemplazar la verdad con algo que aliente y que no ofenda. Como dijo cierto calvinista una vez: “A veces, no presentamos el evangelio lo suficientemente bien para que los que no son elegidos lo rechacen”.
Ahora bien, no quiero que se me malentienda. Estoy comprometido a proclamar el evangelio hasta donde me sea posible aquí y en todo el mundo. Prefiero que la justicia prevalezca sobre el pecado. Prefiero elevar a los justos y exponer el pecado tal y como es, en toda su capacidad destructora. Anhelo ver que la gloria de Dios se extienda hasta los confines de la tierra. Anhelo ver la luz divina inundando el reino de las tinieblas. Ningún hijo de Dios se contenta jamás con el pecado, la inmoralidad, la injusticia, el error y la incredulidad. El oprobio que cae sobre el Señor cae sobre mí, y el celo de su casa me consume, tal como a David y a Jesús.
Sin embargo, detesto las iglesias del mundo que se han convertido en refugio de herejes. Me disgusta una iglesia de la televisión que, en muchos casos, se ha convertido en cueva de ladrones. Me encantaría ver al Señor divino empuñando un látigo y azotando a la religión de nuestro tiempo. A veces, oro salmos que condenan a ciertas personas. Pero casi siempre, oro para que el Reino venga. La mayoría de las veces, oro que el evangelio penetre en el corazón de los perdidos. Comprendo por qué John Knox dijo: “Dame Escocia o me muero. ¿Para qué más podría yo vivir?” Comprendo por qué el misionero pionero Henry Martyn salió corriendo de un templo hindú exclamando: “No soporto vivir si deshonran a Jesús de esta manera”.
Fui a una entrevista radial en una emisora importante, en cierta ciudad grande, donde la animadora era una reconocida “consejera cristiana”. Ella tenía un programa diario de tres horas, aconsejando a los oyentes que llamaban para contarle toda clase de problemas, algunos muy serios. Pero por las preguntas que me hizo en el programa, me pareció que ella no había leído mucho en cuanto a la doctrina cristiana. Fuera del aire, durante los comerciales, me dijo:
“Usted usa la palabra ‘santificación’. ¿Qué quiere decir eso?”
Eso fue un indicio. Si ella no sabía lo que significaba la santificación, tenía tarea por hacer. Todavía estábamos fuera del aire, por lo que le pregunté:
“¿Cómo llegó usted a ser creyente? Nunca olvidaré su respuesta. Me dijo: “Fue fantástico. Un día, encontré el número de teléfono de Jesús, y desde entonces, hemos estado en contacto”.
“¿Qué?”, le pregunté, tratando de no parecer demasiado incrédulo. “¿Qué quiere decir?”
“¿Qué quiere decir con eso de ‘¿qué quiero decir?’”, me respondió bruscamente.
Ella no entendía que hasta su “testimonio” necesitaba una explicación. Luego, me preguntó:
“¿Cómo llegó usted a ser creyente?”
Entonces, empecé a hablarle brevemente del evangelio, pero me cortó y me dijo: “Eh, ¿qué pasó? No hay que andar entrando en todo eso, ¿verdad que no?”
Sí, claro que sí.
No le doy tregua a la forma como marcha el mundo. Me disgusta todo lo que deshonra al Señor. Estoy en contra de todo lo que Él está en contra y a favor de todo lo que Él respalda. Anhelo ver que se conduzca a las personas a la fe salvadora en Jesucristo. Detesto que los pecadores mueran sin esperanza. Me he consagrado a la proclamación del evangelio. No soy limitado en esto. Quiero ser parte del cumplimiento de la Gran Comisión. Quiero predicar el evangelio a toda criatura.
No es que no me interesen los perdidos del mundo, ni que haya hecho una tregua fácil con un mundo pecador que deshonra a mi Dios y a Cristo. Para mí la única pregunta es: ¿cómo hago mi parte? ¿Cuál es mi responsabilidad? Y desde luego, la respuesta no puede ser comprometer el mensaje. El mensaje no es mío; viene de Dios, y es por ese mensaje que Él salva.
No solo no puedo comprometer el mensaje, sino que tampoco puedo comprometer su costo. No puedo cambiar las condiciones. Sabemos que Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” (véase Lucas 9:23). Jesús dijo que tenemos que llevar nuestra cruz hasta la misma muerte, si Él nos lo pidiera. No puedo evitar que ese evangelio ofenda a una sociedad llena de amor propio.
Y esto sé: la predicación de la verdad influye verdaderamente en el mundo y cambia realmente un alma a la vez. Eso sucede solo mediante el poder del Espíritu Santo que da vida, que envía luz y que transforma el alma, en perfecto cumplimiento del plan eterno de Dios. Su opinión o la mía no son parte de la ecuación.
El Reino no avanza mediante el ingenio humano. No avanza porque hayamos escalado a posiciones de poder e influencia en la cultura. No avanza de acuerdo a la popularidad en los medios de comunicación masivos o en las encuestas de opinión. No avanza como resultado de la preferencia del público.
El Reino de Dios avanza solo por el poder de Dios, a pesar de la hostilidad pública. Cuando proclamamos verdaderamente el mensaje salvador de Jesucristo en su totalidad, es franca y escandalosamente hiriente. Proclamamos un mensaje escandaloso. Desde la perspectiva del mundo, el mensaje de la cruz es vergonzoso. De hecho, es tan vergonzoso, tan antagónico y tan hiriente que incluso a los creyentes les cuesta proclamarlo, porque saben que producirá hostilidad y escarnio.
El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano Advertencia a Quienes Rechazan el Evangelio NO. 1593 Sermón predicado el domingo 17 de Abril de 1881 por Charles Haddon Spurgeon En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
“A ellos había dicho: ‘Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso.’ Pero ellos no quisieron escuchar.”—Isaías 28:12.
