NAVIDAD SIN JESÚS – Isaías 9:6

NAVIDAD SIN JESÚS

Isaías 9:6

Ya se acercan los gratos días de la Navidad. El ambiente comienza a llenarse de la alegría. Las atractivas vitrinas de los almacenes, con sus adornos, sus muñecas y demás juguetes infantiles, nos están recordando que una nueva Navidad está a nuestras puertas. Mas, ¿celebraremos este año una Navidad sin Jesús? Tal cosa parece extraña; y hay razón, porque, ¿cómo es posible que haya Navidad sin Jesús? Si ella celebra el nacimiento del Hijo de Dios, ¿cómo puede celebrarse la Navidad sin Jesús? Sería un contrasentido, como si en el Cielo no brillaran las estrellas, como si en el jardín no hubiese flores, como ver un cuadro sin paisaje o como si en el rostro de un niño no se dibujara una sonrisa. Y, sin embargo, la triste realidad es que para muchos hay Navidad sin Jesús. Porque tienen quizá de todo; pero no tienen a Jesús. Sólo aprovechan la ocasión para divertirse a su sabor y gusto, y se encuentran muy alejados del que fue el humilde Niño de Belén.

1. La Navidad sin Jesús es la que se celebra sin pensar en los demás: si ahondamos un poco en el significado de la Navidad descubriremos verdades hermosas. La Navidad es algo más que el nacimiento natural y normal del Niño Jesús. Detrás de ese acontecimiento histórico se esconden los propósitos y la voluntad de Dios. La primera Navidad consistió en el regalo que Dios le hizo a la humanidad. Isaías profetizó: «Porque un Hijo nos es dado Hijo nos es nacido». El ángel dijo a los pastores: «No temáis, porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os es nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor». Aquí tenemos la idea de «dar». Dios es el más grande dador en el universo. Él nos da todo; él nos dio la vida, y en la manifestación cumbre de su amor, se dio a sí mismo por nosotros en la persona de su Hijo Cristo Jesús. Tal fue la actitud de Dios en la primera Navidad. Y esa debe ser también la de nosotros. Los que nos llamamos sus hijos. No pensemos tanto en los regalos que recibiremos, sino en las cosas que podremos dar a los demás. Hay muchas maneras en que podemos ayudar a otros, especialmente durante estos días. Tal es el espíritu cristiano de una verdadera Navidad. No seamos, pues, egoístas. Hay muchísimas personas necesitadas alrededor de nosotros. Tal vez es un vecino que vive en la indigencia; quizás es un familiar muy pobre, sin ropa y sin alimentos; o un amigo lejano que implora nuestro socorro. Cada uno puede hacer algo dentro de sus propias posibilidades. Lo malo es que hay personas a quienes Dios ha bendecido ricamente, y no piensan más que en sí mismas. Pudiendo llevar un rayo de luz y de gozo a los que sufren, no lo hacen, porque son adinerados, mas vacíos de espíritu. Ninguna Navidad podrá ser realmente alegre si no pensamos en los demás. La Biblia nos dice: «Más bienaventurada cosa es dar que recibir». Mostremos, entonces, el espíritu de Cristo; irradiemos en nuestra vida su luz; exhalemos en nuestros actos su aroma.

