El cristiano y la depresión | CATHERINE SCHERALDI

El cristiano y la depresión
CATHERINE SCHERALDI

Dios creó un mundo bueno, donde reinaba la armonía. Cada cosa creada, cada órgano y sistema, funcionaba como debía ser. Sin embargo, el hecho de que exista un Diseñador perfecto, quien creó perfectamente, no niega el hecho de que también existió una caída.

Génesis 3 narra que la muerte entró al mundo perfecto de Dios, y las enfermedades que antes no existían comenzaron a aparecer. Todos los órganos —el corazón, los pulmones, el hígado, y aun el cerebro— comenzaron a padecer de disfunciones.

Incluyendo la depresión.

La depresión es una de esas enfermedades que surgieron fruto de la caída. La forma de pensar de los seres humanos se trastornó tanto que Pablo nos advierte: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas” (Tit. 1:15).

Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es “un desorden mental común, caracterizado por una persistente tristeza o pérdida de interés en las actividades que normalmente disfrutarías, acompañada por una incapacidad de realizar actividades diarias, por al menos dos semanas”. La depresión es un desorden complejo. Un estudio publicado en 2016 demostró que hay cuatro diferentes subtipos dentro de la depresión persistente, dependiendo de los síntomas. Se estima que la depresión afecta a aproximadamente 300 millones de personas en el mundo, mayormente mujeres. Sabemos que si hay depresión en un miembro de la familia, el riesgo de que otros puedan padecerla aumenta. En personas que ya han padecido de depresión no es raro que esta se repita durante su vida. Podemos observar que esta disfunción tiene un componente genético; sin embargo, la relación entre la mente y el cerebro es compleja; no siempre es fácil saber dónde la termina biología y dónde comienzan los hábitos y conductas pecaminosas.

¿Cristianos deprimidos?
En muchos círculos cristianos existe la creencia de que es imposible para un verdadero creyente deprimirse a menos que esté en pecado, tenga falta de fe o falta de conocimiento bíblico. Sin embargo, un estudio de la Palabra demuestra que varios profetas se deprimieron: algunos por su propio pecado (como David), y otros por el pecado del pueblo (como Moisés). Jeremías se deprimió porque el Señor le reveló lo que le pasaría al pueblo judío… ¡se deprimió porque conoció la realidad!

Al decir que todos los pacientes deprimidos lo están por haber pecado, estamos haciendo mucho daño en los que están deprimidos por razones médicas. Estas personas terminan sintiendo los síntomas típicos de la depresión y además la culpabilidad por “haber pecado”, cuando muchas veces no lo han hecho. Generalizar de esta manera convierte a los acusadores en personas como los amigos de Job, quienes dieron consejos y explicaciones sin entender completamente la situación.

No podemos ver la depresión como toda espiritual, o toda biológica, ya que usualmente es una combinación de ambos componentes. El cuerpo y el alma están entrelazados. La depresión aumenta la oscuridad típica de la mente caída, resultando en un corazón más duro y egocéntrico. Nuestro corazón nos engaña (Jer. 17:9). Sentimos una especie de nube de duda y temor siempre encima, y una neblina que no nos deja ver las cosas como son. Comenzamos a pensar que esto nunca se irá. Los problemas parecen más grandes que las promesas de Dios, y las heridas y el dolor vencen nuestra fe. Como resultado, perdemos de vista que este mundo no es nuestro hogar. En vez de buscar las razones para alabar al Señor, preferimos maldecir nuestra crisis.

Como creyentes, hay muchas razones para tener gozo; sin embargo, seguimos viviendo en un mundo caído. Al conocer a Cristo, el Espíritu Santo ha abierto nuestros ojos y podemos ver la maldad en el mundo que nunca habíamos visto como no creyentes. Dios también nos sensibiliza al dolor y a la maldad, y no podemos ignorarlos, lo que puede convertirnos en el blanco de Satanás. Como si esto no fuera suficiente, el Espíritu Santo está continuamente exponiendo la maldad que no sabíamos que existía en nuestro propio corazón. Como en el caso de Jeremías, la depresión puede ser una respuesta a la realidad cuando uno se da cuenta de la profundidad de la maldad en el mundo y nuestra incapacidad de corregirla. Por eso hemos de aprender a confiar una y otra vez en Jesús, quien venció (Jn. 16:33).

Como médico y alguien que ha padecido de depresión, creo que este padecimiento frecuentemente es un instrumento en las manos de Dios para santificación. Si nada escapa la mano de Dios (Mt. 10:29-33) y Él usa todo para nuestro bien (Ro. 8:28), entonces Él puede utilizar la depresión para formarnos a su imagen.

Qué hacer en medio de la depresión
Y entonces ¿qué debemos hacer? Primero, buscar ayuda. Cristo nos dejó una familia, su Iglesia, porque Él conoce nuestras debilidades y la necesidad que tenemos.

Cuando la depresión es por pecado, la solución es arrepentirnos. Es posible que la depresión sea un llamado de Dios para volvernos al redil y sanarnos, porque el pecado nos esclaviza y nos separa de Dios. Oseas 6:1 nos dice: “Vengan, volvamos al Señor. Pues Él nos ha desgarrado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará”. Sabemos que Jesús, el buen pastor, dejará las 99 ovejas para buscar a aquel que salió del redil (Lc. 15:4-7).

En la mayoría de los casos de depresión no producida por un desbalance químico, la consejería bíblica es suficiente para mejorar. Sin embargo, particularmente cuando la depresión es severa y la persona no responde a la consejería, puede ser que la medicación sea necesaria. Si la depresión es por un desbalance químico, la persona necesita buscar ayuda médica. Aunque la mayoría de las depresiones pueden ser tratadas de manera ambulatoria, las severas pueden requerir ingreso en un hospital. Cualquier persona psicótica (depresión acompañada de alucinaciones o delirios) o con pensamientos suicidas necesita ayuda psiquiátrica inmediata. El paciente psicótico requerirá antipsicóticos combinados con antidepresivos, mientras que las depresiones no psicóticas pueden necesitar antidepresivos e incluso, en algunos casos, antipsicóticos. Para los casos más severos, cuando el tratamiento con fármacos no ha sido exitoso, puede recurrirse a la terapia electroconvulsiva.

Para el creyente, el tratamiento médico siempre debe ser acompañado de consejería bíblica; es en la Palabra donde encontramos la verdad. El medicamento sin consejería bíblica no llega al raíz del problema, y cada vez que se trate de suspender los medicamentos la depresión regresará. En todos los casos, el cuerpo de Cristo debe involucrarse en la vida de la persona deprimida para sobrellevar la carga unos y de otros, como nos lo manda Gálatas 6:2.

Aguardando ansiosamente
Vivimos en un mundo caído, pecaminoso, disfuncional, y lleno de dolor. Romanos 8:22-23 nos dice: “Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo”.

El cuerpo humano es una “máquina” inmensamente complicada, creada por un Dios incontenible. Aunque nuestros cuerpos han sido quebrantados por la caída y son afligidos por toda clase de enfermedades físicas y mentales, podemos confiar en que —cuando regrese por los suyos— Dios recreará lo que Él creó.


Nota del editor:
Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

​Catherine Scheraldi de Núñez es la esposa del pastor Miguel Núñez, y es doctora en medicina, con especialidad en endocrinología. Está encargada del ministerio de mujeres Ezer de la Iglesia Bautista Internacional. Conduce el programa Mujer para la gloria de Dios, en Integridad y Sabiduría. Puedes seguirla en Twitter.

Tomado de: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/cristiano-la-depresion/

Cómo vivir fielmente con ansiedad | Aaron L. Garriott

Cómo vivir fielmente con ansiedad | Aaron L. Garriott

Por Aaron L. Garriott

Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ansiedad.
La ansiedad es desconcertante y elusiva. Algunas personas han experimentado una ansiedad debilitante que los ha llevado a la parte trasera de una ambulancia, mientras que otras tienen el pensamiento ansioso ocasional que pasa brevemente por sus mentes antes de caer en un sueño tranquilo. Para algunos, la ansiedad puede dificultar la realización de tareas diarias rudimentarias. Para otros, la ansiedad aparece solo unas pocas veces al año y no interrumpe significativamente su vida cotidiana. Cualquiera que sea la forma que tome la ansiedad, los cristianos necesitan saber cómo enfrentarla con directivas bíblicas y sabiduría para nuestros corazones inquietos. Cuando la ansiedad asoma su fea cabeza, ¿qué debemos hacer? Cuando la ansiedad es un compañero constante para el cristiano, ¿cómo permanecemos fieles?

Antes de considerar estas preguntas, vale la pena señalar que nuestros instintos de autopreservación dados por Dios son buenos. Dios creó nuestros cerebros para alertarnos sobre el potencial peligro. Pero nuestros cerebros están sujetos a los efectos de la caída, por lo que nuestros sistemas de detección de peligros a veces pueden desviarnos. Por eso, no toda la ansiedad se debe simplemente a no prestar atención a los mandatos y apropiarse de las promesas de Mateo 6. El Dr. R.C. Sproul observó: «Nuestro Señor mismo dio la instrucción de no estar ansiosos por nada. Aún así, somos criaturas que, a pesar de nuestra fe, somos dadas a la ansiedad y, a veces, incluso a la melancolía». Somos criaturas con un cuerpo y un alma, por lo tanto, somos seres completos y complejos. No somos gnósticos, con un foco solo en lo espiritual a expensas de lo físico. La Biblia no hace eso (ver 1 Re 19; 1 Tim 5:23), así que nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Considera al hombre que apenas sobrevivió a un accidente automovilístico fatal y le resulta increíblemente difícil volver a montarse en un automóvil. ¿Es la raíz de su lucha física o espiritual? La respuesta es ambas. Todo lo que experimentamos como espíritus encarnados es físico y espiritual.