Isaías fue sin duda uno de los predicadores más elocuentes, y sin embargo no se pudo ganar ni los oídos ni los corazones de quienes le escuchaban, pues está escrito: “ellos no quisieron escuchar.” Más allá de toda duda Isaías era plenamente evangélico; pues como el Dr. Watts afirma con toda verdad, él habló más de Jesucristo que todos los demás profetas, y sin embargo su mensaje de amor era tratado como si fuese un cuento inútil. Su doctrina era tan clara como la luz del día, y sin embargo los hombres no la entendían. Por eso Isaías preguntaba con gran tristeza: “¿Quién ha creído nuestro anuncio? ¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehovah?” No era culpa del predicador que Israel rechazara sus advertencias: toda la culpa se acumulaba del lado de esa nación desobediente y rebelde. El pueblo al que Isaías predicó con denuedo era un pueblo de borrachos en un doble sentido. Se encontraban sometidos al vino, y este vicio se encontraba tan generalizado que Isaías dice: “Pero también éstos han errado a causa del vino, y han divagado a causa del licor. El sacerdote y el profeta han errado a causa del licor; han sido confundidos a causa del vino. Han divagado a causa del licor; han errado en su visión y han titubeado en sus decisiones. Todas las mesas están llenas de vómito repugnante, hasta no quedar lugar limpio.” ¿Qué cosa puede hacer más áspera la punta de la espada del Evangelio que la intoxicación o el exceso? Cuando un hombre es dado al vino ¿cómo puede morar en él el Espíritu de Dios? ¿Cómo puede ser posible que la verdad penetre en un oído que se ha vuelto sordo a causa del vicio degradante? ¿Cómo puede ser posible que la palabra de Dios obre en una conciencia que ha sido remojada y ahogada en el aguardiente? Una exhortación: si algunos de ustedes son dados a la borrachera, aléjense de este destructor antes que sus ataduras se vuelvan fuertes y el vicio los encadene sin esperanza. No debe sorprendernos que el predicador sea derrotado si su ardiente celo tiene que competir con las bebidas alcohólicas. Cuando Baco hace rodar el barril de vino y lo pone contra la puerta es muy difícil que podamos entrar, aunque lo pidamos en el nombre del Rey Jesús. Los hombres no están en condiciones de oír cuando el barril y las botellas son sus ídolos. No es del todo sorprendente que el Evangelio sea despreciado por quienes han permitido que el enemigo entre por sus bocas para robarles el cerebro. El pueblo al que habló Isaías también estaba borracho en otro sentido, es decir, intoxicado por el orgullo. Su país era fructífero, y su ciudad principal, Samaria, estaba ubicada en la cima de una colina, como una bella diadema que coronaba la tierra, y ellos se gozaban en la gloriosa belleza que remataba al fértil valle. Ellos mismos eran valientes, y en medio de ellos habían muchos hombres destacados cuya fortaleza hacía batir en retirada al enemigo. Por esta razón ellos confiaban en repeler a cualquier invasor, y así sus corazones estaban muy tranquilos. Además, ellos decían: “Somos un pueblo inteligente; no necesitamos ninguna enseñanza, o si no podemos evitar que nos den clases, estas deben ser de alta calidad. Somos personas con un intelecto cultivado, escribas instruidos y no necesitamos y que profetas como Isaías vengan a aburrirnos con el sonido de sus campanitas, repitiendo: “mandato tras mandato, mandato tras mandato; línea tras línea,” como si fuéramos niños en la escuela. Además, nosotros somos bastante buenos. ¿Acaso no adoramos a nuestro Dios bajo la forma de becerros de oro de Belial? ¿Acaso no respetamos los sacrificios y los días de fiesta? Así hablaban quienes eran los más religiosos del pueblo, mientras que todos los demás se gloriaban en su vergüenza. Como estaban intoxicados por el orgullo no era probable que quisieran oír el mensaje del profeta, que les pedía que se volvieran de sus malos caminos. Aun así, el que se considera justo según su propia estima es muy difícil que alguna vez acepte la justicia de Cristo. El que se jacta de que puede ver nunca pedirá que sus ojos sean abiertos. El que afirma que nació libre, y que nunca fue esclavo de nadie, es muy difícil que acepte la libertad de Cristo. El orgullo es la red con la que mejor pesca el diablo, agarrando muchos más peces que por cualquier otro medio, con la excepción de dejar las cosas para después. La destrucción de quienes son orgullosos es un hecho; pues ¿quién puede ayudar al hombre que rechaza cualquier ayuda, y cuál es la probabilidad que haya arrepentimiento de su pecado o fe en Cristo en el hombre que no sabe que ha pecado, o que cree que si ha pecado puede fácilmente limpiar la mancha? Las dos formas de emborracharse son igualmente destructivas, y les ruego que presten atención a este hecho. Ya sea que la intoxicación sea del cuerpo o del alma, ambas tienen consecuencias muy perjudiciales. Muchos se sienten satisfechos si hablo contra la borrachera del cuerpo, y yo me siento obligado a hacerlo con mi mayor convicción, pues es un mal monstruoso. Pero les suplico a ustedes que viven en sobriedad y que tal vez se abstienen del alcohol de manera total, que teman a la otra intoxicación. Pues si cualquiera de nosotros se intoxicara de orgullo a causa de su propia sobriedad, sería trágico para nuestras almas. Aunque seamos abstemios y nos neguemos a nosotros mismos, no tenemos por qué gloriarnos por ello. Deberíamos avergonzarnos en gran manera de nosotros mismos si no lo fuéramos. No nos emborrachemos de orgullo puesto que no somos borrachos. Pues si somos tan vanos y necios, tan cierto es que moriremos a causa del orgullo como habríamos muerto a causa del alcohol. En verdad me da mucho gusto cuando un hombre deja de tomar; pero soy mucho más feliz cuando al mismo tiempo renuncia a la confianza en sí mismo; pues, si no, puede aún permanecer tan obsesionado como para rehusar el Evangelio y perecer a causa de su propio rechazo voluntario de la misericordia. Que el Espíritu Santo nos libre a todos de esa triste condición. Confieso que la falta de éxito de Isaías me está motivando esta mañana. Cuando él dice: “Pero ellos no quisieron escuchar,” siento mucho consuelo en relación a quienes no prestan ninguna atención a mis exhortaciones. Tal vez no tengo más culpa que la que tenía Isaías. De cualquier forma, si Isaías continuó exhortando, aun cuando exclamó: “¿Quién ha creído nuestro anuncio?” con mucha más razón yo, que soy muy inferior a Isaías, debo continuar y perseverar en la predicación del mensaje de mi Señor mientras mi lengua se mueva. Tal vez Dios les dé el arrepentimiento a los obstinados, y los oídos puedan ser abiertos y los corazones puedan ser ablandados. Por tanto, intentémoslo de nuevo, y publiquemos otra vez las buenas nuevas de paz. Si el Espíritu bendito está con nosotros no llevaremos el llamado del Evangelio en vano, sino que los hombres volarán a Cristo como palomas a sus ventanas. Primero, deseo hablar esta mañana sobre la excelencia del Evangelio; en segundo lugar, sobre las objeciones que se le presentan; y en tercer lugar, la respuesta de Dios a esas objeciones. I. Consideremos LA EXCELENCIA DEL EVANGELIO tal como es presentada en el pasaje que estamos considerando. Esta Escritura no alude de manera fundamental al Evangelio, sino al mensaje que Isaías tenía que presentar, que era por una parte el mandamiento de la ley y por la otra la promesa de gracia: pero la misma regla es válida para todas las palabras del Señor; y ciertamente cualquier excelencia que se encuentra en el mensaje del profeta se encuentra de manera más abundante en el testimonio más completo del Evangelio en Cristo Jesús. Cuando queremos aplicar ese pasaje a nosotros, y al referirlo al ministerio del Evangelio en nuestros días, la excelencia del Evangelio está, primero, en su objeto; es excelente en su propósito, pues es una revelación del descanso. Nosotros, como embajadores de Cristo, somos enviados a proclamarles a ustedes aquello que les dará alivio, paz, quietud, reposo. Es cierto que debemos comenzar con ciertas verdades que causan turbación y pena; pero nuestro objetivo es cavar los cimientos en los que se pueden poner luego las piedras del descanso. El mensaje del Evangelio que surgió de la boca de su propio autor es este: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.” En Belén los ángeles cantaban: “¡y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!” El propósito del Evangelio no es poner ansiosos a los hombres, sino más bien calmar sus ansiedades; no es llenarlos con una controversia sin fin, sino llevarlos a toda la verdad. El Evangelio da descanso a la conciencia por el completo perdón del pecado por medio de la sangre expiatoria de Cristo. Descanso al corazón, al proporcionar un objeto para los afectos digno de su amor. Y descanso al intelecto al enseñarle certezas que pueden ser aceptadas sin ningún cuestionamiento. Nuestro mensaje no consiste en cosas adivinadas por nuestros sentidos, ni producidas por la conciencia del hombre interior a través del estudio, ni desarrolladas por medio de la argumentación por medio de la razón humana. Nuestro mensaje trata con certezas reveladas, que son verdaderas de manera absoluta e infalible, y sobre esas certezas nuestro entendimiento puede descansar tan plenamente como un edificio descansa sobre unos cimientos de roca. La palabra del Señor viene para dar descanso a los creyentes en relación al presente, diciéndoles que Dios ordena todas las cosas para su bien; y en cuanto al futuro, ilumina todo tiempo venidero y también la eternidad con promesas. Remueve la piedra de la entrada del sepulcro, aniquila la destrucción, y revela resurrección, inmortalidad, y vida eterna por medio de Jesucristo, el Salvador. El hombre que oye el mensaje del Evangelio, y lo recibe en su alma, conocerá la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, que guardará su corazón y su mente por Jesucristo. El que cree este Evangelio, no será conmovido por el terror; no será ni avergonzado ni confundido por toda la eternidad. Es cierto que ya siendo un creyente, su mente puede ser turbada a veces; sin embargo, esto no es el resultado del Evangelio, sino de lo que hay todavía dentro de él y que el Evangelio promete eliminar. Tendrá descanso en Cristo, tendrá “tranquilidad y seguridad para siempre.” Está escrito: “¡Y éste será la paz!” “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Este mensaje, que Isaías tenía que dar, diciendo: “Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso,” son la buenas noticias que se nos dice que debemos predicar con palabras más sencillas aún, diciéndoles a ustedes que en Cristo Jesús, el sacrificio de expiación, en el grandioso plan de gracia a través del Mediador, hay descanso para el cansado, dulce descanso para las almas que tienen un peso encima, descanso para ti si vienes y te arrojas a los pies del bendito Salvador. Nuestro mensaje autorizado de parte del Señor Dios es una revelación de descanso. El Señor ha prometido a las mentes obedientes que habitarán en tranquilos lugares de descanso. Más que eso, es la causa del descanso. “Este es el reposo; dad reposo al cansado.” El Evangelio de nuestra salvación no es solamente un mandamiento a descansar, sino que trae con él, el don del descanso. El Señor dice: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” Cuando el Evangelio es admitido en el corazón crea una profunda calma, silenciando todo el tumulto y la lucha de la conciencia, eliminando el temor de la ira divina, aplacando toda rebelión en contra de la voluntad suprema, y trayendo al espíritu una profunda y bendita paz por medio de la energía del Espíritu Santo. Oh, que podamos conocer y poseer esta paz de Dios. El Evangelio, entonces, es un mensaje que habla de paz, y que también establece la paz. El que lo envía es: “el Señor y dador de paz,” y su poder eficaz acompaña al mensaje donde este es predicado con fidelidad y aceptado con honestidad, estableciendo la paz en las secretas cámaras del alma. Este descanso está especialmente preparado para los cansados. “Este es el reposo; dad reposo al cansado.” Si has tratado durante muchos años de encontrar la paz sin ningún éxito, he aquí la perla de gran precio que has estado buscando; si has estado trabajando duro y esforzándote para guardar la ley pero has fracasado, aquí hay algo más que la justicia que tu conciencia ha estado anhelando. En Jesús crucificado encontrarás todas las cosas, “a quien Dios hizo para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención.” Oh ustedes, que están cansados con su ronda de placeres mundanos, hartos, con náuseas provocadas por las vanidades y engaños de la mente carnal, vengan aquí y encuentren el verdadero gozo. Oh ustedes que están consumidos por la ambición, hundidos en el desengaño, amargados por la infidelidad de aquellos en quienes confiaron, vengan y confíen en Jesús y estén tranquilos. A todos los cansados, cansados, cansados, aquí hay descanso, aquí está el refrigerio. Jesús lo dice expresamente: “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.” Si sus espaldas ya no pueden soportar el peso, si sus corazones están a punto de reventar, si su vista está fallando a causa de un cansado mirar y esperar, vengan al Salvador tal como son, porque Él será el descanso de ustedes. Desalentados y abatidos, condenados, y arrojados a las puertas del infierno por su propia conciencia, sin embargo si miran a Jesús el descanso será de ustedes. No pueden alejarse demasiado del Poderoso Redentor. No pueden estar tan perdidos para que el Salvador no pueda encontrarlos. No pueden estar tan ennegrecidos para que Su sangre no pueda limpiarlos. No pueden estar tan muertos para que el Espíritu no pueda darles la vida. Este es el descanso que Él da a quienes están cansados. Oh, es un bendito, bendito mensaje que Dios ha enviado a los hijos de los hombres. ¿Cómo es posible que ellos lo rechacen? Además de traernos el descanso, el mensaje de misericordia apunta a un lugar de descanso: “Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso.” Si quien está descansado se vuelve a cansar, el Buen Pastor le dará un lugar de descanso. Si se extravía, el Señor lo restaurará. Si se debilita, Él lo revivirá. Sí, Él ha comenzado su obra de gracia que renueva, y la va a continuar renovando el corazón día a día, mezclando la voluntad con Su voluntad, y haciendo que el hombre completo se goce en Él. Sé que aquí hay miembros del pueblo de Dios que están desalentados y sedientos. Ustedes tienen una invitación especial, al igual que aquellos que nunca han venido antes, pues si este es el reposo para los cansados es también el lugar de descanso para los desalentados. Si el pecador puede venir y encontrar paz en Cristo, con mucha más razón puedes tú, que aunque te has alejado de Él como una oveja perdida, no has olvidado Sus mandamientos. Vengan, ustedes que están desalentados, vengan a Jesús otra vez, pues este es el reposo y este es el lugar de descanso. Ahora observen con un gozo especial que Isaías no vino a este pueblo para hablar de descanso en términos que no eran claros, diciendo: “No existe ninguna duda que hay un reposo que puede ser encontrado en alguna parte en esa bondad de Dios sobre el cual es razonable hacer conjeturas.” No; él pone su dedo exactamente sobre la verdad, y dice: “Este es el reposo, y este es el lugar de descanso.” Nosotros también en este día, cuando venimos a ustedes con un mensaje de parte de Dios, venimos con una enseñanza definida, y poniendo nuestra mano sobre el Cordero de Dios inmolado exclamamos: “Este es el reposo y este es el lugar de descanso.” Hablamos de sustitución, de la muerte de Cristo en lugar del pecador, del sacrificio vicario, de que Cristo fue contado como uno de los transgresores, y de que nuestro pecado fue puesto sobre nuestra Garantía y fue llevado por Él, y Él nos quitó el pecado, de tal manera que nunca será mencionado en contra nuestra, nunca más. Proclamamos en el nombre de Dios que cualquiera que crea en Cristo Jesús tiene vida eterna: este es el reposo, y este es el lugar de descanso. Se decía de un cierto predicador de la escuela moderna que él enseñaba que nuestro Señor Jesucristo hizo esto o lo otro que de alguna manera u otra estaba conectado con el perdón del pecado: esta es la predicación de un gran número de nuestros teólogos intelectuales. Pero nosotros no conocemos a un Cristo así, ni es esta la doctrina por la cual hemos obtenido el reposo para nuestras almas. Dios ha revelado una verdad fija y positiva, y es nuestro deber declararla de manera clara y sin tener ninguna duda. Nuestra proclamación es: “Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”: este es el reposo y este es el lugar de descanso. Isaías