LA PRIMERA BIENAVENTURANZA | A.W. Pink

LA PRIMERA BIENAVENTURANZA

A.W. Pink

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” Mateo 5:3

En efecto, es una bendición mostrar la manera en la que comienza este sermón. Cristo no comenzó pronunciando maldiciones sobre los malvados sino pronunciando bendiciones sobre su pueblo. Cómo se parece esto a él, para quien el juicio es una extraña obra (Isaías 28:21, 22; cf. Juan 1:17). Pero qué rara es la siguiente palabra: “bienaventurados” o “dichosos” los pobres –“los pobres en Espíritu”. ¿Quién los había visto antes como los bienaventurados de la tierra? ¿Y quién, aparte de los creyentes, los ve así el día de hoy? Y cómo estas palabras de apertura dan en el blanco de la idea clave de toda la enseñanza posterior de Cristo: lo más importante no es lo que un hombre hace sino lo que es.

“Bienaventurados los pobres en espíritu”. ¿Qué es pobreza de espíritu? Es lo contrario a esa disposición altiva, engreída y autosuficiente que el mundo tanto admira y alaba. Es todo lo contrario a esa actitud independiente y jactanciosa que se niega a inclinarse ante Dios, que decide enfrentar las cosas y que dice junto con Faraón, “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel?” (Éxodo 5:2). Ser pobre en espíritu es darse cuenta de que no tengo nada, que no soy nada, que no puedo hacer nada y que necesito todas las cosas. La pobreza de espíritu es evidente en una persona cuando es puesta en el polvo delante Dios para que reconozca su total impotencia. Esta es la primera evidencia experiencial de una obra divina de la gracia dentro del alma y corresponde al primer despertar del hijo pródigo en un país lejano cuando “comenzó a faltarle” (Lucas 15:14).

Pink, A. W. (2014). Las bienaventuranzas (J. Terranova & G. Powell, Eds.; C. Canales, Trad.). Editorial Tesoro Bíblico.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” Mateo 5:5

LA TERCERA BIENAVENTURANZA
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mateo 5:5)

