¿IGLESIA O GRUPO COERCITIVO? | Alejandro Rivas Alva

¿IGLESIA O GRUPO COERCITIVO?

Alejandro Rivas Alva

El caso de Pilar

Pilar tiene 22 años y asiste a la iglesia desde hace cuatro. Llegó a la comunidad por invitación de una amiga. En ese entonces, Pilar estaba muy desanimada porque acababa de terminar la relación con su enamorado, por lo que aceptó la invitación. Una de las cosas que más le gustó de la iglesia fue que, desde el primer momento, la gente era muy cariñosa con ella: siempre la invitaban a las reuniones y la llamaban para saber cómo estaba. Además, en la iglesia conoció a sus mejores amigos y amigas. La iglesia siempre ha sido para ella un lugar muy bonito y seguro.

Sin embargo, desde hace un tiempo Pilar siente que las cosas empezaron a cambiar. Desde su bautizo, que fue hace un año, Pilar ha ido involucrándose más y más en la iglesia: asumió el liderazgo de un grupo de adolescentes con quienes estudia la Biblia cada sábado y, los domingos por la mañana, dicta un curso de “introducción a la Biblia” para las personas que recién asisten a la congregación. También, como líder juvenil, debe participar de las reuniones de coordinación que dirige el pastor de jóvenes de la iglesia, en las que con otros líderes oran, comparten y establecen la programación de las actividades. Igualmente, Pilar sirve en la cafetería de la iglesia, atendiendo o limpiando. Todo esto siempre lo ha hecho con mucha pasión y con la convicción de que de esa manera está sirviendo al Señor. No obstante, sus padres, que no van a la iglesia, están algo preocupados porque sus notas en la universidad han empezado a bajar. Además, están algo disgustados porque pasan poco tiempo con ella y les incomoda mucho cuando ella está ausente en las reuniones familiares.

Frente a ello, Pilar le dijo a su pastor que preferiría dejar de acudir un tiempo a las reuniones de coordinación para poder estudiar. Al pastor sin embargo no le gusta la idea. Le dice a Pilar que el servicio es lo primero, que antes está Dios, después la familia y luego los estudios, y que debería encontrar la manera de subir sus notas sin dejar de servir al Señor.

Como líder, Pilar sabe que tiene que cumplir ciertas responsabilidades. Una de las cosas que más le ha costado fue modificar su forma de vestir. Y es que, según le han dicho sus líderes, como mujer no podía ser causa de pecado para sus hermanos, por lo que no podía vestir short ni falda corta ni jeans pegados al cuerpo para no ser de provocación. También Pilar cambió el color y el corte de su cabello para parecerse cada vez más a una discípula de Jesús. Esto empezó a llamar la atención de sus amigos y amigas de la universidad, quienes notaron que Pilar ya no los acompañaba a las salidas y reuniones. “Siempre te van a juzgar por elegir el camino del Señor, los verdaderos amigos están en la fe”, le dice Jimena, su líder espiritual.

Recientemente, la iglesia ha empezado a pedir ofrendas especiales para empezar a construir una nueva filial en un distrito muy cercano. Los pastores han anunciado que todos los líderes de la iglesia, como Pilar, deben dar una cuota obligatoria de 100 soles mensuales, además del diezmo. Pilar, sin embargo, tiene poco dinero para cumplir con las cuotas. Además, le empezó a molestar la forma en que el pastor pedía con vehemencia el dinero en medio de los cultos y ver que recientemente se había comprado un nuevo auto. Esto se lo comentó a su líder, quien, a su vez, se lo dijo al pastor de jóvenes sin que Pilar lo supiera. Grande fue la sorpresa de Pilar cuando al ir a dictar su clase el día domingo encuentra a otra persona en su lugar. Ella busca a su pastor para obtener una explicación y este le dice: “si no estás de acuerdo con lo que enseñamos en la iglesia sobre las ofrendas puedes olvidarte de la enseñanza y el liderazgo”.

Pilar está muy dolida porque no entiende por qué fue “disciplinada”. Para ella el servicio en la iglesia es su mundo. Sus mejores amigas, que también van a la iglesia, tratan de consolarla diciéndole: “Tal vez Dios permite que el pastor sea así contigo para mostrarte algo y ayudarte a cambiar”. Pilar, finalmente, asume lo ocurrido como una lección de Dios: “así aprenderé a cuidar mi lengua y no caer en murmuración”, piensa ella.

Grupos coercitivos: un problema social

Casos como el de Pilar no son aislados. Hoy por hoy es posible identificar a no pocos creyentes que guardan un profundo sentido de malestar respecto de la iglesia a la que pertenecen. Sin embargo, el problema va más allá de personas heridas por sus congregaciones. Algunas organizaciones religiosas llegan a operar de manera ilegal o antiética, para lo cual suelen valerse de la obediencia y fuerza de convicción de sus propios miembros para alcanzar sus objetivos. Así, por citar algunos ejemplos que han ocurrido en nuestro país, la fe y obediencia de muchos fieles ha sido utilizada para enriquecer al liderazgo de la iglesia local, para respaldar candidatos o partidos políticos, para encubrir abusos sexuales cometidos por los líderes, para tolerar sermones que denigran a la mujer e incluso para incitar a los creyentes a invadir propiedad ajena.

¿Qué hace que creyentes como Pilar toleren situaciones de opresión y autoritarismo?, ¿qué hace que muchos creyentes sean capaces de respaldar, activa o pasivamente, liderazgos o instituciones que cometen actos antisociales, inmorales o ilícitos? La respuesta está en el tipo de influencia que la “iglesia” tiene en la persona. La literatura especializada suele catalogar como “sectas” a este tipo de organizaciones religiosas. En esta guía nosotros preferimos hablar de “grupos coercitivos”.

¿Qué diferencia una iglesia de un “grupo coercitivo”?

Las iglesias no son solo comunidades que agrupan a los creyentes, sino que son también instituciones jurídicas y sociales: poseen algún tipo de personería jurídica (muchas son asociaciones, fundaciones, organismos no gubernamentales, etc.), tienen una visión y misión, poseen un estatuto, un líder, una doctrina, una determinada estructura organizacional, una liturgia o forma de culto y también establecen diversas prácticas institucionales como la forma de adoptar acuerdos, la elección de los líderes, la administración del dinero, la manera en que se ejerce el liderazgo, la forma en que se aplican sanciones, etc. Todos estos elementos son parte de una determinada cultura institucional que orientará las prácticas de los miembros del grupo.

Es importante darnos cuenta que la identidad de un individuo está en gran medida influenciada por el grupo social al que pertenece. Esto es sobre todo cierto en el caso de las iglesias. Ellas tienen un gran poder de influencia en las identidades de las personas que congregan en ellas: les presentan la fe como dimensión que le da sentido a la existencia y que probablemente nunca abandonarán; les enseñan a vivir esa fe, a comprender la Biblia y a actuar conforme a ella; la comunidad es para muchos creyentes un espacio de aceptación y de reconstrucción de su identidad, sobre todo si han vivido en contextos de exclusión y pobreza (Lecaros 2016); en la iglesia las personas aprenden una teología y una ética que les permite valorar la realidad, la sociedad y el trato con sus semejantes; la iglesia también enseña a sus miembros a relacionarse con las personas no creyentes o que piensan distinto en el contexto de una sociedad plural y democrática.

El problema es que a veces la influencia institucional en los miembros de una congregación puede ser destructiva. Ello ocurre cuando los procesos de inserción y aprendizaje de la fe, la interacción con los otros miembros, la forma en que se ejercita el liderazgo eclesial, entre otros, no respetan la libertad o autonomía de la persona. En lugar de ello, los individuos actúan a través de la coerción, esto es, reprimidos u obligados para actuar contra su voluntad o sin tomar decisiones de manera consciente. Esto es precisamente lo que ocurre en los grupos coercitivos.

Lo complejo del problema, sin embargo, es que la coerción es a veces tan sutil que la persona no se da cuenta de que está siendo obligada o presionada para actuar de determinada manera. Pongamos como ejemplo el caso de Pilar. Ella sabe que debe dedicarle más tiempo a su familia y a sus estudios, pero prefiere no hacerlo porque no quiere enfrentar la autoridad del pastor; también tiene una forma de vestir y de relacionarse con sus amigos de la universidad, pero decide cambiar no por una decisión personal, sino porque en su congregación eso se ve mal; de igual manera ella no tiene dinero para dar, pero debe hacerlo por temor a la sanción; finalmente, ella cuestiona la forma en que el pastor maneja los asuntos financieros en la iglesia, pero es sancionada por ello, por lo que probablemente no exprese su opinión libremente en el futuro. Aunque no lo parezca, la voluntad de Pilar ha sido constantemente coaccionada, no obstante, aunque parezca paradójico, ¡ella podría pensar que su decisión fue libre!

¿Cómo entonces distinguir las iglesias de los grupos coercitivos? Estos no se distinguen por el tipo de doctrina que enseñan, sino por la manera en que influencian en sus miembros[1]. Los grupos coercitivos son aquellos que en sus interacciones con sus miembros utilizan mecanismos de persuasión coercitiva[2]. La persuasión coercitiva, concepto que proviene de la psicología social, alude precisamente a aquel control, graduado e imperceptible que, por medio de creencias –entre ellas las religiosas-, logra influenciar en los individuos un comportamiento determinado. La persuasión coercitiva es utilizada sin el conocimiento o voluntad del que la recibe. Así, el líder puede llegar a crear nuevas “actitudes”, logrando que el miembro obedezca sus órdenes sin resistencia consciente alguna (RAVICS 2007). Los elementos de este concepto son la persuasión y la coerción, precisamente porque se trata de un uso combinado de ambos elementos, de modo que el individuo cree que está tomando decisiones de manera libre cuando no es así (Rodríguez 1992: 63).

Ejemplos de persuasión coercitiva

La literatura especializada en el tema indica que existen diversas técnicas de persuasión coercitiva, cuyo uso es frecuente en los grupos coercitivos de carácter religioso. Entre estas técnicas tenemos:

Sumisión a la autoridad.- Demasiado énfasis en la obediencia y en la subordinación a la autoridad dentro de una congregación corren el riesgo de anular la capacidad crítica delos creyentes y avalar cualquier tipo de decisión por parte de la autoridad, aún si esta es contraria a la fe, la ética o la ley. En las congregaciones cristianas esta técnica de persuasión coercitiva puede ser respaldada con versículos bíblicos que son descontextualizados para resaltar la figura del líder (p. Ejm.: “no toquéis a mis ungidos…” (Sal 105:15), “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas…” (Heb 13:17), etc.). No obstante, debemos recordar que . la iglesia se nutre con la participación de todos los creyentes (1 Co 3ss; 1 Co 14ss) y que la enseñanza de Jesús sobre la autoridad radicaba en el servicio y la entrega por los demás, no en privilegiar la opinión de unos por sobre otros (Mt 20:25-28).

Aislamiento.- En muchos casos los grupos coercitivos hacen que los creyentes se desvinculen de su mundo social. La persona así se distancia de las personas próximas como familiares y amigos. Ello puede acrecentar su vulnerabilidad y aumentar las posibilidades de hacer lo que el grupo o el líder digan. El aislamiento también puede justificarse con creencias religiosas como señalar que las personas de la iglesia son “la familia verdadera” o que no hay que hacer caso “a las personas del mundo”, etc.

Control de información.- En muchos casos los miembros de grupos coercitivos no pueden acceder a la información social que proviene de medios de comunicación, textos académicos o literatura alternativa a la que se lee en la “iglesia”. Por lo general, estas informaciones son vedadas o resultan censuradas por el liderazgo. Las conductas usuales son la de prohibir literatura específica o contacto con otras fuentes informativas (como la prohibición de ir a eventos o seminarios que no sean de la iglesia, leer literatura no cristiana, etc.), la creación de materiales diseñados única y exclusivamente por la institución (generalmente redactados o avalados por el líder), la presentación de noticias o información parcial o tergiversada, reemplazar la enseñanza (que supone mostrar las distintas posturas sobre un tema) por el adoctrinamiento (que muestra la enseñanza del grupo coercitivo como “la” verdad) y el dar información según el nivel espiritual del miembro, reservando solo la información más compleja o peligrosa para quienes tienen mayor jerarquía en la congregación.

Estado de dependencia.- En la medida que la persona va integrándose más y más en el grupo coercitivo empieza a depender más de él. Así, la iglesia para esta persona se vuelve “su mundo” y en ella se deposita no solo la confianza y la fuente de su madurez espiritual, sino también su tiempo y su proyecto de vida. Lo que distingue al grupo coercitivo de una iglesia saludable es que el involucramiento de la persona es generado bajo sutiles presiones. Así, por ejemplo, su ascenso (o descenso) como líder, su prestigio dentro del grupo, está condicionado según su nivel de obediencia, de aportación económica, de respaldo a lo que el líder diga, entre otros. Más aún, los niveles de dependencia pueden llegar a ser económicos: cuando la persona empieza a trabajar para el grupo coercitivo y su sustento depende de su afiliación a este. El riesgo del estado de dependencia es evidente: la persona difícilmente puede decir que no al grupo o puede terminar avalando actos injustos o ilícitos sin si quiera saberlo o sin si quiera preguntárselo.

Control de las emociones.- En los grupos coercitivos el control de las emociones es frecuente para regular e influir en la conducta de los miembros. Miedo, culpa, ansiedad y sentimiento de pertenencia son las emociones más comunes que una cultura institucional coercitiva, lo que se da de manera sutil. A veces se manifiesta en amenazas que tienen que ver con la imposición de una “disciplina” o con retirar a las personas del liderazgo. Otras con desarrollar hábitos de sumisión (Escudero, Polo, López y Aguilar 2005: 111), como por ejemplo reconocer públicamente a las personas más fieles u obedientes a las órdenes o pensamiento del líder. Asimismo, la información que se conoce acerca de los pecados cometidos por el creyente puede ser instrumento para la manipulación en base al sentimiento de culpa. También, cualquier transgresión a la doctrina, ya sea de manera actuada o pensada, supone un sentimiento de culpa, que se da dentro de un sistema de premios o castigos. Así, “si un adepto detecta una transgresión en otro compañero se sentirá obligado a transmitirla a la autoridad, siempre pensando en el bien del compañero supuestamente desviado.”. De ahí que también a veces pueda presentarse el espionaje mutuo de comportamientos (Rodríguez 1992: 130).

Denigración del pensamiento crítico.- En los grupos coercitivos es una estrategia hacer sentir mal al miembro que piensa por sí mismo, sobre todo cuando ejerce la discrepancia. Quien discrepa en muchas ocasiones se siente mal porque su voz “rompe la armonía”, “va contra la unidad”, de modo que desarrolla un sentimiento de culpa, aversión o miedo a pensar por sí misma y tenderá a retirar lo dicho o a callarse para estar bien con el grupo. Asimismo, el razonamiento suele ser reemplazado por un lenguaje controlado, basado en las máximas del líder, clichés o palabras-talismán cargadas de connotaciones emocionales (“no hay iglesia perfecta”, “la verdad de Dios es sencilla”, etc.), lo que en muchos casos hace el diálogo imposible. El uso de versículos bíblicos descontextualizados puede ser también una táctica común para impedir el pensamiento autónomo: “el conocimiento envanece…” (1 Co 8:1), “la letra mata…” (2 Co 3:6), “el amor es más importante que el conocimiento”, etc.

NOTAS

[1] Estos “Se caracterizan por una organización piramidal, exigencia de una incondicional sumisión del adepto que llega a suponer anulación de la crítica interna, ejercicio de métodos de desestructuración de la personalidad, con grave destrucción de las bases afectivas del adepto, que suele arrastrar a la incomunicación con su medio natural y consigo mismo; y a los que no le son ajenos objetivos políticos y económicos enmascarados con ideologías espiritualistas.” (Goti 1991: 101).