tenía que predicar al pueblo algo definitivo, algo positivo y sin embargo ellos no quisieron escuchar. Tal vez si hubiera profetizado conjeturas y sueños lo hubieran escuchado. Tampoco predicó un reposo de carácter egoísta. Dicen que enseñamos a los hombres a alcanzar paz y reposo para ellos mismos, y que estén de manera confortable sin importarles lo que ocurra a los demás. Sus gargantas arrojan puras mentiras: ellos saben muy bien que no es así y forjan estas falsedades porque su corazón es falso. ¿Acaso no estamos pidiéndoles constantemente a los hombres que alcen su mirada, que dejen de verse a sí mismos y amen a los otros como Cristo los ha amado? Las palabras y los hechos para el bien de otros demuestran que no nos gozamos en el egoísmo. Detestamos la idea que la seguridad personal es la consumación de los deseos de un hombre religioso, pues creemos que la vida de gracia es la muerte del egoísmo. Esta es una de las glorias del Evangelio, que “Este es el reposo; dad reposo al cansado.” Tan pronto como hayas aprendido el secreto divino se convertirá en tus manos en una gracia bendita con la cual, tú también, te puedes convertir en dador de reposo por la gracia de Dios. Con esta lámpara puedes iluminar a todos los que están en tinieblas conforme Dios te ayude. Ese algo secreto que tu propio corazón posee te permitirá comunicar buen consuelo a muchos corazones cansados, y esperanza a muchas mentes desesperadas. “Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso.” Pero esto es cierto únicamente en cuanto al Evangelio, y solamente en relación a él. Si te alejas de Jesucristo, y de su expiación, y del grandioso plan de gracia de Dios, no puedes llevar el reposo a los demás, y además, no hay ningún reposo para ti. Esta es, pues, la excelencia del Evangelio, que propone un bendito reposo para los hombres. La otra excelencia del Evangelio, acerca de la cual voy a hablar ahora, reside en su manera. En primer lugar, considero que una gran excelencia del Evangelio es que viene con autoridad. Lean el versículo nueve. Aun los que aman las objeciones reconocieron su autoridad, pues se refirieron al mensaje del profeta como “conocimiento” y “doctrina.” El Evangelio no pretende ser un esquema especulativo o una teoría filosófica que se va a adecuar a nuestro siglo pero que explotará en el siguiente. No; decimos lo que conocemos, no lo que soñamos o imaginamos. Decimos lo que sabemos. Hermanos míos, si el Evangelio de Jesucristo no es un hecho, no me atrevería a pedirles que lo crean, pero si es un hecho, entonces no es mi “opinión,” ni “mi punto de vista” según dicen algunas personas. Es un grandioso hecho del tiempo y de la eternidad que es y debe ser verdadero para siempre. Cristo fue el sustituto de los hombres, y se ha convertido en la salvación de Dios para los hijos de los hombres; este es el testimonio de Dios. No estamos adivinando, estamos expresando conocimiento. La palabra que en este lugar es traducida como “doctrina” significa, en el hebreo “mensaje” y es la misma palabra usada en el pasaje, “¿Quién ha creído nuestro anuncio?” cuya mejor traducción sería “¿Quién ha creído nuestro mensaje?” El Evangelio viene a los hombres como un mensaje de Dios, y quien lo predica correctamente no lo predica como un pensador que expresa sus propios pensamientos; él expresa lo que ha aprendido, y actúa como la lengua de Dios, repitiendo lo que encuentra en la palabra de Dios por el poder del Espíritu de Dios. El Evangelio que yo he ideado es tal vez inferior al que has ideado tú, y tu reflexión y la mía, y todo el producto resultante generado y acumulado por los pensadores, sería adecuado solamente para hacer una hoguera en el jardín, juntamente con el resto de la basura. Pero si recibimos y aceptamos un mensaje directo de Dios, entonces esta es su principal excelencia. Yo le pido a Dios que ustedes se deleiten en el Evangelio porque nos viene de Dios, y nos dice una verdad sin mezcla con absoluta certeza. Si creemos en él entonces seremos salvos, y el que no cree en él merece la condenación pronunciada en su contra. No hay ni esperanza ni ayuda en ello; esta es una alternativa inevitable: cree en el Evangelio y vivirás, si lo rechazas serás destruido. Otra excelencia del Evangelio en cuanto a su manera es que fue entregado con gran sencillez. Isaías lo presentó así: “Mandato tras mandato, línea tras línea; un poquito allí, un poquito allí.” Es gloria del Evangelio que sea tan sencillo. Si fuera tan misterioso que nadie pudiera entenderlo salvo los doctores en teología (no sé cuántos haya aquí presentes hoy, supongo que no más de una docena, más o menos) qué triste caso sería para los que no lo somos. Si fuera tan profundo que debemos obtener un título en la universidad antes de poder entenderlo, cuán miserable evangelio sería ese, como para burlarse del mundo. Pero es divinamente sublime en su sencillez, y por esta razón la gente común lo escucha con alegría. Tal como el versículo parece sugerirlo, el Evangelio es adecuado para quienes han dejado de ser amamantados, y aquellos que son casi bebés pueden beber de esta leche que no es adulterada de la Palabra. Muchos niñitos han entendido lo suficiente la salvación de Jesucristo para gozarse en ella, y hay en el cielo niños de dos o tres años de edad, que antes de entrar allí, dieron buen testimonio de Cristo a sus seres queridos que se maravillaron de sus palabras. De la boca de los pequeños y de los que todavía maman has establecido la fortaleza. El Cristianismo ha sido llamado la religión de los niños, y su fundador dijo que nadie puede recibirlo excepto como un niño. Bendigo a Dios por un Evangelio sencillo, pues es adecuado para mí, y para otros muchos miles de personas cuyas mentes no pueden presumir ni de grandeza ni de genio. También es adecuado para los hombres de intelecto, y solamente los hipócritas son los que disputan con el Evangelio. El hombre que carece de amplitud de mente o de profundidad de pensamiento, es el hombre que objeta la sabiduría de Dios. Una criatura astuta, apenas un poco superior a un idiota, cepillará su cabello hacia atrás, se pondrá sus lentes, arqueará sus cejas, y corregirá la Palabra infalible. Pero un hombre que realmente posee una mente capaz es usualmente como un niño y como Sir Isaac Newton, se goza sentándose a los pies de Jesús. Las mentes grandes aman el Evangelio sencillo de Dios, pues encuentran en él, el reposo de toda la ansiedad y del cansancio producidos por las preguntas y las dudas. Es algo excelente que el Evangelio sea enseñado gradualmente. No es forzado de una sola vez en las mentes de los hombres, sino que viene así: “Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” Dios no hace brillar su eterna luz del día en una llamarada de gloria sobre ojos débiles, sino que hay al principio un tenue amanecer y una tierna luz entra con suavidad en esos débiles ojos, y así vemos gradualmente. El Evangelio es repetido: si no lo vemos de una vez viene de nuevo a nosotros, pues es: “Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” Día a día, de domingo a domingo, libro tras libro, un texto después de otro, una impresión espiritual tras otra impresión espiritual, la ternura divina nos hace sabios para salvación. Es grandiosa la excelencia del método del Evangelio. Nos es traído y somos hechos capaces de comprender de manera que se adapta a nuestra capacidad. El Evangelio nos es explicado, por decirlo así, con labios balbucientes (vean el versículo 11) tal como las madres enseñan a sus hijitos en un lenguaje que les es propio. A mí no me gustaría hablar desde el púlpito como las madres hablan a sus bebés; sin embargo, ellas usan el mejor lenguaje para el bebé, las palabras precisas que un pequeñito puede entender. Vemos, en gran parte de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, cómo Dios condesciende a hacer a un lado su propia forma de hablar y adopta el lenguaje de los hombres. No sé con qué lenguaje el Padre conversa con Su Hijo, pero a nosotros nos habla de manera que podamos entender. “Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos.” Pero Él se inclina hacia nosotros y nos explica su mente con tipos y ordenanzas, que son una especie de lenguaje infantil adaptado a nuestra capacidad. En el Evangelio de Juan encontramos un lenguaje infantil y ¡cuánta profundidad, cuánto amor! Querido lector o