A.W.Pink

Han existido grandes diferencias de opinión en cuanto al significado exacto de la palabra manso. Algunos consideran que su significado es paciencia, un espíritu de resignación; otros que es desinterés, un espíritu de abnegación; otros que es benignidad, un espíritu que no toma venganza, que soporta las aflicciones con tranquilidad. Sin duda hay cierto grado de verdad en cada una de estas definiciones. Sin embargo, al escritor le parece que difícilmente profundizan lo suficiente porque no toman en cuenta el orden de esta tercera bienaventuranza. En lo personal, definiremos mansedumbre como humildad. “Bienaventurados los mansos,” es decir, los humildes, los sencillos. Veamos si otros pasajes aclaran esto.
La primera vez que la palabra manso aparece en la Escritura es en Números 12:3. Aquí el Espíritu de Dios ha señalado un contraste con lo que está registrado en los versículos anteriores. Ahí leemos que Miriam y Aarón hablan contra Moisés: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?”. Tal lenguaje traicionó el orgullo y la altanería de sus corazones, su propia búsqueda y deseo del honor. Como la antítesis de esto leemos: “Y aquel varón Moisés era muy manso”. Esto quiere decir que estaba motivado por un espíritu totalmente contrario al espíritu de su hermano y de su hermana.
Moisés era humilde, sencillo y abnegado. Esto se registra en Hebreos 11:24–26 para nuestra admiración e instrucción. Moisés le dio la espalda a los honores mundanales y a las riquezas terrenales, escogió a propósito la vida de un peregrino por encima de la de un cortesano. Eligió el desierto sobre el palacio. La humildad de Moisés se ve otra vez cuando Jehová se le apareció por primera vez en Madián y lo comisionó para que sacara a su pueblo de Egipto. “¿Quién soy yo,” dijo, “para que vaya [yo] a Faraón, y [yo] saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxodo 3:11). ¡Qué sencillez comunican estas palabras! Sí, Moisés era muy manso.
Otros textos de la Escritura confirman, y parece que necesitan, la definición que se sugirió antes: “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera” (Salmos 25:9). ¿Qué puede significar esto sino que Dios promete aconsejar e instruir a los humildes y de corazón sencillo? “He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna” (Mateo 21:5). Aquí está encarnada la humildad y la sencillez. “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1). ¿No está claro que esto significa que se necesita un espíritu de humildad en aquel a quien Dios va a usar para restaurar a un hermano que se ha descarriado? Tenemos que aprender de Cristo, que fue “manso y humilde de corazón”. El último término explica el primero. Notemos que otra vez están unidos en Efesios 4:2, donde el orden es “humildad y mansedumbre”. Aquí el orden está, a propósito, al revés que en Mateo 11:29. Esto nos demuestra que son sinónimos.
Después de haber buscado establecer que la mansedumbre, en las Escrituras, quiere decir humildad y sencillez, observemos ahora cómo esto queda confirmado por el contexto y después esforcémonos por determinar la manera en que tal mansedumbre encuentra su expresión. Constantemente se debe tener en cuenta que en estas bienaventuranzas nuestro Señor está describiendo el orden del proceso de la obra de gracia de Dios de la manera en que empíricamente se lleva a cabo en el alma. Primero, hay pobreza de espíritu: un sentimiento de insuficiencia e insignificancia. Después, hay llanto por mi condición perdida y aflicción por lo terrible de mis pecados contra Dios. Después de esto, en el orden de la experiencia espiritual, se encuentra la humildad del alma.
Aquel en quien el Espíritu de Dios ha obrado, al producir un sentimiento de insignificancia y de necesidad es ahora convertido en polvo delante de Dios. Hablando como alguien a quien Dios usó en el ministerio del evangelio, el apóstol Pablo dijo: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4, 5). Las armas que los apóstoles usaron fueron las verdades de la Escritura que escudriñan, condenan y humillan. Estas, cuando el Espíritu las aplicó de manera efectiva, fueron poderosas para la destrucción de fortalezas, es decir, de los poderosos prejuicios y defensas farisaicas dentro de los cuales los hombres pecadores se refugiaron. Los resultados son los mismos el día de hoy: imaginaciones o razonamientos orgullosos –la enemistad de la mente carnal y la oposición de la mente recién regenerada en relación a la salvación son ahora llevadas cautivas a la obediencia a Cristo.
Por naturaleza, todos los pecadores son farisaicos porque desean ser justificados por las obras de la Ley. Por naturaleza, todos heredamos de nuestros primeros padres la tendencia de confeccionarnos una cubierta para esconder nuestra vergüenza. Por naturaleza, todos los miembros de la raza humana caminan por el camino de Caín, que buscó encontrar la aceptación de Dios sobre la base de una ofrenda producida por su propio trabajo. En una palabra, deseamos obtener una posición delante de Dios sobre la base del mérito personal; queremos comprar la salvación con nuestras buenas obras; estamos ansiosos por ganar el cielo debido a nuestras propias acciones. El camino de la salvación de Dios es demasiado humillante como para agradar a la mente carnal, porque quita todo motivo para jactarse. Por lo tanto, es inaceptable al corazón orgulloso de los no regenerados.
El hombre quiere participar en su salvación. Que se le diga que Dios no va a recibir nada de él, que la salvación es solo un asunto de la misericordia divina, que la vida eterna es solo para los que vienen con las manos vacías a recibirla solamente como una cuestión de caridad, es ofensivo al religioso farisaico. Pero no es así para el que es pobre en espíritu y que llora por su estado vil y miserable. La palabra misericordia es música a sus oídos. La vida eterna como el regalo gratuito de Dios va bien con su condición afligida por la pobreza. ¡La gracia –el favor soberano de Dios a los que se merecen el infierno– es justo lo que siente que debe tener! Tal persona ya no tiene ningún pensamiento de justificarse a sí mismo a sus propios ojos; todas sus objeciones altaneras contra la benevolencia de Dios son ahora silenciadas. Está contento de reconocerse como un mendigo e inclinarse en el polvo delante de Dios. Una vez, como Naamán, se rebeló contra los términos humillantes que el siervo de Dios le anunció; pero ahora, como Naamán al final, está contento de bajarse de su carruaje de orgullo y tomar su lugar en el polvo delante del Señor.
Cuando Naamán se inclinó ante la humilde palabra del siervo de Dios fue curado de su lepra. De la misma manera, cuando el pecador reconoce su insignificancia, se le muestra el favor divino. Esa persona recibe la bendición divina: “Bienaventurados los mansos”. Hablando de forma anticipada por medio de Isaías, el Salvador dijo, “El Espíritu de Jehová… me ungió… [y] me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos” (Isaías 61:1). Y una vez más está escrito, “Porque Jehová tiene contentamiento en su pueblo; hermoseará a los humildes con la salvación” (Salmos 149:4).
Mientras que la aplicación principal de la tercera bienaventuranza es la humildad del alma que se inclina ante el camino de la salvación de Dios, no se debe limitar a eso. La mansedumbre también es un aspecto intrínseco del “fruto del Espíritu” que se forja en el cristiano y se produce por medio de él (Gálatas 5:22, 23). Es esa cualidad del espíritu que se encuentra en quien ha sido instruido en la benignidad por la disciplina y el sufrimiento y que ha sido llevado a la dulce resignación de la voluntad de Dios. Cuando se pone en práctica, esa gracia en el creyente lo hace soportar con paciencia los insultos y los agravios, hace que esté listo para que el menos eminente de los santos lo instruya y amoneste, lo lleva a estimar a los demás como superiores a él mismo (Filipenses 2:3) y lo enseña a atribuir todo lo que es bueno en él a la gracia soberana de Dios.
Por otro lado, la verdadera mansedumbre no es una debilidad. Una prueba impactante de esto se da en Hechos 16:35–37. Los apóstoles han sido injustamente golpeados y echados en la cárcel. Al día siguiente, los magistrados dieron órdenes para que fueran liberados, pero Pablo les dijo a sus oficiales: “Vengan ellos mismos a sacarnos”. La mansedumbre que Dios da se puede mantener firme por los derechos que Dios da. Cuando uno de los oficiales golpeó a nuestro Señor, él contestó: “Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?” (Juan 18:23).
El espíritu de mansedumbre fue perfectamente ejemplificado por el Señor Jesucristo que fue “manso y humilde de corazón”. En su pueblo este bendito espíritu fluctúa, muchas veces eclipsado por los levantamientos de la carne. De Moisés se dijo, “Porque hicieron rebelar a su espíritu, y habló precipitadamente con sus labios” (Salmos 106:33). Ezequiel dice de él mismo: “Me levantó, pues, el Espíritu, y me tomó; y fui en amargura, en la indignación de mi espíritu, pero la mano de Jehová era fuerte sobre mí” (Ezequiel 3:14). De Jonás, después de su milagrosa liberación, leemos: “Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó” (Jonás 4:1). Incluso el humilde Bernabé se separó de Pablo con un estado de ánimo amargado (Hechos 15:37–39). ¡Qué advertencias son estas! ¡Cuánto tenemos que aprender de Cristo!
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Nuestro Señor se estaba refiriendo a Salmos 37:11 y lo estaba aplicando. Parece que la promesa tiene tanto un significado literal como espiritual: “Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz”. Los mansos son los que más disfrutan las cosas buenas de la vida presente. Liberados de un espíritu codicioso y aprehensivo, están contentos con las cosas que tienen. “Mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos pecadores” (Salmos 37:16). El contentamiento de la mente es uno de los frutos de la mansedumbre del espíritu. Los orgullosos y descontentos no “heredarán la tierra”, aunque puedan poseer muchas hectáreas aquí. El cristiano humilde tiene mucho más contentamiento con una cabaña que el malvado con un palacio. “Mejor es lo poco con el temor de Jehová, que el gran tesoro donde hay turbación” (Proverbios 15:16).
“Los mansos recibirán la tierra por heredad”. Como hemos dicho, esta tercera bienaventuranza es una referencia a Salmos 37:11. Muy probablemente el Señor Jesús estaba usando el lenguaje del Antiguo Testamento para expresar una verdad del Nuevo Pacto. La carne y sangre de Juan 6:50–58 y el agua de Juan 3:5 tienen, para los regenerados, un significado espiritual; lo mismo pasa aquí con la palabra tierra o terreno. Tanto en hebreo como en griego, los términos principales que se traducen con nuestras palabras tierra y terreno se pueden traducir ya sea literal o espiritualmente, dependiendo del contexto.
Sus palabras, entendidas literalmente, son, “ellos recibirán el terreno por heredad”, por ejemplo: Canaán, “la tierra prometida”. Él habla de las bendiciones de la nueva economía en el lenguaje de la profecía del Antiguo Testamento. Israel según la carne (el pueblo externo de Dios bajo la antigua economía) era una figura de Israel según el espíritu (el pueblo espiritual de Dios bajo la nueva economía) y Canaán, la herencia [terrenal] del primero es el tipo de ese conjunto de bendiciones celestiales y espirituales que forman la herencia del último. “Heredar la tierra” es disfrutar las bendiciones características del pueblo de Dios bajo la nueva economía; es volverse herederos del mundo, herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8:17). Es ser “[bendecidos] con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3), gozar esa paz y descanso verdaderos de los cuales Israel en Canaán era una figura.
(Dr. John Brown)
Sin duda también hace referencia al hecho de que los mansos, al fin de cuentas, van a heredar la “tierra nueva, [en la cual] mora la justicia” (2 Pedro 3:13).