2. La Navidad sin Jesús es la que se celebra cuando no se tiene verdadero gozo en el corazón: la Navidad es una fiesta de gozo. En el Cielo hubo fiesta cuando el Verbo eterno, quien por obra milagrosa de Dios había encarnado en el vientre virginal de María, nació en la aldea de Belén. Aquella noche de la primera Navidad, los pastores humildes corrieron hasta el pesebre y rindieron gozosos el tributo de su adoración al Dios hecho hombre; los ángeles, mensajeros celestiales, irrumpieron sobre el escenario de la Tierra para inundar la atmósfera con sus melodiosos cánticos, alabando a Dios en las alturas y anunciando la paz y la buena voluntad a los hombres. María y José también sintieron gozo profundo en sus corazones. Pero no hay que confundir el gozo de origen divino con la alegría barata, sensual y efímera, que es lo que muchos buscan durante estos días navideños. para esos la Navidad consiste en tomar licor, en bailar, en participar de grandes comilonas, en ir de farra, y cosas semejantes. Mas eso es alegría mundana, la cual está muy lejos de honrar el nombre de Dios. El gozo es uno de los frutos del Espíritu Santo, es una emoción íntima, del espíritu la cual es producida por la experiencia de Dios en la vida y no por los deleites carnales. Nada importaría que no hubiese ropa que estrenar o cena que comer o paseos que realizar, lo importante y esencial es tener el gozo de Cristo en el alma. Por supuesto esas otras cosas legítimamente obtenidas y circunspectamente realizadas, son buenas, y ojalá que todos pudieran tenerlas; pero debe haber gozo en el corazón antes que todo lo demás. Y debemos gozarnos porque Dios, al vernos perdidos en nuestros delitos y pecados, pensó en nosotros y nos envió a su Hijo para que él por medio de su muerte y de su resurrección nos perdonara y nos abriera las puertas del Cielo.

3. La Navidad sin Jesús es la que se celebra cuando no se conoce la historia de Jesús: la Navidad es un tiempo propicio para meditar en el nacimiento y en la vida de Jesús. La historia de su advenimiento debe refrescarse en nuestra memoria. Cuando los israelitas celebraban la fiesta de la Pascua, recordaban el maravilloso evento histórico de la liberación de sus antepasados de la bochornosa esclavitud en Egipto. La Pascua les hacía meditar en las bondades de Jehová Dios y en su intervención providencial en la historia. ¿ Cómo es posible que muchos celebren la Navidad sin siquiera saber cuál es el motivo, ni conocer la historia de la venida de Jesús al mundo? Hay todavía mucha ignorancia con respecto a la Palabra de Dios. Aun los llamados cristianos celebran la Navidad como una costumbre tradicional, y en una forma casi pagana, alejándose de la sencillez sublime de los evangelios. Los hombres han convertido la Navidad en una racha comercial; los sibaritas, en un tiempo de holgorios y deleites; y los engañadores, en una ocasión más para fomentar la idolatría. Esto no debiera ser así. Estudiemos a conciencia el relato de los evangelios a fin de que nos acerquemos más a Jesucristo nuestro Señor y lo honremos celebrando dignamente su nacimiento humano e histórico.

CONCLUSIÓN

Ningún derecho tienen de celebrar la Navidad los que no conocen a Jesús ni le han recibido en sus corazones como Salvador, Rey y Señor. Todos los que en aquella primera Navidad, en el ambiente bucólico de Belén, llegaron hasta el establo donde yacía Jesús, por fe lo aceptaron como al Hijo de Dios. Los Magos, en un reconocimiento de su realeza y divinidad, le ofrecieron oro, incienso y mirra. El nombre de Jesús es sólo un pretexto para muchos, para sus orgías y francachelas; pero a su persona divina, humana y redentora, es decir a él, no le toman en serio. Jesús está totalmente fuera de la vida de muchos. Y no es asunto de tener una estatuilla o un muñeco bonito y llamarlo el Niño Dios creyendo que ese objeto es Jesús. No. Eso es un craso error. A decir verdad, resulta impropio y hasta irreverente hablar ahora de Jesús como el «Niño Dios», aunque es cierto que él, en su naturaleza humana, nació como un niño. A Jesús, como la revelación cumbre de Dios, tenemos que concebirlo por la fe como un varón perfecto, poseedor de la hombría ideal, santo, divino. ¿Será tu Navidad una Navidad sin Jesús este año? ¡Que no sea así! ¡Acéptalo como el Hijo unigénito de Dios y como tu Salvador personal!

Vila, S. (2001). 1000 bosquejos para predicadores (pp. 654-656). Editorial CLIE.

CONOCIENDO A DIOS

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DÍA 9

CONOCIENDO A DIOS

«“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, le dijo Felipe. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que Yo les digo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en Mí es el que hace las obras. Créanme que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí; y si no, crean por las obras mismas”» (Juan 14:8-11).