persona que me escuchas, si tú no entiendes la palabra de Dios no es porque Él no presente Su palabra de manera sencilla, sino a causa de la ceguera tu corazón y la condición obsesiva de tu espíritu. Ten cuidado de no emborracharte con el vino del orgullo, sino que trata de aprender, pues el propio Dios no ha oscurecido Su consejo con misteriosas palabras, sino que ha puesto Su mente ante ti tan claramente como el sol en los cielos. “Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” II. Lamentablemente mi tiempo se ha terminado y necesito mucho más espacio para poder hacer justicia a mi tema. En segundo lugar, tengo que referirme ahora a LAS OBJECIONES QUE SE LE PRESENTAN AL EVANGELIO. Antes que nada déjenme decirles que no tienen absolutamente ningún sentido. Que los hombres pongan objeciones al Evangelio es una pieza de locura sin sentido, porque objetan aquello que les promete reposo. Sobre todas las cosas del mundo esto es lo que nuestros atribulados espíritus necesitan: el reposo es lo que más desea nuestro corazón: y el Evangelio viene y dice: “Yo os haré descansar.” ¿Y los hombres rechazan esa bendición? ¡Definitivamente esto es lamentable! ¡Cómo! ¿Estando enfermo tú insultaste al único médico que te podía curar? ¿Cómo pudiste ser tan insensato? Estabas endeudado y ¿efectivamente rechazaste la ayuda de un amigo generoso que te hubiera dado todo lo que necesitabas? “No,” respondes, “no somos tan insensatos.” Pero oh, la intensa insensatez, la desesperada locura de los hombres, que cuando el Evangelio coloca el reposo ante ellos no quieren escuchar, sino que dan la media vuelta y se van. No hay ningún sistema de doctrina bajo el cielo que pueda dar descanso a la conciencia de los hombres, un descanso que vale la pena tener, excepto el Evangelio. Y hay miles de nosotros que damos testimonio que vivimos diariamente gozando la paz que viene al creer en Jesús, y sin embargo nuestro honesto reporte no es creído, más aún, no quieren oír la verdad. Ahora bien, si Dios viniera y exigiera algo de ti, podría entender tu rechazo. Me he enterado de una pobre mujer que cerraba con llave su puerta, y cuando escuchó que alguien tocaba no respondió, comportándose como si no estuviera en casa. Su ministro la vio un par de días después que la había visitado, y le dijo: “Pasé a visitarte el otro día; quería ayudarte, pues sé que eres muy pobre; pero nadie respondió cuando toqué.” “Oh,” dijo ella, “lo siento mucho, yo pensé que era mi casero que venía por la renta.” Ella no abrió a su benefactor pensando que era su acreedor. El Señor no está pidiendo en el Evangelio lo que se le debe, ni te está pidiendo nada a ti, sino que se acerca a ti con el perfecto reposo en su mano, exactamente lo que necesitas, y sin embargo tú cierras la puerta de tu corazón cuando Él llega. Oh no hagas eso. Sé sabio, y no le hagas más al insensato. Que Dios te ayude a ser sabio por tu propio bien eterno. Has pasar adelante a tu Dios con todos sus dones celestiales. A continuación, las objeciones en contra del Evangelio son premeditadas, tal como se dice aquí: “Este es el lugar de descanso. Pero ellos no quisieron escuchar.” Cuando los hombres dicen que no pueden creer en el Evangelio, pregúntenles si quieren oírlo con paciencia en toda su sencillez. No, responden ellos, no quieren oírlo. El Evangelio es tan difícil de creer, afirman ellos. ¿Quieren venir a escuchar su predicación completa? ¿Quieren leer los evangelios cuidadosamente? Oh, no, no se pueden tomar esa molestia. Si así lo desean, que así sea. Pero un hombre que no quiere ser convencido, no debe culpar a nadie si permanece en el error. Aquel que no quiere oír lo que el Evangelio tiene que decir no debe sorprenderse que las objeciones se aglomeren en su mente. El Evangelio pide a los hombres que le presten atención; el Señor dice: “Inclinad vuestros oídos y venid a mí; escuchad, y vivirá vuestra alma,” pues “la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo;” cuán triste es que no quieran oír el mensaje de amor de Dios. Es una objeción premeditada al Evangelio, entonces, cuando los hombre rehúsan incluso oír lo que el Evangelio tiene que decir, o si lo oyen con el oído externo, no le prestan toda la atención que requieren sus verdades. Tales objeciones son perversas, porque son rebelión contra Dios, y un insulto a su verdad y su misericordia. Si este Evangelio es de Dios, estoy obligado a recibirlo: no tengo ningún derecho a buscarle objeciones ni hacer preguntas filosóficas ni de otro tipo. Me corresponde decir: “¿Dios dice esto y eso? Entonces es verdad y yo me someto.” ¿El Señor pone así ante mí un camino de salvación? Correré con gozo en él. Pero este pueblo presentaba objeciones que eran el resultado de su orgullo. Ellos objetaban la sencillez de la predicación de Isaías. Decían: “¿Quién es él? No lo deberían escuchar: nos habla como si fuésemos niños. Más bien vayan a escuchar a aquel Rabí que es un estudioso y por consiguiente es refinado y culto. En cuanto a este hombre, no está capacitado para enseñar a nadie excepto a los que acaban de ser destetados y ya no se les da el pecho; pues con él nada más oímos: “mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí.” El profeta es tan rastrero que sus sermones pueden ser adecuados sólo para las sirvientas y para las ancianas, y gente así, pero definitivamente no son para los intelectuales. Además, repite lo mismo siempre. Puedes ir cuando quieras y estará tocando siempre la misma cuerda de su instrumento musical.” Dicen esto casi con salvajismo, pues como el viejo Trapp dice: “Mientras más embotado esté el cerebro más afilados estarán los dientes para destrozar al predicador.” ¿Acaso no han escuchado que muchas personas afirman en estos días en relación al predicador del Evangelio verdadero, que siempre está predicando acerca de la gracia soberana o acerca de la sangre de Cristo, o exclamando a todo pulmón: “Cree, cree y serás salvo”? Ellos se burlan diciendo: “Es la misma cantinela de siempre.” Yo no soy un experto en el hebreo, pero los estudiosos expertos en esa lengua nos dicen que el pasaje traducido “mandato tras mandato, línea tras línea,” era para ridiculizar al profeta, y sonaba como una burla rimada con la que se burlaban de Isaías. Ustedes se reirían si yo les leyera el pasaje en el hebreo original de acuerdo al sonido con que, muy probablemente, era pronunciado. Ellos decían: “Isaías predica así: ‘Tzav latzav, tzav latzav; kav lacar, kav lacar: zeeir sham, zeeir sham.’ ” Las palabras tenían toda la intención de caricaturizar al predicador, aunque no sugieren esa idea cuando son traducidas como: “mandato tras mandato, línea tras línea, línea tras línea.” Pero en el hebreo si tienen ese significado claro. Hay personas en estos tiempos que, cuando se predica el Evangelio de manera sencilla y clara, exclaman: “Queremos un pensamiento progresivo, queremos …” la verdad es que no saben lo que quieren. Se parecen a aquella congregación cuyos miembros, cuando escuchaban la predicación de un cierto Obispo de Londres, no le prestaban la menor atención. Entonces el buen hombre tomó su Biblia escrita en hebreo y les leyó cinco o seis versículos en hebreo, y de inmediato todos estaban atentos. Entonces, él les llamó la atención diciéndoles: “Verdaderamente, percibo que cuando les predico doctrina sana a ustedes no les importa, pero cuando leo algo en un idioma que ustedes no entienden, de inmediato abren sus oídos.” La pretensión de poseer un refinamiento especial se sustenta escuchando una conversación que es incomprensible. Demasiadas personas quisieran tener un mapa para ir al cielo que fuera diseñado de manera tan misteriosa que les sirviera de excusa para no guiarse por él. Multitudes se deleitan con las oraciones en latín, mientras que otros prefieren no orar en ninguna lengua sino solamente emitir ruidos nasales. Hay miles y miles de personas que prefieren música y espectáculo, procesiones y pompas ya que prefieren un gozo sensual por sobre la instrucción espiritual. Conocemos a ciertas personas que prefieren un Evangelio empañado; les encanta que la sabiduría humana encierre a la sabiduría de Dios. Este era el tipo de objeción que prevalecía en los días de Isaías y todavía está de moda. ¿Acaso no escuché a alguien que decía: “¿Por qué tú mismo no predicas nada que no sea la fe, la expiación, la gracia inmerecida, y