Pink, A. W. (2014). Las bienaventuranzas (J. Terranova & G. Powell, Eds.; C. Canales, Trad.). Editorial Tesoro Bíblico.

Arrepiéntete o perecerás | A.W. Pink

ARREPIÉNTETE O PERECERÁS

A.W. Pink

(1886-1952)
“Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3).

Estas fueron las palabras del Hijo de Dios encarnado. Nunca han sido canceladas, ni lo serán mientras exista este mundo. El arrepentimiento es absolutamente necesario si el pecador ha de hacer paz con Dios (Isa. 27:5), porque arrepentirse es echar a tierra las armas de rebelión contra Él. El arrepentimiento no salva, sin embargo ningún pecador jamás fue ni será salvado sin el mismo. Sólo Cristo salva, pero un corazón no arrepentido no lo puede recibir.

Un pecador no puede creer verdaderamente hasta que se arrepiente. Esto es visto claramente en las palabras de Cristo respecto a su precursor: “Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; y los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mateo 21:32). Es evidente también en su llamado autoritario, (claro y fuerte como eran las órdenes que se pregonaban a son de trompeta), que hizo en Marcos 1:15: “Arrepentíos y creed en el evangelio.” Es por esto que el apóstol Pablo testificaba “acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). No te equivoques en este punto, estimado lector; Dios “ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).