Aprendemos mucho acerca de nuestra experiencia física a través de la investigación científica de la revelación general de Dios en la naturaleza. Dado que toda verdad es verdad de Dios, podemos aceptar libremente los aportes de la investigación científica que estén en sumisión a la Palabra de Dios. Cuando se trata de condiciones como la ansiedad y la melancolía, las investigaciones sugieren claramente que algunas personas tienen una mayor tendencia a trastornos cognitivos y circuitos cerebrales defectuosos. Independientemente de la mezcla específica de causas físicas y espirituales de la ansiedad, las Escrituras ofrecen un camino a seguir. Con ese fin, este artículo se centrará en cómo los cristianos que luchan con la ansiedad pueden vivir fielmente con ella, buscar ser libres de ella y descubrir los propósitos redentores del Señor en y a través de ella.

En la lucha contra la ansiedad, podemos ser nuestro peor enemigo. La ansiedad, el trauma y la melancolía a menudo se perpetúan debido a hábitos no saludables (por ej.: mala alimentación, falta de ejercicio, falta de sueño), patrones de pensamiento no saludables (por ej.: autocompasión, pensamientos no provechosos, emociones sin control) y falta de disciplina (por ej.: ociosidad, aislamiento). Richard Baxter observó: «Las personas que ya son propensas a la melancolía son fácilmente y con frecuencia arrojadas aún más profundamente en ella por medio de patrones indisciplinados de pensamiento o emociones sin control». El cristiano ansioso debe ser vigilante, tal vez más que otros. Debemos vigilar cuidadosamente nuestros patrones de pensamiento (1 Co 4:20; Fil 4:8), hábitos de conducta (1 Tim 4:16) e influencias de enseñanza (2 Tim 4:3-4); dedicarnos a la oración (Fil 4:6), al autocontrol (1 Co 7:5; 9:25; Gal 5:23) y disciplina (1 Co 9:27; Tit 1:8); y medir nuestras emociones, sentimientos y reacciones con el estándar de la Palabra autoritativa de Dios (1 Jn 3:20). Charles Spurgeon, después de haber lidiado con sus propios ataques de ansiedad y desesperación, le recordaba a su pueblo con frecuencia que los sentimientos son volubles: «El que vive de los sentimientos será feliz hoy e infeliz mañana».

Podríamos pensar que la solución a los sentimientos y pensamientos que surgen espontáneamente es simplemente cambiar nuestros sentimientos; deshacernos de estas alarmas incómodas. Pero cambiar nuestros sentimientos no es el objetivo; la obediencia fiel lo es. A veces, esa obediencia fiel implica el largo y doloroso proceso de aprender a ser un espectador desapegado de sentimientos y pensamientos no deseados. Este tipo de perseverancia ardua y fiel sin importar los sentimientos puede ser difícil. Podríamos tener dificultades para levantarnos de la cama por la mañana, reflexionando sobre todo lo que implica el día que tenemos por delante: correos electrónicos constantes, malas noticias potenciales, tareas monótonas, niños necesitados, facturas pendientes que pagar. Con espíritu de oración, confiamos en que el Señor nos sostendrá a medida que damos un paso a la vez. Jesús nos dice: «Bástele a cada día sus propios problemas» (Mt 6:34). A veces, la tarea es suficiente problema. Poniendo un pie delante del otro, seguimos adelante.

Liberarse de la ansiedad que paraliza requiere permanecer en presencia de una incertidumbre dolorosa mientras mantenemos la fe. Específicamente, en la agonía de la angustia producida por la ansiedad, es vital que aprovechemos nuestra unión mística con el Salvador sufriente. Martín Lutero, durante episodios de turbulencia emocional en los que Satanás acusaba su conciencia, se visualizaba a sí mismo sufriendo con Cristo en Su aflicción. Lutero creía que los dardos llameantes del maligno y los angustiosos picos de ansiedad son una ocasión para sufrir en unión con nuestro Salvador, para mortificar los restos del viejo yo y para ser despojados de nuestra necesidad de control y certeza. Durante el ataque angustiante de la ansiedad perturbadora, no cedemos al pánico, sino que trabajamos para comprender objetivamente las respuestas de nuestra mente. El salmista nos recuerda que debemos aquietar nuestras mentes: «Estad quietos, y sabed que yo soy Dios» (Sal 46:10). Nos mantenemos quietos y firmes. Como nos recuerda el viejo himno: «Si se desploma todo aquí, me aferro a Cristo mi mástil». En la tempestad, los cristianos confían y obedecen. Independientemente de si el Señor nos da un alivio total en esta vida, nos esforzamos por ser fieles a pesar de nuestras ansiedades y por arrepentirnos cuando permitimos que la ansiedad gobierne nuestras vidas.

Sin duda, no es fácil analizar cuáles ansiedades son pecaminosas. El puritano John Flavel ofrece una simple prueba de fuego: «Mientras el miedo te despierte a orar […] es útil para tu alma. Cuando solo produce distracción y abatimiento de la mente, es pecado y la trampa de Satanás». Además, debemos examinar qué pensamientos y sentimientos consideramos como verdaderos. Lo más importante, ¿a dónde llevamos nuestras ansiedades? ¿Venimos al Señor con nuestra ansiedad a refugiarnos en Él, o nos sentamos y reflexionamos sobre ella, buscando alivio en nosotros mismos? Dejamos por nuestra cuenta, buscaríamos refugio de la tormenta de ansiedad en los alimentos, tecnología, sustancias u otras cisternas agrietadas. Si sucumbimos a nuestras tendencias internas (conducta evasiva, introspección, autopsias mentales constantes o tácticas de autoayuda), las alarmas de ansiedad solo aumentarán de volumen. Necesitamos una palabra externa.

La ansiedad persistente debe ser enfrentada con promesas, como sugiere John Owen:

Una alma pobre, que ha estado perpleja durante mucho tiempo en la angustia y la ansiedad de la mente, encuentra una dulce promesa, que es Cristo en una promesa adecuada para todas sus necesidades, que viene con misericordia para perdonarlo, con amor para abrazarlo, con Su sangre para purificarlo; y es levantado para apoyarse en cierta medida sobre esta promesa.

¿Descansas en promesas divinas o caes en pánico cuando eres incapaz de ser racional porque la ansiedad ha intensificado su control? El salmista modela un mejor camino: «Cuando mis inquietudes se multiplican dentro de mí, tus consuelos deleitan mi alma» (Sal 94:19). De hecho, el libro de los Salmos debería ser un jardín frecuentado por el alma agobiada por la ansiedad. El padre de la iglesia primitiva Atanasio argumentó que el salterio es una minibiblia (presagiando a Lutero) y un índice de cada emoción humana posible (presagiando a Calvino). En una carta a su amigo Marcelino, Atanasio escribió: «En el salterio aprendes sobre ti mismo. Encuentras representados en ella todos los movimientos de tu alma, todos sus cambios, sus altibajos, sus fracasos y recuperaciones». Haríamos bien en visitar los salmos, tanto antes de la tumultuosa tormenta de ansiedad como durante su aguacero más fuerte, pues están familiarizados con todos nuestros sentimientos y emociones. Necesitamos el consejo empático del salterio porque el pecado distorsiona nuestras cualidades dadas por Dios y a Satanás le encanta explotar esas distorsiones. Por ejemplo, el deseo apropiado por la excelencia puede transformarse en perfeccionismo, o la responsabilidad en hiperresponsabilidad. Considera cómo Dios creó a las madres para cuidar de manera única a sus hijos. Sin embargo, la madre primeriza que cuida a su recién nacido puede experimentar un miedo abrumador en cada llanto. Esto puede catapultar rápidamente a las madres amorosas a la desesperación bajo el peso de la hiperresponsabilidad y el miedo. Los salmos son correctivos, recordándole a su corazón ansioso y oprimido que el Señor tiene el control en Su trono cuidando de Su pueblo (ver Sal 121:3-4).

El cuidado providencial de Dios por Su pueblo se ve en cada página de la Escritura. Jesús prohíbe la ansiedad excesiva por la vida, porque traiciona con desconfianza el cuidado amoroso de nuestro Padre. La preocupación desmesurada por nuestros asuntos mundanos revela en quién confiamos realmente. Jesús dirige nuestra mirada al cuidado que nuestro Padre celestial por las aves que Él mismo abastece. Y si Él cuida tanto de las aves como de los lirios del campo, de tal manera que exhiben una gloria mayor que la de Salomón, ¿no debemos estar seguros de que Él suplirá todas nuestras necesidades (Mt 6:28-30; ver Rom 8:32)? Jesús nos recuerda además que la ansiedad mundana excesiva es inútil (Mt 6:27). Pero la prohibición de Cristo está acompañada por una alternativa reconfortante, como señala Calvino: «Aunque los hijos de Dios no están libres de trabajo y ansiedad, sin embargo, podemos decir correctamente que no tienen que estar ansiosos por la vida. Pueden disfrutar de un reposo tranquilo debido a su confianza en la providencia de Dios».

