Paul Washer Se convirtió al cristianismo y experimentó el nuevo nacimiento mientras estudiaba para ser abogado en leyes petroleras en la Universidad de Texas. Tras terminar la carrera, inicio estudios en el Seminario Teológico Bautista Southwestern seminario perteneciente a la Convención Bautista del Sur y obtuvo una Maestría en Divinidad. Poco tiempo después de su graduación Paul salió de Estados Unidos y se mudó a Perú para servir como misionero.
La Advertencia del Salvador en contra de la Tentación
Los discípulos se sentían confiados aún y cuando el peligro estaba a la vuelta de la esquina. Fue entonces que el Señor dio esta advertencia: “Velad y orad, para que no entréis en tentación…” (Mat. 26:41; Mr. 14:38; Luc. 22:46) Cada discípulo de Cristo necesita la misma advertencia. Esta advertencia contiene tres lecciones básicas que cada creyente debería aprender muy bien:
1. La tentación es algo contra lo cual el creyente necesita guardarse continuamente.
2. “Entrar en tentación” significa ser tentado en la forma más profunda y peligrosa.
3. Para evitar que seamos dañados por esta clase de tentación, el creyente debería aprender a “velar y orar”. En la Biblia vemos que existen dos clases diferentes de tentación.
Hay un tipo de tentación que Dios usa y hay un tipo de tentación que Satanás utiliza. La tentación es como un cuchillo que puede ser utilizado para un propósito bueno o malo: puede servir para cortar la comida o puede ser usado para cortar su garganta.
I. La clase de tentación que Dios usa Algunas veces la Biblia usa la plabra “tentación” para significar una prueba o un examen. (Vean por ejemplo que la versión antigua traduce Santiago 1:2 como “diversas tentaciones” y la versión 1960 traduce la misma frase como “diversas pruebas”.) Abraham fue probado por Dios (vea Gen. 22:1) y en una forma u otra, todos los creyentes están sujetos a pruebas y tentaciones. Hay que notar dos puntos importantes acerca de dichas pruebas. Primero: El propósito de Dios en enviarnos pruebas. a. Las pruebas ayudan al creyente a conocer el estado de su salud espiritual. A veces, la experiencia de una prueba enseñará al creyente las gracias espirituales que Dios está produciendo en su vida. La prueba que Dios le envió a Abraham demostró la fortaleza de su fe. A veces la prueba le mostrará al creyente las maldades de su corazón de las cuales no estaba consciente. Dios probó a Ezequías para revelarle el orgullo que había en su corazón (2 Cron. 32:31). A veces los creyentes necesitan ser animados viendo las gracias espirituales que Dios está obrando en sus vidas. A veces los creyentes necesitan ser humillados aprendiendo acerca de la maldad oculta de sus corazones. Dios cumple ambos propósitos a través del uso de pruebas adecuadas. b. Las pruebas ayudan al creyente a conocer más acerca de Dios.1) Solamente Dios puede guardar al creyente de caer en el pecado. Antes de que seamos tentados, pensamos que podemos manejar cualquier tentación con nuestras propias fuerzas. Pedro pensaba que jamás negaría a su Señor. La tentación le mostró que sí era capaz de hacerlo. (Mat. 26:33–35, 69–75). 2) Cuando hemos aprendido nuestra debilidad y el poder de la tentación, entonces estamos listos para descubrir el poder de la gracia de Dios. Esta es la gran lección en que el apóstol Pablo fue enseñado por medio de “su aguijón en la carne” (2 Cor. 12:7–10).Segundo: Dios tiene muchas maneras para probar a su pueblo. Dios prueba a cada creyente en una manera muy personal. En seguida daremos tres ejemplos de los métodos que Dios usa en ocasiones para probar a su pueblo: a. Los prueba encomendándoles deberes que sobrepasan sus recursos. El apóstol Pablo se refiere a esta clase de prueba cuando escribe: “Pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas…” (2 Cor. 1:8). Esta fue una prueba que Dios usó para enseñar a Pablo lo que él dice: “Para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Cor. 1:9). Los creyentes no deberían estar sorprendidos ni desmayados si Dios les encomienda una tarea que pareciera ser demasiado grande para ellos. En esta manera Dios prueba a los creyentes para hacerles ver si su fe en el poder divino es fuerte o débil. b. Dios prueba a los creyentes permitiendo que sufran por su fe. Algunas veces el sufrimiento es muy severo, aún hasta el punto de la muerte (por ejemplo el martirio). Tal clase de sufrimiento es una prueba la cual la mayoría de los creyentes temen. Sin embargo, muchos creyentes han encontrado que en forma inesperada les fue concedida la fortaleza para ser torturados y aún para morir por Cristo. Todos los creyentes son llamados a sufrir de alguna forma u otra (Fil. 1:29 y 1 Ped. 2:21). Tales sufrimientos son llamados por el apóstol Pedro como “la prueba de vuestra fe” (1 Ped. 1:7 Versión Antigua). c. Dios prueba a los creyentes permitiendo que se encuentren con maestros falsos y enseñanzas falsas. En esta manera Dios pone a prueba la lealtad y el amor del creyente hacia El. (Deut. 13 es un buen ejemplo de esta clase de prueba.) Estos son tres ejemplos de la variedad de métodos que Dios usa para probar a su pueblo. Esta clase de prueba que Dios usa siempre tiene la intención de hacer bien a su pueblo. Estamos listos ahora para ver la clase de tentación que Satanás usa.
II. La tentación usada por Satanás con el propósito de lograr que la persona peque Ambas clases de tentación contienen la idea de poner a prueba. ¡La tentación siempre es una prueba! En la clase de tentación intentada por Satanás, el punto que tenemos que recordar es el propósito de la prueba. La tentación de esta clase es una prueba diseñada para conducir a la persona a pecar. Dios nunca es el autor de este tipo de tentaciones (Stg. 1:13). Esta es la clase de tentación que el Señor tenía en mente cuando advirtió a sus discípulos. Esta es la clase de tentación acerca de la cual estudiaremos en este libro.
La Biblia enseña que hay tres causas principales para este tipo de tentación. A veces estas causas obran juntas y a veces separadamente: Primero: El diablo como el tentador. Dos veces en el Nuevo Testamento el diablo o Satanás es llamado “el tentador”. (Mat. 4:3; 1 Tes. 3:5). A veces el diablo tentará al creyente a pecar introduciendo pensamientos malos o blasfemos en su mente. A veces existe la tentación de dudar de la realidad de Dios o de la veracidad de su Palabra. Esta tentación frecuentemente surge por medio de malos pensamientos mandados por el diablo a la mente del creyente. Tentaciones de esta clase son llamadas “los dardos de fuego del maligno” (Ef. 6:16). El creyente no es culpable de pecado por el mero hecho de tener tales pensamientos. El creyente solamente es culpable de pecado si cree estos pensamientos.