Al exigirnos el arrepentimiento, Dios reclama sus derechos justos sobre nosotros. Él es infinitamente digno de amor y honor supremo, y de obediencia universal. Maliciosamente se lo hemos negado. Nos requiere tanto un reconocimiento del mismo, como un cambio al respecto. Es necesario confesar y acabar con nuestro desapego para Él y nuestra rebelión contra Él. Así que, el arrepentimiento es darnos cuenta sinceramente de haber fracasado espantosamente, a través de toda la vida, en darle a Dios su puesto legítimo en nuestro corazón y vida cotidiana.

La justicia de la demanda de Dios para mi arrrepentimiento es evidente si consideramos la naturaleza infame del pecado. El pecado es una renuncia de Aquél que me formó. Es negarle su derecho de gobernarme. Es mi determinación de agradarme a mi mismo, y por lo tanto es rebeldía contra el Todopoderoso. El pecado es anarquía espiritual, y menosprecio total por la autoridad de Dios. Es decir en mi corazón: “No me importa lo que Dios requiere; voy a hacer todo a mi manera. No me importan cuales sean sus derechos en mi vida; voy a ser mi propio señor.” Lector, ¿te das cuenta que has vivido así?

El arrepentimiento verdadero surge cuando, por la obra del Espíritu Santo en el corazón, nos damos cuenta sinceramente de que el pecado es sobremanera pecaminoso, y de lo terrible que es ignorar las demandas y desafiar la autoridad de Aquél que nos formó. Por lo tanto, consiste en un odio y horror santo por el pecado, y en una tristeza profunda por él. Además, consiste en la confesión honesta de él delante de Dios, y en un abandono sincero y completo del mismo. Dios no nos perdona hasta que esto se realiza. “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). En el verdadero arrepentimiento el corazón se vuelve a Dios y confiesa: “He ido en pos de un mundo vano que no puede satisfacer las necesidades de mi alma. Te abandoné a tí, la Fuente de Aguas de vida, yendo tras cisternas rotas que no retienen agua. Ahora reconozco y lamento mi necedad.” Y además, dice: “He sido un sujeto desleal y rebelde, pero ya no lo seré más. Ahora deseo y me propongo servirte y obedecerte con todas mis fuerzas, como mi único Señor. Dependo de tí como mi Porción presente y eterna.”


Lector, profese ser cristiano o no, la opción es: arrepentirte o perecer. Para cada uno de nosotros, seamos miembros de alguna iglesia o no, no hay otra alternativa más que volverme o quemarme. Tienes que apartarte de caminar conforme a tu propia voluntad y gusto, y volverte a Dios con el corazón quebrantado, buscando su misericordia en Cristo. Tienes que volverte con el corazón plenamente decidido a agradarle y servirle a Él. De lo contrario, serás atormentado día y noche por los siglos de los siglos en el lago de fuego. ¿Cuál de los dos será? ¡Oh! arrodíllate ahora mismo y ruégale a Dios que te dé el espíritu de verdadero arrepentimiento.