[2] Quienes acuñaron por primera vez el término “persuasión coercitiva” fueron E. Schein, I. Scheiner y C. Barker (1961), que la adoptaron como título de su investigación psicosocial sobre las transformaciones acontecidas en los prisioneros de guerra estadounidenses tras ser capturados por los comunistas chinos en la guerra de Corea. (Rodríguez 1992: 60)

Fuente: https://eleremita.lamula.pe/2019/09/12/iglesia-o-grupo-coercitivo/eleremita/

El llamado de DIOS al PASTORADO | James E. Giles

El llamado de Dios al ministro

James E. Giles

En algunas denominaciones el escoger el ministerio es una decisión racional que se basa en varias consideraciones de parte del candidato. Pero en muchas otras denominaciones hay un énfasis fuerte en el hecho de que el ser ministro requiere una convicción firme de que uno ha sido llamado por Dios. Este llamamiento se exige para evitar frustraciones que se puedan presentar en dicho llamado e inciden profundamente como factores de permanencia. Insistimos en que cada ministro tenga una convicción semejante a la experiencia de Pablo y Bernabé, cuando el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:2).


Algunos experimentan el llamado al ministerio por medio de un deseo profundo de servir al Señor; otros resisten el llamado por mucho tiempo y después se rinden a la presión que viene de Dios. Yo recuerdo muy bien que cuando era joven en los primeros años de la vida cristiana me impresionaba mucho la consagración de mi pastor a Dios y a su iglesia. Yo pasaba mucho tiempo imaginándome cómo sería ser un líder espiritual. Con el tiempo llegué a desear ser un cristiano consagrado totalmente a la predicación del evangelio. Sentía que este deseo era el llamado de Dios. Pero cuando llegué a la universidad comencé a escuchar los testimonios de los jóvenes, muchos de los cuales eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial y otros adultos casados con hijos, que testificaban de su sentido de llamado, al cual habían resistido por mucho tiempo. Parecía que uno tenía que luchar en contra del llamado de Dios por mucho tiempo para estar seguro de él. Comencé a dudar de ese llamado; y estas dudas produjeron una ansiedad que afectaba mi vida devocional; hasta que decidí ir y hablar con uno de mis profesores sobre mi problema. El profesor era un sabio con muchos años en el ministerio. Me aseguró que muchos experimentaban el llamado por medio del deseo de servir al Señor, y que no era necesario resistir ese llamado. Me relató el caso de Isaías, que se ofreció para responder al llamado de Dios a llevar el mensaje de Dios a su pueblo. Esto me dio la tranquilidad que buscaba, y seguí adelante en mi preparación para servir al Señor.

Los componentes del llamado de Dios
El doctor Jorge Gaspar Landero declara: “El pastor es un hombre de Dios por llamamiento divino. Se ha dedicado a estudiar y predicar la Palabra de Dios. Vive para su iglesia y sufre por ella.” (“Ofrenda al Pastor”, El Pastor Evangélico, junio de 1959, p. 137). El doctor A. T. Bequer recalca esta misma verdad: “Es imposible realizar la función de pastor de una iglesia si no hemos sentido el llamamiento de lo Alto, porque la misión del pastor tiene múltiples facetas:…” (El Pastor Evangélico, junio de 1959, p. 115). En el curso de la historia Dios llama a cada uno para ser su vocero en el mundo donde uno está viviendo o para llevar las Buenas Nuevas a otros sectores del mundo. El llamado de Dios puede llegar a uno en la forma de una voz audible, como en el caso de muchos de los personajes bíblicos. O puede venir en forma de una convicción interna que persiste a través de un tiempo extenso. Puede ser por medio de una consideración de las necesidades del mundo de hoy. No es posible establecer criterios para que Dios llame en cierta forma, porque Dios es soberano y no podemos dictarle a él cómo ha de llamar a otro. Pero cada uno tiene que escuchar la voz de Dios, según su propia comprensión de ella, y responderle con convicción. Cada persona debe tener una convicción de que Dios le ha llamado. El doctor H. C. Brown, profesor de homilética por muchos años en un seminario, dijo: “El pastor que tiene paz en su alma en relación con su llamamiento, sabe que es un hecho bíblico e histórico. Sabe que Dios lo ha llamado.” (“¿Por Qué los Ministros no Abandonan su Trabajo?” El Pastor Evangélico, junio de 1966, p. 116). Cada cual debe tener adentro esa llama ardiente de la que habla Pablo cuando dijo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16). Esto quiere decir que hay un elemento divino en el llamado para predicar el evangelio.

Los elementos inconscientes en el llamado
José María Martínez declara: “La persona que se cree llamada por Dios para servirle debe examinar con la mayor objetividad posible los motivos que le impelen al ministerio.” (José María Martínez. Ministros de Jesucristo, Tomo I. Barcelona: Editorial Clie, 1977, p. 31). Algunas personas se ofenden si uno menciona la posibilidad de que hay elementos y motivaciones inconscientes que entran en juego en el llamado para predicar. La sicología nos enseña que hay motivaciones conscientes e inconscientes en nuestro comportamiento. Podemos estar conscientes de parte de nuestra motivación, que puede ser un sentido de gran necesidad espiritual de entre un grupo, o un interés especial en cierta clase de trabajo o con cierto grupo de personas. La motivación puede brotar de una ambición de viajar a sectores distintos. Pero juntamente con estos factores conscientes habrá muchos otros de los cuales no nos damos cuenta. Por ejemplo, algunas personas se dan cuenta, después de un tiempo en el ministerio, cuando han tenido mucha oportunidad de reflexionar sobre su motivación y han recibido ayuda de otras personas más sabias que ellas, que su llamado al ministerio responde a una necesidad inconsciente de ser aceptadas por otras personas. Descubren que en el ministerio cristiano hay una mayor oportunidad de experimentar esta aceptación. Otros descubren que están en el ministerio porque esta vocación les ofrece la oportunidad de ser estrellas o actores. Otros predican para expiar una culpa que tienen por algún pecado que han cometido en el pasado. Otros lo hacen por una compulsión que sienten de parte de uno de los padres o familiares. Algunos predican por el poder que tienen sobre otras personas, siendo personajes de autoridad por su prestigio en el ministerio.
Hay personas que luego de reflexionar sobre su pasado descubren que entraron en el ministerio para agradar a uno o los dos de sus padres. La influencia de los valores de los padres, lo que Freud llamó el “super yo”, ejerce una fuerza bastante poderosa sobre cada uno de nosotros.
Uno de los problemas más comunes de los seres humanos es el del sentido de aislamiento, el sentirse solos. Cuando uno está en las actividades de la iglesia, con todo el movimiento de los programas, piensa que sería imposible sentirse solo. Por eso, muchos son atraídos al ministerio, porque piensan que van a solucionar este problema. Pero después de estar en el ministerio, descubren que el sentido de aislamiento es uno de los problemas más grandes de los ministros y otros líderes religiosos. Descubren que por la naturaleza de sus responsabilidades muchos ministros llevan una máscara que pone distancia entre ellos y la congregación y entre los sentimientos de todos.
Edward Bratcher, en su libro, The Walk-on-Water Syndrome, sugiere que uno de los grandes problemas de los ministros es su necesidad de aparentar ser capaces de solucionar todos los problemas, de hacer milagros, de ser los mejores oradores que existen y de ser personas infalibles en su doctrina y omnipotentes en su capacidad. Lo más terrible es que a veces el ministro no está consciente de esa necesidad que siente. Estas expectativas crean actitudes nocivas para la salud emocional del ministro. Entre esas actitudes se encuentran: (1) Sentimientos de debilidad y poca estima propias. (2) Sentimientos de ser inadecuados para responder a las demandas de todo el mundo. (3) La necesidad de llevar una máscara profesional, como un camuflaje para sus emociones verdaderas y relaciones interpersonales muy débiles (págs. 26–34).
La lista puede extenderse para incluir muchas otras posibilidades. El énfasis que estamos haciendo es que nos conviene a cada uno de nosotros pasar un tiempo tratando de analizar nuestra motivación inconsciente. ¿Qué debemos hacer si descubrimos que hay motivaciones no tan altruistas como habíamos pensado? ¿Debemos abandonar el ministerio? En ninguna manera. El gran predicador y traductor de la Biblia, doctor J. B. Phillips, dice que debemos hacer todo lo posible para pulir nuestros motivos y hacerlos menos egoístas. (Vera Phillips y Edwin Robertson, J. B. Phillips: The Wounded Healer, págs. 17, 18). En esta manera podremos llegar a servir con mayor dedicación y menos presión. Cuanto más podamos sacar del inconsciente los motivos, y apoderarnos de ellos en forma consciente, haciendo que las áreas de nuestra vida que anteriormente eran infructuosas lleguen a ser útiles, tanto más efectivos seremos en el ministerio.

La salud del ministro
El ministro tiene el deber hacia sí mismo, hacia Dios y hacia su familia de mantenerse en el mejor estado de salud posible. Cuando uno pierde su salud, sea física, emocional o espiritual, su eficacia en el ministerio mengua. Por eso, una parte de la ética personal abarca el mantenernos en buenas condiciones físicas, intelectuales, emocionales y espirituales.

La salud emocional
Después de unos pocos años en el ministerio, el pastor puede descubrir que está sufriendo del estrés que viene acumulando por tantas responsabilidades y demandas de la obra. Por un lado, hay personas que esperan que el pastor sea un buen orador, y que predique sermones creativos para estimular a los más educados en la congregación. Hay otros que hacen reclamos porque el aspecto administrativo de la iglesia no está de acuerdo con las normas administrativas de las organizaciones seculares más avanzadas del momento. Otros critican al pastor porque no visita a los miembros de la iglesia con suficiente regularidad. Otros dicen que el pastor no es asequible cuando necesitan un consejero espiritual. Además de todo esto, la familia constantemente reclama el hecho de que dedica casi todo su tiempo a los miembros, y nunca dedica tiempo para la esposa y los hijos. Todo esto, después de un tiempo, crea una crisis emocional para el pastor.
El ministro tiene el deber de mantenerse con la máxima salud emocional. El servicio a Dios demanda mucho del ministro en su vida emocional. Constantemente está ministrando a personas en crisis con experiencias que son conmovedoras. Esto requiere del ministro un equilibrio emocional para poder funcionar en circunstancias de tanta presión. En el curso de un día puede participar en un servicio fúnebre, visitar en el hospital a personas alegres por el nacimiento de un hijo y a otros que están encarándose con la muerte, y terminar el día con una boda de jóvenes miembros de la iglesia. Tiene que tener la capacidad de identificarse emocionalmente con cada persona y grupo, de acuerdo con las circunstancias que estén viviendo, sin perturbarse tanto por las tristezas y tragedias de algunos que llegue a perder su propio equilibrio. Esto requiere estabilidad emocional. Esta estabilidad emocional se puede ver cuando el ministro tiene dominio propio tal como lo recomienda Pablo a Timoteo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7).
Algunos de los mayores problemas de ministros en el campo de su salud mental tienen que ver con el resentimiento, la inmadurez, el sentido de inferioridad, las dudas, el sentido de culpa, y la soberbia, según Wayne C. Clark, en su libro, The minister Looks at Himself (Philadelphia: The Judson Press, 1957). Clark dedica un capítulo de su libro a tratar cada uno de estos problemas, con la esperanza de poder ayudar a los ministros a vivir sin las emociones que son destructivas y con las emociones positivas que hacen nuestra vida más feliz y nuestro ministerio más fructífero. Si el ministro puede concentrar sus energías en mostrar el fruto del Espíritu Santo, del que habla Pablo en Gálatas 5:22, 23: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”, entonces todas estas cualidades le ayudarán para mantenerse en buenas condiciones emocionales.
Si el ministro abunda en estas cualidades, va a poder combatir el sentido de inseguridad, el complejo de culpabilidad y la necesidad de atacar a todos los demás para asegurarse de su poder en la iglesia. Esto tiene que ver con la ética personal del ministro porque muchos pastores se sacrifican en el ministerio, o sacrifican a su esposa y/o los hijos, pensando que lo hacen por consagración cuando en verdad lo hacen para cubrir su inseguridad u otros problemas en la esfera de la salud emocional. A veces un pastor llega a encontrarse en una gran dificultad en el ministerio con su iglesia. Llega al extremo de decidir que tiene que ganar en una controversia en la iglesia. No se da cuenta de que el mayor problema es su inseguridad que se manifiesta en su actitud de dictador. Si pudiera alejarse un poco emocionalmente de las circunstancias, estaría en condiciones de reconocer que en verdad no tiene que ganar en esta controversia.
La falta de salud emocional se ve en los pastores que sienten una compulsión de trabajar largas horas los siete días de la semana. Según su punto de vista, la obra así lo requiere. Pero no se dan cuenta de que su compulsión se debe a factores inconcientes. Después de estar unos dos o tres años en un lugar, sienten el deseo de pasar a otra congregación. Siempre esperan que sea a una responsabilidad mayor. Tienen una compulsión de escalar montañas. Al llegar a la cima de una montaña, inmediatamente ven otra montaña más alta en la distancia, y comienzan la lucha para llegar a la cima de ésa. Pasan su carrera luchando en esta forma, y nunca pueden sentarse y descansar, y sentir que lo que han hecho es suficiente. Tienen que hacer más para agradar a Dios.
La ética personal para el ministro abarca la capacidad de bendecirse a sí mismo, reconocer que es aceptado por Dios y por los demás, y a la vez dar bendición a todos los demás. Este concepto ha sido comunicado bien en el libro de Tomas Harris, Yo Estoy Bien; Tú Estás Bien. Harris menciona que muchas personas, por alguna dificultad en la niñez, sienten que no están bien. Pueden condenar a los demás también, o pueden sentir que todos los demás sí están bien. La meta para cada persona es sentirse bien y sentir que los demás también están bien. Esta actitud manifiesta mejor salud mental, y a la vez ayuda a uno a trabajar bien con los demás.
Wayne E. Oates, profesor por muchos años en el campo del cuidado pastoral y autor del libro The Struggle to be Free, menciona la lucha que ha tenido para liberarse de los sentimientos de inferioridad y del sentido de aislamiento, que abarcan el área de la salud emocional del ministro (Philadelphia: Westminster Press, 1983, págs. 29–47 y 65–90).

La salud física
Estrechamente vinculada con la salud emocional del ministro está la salud física. El ministro, como todo ser humano, necesita una cantidad normal de sueño por la noche para descansar adecuadamente. Necesita alimentos sanos para mantener el equilibrio físico. Necesita ejercicio físico todos los días. El horario y las actividades en que participa el ministro no dan suficiente tiempo para el ejercicio físico. Los ministros, por la naturaleza de su trabajo, pasan mucho tiempo sentados en su despacho preparando sermones, estudios bíblicos y programas para la iglesia. Por eso, necesitan programar actividades todos los días que le brinden la oportunidad de caminar o realizar otras formas de ejercicio.
Uno de los problemas de la mayoría de los ministros que pasan de los treinta y cinco años es el aumento de peso. Esto se debe a la falta de ejercicio y demasiada comida. Uno de los pecados más comunes entre los ministros es la glotonería. Los miembros de la iglesia siempre nos invitan a comer. Ellos sacrifican su comida de toda la semana para servir algo suntuoso al ministro. Si aceptamos su invitación en varias ocasiones en la semana, pronto vamos a tener un problema de obesidad.
El ministro necesita un programa constante de ejercicio físico. Si camina mucho en su visitación a los miembros, esto le beneficiará. Si no camina mucho, debe apartar un tiempo todos los días para realizar ejercicios. Los médicos nos dicen que necesitamos ejercicio para acelerar el latido del corazón en una forma sostenida durante veinte minutos todos los días. No es necesario someternos a un programa forzado que nos deje agotados físicamente; simplemente un ejercicio suave y una vigilancia de la cantidad de alimentos que ingerimos nos ayudarán para mantenernos en buenas condiciones físicas.
El ministro necesita someterse a un examen físico cada dos años antes de los cincuenta años de edad y cada año después de cumplir los cincuenta años. Este examen médico nos dará la oportunidad de corregir cualquier mal en las etapas iniciales, antes de que el problema sea crítico.
El ministro necesita tomar medidas para aliviar el estrés en su vida. En los últimos años mucho se ha escrito sobre este tema. Un buen libro, escrito en inglés, especialmente para ministros, se titula: Burnout in Ministry, por Brooks R. Faulkner. Las demandas del ministerio son tales que el ministro puede experimentar mucho estrés antes de darse cuenta. El tener un modo de relajarse y el practicarlo en forma regular le ayudarán. Cada persona tendrá una capacidad distinta para soportar las presiones de su trabajo, y cada uno tendrá su forma especial de relajarse. No es necesario dictar a cada persona lo que tiene que evitar ni lo que tiene que hacer para relajarse.
El ministro necesita un tiempo y una forma de recreación que pueda ayudarle a sentirse “recreado”. Para algunos esto puede significar viajes a lugares aislados para experimentar la soledad; para otros pueden ser oportunidades para tener compañerismo con amigos íntimos. Es bueno si el ministro puede separar un día para estar con la familia y participar en actividades del gusto de ellos.
El ministro necesita tomar vacaciones cada año. Las iglesias deben animar a su pastor a que tome vacaciones, salga de la comunidad y disfrute de un descanso. Durante esta ocasión puede dedicar tiempo a la lectura, al planeamiento de su programa de predicación y a aprovechar la oportunidad de visitar otras iglesias para observar sus programas. Esto le beneficiará a él y a su iglesia y el pastor y su familia regresarán renovados para trabajar con más energías.
Wayne Oates habla de la necesidad de librarse de aceptar todas las invitaciones que recibe para predicar, enseñar, dictar conferencias y participar en reuniones que comprometan al ministro hasta el punto de quedar completamente agotado (The Struggle to be Free, págs. 129–143). La necesidad de alimentar el “yo”, la necesidad de ser reconocido como persona importante, y a veces la necesidad económica presionan al ministro para aceptar invitaciones extras que posteriormente minan sus energías y hasta su salud. Numerosos son los ministros que se despiertan a los cuarenta y cinco años de edad, para descubrir que han logrado la fama pero han perdido el amor y respeto de sus hijos y su esposa.

