Virtudes del CRISTIANO

Conociendo y Creciendo
2 Pedro 1:1–11

Si alguien en la iglesia primitiva sabía de la importancia de estar alerta, ese fue el apóstol Pedro. En sus primeros años, él tenía la tendencia de sentirse demasiado confiado cuando el peligro estaba cerca y de no tomar en cuenta las advertencias del Maestro. Actuó con apuro cuando debería esperar, se quedó dormido cuando debería orar, habló cuando debería escuchar. Fue un creyente valiente, pero imprudente.
Pero aprendió su lección, y quiere ayudarnos a que nosotros también la aprendamos. En su primera epístola, Pedro recalcó la gracia de Dios (1 Pedro 5:12), pero en su segunda carta, el énfasis está en el conocimiento de Dios. La palabra “conocer” o “conocimiento” se usa por lo menos trece veces en esta breve epístola. No quiere decir una comprensión meramente intelectual de alguna verdad, aunque eso se incluye, sino una participación viva en ella en el sentido en que nuestro Señor la empleó en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (cursivas mías).
Pedro empieza su carta con una breve descripción de la vida cristiana. Antes de describir a los falsificadores, define a los verdaderos creyentes. La mejor manera de detectar la falsedad es comprendiendo las características de la verdad. Pedro hizo tres afirmaciones importantes en cuanto a la vida cristiana verdadera.

La vida cristiana empieza con fe (2 Pedro 1:1–4)
Pedro la llamó “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Quiere decir que nuestra posición con el Señor hoy es la misma que la de los apóstoles hace siglos. Ellos no tuvieron ninguna ventaja especial sobre nosotros simplemente porque gozaron del privilegio de andar con Cristo, de verlo con sus propios ojos y de participar en sus milagros. No es necesario ver al Señor con nuestros ojos humanos para amarlo, confiar en él y participar en su gloria (1 Pedro 1:8).

Esta fe es en una persona (vs. 1, 2). Esa persona es Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador. Desde el principio de su carta, Pedro afirmó la deidad de Jesucristo. “Dios” y “nuestro Salvador” no son dos personas diferentes, sino que describen a una misma persona: Jesucristo. Pablo usó una expresión similar en Tito 2:10 y 3:4.
Pedro les recuerda a sus lectores que Jesucristo es el Salvador, al repetir este título exaltado en 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:2, 18. Un “salvador” es alguien que trae salvación, y la palabra “salvación” era familiar para todos en esos días. En su vocabulario, quería decir liberación de problemas; particularmente, liberación del enemigo. También llevaba la idea de salud y seguridad. Al médico se lo veía como salvador porque ayudaba a liberar el cuerpo del dolor y las limitaciones. Un general victorioso era un salvador porque libraba a su pueblo de la derrota. Incluso un funcionario sabio era un salvador porque mantenía la nación en orden y la libertaba de la confusión y la decadencia.
No se requiere mayor esfuerzo para ver cómo el título “salvador” se aplica a nuestro Señor Jesucristo. Él es, en verdad, el Gran Médico que sana el corazón de la enfermedad del pecado. Es el Conquistador victorioso que ha derrotado a nuestros enemigos: el pecado, la muerte, Satanás y el infierno; y que está llevándonos en triunfo (2 Corintios 2:14 en adelante). Él es “nuestro Dios y Salvador” (2 Pedro 1:1), “nuestro Señor y Salvador” (2 Pedro 1:11), y “Señor y Salvador” (2 Pedro 2:20). Para ser nuestro Salvador, tuvo que dar su vida en la cruz y morir por los pecados del mundo.
Nuestro Señor Jesucristo tiene tres “beneficios espirituales” que no pueden conseguirse de nadie más: justicia, gracia y paz. Cuando confías en él como tu Salvador, su justicia llega a ser tu justicia y se te da una posición correcta ante Dios (2 Corintios 5:21). Jamás podrías ganarte esa justicia; es una dádiva de Dios para los que creen. “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
Gracia es el favor de Dios para quienes no lo merecen. Dios, en su misericordia, no nos da lo que merecemos; en su gracia, nos da lo que no merecemos. Él es el “Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10), y nos la envía por medio de Jesucristo (Juan 1:16).
El resultado de esta experiencia es paz; paz con Dios (Romanos 5:1) y la paz de Dios (Filipenses 4:6, 7). De hecho, la gracia y la paz de Dios nos son “multiplicadas” conforme andamos con él y confiamos en sus promesas.

Esta fe incluye el poder de Dios (v. 3). La vida cristiana empieza con una fe que salva, fe en la persona de Jesucristo. Pero cuando uno conoce a Jesús personalmente, también experimenta el poder de Dios, y este poder produce “la vida y la piedad”. El pecador no salvado está muerto (Efesios 2:1–3) y solo Cristo puede resucitarlo de los muertos (Juan 5:24). Cuando Jesús resucitó a Lázaro, dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:44). ¡Quítenle la ropa sepulcral!
Cuando por la fe en Cristo naces en la familia de Dios, lo hace completo. Dios te da todo lo que necesitas “para la vida y la piedad”. ¡No hay que añadir nada! “Vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10). Los falsos maestros aducían tener una doctrina especial que añadía algo a la vida de los lectores de la carta de Pedro, pero él sabía que no había nada que añadir. Así como un bebé normal nace con todo el equipo que necesita para vivir, y lo único que precisa es crecer, así el creyente tiene todo lo que necesita y solamente precisa crecer. Dios nunca ha tenido que pedir que se le devuelva alguno de sus modelos porque le falta algo o es defectuoso.
Tal como un bebé tiene una estructura genética definida que determina cómo va a crecer, así el creyente está estructurado genéticamente para experimentar gloria y excelencia. Un día será como el Señor Jesucristo (Romanos 8:29; 1 Juan 3:2). Él “nos llamó a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10), y participaremos de esa gloria cuando Jesucristo vuelva y lleve a su pueblo al cielo.
Pero también “nos llamó por su… excelencia”. Fuimos salvados para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (ve 1 Pedro 2:9). ¡No debemos esperar hasta llegar al cielo para ser como Jesucristo! En nuestro carácter y conducta, debemos revelar su belleza y gracia hoy.
Esta fe incluye las promesas de Dios (v. 4). Dios no solo nos ha dado lo necesario para la vida y la piedad, sino que también nos ha dado su Palabra para poder desarrollarlas. Estas promesas son grandísimas porque vienen de un gran Dios y conducen a una vida grandiosa. Son preciosas porque su valor sobrepasa todo cálculo. Si perdemos la Palabra de Dios, no hay manera de reemplazarla. A Pedro debe de haberle gustado la palabra “precioso”, porque escribió de una “fe preciosa” (2 Pedro 1:1; compara 1 Pedro 1:7), las “preciosas promesas” (2 Pedro 1:4), la “sangre preciosa” (1 Pedro 1:19), la piedra preciosa (1 Pedro 2:4, 6) y el precioso Salvador (1 Pedro 2:7).
Cuando el pecador cree en Jesucristo, el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios para impartirle la vida y la naturaleza divinas. Un bebé tiene la naturaleza de sus padres, y una persona nacida del Espíritu tiene la naturaleza de Dios. El pecador perdido está muerto, pero el creyente está vivo porque participa de la naturaleza divina. El pecador perdido está descomponiéndose debido a su naturaleza corrupta, pero el creyente puede experimentar una vida dinámica de santidad porque posee la naturaleza de Dios. La humanidad está bajo el yugo de corrupción (Romanos 8:21), pero el creyente comparte la libertad y el crecimiento que son el producto de poseer la naturaleza divina.
La naturaleza determina el apetito. El cerdo quiere lodo y el perro se comerá incluso su propio vómito (2 Pedro 2:22), pero una oveja desea pastos verdes. La naturaleza también determina la conducta. Un águila vuela porque tiene naturaleza de águila, y el delfín nada porque esa es la naturaleza del delfín. La naturaleza determina el medio ambiente: una ardilla trepa árboles, los topos cavan túneles subterráneos y una trucha nada en el agua. La naturaleza también determina la asociación: el león anda en manadas, la oveja en rebaños y el pez en cardúmenes.
Si la naturaleza determina el apetito, y nosotros tenemos interiormente la naturaleza de Dios, debemos tener un apetito por lo puro y santo. Nuestra conducta debe ser como la del Padre, y tenemos que vivir en un medio ambiente espiritual correspondiente a nuestra naturaleza. Debemos asociarnos con lo que es conforme a nuestra naturaleza (ve 2 Corintios 6:14 en adelante). La única vida normal para los hijos de Dios es una vida santa, que lleva fruto.
Como poseemos esta naturaleza divina, hemos “huido” o escapado por completo de la contaminación y la decadencia de este perverso mundo actual. Si nutrimos la nueva naturaleza con el alimento de la Palabra de Dios, tendremos poco interés en la basura del mundo. Pero si proveemos “para los deseos de la carne” (Romanos 13:14), nuestra naturaleza de pecado anhelará los “antiguos pecados” (2 Pedro 1:9) y desobedeceremos a Dios. La vida santa resulta de cultivar la nueva naturaleza que tenemos adentro.

La fe resulta en crecimiento espiritual (2 Pedro 1:5–7)
Donde hay vida, debe haber crecimiento. El nuevo nacimiento no es el fin, sino el principio. Dios les da a sus hijos todo lo que necesitan para vivir vidas santas, pero ellos deben ser aplicados y diligentes para usar los “medios de gracia” que él ha provisto. El crecimiento espiritual no es automático. Requiere la cooperación con Dios y la aplicación de la diligencia y disciplina espirituales. “…ocupaos en vuestra salvación… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Filipenses 2:12, 13).
Pedro mencionó siete características de la vida santa, pero no debemos considerarlas como siete cuentas en un collar ni tampoco siete etapas de desarrollo. La palabra traducida “añadir”, en realidad, quiere decir suplir en forma generosa. En otras palabras, cultivamos una cualidad al ejercer otra. Estas gracias se relacionan una con la otra así como las ramas se vincular al tronco y las ramitas a la rama más gruesa. Como el “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22, 23), estas cualidades brotan de la vida y una relación vital con Jesucristo. No basta que el creyente “se abandone y deje que Dios haga todo”, como si el crecimiento espiritual fuera obra solo de Dios. Literalmente, Pedro escribió: “hagan todo esfuerzo para acompañar”. El Padre celestial y el hijo deben trabajar juntos.
La primera cualidad de carácter que Pedro mencionó fue la “virtud”. Hallamos esta palabra en 2 Pedro 1:3, donde se traduce “excelencia”. Para los filósofos griegos, significaba el cumplimiento de algo. Cuando algo en la naturaleza cumple su propósito, eso es “virtud, excelencia moral”. La palabra también se usaba para describir el poder de los dioses para hacer obras heroicas. La tierra que produce cosechas es excelente porque está cumpliendo su propósito. La herramienta que trabaja con corrección es excelente porque está haciendo lo que debe hacer.
Se espera que el creyente glorifique a Dios porque tiene adentro la naturaleza de Dios; así que, cuando el creyente hace esto, muestra “excelencia”, porque está cumpliendo su propósito en la vida. La verdadera virtud en la vida cristiana no consiste en “pulir” cualidades humanas, por buenas que pudieran ser, sino en producir cualidades divinas que hacen a la persona más semejante a Jesucristo.
La fe nos ayuda a cultivar la virtud, y la virtud nos ayuda a cultivar el “conocimiento” (2 Pedro 1:5). La palabra que se traduce “conocimiento” en 2 Pedro 1:2, 3 quiere decir conocimiento completo o conocimiento creciente. La que se usa aquí sugiere conocimiento práctico o discernimiento. Se refiere a la capacidad de manejar la vida con éxito. Es lo opuesto a pensar tanto en cosas celestiales que uno no sirve para nada en la tierra. Esta clase de conocimiento no surge en forma automática, sino que viene de la obediencia a la voluntad de Dios (Juan 7:17). En la vida cristiana, no deben separarse el corazón y la mente, el carácter y el conocimiento.
“Dominio propio” es la siguiente cualidad en la lista de Pedro de virtudes espirituales. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). “Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28). En sus cartas, Pablo a menudo comparó al creyente con un atleta que debe hacer ejercicio y disciplinarse si espera ganar el galardón (1 Corintios 9:24–27; Filipenses 3:12–16; 1 Timoteo 4:7, 8).
“Paciencia” es la capacidad de aguantar cuando las circunstancias son difíciles. El dominio propio tiene que ver con manejar los placeres de la vida, en tanto que la paciencia se refiere primordialmente a las presiones y los problemas de la vida. A menudo, la persona que se somete a los placeres tampoco tiene suficiente disciplina como para manejar las presiones, así que, se rinde ante ellas.
La paciencia no es algo que se desarrolla en forma automática; debemos cultivarla. Santiago 1:2–8 nos da el enfoque apropiado. Debemos esperar que vengan pruebas, porque sin ellas, nunca podríamos aprender paciencia. Debemos, por fe, permitir que las pruebas trabajen para nosotros y no en contra, porque sabemos que Dios está obrando a través de ellas. Si necesitamos sabiduría para tomar decisiones, Dios nos la concederá si se la pedimos. A nadie le encantan las pruebas, pero sí disfrutamos de confiar en que Dios está actuando a través de ellas y haciendo que todo obre para nuestro beneficio y su gloria.
“Piedad” simplemente quiere decir semejanza a Dios. En el griego original, esta palabra significa adorar bien. Describe al hombre que tiene la relación apropiada con Dios y con sus semejantes. Tal vez la palabra “reverencia” define mejor este término. Es la cualidad de carácter que hace que una persona se distinga; viva por encima de las minucias de la vida, de las pasiones y presiones que controlan la vida de otros; procure hacer la voluntad de Dios y, al hacerla, busque el bienestar de los demás.
Nunca debemos pensar que la piedad es algo idealista, porque es intensamente práctica. La persona piadosa toma decisiones correctas y nobles. No toma la senda fácil simplemente para evadir el dolor o la prueba, sino que hace lo correcto porque es lo que corresponde y porque es la voluntad de Dios.
El “afecto fraternal” (filadelfia en griego) es una virtud que Pedro debe de haber adquirido por la vía dura, porque los discípulos de nuestro Señor a menudo discutían y discrepaban entre sí. Si amamos a Jesucristo, también debemos amar a los hermanos. Debemos practicar “el amor fraternal no fingido [sincero]” (1 Pedro 1:22). “Permanezca el amor fraternal” (Hebreos 13:1). “Amaos los unos a los otros con amor fraternal” (Romanos 12:10). Amar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo es una prueba de que hemos nacido de Dios (1 Juan 5:1, 2).
Pero el crecimiento del creyente incluye otros aspectos aparte del amor fraternal; también debemos tener el amor que se sacrifica, como el que nuestro Señor mostró cuando fue a la cruz. La clase de amor del que habla 2 Pedro 1:7 es el amor ágape, el que Dios muestra hacia los pecadores perdidos. Es el amor que se describe en 1 Corintios 13, el que el Espíritu Santo produce en nuestros corazones cuando andamos en el Espíritu (Romanos 5:5; Gálatas 5:22). Cuando tenemos amor fraternal, amamos porque somos semejantes a los demás; pero cuando tenemos amor ágape, amamos a pesar de las diferencias que tenemos.
Es imposible que la naturaleza humana caída fabrique estas siete cualidades del carácter cristiano. Deben ser producidas por el Espíritu de Dios. Con certeza, hay personas que no son salvas y que poseen un asombroso dominio propio y perseverancia, pero estas virtudes señalan hacia ellos mismos y no al Señor. Ellos son los que reciben la gloria. Cuando Dios produce la naturaleza hermosa de su Hijo en el creyente, es Dios el que recibe la alabanza y la gloria.
Como tenemos la naturaleza divina, podemos crecer espiritualmente y cultivar esta clase de carácter cristiano. El poder de Dios y sus preciosas promesas son lo que produce este crecimiento. La estructura genética de Dios ya está allí: el Señor quiere que seamos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). La vida interna reproducirá esa imagen si cooperamos diligentemente con Dios y usamos los medios que nos ha dado con generosidad.
Lo asombroso es esto: a medida que la imagen de Cristo se va reproduciendo en nosotros, el proceso no destruye nuestra personalidad. ¡Seguimos siendo singularmente nosotros mismos!
Uno de los peligros en la iglesia de hoy es la imitación. Las personas tienden a llegar a ser como su pastor o como algún líder de la iglesia, o tal vez como algún creyente famoso. Al hacerlo, destruyen su propia singularidad y, a la vez, no logran llegar a ser como Jesucristo. ¡Pierden de todos modos! Como cada hijo en una familia se parece a sus padres, y sin embargo, es diferente, así también cada hijo en la familia de Dios llega a parecerse en mayor o menor grado a Jesucristo, y sin embargo, es diferente. Los padres no se duplican, se reproducen; y los padres sabios permiten que sus hijos sean diferentes.