Culto familiar

Culto familiar
Arthur W. Pink (1886-1952)
Existen algunas ordenanzas y medios de gracia3 exteriores que son muy importantes y están claramente implícitos en la Palabra de Dios, pero para los cuales tenemos pocos, si acaso al- gunos, preceptos claros y positivos que nos ayuden a ponerlos en práctica. Más bien, nos limi- tamos a recogerlos del ejemplo de hombres santos y de diversas circunstancias secundarias. Se logra un fin importante por este medio y es así que se prueba el estado de nuestro corazón. Sirve para probar si los cristianos profesantes descuidarán un deber claramente implícito por el hecho de no poder citar un mandato explícito que requiera su obediencia. Así, se descubre el verdadero estado de nuestra mente y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por Dios y por servirle. Esto se aplica tanto a la adoración pública como a la familiar. No obs- tante, no es difícil dar pruebas de la obligación de ser devotos en el hogar.
Considere primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios (Stg. 2:23). Fue por su devoción a Dios en su hogar que recibió la bendición de: “Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jeho- vá, haciendo justicia y juicio” (Gn. 18:19 JUB4). El patriarca es elogiado aquí por instruir a sus hijos y siervos en el más importante de los deberes, “el camino del Señor”; la verdad acerca de su gloriosa persona, su derecho indiscutible sobre nosotros, lo que requiere de nosotros. Note bien las palabras “que mandará”, es decir que usaría la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza de su hogar para hacer cumplir en él los deberes relacionados con la devoción a Dios. Abraham también oraba a la vez que enseñaba a su familia: Dondequiera que levantaba su tienda, edificaba “allí un altar a Jehová” (Gn. 12:7; 13:4). Ahora bien, mis lectores, preguntémonos: ¿Somos “linaje de Abraham” (Gá. 3:29) si no “[hacemos] las obras de Abraham” ( Jn. 8:39) y descuidamos el serio deber del culto familiar?
El ejemplo de otros hombres santos es similar al de Abraham. Considere la devoción que refleja la determinación de Josué quien declaró a Israel: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15). No dejó que la posición de honor que ocupaba ni las obligaciones públicas que lo presionaban, lo distrajeran de procurar el bienestar de su familia. También, cuando David llevó el arca de Dios a Jerusalén con gozo y gratitud, después de cumplir sus obligaciones públicas “volvió para bendecir su casa” (2 S. 6:20). Además de estos importantes ejemplos, podemos citar los casos de Job (1:5) y Daniel (6:10). Limitándonos a sólo uno en el Nuevo Testamento, pensamos en la historia de Timoteo, quien se crió en un hogar piadoso. Pablo le hizo recordar “la fe no fingida” que había en él y agregó: “La cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice,…” (2 Ti. 1:5). ¡Con razón pudo decir enseguida: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras”! (2 Ti. 3:15).
Por otra parte, podemos observar las terribles amenazas pronunciadas contra los que descuidan este deber. Nos preguntamos cuántos de nuestros lectores han reflexionado seria- mente sobre estas palabras impresionantes: “¡Derrama tu enojo sobre las gentes que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre!” ( Jer. 10:25). Qué tremendamente serio es saber que las familias que no oran son consideradas aquí iguales a los paganos que no conocen al Señor. ¿Esto nos sorprende? Pues, hay muchas familias paganas que se juntan para adorar a sus dioses falsos. ¿Y no es esto causa de vergüenza para los cristianos profesantes? Observe también que Jeremías 10:25 registra imprecaciones terribles sobre ambas por igual: “Derrama tu enojo sobre…”. ¡Con cuánta claridad nos hablan estas palabras!
No basta que oremos como individuos en nuestra cámara; se requiere que también hon- remos a Dios en nuestras familias. Dos veces cada día como mínimo, —de mañana y de noche— toda la familia debe reunirse para arrodillarse ante el Señor —padres e hijos, amo y siervo— para confesar sus pecados, para agradecer las misericordias de Dios, para buscar su ayuda y bendición. No debemos permitir que nada interfiera con este deber: Todos los demás quehaceres domésticos deben supeditarse a él. La cabeza del hogar es el que debe dirigir el tiempo devocional, pero si está ausente o gravemente enfermo, o es inconverso, entonces la esposa tomará su lugar. Bajo ninguna circunstancia ha de omitirse el culto familiar. Si quere- mos disfrutar de las bendiciones de Dios sobre nuestra familia, entonces reúnanse sus inte- grantes diariamente para alabar y orar al Señor. “Honraré a los que me honren” es su promesa.
Un antiguo escritor dijo: “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del cielo”5. Todas nuestras comodidades domésticas y las misericordias temporales que tenemos proceden del amor y la bondad del Señor, y lo mejor que podemos hacer para corresponderle es reconocer con agradecimiento, juntos, su bondad para con nosotros como familia. Las excusas para no cumplir este sagrado deber son inútiles y carecen de valor. ¿De qué nos valdrá decir, cuando rindamos cuentas ante Dios por la ma- yordomía de nuestra familia, que no teníamos tiempo ya que trabajábamos sin parar desde la mañana hasta la noche? Cuanto más urgentes son nuestros deberes temporales, más grande es nuestra necesidad de buscar socorro espiritual. Tampoco sirve que el cristiano alegue que no es competente para realizar semejante tarea: Los dones y talentos se desarrollan con el uso y no con descuidarlos.
El culto familiar debe realizarse reverente, sincera y sencillamente. Es entonces que los pe- queños recibirán sus primeras impresiones y formarán sus primeros conceptos del Señor Dios. Debe tenerse sumo cuidado a fin de no darles una idea falsa de la Persona Divina. Con este fin, debe mantenerse un equilibrio entre comunicar su trascendencia6 y su inmanencia7, su santidad y su misericordia, su poder y su ternura, su justicia y su gracia. La adoración debe empezar con unas pocas palabras de oración invocando la presencia y bendición de Dios. Debe seguirle un corto pasaje de su Palabra, con breves comentarios sobre el mismo. Pueden cantarse dos o tres estrofas de un salmo y luego concluir con una oración en la que se enco- mienda a la familia a las manos de Dios. Aunque no podamos orar con elocuencia, hemos de hacerlo de todo corazón. Las oraciones que prevalecen son generalmente breves. Cuídese de no cansar a los pequeñitos.
Los beneficios y las bendiciones del culto familiar son incalculables. Primero, el culto familiar evita muchos pecados. Maravilla el alma, comunica un sentido de la majestad y au- toridad de Dios, presenta verdades solemnes a la mente, brinda beneficios de Dios sobre el hogar. La devoción personal en el hogar es un medio muy influyente, bajo Dios, para comunicar devoción a los pequeños. Los niños son mayormente criaturas que imitan, a quienes les encanta copiar lo que ven en los demás.
“Él estableció testimonio en Jacob, y pusó ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos, para que lo sepa la generación venidera, los hijos que nacerán, y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos. A fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, que guarden sus mandamientos” (Sal. 78:5-7). ¿Cuánto de la terrible condición moral y espiritual de las masas en la actualidad puede adjudicarse al descuido de este deber por parte de los padres de familia? ¿Cómo pueden los que descuidan la adoración a Dios en su familia pretender hallar la paz y bienestar en el seno de su hogar? La oración cotidiana en el hogar es un medio bendito de gracia para disipar esas pasiones do- lorosas a las cuales está sujeta nuestra naturaleza común. Por último, la oración familiar nos premia con la presencia y la bendición del Señor. Contamos con una promesa de su presencia que se aplica muy apropiadamente a este deber: Vea Mateo 18:19-20. Muchos han encontra- do en el culto familiar aquella ayuda y comunión con Dios que anhelaban y que no habían logrado en la oración privada.