En esa sola palabra se encuentra la clave para vivir fielmente con una ansiedad que persiste: providencia. El Catecismo de Heidelberg define la providencia como el «poder todopoderoso y omnipresente de Dios por el cual Él sostiene y gobierna el cielo, la tierra y todas las criaturas como si estuvieran en Su mano […] y todas las cosas no nos vienen por azar, sino de Su mano paternal» (pregunta 27). Entonces, nuestra ansiedad no es por casualidad; no es un accidente. Viene de Su mano paternal. ¿Crees eso? Debemos hacerlo si queremos sofocar las garras del miedo que paraliza. Si se plantea y maneja adecuadamente, la ansiedad ofrece la oportunidad de cultivar la dependencia y la cálida comunión con el Dios de toda consolación (2 Cor 1:3-4). Richard Sibbes propone tiernamente: «Si consideramos de qué amor paternal vienen las aflicciones, cómo ellas no son solo moderadas sino que son endulzadas y santificadas al ser enviadas a nosotros, ¿cómo puede esto hacer otra cosa sino ministrar por medio del consuelo en las mayores y aparentes incomodidades?». Pablo cuenta su aflicción, un aguijón colocado en su carne que Dios se negó a quitar. En cambio, Él consoló a Su siervo: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, Pablo resolvió gloriarse gozosamente en sus debilidades: «Para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades […] porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12:7-10).

La dolorosa trampa providencialmente llevó a cabo la obra redentora del Señor en y a través del apóstol. Así también nuestras debilidades pueden llevarnos a sentir un mayor amor por el Salvador y un desagrado por las cosas de este mundo. Flavel ofreció esta esperanza al cristiano que siempre está ansioso y abatido: «La sabiduría de Dios ha ordenado esta aflicción sobre Su pueblo para fines y usos misericordiosos. Él la usa para hacerlos más tiernos; vigilantes, atentos y cuidadosos en sus caminos; a fin de que puedan evitar y escapar de tantos problemas como sea posible. Esta es una barrera para evitar que te desvíes. En las grandes pruebas, lo que parece ser una trampa podría ser una ventaja para ti». ¿Ansiedad ventajosa? ¿Cómo? Primero, Flavel continúa: «Las enfermedades del cuerpo y las angustias de la mente sirven para amargar las comodidades y los placeres de este mundo para ti. Hacen que la vida sea menos deseable para ti que para los demás. Hacen que la vida sea más pesada para ti que para otros que disfrutan más de su placer y dulzura». Además, ellos «pueden facilitar la muerte y hacer que tu separación de este mundo sea más fácil para ti. Tu vida es de poco valor para ti ahora, debido a la gravosa carga que arrastras detrás de ti. Dios sabe cómo usar estas cosas en el camino de Su providencia para tu gran ventaja». Segundo, la ansiedad nos impulsa a una comunión más cercana con Dios: «Cuantos mayores sean tus peligros, más frecuentes serán tus acercamientos a Él. Sientes que necesitas brazos eternos debajo de ti para soportar estos problemas más pequeños, que no son nada para otras personas». Tercero, como Pablo enseña, el Señor muestra Su poder a través de nuestras debilidades. Por lo tanto, Flavel concluye: «No dejes que esto te desanime. Las debilidades naturales podrían hacer que la muerte sea menos terrible. Podrían acercarte más a Dios y proporcionarte una oportunidad adecuada para la exhibición de Su gracia en tu momento de necesidad».

De manera contraintuitiva, replantear nuestra perspectiva de la ansiedad acosadora de una carga a una oportunidad apropiada es un gran avance para vivir libres de ansiedad. Cuantas más ansiedades vienen, más oportunidades tenemos de echarlas sobre Aquel que tiene cuidado de nosotros (1 Pe 5:7).

Juan Bunyan, habiendo admitido que «hasta el día de hoy» experimentó ansiedades del corazón, concluye su relato autobiográfico con una perspectiva curiosa:

Estas cosas las veo y siento continuamente, y con las que estoy afligido y oprimido; sin embargo, la sabiduría de Dios los ordena para mi bien. 1. Me hacen aborrecerme a mí mismo. 2. Me impiden confiar en mi corazón. 3. Me convencen de la insuficiencia de toda justicia inherente en mí. 4. Me muestran la necesidad de acudir a Jesús. 5. Me presionan para orar a Dios. 6. Me muestran la necesidad que tengo de velar y estar sobrio. 7. Y me llevan a mirar a Dios, a través de Cristo, para que me ayude, y me sostenga en este mundo.

Esperaríamos que el poderoso puritano inglés terminara su autobiografía con una palabra de triunfo y victoria. En cambio, ¿qué encontramos? El aguijón sigue ahí, pero también el Salvador.

Bunyan, como Lutero y Spurgeon, creía fervientemente que la sabiduría de Dios ordena nuestras aflicciones y debilidades para nuestro bien (Rom 8:28). Las ansiedades dolorosas le dieron una oportunidad adecuada de acudir a Jesús, quien se compadece de nuestras flaquezas (Heb 4:15), nos lleva en Sus brazos (Sal 28:9), y muestra Su gracia suficiente a través de nuestras debilidades (2 Cor 12:9).

Ya sea que la ansiedad sea un invitado ocasional o un compañero constante, no estamos solos en nuestra batalla. El Señor no abandonará Su herencia (Sal 94). Él está siempre presente con Su pueblo, trayendo consuelo a los abatidos y quebrantados de corazón (Sal 34:18). Animémonos unos a otros (1 Tes 5:11); estimulándonos unos a otros al amor y a las buenas obras (Heb 10:24); y llevando las cargas de los demás (Gal 6:2), recordándonos unos a otros que la batalla con el miedo, la ansiedad y la melancolía cesará. Hasta entonces, nos esforzamos por la gracia de Dios por ser fieles, templados y esperanzados, porque se acerca el día en que el hueco en el estómago producido por la ansiedad será un recuerdo lejano, y también lo serán los restos de la desconfianza pecaminosa. De hecho, las lágrimas, el dolor, el duelo y la noche misma ya no existirán (Ap 21:4; 22:5).

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Aaron L. Garriott
Aaron L. Garriott es editor principal de Tabletalk Magazine, profesor adjunto residente en la Reformation Bible College de Sanford, Fla., y graduado del Reformed Theological Seminary en Orlando, Fla.

MANERAS NO BIBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA | Jaime Mirón

MANERAS NO BIBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA
«Quítense de vosotros toda amargura…»
(Efesios 4:31).
La amargura es uno de los pecados más comunes no solamente en el mundo sino también entre el pueblo cristiano evangélico. Casi todos hemos sido ofendidos, y una u otra vez hemos llegado al punto de la amargura. Muchos no han podido superar una ofensa y han dejado crecer una raíz de amargura en su corazón. Debido a que es difícil (si no imposible) vivir amargado y en paz, el hombre maquina maneras para tratar de resolver su problema de amargura y así menguar el dolor, pero sin embargo la amargura queda intacta. Para poder extirpar de manera bíblica la amargura del corazón, es imperioso comprender y desenmascarar las varias formas mundanas de “solucionar” el problema, para que no quede otra alternativa que la bíblica.