El crecimiento espiritual da resultados prácticos (2 Pedro 1:8–11)
¿Cómo puede el creyente estar seguro de estar creciendo espiritualmente? Pedro da tres pruebas del verdadero crecimiento espiritual.
Fruto (v. 8). El carácter cristiano es un fin en sí mismo, pero también es un medio hacia un fin. A medida que nos parecemos más a Jesucristo, más puede usarnos el Espíritu en el testimonio y el servicio. El creyente que no crece está ocioso y sin fruto. Su conocimiento de Jesucristo no está produciendo nada práctico en su vida. La palabra que se traduce “ocioso” también quiere decir inútil. ¡Los que no crecen, por lo general, fracasan en todo lo demás!
Algunos de los creyentes más eficaces que conozco son personas sin talentos notables ni capacidades especiales, y tampoco con personalidades que entusiasman; y sin embargo, Dios los ha utilizado de manera maravillosa. ¿Por qué? Porque están llegando a ser más y más como Jesucristo. Tienen la clase de carácter y conducta que Dios puede bendecir. Son fructíferos porque son fieles; son eficaces porque están creciendo en su experiencia cristiana.
Estas hermosas cualidades de carácter existen “en nosotros” porque poseemos la naturaleza divina. Debemos cultivarlas de manera que aumenten y produzcan fruto en y mediante nuestras vidas.
Visión (v. 9). Los especialistas en nutrición dicen que la dieta puede ciertamente afectar la visión, y esto es cierto en el campo espiritual. La persona que no es salva está en la oscuridad porque Satanás ha cegado su entendimiento (2 Corintios 4:3, 4). Tiene que nacer de nuevo antes de que sus ojos sean abiertos y pueda ver el reino de Dios (Juan 3:3). Pero después de que nuestros ojos son abiertos, es importante que aumentemos nuestra visión y veamos todo lo que Dios quiere. La frase “tiene la vista muy corta” es la traducción de una expresión que quiere decir miope. Es el cuadro de alguien que entrecierra los ojos, incapaz de ver lejos.
Algunos creyentes solo ven su propia iglesia o su propia denominación, pero no logran avistar la grandeza de la familia de Dios en todo el mundo. Otros ven las necesidades en su propio país, pero no tienen una visión por un mundo perdido. Alguien le preguntó a Phillips Brooks qué haría para avivar a una iglesia muerta, y él respondió: “¡Predicaría un sermón misionero y recogería una ofrenda!”. Jesús amonestó a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35).
Algunas congregaciones de hoy son orgullosas y piensan como la iglesia de Laodicea, que decía: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”, y no se dan cuenta de que son “un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Es una tragedia tener miopía espiritual, ¡pero es aun peor estar ciego!
Si olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros, no nos entusiasmará hablarles de Cristo a otros. ¡Mediante la sangre de Jesucristo, hemos sido lavados y perdonados! ¡Dios nos ha abierto los ojos! ¡No nos olvidemos de lo que él ha hecho! Más bien, cultivemos la gratitud en nuestros corazones y afinemos nuestra visión espiritual. ¡La vida es demasiado breve y las necesidades del mundo demasiado grandes como para que el pueblo de Dios ande por todas partes con los ojos cerrados!
Seguridad (vs. 10, 11). Si uno anda con los ojos cerrados, ¡tropezará! Pero el creyente que crece anda con confianza porque sabe que está seguro en Cristo. No es nuestra profesión de fe lo que nos garantiza la salvación; es nuestro progreso en esa fe lo que nos da la seguridad. El que afirma ser hijo de Dios, pero cuyo carácter y conducta no dan evidencia de crecimiento espiritual, se engaña a sí mismo y va camino al juicio.
Pedro señaló que nuestra “vocación”, o “llamamiento”, y “elección” van juntos. El mismo Dios que elige a su pueblo también ordena los medios para llamarlos. Las dos cosas deben ir juntas, como Pablo les escribió a los tesalonicenses: “Dios os haya escogido desde el principio para salvación, …a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio” (2 Tesalonicenses 2:13, 14). No predicamos la doctrina de la elección a los perdidos; les predicamos el evangelio. Pero el Señor usa ese evangelio para llamar a los pecadores al arrepentimiento, y entonces, ¡esos pecadores descubren que han sido escogidos por Dios!
Pedro también destacó que la elección no es excusa para la inmadurez espiritual o la falta de esfuerzo en la vida cristiana. Algunos creyentes dicen: “Lo que será, será. No hay nada que podamos hacer”. Pero Pedro nos amonesta a “procurar”, lo cual quiere decir hacer todo esfuerzo; ser diligente (el apóstol usó este mismo verbo en 2 Pedro 1:5). Aunque es verdad que Dios debe obrar en nosotros antes de que podamos hacer su voluntad (Filipenses 2:12, 13), también es cierto que debemos estar dispuestos a que lo haga, y debemos cooperar. La elección divina nunca debe ser una excusa para la ociosidad humana.
El creyente que está seguro de su elección y llamamiento nunca “tropezará”, sino que demostrará mediante una vida coherente que es verdaderamente un hijo o hija de Dios. No siempre estará en la cumbre, pero siempre estará ascendiendo. Si hacemos “estas cosas” (las mencionadas en 2 Pedro 1:5–7, compara el versículo 8), y si demostramos crecimiento y carácter cristianos en nuestra vida diaria, podemos estar seguros de que somos salvos y que un día iremos al cielo.
Es más, el creyente que crece puede mirar hacia adelante a una “generosa entrada” en el reino eterno. Los griegos usaban esta frase para describir la bienvenida a los campeones olímpicos cuando volvían a su casa. Todo creyente llegará al cielo, pero algunos tendrán una bienvenida más gloriosa que otros. Ay, algunos creyentes serán salvos “aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:15).
La expresión traducida “os será otorgada” en 2 Pedro 1:11 es la misma que se traduce añadir en 2 Pedro 1:5, y corresponde a una palabra griega que quiere decir costear los gastos de un coro. Cuando los grupos teatrales de los griegos presentaban sus dramas, alguien tenía que costear los gastos, que eran muy elevados. La palabra llegó a significar hacer generosa provisión. Si nosotros hacemos abundante provisión para crecer espiritualmente (2 Pedro 1:5), ¡Dios hará generosa provisión para nosotros cuando lleguemos al cielo!
Simplemente, piensa en las bendiciones que disfruta el creyente que crece: fruto, visión, seguridad… ¡y lo mejor es el cielo! ¡Todo esto, y el cielo también!
La vida cristiana empieza con fe, pero esa fe debe llevar al crecimiento espiritual; a menos que sea una fe muerta. Pero la fe muerta no es una fe que salva (Santiago 2:14–26). La fe lleva al crecimiento, y el crecimiento produce resultados prácticos en la vida y el servicio. Las personas que tienen esta clase de experiencia cristiana probablemente no sean víctimas de los falsos maestros apóstatas.

Wiersbe, W. W. (2013). Alertas en Cristo: Estudio expositivo de 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas (pp. 7-21). Editorial Bautista Independiente.

La Vergüenza de la Cruz | John MacArthur

La Vergüenza de la Cruz
John MacArthur

Predicamos un mensaje vergonzoso cuando predicamos a Jesús en la cruz. Morir crucificado era un insulto degradante, y la idea de adorar a un individuo que había muerto crucificado era absolutamente inimaginable. Por supuesto, hoy no vemos que crucifiquen a nadie como los lectores de Pablo veían en el siglo I, así que, en cierta medida, el impacto se pierde para nosotros.

Pero Pablo sabía a qué se enfrentaba: “La palabra de la cruz es locura a los que se pierden” (1 Corintios 1:18); “Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (vv. 22-23). El mensaje de la cruz es locura, moria en griego, que quiere decir fatuo, ignorante, insensato.

Los versículos 22 y 23 nos dicen que los judíos buscaban señal. “Si eres el Mesías”, le habían dicho a Jesús, “danos una señal”. Esperaban algún prodigio grandioso, sobrenatural, que identificara al Mesías prometido y lo condujera a Él. Querían algo espectacular. Aunque Jesús les había dado milagro tras milagro durante su ministerio, querían una especie de supermilagro que todos pudieran ver y decir: “¡Esa sí es la señal! ¡Esa es por fin la prueba de que este es el Mesías!”

A los griegos, por el contrario, no les interesaba tanto lo milagroso. No buscaban una señal sobrenatural; lo que buscaban era sabiduría. Querían validar la religión verdadera mediante alguna noción trascendental, alguna idea elevada, algún conocimiento esotérico, alguna especie de experiencia espiritual, tal vez una experiencia fuera del cuerpo o algún otro episodio imaginario y emocional.

Los griegos querían sabiduría y los judíos querían una señal. Dios les dio exactamente lo opuesto. Los judíos recibieron un Mesías crucificado: escandaloso, blasfemo, estrambótico, hiriente, increíble. Para los griegos que buscaban conocimiento esotérico, algo altilocuente y noble, ese sinsentido sobre el eterno Dios creador del universo crucificado era una insensatez.

Desde el punto de vista tanto griego como romano, el estigma de la crucifixión convertía en un absurdo absoluto la noción del evangelio que afirmaba que Jesús era el Mesías. Un vistazo a la historia de la crucifixión en Roma del siglo I revela lo que los contemporáneos de Pablo pensaban al respecto. Era una forma horrible de pena capital originaria, muy probablemente, del imperio persa; pero otros bárbaros la usaban también. El condenado sufría una muerte agonizantemente lenta por asfixia, y se debilitaba gradualmente al punto traumático de no poder levantarse con los clavos que sujetaban sus manos, ni de empujarse con el clavo que atravesaba sus pies, lo suficiente como para respirar profundamente.

Esto fijó el horror de la crucifixión en la mente judía. Los romanos llegaron al poder en Israel en el año 63 a.C., y usaron mucho la crucifixión. Algunos escritores dicen que las autoridades romanas crucificaron como a treinta mil personas en esa época. Tito Vespasiano crucificó tantos judíos en el año 70 d.C. que los soldados no tenían espacio para las cruces ni suficientes cruces para los cuerpos. No fue sino hasta el año 337, cuando Constantino abolió la crucifixión, que la cruz desapareció después de un milenio de crueldad en el mundo.