Frecuentemente el diablo tienta usando dos de los siguientes métodos: Segundo: El mundo (incluso la gente mundana) como un tentador. El pescador usa como anzuelo un gusano sabroso para atraer al pez. En la misma forma, a menudo el diablo usa el anzuelo de alguna atracción del mundo para persuadir a la persona a pecar. El diablo, cuando tentó a Cristo usó los reinos de este mundo como su anzuelo. Fue una sirvienta quien tentó a Pedro para que negara a su Señor (Mat. 26:69). El mundo con todas sus cosas y su gente es una fuente constante de tentación para los creyentes.Tercero: La carne (los deseos egoístas) como un tentador. A veces el diablo obra a través de los deseos egoístas para tentar a la persona. El diablo tentó a Judas a traicionar al Señor usando tanto la ayuda del mundo (los fariseos y treinta monedas de plata Luc. 22:1–6) como la naturaleza codiciosa de Judas mismo. En las palabras de Santiago: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” (Stg. 1:14) La clase de tentación usada por el diablo es siempre un intento de persuadir de alguna forma a la persona a pecar. Tales tentaciones tienen como su meta principal persuadir a la persona a pecar en alguna o en todas las siguientes maneras: 1) por el descuido de algún deber que Dios le ha encomendado, 2) por guardar malos pensamientos en su corazón y permitir que los pensamientos ya concebidos den a luz el pecado, 3) por permitir que Satanás le distraiga de alguna manera de su comunión con Dios o 4) por fallar en dar a Dios la obediencia constante, completa y universal a todos sus mandamientos incluyendo la manera en la cual la obediencia es rendida. Ahora estamos listos para reflexionar brevemente en la primera lección mencionada al principio de este capítulo.
III. La tentación es algo contra lo cual el creyente necesita guardarse continuamente Ilustraremos los peligros de la tentación usada por Satanás bajo los siguientes dos puntos: a. El gran daño que las tentaciones de Satanás pueden hacer al creyente. La meta principal de la tentación es la de conducir a la persona a pecar. Pudiera ser el pecado de hacer lo que Dios prohibe. Pudiera ser el pecado de no hacer lo que Dios manda. Pudiera ser algún pecado en la carne que puede ser visto por otros, o pudiera ser un pecado en la mente que solo Dios puede ver. Cualquiera que sea el pecado, nunca debemos olvidar que el propósito de la tentación es de dañar la salud espiritual del creyente. b. La gran variedad de tentaciones que Satanás usa en contra del creyente. Cualquier cosa que pueda impedirnos hacer la voluntad de Dios debe ser vista como una tentación. Puede ser que sea algo dentro de nosotros (algún deseo malo) o cualquier cosa o persona en el mundo. Cualquier cosa que provoque o anime a una persona a pecar es un tipo de tentación. Casi cualquier deseo que una persona pueda tener, podría convertirse en una fuente de tentación. Desear tales cosas como por ejemplo: una vida tranquila, amigos, un buen nivel de vida, una buena reputación (¡la lista es casi interminable!), no es pecaminoso en sí mismo. Sin embargo, tales cosas pueden llegar a convertirse en una fuente peligrosa de tentación que resulte difícil resistir. Los creyentes necesitan aprender a temer las tentaciones que surgen de tales fuentes ya mencionadas. Deberían temer tales tentaciones tanto como temen las tentaciones que conducen a pecados abiertos y escandalosos. Si fallamos en hacer esto, estamos más cerca del borde de ser arruinados de lo que nos imaginamos.
Owen, J. (2010). Lo que cada creyente debería saber sobre la tentacion (O. I. Negrete & T. R. Montgomery, Trads.; pp. 7-12). Publicaciones Faro de Gracia.
El signo característico de la lepra es el llamado punto muerto o anestesia. Esta mancha se encuentra prácticamente en todos los casos, y no hay otro síntoma tan característico. En el diagnóstico de la enfermedad utilizamos un alfiler, una pluma, dos probetas, agua fría y caliente para comprobar el dolor en la mancha; el pinchazo de un alfiler y una pluma, como sensación, y el agua fría y caliente, como habilidad para reconocer la diferencia entre calor y frío. Hemos encontrado esta mancha en el 99 por ciento de nuestros leprosos.
En el pecado existe esta pérdida del sentido del pecado o del mal.
Contagioso. La lepra no es muy contagiosa, como se suele imaginar. Debe «frotarlo», por así decirlo, para contraer. Es una enfermedad en la que el saneamiento es deficiente y más común en las regiones tropicales cálidas y húmedas, aunque también se encuentra en Islandia, Noruega, Minnesota y climas más fríos, pero generalmente no se propaga en estas regiones. Es más contagioso en la niñez y se puede contraer en las casas, la ropa o el contacto directo con el leproso.
El pecado es contagioso.
Hereditario. Los científicos ahora consideran que la enfermedad no es hereditaria. La mayoría de los hijos de leprosos, separados de su madre antes de los cuatro meses, no acaban con lepra.
El pecado es hereditario.
Superficial. La lepra es una enfermedad de la superficie del cuerpo: la piel, algunos de los nervios superficiales, las cuerdas vocales, la nariz y la superficie del cuerpo. Por lo general, no hay cambios patológicos en los órganos internos.
El pecado afecta las partes más profundas, el alma.
Mutilante. La lepra es mutilante, a menudo destruye los dedos de las manos y de los pies, los pies, la nariz, las cuerdas vocales, los ojos, etc.
El pecado mutila.
Destructivo. La lepra destruye el cuerpo.
El pecado destruye el alma.
Cegador. Debido a que el nervio facial a menudo se paraliza, hay parálisis de los músculos de la cara, marchitamiento de estos músculos y la pérdida de movimiento de los párpados conduce a la ceguera como efecto secundario. Las lágrimas corren por el rostro. No puedes parpadear. Pronto hay irritación y enfermedad por el polvo y la luz solar. La lente se adhiere al iris. No puede enfocar el ojo ni dilatar la pupila y la ceguera es común.
El pecado es cegador.
Peculiar para el hombre. La lepra es claramente una enfermedad del hombre y el germen no crece en los animales. La mayoría de los gérmenes crecerán en un cultivo, un conejillo de indias, por ejemplo, pero no así con el germen de la lepra. Por esta razón, es imposible elaborar un suero o una vacuna.
El pecado es una enfermedad del hombre.
Contacto prolongado. La lepra suele ser consecuencia de un contacto estrecho y prolongado con los leprosos. Aproximadamente el 50 por ciento de los niños que continúan viviendo con sus madres leprosas contraerán la enfermedad.
El contacto cercano con el pecado es peligroso.
Afecta a los jóvenes. La lepra se observa con mayor frecuencia en los jóvenes, generalmente se contrae en la primera infancia, pero los síntomas no aparecen hasta la pubertad o más tarde. La edad media de aparición en nuestros dos mil casos fue de veintidós. El período de incubación es lento y largo.
El pecado causa sus mayores estragos en los jóvenes.
Crea marginados sociales. La lepra convierte a los casos en parias, y a menudo deben aceptar su maldición y salir de sus hogares para vagar y mendigar. Esto es algo muy triste en el oriente. Muchos se vuelven mendigos tristes, miserables y errantes.
El pecado nos convierte en marginados del cielo.
Tiende a endurecerse. La lepra endurece la piel, le quita vida y sensación, y la piel suele ser más gruesa, dura, floja y con una sensación peculiar. Encontré a una niña morena con lepra en los Estados Unidos recientemente, y lo llamativo fue la piel gruesa, seca y dura.
El pecado endurece nuestro corazón.