  1. Vengarse. La manera no bíblica más común es tomar venganza. Hace poco escuché una entrevista con un escritor de novelas policiales, quien comentó que sólo existen tres motivos para asesinar a una persona: amor, dinero, y venganza. En un país centroamericano asolado por la guerrilla, me comentaron que muchos se aprovechan de tales tiempos para vengarse y echar la culpa a los guerrilleros. Con razón Pablo exhorta: “…no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
    A pesar de las circunstancias, la Biblia sostiene que jamás es voluntad de Dios que nos venguemos nosotros mismos.
    Julia y Roberto son hermanos; ambos están casados y tienen 4 y 3 hijos respectivamente. Cuando vivían en la casa paterna sufrían con un padre borracho y perverso. No sólo los trató con violencia y con las palabras más degradantes, sino que también se aprovechó sexualmente de sus hijos. Pasaron los años y Roberto –ya adulto, herido, con muchos malos recuerdos y profundamente amargado– odia a su padre. ¿Quién lo puede culpar por sentirse profundamente herido? Otra vez podemos decir que “tiene razón». No es cuestión de minimizar el pecado de la otra persona ni el daño o la herida, sino es cuestión de qué hacer ahora, y magnificar la gracia de Dios.
    Buscando alivio, Roberto, acudió a un psicólogo no cristiano que le ayudó a descubrir la profundidad de su odio y amargura, y sugirió como solución la venganza. Durante los últimos años Roberto ha estado llevando a cabo el dictamen. Principió con llamadas telefónicas insultando a su padre con las mismas palabras degradantes que éste había empleado. Cuando las llamadas dejaron de tener el efecto deseado, empezó a sembrar veneno en su hermana Julia y los demás familiares para que hicieran lo mismo. No es de extrañar que cada reunión familiar termine en un espectáculo como la lucha libre. Hoy día Roberto es un hombre amargado y cada día más infeliz.
    Por su parte Julia –adulta y también herida, y con muchos malos recuerdos pero sin amargura– ama a su padre. Es cristiana, esposa de un pastor, y optó por perdonar a su padre e intentar ganarlo para Cristo. Dos personas de la misma familia y que experimentaron las mismas circunstancias, eligieron dos caminos distintos: uno la venganza y la otra el perdón.
    Cuando intento vengarme por mi propia cuenta…
    a) Me pongo en el lugar de Dios. De acuerdo a la Biblia la venganza pertenece a Dios. Entonces, la venganza es el pecado de usurpar un derecho que sólo le pertenece a El. Querer vengarnos por nosotros mismos es asumir una actitud de orgullo, el mismo pecado que causó la caída de Lucero (Isaías 14:13, 14). Por lo tanto, al tratar de vengarnos (aunque tan sólo en nuestra mente), estamos pisando terreno peligroso.
    Por otra parte, la ira de Dios siempre es ira santa. Dios no obrará hasta tanto yo deje la situación en sus manos. No puedo esperar de mi parte la solución que solamente el Dios soberano puede llevar a cabo.
    b) La venganza siempre complica la situación. Mi propia venganza provoca más problemas, más enojo, envenena a otros y deja mi conciencia contaminada.
    c) Sobre todo, tomar venganza por nuestros medios es un pecado contra el Dios santo. Es una gran lección ver como el apóstol Pablo dejó lugar a la ira de Dios cuando dijo: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos” (2 Timoteo 4:14).
  2. Minimizar el pecado de la amargura. Minimizo un pecado cuando por algún motivo puedo justificarlo. Existen, por lo menos, tres maneras de minimizar el pecado de la amargura:
    a) Llamarlo por otro nombre, alegando que es una debilidad, una enfermedad o desequilibrio químico, enojo santo, o sencillamente afirmando que “todo el mundo lo está haciendo». Hay quienes dicen ser muy sensibles y como resultado están resentidos pero no amargados. ¡Cuidado! Existe una relación muy íntima entre los sentimientos heridos y la amargura.
    b) Disculparse por las circunstancias y así justificar la amargura. “En estas circunstancias Dios no me condenaría por guardar rencor en mi corazón.” Básicamente, lo que estamos diciendo es que hay ocasiones cuando los recursos espirituales no sirven, y nos vemos obligados a pecar. Juan dice a tales personas: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:10).
    c) Culpar al otro. Esta es, sin duda, la manera más frecuente de eludir la responsabilidad bíblica de admitir que la amargura es pecado. Cuando de amargura se trata, el ser humano generalmente culpa a la persona que le ofendió. En casos extremos algunos se resienten contra Dios. “No sé porque Dios me hizo así…” “¿Dónde estaba Dios cuando me sucedió esto?»
  3. Desahogarse. Ultimamente se ha popularizado la idea de que “desahogarse” sanará la herida. Ahora bien, es cierto que desahogarse tal vez ayuda a que la persona sobrellevar el peso que lleva encima (Gálatas 6:2). Sin embargo, es factible que (a) termine esparciendo la amargura y como resultado contamine a muchos; (b) le lleve a minimizar el pecado de la amargura porque la persona en quien se descarga contesta: “Tú tienes derecho»; (c) no considere la amargura como pecado contra Dios.
  4. Una disculpa de parte del ofensor. Muchos piensan que el asunto termina cuando el ofensor pide disculpas a la persona ofendida. De acuerdo a la Biblia efectivamente esto forma parte de la solución porque trae reconciliación entre dos personas (Mateo 5:23–25). Sin embargo, falta reconocer que la amargura es un pecado contra Dios. Sólo la sangre de Cristo, no una disculpa, limpia de pecado (1ª Juan 1:7). La solución radica tanto en la relación horizontal (con otro ser humano) como en la vertical (con Dios).
  5. Perdonar a Dios. Después de presentar estos principios en una iglesia, de dos fuentes diferentes escuché que la solución para la amargura era “perdonar a Dios». Cuando una persona no está conforme con su apariencia física o con un suceso que dejó cicatrices emocionales o físicas en su vida, se le aconseja que perdone a Dios por haber permitido que sucediera.
    En Rut 1:13 Noemí estaba amargada contra Dios y hasta explicó a sus dos nueras que tenía derecho a estar más amargada que ellas porque se habían muerto su esposo y sus dos hijos. Es la clase de situación donde hoy día se aconsejaría perdonar a Dios por haberlo permitido.
    Estoy convencido de que hablar de “perdonar a Dios” es blasfemia. Dios es bueno (Salmo 103); Dios es amor (1ª Juan 4:8); Dios está lleno de bondad (Marcos 10:18); Dios es esperanza (Romanos 15:13); Dios es santo (Isaías 6:3); Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Hebreos 6:18). Jamás habrá necesidad de perdonarlo.
    Este concepto de perdonar a Dios es uno de los intentos del ser humano de crear a Dios a imagen del hombre. Demuestra una total ignorancia e incomprensión de que Dios en su amor tiene múltiples propósitos y lleva a cabo tales propósitos por medio de las experiencias que atravesamos. ¡Sí pudiéramos aprender la realidad: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2ª Corintios 12:9)!

Mirón, J. (1994). La amargura, el pecado más contagioso (pp. 17-22). Editorial Unilit.

No hay tal cosa como la psicología cristiana | David Barceló

¿Hay psicología cristiana?

Por supuesto que un profesional puede ser cristiano –cualquier profesional- y tendrá una ética diferente. Pero es difícil pensar que un abogado haga abogacía cristiana, diferente de los demás abogados; o que un carpintero haga carpintería cristiana, diferente a los demás carpinteros.

De hecho, aquí hay una cita de la Asociación Cristiana de los Estudios Psicológicos:

“A menudo se nos pregunta si somos psicólogos cristianos. Y encontramos difícil dar una respuesta puesto que sabemos lo que la pregunta implica. Somos cristianos que somos psicólogos. Y es difícil suponer que trabajamos de una manera fundamentalmente distinta a nuestros colegas no cristianos”.

¿Nos damos cuenta de lo que están diciendo?

Aquellos psicólogos que son cristianos son psicólogos y son cristianos; pero practican la misma psicología que vemos en el mundo, una de las trescientas y pico escuelas que tenemos allí fuera.

Por tanto, no existe tal cosa como la psicología cristiana.

Hay psicólogos que son cristianos que practican algunas de esas escuelas pero la psicología no se convierte en cristiana espolvoreando unos versículos bíblicos por encima.

Eso es como decir, “Mi familia es cristiana porque puse un pececito en el coche”.

Está muy bien que pongas el pececito en el coche. Pero eso no os convierte en cristianos.

Del mismo modo, si un psicólogo da una conferencia sobre el autoestima y luego un psicólogo cristiano da la misma conferencia sobre el autoestima pero usa un versículo bíblico al final, eso no la convierte en psicología cristiana.

Dice J. Vernon McGee, el maestro bíblico:

“La llamada psicología cristiana no es sino psicología secular vestida de tópicos píos y de retórica religiosa”.

Es la misma psicología del mundo usada con términos cristianos para ser consumida por evangélicos, sin más ni menos.

¿PSICOLOGÍA en la IGLESIA? | Chuy Olivares

¿PSICOLOGÍA en la IGLESIA?

Chuy Olivares es el pastor principal de la Iglesia Casa de Oración México y también un maestro de la Palabra de Dios, es un predicador celoso y de sana enseñanza, que tiene un estilo muy partícular y a veces confrontacional para entregar el mensaje de la Palabra, pero con la Verdad, amor y sabiduría que da el Espíritu Santo. Está casado, tiene dos hijos y es conocido por ser el propulsor junto a Jorge Lozano y Marcos Witt del movimiento de Alabanza y Adoración iniciado en los años 80 en México, de hecho el era el pastor que entregaba el mensaje en los conciertos que los músicos de ese tiempo daban.

Como el mismo comenta ese movimiento se empezó a desviar y empezaron a caer en el lazo del diablo, debido a la fama, el dinero y el poder, fue entonces que Dios lo guió a que se apartara de la «farándula cristiana» y comenzara su ministerio.

Actualmente la Iglesia que dirige da cobertura a varias Casa de Oración en el mundo, caracterizado por la sana enseñanza y apegada a las Santas Escrituras.

La ilusión del control

Por Thomas Brewer

Serie: Perfeccionismo y control

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

Cometer errores no es agradable. El dolor agudo del remordimiento después de cometer un error es un sentimiento terrible. El miedo a cometer un error también es terrible. «Me temo que cometí un error». ¿Cuántas veces nos hemos dicho eso? ¿Cuántas veces no hemos cometido un solo error, sino varios? ¡Cómo nos gustaría poder evitar nuestros errores y nuestro miedo constante a cometerlos! Podemos tratar de evitarlos, pero ocurren de todos modos, y el miedo permanece. Para evitar los errores, tratamos de ser inerrantes o perfectos. Sin embargo, inevitablemente, volvemos a fallar y nos sentimos avergonzados. La raíz del perfeccionismo es este miedo, el miedo a la vergüenza. La vergüenza es la sensación dolorosa de que algo anda mal con nosotros. Y la verdad es que, en el fondo, sabemos que algo anda mal con nosotros. Por eso tratamos de ocultarlo. Somos como Adán y Eva en el huerto: sabemos que algo no está bien, así que nos cosemos hojas de higuera. Pero las hojas de higuera resultan ser un vestuario deficiente.

Tratar de ocultar nuestra vergüenza es una manera de lidiar con ella. Eso es lo que hicieron Adán y Eva. Taparon su vergüenza con hojas de higuera y luego se escondieron entre los árboles. Eran perfeccionistas. El perfeccionismo es luchar en nuestras propias fuerzas por hacer todo bien, de modo que nuestra vergüenza quede oculta. No obstante, hay otras maneras de lidiar con la vergüenza. También está la manera de Caín, quien estalló en ira y mató a su hermano Abel. Esa manera es la rebelión abierta. Muchos padres cristianos preferirían tener hijos perfeccionistas en lugar de hijos abiertamente rebeldes. Pero la vergüenza de no estar a la altura sigue ahí y, a menudo, los efectos de la actitud perfeccionista duran más que los efectos de la rebelión abierta. Solo mira la historia del hijo pródigo. Él se entregó a la rebelión abierta, solo para regresar a casa arrepentido ante su padre. Sin embargo, el hermano mayor siguió siendo perfeccionista. «¿Por qué mataste el becerro engordado para él?». El hermano mayor pensaba que había hecho todo bien. Pensaba que había escondido su vergüenza bastante bien. Su verdadera pregunta era: «¿Acaso no estoy a la altura?».