La crucifixión era una forma de ejecución repugnante, denigrante, reservada para lo peor de la sociedad. La idea de que un individuo que murió en la cruz hubiera sido una persona excepcional, elevada, noble, importante, era absurda. Los ciudadanos romanos, por lo general, estaban exentos de la crucifixión, excepto si cometían traición. Las autoridades reservaban la cruz para los esclavos rebeldes y los pueblos conquistados, y para los ladrones y asesinos más notorios. La política del Imperio Romano en cuanto a la crucifixión llevó a los romanos a tener a cualquier crucificado como digno de desprecio absoluto. Usaban la cruz solo para la escoria, para los más humillados, para los más bajos de los más bajos.

Los soldados primero azotaban a las víctimas, luego las obligaban a llevar su cruz, el instrumento de su propia muerte, al sitio de la crucifixión. Los letreros que les colgaban del cuello indicaban los crímenes que habían cometido, e iban totalmente desnudos. Luego, los soldados los ataban o clavaban al travesaño, los izaban para colocarlos en el poste vertical, y los dejaban allí colgados, desnudos. Los verdugos podían acelerar la muerte quebrándoles las piernas, porque eso hacía que la víctima no pudiera empujarse hacia arriba para poder llenarse los pulmones de aire. Si no les quebraban las piernas, la muerte podía tardar días. La humillación final era dejar el cuerpo colgado allí hasta que se pudriera.

Los gentiles también veían a todo crucificado con el más completo desdén. Era una escena prácticamente obscena. La sociedad educada simplemente no hablaba de la crucifixión. Cicerón escribió: “La sola palabra ‘cruz’ debería eliminarse, no solo de la persona del ciudadano romano, sino de sus pensamientos, sus ojos y sus oídos”.

Y ante todo esto, Pablo vino y todo lo que habló fue acerca de… ¡la cruz! Podemos captar algo del profundo desprecio que los gentiles tenían por cualquier crucificado en algunas de las afirmaciones paganas en cuanto a Cristo. Las palabras pintadas en una piedra en un salón de guardias de la Colina Palatina, cerca del Circo Máximo, en Roma, muestran la figura de un hombre con cabeza de asno colgando de una cruz. Debajo, se halla un hombre en gesto de adoración y la inscripción dice: “Elexa Manos adora a su Dios”. Tal repulsiva representación del Señor Jesucristo ilustra vívidamente el desdén del pagano por un crucificado, y particularmente por un Dios crucificado. La primera apología de Justino, en el año 152 d. C., resume la noción de los gentiles: “Proclaman que nuestra locura consiste en esto, que ponemos a un crucificado a un nivel igual al del Dios eterno e inmutable”. ¡Locura!

Si la actitud de los gentiles era mala, la actitud de los judíos era peor, e incluso más hostil. Detestaban la práctica romana y se mofaban de ella más que los romanos. En su opinión, el que acababa en una cruz cumplía Deuteronomio 21.23: “No dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero… porque maldito por Dios es el colgado”. ¿Quiere decir esto que el eterno Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Señor mismo, recibió maldición? ¿Cómo podía Dios maldecir a Dios? Es absolutamente impensable. ¿Qué Dios maldijo al Mesías? Para los judíos era inconcebible.

Veían la crucifixión no solo como un estigma social, sino como maldición divina. Así que el estigma de la cruz significaba, más allá de la desgracia social, la misma condenación divina. La Mishná, que es un comentario de la ley del Pentateuco producido en el siglo II d.C., indicaba que se debía crucificar solo a los blasfemos y a los idólatras, e incluso en esos casos, los verdugos colgaban sus cuerpos en la cruz solamente después de muertos. ¿Cómo podía el Mesías ser blasfemo? ¿Cómo podía Dios blasfemar contra Dios? Los judíos se atragantaban con la idea de un Cristo crucificado. Esto hacía al evangelio imposible de creer.

¿Piensa usted que tiene problemas en proclamar el evangelio hoy? Imagínese a los primeros cristianos. Si decían la verdad, enfrentaban un obstáculo masivo: sus afirmaciones eran locura, escandalosas, procaces, blasfemas, increíbles.

Pablo no era un predicador de mensaje fácil. Dios mismo, en forma del Cristo crucificado, era el mayor obstáculo para creer en Él. Francamente, no parece que Dios pudiese haber puesto una barrera más formidable a la fe en el primer siglo. No puedo pensar en una peor forma de mercadeo para el evangelio que predicarlo así.

¡No es extraño que tanto los gentiles como los judíos detestaron el mensaje de Pablo! Era un mensaje que estaba más allá de la credulidad humana. No era un mensaje fácil para el que busca, sino absurdo y hasta aberrante.

(Adaptado de Difícil de Creer)

Fuente: https://www.gracia.org/library/blog/GAV-B233107bnnbbnbbngtbv ujhn b

Avergonzados de Jesús | John MacArthur

Avergonzados de Jesús
by John MacArthur

No estoy seguro de si usted ha notado, como yo, lo difícil que es para los creyentes en televisión o ante el público decir el nombre Jesús. Incluso líderes evangélicos bien conocidos evitan ese nombre al hablarle a un público numeroso, y evitan mencionar “cruz”, “pecado”, “infierno” y otros términos fundamentales de la fe. Hablan mucho de la fe de una manera general y poco comprometedora, pero esquivan cualquier afirmación que les exija adoptar una posición.

En los días que siguieron al ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, muchos estadounidenses instintivamente buscaron valor y solaz en Cristo. Pero incluso en ese entonces, en un servicio en la Catedral Nacional de Washington, D.C, que se transmitió en vivo a todo el mundo, un ministro cristiano elevó una oración en el nombre de Jesús, pero “respetando a todas las religiones”. ¿A todas las religiones? ¿A los druidas? ¿A los que adoran a los gatos? ¿A las brujas? Un ministro cristiano de una iglesia cristiana no debe sentirse obligado a condicionar ni a pedir disculpas por orar al único Salvador verdadero.

Pablo dio una afirmación impresionante en Romanos 1:16-17:

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”.

¿Por qué dijo Pablo: “No me avergüenzo del evangelio?” ¿Quién se va a avergonzar de noticias buenas como estas? Si alguien encuentra la cura para el SIDA, ¿lo abrumaría la vergüenza como para no proclamarla? Si alguien descubriera una cura para el cáncer, ¿sentiría tan terrible vergüenza como para no poder abrir la boca? ¿Por qué es tan difícil mencionar la cruz?

Aunque el mensaje de salvación que Pablo proclamaba era el mensaje más maravilloso e importante de la historia, el público y las autoridades lo habían tratado de manera humillante por predicarlo vez tras vez. Ya por aquel entonces en su ministerio, lo habían apresado en Filipos (Hechos 16:23-24), lo habían obligado a salir corriendo de Tesalónica (Hechos 17:10), lo habían hecho escabullirse de Berea (Hechos 17:14), se habían reído de él en Atenas (Hechos 17:32), lo habían tildado de loco en Corinto (1 Corintios 1:18, 23) y lo habían apedreado en Galacia (Hechos 14:19). Tenía muchas razones para avergonzarse, pero su entusiasmo por el evangelio no disminuía. Jamás, ni por un momento, consideró diluirlo para hacerlo más atractivo al público.

En algún momento u otro de nuestra vida como creyentes, todos hemos sentido vergüenza y hemos mantenido nuestra boca cerrada cuando debimos haberla abierto. O, llegada la oportunidad, nos hemos escondido detrás de algún mensaje inocuo tipo “Jesús te ama y quiere que seas feliz”. Si usted nunca se ha sentido avergonzado por proclamar el evangelio, probablemente nunca lo ha proclamado claramente, en su totalidad, tal como Jesús lo proclamó.

¿Por qué no puede el creyente ejecutivo de negocios testificar ante su junta administrativa? ¿Por qué el catedrático universitario creyente no puede pararse ante la facultad entera y proclamar el evangelio? Todos queremos que nos acepten, y sabemos, como Pablo lo descubrió tantas veces, que tenemos un mensaje que el mundo rechazará; y que mientras más nos aferremos a ese mensaje, más hostil se volverá el mundo. Así es como empezamos a sentir vergüenza. Pablo superó eso por la gracia de Dios y el poder del Espíritu, y dijo: “No me avergüenzo”. Es un ejemplo contundente para nosotros, porque sabemos el precio de la fidelidad a la verdad: el rechazo del público, la cárcel y, al final, la ejecución.

La naturaleza humana en realidad no ha cambiado gran cosa en toda la historia; la vergüenza y el honor eran asuntos muy serios en el mundo antiguo, tal como lo son hoy. Allá por el siglo IX antes de Cristo, el poeta épico Homero escribió: “El bien principal era que hablaran bien de uno, y el mal mayor, que hablaran mal de uno en la sociedad”. En el siglo I de nuestra era, el apóstol Pablo ministraba en una cultura sensible a la vergüenza, que buscaba el honor, y sin sentir vergüenza alguna, predicaba un mensaje ofensivo respecto de una persona a quien habían avergonzado en público. Era un mensaje muy hiriente. Era escandaloso. Era necio. Era insensato. Era anacrónico.

Sin embargo, como dice 1 Corintios 1:21, “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”. Era este escandaloso, hiriente, necio, ridículo, extraño, absurdo mensaje de la cruz el que Dios usaba para salvar a los que creen. Las autoridades romanas ejecutaron a su Hijo, el Señor del mundo, por un método reservado solo para las heces de la sociedad; sus seguidores tendrían que ser lo suficientemente fieles como para arriesgarse a sufrir el mismo fin vergonzoso.

(Adaptado de Difícil de Creer)

Fuente: https://www.gracia.org/library/blog/GAV-B232407

La Dura Verdad | John MacArthur

La Dura Verdad
by John MacArthur


Tal vez el mito dominante en la iglesia evangélica actual es que el éxito del cristianismo depende de lo popular que sea, y que el Reino de Dios y la gloria de Cristo de alguna manera avanzarán sobre la base del favor del público. Esta es una fantasía antigua. Recuerdo haber leído una cita del apologista Edward John Carnell en la biografía del predicador galés David Martyn Lloyd-Jones escrita por lan Murray. En sus años formativos en el Seminario Teológico Fuller, Carnell decía respecto del evangelicalismo: “Necesitamos prestigio desesperadamente”.

Los creyentes se han esforzado mucho por colocarse en posiciones de poder dentro de la cultura. Buscan influencia académica, política, económica, atlética, social, teatral y religiosa, y en toda otra forma posible, con la esperanza de lograr que los medios de comunicación masiva los tomen en cuenta. Pero cuando logran esa exposición, a veces mediante los medios de comunicación masiva, a veces en el ambiente de iglesias de mente bien abierta, presentan un evangelio reinventado y diseñado a la moda que sutilmente elimina la ofensa del evangelio, e invita a la gente al Reino por un sendero fácil. Descartan todas las cosas difíciles de creer en cuanto al sacrificio de uno mismo, a aborrecer a la familia y cosas por el estilo.

La ilusión es que podemos predicar nuestro mensaje más eficazmente desde las encumbradas perchas del poder e influencia culturales, y que una vez que hayamos captado la atención de todos, podemos conducir a más personas a Cristo si le quitamos al evangelio su aguijón y predicamos un mensaje que agrade al usuario. Pero para llegar a esas perchas encumbradas, algunas figuras públicas “cristianas” diluyen la verdad y la acomodan; luego, para mantenerse allí, ceden a la presión de perpetuar la enseñanza falsa para que su público siga siéndoles leal. Decir la verdad se convierte en una decisión profesional errónea.

Los pastores de las iglesias locales están entre los primeros en dejarse seducir para usar este evangelio de moda, diseñado para que encaje en el deseo del pecador y tergiversado astutamente para superar la resistencia del consumidor. Planifican las reuniones de la iglesia para que se vean, suenen, se sientan y huelan como el mundo, a fin de eliminar la resistencia del pecador y seducirle al Reino por un sendero fácil y familiar.

La idea es hacer que el cristianismo sea fácil de creer, pero la verdad simple, inmutable e inexorable es que el Evangelio es difícil de creer. Es más, si se deja sin ayuda al pecador, le es absolutamente imposible.

Esta es la filosofía de moda: “Si les gustamos, les gustará Jesús”. Esta estrategia funciona superficialmente, pero solo si comprometemos la verdad. No podemos simplemente criticar a los predicadores locales por reinventar el evangelio, porque no están actuando en forma distinta a los tele-evangelistas de renombre y otros evangélicos más ampliamente conocidos.

Para mantener sus cargos de poder e influencia tan pronto los han alcanzado, mantienen esta tenue alianza con el mundo en nombre del amor, el atractivo y la tolerancia, y para conservar contentos a los inconversos en la iglesia deben reemplazar la verdad con algo que aliente y que no ofenda. Como dijo cierto calvinista una vez: “A veces, no presentamos el evangelio lo suficientemente bien para que los que no son elegidos lo rechacen”.

Ahora bien, no quiero que se me malentienda. Estoy comprometido a proclamar el evangelio hasta donde me sea posible aquí y en todo el mundo. Prefiero que la justicia prevalezca sobre el pecado. Prefiero elevar a los justos y exponer el pecado tal y como es, en toda su capacidad destructora. Anhelo ver que la gloria de Dios se extienda hasta los confines de la tierra. Anhelo ver la luz divina inundando el reino de las tinieblas. Ningún hijo de Dios se contenta jamás con el pecado, la inmoralidad, la injusticia, el error y la incredulidad. El oprobio que cae sobre el Señor cae sobre mí, y el celo de su casa me consume, tal como a David y a Jesús.

Sin embargo, detesto las iglesias del mundo que se han convertido en refugio de herejes. Me disgusta una iglesia de la televisión que, en muchos casos, se ha convertido en cueva de ladrones. Me encantaría ver al Señor divino empuñando un látigo y azotando a la religión de nuestro tiempo. A veces, oro salmos que condenan a ciertas personas. Pero casi siempre, oro para que el Reino venga. La mayoría de las veces, oro que el evangelio penetre en el corazón de los perdidos. Comprendo por qué John Knox dijo: “Dame Escocia o me muero. ¿Para qué más podría yo vivir?” Comprendo por qué el misionero pionero Henry Martyn salió corriendo de un templo hindú exclamando: “No soporto vivir si deshonran a Jesús de esta manera”.