A los niños les encanta hacer preguntas. Aunque muchas veces su deseo es conocer cosas nuevas, en ocasiones sus preguntas son sobre cosas de las que ya tienen respuestas. Ellos vuelven a preguntar simplemente porque no prestaron atención o no entendieron lo que se les dijo.

A los discípulos de Jesús les pasó algo similar. Durante su última cena con los discípulos, Jesús compartió con ellos grandes enseñanzas sobre lo que estaba por sucederle y la esperanza que ellos podían tener al creer que Dios mismo estaba con ellos en Él en ese momento y seguiría estando con ellos aun después de su partida (14:7).

En medio de estas verdades, Felipe, uno de los discípulos, hace a Jesús una petición que ya les había sido concedida: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». En otras palabras, «¿puedes por favor mostrarnos a Dios?». Esta petición y pregunta reveló que, a pesar del tiempo que los discípulos habían pasado con Jesús, ellos necesitaban conocerlo aún más. Todavía no habían entendido quién era Aquel que estaba delante de ellos.

En el Antiguo Testamento, Moisés hizo esta petición y le fue dada una visión limitada de la gloria de Dios (Éx 33:18). Los discípulos, en cambio, tenían el resplandor mismo de la gloria de Dios caminando entre ellos (2 Co 4:4). Isaías recibió una visión de Dios sentado en un trono alto y sublime y los discípulos tenían a ese mismo Dios lavando sus pies. El Dios eterno e inmortal, Aquel que habita en luz inasequible, se acercó a nosotros en Jesús. Conocer a Jesús es conocer a Dios. Él es la imagen del Dios invisible (Col 1:15).

El Dios hecho hombre, que habitó entre los discípulos, es el mismo que habita en nosotros (Col 1:27) y que se ha revelado en su total esplendor a través de su Palabra para que podamos conocerle tal y como Él es. A través de las Escrituras y su presencia habitando en nosotros, Jesús está en medio nuestro revelándonos al Padre. Él quiere que le conozcamos, porque no hay mayor plenitud que conocerlo íntimamente (Jn 17:3).

¿Cómo podemos buscar que cada área de nuestras vidas sea un reflejo de que Él ha estado en medio nuestro y que genuinamente lo conocemos?

LA TRINIDAD EN LA LLEGADA DEL REY

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DÍA 8

LA TRINIDAD EN LA LLEGADA DEL REY

«Pero mientras pensaba en esto, se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciéndole: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo. Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados”» (Mateo 1:20-21).

He tenido la oportunidad de ver películas donde la trama presenta a un rey ilegítimo malvado que es derrotado sorpresivamente por el hombre humilde de la aldea, que luego es revelado como el rey legítimo.

De una manera infinitamente más grande, Mateo nos muestra cómo el Rey legítimo de todas las cosas es el Cristo encarnado, verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. El Evangelio de Mateo inicia con una genealogía que enlaza a Jesús con la dinastía de David y nos muestra cómo Él es el Rey prometido en el pasado (2 Sam 7) que reinará eternamente por la intervención del Dios trino. El Hijo de Dios vino para cumplir la misión de redención impulsada por el Padre y empoderada por el Espíritu Santo.

Es preciso señalar que Mateo no muestra una fábula sobre la llegada mitológica de un rey. Su objetivo es presentar la intervención milagrosa real de un Dios trino a favor de su pueblo que está necesitado de un rescate de la esclavitud del pecado. Mateo nos narra cómo Dios Padre envía un ángel

para comunicarle a José que la criatura que María lleva en su vientre fue engendrada por el Espíritu Santo. Pocos pasajes de la Escritura pueden llevarnos a una adoración tan profunda como ver al Dios trino actuando con tal misericordia por amor a su pueblo, con el propósito de traer a nuestro Rey que nos salvará.