Puede ser curado. En muchos casos, si se trata a tiempo, la enfermedad se puede controlar, detener y dominar, y no tengo miedo de llamarla «curada», aunque los médicos más bien dudan en decir «cura». Creemos que podemos verificarlo y controlarlo en el 75 por ciento de los niños que llegaron a tiempo. Durante miles de años se ha considerado incurable y desesperanzado, una maldición del cielo, por lo que los últimos veinticinco años [tome en cuenta que este escrito es de 1938] ha obrado un verdadero milagro con esta enfermedad. Anualmente damos de alta alrededor de setenta y cinco casos curados, y treinta y tres de nuestros leprosos se han casado y viven en la colonia con salud y fuerza normales. Recientemente, informes señalan que en los últimos diez años tres mil quinientos leprosos en todo el mundo han sido registrados como curados y dados de alta.
El pecado también es curado por la sangre de Jesucristo.
Parece un cadáver. Entre nuestros setecientos cincuenta casos, hay unos pocos que se parecen mucho a un cadáver; pérdida de expresión en el rostro, músculos marchitos, toda una imagen de un cadáver de pocos días de pie. Las lágrimas caen por el rostro y uno no puede llorar, sonreír ni reír, y es una imagen triste. Afortunadamente, no hay muchos casos de este tipo.
El pecado nos convertirá en un triste cadáver.
Es muy real. Algunos dicen que no hay enfermedad, solo imaginación. Ojalá vinieran los seguidores de la llamada Ciencia Cristiana y echaran un vistazo a una colonia de leprosos. Hay dos grupos de médicos, uno que siente “una vez leproso, siempre leproso” y el otro, que muchos leprosos se pueden curar. Algunos de los principales leprólogos del mundo creen que la lepra se puede curar o detener. Muchos de mis casos vuelven a la salud normal y se han mantenido en buen estado de salud durante muchos años. Por supuesto, puede haber una recaída, si viven en un entorno inadecuado.
Algunos piensan que no hay pecado, no hay salvación, que no hay más allá. Pero “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (II Tim. 1:12).
Mata el orgullo antes de que te destruya Por Lucas Aleman
Desde el principio, el orgullo presenta batalla contra Dios constantemente y se propaga entre nosotros con mucha facilidad. Se nutre de casi cualquier cosa con tal de no sucumbir ante la búsqueda de la humildad que Dios demanda de todos nosotros. Este pecado es único. La mayoría de los pecados nos alejan de Dios, pero el orgullo es un ataque directo aDios porque busca destronarlo con el fin de entronizarse a sí mismo cueste lo que cueste. Por esta razón Dios «reprende a los soberbios» (Sal. 119:21) y no tolera nunca a los que son «altivos de corazón» (Pr. 16:5). Siempre los «resiste» (Stg. 4:6; 1 P. 5:5) y, de hecho, se burla de ellos (Pr. 3:34) como lo hizo con Faraón en el libro de Éxodo. Dios ya había mandado siete plagas cuando le hizo a Faraón una de las preguntas más particulares de todo el Antiguo Testamento por medio de Moisés y Aarón: «¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí?» (Éx. 10:3). Las siete «señales» anteriores deberían haber sido suficientes para dejar ir al pueblo de Dios (Éx. 10:2). Sin embargo, Faraón «se obstinó en pecar» (Éx. 9:34) y «se endureció» aún más (Éx. 9:35; cp. Éx. 8:15, 32).
El orgullo de Faraón Esta no era la primera vez que un Faraón se enaltecía en su corazón. Anteriormente ya se había levantado «sobre Egipto» un «nuevo rey» que se caracterizaba por su orgullo porque «no conocía a José» (Éx. 1:8; cp. Gn. 47:11–27). Había no solo rechazado cualquier acuerdo previo con José sino que también había concebido con astucia un plan que tenía como primer objetivo debilitar a «los hijos de Israel» para así engrandecer su reino (Éx. 1:9–11). «Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían» (Éx. 1:12). En otras palabras, Dios hizo fracasar la política opresora de Faraón de manera poderosa. No había otra forma de explicar esto más que Dios estaba con su pueblo (cp. Éx. 33:15–17).
Varios años antes, Dios le había prometido a Abraham «una nación grande» (Gn. 12:2). A pesar de que al principio solo«setenta» entraron a Egipto (Éx. 1:5), providencialmente «los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra» (Éx. 1:7; cp. Gn. 1:28). Pero Faraón se aferró a su orgullo e hizo «servir a los hijos de Israel con [mayor] dureza» (Éx. 1:13). Enseguida manifestó dicha actitud al imitar a su padre el diablo —quien «ha sido homicida desde el principio» (Jn. 8:44)— e intentó limitar el crecimiento del pueblo de Dios. Mandó a matar a todos los descendientes varones por medio de «las parteras de las hebreas» a quien les ordenó: «Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva» (Éx. 1:16). Sin embargo, las parteras «temieron a Dios» y «preservaron la vida a los niños» (Éx. 1:17). Irónicamente, el resultado fue que «el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera» (Éx. 1:20).
Faraón no podía con Dios ni con su pueblo, pero esto no significaba que iba a rendirse. Hizo pasar un decreto en todo Egipto que decía: «Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida» (Éx. 1:22). «Por la altivez de su rostro», Faraón no buscó a Dios «en ninguno de sus pensamientos» (Sal. 10:4) pero aún así —en otra demostración de ironía— uno los hijos de Israel terminó en su propia casa (Éx. 2:1–10). Todos sus esfuerzos fueron superados por Dios quien desde «los cielos» se estaba burlando al compás de su soberanía absoluta que lo determina todo (Sal. 2:4), incluso el lugar de donde vendría el libertador de su pueblo. Pasaron los años y ese «rey de Egipto» murió (Éx. 2:23).
Con todo, la situación de «los hijos de Israel» no cambió y todavía «gemían a causa de la servidumbre» (Éx. 2:23). De hecho, se levantó otro Faraón mucho más orgulloso que el anterior, pero Dios no se olvidó del «pacto con Abraham, Isaac y Jacob» (Éx. 2:24) y «reconoció» la condición de su pueblo (Éx. 2:25).
Dios odia el orgullo Es por eso que cuando Dios se le apareció a Moisés «en una llama de fuego en medio de una zarza» (Éx. 3:2) se identificóa sí mismo como el «Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob» (Éx. 3:6). No solo era el mismo Dios de sus antepasados, sino que aún se acordaba de todas sus promesas (Gn. 12:2–3; 17:3–8; 26:2–5; 23–24; 28:12–15). Moisés inmediatamente se humilló ante su presencia (Éx. 3:5; cp. Nm. 12:3) y «cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios» (Éx. 3:6) cuyo nombre es «YO SOY EL QUE SOY» (Éx. 3:14). Su nombre le dio a entender a Moisés que Dios no tiene principio ni fin. Vive en un permanente presente por la eternidad y su naturaleza, en efecto, no cambia (Éx. 3:15). No puede ser manipulado ni forzado a nada porque Dios es hoy quien ha sido ayer y quien será mañana. Lo que aborreció en el paraíso (Gn. 3:1–24), lo sigue abominando porque su carácter es inmutable (Mal. 3:6; Stg. 1:17).