Fui a una entrevista radial en una emisora importante, en cierta ciudad grande, donde la animadora era una reconocida “consejera cristiana”. Ella tenía un programa diario de tres horas, aconsejando a los oyentes que llamaban para contarle toda clase de problemas, algunos muy serios. Pero por las preguntas que me hizo en el programa, me pareció que ella no había leído mucho en cuanto a la doctrina cristiana. Fuera del aire, durante los comerciales, me dijo:

“Usted usa la palabra ‘santificación’. ¿Qué quiere decir eso?”

Eso fue un indicio. Si ella no sabía lo que significaba la santificación, tenía tarea por hacer. Todavía estábamos fuera del aire, por lo que le pregunté:

“¿Cómo llegó usted a ser creyente? Nunca olvidaré su respuesta. Me dijo: “Fue fantástico. Un día, encontré el número de teléfono de Jesús, y desde entonces, hemos estado en contacto”.

“¿Qué?”, le pregunté, tratando de no parecer demasiado incrédulo. “¿Qué quiere decir?”

“¿Qué quiere decir con eso de ‘¿qué quiero decir?’”, me respondió bruscamente.

Ella no entendía que hasta su “testimonio” necesitaba una explicación. Luego, me preguntó:

“¿Cómo llegó usted a ser creyente?”

Entonces, empecé a hablarle brevemente del evangelio, pero me cortó y me dijo: “Eh, ¿qué pasó? No hay que andar entrando en todo eso, ¿verdad que no?”

Sí, claro que sí.

No le doy tregua a la forma como marcha el mundo. Me disgusta todo lo que deshonra al Señor. Estoy en contra de todo lo que Él está en contra y a favor de todo lo que Él respalda. Anhelo ver que se conduzca a las personas a la fe salvadora en Jesucristo. Detesto que los pecadores mueran sin esperanza. Me he consagrado a la proclamación del evangelio. No soy limitado en esto. Quiero ser parte del cumplimiento de la Gran Comisión. Quiero predicar el evangelio a toda criatura.

No es que no me interesen los perdidos del mundo, ni que haya hecho una tregua fácil con un mundo pecador que deshonra a mi Dios y a Cristo. Para mí la única pregunta es: ¿cómo hago mi parte? ¿Cuál es mi responsabilidad? Y desde luego, la respuesta no puede ser comprometer el mensaje. El mensaje no es mío; viene de Dios, y es por ese mensaje que Él salva.

No solo no puedo comprometer el mensaje, sino que tampoco puedo comprometer su costo. No puedo cambiar las condiciones. Sabemos que Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” (véase Lucas 9:23). Jesús dijo que tenemos que llevar nuestra cruz hasta la misma muerte, si Él nos lo pidiera. No puedo evitar que ese evangelio ofenda a una sociedad llena de amor propio.

Y esto sé: la predicación de la verdad influye verdaderamente en el mundo y cambia realmente un alma a la vez. Eso sucede solo mediante el poder del Espíritu Santo que da vida, que envía luz y que transforma el alma, en perfecto cumplimiento del plan eterno de Dios. Su opinión o la mía no son parte de la ecuación.

El Reino no avanza mediante el ingenio humano. No avanza porque hayamos escalado a posiciones de poder e influencia en la cultura. No avanza de acuerdo a la popularidad en los medios de comunicación masivos o en las encuestas de opinión. No avanza como resultado de la preferencia del público.

El Reino de Dios avanza solo por el poder de Dios, a pesar de la hostilidad pública. Cuando proclamamos verdaderamente el mensaje salvador de Jesucristo en su totalidad, es franca y escandalosamente hiriente. Proclamamos un mensaje escandaloso. Desde la perspectiva del mundo, el mensaje de la cruz es vergonzoso. De hecho, es tan vergonzoso, tan antagónico y tan hiriente que incluso a los creyentes les cuesta proclamarlo, porque saben que producirá hostilidad y escarnio.

(Adaptado de Difícil de Creer)

Fuente: https://www.gracia.org/library/blog/GAV-B231707

¿QUÉ ES EL MAL? | Norman Geisler

PREGUNTAS ACERCA DEL MAL

Norman Geisler

Tarde o temprano debo encarar este asunto con lenguaje sencillo: ¿qué razón tenemos —salvo nuestros propios deseos— para creer que Dios es —en cualquier forma concebible— «bueno»? ¿Acaso la evidencia prima facie no sugiere exactamente lo opuesto? ¿Qué tenemos para contrarrestar eso?
«Cristo es nuestro argumento. Pero, ¿y si Él se hubiera equivocado? Sus últimas palabras tienen un significado perfectamente claro. Descubrió que el Ser a quien llamaba Padre era terrible e infinitamente diferente de lo que supuso. La trampa, por tanto tiempo preparada —con tanto esmero— y tan sutil carnada, saltó por fin a la cruz. Triunfó el chiste cruel … Paso a paso fuimos «dirigidos camino arriba, hacia el jardín». Otra vez, cuando más bondadoso parecía, en realidad, preparaba la próxima tortura».
Esas palabras no provienen de un ateo o escéptico que trata de sacudir la fe en Dios que alguien pueda tener. Proceden de C.S. Lewis, uno de los más grandes defensores del cristianismo. Las escribió cuando aún estaba de duelo por la pérdida de su esposa, que murió de cáncer. Tal respuesta señala que, tarde o temprano, cada uno de nosotros debe tratar el problema del dolor, es decir, el problema del mal.
Si Dios no dijera que es bueno, el problema sería sencillo, pero lo es. Si no fuera omnipotente, tal como proponen los deístas finitos, no habría dificultad alguna. Si el mal no fuera real, podríamos eludir el problema. Pero no es así. Es muy real, especialmente pala quienes sufren dolor, y aunque no le demos una respuesta a cada situación individual, podemos hallar ciertos principios generales acerca del mal. Al menos podremos mostrar que la idea de un Dios bueno y poderoso no es irreconciliable con la existencia del mal.

¿QUÉ ES EL MAL?

¿Cuál es la naturaleza del mal? Hablamos de actos malos (asesinatos), de gente mala (Charles Manson), de libros malos (pornografía), de acontecimientos malos (huracanes), enfermedades malas (cáncer o ceguera) pero, ¿qué hace que todo eso sea malo? ¿Qué es el mal cuando lo vemos por sí mismo? Algunos han dicho que el mal es una sustancia que se adhiere a ciertos seres u objetos y los hace malos (como un virus que infecta un animal), o que es una fuerza contraria en el universo (como el lado oscuro de la película «La fuerza de Luke Skywalker»). Pero si Dios hizo todas las cosas, eso lo hace responsable del mal. El argumento parece ser como sigue:

  1. Dios es el autor de todo.
  2. El mal es algo.
  3. Por lo tanto, Dios es el autor del mal.

Agustín versus Maniqueo
Maniqueo fue un hereje dualista del siglo III de la era cristiana, proclamaba que el mundo fue hecho de materia no creada que era mala en sí misma. De ello deducía que toda existencia física era mala; solo las cosas espirituales podían ser buenas. Agustín escribió para demostrar que todo lo que Dios creó fue bueno y que el mal no es una sustancia.


«¿Qué es el mal?

Quizá usted replique: La corrupción. Innegablemente es una definición general del mal, porque implica oposición a la naturaleza, como también herir. Pero la corrupción no existe por sí misma, sino que aparece en un ente que se corrompe, de manera que no es una sustancia. Así que la cosa que se corrompe no es corrupción, no es mal, pues lo que es corrupto sufre pérdida de pureza e integridad. De modo que eso que no tiene pureza que perder no puede ser corrupto; y lo que tiene es necesariamente bueno ya que participa de la pureza. Repito, lo que se corrompe es descompuesto; y lo que es descompuesto sufre pérdida de orden; y el orden, es bueno. Ser corrupto no implica necesariamente ausencia de bien, pues la corrupción priva de lo bueno, lo que no ocurriría si hubiera ausencia de bien». [Sobre la moral de los maniqueos, 5.7.]
La primera cláusula es verdadera. Así que parece que debemos negar la realidad del mal para negar la conclusión (como hacen los panteístas). Podemos negar que el mal es una cosa o sustancia, sin decir que no es real. Es cierta carencia en las cosas. Cuando lo bueno que debería haber está ausente de algo, eso es malo. Después de todo, si no tengo una verruga en mi nariz, eso no es malo; porque, en primer lugar, no debe estar allí. Sin embargo, si a un hombre le falta la habilidad para ver, eso es malo. Asimismo, si una persona carece de la bondad y el respeto por la vida humana que debería tener, entonces puede asesinar. El mal es, en realidad, un parásito que no puede existir salvo como una grieta en algo que debiera ser sólido.
En algunos casos, el mal es explicable fácilmente, tal como sucede con las malas relaciones. Si escojo un buen revólver, le pongo una buena bala, lo apunto a mi buena cabeza, pongo mi buen dedo en el buen gatillo y le doy un buen apretón … resulta una mala relación. Las cosas involucradas en esta relación no son malas en sí mismas, pero la relación entre las cosas buenas carece definitivamente de algo. En este caso, la falta o carencia se da porque las cosas no se usan como deberían usarse. Los revólveres no se deben usar para matar indiscriminadamente, aunque son buenos para el esparcimiento. Mi cabeza no fue concebida para practicar tiro al blanco. De igual manera, nada malo hay en los vientos huracanados que se mueven circularmente, pero la mala relación surge cuando el ojo del huracán pasa por un lugar donde están estacionadas varias casas móviles. Las malas relaciones son malas porque la relación en sí carece de algo, de modo que nuestra definición del mal sigue viva. El mal es la falta de algo que debería haber en la relación entre las cosas buenas.

Geisler, N., & Brooks, R. (1997). Apologética: Herramientas valiosas para la defensa de la fe (pp. 69-72). Editorial Unilit.

LA INCOMPRENSIBILIDAD DE DIOS | R.C. Sproul

La naturaleza y los atributos de Dios

LA INCOMPRENSIBILIDAD DE DIOS

R.C. Sproul

Durante un seminario en los Estados Unidos, un estudiante le preguntó al teólogo suizo Karl Barth: “Dr. Barth, ¿cuál ha sido lo más profundo que usted ha aprendido en su estudio de la teología?” Barth pensó por un momento y luego contestó: “Cristo me ama, bien lo sé, en la Biblia dice así”. Los estudiantes se rieron de su respuesta tan simplista, pero su risa se tornó algo nerviosa cuando pronto advirtieron que Barth lo había dicho muy en serio.

Barth dio una respuesta sencilla a una pregunta muy profunda. Al hacerlo estaba llamando la atención a por lo menos dos nociones fundamentalmente importantes. (1) En la más sencilla de las verdades cristianas reside una profundidad que puede ocupar las mentes de las personas más brillantes durante toda su vida. (2) Que aun dentro de la sofisticación teológica más académica nunca nos podremos elevar más allá del entendimiento de un niño para comprender las profundidades misteriosas y las riquezas del carácter de Dios.

Juan Calvino utilizó otra analogía. Dijo que Dios nos habla como si estuviera balbuceando. De la misma manera que los padres les hablan a sus hijos recién nacidos imitando el balbuceo de los bebés, así Dios cuando desea comunicarse con los mortales debe condescenderse y hablarnos con balbuceos.

Ningún ser humano tiene la capacidad para entender a Dios exhaustivamente. Existe una barrera infranqueable que impide un entendimiento completo y exhaustivo de Dios. Somos seres finitos; Dios es un ser infinito. Y ahí radica el problema. ¿Cómo puede algo que es finito comprender a algo que es infinito? Los teólogos medioevales tenían una frase que se ha convertido en un axioma dominante en cualquier estudio de teología. “Lo finito no puede aprehender (o contener) a lo infinito.” No hay nada que resulte más obvio que esto, que un objeto infinito no puede ser introducido dentro de un espacio finito.

Este axioma contiene una de las doctrinas más importantes del cristianismo ortodoxo. Se trata de la doctrina de la incomprensibilidad de Dios. Este término puede no ser bien entendido. Puede sugerir que como lo finito no puede “aprehender” a lo infinito, entonces es imposible llegar a conocer nada sobre Dios. Si Dios está más allá del entendimiento humano, ¿no sugiere eso que toda discusión religiosa no es más que mero palabrerío teológico y que entonces, como mucho, solo nos queda un altar a un Dios desconocido?

Por supuesto que esto no es la intención. La incomprensibilidad de Dios no significa que no sabemos nada sobre Dios. En realidad significa que nuestro conocimiento será parcial y limitado, que nunca podremos alcanzar el conocimiento total y exhaustivo de Dios. El conocimiento que Dios nos da sobre sí mismo mediante la revelación es verdadero y útil. Podemos conocer a Dios en la medida que Él decida revelarse a sí mismo. Lo finito puede “aprehender” a lo infinito, pero lo finito no podrá nunca contener a lo infinito en sus manos. Siempre habrá algo más de Dios que lo que podamos aprehender.

La Biblia expresa esto mismo de esta manera: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre” (Deuteronomio 29:29). Martín Lutero hizo referencia a los dos aspectos de Dios —el secreto y el revelado. Una porción del conocimiento divino permanece oculta a nuestros ojos. Trabajamos a la luz de lo que Dios nos ha revelado.