Por consiguiente, cuando vemos la gloria del Hijo de Dios en un pesebre al venir a este mundo para salvarnos, también debemos ver la presentación de la unidad de la Trinidad en el comienzo de una misión de rescate. En esta Navidad, ¿cómo agradecerás a Dios por la obra de cada persona de la Trinidad en tu salvación?

UN NIÑO COMO NINGÚN OTRO

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UN NIÑO COMO NINGÚN OTRO

«Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado,
Y la soberanía reposará sobre Sus hombros.
Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrán fin
Sobre el trono de David y sobre su reino,
Para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia
Desde entonces y para siempre.
El celo del SEÑOR de los ejércitos hará esto» (Isaías 9:6-7).

Las palabras de Isaías pudieron ser tomadas con escepticismo. El pueblo enfrentaba una invasión potencial por parte de Asiria que les causaba una angustia inmensa. Las autoridades aumentaban la desesperanza al sembrar el caos producto de sus propias maquinaciones y alianzas políticas fallidas.

El pueblo temeroso estaba sumido en teorías de conspiración que causaban más pánico y ninguna solución (8:12). Habían dejado la Palabra fiel y poderosa de Dios para buscar respuestas inciertas en adivinos y espiritistas (8:19-20). En medio de esa realidad angustiante y desesperanzada, Isaías afirma en nombre de Dios: «Pero no habrá más melancolía para los que estaban en angustia» (9:1). Más de uno podría haber pensado que Isaías estaba loco o era un cínico despiadado, pero esto no era un pensamiento positivo del profeta, sino Palabra de Dios.

El mensaje era desafiante porque declaraba que la historia humana no es el fin de la historia. Dios es el Señor de la historia y su final no lo escriben los imperios de este mundo ni sus actores circunstanciales, sino la mano del Rey Todopoderoso. Por eso Isaías señala que, desde los extremos oscuros de las tinieblas y las sombras de muerte, surgirá una luz resplandeciente y una alegría abundante. Un regocijo que no surgirá por ellos, sino por la «presencia» de Dios y la victoria divina absoluta sobre el opresor (9:3-4).

Esta victoria completa tiene una garantía sorprendente. Isaías anuncia la llegada de un «Niño», pero no un humano cualquiera, sino el Mesías, el Redentor prometido, el Dios Soberano hecho hombre. En completa oposición a todos los tiranos destructores y violentos del mundo, Él será «Príncipe de Paz» (9:6). Era extraño el anuncio de un niño-rey cuando se necesitaba un rey maduro que trajera liberación inmediata al pueblo. Pero el Señor tiene control sobre la historia y su plan se cumplirá en su tiempo. Isaías estaba anunciando con anticipación a Jesucristo, quien luego de morir y resucitar por nosotros en el tiempo divino, ya reina, está sentado a la diestra del Padre y gobierna con «el derecho y la justicia Desde entonces y para siempre» (9:7).

Todavía hoy estamos sumidos en melancolía y angustia al enfrentar conspiraciones y enemigos al acecho, pero te animo a que no descanses en tus fuerzas o en los sueños utópicos del mundo pasajero. En cambio, descansa en el «Admirable consejero, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de Paz», quien pagó por tu liberación, ya reina y volverá sin falta por segunda vez.

¿Con quién podrías compartir hoy esta grandiosa promesa de salvación?

PARA QUE ANDEMOS EN EL ESPÍRITU

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DÍA 6

PARA QUE ANDEMOS EN EL ESPÍRITU

«Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:1-4).

La realidad del pecado supone al menos dos problemas básicos para los pecadores: estamos condenados y muertos por el pecado. Es decir, a causa de la caída hay una imposibilidad legal y moral que nos impide acercarnos, obedecer y relacionarnos con nuestro Creador. Pero en Romanos, Pablo anuncia que nuestra condición de muerte espiritual y culpabilidad ante Dios ahora es cambiada por aceptación, perdón, libertad, vida y justicia. «No hay condenación para los que están en Cristo» (v.1).