Una aclaración: el perfeccionismo no es simplemente esforzarse por hacer las cosas bien. Esforzarse por hacerlas bien es bueno, valioso y encomiable. La Biblia nos llama a ello (Col 3:23). Si eso es lo que estamos haciendo, no nos preocupa lo que piensen los demás ni nos juzgamos a nosotros mismos por nuestro bajo rendimiento. Por ejemplo, si estamos aprendiendo a tocar la guitarra, simplemente seguimos practicando para mejorar. El perfeccionismo solo surge cuando hay vergüenza de por medio. ¿Y cómo intentamos evitar la vergüenza? A través del control. Tener el control nos permite ajustar nuestro entorno para que todo esté en el lugar correcto, al menos según nosotros. Si Caín hubiera podido controlar a Dios, se habría asegurado de que aceptara su sacrificio y no el de Abel. Pero Caín no podía controlar a Dios. ¡Qué frustrante! Si las cosas están fuera de nuestro control, no podemos asegurarnos de que nuestra vergüenza permanezca oculta. Es inevitable que las cosas salgan mal y nuestros defectos queden expuestos. De nuevo nos encontramos con la vergüenza. Eso nos recuerda que no podemos arreglar las cosas. No podemos escondernos. Aunque Adán y Eva cosieron hojas de higuera y se escondieron de Dios, al final fueron descubiertos. Dios caminó por el huerto al fresco del día y preguntó: «¿Dónde estás?». Adán respondió: «Tuve miedo». Del mismo modo, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, nuestro propio perfeccionismo nos deja asustados y avergonzados.

En la antigüedad, cuando la mayoría de los seres humanos eran agricultores, nuestro bienestar dependía en gran medida de las estaciones del año y de la tierra. Adán supo eso desde el momento en que salió del huerto. La sensación de que estábamos privados del control era fuerte. Solo el tres por ciento de la población mundial vivía en zonas urbanas en 1800. Hoy, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. Ese porcentaje es aún mayor en los países desarrollados. Como resultado, la mayoría de la gente ya no depende tan directamente de las fluctuaciones de las estaciones para sobrevivir. Simplemente corremos al supermercado para comprar comida. Esto se debe al avance de la tecnología. La tecnología nos ha permitido controlar cada vez más nuestro entorno. Ahora podemos conservar los alimentos durante años gracias a la congelación y el enlatado. Podemos llamar a quien queramos en cualquier momento gracias a los teléfonos celulares. Podemos curar varias enfermedades, por lo que nuestra esperanza de vida ha crecido a pasos agigantados. Y Google siempre está al alcance de la mano en caso de que no sepamos algo.

Como resultado de todos los avances de la tecnología moderna, tendemos a pensar que en verdad controlamos nuestro mundo. Después de todo, hemos desarrollado tecnología que supera con creces a las hojas de higuera. Ahora tenemos mezclas de poliéster, algodón orgánico y lana inteligente. Podemos controlar tantas cosas. A veces, esta ilusión del control puede llevarnos a caer en una falsa sensación de seguridad, pero al mismo tiempo, también nos damos cuenta de que no tenemos el control en más ocasiones que las que nos gustaría admitir. A veces, nos sorprende nuestra falta de control. Quizás nuestros hijos simplemente no se quedan quietos. Tal vez nos encontramos con congestión vehicular de camino al trabajo y llegamos tarde a una reunión importante. Nos pueden pasar cosas más impactantes: quizás descubramos que nuestro cónyuge ha cometido adulterio o recibamos un diagnóstico de cáncer. Estos momentos de descontrol desconcertante nos golpean con una fuerza increíble. Nos damos cuenta de que no somos perfectos, nuestras vidas no son perfectas y tampoco lo son las vidas de quienes nos rodean. En momentos como estos, es como si estuviéramos de regreso en el huerto y nos acabáramos de dar cuenta de cuán desnudos realmente estamos. Nos sentimos avergonzados e impotentes.

Nacemos desnudos e indefensos. Somos criaturas vulnerables. Incluso nuestros cuerpos son vulnerables: no tenemos caparazón ni pelaje grueso cubriendo nuestro cuerpo débil. Es aterrador pensar en nuestra vulnerabilidad física, psicológica, espiritual y financiera. No controlamos las estaciones del año. No controlamos nuestra estabilidad laboral. No controlamos cuándo viviremos ni cuándo moriremos. Apenas nos controlamos a nosotros mismos. Según los estudios, casi una de cada seis personas está bajo un tratamiento de drogas psiquiátricas como antidepresivos o sedantes. Nosotros, criaturas finitas y débiles, estamos asombrosa, irrevocable y completamente fuera de control.

No obstante, hay buenas noticias. Los cristianos tienen una larga historia de pensar en el control. Cuando hablamos de tener el control y controlarlo todo, estamos hablando de soberanía. Esto es lenguaje teológico. La Biblia tiene mucho que decir sobre el control. Estamos acostumbrados a escuchar: «Dios está en control». Es una declaración simple, y Job recibió una explicación más completa de ella en forma de preguntas. Dios le preguntó: «¿Dónde estabas tú cuando Yo echaba los cimientos de la tierra?». Respuesta: aún no existía; Dios tiene mucha más experiencia que yo. «¿Quién puso sus medidas?». Respuesta: no lo hice yo; Dios lo hizo, y solo Él tiene el conocimiento y la sabiduría para gobernar el universo. Dios continúa interrogando a Job, y cuando leemos Job 38 – 39, nos quedamos maravillados del control que Dios tiene sobre absolutamente todo.

Esto es lo que queríamos en el huerto. Queríamos soberanía. En cambio, obtuvimos pecado y vergüenza. Resulta que lo que sabíamos en el fondo de nuestro ser en realidad es correcto: no tenemos el control y algo anda mal con nosotros. Sin embargo, la buena noticia es que Alguien más tiene el control y Alguien más se ha llevado nuestra vergüenza. Es solo cuando reconocemos la soberanía de Dios que podemos comenzar el proceso de sanación. Solo cuando nos damos cuenta de que Dios ha asumido la vergüenza que tanto tememos podemos dar nuestros primeros pasos para ser liberados del ciclo de la vergüenza. La respuesta no es que asumamos el control y ocultemos nuestra vergüenza. La respuesta no es el perfeccionismo. La respuesta es Jesucristo.

Los cristianos todavía luchamos con el pecado y el deseo de ocultar nuestra vergüenza. Sin embargo, un día seremos perfectos, y eso será bajo los términos de Dios, no los nuestros. Debido a la obra expiatoria de nuestro Salvador en nuestro favor, estaremos ante el trono de la gracia sin vergüenza y vestidos con Su justicia. Nos regocijaremos en Su presencia para siempre. Siendo ese el caso, podemos dejar de escondernos ahora. Podemos dejar ir nuestra vergüenza en el presente. Podemos dejar de tener miedo hoy. Podemos confiar en Aquel que tiene el control para siempre.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Thomas Brewer
Thomas Brewer es editor en jefe de Tabletalk Magazine y un anciano docente en la Iglesia Presbiteriana en América.

La psicología: ¿un nuevo caballo de Troya en la iglesia?

Por Sugel Michelén

Desde hace algunas décadas, muchos cristianos profesantes han comenzado a poner en duda la suficiencia de Cristo y de su Palabra para la guía y dirección de la vida cristiana y para enfrentar los problemas del alma, y consecuentemente han comenzado a buscar soluciones en la psicología secular. Como bien señala el Dr. MacArthur: “Los ‘psicólogos cristianos’ han venido a ser los nuevos campeones de la consejería en la iglesia. Ellos son ahora proclamados como los verdaderos sanadores del corazón humano. Pastores y laicos han sido llevados a sentir que están mal equipados para aconsejar a menos que tengan un entrenamiento formal en técnicas psicológicas”.8 Esto ha venido a ser tan generalmente aceptado que muchos ni siquiera se han detenido a cuestionar si es lícito este maridaje entre la psicología y la religión o si se trata de un yugo desigual con los infieles.

Lo cierto es que tenemos muy buenas razones para pensar que este matrimonio ha venido a ser uno de los más grandes desastres que ha sufrido la iglesia de nuestra generación, y una de las causas principales de la decadencia espiritual de estos días. A medida que la psicología ha ido avanzando en la iglesia, en esa misma medida ha ido disminuyendo la predicación y la consejería bíblica; y a medida que la Biblia es relegada a un segundo plano, y a veces en la práctica eliminada por completo, en esa misma medida se ha ido debilitando la piedad de la iglesia.

El Dr. Ed Payne, luego de haber analizado el contenido de cierta obra “cristiana” de psicología dice: “Tal psicología, presentada por cristianos, es una plaga en la iglesia moderna, porque tergiversa la relación del cristiano con Dios, retarda su santificación y debilita seriamente la iglesia. Ninguna otra área del conocimiento parece tener un dominio tan absoluto sobre la iglesia [como la psicología]”.9 El Dr. Vernon McGee, muy conocido por su programa “A través de la Biblia”, escribió hace unos años un artículo titulado “Psico-Religión – el nuevo flautista de Hamelín”, en el que dice lo siguiente: “Si la tendencia presente continúa, la enseñanza bíblica será eliminada totalmente de las estaciones de radio cristianas, así como de la televisión y del púlpito. Esta no es una manifestación infundada hecha en un momento de preocupación emocional.