Resumen

  1. Hasta las verdades cristianas más sencillas contienen un profundo significado.
  2. Independientemente de lo profundo que pueda ser nuestro conocimiento teológico, siempre habrá mucho sobre la naturaleza y el carácter de Dios que seguirá siendo un misterio para nosotros.
  3. Ningún ser humano puede tener un conocimiento exhaustivo sobre Dios.
  4. La doctrina de la incomprensibilidad de Dios no significa que no podemos llegar a conocer nada sobre Dios. Significa que nuestro conocimiento está restringido, limitado por nuestra humanidad.

Pasajes bíblicos para la reflexión
Job 38:1–41:34
Salmo 139:1–18
Isaías 55:8–9
Romanos 11:33–36
1 Corintios 2:6–16

Sproul, R. C. (1996). Las grandes doctrinas de la Biblia (pp. 33-35). Editorial Unilit.

El carácter de la iglesia | Erickson, M. J.

El carácter de la iglesia

Millard J. Erickson

No debemos limitar nuestro estudio del papel de la iglesia a una investigación sobre qué hace la iglesia, o sea, sus funciones. La actitud o disposición con la que la iglesia realiza sus funciones también es un asunto de extrema importancia. Como la iglesia es, en su continua existencia, el cuerpo de Cristo y lleva su nombre, debería estar caracterizada por los atributos que Cristo manifestó durante su encarnación física sobre la tierra. Dos de estos atributos son cruciales para que la iglesia funcione en este mundo que cambia de manera tan veloz en nuestros días: deseo de servir y adaptabilidad.

Deseo de servir
Jesús estableció que su propósito al venir no era el de ser servido, sino el de servir (Mt. 20:28). Al encarnarse tomó para sí la forma de un siervo (Fil. 2:7). “Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (v. 8). La iglesia debe mostrar la misma disposición a servir. Ha sido puesta en el mundo para servir a su Señor y al mundo, no para ser exaltada y para que se satisfagan sus propias necesidades y deseos. Aunque la iglesia puede alcanzar un gran tamaño, riqueza y prestigio, ese no es su propósito.
Jesús no se asoció con la gente por lo que pudieran hacer por él. Si lo hubiera hecho, nunca habría ido a casa de Zaqueo, ni habría entablado conversación con la mujer samaritana, tampoco habría permitido que la mujer pecadora le lavase los pies en la casa de Simón el fariseo. Estos serían actos que un moderno director de campaña o un relaciones públicas experto desaprobaría sin duda, porque no serían útiles para que Jesús ganase prestigio o una publicidad favorable. Pero a Jesús no le interesaba explotar a la gente. De la misma manera, la iglesia de hoy no determinará su actividad basándose en lo que la hará prosperar y crecer. Más bien, tratará de seguir el ejemplo de servicio del Señor. Estará dispuesta a ir a los indeseables y a los indefensos, esos que no harán nada a cambio por la iglesia. Un auténtico representante de la iglesia estará dispuesto a dar su vida, si es necesario, por su ministerio.
La voluntad de servir significa que la iglesia no tratará de dominar a la sociedad para sus propósitos. La cuestión de la relación de la iglesia y el estado ha tenido una historia larga y compleja. Las Escrituras nos cuentan que el estado, como la iglesia, es una institución creada por Dios con un propósito específico (Ro. 13:1–7; 1 P. 2:13–17). Se han ideado y puesto en práctica muchos modelos de relaciones iglesia-estado. Algunos de estos modelos implicaban una alianza tan íntima entre ambos que el poder del estado casi obligaba a pertenecer a la iglesia y a participar en ciertas prácticas religiosas. Pero en tales casos la iglesia estaba actuando como un amo y no como un siervo. Se estaba persiguiendo el objetivo correcto, pero de la manera equivocada (como hubiera sucedido si Jesús hubiera sucumbido a la tentación de arrodillarse y adorar a Satanás a cambio de todos los reinos del mundo). Esto no quiere decir que la iglesia no deba recibir los beneficios que el estado proporciona para todos dentro de su ámbito, ni que la iglesia no deba dirigirse al estado para temas en los que haya que aprobar algún tipo de legislación. Pero no tiene que tratar de utilizar la fuerza política para forzar la consecución de fines espirituales.

Adaptabilidad
La iglesia debe también ser versátil y flexible a la hora de ajustar su metodología y procedimientos en las situaciones cambiantes que se producen en el mundo en que se encuentra. Debe ir donde se encuentran las personas necesitadas, incluso si esto implica un cambio geográfico o cultural. No debe anclarse en las antiguas formas de trabajar. Como el mundo en el que está intentando ministrar cambia, la iglesia tendrá que adaptar su ministerio de forma acorde a ello, pero sin alterar su dirección básica.
Cuando la iglesia se adapta, está emulando al Señor, que no dudó en venir a la tierra a redimir a la humanidad. Al hacerlo, adoptó las condiciones de la raza humana (Fil. 2:5–8). De la misma manera, el cuerpo de Cristo conservará el mensaje básico que le ha sido confiado, y continuará cumpliendo las funciones principales de su tarea, pero realizará todos los cambios legítimos necesarios para llevar a cabo los propósitos de su Señor. La iglesia estereotípica – una congregación rural dirigida por un ministro y compuesta por un grupo de familias nucleares que se reúnen a las once de la mañana los domingos en un pequeño edificio blanco con campanario – todavía existe en algunos lugares. Pero es la excepción. Las circunstancias ahora son muy diferentes en la mayor parte del mundo. Sin embargo, si la iglesia tiene un sentido de misión como el de su Señor, encontrarán la manera de llegar a la gente estén donde estén.

Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática (J. Haley, Ed.; B. Fernández, Trad.; Segunda Edición, pp. 1072-1074). Editorial Clie.

PARADOJAS, MISTERIOS, Y CONTRADICCIONES | R.C. Sproul

PARADOJAS, MISTERIOS, Y CONTRADICCIONES

R.C. Sproul

Diversos movimientos dentro de nuestra cultura contemporánea, tales como la “New Age”, las religiones orientales, y la filosofía irracional, han ejercido su influencia y conducido a una crisis de entendimiento. Ha surgido una nueva forma de misticismo que le otorga al absurdo el sello de la verdad religiosa. A nuestro entender, la máxima del budismo zen, “Dioses una mano aplaudiendo”, constituye una clara ilustración de este concepto. Decir que Dios es una mano aplaudiendo suena como algo profundo. La mente conciente se confunde porque va a contramano de los patrones normales de pensamiento. Suena “profundo” e intrigante hasta que la analizamos cuidadosamente y descubrimos que en el fondo solo se trata de una afirmación carente de sentido. La irracionalidad es un tipo de caos mental. Descansa sobre una confusión contrapuesta con el Autor de toda verdad que no es un autor de confusión.

El cristianismo bíblico es vulnerable a dichas cadenas de irracionalidad exaltada debido a su cándido reconocimiento de que existen muchas paradojas y misterios en la Biblia. Como las diferencias que marcan los límites entre las paradojas, los misterios y las contradicciones son débiles pero cruciales, es importante que aprendamos a distinguir cuáles son estas diferencias. Cuando buscamos sondear las profundidades de Dios nos confundimos con mucha rapidez. Ningún mortal puede comprender a Dios exhaustivamente.

La Biblia nos revela cosas sobre Dios, cosas que aunque somos incapaces de comprenderlas completamente sabemos que son verdades. No tenemos ningún punto de referencia humano, por ejemplo, para entender a un ser que es tres en persona y uno en esencia (la Trinidad), o a un ser que es una persona con dos naturalezas distintas, la humana y la divina (la persona de Cristo). Estas verdades, tan ciertas como puedan serlo, son demasiado “elevadas” para ser alcanzadas por nosotros. Nos enfrentamos con problemas similares en el mundo natural. Sabemos que la gravedad existe, pero aunque no la entendemos, no por ello intentamos definirla en términos irracionales o contradictorios.

Casi todos estamos de acuerdo que el movimiento forma parte integral de la realidad, sin embargo, la esencia del movimiento en sí mismo ha dejado perplejos a los filósofos y a los científicos por milenios. La realidad tiene mucho de misteriosa y mucho que no podemos entender. Pero esto no se convierte en nuestra garantía para dar un salto al absurdo. Tanto en la religión como en la ciencia, la irracionalidad es fatal. En realidad, es mortal para cualquier verdad. El filósofo cristiano Gordon H. Clark en cierta ocasión definió un paradoja como “un calambre entre las orejas”. El propósito de su definición era señalar que lo que muchas veces se denomina una paradoja no es nada más que un razonamiento descuidado. Clark, sin embargo, reconoció con claridad la función y el papel legítimo de las paradojas. La palabra paradoja proviene de la raíz griega que significa “parecer o aparecer”. Las paradojas nos resultan difíciles porque a primera vista “parecen” ser contradictorias, pero si las examinamos con mayor detalle podemos encontrarles la solución. Por ejemplo, Jesús dijo que “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39). Superficialmente, esto parece ser una afirmación del mismo tenor que la que dice que “Dios es una mano aplaudiendo”. Parece contener en sí una contradicción. Lo que Jesús intentó decir, sin embargo, fue que si alguien pierde su vida en un sentido, la encontrará en otro sentido. Como la pérdida y el hallazgo están en dos sentidos distintos, no hay ninguna contradicción. Yo soy al mismo tiempo un padre y un hijo pero, obviamente, no en la misma relación. Debido a que la palabra paradoja ha sido muy frecuentemente entendida como sinónimo de contradicción, en algunos diccionarios ingleses ha sido ingresada como una segunda acepción al término contradicción. Una contradicción es una afirmación que viola la clásica ley de no contradicción.

La ley de no contradicción afirma que no es posible que A sea A y no-A [al mismo tiempo y en el mismo sentido. En otras palabras, algo no puede ser lo que es y no ser lo que es, al mismo tiempo y en el mismo sentido. Se trata de la ley más importante de todas las leyes de lógica. Nadie es capaz de entender una contradicción porque una contradicción es inherentemente no inteligible. Ni siquiera Dios puede comprender las contradicciones. Pero sin duda que las puede reconocer por lo que en realidad son -meras falsedades. La palabra contradicción proviene del latín “hablar en contra”. También se las conoce como una antinomia, que significa “contra la ley”. Si Dios hablara por medio de contradicciones carecería intelectualmente de leyes, tendría un doble discurso. Es un tremendo insulto y una blasfemia incluso el sugerir que el Autor de la verdad pudiera hablar con contradicciones. La contradicción es la herramienta de aquel que miente —el padre de las mentiras que desprecia la verdad. Existe una relación entre los misterios y las contradicciones que fácilmente nos conduce a confundirlas entre sí. No podemos entender los misterios.

No podemos entender las contradicciones. El punto de contacto entre los dos conceptos es su carácter de no inteligible. Los misterios no nos resultan claros ahora porque carecemos de la información o de la perspectiva para comprenderlos. La Biblia nos promete que, una vez en el cielo, estos misterios que ahora no podemos comprender serán explicados. Las explicaciones solucionarán los misterios del presente. Sin embargo, no hay ninguna explicación posible, ni en el cielo ni en la tierra, que pueda solucionar una contradicción.

Sproul, R. C. (1996). Las grandes doctrinas de la Biblia (pp. 7-9). Editorial Unilit.

La Predicación Expositiva | Mark Dever

UNA IGLESIA SALUDABLE: NUEVE CARACTERÍSTICAS
Conociendo el Estado de Salud de su Iglesia
Mark Dever