Tomado de “Family Worship” (Culto familiar), reeditada por Chapel Library.

A.W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia, autor, nació en Nottingham, In- glaterra.
Deseamos profundamente un avivamiento de la religión doméstica.

La familia cristiana era el baluarte de la piedad en la época de los puritanos; sin embargo, en estos tiempos malos, centena- res de familias de pretendidos cristianos no tienen adoración familiar, no tienen control sobre los hijos en edad de crecimiento ni instrucción, ni disciplina saludables. ¿Cómo podemos esperar ver avanzar el reino de nuestro Señor cuando sus propios discípulos no les enseñan su Evangelio a sus hijos?
Charles Spurgeon

omado del prefacio de La Segunda Confesión Bautista de Londres de 1689; reeditada por Chapel
Library y disponible allí.

Una teología de la familia

Editado por Jeff Pollard & Scott T. Brown


LA FIDELIDAD DE DIOS | A.W.PINK

Sermones Clásicos
LA FIDELIDAD DE DIOS
A.W.PINK
Narrado por el pastor: David Barceló

David es licenciado en Psicología y graduado de los seminarios Westminster en California (MA) y Westminster en Filadelfia (DMin). Es miembro de la NANC y graduado en Consejería Bíblica por IBCD. David ha estado sirviendo en la Iglesia Evangélica de la Gracia, desde sus inicios en mayo de 2005, siendo ordenado al ministerio pastoral en la IEG en junio de 2008.

¿ES CRISTO TÚ SEÑOR? | A.W.PINK

Sermones Clásicos
¿ES CRISTO TÚ SEÑOR?
A.W.PINK
Narrado por el pastor: David Barceló

David es licenciado en Psicología y graduado de los seminarios Westminster en California (MA) y Westminster en Filadelfia (DMin). Es miembro de la NANC y graduado en Consejería Bíblica por IBCD. David ha estado sirviendo en la Iglesia Evangélica de la Gracia, desde sus inicios en mayo de 2005, siendo ordenado al ministerio pastoral en la IEG en junio de 2008.

LA SALVACIÓN ES ABSOLUTAMENTE DIVINA

Lumbrera

LA SALVACIÓN ES ABSOLUTAMENTE DIVINA 

A.W.PINK 

La divinidad absoluta de Dios se ve en la salvación. La propiedad absoluta e irresistible de Dios ha sido y está siendo expuesta en el ámbito espiritual de un modo tan manifiesto como en el natural. A Isaac se le bendice pero a Ismael se le maldice. Jacob es amado pero Esaú aborrecido. Israel se convierte en el pueblo favorecido de Dios mientras que a todas las demás naciones se les dejó en la idolatría. Los siete hijos de Isaí fueron todos pasados por alto y se halló que David, el niño pastor, era conforme al corazón de Dios. El Salvador cargó en él «la descendencia de Abraham» (Heb 2:16), no la descendencia de Adán. Su ministerio no alcanzaría a todo el mundo sino que se limitó al pueblo escogido de Dios. Los orgullosos fariseos fueron rechazados mientras que los publicanos y las rameras fueron dulcemente obligados por la gracia soberana a participar en la fiesta del evangelio. Al joven rico, que desde su juventud había guardado los mandamientos, se le permitió alejarse de Cristo ‘dolido’, aunque lo había buscado con verdadera sinceridad y humildad, mientras que a la mujer samaritana que había caído (Jn 4), y que no lo buscó, se le hace gozarse en el perdón de sus pecados. En la cruz dos ladrones colgaban junto a Cristo; eran igualmente culpables, estaban igualmente necesitados, estaban igualmente cerca de él. Uno de ellos es movido a clamar: «Señor, acuérdate de mí» y es llevado al paraíso, mientras que el otro padece la muerte en sus pecados y se hunde en una eternidad sin esperanza. Muchos son llamados, pero pocos son los escogidos.