En este caso, más específicamente, su actitud hacia el orgullo ha permanecido intacta, aún desde antes que Adán y Eva pecaran (Gn. 1:31). El diablo fue quien primeramente «se enalteció» en su corazón (Ez. 18:17) y dijo: «Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo» (Is. 14:13–14). Muchos ángeles le siguieron y, como resultado, Dios «los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día» (Jud. 6). No hay duda alguna, entonces, de que Dios odia el orgullo en base a su naturaleza.
La oportunidad desperdiciada de Faraón Irónicamente, el orgullo de Faraón también seguía intacto (Éx. 7:14–9:35). Siete plagas no le fueron suficiente para reconocer «que no hay otro como [Dios] en toda la tierra» (Éx. 9:14). Pero ciertamente esto no podía permanecer así para siempre. No hay lugar para el altivo delante de Dios (Sal. 5:5). Eventualmente «todo soberbio» será «abatido» por Dios (Is. 2:12) que por sí mismo juró: «[A] mí se doblará toda rodilla» (Is. 45:23; cp. Fil. 2:10–11). De igual modo, Faraón «no quedar[ía] impune» (Pr. 16:5). Su «quebrantamiento» estaba por caer en cualquier momento (Pr. 18:12) y es, precisamente por eso, que Dios le pregunta: «¿Hasta cuándo?» (Éx. 10:3).
¡Esta era la mejor oportunidad que Faraón tenía de arrepentirse! Hasta sus propios «siervos» se dieron cuenta de la destrucción que había sobrevenido sobre Egipto a causa de su orgullo obstinado (Éx. 10:7). Pero Faraón no dejó ir a todos los hijos de Israel (Éx. 10:11). Por lo tanto, Dios envió tres plagas más sobre el pueblo de Egipto (Éx. 10:12–12:30) hasta que fueron humillados (Éx. 12:31–36).
¿Qué hay de tu orgullo? El orgullo es tan desagradable para Dios que ocupa el primer lugar de lo que parece ser una versión veterotestamentariade los siete pecados capitales (Pr. 6:16–19). En su esencia, es incompatible con lo que Dios es, fue y siempre será (Lev. 19:2; 20:26; 21:8). Aunque todavía no hemos visto a Dios «tal como él es» (1 Jn. 3:2), sí se ha revelado lo suficiente en Éxodo como para que seamos más humildes de lo que verdaderamente somos. Reconozcamos, pues, nuestra soberbia. Este es el primer paso para adquirir la humildad que Dios demanda de todos nosotros.
No podemos suponer que «la soberbia y la arrogancia» buscarán «el temor de Jehová» (Pr. 8:13) en nuestra vida. El orgullo nunca confiesa ni tampoco se arrepiente de pecado. Ahora bien, si ni siquiera estamos dispuestos a hacer esto es porque todavía tenemos un «más alto concepto de [nosotros] que el que [debemos] tener» (Ro. 12:3). No podemos hacer nada antes de este paso.
Al mismo tiempo, procuremos la humildad con todas nuestras fuerzas porque solamente allí abunda la gracia de Dios (Stg. 4:6; 1 P. 5:5). Dios no tolera los «ojos altaneros» ni el «corazón vanidoso» (Sal. 101:5). Nunca lo ha hecho y, ciertamente, tampoco lo hará «cuando él se manifieste» (1 Jn. 3:2). Se burló de Faraón y «no perdonó a los ángeles» (2 P. 2:4) que buscaron destronarlo (Jud. 6), ¿qué nos hace pensar que tratará con nuestro orgullo de manera diferente? Ante sus ojos, hay «más esperanza [para el] necio» que para el soberbio (Pr. 26:12). «Revist[ámonos] de humildad» «bajo la poderosa mano de Dios» antes de que sea demasiado tarde (1 P. 5:5–6).
Lucas Aleman Lucas Alemán (M.Div., Th.M., Ph.D. Candidate) es director de educación en español y profesor de Antiguo Testamento en The Master’s Seminary, y director ejecutivo de la Sociedad Teológica Cristiana. Además, es pastor en la Iglesia Bíblica Berea en North Hollywood, California, y el editor general y uno de los autores de «La hermenéutica de Cristo» así como uno de los contribuidores de «En ti confiaré». Lucas es oriundo de Argentina. En 2016, comenzó a enseñar en The Master’s Seminary como miembro adjunto de la facultad. Si bien sus cursos de especialización son panorama del Antiguo Testamento, gramática de hebreo y exégesis de hebreo, él también da clases de exégesis de griego y teología. En 2018, se unió a la facultad de tiempo completo. Lucas y su esposa, Clara, tienen dos hijos, Elías Agustín y Enoc Emanuel.
Pecado, arrepentimiento y caminar en la luz Por Trillia Newbell
Nota del editor:Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana
Nuestra ofensa más pequeña merece toda la ira de Dios. Eso es difícil de escuchar si olvidamos que Dios no solo ha cubierto nuestro pecado en Cristo, sino que también nos permite acercarnos a Él continuamente para recibir esa gracia una vez más. También sabemos que Dios es santo, separado en Su perfección, gloria y majestad. Somos pecadores que pecamos todos los días. Nuestro pecado debería afligirnos, pero no condenarnos, porque servimos a un Dios que es bueno y bondadoso, pero que también es santo y justo. Entonces, ¿qué debemos hacer con este enigma de nuestra pecaminosidad y la santidad de Dios que está tan cerca de nosotros? Arrepentirnos y recibir la asombrosa gracia de Dios.
¿Es Dios una especie de cuco? Ahí está de nuevo. Esa tenebrosa sombra acechando en el armario. Parece tan impredecible. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Qué podría pasar? ¿Saltará y me atrapará?
Esos eran mis aterradores pensamientos de niña. Me acurrucaba con miedo en mi cama, esperando que el cuco saltara del armario y me atrapara. Cuando me convertí en cristiana, me di cuenta de que gran parte de la forma en que me relacionaba con Dios era con ese miedo infantil al cuco. Sentía que no tenía mucho control sobre mi vida, pero en lugar de darme cuenta de que estaba en manos de un Padre bueno y amoroso, lo veía como un tirano. Pensaba que Él tenía todo el control, pero que el único amor que mostró fue en la cruz (que por supuesto hubiera sido suficiente). Realmente creía que Dios era como el cuco que rondaba por mi armario, esperando el momento adecuado para castigarme o causarme algún daño.
Qué triste. Si solo conocemos a Dios como el gobernante soberano del mundo podríamos cometer el mismo error que yo cometí cuando era una joven cristiana. No fue hasta que comprendí el gran amor de Dios que comencé a ver Sus caminos como buenos y amables. Sí, incluso las cosas difíciles de nuestra vida provienen de la mano amorosa de Dios (1 P 1:3-9; He 12:3-17). Podemos descansar en el conocimiento de que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, y que Sus caminos no son nuestros caminos, y que sin embargo Él tiene cuidado de los hombres (Sal 8:4; Is 55:8).
Lo vemos en Isaías 55, que comienza con un llamado urgente a que vengamos a beber: «Todos los sedientos, vengan a las aguas; y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno» (v. 1). Dios se complace en satisfacer nuestras necesidades (espirituales y de otro tipo). Tenemos un Padre que nos invita al trono de la gracia para recibir ayuda en nuestros momentos de necesidad (He 4:16). Y aunque de joven no comprendía del todo el significado de la cruz, ahora entiendo que Dios mostró Su máximo amor por nosotros mediante el sacrificio de Su Hijo a nuestro favor. ¿Existe un amor más grande que ese?