La Predicación Expositiva

Así es como empecé mi sermón un domingo de enero por la mañana:
Así que, ¿cómo les va? ¿Durmieron lo suficiente anoche? ¿Tuvieron problemas para encontrar un buen lugar para estacionarse esta mañana? ¿Les dio alguien la bienvenida al llegar a la iglesia? ¿Tiene el edificio una apariencia agradable? ¿Se ve limpio? Me pregunto si el nombre de la iglesia les hizo más difícil decidirse a venir. ¿Ó quizá fue nuestro nombre una de las razónes por las que decidieron venir hoy?
Y cuando entraron, ¿fue nuestra gente educada y amigable? ¿Tuvieron problemas para llevar a los niños a sus respectivas clases? ¿Y qué piensan acerca del cristal emplomado? Se que desde aqui lo veo mejor que la mayoria de ustedes, pero es bonito, ¿no? Tal vez ustedes creen que es un poco anticuado.
¿Estan cómodas las bancas de la iglesia? ¿Pueden ver bien todo lo que pasa aqui al frente? ¿De veras? ¿Pueden oir todo bien? ¿Tienen frio o calor? ¿Estan cómodos?
¿Y qué piensan del programa? ¿Estan de acuerdo que tiene buena presentacion? ¿Es claro, simple, y directo? No esta demasiado complicado… ¿verdad? Tal vez es un poco formal. ¿Leyeron todos los anuncios que estan en el programa? ¿Y vieron todas las actividades que están anunciadas en la tarjeta de al lado? Hay muchas, ¿no? Probablemente más de las que han leído hasta ahora. Por supuesto, leer es fácil, pero creo que las letras son un poco pequeñas, ¿no es así? Y no tiene muchos dibujitos. Quiero decir que el programa está lleno casi con puras letras. Eso probablemente dice mucho acerca de nuestra iglesia, ¿no lo creen? Tal vez ustedes piensan que somos la clase de iglesia donde una imagen vale mas que mil palabras, ¿no es cierto?
¿Y qué me dicen de las personas que están a su alrededor? ¿Son la clase de gente que les gusta ver en la iglesia? Si, ya se que ahora están demasiado nerviosos para ver a su alrededor, pero ustedes saben bien quienes son. ¿Qué piensan? ¿Son de la edad adecuada? ¿Son de la misma ciudad que usted? ¿Y que les parece su clase social? En pocas palabras, ¿son como ustedes?
¿Y Qué piensan del servicio hasta ahora? Quiero decir, ¿les fue difícil cambiar entre los dos himnarios? Ustedes saben que la mayor parte de las iglesias utilizan solamente uno y aqui tenemos dos; unas veces tienen que usar el verde y otras veces el beige. ¿Les parece que la persona dirigiendo el culto esta bien preparada e informada, pero a la vez no es un sabelotodo? Me refiero a que, ¿es muy capaz, pero no es arrogante? No hubo muchos anuncios en el servicio, ¿o sí? Yo no creo que sea ese el caso en esta mañana. Y las oraciones, ¿le han tocado el corazon y la mente?
En estos dias, no es muy comun leer tanto la Palabra de Dios en la iglesia, ¿estan de acuerdo?
Permitanme hablerles acerca de la música. Como lo podran notar, estamos tratando de hacer que las cosas funcionen- contemporánea o tradicional, clásica o moderna, litúrgica o informal. Es probable que hay gente que solia asistir a esta iglesia, pero que esta esta mañana están visitando otras iglesias porque les gusta otro tipo de musica. Y saben, probablemente hay algunas personas aquí, que decidieron venir hoy porque les gusta el tipo de musica que se toca en esta iglesia.
¿Y les gusta ofrendar? ¿Pueden creer que en la actualidad se tomen ofrendas del público con todo y visitantes? Esa es la clase de cosas que se dice en los seminarios que nunca se debe hacer. ¿Cómo se sentieron con todo esto? ¿Les hizo sentir que la iglesia está llena de un montón de gente saca-dinero, a quienes lo único que les importa es sacarle lo mas que se pueda?
¿Qué están haciendo aquí? Ya sea que hayan venido a esta iglesia por 50 años o que este sea su primer domingo, ¿por qué vinieron hoy?
Ya se imaginan lo que sigue. Quizás ya haya empezado: ¡El sermón! Algunas personas lo aguantan para obtener algo bueno, quizá cantar un poco mas, ó asistir a una junta, o tal vez hablar con alguien después del servicio.
El predicador tiene un trabajo muy difícil, ¿no lo creen? El tiene que ser alguien que los entienda, alguien a quien le puedan hablar con confianza, o alguien con quien ustedes se pueden sentir comodos. Pero también necesita parecer santo; aunque no demasiado. Tambien necesita estar bien informado, pero no ser un sabelotodo. Y necesita tener confianza, sin ser confianzudo. Ademas, necesita ser compasivo, pero no sentir lastima. ¿Y sus sermónes? Bueno, su sermónes necesitan ser suficientemente buenos, practicos, entretenidos, cautivadores y de preferencia lo mas cortos posible.
Hay mucho que considerar cuando se está evaluando a la iglesia, ¿no es así? ¿Alguna vez se han puesto a pensar en esto? Hay tantas cosas que pensar. En esta epoca muchos se cambian de residencia, asi que nos serviria el aprender como evaluar las iglesias. Sucede todo el tiempo. Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos que es lo que hace realmente una buena iglesia.
En mi biblioteca personal tengo montones y montones de libros relacionados con esta pregunta, ¿qué es lo que hace realmente una buena iglesia? Se sorprenderian de ver que tan ampliamente varian las respuestas, estas van desde promover el ser amistosos hasta a la planificacion financiera, desde que tan bonitos estan los baños hasta como se ve la fachada de la iglesia, sigue la música que debe ser vibrante para que llame la atencion a los visitantes, Luego le toca al estacionamiento que debe ser grande, y de ahí se siguen los programas infatiles. Estas respuestas a lo que hace una buena iglesia tambien incluyen el tener la escuela dominical bien organizada por edades e intereses, el tener el software adecuado para las computadoras, que la publicidad se entienda con claridad y que sea facil de reconocer por personas de la misma fe y orden. Ustedes encontrarán toda clase de libros que hablan de estas cosas y las consideran la clave de una buena iglesia.
Entonces, ¿qué piensan? ¿Qué es lo que hace a una iglesia sana? Ustedes necesitan saberlo. Si usted es un visitante buscando alguna iglesia donde asister regularmente y con la que se pueda comprometer, necesitará considerar esta pregunta. Aún si ya es miembro aquí, tambien necesita considerarla. Podriá cambiarse de residencia algun dia, ¿cierto? Y aún si nunca se va a vivir a otra ciudad, necesita saber que constituye una iglesia saludable. Si va a quedarse en una iglesia para participar de su crecimiento y edificación, ¿necesita saber lo que quieres edificar? ¿Cómo quiere que luzca? ¿Cuál es la meta para usted? ¿Cuál debería ser su fundamento?
Responda a estas preguntas muy cuidadosamente. Como dije anteriormente, encontrará expertos que le dirán toda clase de respuestas, desde un lenguaje libre de terminos religiósos, hasta lo facil que debe ser cumplir los requisitos para ser miembros de la iglesia.
Entonces, ¿qué piensan? ¿Son realmente los medios del crecimiento y la salud de la iglesia: las guarderías seguras para los ninos, los baños deslumbrantes, la música emocionante y las congregaciones llenas de gente de la misma clase social, edad, y con los mismos intereses? ¿Es esto realmente lo que hace una buena iglesia?
Y así empecé la serie de sermones que llego a convertirse en este libro: “Las 9 caracteristicas de una iglesia saludable.” El propósito de este libro es preguntar y contestar lo siguiente: ¿Qué es lo que realmente caracteriza a una iglesia muy buena?
En esta serie de estudios sugiero nueve caracteristicas que distinguen a una iglesia saludable. Las pueden encontrar en el índice. Estas nueve caracteristicas ciertamente no son los únicos atributos de una iglesia saludable. No estoy sugiriendo eso, ni por un momento. Ni son necesariamente las cosas más importantes que podrían ser dichas acerca de la iglesia. Por ejemplo, a pesar de que la Santa Cena y el bautismo son aspectos esenciales de la iglesia bíblica, y son ordenados por Cristo mismo, me refiero a ellos muy brevemente. Les recuerdo que este libro no es una eclesiología completa. Solamente trata de enfocarse en ciertos aspectos cruciales de la vida de una iglesia saludable, que raramente se han desarrollado en las iglesias de hoy en dia. A pesar de que a menudo pueden ser malinterpretados, el bautismo y la cena del Señor no han desaparecido de la mayoría de la iglesias; pero muchos de los atributos que consideraré en estas páginas si han desaparecido de muchas iglesias.
Por supuesto, no existe una iglesia perfecta y ciertamente no quiero sugerir que cualquier iglesia que yo he pastoreado o pastorearé, sea o sera una iglesia perfecta. Pero eso no significa que nuestras iglesias no puedan ser más saludables. Mi objetivo es impulsar tal salud.


PREDICACIÓN EXPOSITIVA
La primera señal de una iglesia saludable es la predicación expositiva. No es solamente la primera señal, es la más importante de ellas, porque si la comprenden bien, todas las otras la seguirán. Esta es la señal crucial. Si quiere leer solamente un capítulo de este libro, ha elegido el correcto. Este es el que debería leer primero, antes que los demás. Esto le ayudará a comprender que los pastores están para entregarse a sí mismos y lo que las congregaciones van a exigir de ellos. Mi papel principal y el papel principal de cualquier pastor es la predicación expositiva.
Esta caracteristica es tan importante que, si no la entiende bien y comprende bien las ocho caracteristicas siguientes, en cierta forma, las habra entendido por casualidad. Pueden estar desechadas o distorsionadas, porque no habran nacido de la Palabra y no van a ser ni controladas ni reformadas continuamente por Ésta. Pero si usted le da la prioridad a la Palabra dada por Dios, entonces tendrá establecido el aspecto más importante de la vida de la iglesia y un crecimiento saludable estára virtualmente asegurado, porque Dios ha decidido actuar, por Su Espíritu, a través de Su Palabra.
Así que, ¿qué es esta cosa tan importante llamada “Predicación Expositiva”? Habitualmente, se habla de ella en contraste con la predicación temática. Un sermón temático es como este capítulo, se elige un tema y se habla acerca de este, en cambio, un sermon expositivo es tomar un texto especifico de la Biblia (ese es el tema; por ejemplo, 1 Tim. 2) y predicarlo. El sermón temático empieza con un asunto en particular acerca del cual el predicador quiere hablar. El tema podría ser la oración, ó la justicia, ó la paternidad, ó la santidad, ó aún la predicación expositiva. Habiendo establecido el tema, el predicador reúne varios textos de varias partes de la Biblia y los combina con historias ilustrativas y anécdotas. El material se combina y entreteje alrededor de este tema. El sermón temático no se forma alrededor de un texto de las Escrituras, sino alrededor de un tema o idea escogidos con anterioridad.
Un sermón temático puede ser expositivo. Usted podría decidir predicar de un tema y simplemente elegir un pasaje de las escrituras que toque precisamente este tema de interés. O podría predicar con un número de textos que estén orientados hacia ese mismo tema. Pero aún así es un sermón temático, porque el predicador sabe que quiere decir y va a la Biblia para encontrar respaldo a sus ideas, que ya han sido establecidas en su mente. Por ejemplo, cuando he predicado una parte de este libro como sermón, se casi todo lo que quiero decir antes de ir a la Biblia. Cuando predico expositivamente, la mayoria de veces este no es el caso. Al preparar mi sermón expositivo, a menudo quedo un poco sorprendido por las cosas que encuentro en el pasaje mientras lo estudio. Generalmente, no elijo los temas de mis sermones expositivos teniendo en mente que la iglesia necesita escuchar esto o aquello. Más bien, asumo que la Biblia se aplica a todas las areas de nuestras vidas. Tambien confío en que Dios puede conducirme a algunos libros o capitulos en particular. Pero muy a menudo, cuando estoy trabajando en un texto, leyéndolo en mis tiempos de descanso (la semana anterior a mi predicación), estudiandolo seriamente el viernes, se que habrá cosas que encontraré que para nada esperaba encontrar. Algunas veces estaré sorprendido por el mensaje que el texto parace comunicar y por lo tanto por lo que debe ser el punto central de mi predicacion.
La predicación expositiva no es simplemente producir un comentario verbal acerca de algún pasaje de las Escrituras. Más bien la predicación expositiva es aquella predicación que toma como tema de un sermón, el mensaje de un texto espefico de las Escrituras. Eso es todo. El predicador abre la Palabra de Dios y la desenvuelve para la gente de Dios. Esto no es lo que estoy haciendo en este capítulo, pero es lo que normalmente intento hacer cuando me paro en el púlpito los domingos.
La predicación expositiva es predicar como un servicio hacia la Palabra. Asume una creencia en la autoridad de las Escrituras y que la Biblia es realmente la Palabra de Dios; pero es mucho más que eso. Un compromiso a la predicación expositiva es un compromiso a escuchar la Palabra de Dios; no simplemente a afirmar que es la Palabra de Dios, sino realmente someterse usted mismo a su autoridad. A los profetas del Antiguo Testamento y a los apóstoles del Nuevo Testamento les fue dada, no una comisión personal de ir y hablar, sino un mensaje especifico que tenia que ser entregado. Al igual que los profetas y apostoles, los predicadores cristianos de hoy tienen autoridad para hablar en nombre de Dios, solamente mientras ellos hablen Su mensaje y revelen Sus palabras. Tan emotivos como algunos predicadores pueden ser, ellos no tienen órdenes de simplemente ir y predicar. Han sido ordenados específicamente para ir a predicar la Palabra. Eso es lo que se les ha ordenado a los predicadores.
Muchos pastores, felizmente aceptan la Palabra de Dios y profesan creer que no hay contradicciones ni errores en la Biblia; y aún así no practican regularmente la predicación expositiva. Estoy convencido de que ellos nunca predicarán más de lo que sabian cuando empezaron sus ministerios. Un predicador puede tomar una parte de las escrituras y usarla para exhortar a la congregación acerca de un tema que es importante, pero realmente no usando el pasaje con el propósito especifico por el cual fue dado. Puede tomar su Biblia en este momento, cerrar sus ojos, abrirla en cierto lugar, poner su dedo en un verso, abrir sus ojos y leer ese verso y usted obtendrá una gran bendición de este para su alma, pero no necesariamente aprenderá lo que Dios se ha propuesto decir a través de ese pasaje. Lo que dicen acerca de las bienes raíces es verdad al comprender la Biblia: los tres factores más importantes son ubicación, ubicación, y ubicación. Usted entiende un texto de las Escrituras en donde está. Lo comprende en el contexto en el cual fue inspirado.
Un predicador debería tener su mente renovada más y más por las Escrituras. No debería utilizar las Escrituras como una excusa para lo que él ya sabe que quiere decir. Cuando eso sucede, cuando alguien regularmente predica en una forma que no es expositiva, los sermones tienden a ser solamente sobre temas que le interesan al predicador. El resultado es que el predicador y la congregación solamente escuchan en las escrituras lo que ellos ya pensaban cuando empezaron a estudiar el texto. No hay nada nuevo que esté siendo agregado a su comprensión. No están siendo retados por la Biblia continuamente.
Al estar comprometidos para predicar un pasaje de las Escrituras en su contexto, expositivamente tomando como tema de la predicacion el mensaje espeficico del texto, deberíamos escuchar aquellas cosas que Dios nos quiere decir, cosas que no intentábamos escuchar cuando empezamos la preparacion de la predicacion. Dios algunas veces nos sorprende. Y desde su arrepentimiento y conversión, hasta las últimas cosas que el Espíritu Santo le ha estado enseñándo, ¿no es esto lo que significa ser cristiano? ¿No encuentra que a la vez que usted empieza a descubrir la verdad acerca de su corazón y la verdad acerca de las Escrituras, Dios le reta una y otra vez y le dice algunas cosas en las que nunca habría pensado hace un año? Encargar el bienestar espiritual de la iglesia a alguien que no muestra un compromiso para escuchar y enseñar la Palabra de Dios, es obstaculizar el crecimiento de la misma, en esencia esto solo permite que la iglesia crezca, a lo mucho, al nivel espiritual del pastor. La iglesia lentamente será conformada a la imagen del pastor más que a la imagen de Dios. Y lo que queremos, lo que deseamos ardientemente como cristianos, son las palabras de Dios. Queremos escuchar y conocer en nuestras almas qué es lo que Él ha dicho.