La enseñanza bíblica está recibiendo baja prioridad en las emisiones radiales, en tanto que la llamada psicología cristiana es puesta al frente como solución bíblica a los problemas de la vida”.10

Haciendo las preguntas y aclaraciones correctas
Es hora de que nos detengamos a pensar seriamente en este asunto. ¿Es la Palabra de Dios suficiente para tratar con los problemas del alma, o necesitamos también la ayuda de la psicología secular? Ese es el tema que quisiera tratar en esta ocasión. Ahora, estoy consciente de que este es un tema polémico que puede levantar una serie de interrogantes, por lo que me adelanto a hacer una aclaración. Mi punto aquí no es que la psicología no tenga ninguna clase de utilidad, sino que su utilidad es limitada. La palabra “psicología” significa estudio del alma.

Pero lo que la psicología estudia realmente es la conducta humana, no el alma. Y sus observaciones limitadas a ese campo pueden ser útiles: en el área vocacional, para detectar problemas de aprendizaje y ayudar a las personas a superarlos, en el área industrial, en la educación. Pero nuestro foco de atención aquí es el uso de la psicología para tratar con problemas tales como la ansiedad, el temor, la ira, la depresión, la amargura, el descontento, los problemas matrimoniales, los hábitos pecaminosos; para lidiar con estas dificultades la psicología no tiene ninguna solución que ofrecer que no podamos encontrarla en la Palabra de Dios. Presuponer que necesitamos la psicología para tratar con los problemas del alma es falso, y esto por dos razones: en primer lugar, porque se fundamenta en algunos conceptos erróneos acerca de la psicología; y en segundo lugar, porque limita el alcance y eficacia de la Palabra de Dios.

Presuposiciones erróneas
¿Cuáles presuposiciones erróneas asumen aquellos que se han volcado hacia la psicología para tratar con los problemas del alma humana?

En primer lugar, presuponen que la psicoterapia (el aconsejamiento psicológico con sus teorías y técnicas) es una ciencia objetiva, cuando es en realidad una especie de religión que posee sus credos y sus dogmas, y en los cuales sus adherentes ejercen fe. Cada día más y más personas, aun en el campo secular, están poniendo en duda, no sólo la capacidad de la psicología para ayudar a las personas, sino también su supuesto ropaje científico. Por ejemplo, el premio Nobel Richard Eynman, dice lo siguiente acerca del status científico de la psicoterapia: “El psicoanálisis no es una ciencia… tal vez se parezca más al curanderismo”.11 El psiquiatra Thomas Szasz, profesor de psiquiatría en la Universidad Estatal de Nueva York, afirma: “No es sólo una religión que pretende ser ciencia, sino en realidad una religión falsa que busca destruir a la verdadera religión”.12

La psicología y el cristianismo son dos religiones en pugna. Los problemas con los que lucha la psicología son esencialmente religiosos. Carl Jung, uno de los padres de la psicología moderna, veía la “neurosis” como una crisis de orden espiritual, no como un problema médico. Lean con cuidado este trozo de una de sus obras, y presten atención a ciertas palabras claves que aparecen allí: ¿Qué deben hacer los terapeutas, pregunta Jung, cuando los problemas del paciente surgen de “no tener amor sino sólo sexualidad; ninguna fe, porque teme andar en oscuridad; sin esperanza porque está desilusionado del mundo y la vida, y sin entendimiento porque ha fracasado en la lectura del significado de su propia existencia?” El problema que encaran los terapeutas, desde este punto de vista, es el de dar a los pacientes amor, fe, esperanza y entendimiento. ¿No son estos problemas netamente religiosos? ¿Cómo podrá un hombre sin Dios proveer tales cosas a un individuo? Como ven, estamos ante una religión rival que intenta desacreditar el cristianismo. Esto viene a ser más evidente cuando rastreamos las raíces de las teorías y métodos psicológicos. Al tratar de desentrañar el origen de la psicología nos topamos con tres nombres principales: Sigmund Freud, Carl Jung y Carl Rogers.

El primero decía que las creencias religiosas son una mera ilusión, y que la religión misma no es otra cosa que “la neurosis de obsesión de la humanidad”. De hecho, Freud atribuía a la religión el origen de los problemas mentales del hombre. Siempre fue un crítico acérrimo de las creencias religiosas. Carl Jung, en cambio, afirmaba que todas las religiones son positivas, pero imaginarias. En otras palabras, son mitos que hacen bien; todas contienen algo de verdad sobre la psiquis humana y pueden ayudar hasta cierto punto. Jung veía la psicoterapia como una religión alterna. “Las religiones – decía él – son sistemas de sanidad para las enfermedades psíquicas… Es por eso que los pacientes imponen al psicoterapeuta el rol de sacerdotes, y esperan y demandan de él que los libere de sus aflicciones. En consecuencia, los psicoterapeutas nos ocupamos de problemas que, estrictamente hablando, pertenecen al teólogo”.13

Jung admite que los psicoterapeutas están invadiendo un terreno que antes era manejado por otros. Ahora bien, no debemos pensar que Jung veía el cristianismo con buenos ojos. No. Jung no sólo repudió el cristianismo, sino que exploró otras experiencias religiosas, incluyendo prácticas ocultistas y la nigromancia, es decir, la comunicación con los muertos a través de un médium. Lo mismo le ocurrió a Carl Rogers. Estudió en un seminario teológico, pero renunció al cristianismo y se volcó hacia la psicología secular, terminando también en la práctica del ocultismo y la nigromancia.

Y ahora nos preguntamos, estos hombres que repudiaron de ese modo el cristianismo bíblico, ¿realmente tendrán algo que decir a la Iglesia de Cristo acerca de cómo deben vivir los cristianos y cómo deben los hombres tratar con los problemas del alma que Dios creó? Alguien puede decir: “Bueno, eso depende. Si sus postulados son científicos, entonces no habría ningún problema en servirse de ellos. Un científico impío puede llegar a conclusiones científicas objetivas y verdaderas”.

Eso es verdad, pero no en este caso. Recuerden que aquí estamos hablando de los problemas del alma, y de las soluciones que debemos dar a estos problemas. Los psicólogos no pueden estudiar el alma en una forma científica; ellos se limitan al estudio del comportamiento humano, y en base a esos estudios tratan de determinar por qué la gente se comporta como lo hace, y cuáles soluciones pueden dar a sus conflictos. Pero muchos de ellos ni siquiera creen en la existencia del alma, y una gran mayoría niega la existencia del Dios que la creó. ¿Cómo pueden llegar a conclusiones acertadas en ese terreno? Una cosa es establecer un patrón estadístico de comportamiento, y otra muy distinta pretender explicar el porqué de esos comportamientos, y muchos menos cambiarlos. Cuando la psicología penetra en ese terreno lo que afirma es pura opinión, pura teoría, pero nada más. Puede ser que en algunos casos, sus opiniones sean de cierta utilidad, pero solo en aquellos casos en que, por la gracia común de Dios, estas opiniones coinciden con las de Dios reveladas en su Palabra. Pero tales aciertos no deben confundirnos: la presuposición de que las teorías y métodos psicológicos son científicos no es más que un mito. La psicología es una especie de religión, y los que aceptan sus postulados los aceptan por fe.

El famoso historiador Paul Johnson, en su obra Tiempos Modernos, dice lo siguiente: “Después de 80 años de experiencia, se ha demostrado que en general sus métodos terapéuticos (refiriéndose a Freud) son costosos fracasos, más apropiados para mimar a los desgraciados que para curar a los enfermos. Ahora sabemos que muchas ideas fundamentales del psicoanálisis carecen de base en la biología”.14 Y Karl Popper, considerado como el filósofo de la ciencia más grande del siglo XX, dice lo siguiente sobre las teorías psicológicas: “Aunque se hacen pasar como ciencias, tienen de hecho más en común con los mitos primitivos que con la ciencia”.15

La segunda presuposición errónea que están asumiendo muchos consejeros cristianos hoy día es que la mejor clase de consejería es aquella que utiliza tanto la psicología como la Biblia. Los llamados “psicólogos cristianos” piensan estar en una mejor posición para aconsejar que los consejeros cristianos, que no son psicólogos, y que los psicólogos que no son cristianos. Ellos creen tener lo mejor de los dos mundos. El problema con esa simbiosis es que los postulados sobre los cuales se basa la psicología secular se oponen tajantemente a los postulados esenciales del evangelio. Si aprobamos uno de ellos automáticamente desaprobamos el otro.

Es por eso que a medida que la psicología ha tomado cuerpo en la iglesia, muchas enseñanzas falsas han comenzado a infiltrarse también, como por ejemplo: Que la naturaleza humana es básicamente buena, que las personas pueden encontrar respuesta para sus problemas dentro de ellos mismos, que la clave para comprender y corregir las actitudes y acciones de un individuo se encuentran en algún lugar de su pasado, que otros son culpables de nuestros problemas, y así podríamos citar muchas otras cosas más.

En muchos círculos cristianos aún el vocabulario ha sufrido cambios trascendentales. Al pecado se le llama “enfermedad”; el arrepentimiento ha sido sustituido por las terapias; los pecados habituales son llamados adicciones o conductas compulsivas, de las cuales el individuo no parece ser responsable. Quizás el ejemplo más palpable de esta distorsión es el énfasis que vemos hoy día sobre la importancia de la autoestima y el amor propio para la realización y felicidad del individuo.

