Lo fundamental del liderazgo es el carácter | Albert Mohler Jr.

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado de Un líder de convicciones: 25 principios para un liderazgo relevante. Albert Mohler. B&H Publicaciones.

Los líderes no son máquinas y sus seguidores tampoco lo son. Somos seres humanos de carne y hueso que debemos realizar constantes juicios en relación con la confianza. Pareciera que existe un instinto dentro de nosotros que gravita hacia aquellos en quienes podemos confiar y que mira con cautela a los que no inspiran tal confianza. Dentro de nosotros, tenemos una especie de detector de confianza que funciona constantemente, y aprendemos a depender de él incluso desde pequeños. El liderazgo es tan antiguo como la humanidad y también lo es la preocupación por el carácter de los líderes.

Nuestra dificultad para tratar la cuestión de carácter está directamente relacionada con que no tenemos un concepto común de lo que verdaderamente implica el carácter. Este es el punto en el cual el líder cristiano debe tener un llamado al carácter mucho más profundo y urgente; un llamado al carácter que no se trate solo de una cuestión de personalidad pública, no una mera negociación con las confusiones morales de nuestra propia era. Como seguidores de Cristo, sabemos que la afirmación de que podemos tener una vida privada y una pública con diferentes términos morales no tiene legitimidad. Además, también sabemos que los términos morales a los que nos debemos no los establecemos nosotros; Dios los ha revelado en Su Palabra. «Pues como piensa dentro de sí, así es» (Prov. 23:7, LBLA).

La Biblia revela que el carácter es una condición de nuestro corazón. El Antiguo Testamento contiene las leyes mediante las cuales Israel debía aprender sobre el carácter, y el Nuevo Testamento presenta a la Iglesia como una comunidad de carácter. Jesús les dijo a Sus discípulos que debían vivir ante el mundo de modo que su carácter fuera tan evidente que la gente diera gracias a Dios.

Aquellos a quienes lideramos esperan que vivamos y lideremos en concordancia con nuestras convicciones.

Como comunidad de carácter, los cristianos debemos reflejar los compromisos morales a los cuales se nos ha llamado. Tal como Jesús dejó en claro, la credibilidad moral del evangelio depende de aquellos que han sido transformados por la gracia y la misericordia de Dios, y que demuestran esa transformación en toda dimensión de la vida. Dentro de la iglesia, el liderazgo recae sobre aquellos cuya luz brilla con integridad y poder.

La Iglesia debe vivir de acuerdo a la Palabra de Dios y del evangelio de tal manera que los demás se queden rascándose la cabeza, preguntándose cómo es posible que la gente viva así. ¿Por qué se aman los unos a los otros? ¿Por qué son tan generosos? ¿Por qué siguen casados con su primer cónyuge? ¿Por qué viven con tanto esmero? El líder eficaz sabe que las expectativas con respecto al carácter comienzan desde arriba.

Aquellos a quienes lideramos esperan que vivamos y lideremos en concordancia con nuestras convicciones. No se quedarán satisfechos con el carácter que se presente solo en público, una simulación de algo que no somos. Tienen hambre y sed de un verdadero liderazgo y de verdaderos líderes. Han visto adónde conduce el liderazgo sin un carácter recto y no quieren saber nada con él. Una vez que declaramos nuestras convicciones, se esperará que vivamos de acuerdo a ellas en público y en privado. Las convicciones vienen primero, pero el carácter es el producto de esas convicciones. Si no, nuestro liderazgo se hará pedazos y se quemará.

El carácter es indispensable para la credibilidad y la credibilidad es esencial para el liderazgo. Los líderes de carácter producen organizaciones de carácter porque este, al igual que la convicción, es contagioso. Los seguidores se sienten atraídos a aquellos cuyo carácter es tal que lo desean para sí mismos.