Las demandas de la ley eran imposibles de cumplir por nosotros debido a nuestra debilidad e inclinación hacia el pecado (v. 3). Además, la misma ley que exige obediencia también exige castigo al pecador por desobedecerla. Es debido a esto que Dios envió a Su Hijo para que por medio de su vida, muerte y resurrección, Él cumpliese por nosotros todo lo que se requiere para que seamos perdonados y recibamos el favor divino. Cristo se hizo hombre por nosotros para castigar el pecado en su carne y así librarnos de su poder.

En el evangelio, el requisito legal y moral para entrar en una correcta relación con Dios es provisto enteramente por Cristo. En Él tenemos el perdón, la justicia y el poder que nos hace libres para que vivamos para el Señor (v. 2). Estamos unidos a Cristo, quién nos comparte su justicia (la que obtuvo por medio de su vida, muerte y resurrección) y también nos comparte su poder (por medio de su Espíritu) para ayudarnos a vivir en obediencia.

Las buenas noticias de salvación nos motivan para una vida de obediencia, pero el evangelio es mucho más que una motivación. La gracia de Cristo provee, sobre todas las cosas, el fundamento y la capacidad para una vida que agrada a Dios. Así que no hay condenación para los redimidos porque Cristo la llevó por nosotros en la cruz, somos libres del pecado por el poder del Espíritu que nos dio nueva vida y, tenemos la justicia de nuestro Señor que es nuestra por la fe. ¡Cuánta abundancia! Tenemos vida nueva, somos libres del pecado y hoy podemos andar en el Espíritu. Cristo vino para asegurar esta realidad y somos alentados al reflexionar en esto durante la Navidad.

MEJOR QUE MOISÉS

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DÍA 5

MEJOR QUE MOISÉS

«El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de Él y clamó: “Este era del que yo decía: ‘El que viene después de mí, es antes de mí, porque era primero que yo’”. Pues de Su plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer» (Juan 1:14-18).

Vivieron en Egipto por 400 años. Allí crecieron, se multiplicaron y terminaron bajo la mano opresora de un rey que parecía la misma serpiente de Edén. Y los israelitas clamaron a Dios por rescate. Dios los escuchó; ellos eran su pueblo. De la mano de Moisés los condujo cruzando el mar Rojo hasta Sinaí. Pero Moisés no era la salvación.

Dios los salvó por su gracia, mediante Moisés. Desde allí les hizo un regalo, la Ley, y les mostró cómo relacionarse con Él, un Dios perfecto y santo. La ley era la manera en que podían mostrar su lealtad a Dios a través de la obediencia, pero ellos se rebelaron. Moisés fue su mediador, un vehículo de la gracia de Dios que apuntaba al día en que la gracia cobraría forma humana. Sin embargo, la desobediencia no escapó a Moisés. Sus ojos tuvieron que mirar desde lejos la Tierra Prometida.

Moisés fue mediador en el pacto de la Ley, el pacto que no pudimos cumplir. Fue un mediador que murió, que también pecó. Un mediador cuya obediencia fue imperfecta. Sin embargo, Cristo es un mejor mediador que Moisés y aun mejor que el sacerdocio que Dios estableció en el Antiguo Testamento para interceder por el pueblo. Jesucristo es el mediador perfecto y eterno, «poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos. Porque convenía que tuviéramos tal Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, y exaltado más allá de los cielos» (Heb 7:25-26).

El Señor reveló su gloria a Moisés y declaró de Sí mismo que era abundante en misericordia y verdad (Éx 34:6). Esa misma frase es evocada por las palabras de Juan en el pasaje que citamos al inicio: la gracia y la verdad, hechas realidad, en Cristo. Con Moisés, Dios hizo un pacto; en Cristo, nos dio la máxima y mejor expresión de su fidelidad al pacto. En el pacto con Moisés, Dios reveló quién era, su carácter. En Cristo, culminó la revelación de Dios. Él es el nuevo pacto (Heb 9:15).