La salud intelectual
El ministerio requiere que el pastor alimente intelectualmente a su congregación en su mensaje formal dos o tres veces en la semana. Para poder hacer bien esto, el pastor necesita pasar de tres a cuatro horas cada día en la preparación intelectual. Muchas personas dejan de asistir a la iglesia porque no reciben suficiente estímulo intelectual para hacerles querer seguir asistiendo. El ministro debe estudiar durante toda la vida. Debe tener un programa variado de lectura, y utilizar lo que lee en ilustraciones para sus sermones. Así la gente sabrá que van a recibir estímulo intelectual cuando van a la casa de Dios para adorar.
La congregación no espera que el pastor esté completamente informado como especialista en todos los campos; eso es imposible. Pero ella lo respetará más si se da cuenta por medio de sus sermones que está informado en términos generales de lo que está pasando en el mundo. Su predicación reflejará si está estudiando, o si depende de ideas viejas de épocas pasadas que todos ya habrán escuchado muchas veces. Esto es muy importante, pues el ministro debe tener ideas permanentemente frescas. El auditorio por lo general contiene personas que con frecuencia van a escuchar algo nuevo, como le ocurrió a Pablo. “Qué querrá decir este palabrero”, decían los epicúreos y estoicos (Hch. 17:18), pues esperaban que se les dijera algo nuevo.
No es posible legislar en cuanto al mejor lugar para estudiar, ni qué horario es el mejor para todos. Cada persona tendrá que determinar eso, según las circunstancias locales y su propio reloj interno. Algunos prefieren estudiar en las horas de la mañana, porque pueden concentrarse mejor. Otros prefieren hacerlo en las horas de la noche, cuando todos los demás están dormidos, porque así no experimentan interrupciones. Algunos prefieren estudiar en casa porque hay menos estorbo que en el templo. Otros prefieren ir al templo para estudiar, porque los ruidos de la casa y las interrupciones de los niños no les dejan concentrarse en lo que están estudiando. No hay una sola situación que sea ideal para todos. Cada persona puede encontrar la hora y el lugar más convenientes y con menos interrupciones. Lo indiscutible es que el pastor tiene que dedicar tiempo a la preparación de sus sermones y estudios bíblicos. La gente tiene mucha sed del mensaje de Dios, y agradecerán a la persona que se disciplina para predicar y enseñar ese mensaje.
El ministro tiene que cultivar su actualización en su doctrina, teología y filosofía. El apóstol Pablo encargó rigurosamente a su discípulo Timoteo sobre este aspecto: “Ocúpate en la lectura, la exhortación, y la enseñanza” (1 Ti. 4:12). Debe buscar oportunidades para participar en programas de actualización en el seminario del país donde está trabajando. Casi todos los seminarios ofrecen cursos que los pastores pueden aprovechar cada año. Otras instituciones locales, como institutos y universidades, ofrecen cursos seculares que pueden ayudar mucho al ministro para avanzar en sus conocimientos intelectuales. Podría matricularse en un curso en la universidad local, para mantenerse al día en varios campos. Puede aprovechar las bibliotecas locales para usar sus libros y así ahorrar la inversión de su propio dinero. Si puede leer un libro por mes de los nuevos que están saliendo de las casas publicadoras, esto le ayudaría a mantenerse al tanto de lo que pasa en el mundo.

La salud espiritual
Es paradójico que la persona que inspira a tantos a cultivar una vida devocional activa a veces queda faltante en este aspecto de su propia vida. Algunas encuestas hechas en seminarios indican que el separar un tiempo todos los días para leer la Biblia y comunicarse con Dios para el beneficio personal del ministro es una necesidad grande entre todos. A veces los ministros pensamos que, puesto que pasamos todo nuestro tiempo en comunicación con Dios, en oración intercesora por las necesidades de otros, en la preparación de mensajes para predicar y en el ministerio a la grey, no es necesario tener un tiempo especial para comunicarnos con Dios. Pero esto es un error en nuestra lógica. El ministro que separa un tiempo cada día para meditar sobre la Palabra de Dios en su propio beneficio, podrá ministrar con mayor eficacia y autoridad espiritual.
La mayoría de predicadores famosos recomiendan mucho la oración como parte de la clave del éxito. La predicación sin oración da como resultado congregaciones muertas. Cada enseñanza, cada sermón, si llega a dar en el blanco, es el resultado de la vida espiritual del ministro.
Una de las razones por las que algunos ministros abandonan el ministerio y otros sienten una presión agotadora es la falta de una salud espiritual dinámica. Podemos ver un ejemplo de salud espiritual en la vida del Señor Jesús, cuando continuamente se alejaba para orar: “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad… Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró”. (Lc. 22:39, 40).
En los últimos años hemos observado que los seminarios están despertando a la necesidad de enseñar a los jóvenes seminaristas las maneras de cultivar una vida devocional activa, puesto que varios de ellos han contratado a profesores para esta área y tienen cursos con crédito que tienen que ver con el estudio devocional de la Biblia y la oración. James D. Crane, quien durante muchos años fue un líder espiritual en México y otras partes del mundo, ha escrito un libro sobre la oración para ayudar a los ministros en este campo. Martin Thornton, clérigo de la Iglesia Anglicana, ha escrito Spiritual Direction, un libro que trata de explicar cómo los líderes deben de guiar a otros en su desarrollo espiritual (London: SPCK, 1985).
¿Qué puede hacer el ministro ya graduado del seminario para ayudarse a sí mismo en este sentido? Además del estudio de la Biblia para su crecimiento personal, y la comunión con Dios por medio de la oración, cada uno puede buscar otras maneras de enriquecer su propia vida espiritual. Algunos han descubierto que la lectura de sermones de predicadores muy respetados alimentan su vida espiritual. Otros escuchan a otros predicadores por radio y televisión para recibir estímulo espiritual. Otros son inspirados por medio de la música sagrada. Cada uno tiene que descubrir lo que da resultados en su propio caso.

Una ética de compromiso
Los ministros, u obispos de una iglesia, no sólo han de ser capaces de dirigir la iglesia, sino que también deben ser hombres de carácter elevado, con cualidades que indiquen un auténtico desafío a seguir a Cristo.

Una ética irreprensible
En los requisitos para los obispos (pastores) que Pablo nos da en 1 Timoteo 3 aparece la palabra “irreprensible”. Esta palabra, sumada a los demás requisitos que Pablo menciona, presenta las normas éticas más altas para el ministro en su vida personal tanto como en su vida pública.
Esto abarca el hecho de que el ministro debe tener templanza para controlar sus propios deseos carnales. Compromete el testimonio de la iglesia cristiana cuando el ministro es víctima de los vicios del alchohol, tabaco, drogas, o cualquier otro producto o deseo que es perjudicial para su cuerpo. El pueblo, cristiano o inconverso, no tiene mucha paciencia con el ministro que es descubierto en uno de estos vicios.
La ética personal incluye el hecho de que el ministro debe controlar sus impulsos sexuales. Los ministros evangélicos acostumbran casarse y tener su propio hogar, porque esto se considera normal. En el matrimonio se da la oportunidad de expresar el amor genuino, incluyendo el sexo. Esto es bendecido por Dios y es una manera de canalizar los impulsos en forma sana. Sin embargo, con frecuencia se escuchan las noticias trágicas de que algún pastor ha fracasado por una relación extramarital. Esto trae desgracia a Dios, al ministerio como vocación divina, a los demás ministros y a la comunidad cristiana en general. Por eso, cada ministro debe ejercer un control constante de sus impulsos y no permitir encontrarse en una situación donde la tentación puede apoderarse de él.
Hay muchas prácticas que parecen inocentes y que la gente dice que son aceptables para el ministro, pero que pueden ser el primer paso hacia un desliz moral que trae consecuencias funestas. Por ejemplo, el ofrecer el pastor llevar a una dama en su auto o en su moto, puede aparecer como gesto de cortesía, pero algunos que han fracasado dan testimonio del hecho de que su problema comenzó con ese gesto de cortesía tan inocente.
La relación de consejero y aconsejada entre el pastor y una dama en su iglesia puede solucionar problemas serios para la dama y su familia. Pero los dos deben de tomar todas las pecauciones para evitar malentendidos y chismes de entre las personas de afuera. El ministro no debe ir a la casa de una señora si sabe que su esposo no está en casa, a menos que su esposa pueda acompañarle. Es recomendable tener a otras personas en el edificio de la iglesia si el pastor acustumbra aconsejar en el templo. Debe mantener abierta la puerta de su oficina si no hay ventana, para evitar la posibilidad de una situación con repercusiones negativas. El testimonio de personas que han vivido experiencias tristes basta para que tomemos en serio estas medidas de prevención, pues ni aun el apóstol Pablo escapó al comentario de sus enemigos que le asediaban permanentemente y tuvo que hacer una defensa de su ministerio, ya que se le imputaban cargos que atentaban contra él mismo (1 Co. 9:3, 5). De la misma manera, el ministro de hoy debe tener sumo cuidado en cada uno de sus actos.
2.3.2 Una ética económica
El ministro no tendrá éxito en el ministerio si está motivado fuertemente por el dinero y las cosas materiales. Con raras excepciones, los ministros pasarán su vida en servicio a la humanidad y al Señor sin mucha recompensa material. Se ha dicho en multitud de veces que la mayor recompensa es la satisfacción espiritual que uno tiene al saber que ha ayudado a otros. Cada ministro tiene que recordar las palabras de Jesús: “De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:29, 30).
La situación económica de la mayoría de los pastores es uno de los nervios más sensibles. La gran mayoría viven constantemente preocupados por necesidades de la familia que no pueden cubrir con el sueldo que reciben. Cada mes trae más días que dinero para comprar la comida, la ropa, las medicinas y las demás necesidades de la familia de los pastores. Las iglesias deben tomar más interés en aumentar el sueldo del pastor cada año. Algunas encuestas hechas en varios países indican que en muchos casos los pastores reciben menos que el sueldo mínimo legal. Esto no debe ser así. También las encuestas indican que los ministros reciben un sueldo muy por debajo del de otros profesionales con la misma cantidad de preparación que se requiere de un pastor graduado de un seminario. La Biblia dice: “Digno es el obrero de su salario” (Mt. 10:10; 1 Ti. 5:18). Es lamentable cuando el ministro y su familia tienen que pasar experiencias dolorosas por carecer del sueldo suficiente porque la iglesia no reconoce su necesidad.
La mayoría de los ministros tienen más preparación formal que el gran procentaje de los miembros, pero su sueldo refleja el nivel de vida de los miembros más pobres o por debajo de la escala del promedio de los miembros. Los miembros de las iglesias deben estudiar bien el sueldo de sus pastores, sus capacidades y su beneficio para la obra del Señor. Al hacerlo, seguramente van a sentir la necesidad de aumentarles el sueldo.

Conclusión
El ministro es un siervo del Señor, que ha dedicado su vida a una misión que es básicamente espiritual en su naturaleza. El pasará su vida esforzándose por ayudar a las personas a relacionarse con Dios en una forma aceptable. Para poder hacerlo, tiene que tener una autoimagen sana, y encontrar alegría en el llamado que Dios le ha dado. No tendrá mucha eficacia si ejerce su ministerio con resentimiento por no estar ganando el dinero que otros profesionales ganan, o si no tiene las mismas comodidades que otras personas tienen con la misma preparación académica y experiencia.
El ministro necesita respetarse a sí mismo, lo cual incluye el cuidado de su propio cuerpo, y la protección de su salud. Necesita recordar que su grado de eficacia en la obra será proporcional a su capacidad de mantenerse en buena salud.
El ministro luchará para mantenerse alerta intelectualmente, para poder alimentar a los feligreses. Esto tendrá un efecto positivo sobre sí mismo tanto como sobre los miembros en la iglesia. La gente se acercará a escuchar al pastor que tiene un mensaje de Dios, basado en la Palabra de Dios y que responde a las necesidades de las personas en el mundo contemporáneo.

Giles, J. E. (2013). De pastor a pastor: Ética pastoral práctica (Duodécima edición, p.). Editorial Mundo Hispano.

Por qué conocer a tu rebaño es algo crítico para la predicación significativa | Jared C. Wilson

Por qué conocer a tu rebaño es algo crítico para la predicación significativa
Por Jared C. Wilson

El predicador se paseó por el escenario, mirando seriamente a la congregación. Era el momento de su invitación semanal. Él pidió a los que respondieron que levantaran la mano. Ninguna mano fue levantada. Pero no tenía ninguna manera de saber esto porque estaba en una pantalla de video.

Me encontraba a mi mismo en el local más cercano de esta iglesia con diferentes locales por una asignación del pastor, un hombre que recientemente que contrató para hacer un trabajo independiente de investigación para él. Visitar uno de sus muchos servicios remotos estaba supuesto a ayudarme a obtener «algo» de su ministerio. Y ciertamente lo hizo. Pero no podía evitar ser golpeado por el sentimiento de que esta forma de hacer ministerio no podía ayudar al predicador a «conocer» su congregación.

No sé lo que piensas sobre los lugares con videos o el modelo de locales múltiples de crecimiento de iglesia en general, pero esta experiencia y otras sólo ha afirmado algunas de las preocupaciones que tengo por la desconexión entre el predicador y el rebaño, y dilema en aumento en todo tipo de iglesias, grandes y pequeñas.

En realidad, este dilema no sólo está limitado a las iglesias que tienen diferentes locales o que trabajan a partir de la presentación de videos. Los pastores de iglesias en crecimiento de todos los tamaños lucharán continuamente con conocer sus congregaciones. Y la tentación de aislarse cada día más aumenta cuando es añadida complejidad a una iglesia en crecimiento.

Y por supuesto, es imposible que aún un predicador de una iglesia pequeña sea el mejor amigo de todo el mundo en su iglesia, y es imposible que los predicadores de grandes iglesias conozcan bien a todo el mundo. Pero el predicador cuyo ministerio está enfocándose cada vez más en la predicación y menos en el pastorado, ¡está socavando la tarea a la cual trata de dedicar más de su tiempo! La buena predicación requiere un pastorado de cerca. El ministerio de la predicación no puede estar divorciado del ministerio del cuidado de las almas; de hecho, la predicación es realmente una extensión del cuidado de almas. Más importantes.

La predicación significativa tiene en mente los ídolos de las personas
Cuando viajo a predicar a servicios de iglesias y conferencias, una de las primeras preguntas que regularmente le hago al pastor que me invita es «¿Cuáles son los ídolos de tu gente?» Quiero poder no sólo llegar y «hacer lo mío», sino también servir a este pastor y su congregación hablando lo mejor que pueda hacia cualquiera de las esperanzas y sueños que él puede identificar en su iglesia que no están devocionalmente unidas a Cristo como su mayor satisfacción. Tristemente, algunos pastores no saben cómo responder la pregunta.