Dios no es el cuco. Es el Dios soberano, amoroso y asombroso que vino a redimir a un pueblo para Sí mismo. Él es bueno y nos ama todo el tiempo. Así que, como respuesta a nuestro conocimiento de Su carácter amoroso, nos disciplinamos para arrepentirnos diariamente del pecado por el que Cristo ya ha muerto.
Camina en la luz Uno de los muchos efectos secundarios que he experimentado al envejecer es la incapacidad de ver la carretera al conducir de noche. Todo brilla. Si llueve, es como si alguien me iluminara los ojos con una luz brillante. Como adulta responsable que soy, todavía no he ido al oftalmólogo. Así que conduzco en la oscuridad, ciega como un murciélago.
Afortunadamente, no tenemos que hacer esto como cristianos. Hemos visto la luz. El evangelio ha iluminado las tinieblas. Y esta luz no desorienta; es un don de la gracia que nos purifica y nos guía.
Pero tal vez has estado caminando como si estuvieras todavía en la oscuridad. Dios te llama a caminar en la luz. Caminar en la luz significa caminar en la bondad y la gracia de Dios, viviendo una vida que refleje al Salvador y caminando de una manera digna del evangelio. El arrepentimiento es una de las formas más claras de caminar en esta luz. El apóstol Juan nos dice: «Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad» (1 Jn 1:6). Caminar en las tinieblas es caminar con el conocimiento del pecado e ignorarlo, o caminar como si estuviéramos completamente sin pecado, sin arrepentirnos nunca (1 Jn 1:8). La gracia de Dios nos permite no solo reconocer que seguimos luchando con el pecado, sino también volvernos de nuestro pecado.
Vemos claramente que nuestro caminar en la luz no es perfecto, ni siquiera está cerca de serlo. Nunca alcanzaremos la perfección en esta tierra. Por eso el arrepentimiento es un regalo tan hermoso de nuestro Dios. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Jn 1:9). Oh, qué gracia. Confesamos nuestros pecados a Dios —reconociendo nuestra gran necesidad de que Él nos convierta de nuestro pecado— y ¿qué hace Él? Hace lo que ya ha hecho: derrama la gracia que necesitamos para cambiar. Su ira estuvo reservada para Jesús. No recibimos castigo o ira por nuestros pecados; recibimos gracia. Hay, por supuesto, consecuencias por el pecado, pero aún así, nuestra posición ante Dios no cambia.
Dios es soberano y lo gobierna todo. Es santo, pero gracias a Jesús podemos acercarnos a Él. Corre, no camines, al trono de la gracia. No camines como un ciego mientras puedes caminar en la luz que está disponible para ti. Camina en la luz. Confiesa tu pecado y recibe la gracia. No hay condenación para ti.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Trillia Newbell Trillia J. Newbell es conferencista y autora de Fear and Faith [Temor y Fe], United [Unidos], Enjoy [Disfruta] y su libro infantil más reciente God’s Very Good Idea [La gran idea de Dios].
Nota del editor:Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética sexual cristiana
¿Por qué podría un cristiano negarse a asistir, atender o participar en una ceremonia de matrimonio entre personas del mismo sexo? Para hacer las cosas más simples, asumamos que este es un debate entre cristianos tradicionales que creen —como siempre ha creído la iglesia y como sigue creyendo la mayor parte de la iglesia mundial— que el comportamiento sexual entre personas del mismo sexo es pecaminoso y que el matrimonio es una unión conyugal y de pacto entre un hombre y una mujer.
Con este comentario aclaratorio, podemos abordar la cuestión directamente: ¿Por qué un cristiano se sentiría obligado por su conciencia a no asistir o participar en una boda gay? Lo que nos lleva a esta conclusión no es el fanatismo, ni el miedo, ni porque no sepamos que Jesús pasó tiempo con los pecadores. Es por nuestro deseo de ser obedientes a Cristo y por la naturaleza del evento de la boda en sí.
Una ceremonia de boda, en la tradición cristiana, es ante todo un servicio de adoración. Así que si la unión que se celebra en el servicio no puede ser aprobada bíblicamente como un acto de adoración, creemos que el servicio da crédito a una mentira. No podemos, con buena conciencia, participar en un servicio de adoración falsa. Entiendo que no suena muy bien, pero la conclusión se desprende de la premisa, es decir, que el «matrimonio» que se celebra no es en realidad un matrimonio y que no debe celebrarse.
Además, desde hace tiempo se entiende que los presentes en una ceremonia matrimonial no son simples observadores casuales, sino que son testigos que otorgan su aprobación y apoyo a los votos que se van a realizar. Por eso el lenguaje tradicional habla de reunirse «ante Dios y ante esta congregación». Por eso, en uno de los servicios matrimoniales modelo de la Iglesia presbiteriana de América, todavía el ministro dice:
Si alguien puede mostrar una causa justa por la que no puedan casarse legalmente, que lo declare ahora o que calle para siempre.
De forma muy explícita, la boda no es una fiesta para los amigos y la familia. No es una mera formalidad ceremonial. Es un acontecimiento divino en el que los reunidos celebran y honran la «solemnidad del matrimonio».
Por eso —por mucho que quiera tender puentes con una amiga lesbiana o asegurar a un familiar gay que me importa y que quiero relacionarme con él— no asistiría a una ceremonia de boda del mismo sexo. No puedo ayudar con mi pastel, con mis flores o con mi presencia a solemnizar lo que no es sagrado.
Al adoptar esta postura, a menudo he escuchado en respuesta cosas como estas:
Pero Jesús se juntó con los pecadores. No le preocupaba ser contaminado por el mundo. No quería alejar a la gente del amor de Dios. Siempre abría las compuertas de la misericordia de Dios. Él nos diría: «Si alguien te obliga a hornear un pastel, hornea para él dos».
Bien, pensemos en estas objeciones. Me refiero a pensar con unas cuantas frases y no solo con eslóganes y vagos sentimentalismos.
Jesús se juntó con los pecadores. Es cierto, más o menos (depende de lo que se entienda por «juntarse»). Pero Jesús creía que el matrimonio era entre un hombre y una mujer (Mt 19:3-9). El ejemplo de Cristo en los evangelios nos enseña que no debemos tener miedo de pasar tiempo con los pecadores. Si una pareja gay de la casa de al lado te invita a cenar, no la rechaces.
No le preocupaba ser contaminado por el mundo. Esa no es la preocupación aquí. No se trata de piojos o gérmenes del pecado. Nosotros mismos tenemos muchos de ellos.
No quería alejar a la gente del amor de Dios. Pero Jesús lo hizo todo el tiempo. Actuó de maneras antagónicas, que pudo hacerlas involuntariamente, pero más a menudo las hizo deliberadamente (Mt 7:6, 13-27; 11:20-24; 13:10-17; 19:16-30). Jesús apartaba a la gente todo el tiempo. Esto no es excusa para que seamos irreflexivos y poco amables. Pero debería poner fin a la noción no bíblica que dice que si alguien se siente herido por tus palabras o no amado por tus acciones, ipso facto fuiste poco amoroso de manera ridícula y pecaminosa.