Dever, M. (2008). Una Iglesia Saludable: Nueve Características (M. González, Trad.; Primera Edición, pp. 27-35). Publicaciones Faro de Gracia.

¿Hasta cuándo, Señor? | Sinclair Ferguson

¿Hasta cuándo, Señor?
Sinclair Ferguson

1 ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
2 ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
Con tristezas en mi corazón cada día?
¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?
3 Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío;
Alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte;
4 Para que no diga mi enemigo: Lo vencí.
Mis enemigos se alegrarían, si yo resbalara.
5 Mas yo en tu misericordia he confiado;
Mi corazón se alegrará en tu salvación.
6 Cantaré a Jehová, Porque me ha hecho bien.
Salmo 13
En el verano de 1851, un equipo de búsqueda encontró el cuerpo sin vida del misionero inglés Allen Gardiner, escondido en la barca en la que se había refugiado durante sus últimos días. Él y sus compañeros habían naufragado en la Tierra del Fuego. Al final, lo que les quedaba de provisiones se les acabó; la muerte llegó, de manera lenta pero inevitable, a cada uno de ellos.
Conocemos algunos de los pensamientos de Allen Gardiner durante aquellos días por medio de unas cartas que había dejado para su familia, y de cosas que había escrito en su diario personal, que se encontró junto a su cadáver. En una de las últimas fases, estaba desesperado por beber agua; la angustia nacida de aquella sed, escribió, era “casi insoportable”. Lejos de su hogar y de sus seres queridos, murió solo, aislado, debilitado, físicamente quebrantado. ¡No precisamente nuestra idea del final de una “vida cristiana victoriosa”!
Debió de ser bajo circunstancias parecidas como se escribió el Salmo 13. Se trata de una conmovedora lamentación. Pertenece al mundo de los montes y la niebla y el obsesionante sonido de la gaita llevado por el aire en el melancólico silencio. Con tales cánticos, los quebrantados de corazón derraman el alma, y a veces sus quejas, ante Dios.
Tinieblas y penumbra rodean a David. Su visión está nublada. Se encuentra en un túnel. Esto lo podría soportar si tan sólo pudiera ver luz. Pero no ve ninguna. Tiene los ojos entenebrecidos (v. 3). No puede ver ni hacia dónde va, ni hacia dónde le lleva la vida. Él es lo que Isaías describe como “el que anda en tinieblas y carece de luz”, que ha de aprender a confiar “en el nombre de Jehová” y apoyarse “en su Dios” (Is. 50:10).

LAMENTACIÓN
En los cánticos de lamentación en el Antiguo Testamento, predominan dos preguntas.
La primera es: “¿Por qué?” ¿Por qué me ha pasado esto? ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
La segunda es la pregunta que se repite una y otra vez en este salmo: “¿Hasta cuándo?” David hace esta pregunta cuatro veces en los dos primeros versículos del Salmo 13. Está al borde de la desesperación. No ve ningún futuro. Siente que no puede soportarlo por más tiempo. Ya está al límite. Cuatro veces, con cuatro preguntas diferentes, clama a Dios: “¿Hasta cuándo?”
A primera vista, las preguntas parecen ser expresiones de amargo desafío. Y más es así por cuanto llega a escribirlas. Nosotros, los cristianos modernos, ¡tendríamos un poco más cuidado al expresarnos! Sólo el tener pensamientos así sería lo suficientemente malo; ¡expresarlos por escrito sería hasta peligroso! Pero David ya con esto nos está enseñando una lección importante. Estaba diciendo en términos muy concretos cuál era su dificultad. Y sus preguntas son al mismo tiempo el diagnóstico de su problema. Para cuando tenía escritos dos versículos, ya había dicho claramente cuál era ese problema suyo. En casos así, el diagnóstico es la mitad del remedio.
El desánimo tiene algunos elementos siniestros. Es omnipresente; afecta a todo en nuestras vidas. Y sin embargo, es a la vez un sentimiento general difícil de definir que parece disuadirnos de examinar sus raíces demasiado profundamente, no sea que la experiencia nos resulte demasiado dolorosa. Se trata de una aflicción espiritual que tiene su propio sistema de inmunidad. David, al comenzar a expresarse por escrito, ya había empezado a vencer al desánimo, identificando sus causas y enfrentándose con él cara a cara:
¿Se habrá olvidado Dios de mí para siempre?
¿Estará Dios escondiéndome su rostro?
¿Por qué lucho con mis pensamientos y tengo tristeza en mi
corazón todos los días?
¿Por qué sigue triunfando mi enemigo sobre mí?
En un sentido, éstas no son cuatro preguntas diferentes, sino más bien cuatro facetas de una misma gran pregunta: ¿Por qué será que siento que Dios me ha abandonado?
¿Pero ves lo importante que es hacer estas preguntas, y aun expresarlas por escrito? Ahora David tiene algo con lo cual trabajar. Antes no estaba haciendo más que luchar al azar en la oscuridad.
¿Cuáles eran sus problemas?
El primero era éste: ¿Por qué será que Dios parece haberse olvidado de mí?
A veces hablamos de lo que es disfrutar de la sensación de la presencia de Dios en nuestras vidas. Es una de las grandes bendiciones de la experiencia cristiana. Dios está con nosotros y cada día somos conscientes de que está cerca.
La experiencia de David era todo lo contrario. Ya no tenía más esa sensación de la presencia de Dios, sino una deprimente sensación de la ausencia de Dios. Le parecía como si Dios se hubiera olvidado de él.
Nos olvidamos de alguien cuando nuestro verdadero interés está en otra parte. La persona de quien nos hemos olvidado ha perdido su anterior significado para nosotros. Cuando somos nosotros las personas olvidadas, tendemos a sentirnos rechazados, pasados de largo, humillados. Se nos ha hecho sentirnos pequeños e insignificantes. Y esto nubla la manera como nos miramos y afecta a todo lo que hacemos. Es deprimente.
Sin embargo, sentirte olvidado por Dios es devastador, sobre todo si crees, como creía David, que has sido hecho a su imagen para disfrutar de su presencia.
Esto lo expresa David en su clamor a continuación: “¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?”
Olvidarse puede ser sin querer: tal vez un simple despiste. Pero esconderse es otra cosa; es un acto deliberado de evitar a alguien. El Dios a quien David miraba como Aquel de cuya vida y ser él era el mismo reflejo como de un espejo, parecía haberse apartado de él. El Señor estaba escondiéndole el rostro. David sentía que se amenazaba su misma existencia. ¿Cómo podría la vida tener significado alguno si Dios estaba apartando su rostro?
Y había algo aún peor: cuando Dios esconde su rostro, no sabemos qué está mirando, ni qué está planeando.
Éste era el problema de David: había perdido del todo el sentido de lo que Dios estaba haciendo. No podía ver la sonrisa en su cara ni vislumbrar siquiera su infalible propósito de gracia. No tenía pistas en su experiencia que le pudieran animar o ayudarle a pensar: “¡Ahora puedo vislumbrar lo que el plan de Dios tiene que ser!”
Peor aún que esto, David no podía ver luz al final del túnel. Ni siquiera sabía si había un final del túnel. Dios se había olvidado de él y se había escondido de él: ¡a pesar de que había advertido a su pueblo que nunca le hiciera eso a Él! Hasta más tarde se iba a revelar como un Dios que no puede olvidarse de su pueblo:
¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz,
para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?
Aunque olvide ella,
yo nunca me olvidaré de ti.
He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida
(Is. 49:15, 16).
David subraya hasta dónde se le habían hundido los ánimos. “¿Me olvidarás para siempre?”
Si la respuesta a la pregunta: “¿Hasta cuándo, Señor?” fuese “brevemente”, o “hasta que pase esto o aquello” a lo mejor podríamos soportarlo. El saber que los días de oscuridad van a llegar a su fin nos da suficiente luz como para ayudarnos a seguir adelante. Pero la oscuridad de David parecía continuar para siempre.
Nuestras experiencias más dolorosas son así: tristezas, cargas, decepciones que tendremos que llevar con nosotros durante el resto de nuestras vidas. Son irreversibles.
Por ejemplo, cuando muere alguien a quien amamos profundamente, entendemos lo que dio a entender David cuando dijo que tenía tristezas en su corazón “cada día” (v. 2). Al apartarse de nosotros aquel misericordioso olvido que es el sueño, tal vez a mitad de la noche, o cuando poco a poco nos vamos despertando por la mañana temprano, nos preguntamos qué es esa sensación de melancolía, difícil de definir, carcomiendo nuestro espíritu por dentro. Y entonces nos acordamos: otro día sin él. Ahora todos los días son días sin ella. Y nos sobrecoge el dolor que parece no tener horizonte. ¿Lo podremos soportar?
Los dolores menos agudos también nos hacen experimentar algo de esto: ambiciones frustradas; la pérdida de un trabajo; un romance roto; una situación difícil que no puede resolverse. Cada día, la tristeza llena nuestros corazones y deja su sombra sobre todo lo que hacemos. ¿Será así para siempre? Nosotros también nos hacemos la pregunta de David; no tenemos más confianza de la que tenía él para poder seguir adelante. No es de extrañar que David se pregunte: “¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma…?” (v. 2).
En el lenguaje del Antiguo Testamento, “los consejos” son una actividad de la mente, mientras que “el alma” es donde están asentadas las emociones. Así que, “los consejos” y “el alma” en realidad no van juntos de manera natural. No pensamos con los sentimientos, sino con la mente. Por eso, la mayoría de las traducciones modifican las palabras de David con el fin de procurar que la afirmación quede más coherente: “¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi corazón?” (NVI).
No obstante, tal vez la incoherencia misma de estas palabras sea significativa. La mente y las emociones a menudo se confunden cuando nos encontramos sobrecogidos por la angustia y desorientados. Esto es parte de nuestro problema: pensamos con nuestros sentimientos o, para ser más preciso, dejamos que nuestros sentimientos piensen por nosotros.
Reconocemos esto en otras experiencias de prueba, especialmente en relación con la tentación.
La tentación apela a los sentidos, a las emociones, a los deseos. Algo nos atrae, e incita nuestro deseo de hacerlo, o de tenerlo. Y antes de que sepamos dónde estamos, nuestros sentimientos están diciéndoles a nuestras mentes qué pensar. Fue así con Eva en el huerto de Edén (Gn. 3:6), y con David cuando fue atraído hacia el pecado con Betsabé (2 S. 11:2).
La tristeza, las pruebas, las decepciones pueden obrar todas ellas de la misma manera, confundiendo nuestra manera de pensar y sobrecogiéndonos. Esto, parece ser, era lo que David experimentaba. Era incapaz de pensar en una manera de salir de su oscuro túnel. Sus pensamientos estaban confusos por razón de sus sentimientos.
David se sentía derrotado: “¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?” (v. 2). Ya no era cuestión de resistir; se trataba de cuánto tiempo duraría la derrota. Sentía como si ya no le quedara recurso alguno. Se acercaba la desesperación total.
No sabemos quién o qué era el “enemigo” de David. Los eruditos han hecho varias sugerencias. Pero aquí, al igual que en otros sitios, David no especifica.
Algunos han pensado que David estaba pensando en algún individuo, o algún grupo, como es el caso después en el versículo 4; otros han pensado que el enemigo aquí probablemente es la muerte (cf. v. 3) y que el salmo fue compuesto en el transcurso de alguna enfermedad casi fatal. Agustín de Hipona pensaba que “el enemigo” era espiritual y que se refería al diablo o a “los hábitos sensuales de la vida”. Es cierto que para algunos de nosotros, son éstos, más que otros problemas, los que nos producen desesperación. Nos sentimos vencidos por el pecado, tal vez por algún pecado en particular, y sentimos demasiado poco eso de que Cristo “quebranta el poder del pecado ya borrado, y pone en libertad a los presos” (Charles Wesley).
David no especificó. A lo mejor quiso que otros vieran que las lecciones que él aprendía a través de su experiencia eran de aplicación a otros cuyo “enemigo” era diferente del suyo.
Luz en el túnel
Éstas son palabras oscuras. Pero ya hemos notado algo que David mismo no ha notado. En el acto mismo de lamentar que Dios le haya abandonado, está al comienzo de un importante avance espiritual.
Para empezar, ¡ha llegado a hablarle, cara a cara, al Dios a quien acusa de haberse olvidado de él y de esconderse de él!
Además, identifica específicamente sus dificultades. Mientras que admite que está pensando con sus sentimientos, el hecho de que lo reconozca indica que ya está funcionando una mente bíblica.
Hay mucho que aprender de esto. Es cierto que es más fácil reconocer este proceso en otros que en nosotros mismos. Pero es vital que reconozcamos lo que está pasando aquí. Cuando empezamos a hablarle a Dios acerca del hecho de que nos ha abandonado, ya no estamos en nuestro punto más bajo; ha empezado a subir la marea; estamos de nuevo en un camino ascendente.
Existen analogías de esto en el área de la salud física. El saber que estás enfermo es, hablando en términos generales, estar más cerca de un remedio que el estar enfermo sin saberlo. Además, un paciente que nos parece a nosotros estar gravemente enfermo puede ser que, de hecho, esté camino de recuperarse.
Recuerdo hablar con un cirujano que había operado a mi madre. Ella había tenido una trombosis en los Estados Unidos y poco después la llevaron en avión a su Escocia natal (también la mía). Pero dentro de pocos días la llevaron corriendo al hospital donde le tuvieron que practicar una operación quirúrgica para salvarle la vida de una enfermedad que antes no se le había diagnosticado.
Tal era la condición física de mi madre después de la trombosis que los cirujanos no estaban seguros si aguantaría la operación; sin embargo, sin operarla, moriría seguro.
Algún tiempo después, uno de los cirujanos habló conmigo. Comentó el estado de mi madre sin decir nada claro, pero luego dijo: “Desde luego que en su estado general no sabemos si podrá durar siete u ocho…” Yo acababa de verla; pensé que la última palabra de la frase podría ser “días”. A mí me parecía enferma sin posibilidades de recuperarse. Se me hundió el corazón.
El cirujano terminó la frase: “…siete u ocho años.” Me quedé sobrecogido tanto de gozo como de asombro; ¡viviría! A mis ojos, faltos de formación y de experiencia médicas, su estado parecía fatal, pero de hecho ya estaba camino de recuperarse.
Lo mismo era cierto para David. A los ojos de cualquiera que no tuviera una preparación, su estado parecía fatal; de hecho él mismo pensaba así. Pero el caso era que ya estaba en vías de recuperación. El decirle a Dios que te ha abandonado, el saber que has estado pensando con las emociones: éstas son señales de vida, no de muerte; de esperanza y no de desesperación. ¡Si hasta estás hablándole a Dios mismo acerca de ello como si supieras que a Él le importa!