cosas parecidas? Necesitamos novedades y las buscaremos en otra parte.” Pueden hacerlo si así lo prefieren; yo no voy a cambiar mi nota en tanto Dios me preserve. III. El tercer punto será una advertencia a quienes no tienen ningún gusto por la verdad de Dios: consideremos LA RESPUESTA DIVINA PARA ESTAS PERSONAS QUE OBJETAN. El Señor los amenaza, primero, con la pérdida de aquello que despreciaron. Él les ha enviado un mensaje de descanso y ellos no quieren recibirlo, y por lo tanto, en el versículo veinte, les advierte que a partir de ese momento, no tendrán reposo: “La cama es demasiado corta para estirarse sobre ella, y la manta es demasiado estrecha para envolverse en ella.” Todos aquellos que obstinadamente rechazan el Evangelio, y siguen filosofías y especulaciones, serán premiados con el descontento interno. Pregúntales: “¿Han encontrado el reposo!” “Oh, no,” dicen ellos, “estamos más lejos de él que nunca.” “Pero ustedes esperaban que prestando atención a esta doctrina filosófica ustedes serían felices.” Ellos responden: “Oh, no, todavía estamos buscando.” Pregunten a los predicadores de ese tipo de doctrinas si ellos mismos han encontrado un ancla, y como regla responderán: “No, no, estamos buscando la verdad; estamos cazándola, pero todavía no la hemos alcanzado.” Con toda probabilidad nunca van a alcanzarla, pues van por el camino equivocado. El Evangelio está destinado a dar reposo a la conciencia, al alma, al corazón, a la voluntad, a la memoria, a la esperanza, al temor, sí, al hombre entero, pero cuando los hombres se ríen de una fe única, ¿cómo pueden alcanzar el reposo? Querido amigo, si no has encontrado el descanso no has captado el Evangelio entero; y debes ir otra vez al principio fundamental de la fe en Jesús, pues este es el reposo y este es el lugar de descanso. Esta es la condenación del incrédulo, que nunca va a encontrar un lugar permanente, sino que como el judío errante vagará por siempre. Si abandonas la cruz habrás abandonado el eje de todas las cosas y habrás descuidado la piedra de toque y el fundamento firme, y por lo tanto serás como cualquier objeto que rueda con el viento. “¡No hay paz para los malos!”, dice mi Dios. “Los impíos son como el mar agitado que no puede estar quieto y cuyas aguas arrojan cieno y lodo.” Más aún, el Señor los amenaza y les dice que serán castigados con endurecimiento gradual del corazón. Lean el versículo trece. Ellos decían que el mensaje de Isaías era “mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí,” y la justicia les responde: “Por lo cual, la palabra de Jehovah para ellos será: ‘Mandato tras mandato, mandato tras mandato; línea tras línea, línea tras línea; un poquito allí, un poquito allí; para que vayan y caigan de espaldas y sean quebrantados, atrapados y apresados.” Vean el versículo trece. Una caída de espaldas es la peor de todas. Si un hombre cae de bruces puede de alguna manera protegerse y levantarse de nuevo, pero si cae de espaldas, cae con todo su peso, y se encuentra desprotegido. Los que tropiezan por causa de Cristo, la piedra que es un seguro fundamento, serán quebrantados. Cuando aquellos que se oponen esperan recuperar su posición, se encuentran atrapados por sus hábitos, enredados en la red del gran cazador, y tomados por el destructor. Esta vertiginosa carrera hacia abajo es experimentada a menudo por quienes comienzan objetando el Evangelio sencillo: objetan más y más y luego se convierten en abiertos enemigos, para su ruina eterna. Si los hombres no quieren aceptar el Evangelio del reposo tal como el Señor lo ha diseñado, Él no va a adaptarlo a sus gustos, sino que va a permitir que ejerza su inevitable influencia sobre quienes se oponen, convirtiéndose en olor de muerte para muerte. Si les disgusta hoy, les disgustará más mañana; si rechazan su energía hoy, lo rechazarán más obstinadamente conforme pase el tiempo, y su poder no se manifestará para iluminar o consolar o dar forma a sus corazones. Esto es algo terrible; y lo que es peor, si acaso puede serlo, es que a esto seguirá una creciente incapacidad de entender: “¡Ciertamente, con balbuceo de labios y en otro idioma hablará Dios a este pueblo!” Puesto que no quieren escuchar una predicación sencilla, Dios hará que la sencillez misma parezca balbuceo de labios para ellos. Los hombres que no pueden tolerar un lenguaje sencillo, se volverán al fin incapaces de entenderlo. Ustedes saben, mi hermanos, cuánta gente hay hoy, incapaz de entender al Salvador. El Salvador dijo: “Esto es mi cuerpo”: y de inmediato ello concluyen que un pedazo de pan es transformado en el cuerpo de Cristo. El Salvador manda a los creyentes que sean bautizados en su muerte, y de inmediato ellos proclaman que el agua del bautismo regenera a los niños. No quieren entender eso que es tan claro como el sol. Toman literalmente las ilustraciones de nuestro Señor, y cuando Él habla literalmente ellos se imaginan que está usando una metáfora. Si los hombres no quieren entender no entenderán. Un hombre podría cerrar sus ojos durante tanto tiempo que luego ya no podría abrirlos. En la India hay muchos devotos que mantienen sus brazos en alto por tanto tiempo que ya no pueden bajarlos nunca más. Tengan cuidado para que no venga sobre ustedes, que rechazan el Evangelio, una total imbecilidad de corazón. Si acusan a la palabra de Dios de ser cosa de niños ustedes se volverán aniñados, tal como les ha sucedido a muchos grandes filósofos de nuestro tiempo; si ustedes afirman que es simple y la rechazan por causa de su sencillez, ustedes mismos se convertirán en unos tontos; si ustedes dicen que está muy por debajo de ustedes sucederá que ustedes estarán debajo de ella y ella los triturará y los convertirá en polvo. Finalmente, va esta advertencia para quienes objetan el Evangelio, diciendo que independientemente del refugio que elijan ellos, les va a fallar por completo. Así dice el Señor: “Pondré el derecho por cordel y la justicia por plomada. El granizo barrerá el refugio del engaño, y las agua inundarán su escondrijo.” Se desploman las grandes piedras del granizo que destrozan todo; caen las amenazas de la palabra de Dios haciendo pedazos todas las falsas esperanzas aduladoras de los impíos. Entonces viene la ira activa de Dios como una inundación irresistible que barre con todo aquello en lo que se apoyaba el pecador, y él, en su obstinada incredulidad, es arrastrado como por una inundación, hacia esa total destrucción, esa miseria eterna, que Dios ha declarado que será la porción de quienes rechazan a Jesucristo vivo. ¡Tengan mucho cuidado, ustedes que desprecian! ¡El tiempo dirá la verdad! Me he esforzado al máximo en esta ocasión para presentar ante ustedes, en lenguaje sencillo, la impiedad escondida en el rechazo del Evangelio del reposo. Que el Espíritu de Dios nos conceda que cualquier persona que lee este mensaje y que hasta este momento ha sido indiferente a ese Evangelio lo acepte de inmediato. Corazón cansado, pruébalo; espíritu abatido, pruébalo; prueba lo que puede hacer la fe en Jesús. Ven y confía en Jesús, y comprueba que trae paz a tu alma. Si Jesús te falla avísame, pues no lo voy a ensalzar más si no cumple Sus promesas. Él nunca puede desechar ni abandonar a un corazón creyente. Oh, si puede haber dulce paz, y calma, y una esperanza gozosa, y alegría, y fuerza, y vida por medio de la fe como la de un niño en el testimonio de Dios concerniente a su querido Hijo, ruego a Dios que obtengan ese tesoro de inmediato. Si tienen alguna objeción en contra del predicador que ahora les dirige la palabra, rueguen a Dios para que predique mejor; y si ya lo han hecho y todavía les disgusta, vayan y escuchen a otro predicador contra quien no tengan objeciones personales, pues para mí sería un motivo de aflicción ser una interferencia en el camino de cualquier corazón ansioso. Me temo sin embargo que tú estás siendo alumbrado por tu propia luz. Oh hombre, actúa como un hombre y oye el Evangelio con sinceridad. ¡Oh justicia propia! ¿te destruirás a ti misma? ¡Oh orgullo! Bájate de esa nube. ¡Oh borrachera! Abandona la copa. ¡Oh pecador endurecido! Que Dios te ayude a dejar tu pecado. Ven y confía hoy en Jesucristo. Que Dios te permita hacerlo por su Espíritu Santo, en nombre de Cristo. Amén.
Spurgeon, C. H., & Román, A. (2008). Sermones de Carlos H. Spurgeon. Logos Research Systems, Inc.