Siempre abría las compuertas de la misericordia de Dios. Amén. Sigamos predicando a Cristo y prediquemos como Él lo hizo, llamando a todas las personas a «arrepentirse y creer en el evangelio» (Mr 1:15).
Si alguien te obliga a hornear un pastel, hornea para él dos. Este es, por supuesto, un principio verdadero y hermoso sobre cómo los cristianos, cuando son injuriados, no deben injuriar a su vez. Pero difícilmente puede significar que hagamos todo lo que la gente exige sin importar nuestros derechos (Hch 4:18-20; 16:35-40; 22:22-29) y sin importar lo que es correcto a los ojos de Dios.
Una boda no es una invitación a una cena o una fiesta de graduación o de jubilación. Incluso en un entorno completamente laico, sigue existiendo la sensación —y a veces las invitaciones de boda lo dicen— de que nuestra presencia en el evento honraría a la pareja y su matrimonio. Sería difícil, si no imposible, asistir a una boda (por no hablar de hacer el catering o el centro de mesa) sin que tu presencia comunique la celebración y el apoyo a lo que está ocurriendo. Y, por muy doloroso que sea para nosotros y para los que amamos, celebrar y apoyar las uniones homosexuales no es algo que Dios o Su Palabra nos permitan hacer.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Kevin DeYoung El Rev. Kevin DeYoung es pastor de Christ Covenant Church en Matthews, N.C., y maestro asistente de Teología Sistemática en el Reformed Theological Seminary de Charlotte, N.C. Es autor de numerosos libros, incluyendo Taking God at His Word [Confía en Su Palabra] y Just Do Something [Haz algo].
“Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó.”
Romanos 1:19
Las Escrituras dan por sentado, y la experiencia lo confirma, que los seres humanos tienen inclinación natural por alguna forma de religión, y con todo, no adoran a su Creador, cuya revelación general de sí mismo lo da a conocer de manera universal. Ni el ateísmo teórico, ni el monoteísmo moral son naturales en nadie: el ateísmo es siempre una reacción contra una creencia preexistente en Dios o en dioses, y el monoteísmo natural sólo ha venido a aparecer a raíz de la revelación especial.
Las Escrituras explican este estado de cosas, diciéndonos que el egoísmo pecaminoso y la aversión a lo que nuestro Creador proclama sobre sí mismo conducen a la humanidad a la idolatría, la cual significa la transferencia de nuestra adoración y homenaje a algún poder u objeto diferente al Dios Creador (Isaías 44:9–20; Romanos 1:21–23; Colosenses 3:5). De esta forma, los humanos apóstatas “detienen con injusticia la verdad” y cambian “la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:18, 23). Sofocan y mitigan tanto como pueden la conciencia que les da la revelación general de que hay un Juez-Creador trascendente, y adhieren su indestructible sensación de que existe lo divino a objetos indignos de ello. Esto conduce a su vez a una drástica decadencia moral, con su consiguiente angustia, como primera manifestación de la ira de Dios contra la apostasía del ser humano (Romanos 1:18, 24–32).
Hoy en día, la gente idolatra en el occidente, y de hecho adora una serie de objetos seculares, como la empresa, la familia, el fútbol, y sentimientos placenteros de diversas clases. La decadencia moral sigue siendo la consecuencia, tal como lo era cuando los paganos adoraban ídolos físicamente reales en los tiempos bíblicos.
Los seres humanos no pueden suprimir por entero su sensación de que hay un Dios, ni la de su juicio presente y futuro; Dios mismo no está dispuesto a permitírselo. Siempre queda algún sentido de lo que es correcto o incorrecto, y de que somos responsables ante un Juez divino que es santo. En nuestro mundo caído, todos aquéllos cuya mente no se halla deteriorada de alguna forma, tienen una conciencia que en algunos puntos los guía, y que de vez en cuando los condena, diciéndoles lo que deberían sufrir por las maldades que han cometido (Romanos 2:14 ss.), y cuando la conciencia habla en esos términos, constituye en verdad la voz de Dios.
En cierto sentido, la humanidad caída es ignorante con respecto a Dios, puesto que aquello que la gente quiere creer, y de hecho cree, acerca de los destinatarios de su adoración, falsifica y distorsiona la revelación de Dios, de la cual no pueden escapar. No obstante, en otro sentido, todos los seres humanos siguen estando conscientes de que hay un Dios, y se sienten culpables, además de tener incómodos indicios de que se aproxima un juicio que ellos no quisieran que se produjera. Sólo el Evangelio de Cristo puede poner paz en este perturbador aspecto de la situación del ser humano
“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros.» – Romanos 5:7-8
«Así es como el Apóstol demuestra su caso. Él apunta hacia arriba, primero que todo, desde el hombre justo hasta el bueno. Y entonces, cuando termina apunta hacia abajo. ¿Dónde estamos nosotros? Ciertamente no entre los ‘buenos’. ¿Y entre los justos? Ni siquiera entre los justos. Pues bien, ¿qué somos entonces? ¡Pecadores! No hay, en lo absoluto, nada digno de ser amado en nosotros. Dios muestra Su amor y prueba Su amor para con nosotros en que Cristo murió por nosotros no porque fuésemos dignos de ser amados, deseables y buenos. Entonces, no obstante no hayamos sido dignos de ser amados, y deseables, ¿hemos sido correctos bajo algún estándar? ¿hemos permanecido en la ley? ¡De ninguna manera! No hemos sido justos. La verdad acerca de nosotros es que éramos pecadores y un pecador es exactamente lo opuesto a un hombre bueno y justo. Un pecador es un transgresor. Un pecador es un hombre que ha perdido su calificación, que se ha quedado corto. No hay absolutamente nada de justicia en él. El mismo término sugiere depravación moral, no excelencia moral sino fracaso moral. No solamente no hemos guardado la Ley, sino que somos culpables de transgredir la Ley, de quebrantarla. Eso es lo que un pecador realmente es. Estos son los términos usados en la Biblia para describirlo. En otras palabras, el pecador no es tan sólo un hombre culpable de depravación moral y transgresiones, de acciones erradas e iniquidades, y debido a esto, culpable a los ojos de Dios; el pecador es reprehensible delante de la Ley y es merecedor del desagrado divino y de la ira de Dios.
«Esa es la verdad acerca del pecador. Es alguien que ha burlado deliberadamente la Ley de Dios, es alguien que no está interesado en Dios, que no le agrada Dios, es alguien que odia a Dios. Y debido a eso, dicho pecador opone su voluntad a la voluntad de Dios. Él dice, ‘¿con que he aquí dijo Dios, no? Muy bien, pues yo haré todo lo contrario. ¿Este es un mandamiento? Pues yo lo quebrantaré. Él me dice que no desee algo, pero yo lo deseo y voy a obtenerlo.’ El pecador, por lo tanto, ha ofendido deliberadamente a Dios, se ha rebelado en contra de él, lo ha atacado, ha burlado Su Ley, ha desechado su voz, ha seguido su propio camino según su propia voluntad, y se ha hecho culpable ante los ojos de Dios.
«Ése es el tipo de persona por la cual Cristo murió. ‘No a los justos- sino a pecadores vino Jesús a llamar’. No a hombres buenos y dignos de ser amados, ¡sino a los viles y aborrecibles!»