Cuando Pablo entró a Atenas, vio que la ciudad estaba llena de ídolos (Hechos 17:16). Dicho esto, él no sólo vio esto como un problema filosófico sino espiritual que personalmente lo atribulaba. Y cuando él habló del mismo, lo hizo de manera tan específica refiriéndose a su devoción como el «dios no conocido» (17:23). Y cada vez que Pablo se dirigía a iglesias específicas en sus cartas, notarás que los tipos de pecados y mentiras a las que se dirigía eran muy específicos. Él no habló sobre generalidades. Él sabía lo que estaba sucediendo en esas iglesias.

Claro, esto no significa que comiences a avergonzar o exponer a las personas desde el púlpito. Pero sí significa que estás lo suficientemente en medio de la vida congregacional como para hablar en términos familiares. Hasta que un pastor no ha pasado tiempo de calidad con personas de su congregación, los ídolos que su predicación debe combatir con el evangelio serán meramente teóricos. Todos los seres humanos tienen algunos ídolos universales en común. Pero las comunidades donde las iglesias están localizadas, las congregaciones como una subcultura en sí mismas, y aún los grupos y las demografías específicas de las congregaciones tienden a transitar en ídolos patrones de pecados más específicos.

Conocer de antemano las esperanzas equivocadas a nivel financiero, de carrera y familiares de tu congregación te ayudará a saber cómo predicar. Te ayudará a escoger los textos correctos y hacer el énfasis correcto al explicar esos textos. Esto es lo que hace de la predicación un ministerio, y no simplemente un ejercicio.

La predicación significativa tiene a las personas que sufren como su enfoque
Puedo decirte de primera mano que mi predicación cambió después que comencé a estrechar la mano de las personas mientras morían y escuchaba el corazón de las personas mientras lloraban. Hasta que no has escuchado suficientes personas compartir sus pecados, temores, preocupaciones y heridas, tu predicación puede ser excelente y apasionada, pero no será todo lo que puede ser—profunda.

Muchos predicadores llevan la carga de la Palabra de Dios al púlpito, y esto es algo bueno. Recibir el manto pesado de la predicación llena de la gloria de Cristo, tener la carga de proclamar el favor del Señor en el evangelio es una tarea noble, digna y maravillosa. Pero el predicador también debe sentir el peso de su gente en ese púlpito. Debe subir a predicar luego de haber estado en el valle con ellos. Su manuscrito debería estar lleno de las lágrimas de su gente.

Conocer los sufrimientos que afligen a su gente de manera regular, evitará que el predicador se convierta en un tono sordo para su congregación. Él no será ligero en los lugares equivocados. Esto afectará todo tipo de ilustración que utilice, los tipos de historias que cuente, y—más importante aún—las disposiciones con las que maneja la Palabra. He visto predicadores hacer bromas sobre cosas con las que personas de su congregación estaban luchando. Y he sido ese predicador. Estamos para quitar cargas, pero con nuestras palabras no cuidadosas terminamos añadiéndole a éstas.

Predicador, ¿tienes un corazón genuino para tu gente? No me refiero a «¿eres tu alguien enfocado en las personas?» Me refiero a, ¿sabes lo que sucede en la vida de tu congregación, y esto te motiva y te atribula? ¿Has llorado con los que lloran? Si no es así, con el tiempo tu predicación lo mostrará. Piensa en Moisés, atribulado por los pecados de su pueblo (Éxodo 32:32). O en las lágrimas abundantes de Pablo (Hechos 20:31, 2 Corintios 2:4, Filipenses 3:18, 2 Timoteo 1:4). Piensa también en la compasión de Cristo, vista en los corazones de las personas (Mateo 9:36). Puedes creer que puedes trabajar en estos sentimientos sin conocer realmente tu congregación, pero no es lo mismo, especialmente no para ellos. No es lo mismo para ellos de la misma manera que cuando escuchas una palabra emocionante de un modelo a seguir no es lo mismo que escuchar una palabra emocionante de su padre. Predicador, no prediques tu texto sin llevar las verdaderas cargas de tu gente en tu corazón.

La predicación significativa tiene nombre de personas en la oración
Cada predicador fiel ora por su sermón. Ora para que la Palabra de Dios no retorne vacía (Isaías 55:11). Oran para que las personas sean receptivas. Oran para que las almas sean salvas y las vidas cambiadas. Estas son oraciones buenas. Y mejor aún es el sermón preparado y compuesto de oraciones de John Smith y Julie Thompson y la familia Cunninghan en los labios del predicador. Mejor aún es el sermón por el cual se ora sobre los escritos por la salvación de Tom Johnson y el arrepentimiento de Lewis y la sanidad de Mary Alice.

Repitas veces Pablo le dice a la gente bajo su cuidado que él los recuerda en sus oraciones (Efesios 1:6, 2 Timoteo 1:3, Filemón 1:4). Y debido a que él está frecuentemente mencionando nombres, sabemos que no lo hace de manera general. Y aunque Pablo no estaba pastoreando una congregación de cerca sino que servía mayormente como un misionero plantador de iglesia, trabajó duro para conocer a las personas que ministraba desde la distancia y buscaba visitarlas lo más frecuentemente posible. ¡Cuánto más debería el pastor de la iglesia local desarrollar relaciones con su gente! Él debería conocer sus nombres y llevar sus nombres en oración al cielo.

Es importante conocer a quién estás predicando. Es importante saber que la dama sonriente y que está asintiendo cerca del frente tiene una tendencia a no recordar nada de lo que has dicho. Cuándo sabes estas cosas, puedes orar por tu gente de una manera más profunda, personal y pastoral. Tu predicación será mejor. Será más real. No solo será algo que viene de tu mente y tu boca, sino de tu corazón, tu alma y tus agallas.

Claro, todo esto sume que estás interesado en este tipo de predicación. Si ves la predicación como algo que simplemente provee un «recurso espiritual» para las mentes interesadas y una charla para aquellos con inclinaciones religiosas y no como algo que ofrece un testimonio profético a partir de la Palabra de Dios revelada a los corazones de la gente, entonces puedes ignorar todos los puntos descritos anteriormente.

¿Cuál Es El Llamado A Ser Pastor? | David Huffstutler

¿Cuál Es El Llamado A Ser Pastor?
Por David Huffstutler

La ocasión pasada escribí sobre el deseo de ser pastor, principalmente de 1 Timoteo 3:1, pero también de otros pasajes que arrojan luz sobre el asunto. Como seguimiento, pensé que sería útil hacer la pregunta, «¿Cuál es el llamado a ser pastor? y aclarar lo que es y lo que no es en relación a ese deseo.

Como señalé la semana pasada, el deseo de ser un pastor está relacionado con el deseo de predicar el evangelio, lo cual es convincente, e incluso lo suficientemente fuerte como para superar las dificultades del ministerio. Este deseo puede manifestarse en mayor o menor grado de un pastor a otro, y puede haber dificultades en el ministerio cuando uno se da cuenta de la fuerza de este deseo. Este deseo, sin embargo, aunque es parte del llamado de un hombre al pastorado, no es en sí mismo un llamado a ser pastor.

Debemos notar que el mismo uso del término llamado implica que alguien que no sea el aspirante a pastor está haciendo el llamado. La pregunta es, ¿quién está haciendo el llamado?

A veces un candidato pastoral describe cómo supo que Dios lo llamó a ser pastor a través de algún tipo de evidencia circunstancial o incluso de un evento casi revelador. Puede haber recibido tal llamado a través de una invitación después de un sermón, después de una experiencia traumática de la vida, o en el silencio de hacer sus devociones en su casa. Sin descartar que Dios a veces puede usar estos medios providenciales para ayudar a un hombre a percibir el deseo de ser pastor, el deseo de ser pastor, incluso cuando se combina con estos eventos notables, no es suficiente para hacer el llamado a ser pastor.

En realidad, usamos más apropiadamente el lenguaje del llamado de otra manera, es decir, cuando una iglesia extiende un llamado a un hombre para que sea un pastor. Dios sigue siendo parte del proceso, sin duda, guiando y dando sabiduría (esperamos) a la iglesia para determinar si el candidato cumple o no con los requisitos de ser su pastor (cf. 1 Timoteo 3:2-7; Tito 1:5-9). En este tipo de llamado, cualquiera que sea el deseo del candidato, su deseo por sí solo no es determinante para convertirse en pastor. La iglesia evalúa si podría y debería ser su pastor y luego le extiende el llamado a hacerlo. Si acepta el llamado, entonces puede ser su pastor. Pero la percepción de este llamado es sólo cuando el llamado es dado por la iglesia.

Tal vez podríamos describirlo así: el llamado a ser pastor incluye factores tanto internos como externos al candidato. Internamente, él tiene fe, entiende la naturaleza y misión de la iglesia, sabe lo que es un pastor, y desea pastorear una iglesia. Externamente – algo fuera del control del candidato – Dios le ha dado los dones requeridos de enseñanza y supervisión, una iglesia reconoce estos dones, y le extiende el llamado a hacerlo en la capacidad formal de ser su pastor.

Pensando en el llamado de otra manera, debe ser el resultado natural de una relación orgánica entre la iglesia y uno de sus miembros (o, quizás, una iglesia y alguien que solicita ser su pastor). A medida que un hombre crece en Cristo y sirve en su iglesia local, será movido por el amor del Espíritu y guiado por lo que conoce de la Palabra para servir al pueblo de Dios de maneras únicas a sus dones. Sin embargo, en la práctica (por ejemplo, a través de un programa de entrenamiento de la iglesia o de alguna otra manera menos formal), con el tiempo queda claro para él y para la iglesia que desea ser pastor y que está dotado y calificado para tal papel. Naturalmente, uno esperaría, entonces se convierte en pastor.

Entonces, ¿cuál es el llamado a ser pastor? Creo que es simplemente una petición de una iglesia para que un hombre sea su pastor. Pero también es una petición condicionada al deseo de ese hombre de ser ese pastor y al reconocimiento de la iglesia de que ese hombre está calificado para desempeñar ese papel.

¿Quieres ser pastor? | Sean DeMars

¿Quieres ser pastor?

Sean DeMars

Un joven de veintitantos años está sentado en la banca de la iglesia, cautivado por el poder del sermón de su pastor. La exégesis es precisa, las ilustraciones impactantes, el celo palpable, y él está absorto en la Palabra de Dios. Todo cobra sentido cuando piensa: «Esto es lo que quiero ser. Esto es lo que quiero hacer con mi vida. Quiero ser pastor».

¡Alabado sea Dios!

La iglesia siempre necesita más pastores, y cuando un joven expresa un deseo sincero de realizar esa noble tarea (1 Ti. 3:1), la iglesia debería celebrarlo.

¿Pero qué pasa si este joven aspira a algo que no entiende? ¿Qué pasa si —de forma bastante errada— piensa que ser pastor es sólo predicar grandes sermones, dirigir grandes reuniones, estudiar, escribir y orar cuarenta horas a la semana?

Mi objetivo con este artículo no es asustar a los jóvenes para que se alejen del ministerio, sino darles una visión más clara de cómo es la vida del pastorado y desafiarlos a que consideren el costo antes de entrar en ella (Lc. 14:28-29). El ministerio pastoral es un ministerio de sacrificio, la mayor parte del cual es imprevisto.

Este es mi llamado al aspirante a pastor: hermano, considera el costo.

  1. CONSIDERA EL COSTO EMOCIONAL

Jesús, el gran pastor, lloró por el rebaño (Lc. 19:41). Su ministerio conllevó una profunda angustia emocional (Lc. 22:44).

No somos mayores que nuestro Señor (Jn. 15:20). El ministerio evangélico implicó un costo emocional para Jesús, y también lo hará para nosotros. Las deserciones de la fe te sacudirán. El bloqueo mental te cansará. Las ovejas que muerden te frustrarán, te entristecerán y te herirán. Y como Jesús te ama, te humillará (2 Co. 12:7-10). El ministerio pastoral no es fácil; no se supone que deba serlo.

La buena noticia es que Dios mostrará su poder en tu debilidad emocional. Pero no te equivoques, el ministerio te pasará factura emocional (2 Co. 11:28, Fil. 2:28). Si no lo hace, algo anda mal.

  1. CONSIDERA EL COSTO FAMILIAR

Tener una familia que sirva a tu lado en el ministerio será, en muchos sentidos, una bendición (1 Co. 9:5). Sin embargo, los aspirantes a pastores deben saber que su familia experimentará el costo del ministerio con ellos.

Poco de tu vida familiar permanecerá intacta por las pruebas y dificultades del ministerio. Esto no es teórico. Me refiero a tu esposa e hijos. Ser hijo de un pastor, incluso en una iglesia sana, tiene sus desafíos. Ser esposa de un pastor, incluso en una iglesia realmente sana, puede ser bastante difícil. Aunque recibas la mayoría de los impactos directos, es casi seguro que tu familia recibirá parte de los disparos.

Sin duda, la proximidad de la familia de un pastor a la iglesia trae bendiciones únicas. Pero no existe tal cosa como una bendición absoluta en un mundo caído. Incluso en las iglesias donde la «esposa del pastor» no se considera un cargo, y donde a los hijos de los pastores se les permite ser simplemente niños, tu familia experimentará la vida en la iglesia local de manera diferente a todos los demás, y a veces dolorosamente.

  1. CONSIDERA EL COSTO ESPIRITUAL

Mi amigo Shai Linne dice que Satanás tiene flechas de fuego especiales para los pastores. Creo que tiene razón, sobre todo si eres el pastor que más predica.

Incluso en iglesias con responsabilidades de predicación compartidas, el pastor principal será el que imparta la mayor parte de la enseñanza pública, lo que significa que sus palabras serán sometidas sistemáticamente a un mayor escrutinio por parte de la congregación. Hablará más, lo que significa que sus errores ministeriales recibirán mayor exposición. El ministerio en el púlpito del pastor titular representará, en cierto sentido, la posición doctrinal de la iglesia, lo que significa que será un pararrayos para la controversia, los desacuerdos y los ataques.

Los pastores deben soportar las críticas como Moisés (Nú. 12:1), las falsas acusaciones como José (Gé. 39:11-20), el abandono y la traición como Pablo (2 Ti. 4:10), y deben asumir la cruz del amor sacrificial como Jesús (Jn. 13:34).

  1. CONSIDERA EL COSTO FÍSICO

Probablemente has visto las fotos comparativas de presidentes al comienzo de su primer mandato y al final de su segundo mandato. En la primera foto, el recién nombrado presidente luce joven, viril y fuerte; en la segunda foto, el veterano presidencial se ve demacrado, cansado y viejo. Los trabajos duros desgastan el cuerpo. Ser pastor es como muchas otras bendiciones en un mundo caído: muy bueno pero muy duro.

Los madrugones y las noches en vela son demasiado frecuentes. Una apretada agenda ministerial fácilmente deja de lado el tiempo para hacer ejercicio con regularidad. Comer (o no comer) por estrés es habitual.

Puede que nos guste pensar que nuestros cuerpos son de hierro fundido, pero la Escritura nos dice que son más bien vasijas de barro (2 Co. 4:7), que se agrietan con demasiada facilidad bajo una presión constante.

CONCLUSIÓN
Business time
El joven que se siente intimidado por el ministerio público del púlpito debe saber que el pastor que predica a la iglesia también debe pastorearla.

Ser pastor en la iglesia de Dios es una vocación noble y una vida bien empleada (1 Ti. 3:1). Sin embargo, el aspirante a pastor nunca debe olvidar que el llamado pastoral es un llamado a sufrir.

Es mi oración que cualquier joven que lea este artículo se levante, por la gracia de Dios, y abrace tal llamado, sabiendo que esta aflicción ligera y momentánea producirá una gloria futura incomparable (Ro. 8:18, 1 P. 5:10).

Sean DeMars es pastor de la Iglesia de la 6ta. Avenida en Decatur, Alabama. Anteriormente sirvió a los pueblos de Perú predicando, enseñando y viviendo la Palabra de Dios. Puedes encontrarlo en Twitter en @SeanDemars.

¿Por qué hay pastores que no pastorean? | Oscar Morales

¿Por qué hay pastores que no pastorean?