El mensaje principal de Juan el Bautista, que fue el heraldo de Jesús, era “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Este llamado al arrepentimiento era una apelación urgente a los pecadores. Nadie que se niegue a arrepentirse puede entrar en el reino de Dios. El arrepentimiento es un requisito previo, una condición necesaria para la salvación. En la Escritura, el arrepentimiento significa “sufrir un cambio de mentalidad”. Este cambio de mentalidad no es un simple cambio de opiniones menores, sino un cambio completo en la dirección de nuestras vidas. Implica un giro radical del pecado a Cristo. El arrepentimiento no es la causa de un nuevo nacimiento o regeneración; es el resultado del fruto de la regeneración. Aunque el arrepentimiento comienza con la regeneración, constituye una actitud y una acción que debe ser repetida a lo largo de la vida cristiana. Como continuaremos pecando, se nos llama a arrepentimos al ser convencidos de pecado por el Espíritu Santo. Los teólogos distinguen dos tipos de arrepentimiento. El primero es llamado atrición. La atrición es un arrepentimiento falso o espurio. Comprende el remordimiento causado por un temor al castigo o la pérdida de una bendición. Cualquier padre ha comprobado la atrición en un hijo cuando lo descubre con las manos en la masa. El niño, temiendo la paliza, grita: “Lo siento, ¡por favor no me pegues!” Estas plegarias junto con algunas lágrimas de cocodrilo no suelen ser signos de un remordimiento genuino por haber actuado mal. Fue el tipo de arrepentimiento que exhibió Esaú (Génesis 27:30–46). Se lamentaba no por haber pecado sino por haber perdido su primogenitura. La atrición, entonces, es el arrepentimiento motivado por un intento de obtener un boleto que nos saque del infierno o de evitar el castigo. La contrición, en cambio, es el arrepentimiento verdadero y piadoso. Es genuino. Comprende un remordimiento profundo por haber ofendido a Dios. La persona contrita confiesa su pecado de manera abierta y completa, sin intentar buscar excusas o justificarlo. Este reconocimiento del pecado viene acompañado de una voluntad por hacer una restitución siempre que sea posible y una resolución de abandonar el pecado. Este es el espíritu que exhibió David en el Salmo 51. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí … Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:10, 17). Cuando le ofrecemos a Dios nuestro arrepentimiento en un espíritu de verdadera contrición, Él nos promete perdonarnos y restaurarnos a la comunión con Él. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Resumen
El arrepentimiento es una condición necesaria para la salvación.
El arrepentimiento es el fruto de la regeneración.
La atrición es un arrepentimiento falso motivado por el temor.
La contrición es un arrepentimiento verdadero motivado por el remordimiento piadoso.
El arrepentimiento verdadero conlleva la plena confesión, la restitución, y la resolución de abandonar el pecado.
Dios promete el perdón y la restauración a todos los que se arrepienten en verdad. Pasajes bíblicos para la reflexión Ezequiel 18:30–32 Lucas 24:46–47 Hechos 20:17–21 Romanos 2:4 2 Corintios 7:8–12
Sproul, R. C. (1996). Las grandes doctrinas de la Biblia (pp. 221-222). Editorial Unilit.
El gobierno y la guerra Serie: Comentarios MacArthur
“Porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (Romanos 13:4).
No está mal que los cristianos esperen recibir de sus gobiernos protección de la vida y la propiedad. Pablo aprovechó la función que el gobierno tiene de promover lo bueno cuando usó su ciudadanía romana para asegurar un juicio justo al apelar a César (Hch. 25:11). El apóstol también experimentó la protección de la ley romana mientras estuvo en Éfeso en su tercer viaje misionero. Cuando una multitud fue incitada en su contra por Demetrio el platero, el escribano de la ciudad protegió a Pablo bajo su custodia y advirtió a la muchedumbre que no se alborotaran: «Que si Demetrio y los artífices que están con él tienen pleito contra alguno, audiencias se conceden, y procónsules hay; acúsense los unos a los otros y si demandáis alguna otra cosa, en legítima asamblea se puede decidir» (Hch. 19:38-39). . . .
Algunas personas creen que el evangelio solo es útil para la evangelización, un mensaje que solo los incrédulos necesitan oír. Pero la Biblia enseña que los seguidores de Jesús necesitan continuar escuchando el evangelio aún después de haber nacido de nuevo. Los cristianos deben meditar sobre el evangelio todos los días en su lectura personal de la Biblia, y los pastores deben predicar el evangelio en cada sermón. Necesitamos escuchar regularmente de la vida, muerte, sepultura, resurrección y ascensión de Jesús, así como el llamado a arrepentirnos de nuestros pecados y acudir a Jesús con fe.
Aquí tienes ocho razones por las que necesitamos escuchar las verdades del evangelio todos los días:
1. Para evocar alabanzas y agradecimiento a Dios. Dios nuestro Padre es quien debería estar en los titulares de las noticias cada día. En lugar de dar por sentado su increíble obra de salvación por nosotros, debemos reflexionar diariamente en lo que ha hecho en Cristo y ofrecerle la adoración y el agradecimiento que tanto merece (Romanos 11:33-36; Apocalipsis 5).
2. Para recordarnos nuestra identidad en Cristo. Escuchar el evangelio cada día y cada semana nos ayuda a centrarnos en Cristo (Col. 3:1-4; 1 Co. 15:1-11). Olvidamos fácilmente quién es verdaderamente Cristo y quiénes somos nosotros en él. Las buenas nuevas despejan la niebla del olvido y nos recuerda lo que Dios ha hecho en la historia y en su pueblo.
3. Para sostenernos.Meditar en la Palabra de Dios y la verdad del evangelio arraiga nuestra fe, nos hace fructíferos, nos alimenta, nos refresca, nos hace crecer y nos mantiene firmes en medio de las pruebas (Salmo 1; Juan 6:22-59; Judas 20-21).
4. Para guardarnos del pecado.El evangelio nos santifica porque por medio de él crecemos en el amor a nuestro Padre y deseamos complacerle con nuestra vida. El evangelio es un tesoro más grande que cualquier recompensa temporal, un placer más grande que cualquier pecado que podamos disfrutar. Saber que no hay nada bueno que podamos hacer que haga que Dios nos ame más en Cristo nos da la libertad de amarle y obedecerle en lugar de aprovecharnos de su gracia (ver todo Romanos 6).
5. Para motivarnos a hacer buenas obras. La resurrección de Jesucristo nos libera para que ya no invirtamos nuestra vida en nosotros, sino en aquellos que nos rodean (Ti. 2:11-14; Ef. 2:1-10).
6. Para protegernos de la desesperación.Ningún pecado que cometamos hace que Dios nos ame menos. El evangelio nos libera de la desesperación. Nada puede separarnos del amor de Cristo, que se nos ha mostrado por medio del evangelio de la Cruz (Ro. 8:31-39).
7. Para animar a los que nos rodean.Cuando se nos recuerda el evangelio, somos más propensos a compartir una palabra de aliento con otros a lo largo de día. Esta palabra de aliento a su vez, los edifica en el evangelio y ministra la verdad a sus corazones (2 Ti. 2:1-7).
8. Para derribar nuestro orgullo. Una sobria reflexión sobre nuestro pecado y lo que Dios ha hecho por nosotros en el evangelio destruye nuestro orgullo y cultiva un espíritu de humildad ante el Señor y los demás (Juan 3:16, 5:24; Ti. 3:1-7).
Escrito por Cameron Smart, Cameron Smart es un plantador de iglesias en Asia Central 9Marcas El ministerio 9Marcas existe para equipar con una visión bíblica y recursos prácticos a líderes de iglesias para que la gloria de Dios se refleje a las naciones a través de iglesias sanas.
Responder al llamado de Dios Por R.C. Sproul Cada día vivimos sometidos a un montón de autoridades que delimitan nuestra libertad: desde los padres hasta los policías de tránsito y los cazadores de perros. Todas las autoridades deben ser respetadas y, como dice la Biblia, honradas. Pero solo una autoridad tiene el derecho intrínseco de atar la conciencia. Solo Dios puede imponer una obligación absoluta, y lo hace por el poder de Su voz santa.