«…Sólo cuando dimensionamos esto somos capaces de seguir el argumento del Apóstol. Y el argumento es este. Dios demuestra Su amor para con nosotros en que, mientras éramos así, cuando merecíamos la ira de Dios en Su justicia, y merecíamos su castigo y perdición y el destierro de Su mirada, Dios realmente envió a Su Hijo a morir por nosotros. Si eso no prueba el amor de Dios hacia nosotros, nada podrá ni nada lo hará. Las personas que más han apreciado el amor Dios han sido las que más se han dado cuenta de su propia pecaminosidad.»
Dr. David Martyn Lloyd-Jones nació el 20 December 1899 en Gales y fue ministro en Westminster Chapel de Londres. También fue un reconocido doctor en medicina que llegó a trabajar en la familia real de inglaterra. Él tuvo una tremenda influencia en el ala reformada de la iglesia evangélica del siglo 20 con un gran énfasis en el evangelio. Lloyd-Jones describió el don de predicar como «lógica ardiente.» Su entrenamiento en medicina preparó o le dió un corte lógico a sus sermones. Toda su lógica estaba basada en su formacón como médico, por esta razón encontraba tremendamente atrantivo el evangelio y las escrituras. Después de una vida llena de trabajo, murió tranquilamente mientras dormía en Ealing Londres el 1 Marzo de 1981.
John MacArthur es el pastor-maestro de Grace Community Church en Sun Valley, California, así como también autor, orador, rector emérito de The Master’s University and Seminary y profesor destacado del ministerio de medios de comunicación de Grace to You.
En el año 1969, después de graduarse en el Talbot Theological Seminary, John llegó a Grace Community Church. El énfasis de su ministerio en el púlpito es el estudio diligente y la exposición versículo a versículo de la Biblia, con especial atención dedicada al antecedente histórico y gramatical detrás de cada pasaje. Bajo el liderazgo de John, los dos servicios matutinos de adoración de Grace Community Church colman el auditorio cuya capacidad es de 3500 personas. Varios miles de miembros participan cada semana en docenas de grupos de hermandad y programas de entrenamiento, la mayoría de ellos conducidos por líderes laicos; y cada uno de ellos, dedicado a equipar a los miembros para el ministerio a nivel local, nacional e internacional.
En el año 1985, John fue nombrado presidente de The Master’s College (anteriormente, Los Angeles Baptist College, y ahora, The Master’s University), una Universidad cristiana de cuatro años, acreditada en humanidades, en Santa Clarita, California. En el año 1986, John fundó The Master’s Seminary, una escuela de posgrado dedicada a la formación de hombres para que desempeñen roles pastorales y trabajo misionero a tiempo completo.
John también es el Presidente y profesor destacado de Grace to You. Fundada en el año 1969, Grace to You es la organización sin fines de lucro responsable de desarrollar, producir y distribuir los libros de John, los recursos de audio y los programas de Grace to You de radio y televisión. El programa de radio de “Grace to You” se emite más de 1000 veces diariamente a lo largo del mundo de habla inglesa, alcanzando a los centros de mayor población con la verdad bíblica. También se transmite casi 1000 veces al día en español, llegando a 23 países a lo largo de Europa y Latinoamérica. El programa de televisión de “Grace to You” se transmite semanalmente en DirecTV en los Estados Unidos y está disponible de manera gratuita por medio de Internet en todo el mundo. Todos los 3000 sermones de John, que abarcan más de cuatro décadas de ministerio, están disponibles de manera gratuita en ese sitio web.
Desde que completó su primer libro que fue un éxito en ventas, El Evangelio según Jesucristo, en el año 1988, John ha escrito cerca de 400 libros y guías de estudio, incluyendo Fuego Extraño, Avergonzados del Evangelio, El Asesinato de Jesús, El Hijo Pródigo, Doce Hombres Inconcebibles, Verdad en Guerra, El Jesús que no Puedes Ignorar, Esclavo, Una Vida Perfecta y la serie de Comentarios MacArthur del Nuevo Testamento. Los títulos de John han sido traducidos a más de dos docenas de idiomas. La Biblia de estudio MacArthur, el recurso que es la piedra angular de su ministerio, está disponible en el idioma inglés (NKJ, NAS y ESV), español, ruso, alemán, francés, portugués, italiano, árabe y chino.
En el año 2015, completó la serie Comentarios MacArthur del Nuevo Testamento. En sus 23 volúmenes, John lo lleva detalle por detalle, versículo a versículo, a lo largo de todo el Nuevo Testamento.
John y su esposa, Patricia, viven en el sur de California y tienen cuatro hijos casados: Matt, Marcy, Mark y Melinda. Ellos también disfrutan de la alegre compañía de sus 15 nietos.
Ideología de género: Tergiversación y verdad CATHERINE SCHERALDI
Hasta hace unas décadas, las palabras sexo y género podían usarse de manera indistinta sin ningún problema. Hoy, sin embargo, las cosas son muy distintas. Mientras que el sexo se define como las características biológicas que hacen de un individuo varón o hembra, el género como tal (masculino o femenino) se denomina una construcción social y no biológica.
Según nuestra sociedad, la biología no tiene nada que ver con la identidad de género. Pero las cosas no son así tan sencillas.
La ciencia Para entender cómo se determina el sexo de una persona, es importante regresar a la genética y la embriología. En el núcleo de cada célula hay genes con diferentes combinaciones de ADN (ácido desoxirribonucleico), las unidades hereditarias que determinan no solamente las características físicas de la persona, sino también el funcionamiento de cada órgano.
Las diferentes combinaciones en el ADN determinan las características de los seres humanos: el color de pelo, el tono de piel, o cualquier otra característica que marca la individualidad de cada persona. En los humanos, hay 23 pares de cromosomas (46 en total); 22 pares se conocen como autosomas y aparecen iguales en el sexo masculino y femenino. Además existe un último par, con los que llamamos “cromosomas sexuales”. Aquí existe una diferencia: las personas femeninas tienen dos cromosomas X (XX) y las personas masculinas tienen un cromosoma X y otro Y (XY).
El sexo es determinado por el tipo de gen que el feto reciba de sus padres. El hijo o hija recibe un cromosoma sexual de cada progenitor. La madre siempre donará un cromosoma X y el padre en ocasiones dona un cromosoma X y otras veces dona un cromosoma Y.
Aunque el sexo es determinado en el momento de la concepción, en el estado fetal el desarrollo de ambos sexos es idéntico hasta la sexta semana. Si el feto es masculino, entrará en juego una proteína conocida como proteína SRY, la cual se produce a partir de un gen en el cromosoma Y. Esta proteína ocasiona la formación de los órganos masculinos. Si la proteína SRY está ausente, se desarrollarán los órganos femeninos. Así, la composición genética (lo que llamamos el genotipo) es lo que determina cómo el individuo luce y funciona (lo que llamamos el fenotipo).
La caída Cuando una persona dice sentirse más como el sexo opuesto al que su fenotipo demuestra, entonces se habla de disforia de género. Esa persona profesa sentimientos como si estuviera en el cuerpo del sexo equivocado, condición que ha sido denominada como transexualidad. El término disforia de género también se utiliza para hablar de personas que sienten que su género no es exclusivo (masculino o femenino) sino que dice ser “bigénero” e identificarse con ambos. También existen aquellos que se denominan “agénero”, porque sienten una ausencia de género o porque se consideran de un tercer género totalmente separado de los otros dos.