Oscar Morales

Hace aproximadamente unos 15 años solía escuchar a través de la radio casi todos los días a un pastor de una congregación grande de mi país. Sus enseñanzas las consideraba de bastante bendición y mucho conocimiento, por lo que decidí un día ir a su iglesia para poder aprender un poco más. Al llegar a la congregación tomé mi lugar y el servicio empezó, sin embargo no lograba localizar visualmente al pastor. Al terminar el momento de alabanza una señora subió a dar algunos anuncios y luego hizo la presentación del pastor. El pastor salió de una de las puertas de al lado del escenario junto con tres personas más. Estas personas estaban vestidas de la misma forma y tenían walkie-talkies en las manos, uno de ellos llevaba una Biblia, la cual después de dejar al pastor en el púlpito entregó a él. Estos eran lo que hoy conocemos como “escuderos del pastor”, algo que yo en aquel tiempo no tenía ni la menor idea de qué significaba. Después de que el pastor subió, la señora le entregó un vaso de agua y junto con estas personas se sentaron en unas sillas en el escenario, justo detrás del pastor.

Años después, a través de varios amigos, me enteré que este pastor le decía clara y constantemente a la gente que por favor no le buscaran, que su labor era predicar y nada más, el no tenía tiempo ni le gustaba saludar gente. Que la razón de tener a este equipo de personas era para que le ayudaran a que nadie se le acercara después de haber predicado.

¿Un pastor que no pastorea?
¿Puede alguien ser un pastor que no pastorea? Tristemente, esto se mira demasiado. Pero, ¿debería ser así? El llamado pastoral descrito en la Palabra de Dios es un llamado serio del cual todos daremos cuentas de lo que hicimos (Heb. 13:17). Es un llamado en la mayoría de casos a sufrir juntamente con Cristo (1 Co. 16:8-9; 2 Co. 1:8-11; 4:8-11; 6:3-5; 11:16-33). También es un llamado el cual Dios nos advierte que no deberíamos buscarlo con ligereza (Stg. 3:1). Y sumado a todo esto, la Biblia también nos da las características de quienes buscan el llamado, la descripción y las responsabilidades de este llamado (1 Tim. 3, Tito 1, 1 Pd. 5). El que Dios en Su infinita sabiduría y soberanía haya usado la figura del “pastor de un rebaño” para describir la labor del liderazgo de ancianos en la iglesia no es para nada casualidad, y no solo eso, Jesús mismo se describe como “el buen Pastor” (Jn. 10). Esta es una de las más grandes responsabilidades y privilegios que Dios nos ha dado (1 P. 5:3; Jn. 21:15-19). Entonces, surge otra pregunta.

¿Por qué hay pastores que no pastorean?
Las razones pueden ser varias. Desde problemas emocionales, miedo al hombre y a los conflictos hasta la inmadurez, inexperiencia o la peor y más peligrosa razón: simple y sencilla indiferencia. Al final, ellos fueron llamados a enseñar, ocupar el púlpito, ser admirados excesivamente, recibir toda clase de elogios y aplausos, pero ¡Dios guarde que tengan que ensuciarse las manos con las personas que Dios ha permitido que estén bajo su cuidado!

Pueden ser varias las razones, pero al final la raíz creo que es la misma: no han entendido lo que significa ser pastor. El pastorear no es una labor fácil y mucho menos con caducidad de tiempo. El pastorear involucra tiempo, esfuerzo, paciencia, y por sobre todo amor para con el rebaño. Es curioso que Jesús en su conversación con Pedro haya usado dos palabras para enfatizar la labor que por amor a Él debía de hacer, apacentar y pastorear las ovejas.

Cuando Cristo no está sentado en el trono de nuestro corazón por completo, amamos más otras cosas, personas y experiencias que a Él. Probablemente estamos amando más la admiración, la posición, el liderazgo, el reconocimiento, etcétera; cosas que desde el inicio del mundo el mismo diablo ofreció a nuestros primeros padres: “… serán como Dios” (Gn. 3:5), y al mismo Jesús “…todo esto te daré” (Mt. 4:9), a cambio de adorarle a él y desobedecer a Dios.

Pongamos atención a la conversación de Jesús con Pedro, la condición para poder pastorear y apacentar al rebaño era su amor por su Señor. ¿Cómo puede alguien que se dice pastor decir que no tiene tiempo ni ganas ni llamado para atender, escuchar o estar con la gente? ¡Que Dios nos perdone y tenga misericordia!

Pastor, ¿estamos obedeciendo a Dios en nuestras responsabilidades como pastores de Su rebaño? ¿Estamos siendo buenos mayordomos de ese llamado? No tenemos empleados, son ovejas. No tenemos jefes, son ovejas. No tenemos sirvientes, son ovejas. No tenemos sub-ordinados, son ovejas. Ovejas por las cuales nuestro Señor Jesucristo dio su vida por amor y nos encomendó enseñarles, modelarles y amarlos a través de ese mismo mensaje. Recuerdo una vez haber leído una frase de Ed Stetzer que decía:

“El evangelio vino a los griegos y los griegos lo volvieron filosofía. El evangelio vino a los romanos y los romanos lo volvieron un sistema. El evangelio vino a los europeos y los europeos lo volvieron a la cultura. El evangelio vino a América y nosotros lo hemos vuelto un sistema de empresa/negocio.”

Amado pastor, oremos al Señor, arrepintámonos día a día, regresemos a la cruz y el evangelio a cada minuto y preguntémonos si estamos levantando día a día el reino de Jesús en la vida de quienes nos rodean. ¿O es solo nuestro propio reino? Estamos desarrollando más lideres para des-centralizar el liderazgo de la iglesia y poder pastorear adecuadamente al pueblo de Dios ¿o queremos ser “el único”? Te ves como el presidente ejecutivo de una compañía multinacional ¿o te ves como el siervo más humilde que lava los pies de quien incluso lo iba a traicionar? (Jn. 13:1-15) ¿Permites que un Zaqueo pueda compartir su vida contigo? (Lc. 19:1-10). ¿Dejas que los niños se acerquen contigo o sientes que interrumpen y aturden al “siervo de Dios”? (Mt. 19:14). O incluso ¿permites que una mujer con flujo de sangre (considerada sucia) te toque sin decirle a tus “escuderos” que estás muy ocupado? (Lc. 8:43-48).

Recuerda, amado pastor, que de todo lo que hagamos con el rebaño, daremos cuenta un día delante de Dios.

Oscar Morales es pastor en Iglesia Reforma, ha trabajado por más de 20 años en el ministerio. Está casado con Regina, es papá de Alex y Sofía. Disfruta de la música, de los deportes y la tecnología. Lo puedes encontrar en Twitter o en su blog personal.

Por qué un mundo poscristiano necesita pastores-teólogos | Kevin J. Vanhoozer

Karl Marx se quejó una vez de que la filosofía «solo ha interpretado el mundo de diversas maneras; el punto es cambiarlo». ¿Qué hay de la teología? ¿Tiene un mejor historial efectuando cambios?

Hoy en día, algunos descartan alegremente la teología por considerar que hace tiempo que pasó su fecha de caducidad. Esta postura es corta de vista. La verdad es que los pastores-teólogos son dones del Cristo ascendido para la iglesia (Ef 4:8). Informados por la Palabra y fortalecidos por el Espíritu, Cristo usa a los pastores teólogos tanto para interpretar el mundo como para transformarlo. Como si fueran socorristas, se adentran en la crisis de nuestro mundo poscristiano y forman discípulos para atender sus necesidades más urgentes.

Desastre en potencia
Ya no estamos en países cristianos. Las señales reveladoras de nuestro mundo poscristiano son la disminución de la influencia del cristianismo, el descenso de la asistencia a las iglesias, la disminución del respeto por la iglesia y la disminución de la influencia cristiana en los principales ingredientes de nuestra cultura: sus creencias, valores y prácticas. En nuestro mundo poscristiano, también se ha producido un cambio en la forma en que las personas entienden y reaccionan ante el término «cristiano».

Informados por la Palabra y fortalecidos por el Espíritu, Cristo usa a los pastores teólogos tanto para interpretar el mundo como para transformarlo

En algún momento del siglo XX, el mundo occidental se despertó, al igual que el ministro de la novela de John Updike In the Beauty of the Lilies [En la belleza de los lirios], para descubrir que había perdido la fe. La velocidad a la que el «post» ha afectado el entendimiento del cristianismo es sorprendente. ¿Qué acaba de pasar?

Ningún argumento o descubrimiento científico es responsable del fin de la era cristiana. La obra de Charles Taylor A Secular Age [Una era secular] sugiere que la revolución fue interior, en la forma en que la sociedad imagina el mundo y el lugar de la humanidad en él. Las razones son complejas, pero el resultado es palpable: habitamos un mundo en el que la existencia de Dios no se siente como algo obvio, intuitivamente correcto o plausible. El mundo se siente de este mundo.

Una de las muchas consecuencias de nuestra cultura poscristiana sobresale: la posalfabetización. Desde el principio, y más aún después de la Reforma y la imprenta, el cristianismo se ha centrado en la Palabra. En una cultura posalfabetizada, sin embargo, las personas se comunican a través de una variedad de plataformas multimedia; la palabra escrita ya no ocupa un lugar de honor. En una cultura saturada de TikTok, Instagram y YouTube, los periodos de atención deben ser de solo unos minutos (lo siento, predicadores de larga duración).

Una cosa es tener una visión elevada de las Escrituras, y otra muy distinta saber leer los diversos libros y géneros de la Biblia como parte de una historia canónica unificada

Si combinamos poscristiano y posalfabetizado, el resultado es el analfabetismo bíblico: la incapacidad de comprender la gramática, la historia o la lógica del cristianismo bíblico. Una cosa es tener una visión elevada de las Escrituras, y otra muy distinta saber leer los diversos libros y géneros de la Biblia como parte de una historia canónica unificada. En nuestra cultura poscristiana, incluso a los cristianos les cuesta saber cómo leer bien la Biblia o cómo navegar por los desacuerdos interpretativos.

Las personas siguen consumiendo noticias, pero el evangelio (las buenas noticias) es en gran medida ininteligible en un mundo poscristiano. La sobrecarga de información y las continuas noticias de última hora nos insensibilizan ante lo que realmente necesitamos saber: la verdadera noticia de última hora de que el reino de Dios está irrumpiendo en nuestro mundo a través del Espíritu de Jesucristo. No se puede concebir una noticia mejor.

El pastor-teólogo como socorrista
Para un secularista, el mundo es materia en movimiento, sin sentido a menos que los humanos puedan hacer algo con él. Abundan las historias distópicas y se respira un desencanto general. Sin embargo, en lugar de dejarse llevar por el pánico, muchos se divierten hasta la muerte.

La situación actual es una catástrofe en la que los pastores-teólogos actúan como socorristas, personas preparadas y capaces de aparecer y ayudar en emergencias y crisis.

Cuando oímos «socorristas», tendemos a pensar en bomberos, paramédicos y personal de búsqueda y rescate. Sin embargo, los pastores-teólogos también están en las trincheras, enfrentándose a vidas quebrantadas, familias fracturadas, muerte y desesperación. Están en la primera línea de los debates sobre ética, espiritualidad y política.

Podría decirse que la crisis más importante a la que deben enfrentarse los pastores-teólogos es el analfabetismo bíblico en la iglesia. La iglesia es la sociedad de Jesús, y los pastores son los encargados de garantizar que la historia que gobierna el imaginario de la congregación es la historia de lo que el Padre está haciendo en el Hijo a través del Espíritu para reunir todas las cosas a Cristo (Ef 1:10) y renovar y reconciliar todas las cosas en Él (2 Co 5:17-19).

Los pastores-teólogos responden a las exigencias de la vida y al reto exegético de leer la Biblia sirviendo a Cristo: proclamando, enseñando y celebrando su nueva realidad de el «ya pero todavía no».

La iglesia local: Lugar para la alfabetización bíblica y el cristianismo de nuevo nacimiento
No es momento para la desesperanza. No necesitamos reinventar la iglesia, sino redescubrirla, porque la iglesia es creación de Dios. No es momento de abandonar la teología, sino de profundizar en ella para llevar cautivo a Cristo todo pensamiento y todo imaginario social. La iglesia local es el lugar para cultivar la alfabetización bíblica, para aprender lo que todo cristiano necesita saber para representar a Cristo y Su reino.

No es momento de abandonar la teología, sino de profundizar en ella para someter a Cristo todo pensamiento y todo imaginario social

La iglesia local es la esperanza del mundo, pero solo si permanece en el dominio de la Palabra, al ser un lugar donde se cultivan hábitos de lectura y donde la Palabra que se lee se escucha y se practica. Los pastores-teólogos, quienes ministran la Palabra, son catalizadores de la alfabetización cristiana en parte ayudando a las personas a leerla como su principal narrativa de identidad.

Es en la iglesia local donde aprendemos la historia del Cristo cuyo nombre llevamos. Es en la vida en común de la iglesia donde el cristianismo se hace sentir socialmente plausible. El lugar de la iglesia local es en el mundo poscristiano, pero no es desde él donde el cristianismo debe nacer de nuevo.

El gobierno de Cristo se hace visible cuando llama, reúne y reconcilia la vanguardia de una nueva humanidad. ¿Puedes ver soplar al Espíritu?

Con disculpas a Marx, quien pensaba que había que superar el cristianismo, la verdad es que el mundo poscristiano nunca podrá ser más que precristiano, porque el mundo ya es y siempre será del Señor: «Del SEÑOR es la tierra y todo lo que hay en ella» (Sal 24:1).

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
Kevin J. Vanhoozer es profesor de investigación de teología sistemática en la Trinity Evangelical Divinity School de Deerfield, Illinois. Es autor de varios libros sobre teología, hermenéutica y cultura.

Viviendo como una iglesia – Clase 2: La membresía

Viviendo como una iglesia

Por Capitol Hill Baptist Church (CHBC)

Clase 2: La membresía

Introducción
Me gustaría iniciar con una pregunta: ¿En qué se diferencia el compromiso que contraemos con otras personas en la iglesia de los otros compromisos que hacemos en la vida?

La semana pasada empezamos considerando la gloria de la iglesia. Nuestra iglesia está compuesta de personas cuyo conocimiento, amor y paciencia es limitado. Tenemos diferentes personalidades, diferentes expectativas, diferentes trasfondos, diferentes maneras de comunicarnos y diferentes prioridades. Mezclas todo eso y parece que es probable que termines en problemas. Pero gracias al poder del evangelio, en realidad obtienes una proclamación colectiva de la gloria de Dios.

¿Cómo es eso posible? Es posible cuando nos amamos unos a otros con un compromiso que es evidentemente sobrenatural. ¿Cómo es ese compromiso? Responderemos esa pregunta en el transcurso en dos semanas. El día de hoy, estudiaremos la profundidad de ese compromiso. Y la siguiente semana veremos la amplitud del mismo, amar a aquellos con los que tenemos poco en común, excepto Jesús.

Así que consideremos la profundidad de este compromiso. Una aclaratoria: En resumidas cuentas, realmente esta es una clase que trata acerca de la membresía de la iglesia. Podrías estar pensando: «Ya soy miembro. Me convenciste. ¿Debería irme ahora?». ¡No! Es mi deseo que al explicar lo que es la membresía, y cómo se diferencia de otros compromisos, seamos renovados y podamos recordar la dulzura única del profundo compromiso que tenemos entre nosotros en esta iglesia. Y lo que aprendamos nos ayudará a ser mejores miembros de la iglesia. Para ello, quiero dedicar algo de tiempo para hacer una distinción entre el compromiso natural de este mundo, que denominaremos: «COMPROMISO BASADO EN LA COMODIDAD», y el compromiso de la membresía de la iglesia, al que llamaremos: «COMPROMISO BASADO EN EL LLAMADO».

El compromiso basado en la comodidad
El compromiso es algo que nuestro mundo entiende. Los fanáticos de Redskins están comprometidos con los Redskins. Las personas se comprometen con sus trabajos, con sus destinos favoritos para vacacionar, con sus países. Y las personas se comprometen con sus iglesias. Pero la razón exacta por la que las personas se comprometen con sus iglesias puede variar un poco.