Sí, la salvación es la obra soberana de Dios. «Dios no salva a un hombre porque sea un pecador, porque si así fuera debería salvar a todos los hombres porque todos son pecadores. No porque venga a Cristo, porque ‘ningún hombre puede venir a Él a menos que el Padre lo atrajere’; ni tampoco porque se
arrepienta, porque ‘Dios da el arrepentimiento para vida’; no porque crea, ‘porque nadie puede creer excepto
 que le sea
 dado de arriba’; ni tampoco porque se mantenga fiel hasta el final porque ‘somos guardados por el poder de Dios’. No es por el bautismo porque muchos se salvan sin él y muchos se pierden con él. No es por la regeneración porque eso haría del nuevo nacimiento un deber práctico. No es por la moralidad porque el moralista es el más difícil de alcanzar y muchos de los más inmorales son salvados. La base de la gracia distintiva es la soberanía de Dios: ‘Sí, Padre, porque así te agradó’» (Citando a J. B. Moody).

Pero, ¿es Dios parcial? Contestamos: ¿No tiene el derecho de serlo? Una vez más citamos del sermón del Sr. Spurgeon: «La prerrogativa real»:

«Hablando espiritualmente esta prerrogativa también le pertenece a Dios. Por naturaleza estamos bajo la condenación de la ley a causa de nuestros pecados y somos como criminales juzgados, convictos y sentenciados para ir a la muerte. A Dios le toca, como el gran Juez, ver que la sentencia se ejecute o emitir un perdón gratuito según le plazca; y Él nos hará saber que este asunto depende de su suprema voluntad. Escucho la siguiente sentencia tronar sobre las cabezas de un universo de pecadores: ‘Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca’. Los hombres están confinados a morir por sus pecados y depende de Dios perdonar a quien Él desee; nadie tiene ningún derecho al favor de Dios, el cual es conferido por mera prerrogativa porque Él es el Señor Dios, misericordioso y clemente y que se deleita en pasar por alto la transgresión y el pecado».

Cuán lejos se han apartado los admiradores actuales de Spurgeon de la enseñanza de este príncipe de los predicadores…

A. W. Pink

Extracto de: La Divinidad de Dios

https://lumbrera.me/

¿Es Cristo tu Señor?

Alimentemos El Alma

¿Es Cristo tu Señor?

A.W. Pink

No te preguntamos: “¿Es Cristo Tu “Salvador?” Sino ¿Es El, de verdad y realmente tu Señor? Si él no es tu Señor, entonces con toda seguridad El no es tu “Salvador.” Aquellos que no han recibido A Cristo Jesús como su “Señor” y aun suponen que es su “Salvador,” están engañados, y su esperanza descansa sobre un fundamento de arena. Multitudes son engañadas acerca de este punto vital, y por consiguiente, si el lector aprecia su alma, le rogamos que haga una lectura más cuidadosa a este pequeño tratado.

Cuándo preguntamos, ¿Es Cristo tu Señor? No preguntamos, ¿crees en la Divinidad de Jesús de Nazareth? ¡Los demonios hacen eso (Mat. 8:28,29) ya a pesar de eso perecen! Usted puede firmemente quedar convencido de la Deidad de Cristo, y aún puede estar en sus pecados. Usted puede hablar de El con mucha reverencia, llamarle por sus títulos divinos en sus oraciones y aún puede no ser salvo. Usted puede abominar a aquellos que menosprecian Su persona y niegan Su divinidad, y sin embargo no tener ningún amor espiritual hacia El.

Cuándo preguntamos, Es Cristo tu Señor, queremos decir, ¿Ha ocupado El de verdad el trono de tu corazón? ¿Gobierna realmente El tu vida? “Todos nos descarriamos como ovejas, cual se apartó por su camino” (Isa 53:6) describe el camino que todos seguimos por naturaleza. Antes de la conversión cada alma vive para complacerse a sí misma. Antiguamente estaba escrito, “cada uno hacía lo que bien le parecía” y ¿por qué? “En estos días no había rey en Israel” (Jueces 21:25). ¡Ah! ese es el punto que queremos poner en claro al lector. Hasta que Cristo se convierta en tu Rey (1 Tim 1:17; Apocalipsis 15:3), hasta que te rindas a Su gobierno, hasta que Su voluntad se convierta en la regla de tu vida, el ego llevará el control, y así Cristo es negado.

Cuando el Espíritu Santo comienza Su obra de gracia en un alma, El primero convence de pecado. Él me muestra la naturaleza verdadera y horrible del pecado. Él me hace consciente de que se trata de una rebelión, un desafío a la autoridad de Dios, colocar mi voluntad en contra de la de El. El me enseña que al “ir por mi camino” (Isa. 53:6), al agradarme a mí mismo, he estado luchando en contra de Dios. Cuando mis ojos son abiertos para ver la rebelión de toda mi vida, y ver que tan indiferente he sido respecto al honor de Dios, qué tan indiferente he sido respecto a Su voluntad, me lleno de angustia y horror, y me maravillo que el tres veces Santo no me haya arrojado al infierno. Lector, ¿ha experimentado usted alguna vez esto? Si no, ¡hay razón muy seria para temer que usted aún esté muerto espiritualmente!