El pensamiento popular ahora es que lo que determina el género en el individuo no es su genética, sino lo que cada persona “siente”.
Dot Brauer, psicóloga clínica y directora del Centro de LGBTQA en la universidad de Vermont, define la identificación del género como “lo que se siente bien para la persona”. Ella dice que “en su generación toda la información fue dada desde una perspectiva limitada y con lenguaje limitado impartido en la clase de salud y aquello que fue aprobado por la junta de educación”, sugiriendo que ellos tenían una mente estrecha. Se dice que el género existe en una gama, afirmando que hay muchas diferentes expresiones entre los dos géneros. Lisa Fields, de WebMD, escribe que ser transgénero “se trata de lo que una persona siente en su interior”. El Dr. Michael L. Hendricks, un psicólogo clínico en Washington que trabaja con pacientes durante su transición (personas cambiando de lo que su biología ha determinado hacia lo que sienten), dice que no hay un patrón, sino que varía con cada paciente. Ahora es claro por qué Facebook tiene 71 diferentes géneros para que elijas en tu perfil.
La cosmovisión ha cambiado, y por lo tanto ha cambiado el lenguaje. Ya no es “género biológico”, como siempre se ha dicho, sino “género asignado”. Con esto se quiere señalar que el género fue asignado al nacer por el personal médico, sin saber si realmente ese será el género con el cual el niño o niña decidiría identificarse.
Como hemos visto, la biología, la embriología, y la genética demuestran que solamente hay dos sexos. Esta noción de que el género es independiente del sexo biológico es precisamente denominada una ideología porque no está basada en la ciencia. Aunque la disforia de género todavía es considerada como una anormalidad en la psiquiatría, eso parece estar por cambiar.
En el siglo XVIII, el mundo pasó por la revolución científica, donde la verdad se buscaba a través del método científico. Para que algo fuera aceptado como verdad tenía que ser probado a través de la experimentación y la corroboración de los resultados iniciales. Esto es efectivo cuando la información es medible, pero en otras áreas es impreciso.
Una de las áreas donde el método científico no tiene valor es precisamente en el área de las emociones. Muchas afirmaciones en el ámbito filosófico, moral, y psicológico fueron aceptadas como postulados científicos cuando en realidad el método científico no puede ser aplicado a ninguna de ellas.
A medida que la sociedad cambió, el hombre se volvió más egocéntrico e individualista, llegando a pensar que lo que establece la verdad para cada individuo es su propia opinión. En el mejor de los casos, el hombre de hoy piensa que si él no tiene la razón, la mayoría sí la tendrá. Esto es el fruto del corazón engañoso del hombre que lo lleva a creer que él siempre tiene la razón (Proverbios 21:2).
En nuestros días, la mayoría ha llegado a pensar que la autorealización es lo que trae la felicidad; esto es tierra fértil para la aceptación de algo como la ideología de género. Si la felicidad es un derecho y la verdad es relativa, entonces la tolerancia a cualquier ideología será el resultado natural, con el consecuente rechazo de cualquier verdad absoluta.
El evangelio Es importante entender que con la caída del hombre en Génesis 3, todos los aspectos del ser humano fueron afectados. Esto incluye el desarrollo físico, la facultad mental, las emociones, y la dimensión espiritual. Dios nos creó para que hubiera armonía en todos los aspectos; sin embargo, con la entrada del pecado, esta armonía se perdió.
Los sentimientos y emociones de cada persona son reales y pueden ser bastante fuertes, aunque no necesariamente correspondan a la verdad de su biología. A pesar de esto, si permitimos que la verdad sea definida por los sentimientos y el individualismo, en vez de por aquello que corresponde a la realidad, entonces terminaremos en la posición que estamos hoy, donde nadie conoce lo que es verdad.
Si las personas con disforia de género son estimuladas a abrazar lo que es una patología, lo única que logramos con esto es empeorar su disfuncionalidad. Un 32-50% de las personas transgénero cometen un intento de suicidio aun en lugares como Suiza, donde esta ideología es aceptada. El cristiano siempre debe desear lo mejor para la otra persona. Para estas personas eso implicaría ayudarles a abrazar el diseño del creador. Esto seria amarles verdaderamente.
Con la caída del hombre todos los aspectos del ser humano fueron afectados. Esto incluye el desarrollo físico, la facultad mental, las emociones, y la dimensión espiritual.
Desde el surgimiento del deseo de Adán de ser como Dios y su subsiguiente caída, la cosmovisión secular tiene como su meta desplazar el control desde Dios hacia el hombre; quiere esconder la imagen de Dios, impuesta en Su diseño. El hombre desea ser su propio dios, para tener el derecho de decidir lo que quiere hacer y cómo hacerlo.
Sin embargo, 1 Crónicas 29:11-12 nos recuerda que solamente Dios está en control y Job 42:2 nos enseña que no hay nada que puede frustrar Sus planes. Los hombres están “entenebrecidos en su entendimiento” (Efesios 4:18) y su corazón es “engañoso” (Jeremías 17:9). Esto explica el porqué personas inteligentes y educadas no ven lo obvio y hasta ignoran las leyes de Dios que ellos mismos han descubierto a través de la ciencia para creer una mentira (Juan 3:19).
Dios ha hecho dos sexos que muestran la imagen de Dios, hombre y mujer, cada uno con características y virtudes diferentes. Y cuando ellos se unen en armonía, complementándose el uno al otro, la gloria y sabiduría de Dios es desplegada a través de las relaciones de forma única. La majestad y sabiduría del Señor es evidente en toda la creación del mundo, pero lo que mejor debe demostrar su gloria sobre todo lo demás es la corona de su creación: el hombre y la mujer. Ellos fueron los únicos que fueron creados a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27).
Cuando borramos las diferencias entre los sexos, distorsionamos la imagen de Dios y, por lo tanto, la escondemos. Satanás puede mantener el mundo ciego (2 Corintios 4:4) llevándolo todo el tiempo a cambiar la verdad por la mentira (Romanos 1:25). Esto produce lo que Pablo dijo a Timoteo, “Pero los hombres malos e impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13). Con todo, el próximo versículo nos recuerda lo que debemos hacer: “Sin embargo, persiste en las cosas que has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de quiénes las has aprendido”.
Dios ha hecho dos sexos que muestran la imagen de Dios, cada uno con características y virtudes diferentes. Y cuando ellos se unen en armonía, la gloria y sabiduría de Dios es desplegada.
Nosotros somos embajadores de Cristo para predicar el evangelio, y vivir Su diseño es otra forma de expresar que creemos Su verdad. Así glorificamos su nombre y afirmamos que existe un único y verdadero Dios, creador de todo lo visible e invisible. De esta manera el mundo queda sin excusas (Romanos 1:20).
Catherine Scheraldi de Núñez es la esposa del pastor Miguel Núñez, y es doctora en medicina, con especialidad en endocrinología. Está encargada del ministerio de mujeres Ezer de la Iglesia Bautista Internacional. Conduce el programa Mujer para la gloria de Dios, en Radio Eternidad. Puedes seguirla en Twitter.