Diría que es común para las iglesias hacer que las personas se comprometan con ellas de la misma manera que lo harían con cualquier otra cosa en el mundo, a través de un compromiso basado en la comodidad. Permíteme ilustrar esto con un ejemplo secular: cómo podrías comprometerte en comprar productos de la marca Apple. Al principio, una computadora Mac es solo otra computadora y un iPad es solo otra pantalla. Pero tal vez termines pidiendo prestado la computadora Mac de un amigo para revisar un correo y te das cuenta de que la pantalla no se cuelga tanto como lo hace en tu computadora. Difícilmente podrías considerarte un usuario de Mac comprometido en este punto, pero estás intrigado. Así que cuando tu computadora finalmente muere, haces algunas compras en línea y decides darle a Mac una oportunidad, incluso si cuesta un poco más. Después tus amigos comienzan a notar que estás usando una computadora Mac, y los que parecen más emocionados son personas bastante geniales. Luego de que te acostumbras a ella, encuentras que realmente te gusta la manera en la que funciona y lo intuitivo que es todo. También la forma en que encajas mejor cuando trabajas en una cafetería. De repente, te das cuenta de que has estado hablando mucho acerca de tu computadora porque tu tía te da un iPad como regalo de navidad, que se convierte en una parte inseparable de tu cerebro. Antes de que lo notes, estás yendo a convenciones de Mac, vistes a tus hijos con trajes de Apple, y te preguntas cómo habías podido vivir sin tener todos tus dispositivos sincronizados.

¿Y cómo pasó? Ciertamente no sucedió todo de una sola vez y, de hecho, ni siquiera buscabas convertirte en un fanático de la marca Apple. Pero mientras más te adentrabas, más atractivo parecía todo, hasta que ya estabas en lo profundo.

Para muchos cristianos, así es como luce la iglesia. Comienzan enfatizando que no tienen ninguna expectativa con la iglesia, y la anuncian como un gran lugar para prosperar moralmente, educar a sus hijos, encontrar una comunidad, sentirse seguros, cómodos y atendidos. Luego te unes a un grupo pequeño y conoces a algunas personas que te agradan. En algún punto en el camino te conviertes en un miembro, pero la membresía no es el objetivo en sí. La meta es que dentro de algunos años, realmente te hayas comprometido con tu iglesia principalmente porque te gusta y lo ves como algo fácil.

Eso es lo que llamamos un compromiso basado en la comodidad. Funciona para los consumidores; funciona para las iglesias.

El modelo expuesto, sea la marca Apple o una iglesia, es el compromiso visto como un proceso. Con el tiempo, ves que la iglesia local suple tus necesidades y comienzas a sentirte más cómodo allí. Y mientras más cómodo te sientes, te comprometes más a profundidad. Así, suavizamos el camino a nuestras iglesias y resaltamos los beneficios de estar más involucrados. Con suerte, podremos atraer a las personas como consumidores y con el tiempo verlas convertirse en proveedores. Este es el compromiso basado en la comodidad, y se trata un proceso. Se caracteriza por un amplio, general e impreciso trato de la Palabra de Dios… y como podrás imaginar, a menudo puede llegar a fomentar el testimonio cristiano lo cual es muy débil.

El compromiso basado en el llamado
No obstante, no denigremos el compromiso basado en la comodidad en general, es natural correr hacia lo que es cómodo. Sin embargo, deberíamos hacer una diferencia entre dicho compromiso y lo que aspiramos en nuestras iglesias. El compromiso basado en el llamado se diferencia porque tiene una profundidad y una riqueza que el compromiso basado en la comodidad no puede reproducir. Consideremos algunas de estas diferencias:

A. El Nuevo Testamento describe a todos los cristianos como profundamente comprometidos con su iglesia local de maneras que son significativas, a veces dolorosas y bastante deliberadas. Toma las palabras de 1 Juan como un ejemplo: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4:19-20).

Para Juan, el amor entre los creyentes es una señal de la fe salvadora. Compara eso con el compromiso basado en la comodidad, y verás que la Biblia nos llama a amar a los demás, la comodidad exige que nos amemos a nosotros y prioriza nuestras preferencias.

B. Una pregunta interesante de diagnostico que puedes hacerte es: ¿Por qué vas, y sigues yendo a la iglesia? ¿Qué te motiva a pasar gran parte de tu fin de semana en ese lugar? El compromiso basado en la comodidad podría señalar razones sociales, personales y profesionales. El compromiso basado en el llamado se enfoca en la obediencia a Dios y en un deleite en su iglesia como uno de sus principales motivadores.

El motivo de nuestra comunidad debería decir algo acerca de nuestra fe en Cristo. Nuestro compromiso como miembros de una iglesia deberá distinguirse del compromiso del mundo. Nuestras interacciones deberían parecerse más a las de Cristo y menos a las de nuestros compañeros de trabajo, amigos o vecinos.

El compromiso basado en el llamado se compromete primero, y luego hace preguntas sobre los beneficios recíprocos. El compromiso basado en el llamado busca la unidad de Cristo y crece con la diversidad como trasfondo.

C. Tercera distinción: La relación. Solía asistir a una iglesia en Sydney. Era una gran iglesia que dedicaba gran parte de su tiempo a pensar en formas de alcanzar a tanta gente como fuera posible. Querían atraer a las personas sin importar lo que hiciera falta. Realmente tenían buenas intenciones, el problema era que sin compromiso habían muy pocas relaciones profundas, ciertamente no existía una cultura de comunidad o un enfoque en un discipulado personal. Todo era superficial, ya sabes, es más cómodo de esa manera, y al final así es como florecerían la relaciones auténticas… desafortunadamente ese no era el caso.

Insólitamente, es con la formalidad de la membresía que se forman las relaciones profundas. Esto no significa que una relación verdadera no pueda darse sin la membresía de la iglesia, pero prácticamente… con cada miembro nuevo que se aprueba en nuestra membresía queda tan claro como el día a quiénes estamos llamados a amar, queda claro a quiénes debemos proteger, queda claro con quiénes debemos iniciar una relación en nuestra iglesia local. Ellos se han comprometido de manera obvia y pública con nuestra congregación, y nosotros nos hemos comprometido con ellos de la misma forma.

Una iglesia que se edifica en torno a la membresía es evidentemente diferente. Requiere de un compromiso significativo. Decides prometer amar a un grupo de cristianos de manera profunda y sacrificial incluso antes de realmente conocerlos bien. Así, tu compromiso no se basa en sentimientos de apego, de comodidad o de pertenencia, aunque esperamos que esas cosas se den eventualmente, sino que es un compromiso que haces simplemente porque es parte de seguir a Jesús. Puedes encontrar relaciones auténticas en una congregación que se toma en serio la membresía de la iglesia.

Por tanto, esta idea del compromiso basado en el llamado es un compromiso mutuo sencillamente porque forma parte de ser llamados a la familia de Dios. Comprometerse con otros creyentes por medio de la iglesia local es lo que caracteriza a un cristiano. Observa nuevamente el pasaje que leí en 1 Juan. Dice que toda persona amada por Dios, salvada por Dios, ama a otros cristianos en respuesta.

Eso quiere decir que tenemos que dejar de ver el compromiso con la iglesia local como un proceso y debemos comenzar a verlo como un acontecimiento. El acontecimiento es nuestra salvación y el compromiso es algo que se deriva inevitablemente. Eso no significa que todos nuestros compromisos con la iglesia local deben ser significativos, hay mucho espacio para el crecimiento. Quiere decir que hacemos un compromiso por adelantado, por lo que significa ser cristiano.

En ese sentido, encontrarás mucho del compromiso basado en la comodidad en iglesias cuyo compromiso se basa en el llamado. No hay nada de malo con el compromiso basado en la comodidad, el problema surge cuando se convierte en nuestro principal enfoque para hacer vida en la iglesia. Si esperamos facilitar nuestro caminar en la iglesia y ver que el compromiso basado en la comodidad surta efecto con el tiempo, tendremos una comunidad consumista, con relaciones superficiales, para nada diferente al mundo. En cambio, deberíamos reconocer que Dios nos llama a comprometernos de manera profunda y significativa con una iglesia local cuando nos llamó a la salvación. Si esa es nuestra actitud hacia la iglesia, encontraremos una comunidad que sea honesta acerca de lo que significa ser cristiano y que sirva como un rico catalizador para las relaciones cristianas.

El compromiso que es significativo
¿Cuáles son algunos de los componentes elementales de este compromiso del que hemos estado hablando? ¿Cómo es? Aquí tienes cuatro partes básicas a considerar:

A. El compromiso sacrificial. Romanos 12:13-16 nos dice que compartamos «las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad… Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros». Si mi esposa y yo no podemos tener hijos, debería alegrarme cuando otro miembro de la iglesia quede embarazado. Si acabo de conseguir un nuevo empleo, debería acompañar en su tristeza a la hermana que perdió el suyo. Debería dar mi dinero, mi tiempo y mi hogar para cuidar de otros en mi iglesia, simplemente porque ellos forman parte del pueblo de Dios. Amar de esta manera no es únicamente para un grupo de cristianos élite; esto es lo que significa ser cristiano.

B. El compromiso de reunirnos. Hebreos 10:25 nos dice que la vida cristiana consiste en no dejar de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino en exhortarnos; y tanto más, cuando vemos que aquel día se acerca. Ser cristiano implica reunirnos con otros cristianos regularmente. El autor de Hebreos no visualiza otra categoría de cristianos.

C. El compromiso de esimularnos mutuamente. Utilizando ese mismo pasaje, el versículo 24 nos dice que debemos considerarnos unos a otros «para estimularnos al amor y a las buenas obras», algo que claramente se lleva a cabo por medio del versículo 25. Y esa clase de estimulo en el libro de Hebreos implica mucho más que una sacudida de manos momentanea al cruzar la puerta. Como vemos en el capítulo 3, el estimulo es el antídoto para la incredulidad. Estimular significa fortalecer la fe de otros. Un cristiano no solo está comprometido con su bienestar espiritual, también se compromete a ayudar a otros a luchar por la fe.

D. El compromiso de protegernos mutuamente. Mateo 18. Jesús dice que si un hermano peca contra mí, debo hablar con él al respecto. Si no se arrepiente, debo llevar conmigo a uno o dos hermanos. Y si todavía sigue sin arrepentirse, debo comunicarselo a la iglesia. «Y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano». En otras palabras, expulsalo de la iglesia. La última barrera para el autoengaño en este mundo es la iglesia local. Nadie más puede decirme tan fuertemente que la fe que profeso con mi boca se contradice con mi vida. Y es interesante que esta autoridad no se otorga al pastor, o a los ancianos, sino a la iglesia. Por supuesto, protegernos mutuamente del autoengaño de la inmoralidad o de la falsa doctrina es algo que hacemos bajo un liderazgo sabio y amoroso. Pero finalmente, el Nuevo Testamento delega la responsabidad de cuidarnos unos a otros a toda la iglesia.

Cristiano, Dios te ha llamado a hacer estas cosas: Amar a otros cristianos sacrificialmente. Reunirte con ellos con regularidad. Estimularlos a la fe. Y protegerlos del pecado y del autoengaño. Hacer estos compromisos no es algo que debamos dejarselo a los cristianos maduros; es lo que la Biblia supone que todo cristiano debe hacer. Así es la profundidad de este compromiso.

Si nos detenemos aquí, seguimos sin entender completamente la profundidad del compromiso que debemos encontrar en la iglesia local. Porque el compromiso bíblico en una iglesia no solo es importante, también se formaliza.

El compromiso que es formal
¿Es el compromiso cristiano en la iglesia local relativamente fluido y amorfo? ¿O nos llama la Escritura a formalizarlo? Para responder esa pregunta, observa cuidadosamente la manera en la que Pablo describe a la iglesia en 1 Corintios 5. Él explica que la iglesia no tiene la responsabilidad de juzgar a los pecadores impenitentes en el mundo, pero sí posee esa responsabilidad dentro de la iglesia. «Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están afuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará» (5:12-13a).

Lo que quiero que notes es la linea que separa lo que está «afuera» y lo que está «dentro» de la iglesia. De un lado de la línea están los que se llaman a sí mismos creyentes y someten esa profesión al juicio de la iglesia. Del otro lado, están los que no han hecho tal compromiso. Así que algunas personas hoy día hablan acerca de tener una comunidad definida en su núcleo en lugar de una comunidad definida por sus límites. En vez de obsesionarnos por quién está «dentro» y quién está «afuera», solo enséñale a las personas y anímalas, sin importar su estado espiritual, a buscar más de la buena comida espiritual. El problema es que, eso parece contradecir la forma en la cual el Nuevo Testamento describe a la iglesia.

También vemos esto cuando la Biblia habla acerca de los líderes de la iglesia. Debemos someternos a nuestros líderes (cf. Hebreos 13:17) porque ellos un día rendirán cuentas por nosotros. Pero si la afiliación con una iglesia no es de ninguna manera formal, ¿cómo saben estos líderes por quién habrán de rendir cuentas? ¿Y cómo podemos decidir nosotros a quiénes someternos?

Ya sea al lidiar con la disciplina o el liderazgo en la iglesia, queda claro en la Biblia que el compromiso con la iglesia tiene cierto nivel de formalidad. Los creyentes saben con quién se están comprometiendo; la iglesia y sus líderes saben de quiénes son responsables. Esto es lo que llamamos membresía de la iglesia, usando la ilustración de Pablo de la iglesia como un cuerpo y de nosotros como sus miembros. Ahora, ¿qué diferencia hace esta formalidad? Es importante por dos razones:

A. El compromiso formal sirve como una afirmación del compromiso informal. Encuentro que la analogía del matrimonio es útil aquí. Así es como Tim Keller describe la aplicación marital de esta verdad:

Cuando la Biblia habla acerca del amor, lo mide principalmente no en base a cuánto deseas recibir, sino en base a cuánto estás dispuesto a dar de ti a alguien. ¿Cuánto estás dispuesto a perder por el bien de esta persona? ¿A cuánto de tu libertad estás dispuesto a renunciar? ¿Cuánto de tu valioso tiempo, emociones y recursos estás dispuesto a invertir por esta persona? Y por eso, los votos matrimoniales no solo son útiles, también sirven como una prueba. En muchos casos, cuando una persona le dice a otra: «Te amo, pero no arruinemos esto casándonos», esa persona realmente está diciendo: «No te amo lo suficiente para cerrar todas mis opciones. No te amo lo suficiente para entregarme a ti por completo». Decir: «No necesito un pedazo de papel para amarte», es decir básicamente: «Mi amor por ti no ha alcanzado el nivel del matrimonio»[1].

Cierto. Existen todo tipo de discontinuidades entre el matrimonio y la membresía de la iglesia. Pero una de las formas en las que ambos son similares es en la interrelación del compromiso formal e informal. Si alguien dice que desea cumplir todos los mandamientos de la Biblia que implican el «unos a otros» en el contexto de su iglesia, pero se niega a comprometerse formalmente a hacerlo a través de la membresía, ¿qué clase de compromiso realmente pretende hacer? Usando las palabras de Keller, su amor por su iglesia no ha alcanzado el nivel de la membresía. El compromiso formal deja en claro quién verdaderamente toma la decisión de amar a su iglesia como lo describe la Escritura.

B. El compromiso formal hace visible el compromiso informal. La membresía en una iglesia local anuncia que esa persona ha hecho compromisos informales bastante importantes, lo cual ayuda a desarrollar relaciones mucho más rápidamente. Alguien podrá tener todo el deseo de amarte a la manera de Romanos 12, Hebreos 10 y 1 Corintios 5. Pero si no es miembro de tu iglesia, no tienes forma de saberlo. Cuando la membresía es significativa, hace que el compromiso informal sea visible para que las relaciones puedan crecer a un ritmo más acelerado.

Sugerencias prácticas
Pasemos el resto de nuestra clase examinando detenidamente maneras en las que esta visión bíblica del compromiso puede ser más práctica.

A. Únete a una iglesia. Algunos de nosotros, o algunos de nuestros amigos, todavía sopesan si la membresía realmente importa. En esas conversaciones, creo que es útil regresar a lo que significa ser cristiano. Seguir a Jesús es amar a otros que siguen a Jesús. Eso es lo que ocurre inevitablemente cuando somos perdonados de nuestros pecados. No se trata solo de una disposición general de amor, sino de un compromiso específico de amar a un grupo específico de cristianos, a una iglesia local.

B. Invierte en las relaciones. Luego están aquellos de nosotros que nos unimos, pero aparte de aparecer cada domingo para los servicios, unirse a la iglesia realmente no cambia nuestras vidas. Como ya hemos visto en esta clase, relacionarse con una iglesia local de manera bíblica significa confesar nuestros pecados para que otros puedan ayudarnos a luchar por la fe. Significa confesar nuestras batallas para que otros puedan ayudarnos de forma práctica. Signfica hacer preguntas complicadas y, en ocasiones, incómodas al cuidar de nuestros hermanos y hermanas. Y significa que la oración forma parte integral de cada relación.