​El Dr. R. Albert Mohler Jr. es el presidente del Southern Baptist Theological Seminary (Lousville, Kentucky) y una de las voces de mayor influencia en el panorama evangélico de los Estados Unidos actualmente. El Dr. Mohler es conocido por su firme y clara defensa del evangelio y por su fidelidad a las Escrituras. Puedes seguir sus publicaciones mediante su sitio web, Twitter y Facebook.

Cómo entender el sermón impactante de Pedro en Pentecostés | Albert Mohler

Nota del editor: Este es un fragmento adaptado del libro Hechos 1 – 12 para ti (Poiema Publicaciones, 2022), por Albert Mohler Jr.

La llegada del Espíritu Santo en los acontecimientos de Pentecostés en Hechos 2:1-13 prepara el escenario para el sermón de Pedro en los versículos 14-36. En este punto, es importante resaltar que este sermón marca el inicio del testimonio de la iglesia en cumplimiento de la comisión dada a los apóstoles en Hechos 1:8.

Con el sermón en Pentecostés, Pedro presenta el testimonio de la iglesia cristiana al mundo, el cual declara que Jesucristo es el Señor crucificado y resucitado. El mensaje comenzará aquí en Jerusalén, pero, así como lo deja en claro el libro de Hechos, continuará extendiéndose al resto del mundo.

El hombre
La porción de Hechos 2:14-36 contiene uno de los sermones más asombrosos que se han predicado. Pero antes de ver lo que se dijo, o incluso cómo se dijo, date cuenta quién habló a la multitud de Jerusalén en este día extraordinario.

El versículo 14 revela que Pedro fue el predicador de ese día y que estaba junto a los otros apóstoles. Puede que este hecho no nos sorprenda, pero debemos considerar nuevamente cuán impactante es en la historia bíblica el hecho de que Pedro estuviera siquiera presente, y ¡cuanto más hablando!

Pedro actuó de manera cobarde, incluso negando a Jesús en los últimos momentos de Su vida (Lc 22:54-62), por lo que la presencia de Pedro en el día de Pentecostés es testimonio de la voluntad de Cristo para perdonar incluso al peor de los pecadores. La osadía de Pedro en el día de Pentecostés solo puede ser explicada por el poder del Espíritu obrando en él. Solo unas semanas antes, Pedro estaba dándole la espalda a Cristo. Ahora está proclamándolo con confianza, e incluso confrontando a los judíos con su pecado y necesidad de arrepentirse.

Con el sermón en Pentecostés, Pedro presenta el testimonio de la iglesia cristiana al mundo, el cual declara que Jesucristo es el Señor crucificado y resucitado

Debemos reflexionar sobre el denuedo y el liderazgo de Pedro en el día de Pentecostés. La gracia que recibió de Cristo en el momento de su restauración después de su negación le permitió predicar el evangelio y hacerlo con osadía. El Señor sabía que Pedro lo negaría (Lc 22:34). Esa tarde, Pedro, de hecho, negó al Señor y hacer eso lo quebrantó emocionalmente (Lc 22:54-62).

El apóstol Juan completa los detalles de lo que sucedió después de la negación de Pedro. A la luz de su triple negación, Cristo le extendió misericordia al otorgarle una triple redención (Jn 21:15-19). Pedro ha sentido el dolor de su pecado y la redención por la gracia de Cristo. La razón por la cual esto es importante es que la historia de Pedro es la historia de cada cristiano. La misericordia del Señor puede restaurar a cualquiera. Ahora Pedro extiende esa misma misericordia a la multitud que se ha reunido ese día de Pentecostés.

El método
Lo segundo que debemos notar acerca del sermón de Pedro es el método que utilizó para presentarlo. Observa que de inmediato Pedro dirige su audiencia a las Escrituras: «esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel» (Hch 2:16). De hecho, Pedro apela a las Escrituras en repetidas ocasiones. En el transcurso de su sermón, entrelaza grandes pasajes del Antiguo Testamento que hablan sobre Cristo como Joel 2 y los Salmos 16 y 110.