Aunque este es un tema muy popular hoy día, en realidad tiene un origen reciente. Hace apenas unos 50 años que surgió fuera de la Iglesia, y desde hace unos 30 años se ha introducido con fuerza dentro de ella, adaptándola de tal modo que parece una doctrina bíblica, basada en textos bíblicos. Uno de los promotores de esta enseñanza dice lo siguiente: “Nuestra habilidad de amar a Dios y de amar a nuestro prójimo es limitada por nuestra habilidad de amarnos a nosotros mismos.

No podemos amar a Dios más de lo que amamos a nuestro prójimo y no podemos amar a nuestro prójimo más de lo que nos amamos a nosotros mismos”. Y otro psicólogo cristiano escribió: “Sin amor por nosotros mismos no puede haber amor por otros… Tú no podrás amar a tu prójimo ni podrás amar a Dios, a menos que te ames primero a ti mismo”. Esto parece ser un eco de las palabras del Señor Jesucristo al intérprete de la ley, cuando éste le preguntó: “¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?” Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40). ¿Está ordenando Cristo a los suyos en este pasaje que se amen a sí mismos, como sugieren algunos psicólogos cristianos? De ser así, no serían dos los mandamientos de los que dependen toda la ley y los profetas, sino tres: Ámate a ti mismo, ama a Dios y ama al prójimo. Y de estos tres, ¿cuál sería el más importante? Obviamente, el amarte a ti mismo, porque de ese dependen supuestamente los otros dos. ¿Pero es esa la enseñanza de ese texto? ¡Por supuesto que no! El mandamiento más importante de la ley no es que nos amemos a nosotros mismos, sino que amemos a Dios y a nuestro prójimo.

El Señor está presuponiendo más bien que nos amamos a nosotros mismos (aún el que se suicida lo hace porque piensa que estará mejor muerto que vivo), y ahora nos dice: “Con esa misma dedicación, con ese mismo fervor, ama a tu prójimo”. En la Escritura se habla del amor propio como una obra de la carne, no como una virtud. En 2 Timoteo 3:1-2 Pablo advierte a Timoteo “que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos”. Por eso el llamado de Cristo a los hombres es a negarse a sí mismos y a tomar su cruz. Cualquier mensaje que enseñe lo contrario no puede ser verdadero, ni mucho menos provechoso.

La desgracia de los seres humanos radica precisamente en el hecho de estimarse demasiado a sí mismos y de mirar continuamente dentro de sí mismos El hombre sin Cristo ha puesto el “yo” en un lugar inapropiado, y por eso su vida es un caos. Cuando el evangelio llega a nosotros y nos mueve eficazmente a confiar en Cristo, entonces las cosas caen en el lugar que les corresponde. Nuestro interés primordial no debería ser agradar al “yo” y satisfacer sus demandas, sino más bien vivir para la gloria de Dios. Como podemos ver, la psicología estudia los problemas del hombre desde una perspectiva completamente distinta a la perspectiva bíblica, y por lo tanto no puede haber una relación satisfactoria entre ambas; una de las dos tendrá que ceder ante la otra. Y tenemos mucha razón para pensar que es la iglesia la que está claudicando ante el humanismo secular. Concluyo este punto citando al Dr. MacArthur otra vez: “La ‘psicología cristiana’ es un intento de armonizar dos sistemas de pensamiento intrínsecamente contradictorios.La psicología moderna y la Biblia no pueden mezclarse sin un serio compromiso o un completo abandono del principio de la suficiencia de las Escrituras”.16

La tercera presuposición errónea que ha volcado a muchos a buscar ayuda en la psicología es que existen problemas en el hombre que no son físicos, y por lo tanto, no pueden ser tratados por un médico, ni tampoco son espirituales, y por lo tanto, no puede tratarlos un pastor. Son problemas netamente psicológicos o mentales. Pero esto no es más que un mito. O nuestros problemas son orgánicos, y en ese caso debemos buscar la ayuda de un médico, o tenemos un problema espiritual, y entonces debemos ir a un pastor que trate con nosotros con la Palabra de Dios (por la estrecha interacción del alma y el cuerpo en algunos casos necesitará del trabajo conjunto del médico y el pastor).

Una persona puede tener un problema en el cerebro que le esté ocasionando una conducta extraña o anormal, como la arteriosclerosis o el Alzheimer; pero tales personas no están mentalmente enfermas. Su problema es biológico y, por lo tanto, debe tratarlos un neurólogo no un psicólogo. Las enfermedades mentales, si usamos ese término literalmente y no en un sentido metafórico, en realidad no existen. El psiquiatra investigador E. Fuller Torrey dice con respecto a esta terminología: “El término en sí es disparatado, un error semántico. Las dos palabras no pueden ir juntas”.17 Y el psiquiatra Thomas Szasz, a quien citamos anteriormente, dice: “Es costumbre definir la psiquiatría como una especialidad médica que tiene que ver con el estudio, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales. Esta es una definición sin valor y engañosa. La enfermedad mental es un mito”.18

Esto no es un asunto de semántica meramente, sino un serio error que está causando no pocos inconvenientes en la iglesia de nuestra generación. La psicología ha invadido un terreno que no le corresponde y muchos pastores mansamente han claudicado ante ella. Cito aquí a Martin y Deidre Bobgan en su obra Psico-Herejía: la seducción sicológica de la cristiandad: “La mayor tragedia que produce el nombre erróneo de la enfermedad mental, es que las personas que están experimentando problemas de la vida buscan ayuda fuera de la iglesia. Y cuando piden esa ayuda a un líder de la iglesia, por lo general son [remitidas] a profesionales que se especializan en ‘enfermedad mental’ y ‘salud mental’.

Se ha hecho tan fácil enviar a una persona con problemas matrimoniales o de familia a un profesional de la salud mental, como enviar a una persona con una pierna quebrada a un médico”. Y luego continúan diciendo: “Los problemas de la vida son problemas espirituales, que requieren soluciones espirituales, no problemas psicológicos que requieren soluciones psicológicas. A la iglesia se le ha embaucado para que crea que los problemas de la vida son problemas del cerebro, que requieren soluciones científicas, más que problemas de la mente que requieren soluciones bíblicas… Mientras llamemos ‘enfermedad mental’ a los problemas de la vida, seguiremos sustituyendo la responsabilidad por la terapia”.19

Nosotros tenemos en la Biblia un manual completo de todo lo que nuestras almas necesitan para una vida bienaventurada que glorifique a Dios. Los médicos deben tratar con los problemas del cuerpo, los cristianos debemos tratar con Cristo y su Palabra los problemas del alma humana. Decir lo contrario es resucitar la vieja herejía que Pablo combatió en Colosas, que aunque ahora use terminología científica, sigue siendo igualmente errónea y dañina; los falsos maestros de Colosas querían convencer a estos hermanos de que era bueno tener a Cristo y su Palabra, pero no suficiente; de ahí la advertencia de Pablo en el capítulo 2 de la carta con la que ahora concluyo: “Mirad que nadie os haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no según Cristo. Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en él, y habéis sido hechos completos en él, que es la cabeza sobre todo poder y autoridad” (Col. 2:8-10).

8 John MacArthur, Our Sufficiency in Christ [Nuestra suficiencia en Cristo], p.31
9 Martin y Deidre Bobgan, Psico-Herejía, p.79- 80.
10 Op. cit., p.80.
11 Op. cit., p.34.
12 Ibíd., p.35.
13 Ibíd., p.26.
14 P. Johnson, Tiempos Modernos, p.18.
15 Ibíd., p.55-56.
16 John MacArthur, Una breve mirada a la consejería bíblica, p.30.
17 Citado por Martin y Deidre Bobgan, p.179.
18 Ibíd., p.181-182.
19 p.185-186.

¿Psicología o Biblia?

¿Psicología o Biblia?
OSKAR AROCHA

Según investigaciones, la psicología es comúnmente la disciplina de estudio con más profesores ateos.[1] Este no es un dato difícil de creer, pero sí es un dato que se presta a ser mal representado. A menudo en círculos cristianos encontramos comentarios que promueven al rechazo abierto y completo de la psicología. Es cierto que debemos ser sospechosos de cualquier enseñanza cuya cosmovisión sea incorrecta, pero de manera similar la Escritura nos enseña que hay cierta nobleza en comparar todos los conocimientos a la luz de los principios de la palabra de Dios (Hch. 17:11). ¿No puede un cristiano aprender de un biólogo, médico, o psicólogo ateo? El espíritu cristiano no debe rechazar sin antes analizar, porque el amor todo lo cree (1 Co. 13:6). El llamado del cristiano es, entonces, a juzgar con juicio justo, conforme a las evidencias.

¿Para qué sirve la psicología?
En pocas palabras, la psicología es el estudio científico de la conducta y los procesos mentales que le acompañan. Debido a la complejidad humana, la psicología se divide en docenas de ramas interrelacionadas. En sentido general la Psicología tiene 4 metas que energizan sus avances: Describir la conducta observada; Explicar lo observado y su relación con diversos factores; Proponer teorías que puedan predecir futuros resultados, y; Proponer métodos que ayuden a modificar los trastornos o disfunciones hacia formas más deseables.

El resultado más común es que las evidencias que serán analizadas no serán distintas solo porque el analista sea cristiano. Evidencia de esto lo tenemos en el libro de Proverbios. Los proverbios sirven de ejemplo bíblico para mostrar los beneficios que podemos obtener luego de observar y estudiar la conducta humana. Muchos de los proverbios que encontramos en la Biblia no son mandatos, sino sabias conclusiones a la conducta observada que pueden ser identificadas por personas a quienes Dios en su gracia común les haya dado la sensibilidad o el talento para hacerlo. Por esa razón, no debe sorprendernos cuando encontramos en Proverbios mucho sentido común para todos los hombres y que en la historia otros hombres con sabiduría humana hayan alcanzado similares conclusiones sin influencia del conocimiento bíblico. Por ejemplo: “¿Has visto un hombre diestro en su trabajo? Estará delante de los reyes” (Prov. 22:29a) es sabiduría divina; “Quien bien come bien trabaja” es un refrán popular.