Moisés vivió como siervo, Cristo vivió como Hijo. Moisés se acercó a un monte que lo aterrorizaba, nosotros en Cristo podemos llegar a Sión, la ciudad del Dios vivo (Heb 12:21-24). Moisés fue profeta para ellos, pero les anunció un profeta mayor que ahora tenemos en Cristo (Dt 18:18, Hch 7:37). Moisés fue grande, pero el Verbo encarnado y que vino a nosotros en la primera Navidad es mejor; y en Él, en Cristo, tenemos nuestra esperanza.

ASOMBRO ANTE EL QUE DESCENDIÓ

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DÍA 4

ASOMBRO ANTE EL QUE DESCENDIÓ

«Cuando veo Tus cielos, obra de Tus dedos,
La luna y las estrellas que Tú has establecido,
Digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
Y el hijo del hombre para que lo cuides?
¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, Y lo coronas de gloria y majestad!
Tú le haces señorear sobre las obras de Tus manos;
Todo lo has puesto bajo sus pies» (Salmo 8:3-6).

Toda persona es asombrada de manera especial por ciertas cosas. Algunos se asombran, en primer lugar, por la última película de Marvel; otros se asombran por la situación económica difícil de sus países, o por el nuevo vehículo de una marca prestigiosa o lo majestuosa que puede resultar la vista de una montaña.

Vale la pena preguntarnos: ¿Cuáles son las cosas que más nos asombran? ¿Qué es aquello que más nos impacta y cautiva nuestros pensamientos y hasta nuestra imaginación? Nuestra respuesta puede revelar qué es lo que más moldea a nuestro corazón y cuál es el estado de nuestra alma. A fin de cuentas, si no nos asombran primero las cosas que deben asombrarnos en primer lugar, eso indica que hay algo en nosotros que no está bien.

En este salmo, vemos a David estallar en asombro ante el hecho de que el hombre, siendo menor que los ángeles

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y una parte muy pequeña de la creación en comparación a los cielos, ha sido dotado de una dignidad única en la creación. Dios nos cuida y piensa en nosotros, siendo Él tan infinito y santo, siendo nosotros tan pequeños y pecadores.

Pero en este salmo hay más de lo que parece a primera vista. Siglos después de que se escribió, el autor de Hebreos cita este pasaje para hablarnos del descenso de Jesús para nuestra redención y su posterior ascenso a la gloria que siempre tuvo y tendrá (Heb 2:6-8). El Salmo 8 tiene en Jesús su verdadero y mayor cumplimiento. Él es «Aquel que fue hecho un poco inferior a los ángeles, es decir, a Jesús, coronado de gloria y honor a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios probara la muerte por todos» (v. 9).

Aquel que sostiene todas las cosas con el poder de Su Palabra y es heredero de todo, se hizo más pequeño que las estrellas del cielo y los ángeles para sufrir por nosotros y redimirnos, para luego ser coronado de gloria y honor (Heb 1:2-4).

¿Cómo podemos cultivar nuestro asombro ante el Salvador que realizó tal hazaña para rescatarnos?

Hijos de Dios

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DÍA 3

HIJOS DE DIOS

«Él estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no lo conoció. A lo Suyo vino, y los Suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre» (Juan 1:10-12).

El Creador caminó entre su creación. El Sustentador de todas las cosas fue sostenido en los brazos de una mujer que Él mismo formó. El Rey de todo se despojó de todo. El que amó al mundo fue rechazado por el mundo. El que conoce los detalles más íntimos del corazón de cada ser humano fue tratado como un desconocido.

Nada de esto fue un estorbo para cumplir su plan ni alteró su misión. Lo hizo porque quiso. Jesús ensució sus pies con el polvo que llena la tierra, aunque podría juntarlo todo con tres dedos (Is 40:12, RV60); Jesús permaneció callado ante las autoridades que lo acusaban, aunque Él «reduce a la nada a los gobernantes» (Is 40:23).

La humildad, la vulnerabilidad, el rechazo y el desconocimiento no fueron impuestos sobre nuestro Salvador. El Señor se hizo siervo porque se deleitó en mostrar su gran amor, aunque ninguno de nosotros lo merecíamos.