El sermón de Pedro es un ejemplo maravilloso para nosotros de lo que debería ser la predicación: acudir al texto bíblico, explicarlo, aplicarlo y pedir una respuesta. En otras palabras, Pedro muestra aquí en los primeros capítulos de Hechos que los apóstoles del primer siglo se dedicaron a la predicación expositiva. Su proclamación se enfoca en la persona y la obra de Jesucristo. Su enfoque es apropiado dada la importancia del momento que acaba de ocurrir. Con demasiada frecuencia, los sermones se entrelazan alrededor de historias o temas no relacionados, sin centrarse en Jesús. Pedro no hace esto. Su sermón es directo y demuestra el cumplimiento de las promesas de Dios en la persona y obra de Jesucristo.

El mensaje
En Hechos 2:17-21, Pedro explica y defiende las acciones de los apóstoles en el aposento alto en Pentecostés. Algunos judíos en la multitud creían que los apóstoles estaban borrachos (v. 13), pero Pedro explica que el profeta Joel había predicho los desconcertantes acontecimientos de Pentecostés y que, por lo tanto, los apóstoles estaban cumpliendo así la profecía del Antiguo Testamento.

Pedro dice que Joel 2 profetizó que señales milagrosas acompañarían al derramamiento del Espíritu en los «últimos días» y de acuerdo con el Antiguo Testamento, los «últimos días» fueron los días del nuevo pacto y la nueva creación (Hch 2:17). Esencialmente, el apóstol está enseñando a la multitud que todas las promesas del Antiguo Testamento acerca de la nueva creación han sido ya inauguradas por la obra de Jesucristo.

Pedro continúa su sermón enfatizando la soberanía de Dios sobre los eventos alrededor de la muerte y la resurrección de Jesús. Como señala, la muerte de Jesucristo fue parte del «determinado propósito» de Dios desde toda la eternidad (Hch 2:22-24).

Algunas tradiciones teológicas tienen la noción equivocada de que la historia se desarrolla como un proyecto cooperativo entre Dios y el hombre, es decir que Dios está esperando a ver cómo nuestras acciones darán forma a la historia y luego responderá de acuerdo con ellas. Sin embargo, este punto de vista no es congruente con la Biblia. Jesús no terminó en la cruz por un fracaso en Su ministerio. Pedro declaró que Jesús fue entregado por Dios el Padre según el plan predeterminado de Dios (v. 23). Dios no envió a Jesucristo para ver cómo Su creación, en su naturaleza pecaminosa, respondería a Él. Ni tampoco consideró la crucifixión como una mera posibilidad. Jesucristo fue el Cordero de Dios, enviado a morir.

Pedro llama a su audiencia a reconocer las Escrituras y su clara enseñanza con respecto a la identidad de Jesús: el mayor hijo de David, el Mesías de Israel. Esta gran verdad debería dar a los cristianos de todo el mundo una firme certeza de que Dios tiene realmente el control de la historia del mundo y el control de nuestras vidas. Nuestro Dios no está esperando a ver cómo se desarrolla la historia. El Dios de las Escrituras es el Dios que dispone todas las cosas de acuerdo con el designio de Su voluntad (Ef 1:11). Él es el Dios que actúa en la historia. Él es el Dios trascendente, eterno, soberano, omnipotente y omnisciente. Esto no significa que los hombres responsables de la crucifixión estén excusados; los que estaban presentes en la crucifixión son llamados «impíos» y son culpables de su pecado (Hch 2:23). Pero la Biblia contiene ambos hechos aparentemente contradictorios —la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre— como verdades armoniosas.

Por supuesto, la historia no termina con la crucifixión. Pedro continúa su sermón señalando: «Este [Jesús]… ustedes lo clavaron en una cruz por manos de impíos y lo mataron. Pero Dios lo resucitó» (v. 23-24). La gente impía o malvada había tratado de matar a Jesús, pero Dios lo levantó de los muertos. Toda la redención es iniciada por Dios.