La conversión, la verdadera conversión, la conversión que salva, es una volver del pecado hacia Dios en Cristo. Es un abandonar las armas de mi guerra en contra de El, un cese de despreciar e ignorar Su autoridad. La conversión del Nuevo Testamento está descrita así: “os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir [estar sujetos, obedecer] al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9). Un “ídolo” es cualquier objeto para al cual rendimos lo que solo le pertenece a Dios –el lugar supremo de prioridad de nuestros deseos, la influencia que modela nuestros corazones, el poder que domina nuestras vidas. La conversión es un cambio completo, donde el corazón y la voluntad repudian el pecado, el ego, y el mundo. La conversión genuina es siempre evidenciada por “Señor ¿qué quieres que haga?” (Acto 9:6); es una claudicación incondicional de nosotros mismos hacia Su santa voluntad. ¿Te has rendido a El? (Rom. 6:13).

Hay muchas personas que les gustaría ser salvos del Infierno, pero quién no quiere ser salvado de su voluntad propia, de apartarse de su propio camino ni de una vida (alguna forma) de cosas mundanas. Pero Dios no los salva según sus términos. Para salvarse, debemos someternos a Sus términos: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia” (Isa. 55:7). Dijo Cristo: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:33). Los hombres tienen que ser convertidos “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios para que reciban… perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:18).

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Col. 2:6). Esa es una exhortación a los cristianos, y su implicación es que debemos continuar como comenzamos. Pero ¿cómo hemos comenzado? Por recibir a “Cristo Jesús el Señor,” rindiéndose a El, por someternos a Su voluntad, dejando de agradarnos a nosotros mismos. Ahora pertenecen a Su autoridad y Sus mandamientos se han convertidos en su regla de vida. Su amor los constriñe a una obediencia alegre e incondicional. “Se dieron primeramente al Señor” (2 Cor. 8:5). ¿Ha hecho usted esto, mi estimado lector? ¿Si? ¿Se manifiesta en tu vida? ¿Pueden ver aquellos con quienes tienes contacto de que ya no vives para complacer tu ego (2 Cor 5:15)?

¡Oh mi querido lector, no yerres en este punto: La conversión que el Espíritu Santo produce es algo muy radical! Es un milagro de gracia. Es cuando se le entrona a Cristo en la vida de uno. Y tales conversiones son muy raras. Multitudes de personas tienen suficiente “religión” para hacerles miserables. Se rehúsan a abandonar cada pecado conocido –y no hay verdadera paz para un alma hasta que lo haga. Ellos nunca han “recibido a Cristo Jesús el Señor” (Col 2:6). Si lo hubieran hecho entonces, “el gozo del SEÑOR” serían su fuerza (Neh. 8:10). Pero el lenguaje de sus corazones y sus vidas (no de sus “labios”) es, “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). ¿Es este su caso?

El gran milagro de gracia consiste en transformar a un rebelde impío en un súbdito cariñoso y leal. Es una “renovación” del corazón, donde la persona ha llegado a aborrecer lo que antes amaba, y las cosas que le parecían molestas ya le son muy atractivas (2 Cor. 5:17). “Según el hombre interior” el, “se deleita en la ley de Dios” (Rom. 7:22). Él descubre que los mandamientos de Cristo “no son gravosos” (1 Juan 5:3), y que “en guardarlos hay grande galardón” (Sal. 19:11). ¿Es esta su experiencia? ¡Tendría que ser si hubieras recibido a Cristo Jesús EL SEÑOR!

Pero el recibir a Cristo Jesús el Señor está totalmente más allá del poder humano. Esa es la última cosa que desea el corazón no renovado. Debe haber un cambio de parecer sobrenatural en el corazón antes de que pueda existir aun el deseo de que Cristo ocupe su trono. Y ese cambio, nadie lo puede realizar sino solamente Dios (1 Cor. 12:3). Por lo tanto, “Buscad a JEHOVA mientras pueda ser hallado” (Isa. 55:6). Vaya en busca de El con todo su corazón (Jer. 29:13). Lector, puede ser que hayas profesado ser cristiano por muchos años, y hayas sido muy sincero en tu profesión. Pero si a Dios le ha agradado utilizar este tratado para mostrarte que nunca en verdad o con sinceridad has “recibido a Cristo Jesús el Señor,” si ahora en tu propia alma y conciencia te das cuenta de que el EGO te ha gobernado hasta ahora, ¿podrías ponerte de rodillas y confesarlo a Dios, confesarle tu obstinación, tu rebelión hacia El, y rogarle que obre en tu vida para que de una vez, puedas entregarte por completo a Su voluntad y convertirte en Su súbdito, Su siervo, Su esclavo amado, de hecho y en verdad? – Por A.W. Pink

David Barceló

Westminster en California (MA) y Westminster en Filadelfia (DMin)

David es licenciado en Psicología y graduado de los seminarios Westminster en California (MA) y Westminster en Filadelfia (DMin). Es miembro de la NANC y graduado en Consejería Bíblica por IBCD. David ha estado sirviendo en la Iglesia Evangélica de la Gracia, desde sus inicios en mayo de 2005, siendo ordenado al ministerio pastoral en la IEG en junio de 2008.

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