El conocido psicólogo Dr. Hobart Mowrer, ateo y suicida, que en su momento fue presidente de la asociación de Psicología Americana, fue de gran ayuda, rechazando la teoría de que los trastornos libraban a los pacientes de responsabilidad.[2] El Dr. J. Davies es uno de los profesionales seculares modernos que a manera de crítica han admitido que “muchos en vez de tener baja autoestima están plagados de amor propio y no son capaces de amar a otros”.[3] Todos podemos beneficiarnos de los estudios de la psicología. No obstante, cuando tratamos el tema de las causas, conclusiones fundamentales, o métodos de cambio, no debe sorprendernos que a menudo las interpretaciones estén significativamente inclinadas por los prejuicios seculares.

Consejería bíblica vs. Psicología secular
La diferencia distintiva de la consejería bíblica y la psicología secular se resumen en una palabra: “corazón”. La psicología rechaza el concepto de que el ser humano fue creado a la imagen de Dios, es decir, que fuimos diseñados por Dios, para funcionar a la manera de Dios, para los propósitos de Dios, y que en el centro de todo encontramos el corazón. Para la ciencia secular, el corazón no es más que el asiento de las emociones, pero las Escrituras muestran el corazón como el centro de control moral y de motivación de la persona. La Escritura usa la palabra corazón para incluir los pensamientos, las emociones, las decisiones, la conducta, las conversaciones, los deseos y todas las demás cosas en la vida de una persona. Por esa razón, cuando Dios habla de cambiar nuestras disfunciones, o pecados, lo define en términos espirituales, y nos provee de las buenas noticias de que nos dará un nuevo corazón (Ez. 36:26).

El conocimiento secular asume que para tener buenas interpretaciones y conclusiones no se puede incluir a Dios y sus enseñanzas como parte de los factores fundamentales. Esa premisa es exactamente lo que cataliza sus errores más comunes. Por ejemplo:

Asumen que la naturaleza humana es básicamente buena o no aceptan de que tenga una inclinación natural hacia el mal.
Promueven que las personas tienen la respuesta a sus problemas dentro de sí mismas.
Algunos proponen que la clave para entender y corregir las actitudes y acciones de una persona yace en alguna parte de su pasado.
Indican que los problemas de los individuos son el resultado de lo que alguien les ha hecho.
Enseñan que los problemas humanos pueden ser puramente psicológicos en su naturaleza, sin relación con ninguna condición espiritual.
Asumen que la palabra de Dios no tiene nada que ofrecer para los problemas profundamente arraigados y que solo los puede resolver un profesional mediante el uso de terapia.
Promueven que la guía Cristo-céntrica de las Escrituras, la oración y el Espíritu Santo son recursos inadecuados y simplistas para solucionar ciertos problemas.
Ignoran las causas fundamentales y le llaman causas a muchos factores circunstanciales.
Sus metas están definidas por los deseos de la sociedad, no lo que honra al Creador. En sentido general la psicología secular no define metas más allá de cambios observables en la conducta.
En cambio, la consejería bíblica aspira ser fiel al diseño de Dios, sabiendo que sin un corazón que anhele a Dios sobre todas las cosas, es imposible agradar a Dios (Heb. 11:1-6). Un cambio real, significativo y duradero necesita la gracia de Dios que fue comprada con la sangre de Jesús, y que llega a los pecadores por medio de un cambio en el corazón.

¿Qué hago si soy psicólogo o estudiante de psicología?
¡Maneja con precaución! El Dr. Sam Williams, profesor de Consejería en el Southeastern Baptist Theological Seminary recomienda que si no eres hábil en el pensamiento crítico y en el conocimiento bíblico, teológico y apologético, serás absorbido, y terminarás funcionando principalmente como un psicólogo que también es cristiano, y no como uno que principalmente es cristiano y que también es psicólogo. Sin embargo, si estás preparado para asumir el reto, habla con tu pastor. Si quieres ser misionero en un ambiente académico hostil, mi recomendación sería que por cada hora de clase o libro de psicología, estudies un libro de teología, uno de consejería Bíblica y uno de apologética o cosmovisión cristiana.

[1] Neil Gross, Sociology of Religion, p 70, 2009

[2] Larry Crabb, Effective Biblical Counseling & Basic Principles of Biblical Counseling.

[3] J. Davies, “The Importance of Suffering: The Value and Meaning of Emotional Discontent”, citado en Reflexiones sobre la Fe y el Sufrimiento: Caminando Con Dios en medio del Sufrimiento de Dr. Tim Keller.

Crédito de imagen: Lightstock.

​Oskar Arocha es Ingeniero Agrónomo, y posee una maestría en Estudios Teológicos (M.T.S.), del Seminario Bautista Reformado, en Carolina del Sur. Conoció al Señor en el año 1981, y fue ordenado como diácono en el año 2006, en la Iglesia Bautista de la Gracia. A lo largo de su caminar con Cristo, Oskar ha servido como líder de jóvenes, coordinador de eventos de parejas, director de alabanza, y otros ministerios más.

¿De qué Manera La Consejería Noutética Difiere de Otras Formas de Consejería Cristiana?

¿De qué Manera La Consejería Noutética Difiere de Otras Formas de Consejería Cristiana?
Por Jay E Adams

Mucho en la consejería pretende ser cristiano. Sin embargo, la mayor parte de la orientación que se hace por parte de los cristianos es una mezcla de sistemas de consejería incrédulos que han sido «saneadas» para que suene cristiana. No estoy diciendo que todos los que usan los sistemas de consejería paganos eclécticos lo hacen de mala fe, pero es muy claro que, incluso entre los mejores, la Biblia es “introducida” después de que la teoría y la práctica se han adoptado con el fin de hacer que de alguna manera se haga “cristiano” lo que se esta haciendo. Peor aún, en otros casos, la Biblia se entremezcla para que parezca cristiana. Incluso aquellos que honestamente creen que rociar algunos versículos de la Biblia de alguna manera santifica la consejería, en muchos casos, debe tener la conciencia tranquila al respecto. En algunas situaciones, sin embargo, puede haber aquellos que simplemente sabe tan poco de la Biblia, cómo interpretarla y aplicarla, que sinceramente creen que este proceso hace legitimo el nombre de “Consejería Cristiana.”

La Consejería verdaderamente cristiana (Consejería noutética, o la que está en línea con Consejeria noutética, pero no utiliza el nombre) tiene una base bíblica de principio a fin. Véase la respuesta a la pregunta anterior para más detalles. Lo que hace la diferencia, en lo fundamental, es si un sistema se basa en la promesa de que la Biblia tiene todas las respuestas para vivir como Dios manda. La Biblia enseña esto en pasajes tales como 2 Pedro 1:3, donde las promesas de Dios se dice que proporcionan justamente tal ayuda. Y, además, en 2 Timoteo 3:17, desde tres perspectivas distintas, Pablo dice que las Escrituras son suficientes para toda tarea a la que un anciano es llamado hacer. Lo que hace la diferencia entre los sistemas que se dicen cristianos y los que son verdaderamente, entonces, es si incluyen materiales extraños también. La Consejería cristiana, para justificar el nombre, debe afirmar (y en la práctica demostrar) la suficiencia de las Escrituras para la consejería.

Hay muchos que dicen que su orientación es cristiana y bíblica, pero la prueba se presenta en la evaluación de lo que realmente hacen cuando asesoran. La cuestión es si ellos incorporan o no otras creencias y prácticas. La Consejería noutética se basa totalmente en la Escritura. Otros sistemas, dicen serlo y no lo son. Al llegar al fin de examinar lo que la gente hace en la consejería, es bastante evidente que sus afirmaciones son falsas. Esa es la forma en que se diferencia de otros sistemas de orientación que dicen ser cristianos. Justifica la afirmación al nombre “cristiano” y al nombre “bíblico.”

Algunos de los que pretenden hacer consejería “bíblica” sólo utilizan la Biblia para apoyar lo que, previa inspección, resulta ser un sistema no-cristiano. Un buen ejemplo de esto es la escuela de los temperamentos, revivido por O. Hallesby y otros. Ellos tomaron esta idea sobre la forma de los médicos-filósofos griegos que creían que el cuerpo estaba regulado por las proporciones de los cuatro humores (líquidos o que tenían que ver con el temperamento) que se poseía. Los modernos defensores “cristianos” de este sistema conveniente omiten la base de fluidos para el sistema, propagando la teoría de los cuatro temperamentos y añaden versículos bíblicos o historias sobre las personalidades de los personajes bíblicos que utilizan para ilustrar su punto de vista.

Al hacer esto, la Biblia se convierte en un libro de ilustraciones del cual la gente de los temperamento toman materiales para “respaldar” sus creencias. Debido a que utilizan mucho la Biblia erróneamente interpretada y utilizada para fines para los que nunca fue su intención –lo que tienen que decir puede impresionar a los incautos como pareciendo muy cristiano. El hecho es, sin embargo, no hay nada fundamentalmente cristiano o bíblico acerca de la teoría del temperamento en absoluto. En efecto, llamarlo así es un engaño de la clase más grosera. Los cristianos tienen que ser mucho más exigentes, y no aceptar todo lo que dice ser cristiano como tal. A menos que el sistema es bíblico de principio a fin, no es cristiano.

Jay E Adams