¿Cómo podemos saber cuando esto no pasa? Te daré cuatro categorías:

El miembro casual que asiste con regularidad, pero que no hace mucho más que eso. Sus amigos más cercanos no están en la iglesia. (Comprometido).
El miembro fuerte parece involucrado, al menos en términos de servir a los demás. Pero por una presunción que le hace pensar que él o ella nunca está en necesidad, nunca deja que las personas le ayuden. (Vulnerable).
El miembro estático empieza con buenas relaciones en la iglesia, pero cuando los meses se convierten en años y los años en décadas, esas relaciones nunca se expanden. Y en una iglesia tan dinámica como la nuestra, esa comunidad congelada casi siempre deja de ser una comunidad (Activo).
El miembro consumidor tiene relaciones, pero queda claro desde una perspectiva mundana por qué cada relación sería importante para él o ella. No aspira, como dije anteriormente, a amar a otros de una manera que sea extraña al mundo, simplemente porque ha sido amado por Cristo. (Dado).
C. Comprométete a amar a todo el cuerpo. Creo que existe un verdadero peligro para nosotros en una era que está definida por el consumidor y, sin embargo, obsesionada con la comunidad. Podríamos estar en una comunidad real y satisfactoria en una subcultura de la iglesia, y nunca salir para comprometernos con la iglesia más ampliamente. Eso no quiere decir que necesitamos tener relaciones profundas con todos y cada uno de los miembros de la iglesia. Deberíamos encontrar que nuestras relaciones no están confinadas a un grupo pequeño en particular, o a un tipo de personalidad, o trasfondo étnico o profesión.

Si todos tomamos la iniciativa de incluir en nuestras amistades a personas que son muy diferentes a nosotros, veremos que en vez de una iglesia conformada por subculturas impenetrables, tendremos una iglesia donde las redes de relaciones se extienden y ensanchan para cubrir a toda la congregación.

Una diferencia verdaderamente práctica entre una comunidad basada en el llamado y una comunidad basada en la comodidad es que la comunidad que se basa en el llamado nos expande para formar relaciones que no son cómodas. Y eso es necesario para que esa red relacional sea tan inclusiva como debe ser.

Conclusión
Si observas cómo el Nuevo Testamento describe a la iglesia local, este es un pilar que sostiene a una comunidad bíblica: la profundidad del compromiso. Nuestra cultura nos dice que nos comprometamos solo hasta donde nos sintamos cómodos. Bueno, al igual que esa versión distorcionada del matrimonio, el compromiso basado en la comodidad en la iglesia no funciona muy bien. Es posible que atraiga a una multitud rápidamente, pero no produce mucha profundidad. Y sin profundidad, fracasa en ser el faro de luz sobrenaturalmente atractivo en un mundo de tinieblas. Incluso aunque ese modelo de compromiso de ser luz parece el mejor para alcanzar a este mundo para Cristo, a la larga, se suaviza en comparación a una comunidad verdaderamente sobrenatural. Por tanto, debemos aspirar a un compromiso basado en el llamado, donde nos comprometemos a amar a todas las personas desconocidas en una nueva glesia simplemente porque han sido llamadas por Dios para salvación, y llamadas por Dios para ser amadas. Y con eso como fundamento, las relaciones florecerán.

Ese es uno de los pilares: la profundidad del compromiso. El segundo es la amplitud del compromiso, el cual es nuestro tema para la próxima semana.

[1] Keller, Tim. The Meaning of Marriage (El significado del matrimonio), New York: Dutton. Print. Pág. 78.

Viviendo como una Iglesia – Clase 1: La unidad

Viviendo como una iglesia

Por Capitol Hill Baptist Church (CHBC)

Clase 1: La unidad

Introducción
Bienvenido a la primera de trece clases que tendremos acerca de cómo vivir juntos como iglesia. Soy Matt, pastor asistente aquí en la congregación. Esta mañana espero transmitir una idea de lo que me gustaría lograr juntos. Sin embargo, antes de comenzar a hablar, quiero hacer una pregunta: ¿Por qué es importante la unidad para la iglesia local? [¿Qué se te ocurre?… ¿Iglesias discutiendo por el color de la alfombra?].

Genial. Ahora bien, empecemos esta clase del tema de la unidad de manera muy sencilla. En resumen, esta clase existe por tres simples verdades que encontramos en la Escritura:

Dios ha llamado a los cristianos a estar con él para siempre, pero nos ha dejado temporalmente en este mundo reunidos en iglesias locales.
Él ha escogido usar nuestras vidas unidos en iglesias como el principal método para mostrar su gloria.
Somos pecadores.
Las primeras dos verdades funcionan bien juntas, pero la tercera verdad complica las cosas considerablemente. Algún día, el mundo entero se postrará ante Dios y reconocerá que él es el Señor. Pero por ahora, Dios en su sabiduría, ha delegado la misión de desplegar la gloria de su perfecto carácter a personas bastante imperfectas, que forman parte de su Iglesia. La interrogante de cómo puede suceder eso es el enfoque de esta clase. Específicamente, nuestra meta es entender las oportunidades y las responsabilidades que tenemos como miembros de la iglesia. ¿Cómo es que, pecadores como nosotros, podemos reunirnos como una iglesia local donde abunda la unidad? Y no se trata de una unidad forzada que niega las diferencias, subestima las dificultades, o compromete el mensaje del evangelio, sino de una unidad real que actúa como un testimonio convincente del poder del evangelio. ¿Cómo es que, como pecadores, podemos responder al pecado entre nosotros sin ceder a las habladurías y a las calumnias? ¿Cómo podemos confiar en nuestros líderes y, al mismo tiempo, reconocer que también son pecadores? ¿Cómo podemos amar a las personas que nos hacen sentir incómodos porque son tan diferentes a nosotros? ¿Cómo podemos criticar a una iglesia imperfecta sin quejarnos?

Para aquellos de nosotros que hemos estado en una iglesia durante cierto tiempo, es probable que hayamos notado que estos objetivos son difíciles de alcanzar. Con mucha frecuencia, las iglesias se convierten en lugares de división, quejas y amargura. Muy a menudo, las iglesias fracasan en reflejar al mundo que nos observa el poder del evangelio que debería obrar en ellos. Nuestra meta para esta clase es explorar un plano práctico de lo que hace que una iglesia sea sana y unida: una sana doctrina que se expresa en un amor unificador que glorifica a Dios. Mi oración es que cada uno de nosotros salga de esta clase con un mejor entendimiento de lo que la Biblia dice que es una iglesia unida, y con algunas ideas muy claras de lo que todos podemos hacer para fomentar la unidad entre nosotros.

Para la clase de hoy, empezaré abordando la idea de la unidad, empleando principalmente la descripción que encontramos en Efesios 3 y 4 de lo que significa ser una iglesia. A continuación, veremos algunas versiones falsas de la unidad, las compararemos con la unidad verdadera, y hablaremos acerca de la razón por la que la unidad en la iglesia es tan importante.

Efesios 3-4: La meta de Dios para la iglesia
Comencemos respondiendo una pregunta fundamental: ¿Cuál es el plan de Dios para la iglesia local? El apóstol Pablo lo explica en los capítulos 2 y 3 del libro de Efesios. Si tienes una biblia, acompáñanos. Inicia con el evangelio, en Efesios 2:1-10. Estábamos «muertos en [nuestros] delitos y pecados» (2:1). Pero Dios «nos dio vida juntamente con Cristo» (2:5). «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (2:8-9).

Pero ese evangelio no termina con nuestra salvación; conduce a algunas implicaciones bastante disruptivas. Implicación #1: la unidad. Como Pablo escribe sobre judíos y gentiles al final del capítulo 2, Dios derribó la pared intermedia de enemistad «para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (2:15b-18).

Observa que solo el evangelio crea esta unidad, es por medio de la cruz que Cristo acabó con su enemistad. Después de todo, ¿qué más podría unir a dos pueblos con historias, etnicidades, religiones y culturas tan diferentes?

Ahora, ¿cuál es el propósito de esta unidad entre judíos y gentiles? Ve al capítulo 3, versículo 10:

Su propósito era «que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales».

Toma a un grupo de judíos y gentiles que no comparten nada en común salvo una aversión de siglos los unos por los otros (una sombra de lo que en nuestro contexto podrían ser los demócratas liberales y los republicanos libertarios), reúnelos en una iglesia local donde se cruzan entre sí regularmente, y las cosas explotarían, ¿cierto? ¡No! Por lo único que tienen en común, el vínculo de Cristo, viven juntos en asombroso amor y unidad. Una unidad que es tan inesperada, tan diferente a la manera en la cual opera nuestro mundo, que incluso los «principados y potestades en los lugares celestiales» se sientan y observan.

Increíble, ¿no? La unidad es notable entre dos dimensiones. Es notable por su amplitud. Esto quiere decir, que se expande para incluir a pueblos tan opuestos como lo eran los judíos y los gentiles. Esto glorifica a Dios al alcanzar a personas que, sin un poder sobrenatural, nunca estarían unidos. Recuerda Efesios 2:18: «Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre».

En segundo lugar, esta unidad es notable por su profundidad. No se limita a unir a personas para que se toleren entre sí, sino para estar tan comprometidas que Pablo puede llamarles un nuevo hombre (2:15) y una nueva familia (2:19). Pablo busca los lazos más profundos del mundo natural, los lazos étnicos y familiares para describir esta nueva comunidad en la iglesia local.

La unidad con una amplitud y profundidad asombrosa hace que la gloria de un Dios invisible sea visible. Esta es la declaración de propósito final para la unidad de la iglesia en Éfeso. Esta es la declaración de propósito final para la unidad en nuestra iglesia. Y estos dos conceptos serán realmente importantes para este seminario básico. De hecho, tendremos una clase entera dedicada a la profundidad de la unidad al reflexionar sobre el compromiso de la membresía de la iglesia. Y una clase entera acerca de la amplitud de la unidad al meditar sobre la diversidad como una marca que define a la iglesia local.

Este es nuestro llamado como iglesia. Pero ese llamado tiene cierta competencia, la cual quiero exponerte ahora.

La unidad falsa
La unidad organizativa

Un problema que tenemos siempre que comenzamos a hablar acerca de la unidad cristiana es que algunos la definen como la idea de que todos los que se consideran cristianos deberían organizarse juntos, o al menos cooperar juntos, como un solo cuerpo reconocido. Dicen que la existencia de las distintas denominaciones le demuestra al mundo que no estamos unidos.

Uno de los desafíos que presenta esta corriente de pensamiento es que no da lugar para poder discrepar en amor. Podemos disentir de nuestros hermanos y hermanas presbiterianos con relación al bautismo, por ejemplo, y continuar haciendo juntos toda clase de buenas obras por el evangelio. En ese sentido, las denominaciones realmente exhiben nuestra unidad en el evangelio con más fuerza que si simplemente pretendiéramos que nuestros desacuerdos carecen de importancia. La conferencia que nuestro pastor ayuda a dirigir llamada «Juntos por el evangelio» es un buen ejemplo de esto.

Otro problema con esta idea es lo que sería el objetivo final de esa «unidad». Hay muchos que se llaman a sí mismos «cristianos», pero que no estarían de acuerdo con nuestra iglesia en cuanto a cosas fundamentales tales como quién es Dios, qué deben hacer las personas para ser salvas, incluso si es necesario ser salvos del pecado. Eso quiere decir que la unidad organizativa por sí sola confunde por completo al mundo acerca de la naturaleza del cristianismo y del evangelio. Ciertamente es algo bueno colaborar con los demás por el bien de un objetivo común, trabajar con católicos romanos para proteger los derechos de los no nacidos, por ejemplo. Sin embargo, aunque ese sea un tipo de unidad, no es la unidad sobrenatural del evangelio de la cual habla Pablo en Efesios.

La unidad extraevangélica

La segunda falsificación de la unidad cristiana verdadera es más sutil, y creo que estamos en mayor riesgo por ello. Así que empecemos con un ejemplo. Imaginemos que llega un maestro de una escuela pública de D.C., y se une a nuestra iglesia. ¿Con quién entablará amistades naturalmente? ¿Quién lo entenderá mejor lógicamente? Otros maestros, por supuesto. Por lo que le presento a otros maestros, y quizá eventualmente formamos un grupo pequeño para maestros. Seguramente se integrará rápidamente a esa comunidad y crecerá. Unidad creada, misión cumplida, ¿cierto? No del todo.

Lo que ocurrió es posiblemente más un fenómeno demográfico que un fenómeno evangélico. Los maestros se inclinan hacia otros maestros independientemente de si son cristianos o no. Y no hay nada de malo en desear estar con personas con experiencias de vida similares. Es absolutamente natural y puede ser espiritualmente beneficioso. Pero si esto es la suma total de lo que llamamos «iglesia local», temo que hemos creado algo que existiría incluso sin Dios.

En comparación a lo que vemos en Efesios, esta unidad es algo que llamaré unidad «extraevangélica». En una comunidad extraevangélica, casi todas las relaciones están fundamentadas en el evangelio y algo extra. Tomemos como ejemplo a Sam y Joe; ambos son cristianos, pero la verdadera razón por la que son amigos se debe a que ambos son solteros de 40 años, o a que comparten una pasión por combatir el analfabetismo, o a que ambos son enfermeros. En la unidad extraevangélica, usamos la similitud para construir una colectividad.

Compara esta comunidad con una comunidad que revela el evangelio. En una comunidad que da a conocer el evangelio, muchas relaciones nunca existirían de no ser por el poder del evangelio, ya sea por la profundidad del cuidado mutuo o porque las partes en la relación tienen poco en común, excepto Cristo. Claro, las relaciones basadas en la afinidad también pueden prosperar en la iglesia, pero no son el enfoque. Se dan de manera natural. En cambio, nos concentramos en ayudar a las personas a salir de sus zonas de confort para que edifiquen relaciones que no serían posibles sin lo sobrenatural.

Piensa en un globo que ha sido frotado contra tu camiseta para cargarlo con electricidad estática. Luego sostenlo por encima de la cabeza de alguien con cabello delgado y ligero. ¿Qué sucede? El cabello sube hasta el globo. No puedes ver la electricidad estática, pero su efecto, la reacción antinatural del cabello, es inconfundible. Lo mismo pasa con la unidad que da a conocer el evangelio. No puedes ver el evangelio; simplemente es cierto. Pero cuando fomentamos la unidad que es obviamente sobrenatural, hacemos que el evangelio sea visible. Me pregunto si puedes pensar en las relaciones que tienes en tu iglesia solo porque Cristo los ha unido. Puedo pensar en muchas de esas relaciones en mi vida y en la vida de otros que he observado. No te relacionarías con esa persona en el mundo, pero porque están en Cristo, tienen un cuidado, una preocupación y un afecto familiar el uno por el otro. ¡Ese amor hace que la electricidad del evangelio sea visible al mundo!

¿Quiere decir esto que deberíamos evitar cualquier relación en la que compartamos algo más además de Cristo? ¿No debería ser amigo de otros hombres casados en la iglesia a los que les guste el rock and roll y el béisbol de los New York Mets? No, Dios usa nuestras similitudes naturales. Y todas las iglesias tienen cierto tipo de cultura, cierto tipo de sensación, cierto idioma principal, e incluso cierta mayoría cultural. Sería deshonesto sugerir lo contrario, decir que una congregación realmente no comparte nada más en común salvo Cristo. Los gustos parecidos se atraen entre sí, y eso es natural. Pero algo importante a considerar es si dejaremos que las diferencias se conviertan en una barrera para la comunión, o una invitación para participar conjuntamente en glorificar al evangelio. ¿Insistiremos en el ministerio por similitud, lo cual se siente natural? O bien, si reconocemos nuestra tendencia hacia las semejanzas, ¿estableceremos nuestra aspiración en una comunidad donde personas diferentes disfruten una comunión extraordinaria solo por el vínculo sobrenatural del evangelio?

La unidad que importa, aquella que logra los propósitos de Dios en sí, es demostrablemente sobrenatural. No es una unidad que se construye alrededor del evangelio en adición a otro vínculo de similitud. Es la unidad que da a conocer el evangelio.