Él llama al mundo a la existencia por medio de un mandato divino, de un decreto santo. Él llama a Lázaro, quien estaba muerto y descompuesto, a la vida. Él llama a personas que no eran nadie: «Mi pueblo». Él llama de las tinieblas a la luz. Él nos llama eficazmente a la redención. Él nos llama a servir.
Nuestra vocación lleva ese nombre por su raíz latina vocatio, «un llamado». El término «elección vocacional» es una contradicción de términos para el cristiano. Es cierto que la escogemos y que, de hecho, podemos desobedecerla. Pero previo a la elección y colocado sobre ella con poder absoluto está el llamado divino, la imposición de un deber del que no nos atrevemos a huir.
Fue la vocación lo que llevó a Jonás a emprender su viaje hacia Tarsis e hizo que los navegantes aterrorizados lo arrojaran al mar para calmar la tempestad vengativa. Fue la vocación lo que provocó el grito angustiado de Pablo: «¡… ay de mí si no predico el evangelio!» (1 Co 9:16). Fue la vocación lo que puso una horrenda copa de amargura en las manos de Jesús.
Dios no siempre nos llama a una vocación glamorosa, y muchas veces su fruto en este mundo es agridulce. Sin embargo, Dios nos llama de acuerdo a nuestros dones y talentos, y nos dirige hacia los servicios que serán más útiles para Su reino. Cuánto hubiéramos perdido si Jonás hubiera llegado a Tarsis, si Pablo se hubiera negado a predicar, si Jeremías se hubiera rehusado a ser profeta o si Jesús hubiera rechazado amablemente la copa.
Coram Deo: vivir delante del rostro de Dios Piénsalo… ¿cuáles serían las pérdidas espirituales si no respondes al llamado de Dios?
Para estudiar más a fondo 2 Corintios 10:15-16 Romanos 15:20 Filipenses 1:17
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries. R.C. Sproul El Dr. R.C. Sproul fue fundador de Ministerios Ligonier, primer ministro de predicación y enseñanza en Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida, y primer rector del Reformation Bible College. Fue autor de más de cien libros, entre ellos La santidad de Dios.
(1886-1952) “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3).
Estas fueron las palabras del Hijo de Dios encarnado. Nunca han sido canceladas, ni lo serán mientras exista este mundo. El arrepentimiento es absolutamente necesario si el pecador ha de hacer paz con Dios (Isa. 27:5), porque arrepentirse es echar a tierra las armas de rebelión contra Él. El arrepentimiento no salva, sin embargo ningún pecador jamás fue ni será salvado sin el mismo. Sólo Cristo salva, pero un corazón no arrepentido no lo puede recibir.
Un pecador no puede creer verdaderamente hasta que se arrepiente. Esto es visto claramente en las palabras de Cristo respecto a su precursor: “Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; y los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mateo 21:32). Es evidente también en su llamado autoritario, (claro y fuerte como eran las órdenes que se pregonaban a son de trompeta), que hizo en Marcos 1:15: “Arrepentíos y creed en el evangelio.” Es por esto que el apóstol Pablo testificaba “acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). No te equivoques en este punto, estimado lector; Dios “ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).
Al exigirnos el arrepentimiento, Dios reclama sus derechos justos sobre nosotros. Él es infinitamente digno de amor y honor supremo, y de obediencia universal. Maliciosamente se lo hemos negado. Nos requiere tanto un reconocimiento del mismo, como un cambio al respecto. Es necesario confesar y acabar con nuestro desapego para Él y nuestra rebelión contra Él. Así que, el arrepentimiento es darnos cuenta sinceramente de haber fracasado espantosamente, a través de toda la vida, en darle a Dios su puesto legítimo en nuestro corazón y vida cotidiana.
La justicia de la demanda de Dios para mi arrrepentimiento es evidente si consideramos la naturaleza infame del pecado. El pecado es una renuncia de Aquél que me formó. Es negarle su derecho de gobernarme. Es mi determinación de agradarme a mi mismo, y por lo tanto es rebeldía contra el Todopoderoso. El pecado es anarquía espiritual, y menosprecio total por la autoridad de Dios. Es decir en mi corazón: “No me importa lo que Dios requiere; voy a hacer todo a mi manera. No me importan cuales sean sus derechos en mi vida; voy a ser mi propio señor.” Lector, ¿te das cuenta que has vivido así?
El arrepentimiento verdadero surge cuando, por la obra del Espíritu Santo en el corazón, nos damos cuenta sinceramente de que el pecado es sobremanera pecaminoso, y de lo terrible que es ignorar las demandas y desafiar la autoridad de Aquél que nos formó. Por lo tanto, consiste en un odio y horror santo por el pecado, y en una tristeza profunda por él. Además, consiste en la confesión honesta de él delante de Dios, y en un abandono sincero y completo del mismo. Dios no nos perdona hasta que esto se realiza. “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). En el verdadero arrepentimiento el corazón se vuelve a Dios y confiesa: “He ido en pos de un mundo vano que no puede satisfacer las necesidades de mi alma. Te abandoné a tí, la Fuente de Aguas de vida, yendo tras cisternas rotas que no retienen agua. Ahora reconozco y lamento mi necedad.” Y además, dice: “He sido un sujeto desleal y rebelde, pero ya no lo seré más. Ahora deseo y me propongo servirte y obedecerte con todas mis fuerzas, como mi único Señor. Dependo de tí como mi Porción presente y eterna.”
Lector, profese ser cristiano o no, la opción es: arrepentirte o perecer. Para cada uno de nosotros, seamos miembros de alguna iglesia o no, no hay otra alternativa más que volverme o quemarme. Tienes que apartarte de caminar conforme a tu propia voluntad y gusto, y volverte a Dios con el corazón quebrantado, buscando su misericordia en Cristo. Tienes que volverte con el corazón plenamente decidido a agradarle y servirle a Él. De lo contrario, serás atormentado día y noche por los siglos de los siglos en el lago de fuego. ¿Cuál de los dos será? ¡Oh! arrodíllate ahora mismo y ruégale a Dios que te dé el espíritu de verdadero arrepentimiento.
Domingo 27 Agosto Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba. Juan 11:33-36 La simpatía de Jesús Jesús, el Hijo de Dios, está parado junto a la tumba de Lázaro, y lo vemos llorar. Visitaba a menudo esta acogedora casa de Betania, donde se respiraba una atmósfera de amor. En medio de toda la agitación, el Extranjero celestial podía llegar allí y hallar almas unidas a él, junto con una gran calma. Pero las cosas han cambiado porque ha entrado otro visitante: la muerte, ese intruso inoportuno, acababa de traer consigo la tristeza y el dolor. Jesús llegó justo en medio de estas tristes circunstancias.
Leemos en Isaías 63:9: “En toda angustia de ellos él fue angustiado”. La escena junto a la tumba muestra claramente el cumplimiento de esta profecía. Jesús compartió el dolor de Marta y María, y sintió su pena como nadie más podría hacerlo. No solo mostró una simpatía incomparable, sino que fue capaz de aportar esperanza a esta escena de tristeza y muerte. De hecho, este era el propósito de su venida. Todos los enemigos deben huir de su presencia. Sí, vencerá a todos los enemigos, incluida la muerte, y triunfará sobre ellos (cf. 1 Co. 15:26).
Cristo vino a quitar de en medio el pecado por el sacrificio de sí mismo. Vino a derrotar con su muerte al diablo, quien tenía el poder de la muerte. Además, vino a traer vida e incorruptibilidad a este mundo en el que reinaban el pecado y la muerte. Nuestro precioso Salvador no solo lloró con los que lloraban y se vio afectado por los sentimientos de dolor y simpatía, también llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, así como todo el peso del pecado y el juicio de Dios contra este. Cristo venció, y su victoria es nuestra. “Sorbida es la muerte en victoria… ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?… gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:54-57).