El Creador tocó a los que eran considerados intocables y los sanó, restaurando el orden que el pecado robó a la creación. El sustentador fue afligido hasta la muerte,

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experimentando en carne propia la debilidad y el sufrimiento como nuestro sumo sacerdote. El Rey se puso de rodillas y lavó los pies de quienes lo traicionarían. El que amó al mundo, lo escuchó gritar «¡crucifícalo!» (Lc 23:21). El que nos conoce desde la eternidad, el que mira las profundidades más oscuras de nuestros corazones pecaminosos, fue a la cruz y dijo «consumado es» para pagar por nuestra maldad (Jn 19:30).

¿Habrá un amor mayor que este?

El sacrificio del Hijo es lo que hoy nos permite ser llamados hijos. La vida perfecta, muerte sacrificial y resurrección victoriosa de Cristo nos ha dado el derecho de correr hacia Dios y ser abrazados por el Padre. No se trata de lo bien que nos portamos o lo mucho que nos esforzamos. Se trata de quien Jesús es y lo que Él ha hecho a nuestro favor.

Hoy podemos caminar como lo que Cristo nos dio el derecho de llegar a ser. Deja de huir y mirar tu insuficiencia. Contempla la suficiencia del Creador y Sustentador; contempla la suficiencia del Rey que te conoce y te ama.

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Preparando nuestro corazón

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DÍA 2

PREPARANDO NUESTRO CORAZÓN

«Él irá delante del Señor en el espíritu y poder de Elías PARA HACER VOLVER LOS CORAZONES DE LOS PADRES A LOS HIJOS, y a los desobedientes a la actitud de los justos, a fin de preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto» (Lucas 1:17).

Las figuras de Elías y Juan el Bautista tienen elementos atractivos que nos hacen valorar sus ministerios. Fueron hombres entregados a la predicación, llamando a las personas a arrepentirse y volver a Dios. Vestidos de forma ruda, pero con una conducta intachable que hasta sus propios enemigos reconocen. Jesús mismo elogió a Juan y confirmó que este era «Elías, el que había de venir» (Mt 11:7-15).

Pero aunque la vida y ejemplo de Juan debe alentarnos, más debe admirarnos el trabajo de Dios por medio de él. Hasta el mismo Juan estaría feliz de menguar su protagonismo y dejar paso para que Jesús tome el centro de la escena. Pensar en el ministerio de Juan debe hacernos reflexionar en el Espíritu que obraba en su ministerio y nuestro llamado a prepararnos para ser un pueblo siempre dispuesto a adorar al Señor.

Fue el Espíritu Santo quien anunció por medio de los profetas sobre Cristo, sus padecimientos y su redención (1 P 1:12). Fue el Espíritu quien despertó nuestro corazón endurecido para que podamos ser sensibles a la belleza de Jesús. De una manera que apenas logramos entender, nos dio vida y nos llevó al encuentro de Cristo (Jn 3:5-7).

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El Espíritu Santo hace esta obra diaria a través de la Palabra revelada, iluminando nuestros corazones para que podamos ver a Cristo (2 Co 3:18). ¡Cuánto más en esta época tan especial debemos fijar nuestros ojos en Jesús, el motivo y centro de la Navidad! Por lo tanto, roguemos al Espíritu que prepare nuestros corazones, que lave nuestras mentes por medio de la Palabra, que ilumine nuestro entendimiento y ablande nuestras durezas (Ez 36:25).

A medida que se acerca la fecha, busquemos a Cristo en las Escrituras, sabiendo que por ellas trabaja el Espíritu Santo. Procuremos que nuestros corazones sean capturados por la belleza del evangelio, por el amor de Dios desplegado en la cruz y la importancia de la encarnación en este plan de redención. Que el mismo Espíritu que anunciaba a Cristo por los profetas y que reveló a Cristo en las Escrituras, ilumine nuestros corazones con Cristo y así estemos preparados para celebrar su primera venida y esperar su segunda.

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