¿Qué es la unidad?
Habiendo visto estas dos falsificaciones, ¿qué es la unidad cristiana verdadera? La unidad cristiana verdadera de la que Pablo habla en su carta a los efesios podría definirse como una acción, un propósito, una fuente y un contexto.

La acción es amar. Específicamente, amar con ese amor hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo que traspasa los límites sociales. Piensa en las palabras de Jesús: «Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman».

Segundo, el propósito es la gloria de Dios en la vindicación de su evangelio. La unidad que existe por cualquier otro propósito puede ser valiosa, pero no es la unidad cristiana que estamos explorando en esta clase.

Tercero, la fuente: el amor de Cristo. «Nosotros amamos porque él nos amó primero». El amor que es sobrenatural solo puede explicarse a través del poder de Dios que obra en nosotros. Si la unidad es impulsada por el amor con el que el mundo está familiarizado y puede explicar, ¿de qué manera mostrará eso la sabiduría de Dios a los «principados y potestades en los lugares celestiales»? No, la unidad que glorifica a Dios y justifica la sabiduría del evangelio es la unidad que se alimenta de saber cuánto hemos sido perdonados en Cristo. ¿Recuerdas las palabras de Jesús en Lucas 7? «Aquel a quien se le perdona poco, poco ama». Y aquel a quien se le perdona mucho, mucho ama. Si en cualquier momento esta clase se convierte en solo una lista de cosas por hacer, cosas que sabes que deberías hacer y probablemente puedes hacer si trabajas arduamente, entonces vamos rumbo a la dirección equivocada. La unidad que nos interesa, esa unidad que es sobrenatural, tiene en su fuente un profundo entendimiento de lo mucho que hemos sido perdonados. La unidad cristiana no solo debe tener como meta el evangelio, sino que en su núcleo, debe nutrirse del mensaje del evangelio. Cualquier otra cosa es simplemente obra de seres humanos.

Y, por último, un contexto: un amor que, si bien no se limita a la iglesia local, trabaja de manera más práctica en ese contexto. Esas cuatro partes componen la definición que ves en el folleto: Amor que da a conocer el evangelio y que glorifica a Dios para con todos los hermanos y hermanas en Cristo, alimentado por nuestro perdón en Cristo que se expresa más claramente en la asamblea de la iglesia local.

Esa es la unidad cristiana, el plan de Dios para dar a conocer la sabiduría del evangelio a todos los pueblos.

¿Qué está en riesgo?
He estado diciendo que debemos apuntar hacia la clase de unidad correcta en nuestra iglesia. Que si no lo hacemos, realmente comprometemos los propósitos de Dios para la iglesia. ¿Pero cuáles son los riesgos exactamente? Si nuestra unidad se basa en vínculos naturales y no en el evangelio sobrenatural, ¿qué perdemos? Comencemos con la misión de la iglesia tal como se declara al final del libro de Mateo.

En Mateo 28, Jesús comisiona a su iglesia cuando le dice a sus discípulos:

«Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

A riesgo de simplificar demasiado, existen dos impulsos vitales de esta Gran Comisión. Debemos compartir el evangelio con todas las naciones (incluyendo la nuestra), bautizando a quienes creen. Dicho de otro modo, evangelizar. Y debemos formar seguidores de Jesús: enseñando a cada generación de convertidos todas las cosas que él nos ha mandado. En otras palabras, discipular.

Cuando edificamos una unidad de la iglesia local que no es evidentemente sobrenatural, ponemos en juego ambos elementos de nuestra comisión. Comprometemos nuestra evangelización y comprometemos nuestro discipulado.

A. Comprometemos la evangelización

Las palabras de Jesús en Juan 13 describen nuestro poder en la evangelización. «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». Y no se trata de un amor cualquiera, pues el versículo anterior establece el estándar de este amor: «Como yo os he amado, que también os améis unos a otros». Se trata de un amor con la profundidad de la cruz; un amor tan amplio como para llegar del cielo a la tierra. El amor que caracterizará a los creyentes ante los ojos del mundo como seguidores de Jesús es la misma clase de amor costoso, sobrenatural y que exalta a Dios que Jesús nos muestra.

Ahora bien, ¿puede existir amor en una comunidad conformada alrededor de algo más que no sea el evangelio? Por supuesto que sí. Piensa en la clase de comunidad que encontrarías en Alcohólicos Anónimos o en el Club Rotary, o en la página de Facebook de tu banda favorita. Puedes encontrar amistades allí, incluso afecto, lo que es maravilloso y real. ¿Pero es este el amor inexplicable sin Dios que Jesús describe en Juan 13? No, es el amor que el mundo reconoce. No obstante, el amor de Juan 13 y Efesios 3 es sobrenatural. Cuando la comunidad de la iglesia local desafía la explicación natural, confirma el increíble poder del evangelio[1].

Entonces, ¿cuál es el costo de la comunidad en la iglesia local que no es evidentemente sobrenatural? Volviendo a Juan 13:35: suprimimos lo que Dios quiere que sea la confirmación del evangelio. Evangelizar sin una comunidad sobrenatural es como empujar agua cuesta arriba. Es como «mostrar y contar» sin la parte de «mostrar». Puesto que servimos a un Dios de gracia, él todavía se complace en salvar almas cuando anunciamos el evangelio. Sin embargo, sin una comunidad sobrenatural, la evangelización no cuenta con el principal testimonio que Dios ha dado para manifestar el poder del evangelio al mundo.

B. Comprometemos el discipulado

Da un vistazo a Efesios 4:14-15. Pablo dice que la meta de nuestra vida juntos en la iglesia local es: «que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por dondequiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo».

Eso es lo que queremos ver en nuestra iglesia, ¿cierto? Un cuerpo de creyentes firmemente establecidos en nuestra obediencia a Cristo, la segunda parte de la Gran Comisión. Incluso si somos golpeados por falsas doctrinas y por artimañas humanas, nos aferramos con firmeza al fidedigno mensaje del evangelio. Esto que ves aquí es madurez y santidad. Crecemos en Cristo.

Ahora, ¿de dónde proviene esto? Pablo brinda una hermosa cadena en los versículos precedentes que demuestra cómo el crecimiento proviene de Cristo. Versículo 7, Cristo da dones a la iglesia. Versículo 11, esos dones son líderes tales como profetas, evangelistas, pastores y maestros que enseñan a su pueblo la Palabra. Su trabajo, versículo 12, es: «perfeccionar a los santos para la obra del ministerio», hasta que, versículo 13: «todos lleguemos a la unidad de la fe». ¿Lo ves? Por tanto, ¿quiénes son llamados por Dios para la obra del ministerio? ¿Los ancianos, en primer lugar? ¿Los ancianos que trabajan a tiempo completo en la iglesia, o el equipo pastoral? Estas personas poseen un rol importante, ¡pero el ministerio es la obra de los santos! Es el trabajo de cada cristiano. Eso significa que si eres miembro de una iglesia local, la santidad y el crecimiento del resto de los miembros es, de cierta manera, tu responsabilidad. Así como también lo es la unidad del cuerpo.

Entonces, ¿qué rol desempeña la unidad sobrenatural aquí? Es responsabilidad de los miembros discipularnos unos a otros para que seamos más semejantes a Cristo, pero no podemos efectuar este trabajo si las marcas que caracterizan a la iglesia son división, tensión, amargura, evitación y el egoísmo. La unidad es el terreno fértil en el cual este crecimiento puede ocurrir.

Y falso, la unidad «extraevangélica» tampoco hará el trabajo. Pablo dice en 1 Corintios 12 que existen muchas partes, pero un solo cuerpo (v. 20), y que él nos ha dado diferentes dones precisamente «para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros». Si solo compartes con las orejas, entonces no puedes recibir la influencia provechosa de los ojos, de los codos y de los pies.

Supongamos que tenemos una iglesia donde la comunidad es bastante inexistente, donde las personas aparecen para el tiempo del sermón, pero no se relacionan más allá de eso. Una comunidad sin profundidad. O imaginemos que en vez de una iglesia, tengo a un montón de amigos cristianos de mi antiguo equipo deportivo con los que me reúno semanalmente para rendir cuentas y animarnos mutuamente. Una comunidad sin amplitud. ¿Qué hay de malo en ellas?

Bueno, ninguna es evidentemente sobrenatural. Y sin una comunidad sobrenatural, nos costará cumplir la tarea de evangelizar y nuestra tarea de presentarnos unos a otros perfectos en Cristo. Dios es un dios increíblemente lleno de gracia y bondad. Así que no puedo decir que necesariamente fracasaremos, pero la unidad sobrenatural es el medio a través del cual Dios desea que llevemos a cabo la Gran Comisión.

Conclusión
Esa es nuestra introducción al tema de la unidad que desarrollaremos el resto del seminario. Durante las próximas doce semanas, veremos maneras prácticas de cómo podemos edificar una iglesia cuya unidad proteja y refleje el mensaje transformador del evangelio. Como dice el Salmo 133:1: «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!». Espero que esa sea tu experiencia con la comunión que has experimentado en tu iglesia, y espero que tu oración sea que el Señor nos permita crecer y perseverar en la unidad.

[1]Me pregunto si esto podría explicar el interesante patrón del libro de Hechos. A medida que lees Hechos, notarás muy rápidamente que casi siempre, cuando el evangelio llega a una nueva región, viene acompañado por lo que Lucas llama «señales milagrosas». Estas señales ameritaban una explicación (cf. Hechos 2:12), y cuando la explicación llega, es el evangelio. Así, el libro comienza con la señal de lenguas en Pentecostés cuando el evangelio se predica por primera vez en Jerusalén. Luego cuando llega a Samaria, Lucas nos dice: «la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señalas que hacía» (8:6). El resto del libro sigue el mismo patrón: señales milagrosas a donde sea que el evangelio llega.

Pero cuando la narrativa vuelve a visitar estas ciudades, una vez que existe la iglesia local, deja de describir las señales milagrosas. Lucas se limita a escribir acerca de dos temas: el avance de la predicación del evangelio y el fortalecimiento de la iglesia.

¿Qué sucede? Aquí tienes una hipótesis: Cuando el evangelio entra por primera vez en una región, el Espíritu permite señales milagrosas. Una vez que el evangelio se establece, el Espíritu permite una comunidad milagrosa. Estas señales milagrosas eran un medio temporal para confirmar la verdad del evangelio. Temporal, hasta que el medio de confirmación permanente estuviese listo y en marcha: la comunidad milagrosa de la iglesia. E incluso en 1 Corintios 14, el único lugar donde vemos dones como el don de lengua en una iglesia establecida, Pablo deja en claro que la prioridad de los dones es edificar a la iglesia.

Por CHBC
Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos

PASTOREAR ES MUCHO MÁS QUE PREDICAR | Tim Challies

PASTOREAR ES MUCHO MÁS QUE PREDICAR

Tim Challies

Hace un par de días, hice la pregunta: «¿cuidamos a las ovejas o las usamos?», y expresé mi preocupación por el hecho de que los pastores podrían tener la tendencia a desatender el cuidado de las personas en sus iglesias en favor de usarlas para cumplir su ambición personal. El llamado del pastor es cuidar a la iglesia de Dios, trabajar en representación de Dios para cuidar aquello que Dios más ama. Pero ¿cómo? ¿Cómo el pastor hace caso a este llamado? Pablo dice en Hechos 20:28 que los pastores deben «ten[er] cuidado de sí mismos y de toda la congregación […]». El pastor cuida al rebaño al tener cuidado de sí mismo y de ellos.

El orden importa. Antes de que el pastor pueda hacer cualquier otra cosa, él tiene que tener cuidado de sí mismo. Él tiene que modelar todo lo que él llama a su iglesia a hacer, ser ejemplar en cuanto al carácter maduro cristiano. Él debe vigilar su propio corazón, su propia mente, su propia vida. Cuando vemos a pastores alejarse de la fe gracias a doctrinas falsas o naufragar en sus ministerios por sus vidas inmorales, podemos estar seguros de que en cada caso se debe a que fallaron en tener cuidado de sí mismos.

El pastor que está teniendo cuidado de sí mismo está equipado y calificado también para tener cuidado del pueblo de Dios. En este pasaje, Pablo se refiere al pastor como «supervisor». Un pastor no sólo lidera sus ovejas para que pasten y se hidraten, sino que también las vigila para cuidarlas de todo daño. De manera similar, un pastor no sólo le ofrece a su congregación sustancia espiritual, sino que también cuidado y protección espiritual. Esto quiere decir que el pastor debe mantenerse alerta, servir como guardián, prestar cuidadosa atención a la congregación de la cual está a cargo.

Esta es la pregunta que me ha estado desafiando: ¿puede un pastor cuidar a su rebaño si él no lo conoce? ¿Puede ser fiel a su cargo si no conoce realmente a sus ovejas? ¿Puede cuidar a todo el rebaño si no está familiarizado con sus vidas y desafíos individuales?

Y aquí es donde me pregunto si en muchas iglesias reformadas, podríamos estar sobreenfatizando el ministerio pastoral de la predicación y subenfatizando el ministerio pastoral uno a uno (o el ministerio de consejería o el ministerio de la catequesis o cómo sea que quieras llamarlo). Ahora, por favor, no me malinterpretes: me encanta el énfasis en la predicación dentro de las iglesias reformadas. Me alegro de que estemos tan bien servidos por seminarios que enfatizan el entrenamiento de futuros predicadores, por conferencias y cursos que buscan perfeccionar a los predicadores ya existentes, y por los estantes llenos de libros sobre la tarea de la predicación. No tengo duda de que la predicación es una de las formas en que el pastor puede vigilar a su rebaño. No obstante, sí tengo dudas de que sea la única manera o incluso la más significativa.

A menudo me llama la atención lo que dice Pablo en el versículo 20: «Bien saben cómo no rehuí declararles a ustedes nada que fuera útil, y de enseñarles públicamente y de casa en casa». Es ese ministerio «de casa en casa» en el que no dejo de pensar. Parece que Pablo estaba predicándole a la congregación reunida, pero también se juntaba con personas o familias.

No creo que sea posible para un pastor vigilar a todo el rebaño sólo desde el frente del salón los domingos en la mañana. Tampoco creo que pueda liberarse fielmente de su responsabilidad al asegurarse de que la iglesia tenga un ministerio de consejería al cual él pueda referir a las personas que necesitan cuidado o al decirles que él está disponible para ellos si es que y cuando necesiten algo, o al enfatizar el ministerio de «unos a otros» en la iglesia, como si Efesios 4:12 le permitiera al pastor externalizar el cuidado pastoral de la congregación. Al final del día, creo que él puede tener cuidado fielmente de las ovejas sólo si está consistentemente buscándolas y estando con ellas. ¡Se podría decir que un pastor fiel huele a sus ovejas!

Me desafío a mí mismo y a todo aquel que sea un anciano o pastor en una iglesia a considerar cómo podemos «ten[er] cuidado […] de toda la congregación […]». Nos desafío a asegurar que así como preparamos fielmente excelentes sermones expositivos por medio de los cuales alimentamos al rebaño, que también seamos fieles en buscar a las personas en nuestras iglesias, para que estemos teniendo cuidado del rebaño. Sólo podemos tener cuidado del rebaño al prestar cuidadosa atención al rebaño, y yo sugeriría que sólo podemos tener cuidado del rebaño cuando buscamos a cada miembro, preguntándoles sobre el estado de sus almas, orando por sus preocupaciones individuales, animándoles donde veamos evidencias de la gracia de Dios, aconsejando sus necesidades únicas, ayudándoles a obtener conocimiento donde son ignorantes y a obedecer donde son desobedientes. Así como cumplimos nuestro ministerio al ministrar la Palabra de Dios a la congregación reunida los domingos en la mañana, cumplimos nuestro ministerio al ministrar la Palabra de Dios a personas a lo largo de la semana.

Pastor, ten cuidado de ti mismo. Asegúrate de que tu vida esté libre de pecado e hipocresía y que tu doctrina esté libre de daño y error. Y entonces vigila a cada una de estas preciadas personas compradas por la sangre del mismo Dios y confiadas a tu cuidado. Prepárate para dar cuenta de cada una de ellas, a las que les enseñaste fielmente cuando se reunían y que fielmente cuidaste como personas mientras Dios te llamó a supervisarlas.

Este recurso fue publicado originalmente en el blog de Tim Challies.