PETICIÓN
¿Cuál fue la respuesta a la sensación que tenía David de que Dios le había abandonado? Hay tres frases imperativas que nos dicen que él sabía cuál era la respuesta: Mira, Respóndeme, Alumbra mis ojos (v. 3).
Había sentido que Dios se había olvidado; ahora ruega que Dios le mire. Sin ser oído, pide una respuesta; en la oscuridad, aún cree que Dios le puede dar luz.
La exhortación de David a Dios es más significativa de lo que pueda parecer a primera vista. Parece estar reflexionando conscientemente sobre la maravillosa bendición que Aarón y sus hijos habían de pronunciar sobre el pueblo:
Jehová te bendiga, y te guarde;
Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;
Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz
(Núm. 6:24–26, énfasis añadido).
De hecho, lo que David está haciendo es pedirle a Dios que dé las bendiciones que ha prometido; le está rogando que sea fiel a su propia palabra, que haga lo que ha dicho.
Aun si nosotros no somos más que observadores de la experiencia de David, y no la compartimos, ésta es una lección importante: aprender las promesas de Dios anticipadamente. Cuando llega el tiempo de crisis o de oscuridad, es tarde para empezar entonces a aprenderlas. Almacena la Palabra de Dios, como la ardilla almacena nueces para el invierno; porque llegará sin falta el invierno de la vida, cuando necesites que las promesas de Dios te sirvan de ancla para el alma.
¿Sientes que Dios está muy lejos de ti, y echas en falta la sensación de su presencia en tu vida? Sé un poco de tu experiencia. Aquí tienes un ancla que yo a menudo he utilizado: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Stgo. 4:8). Es una promesa; Él no dejará de cumplirla. No podrá resistir la insistencia de sus hijos: “Padre, lo prometiste.”
¿Ves lo que David estaba haciendo? Estaba pensando en las promesas de Dios con su mente, en vez de concentrarse en sus propios sentimientos respecto a su situación.
Por fin se estaba agarrando a algo fuera de sí mismo. Antes, toda su atención había estado fijada en la angustia dentro de su corazón; estaba mirando la tormenta. La tormenta aún seguía alrededor de él, pero ahora estaba asido al ancla de la promesa de Dios y estaba seguro. Quizá nada de susituación hubiera cambiado; pero ahora estaba empezando a saber que la promesa de bendición por parte de Dios le guardaría en medio de la tormenta.
Esto lo expresa también de otra manera: “Alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte” (v. 3). Aquí está pidiendo más que simplemente la preservación de su vida. Está reconociendo que, aunque haya estado rodeado de dificultades y aunque le asedie la debilidad, su mayor necesidad no es que estas cosas sean quitadas de él. Puede ser, después de todo, que le sean un medio de bendición.
No, lo que le importa más bien a David es tener una visión clara y una comprensión segura de los caminos del Señor con sus hijos. Está pidiendo en oración iluminación divina para que aprenda a ver sus circunstancias no con los ojos de la carne, sino con la visión que da la fe.
Un notable ejemplo de esto se encuentra en la experiencia que tuvo el apóstol Pablo de estar en la cárcel. Desde cualquier punto de vista, aquello parecía algo desastroso para la extensión del Reino de Dios. Muchos de sus amigos se desanimaron por causa de ello: “Si esto es lo que le ocurre al gran evangelista, ¿qué esperanza hay para los demás?” Pero el Señor le dio a Pablo luz a sus ojos, hasta que brillaron de asombro y de deleite ante lo que Dios estaba haciendo:
Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el Pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor (Fil. 1:12–14).
Sus circunstancias no habían cambiado; aún estaba en la cárcel. Pero su situación entera se había iluminado. Ahora, en vez de ver sus circunstancias como una barrera a su servicio, las veía como la esfera ordenada por Dios para ese servicio. ¡Su encarcelamiento había de servir de instrumento de evangelización! ¿Cómo, si no, se podía llevar el Evangelio a los de la guardia del Pretorio? Éstos nunca hubieran ido a oír predicar al Apóstol; ¡ahora, como guardianes suyos, no podían evitar el tener que escucharle!
Es esto lo que pide en oración David también: “Señor, si no puedo disfrutar de una perspectiva divina en cuanto a mi situación, estoy como muerto: ¡Alumbra mis ojos!”
Luego David añade otra preocupación suya en su oración aquí. Si el Señor no le ayuda, entonces su enemigo dirá: “Lo vencí. Mis enemigos se alegrarían, si yo resbalara” (v. 4). “Resbalar”, aquí, conlleva la idea de ser sacudido hasta los cimientos y derrumbarse.
En la mayoría de los salmos de lamentación hay alguna referencia a los enemigos del escritor, aunque, como hemos visto, rara vez se les identifica específicamente. Nunca se les menciona por un mero deseo vengativo personal. Son los enemigos del rey puesto por Dios. Es el Reino que Dios va edificando el que ellos están atacando, y son los propósitos de Dios a los que se están oponiendo.
Lo mismo es cierto aquí en el Salmo 13. David es consciente de que lo que está en juego en su propia vida es el honor del Reino de Dios. Vive en un mundo en el que muchos se regocijarían al ver el nombre de Dios deshonrado por la humillación de uno de su pueblo. De ahí que le ruegue a Dios que se dé a conocer.

Recuperación
¿Ves lo que ha ocurrido? Ha comenzado la recuperación de David. Vuelve a leer las referencias personales en los dos primeros versículos: me… [tú]; [tú]… mí; [yo]… mi; mi; mi… mí. David ha llegado a obsesionarse (aunque sea comprensible) consigo mismo y con sus propios pensamientos y sentimientos.
Sin embargo, ahora ha habido un cambio. Está en juego el Reino: el Reino de Dios. David le habla a Dios en voz alta para que éste le libre del enemigo y defienda su propia gloria divina. Empieza a ver luz al final del túnel y a perder esa sensación de estar absorto en sí mismo. ¡Lejos de acusar a Dios de olvidarse de él, ahora está suplicándole a Dios que se acuerde de su propio Reino!
No nos debería extrañar que esta transición se efectuara en el contexto de la oración. ¿Has llegado a estar tan desanimado alguna vez que hayas tenido que arrastrarte fuera de la cama para ir a tener un tiempo de oración en la iglesia, o después de un día agotador hacer un gran esfuerzo para ir a la reunión semanal de oración, o aun para tener ese tiempo devocional a solas con el Señor? Luego, al emprender el trabajo de la oración, te has encontrado, sin ninguna decisión consciente por parte tuya, absorto en las necesidades de la Iglesia, la obra del Reino, y la gloria de Dios. Viniste muy cansado, y desanimado; te fuiste sintiéndote estimulado y lleno de gozo. Dios estuvo contigo, y lo supiste.
Pues algo así ocurrió en la vida de David. Cuando leemos los versículos 5 y 6, encontramos a David como otro hombre:
Mas yo en tu misericordia he confiado;
Mi corazón se alegrará en tu salvación.
Cantaré a Jehová,
Porque me ha hecho bien.
David ha empezado a ver por sí mismo lo que ya ha estado claro para nosotros como observadores: que en el mismo proceso de articular su experiencia de la oscuridad, ha estado dando elocuente expresión a su fe viva.
Como prueba de ello, a lo largo del salmo se ha dirigido a Dios utilizando el gran nombre del pacto de éste: Jehová. Se trata del nombre Yahveh, que Dios le reveló a Moisés en lazarza ardiente (Éx. 3:13–15).
Este nombre es significativo. Es el nombre divino del pacto. Eso se lo subrayó a Moisés cuando le recordó que era el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Es también el nombre cuyo significado se manifestó con claridad en los acontecimientos del Éxodo: Dios es un Dios clemente y poderoso, un Dios que redime, provee y guía; es un Dios que vence cualquier oposición a su propósitos.
Justo el Dios al que David necesitaba, ¡lo tenía! Sin embargo, tan desanimado estaba que tardó en darse cuenta de lo que siempre había sido verdad. Hasta clama a Él de la manera más íntima: “oh Jehová [el nombre del pacto] Dios mío.” Pero es sólo al ir terminando el salmo cuando empieza a apreciar plenamente lo que esto significa. Al hacerlo, sale como un hombre transformado. Palabras tales como estar angustiado (NVI) y tristezas luego dan lugar a otros verbos tales como confiar, alegrarse y cantar.
¿De qué se había acordado ahora David que antes había estado en peligro de olvidar? Menciona tres cosas:

  1. La misericordia (o, gran amor, NVI) del Señor lleva a David a “confiar” en Él, fiarse de Él y descansar en Él. La palabra que se utiliza aquí es una de las más hermosas del Antiguo Testamento. Significa el amor del pacto, el amor al que Dios se compromete voluntariamente. Es lo que George Adam Smith, un erudito del Antiguo Testamento escocés de una generación anterior, solía llamar “amor leal”, o “amor de lealtad”.
    Dios es fiel. Es el que nunca falla. Descansad en Él; confiad en Él.
  2. La salvación del Señor hace que el corazón de David “se alegre”. Por muy grandes que sean sus dificultades, posee algo aún más grande que ellas; y por mucho tiempo que puedan durar, su salvación durará aún más.
    Pablo expresa esto cuando escribe que, habiendo sido justificados,
    nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;
    y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza (Ro. 5:2b–4 LBLA).
    Aquí, el apóstol traza dos líneas que conducen a la gloria de Dios:
    Por el hecho de que Dios ha prometido salvar a aquellos que confían en Él, aprendemos a regocijarnos en nuestra esperanza de compartir su gloria. Pero, de un modo paralelo, nuestros sufrimientos crean el contexto de la fe que persevera y del carácter espiritual genuino; y ese carácter asimismo produce la esperanza de la gloria de Dios.
    El saber que ya hemos sido perdonados nos hace regocijarnos; y la certeza de la salvación futura nos hace regocijarnos más aún. E hizo lo mismo para David.
  3. La bondad del Señor le hace “cantar”. A esto debemos volver. Es una característica eminente de los salmos. Al pueblo de Dios le cuesta creer que Él es bueno, a la luz de lo que parece ser tanta evidencia en contra. Pero al llegar David a penetrar las nubes del pesimismo y casi de la desesperación que han estado suspendidas encima de su cabeza, respira el aire puro de la bondad del Señor. Ahora ve que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28).
    Allen Gardiner, con cuyo nombre comenzó este capítulo, hizo lo mismo. Pese a las terribles condiciones en las que murió, parece haber experimentado un sentimiento nuevo y más profundo de la bondad de Dios. Se puso a escribir pasajes de su amada Biblia. Uno de estos pasajes era el Salmo 34:10:
    Los leoncillos necesitan, y tienen hambre;
    pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien (énfasis añadido).
    En su debilidad pudo escribir una última anotación en su diario, con escritura muy débil. Fue ésta: “Estoy sobrecogido por un sentimiento de la bondad de Dios.”
    También lo estuvo David.
    Antes de dejar este breve salmo, o aun cualquier salmo, hay algo de lo cual debemos acordarnos. Jesucristo debió de aprender de memoria este salmo y cantarlo, y debió de hacerlo suyo.
    No es difícil ver lo aplicable que el Salmo 13 le sería a Jesús durante los días de su ministerio. Él supo lo que era que la vida diera la impresión de que Dios se había olvidado de Él; Él tuvo motivos de sobra para pedirle a su Padre que le protegiera de sus enemigos. Él confió en el amor constante de su Padre. Él experimentó la liberación y la salvación de Dios, tanto de los enemigos como de la muerte. Cuántas veces se acostaría por la noche pensando: “Padre, tú me has hecho bien.”
    Jesús ha estado donde nosotros estamos. Él sabe, entiende; Él también lo ha sentido, y te puede ayudar. Así que, pon en práctica lo que Isaías te anima a hacer cuando dice:
    El que anda en tinieblas y carece de luz,
    confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios (Is. 50:10).

Ferguson, S. B. (2000). ¿Abandonado por Dios? (A. J. Birch, Trad.; Primera edición, pp. 18-32). Editorial Peregrino.