Los seres humanos habían llegado a un punto de absoluta rebelión. Simplemente ya no había nada más que pudiéramos hacer por nosotros mismos. Pero Dios tomó la iniciativa y nos salvó mediante la obra de Cristo. Pedro está enseñando que, sin que los malvados que mataron a Jesús supieran, Dios siempre había planeado entregar a Su Hijo para que fuera asesinado, y luego resucitarlo de entre los muertos. Fue en esta victoria que Dios demostró Su sabiduría y poder sobre la muerte. Argumentando a partir de las Escrituras, el apóstol continúa enfatizando el señorío de Cristo, que se da a conocer ahora a través de la resurrección.

Finalmente, Pedro hace un llamado a su audiencia a reconocer las Escrituras y la clara enseñanza del Antiguo Testamento con respecto a la identidad de Jesús (Hch 2:36). El argumento de Pedro está saturado de las Escrituras. Está razonando a partir del Antiguo Testamento para demostrar que Jesús es en realidad el mayor hijo de David, el Mesías de Israel.

​El Dr. R. Albert Mohler Jr. es el presidente del Southern Baptist Theological Seminary (Lousville, Kentucky) y una de las voces de mayor influencia en el panorama evangélico de los Estados Unidos actualmente. El Dr. Mohler es conocido por su firme y clara defensa del evangelio y por su fidelidad a las Escrituras. Puedes seguir sus publicaciones mediante su sitio web, Twitter y Facebook.

Un Llamado al Valor Respecto a La Hombría y a La Feminidad en la Biblia 

Esclavos de Cristo

Un Llamado al Valor Respecto a La Hombría y a La Feminidad en la Biblia 

Albert Mohler

Las líneas de falla de la controversia en la Cristiandad contemporánea oscilan a través de un vasto terreno de temas, pero ninguno parece ser tan volátil como la cuestión del género sexual. Como Cristianos hemos estado pensando esto una y otra vez durante los años recientes, un claro modelo de divergencia ha aparecido. En juego en este debate, existe algo más importante que la cuestión del género sexual, ya que esta controversia alcanza las cuestiones más profundas de la identidad Cristiana y la autoridad bíblica.

Durante demasiado tiempo, aquellos que sostienen las interpretaciones tradicionales de la hombría y la feminidad, arraigadas profundamente tanto en las Escrituras como en la tradición, se han permitido el ser “empujados” a una postura defensiva. Dado el espíritu prevaleciente de la época y la enorme presión cultural hacia la conformidad, actualmente los tradicionalistas están siendo acusados de estar lamentablemente fuera de foco y desesperanzadamente pasados de moda. Ahora es un buen momento para reconsiderar los temas sobre la base de este debate y reasegurar los argumentos relativos a la hombría y feminidad bíblicas.

La cuestión más básica de esta controversia se reduce a lo siguiente: ¿Ha Dios creado a los seres humanos como hombre y mujer con una revelada intención respecto a cómo nos relacionamos uno con el otro? El mundo secular se encuentra actualmente profundamente comprometido a la confusión respecto a estos temas. Negando al Creador, el punto de vista del mundo secular entiende que el género sexual no es más que un subproducto accidental del ciego proceso de evolución. Por lo tanto, el género sexual se reduce a nada más que a la biología, tal como las feministas famosamente han argumentado, la biología no es destino.

Esta rebelión radical en contra del modelo del género sexual divinamente diseñado ha alcanzado actualmente los límites externos de la imaginación.

Si el género sexual no es más que un accidente biológico, y si los seres humanos no están por lo tanto moralmente obligados a tomar su sexo en forma significativa, entonces los teóricos radicales del género sexual y los defensores de los derechos homosexuales están, después de todo, en lo correcto. Ya que, si el género sexual es meramente incidental respecto a nuestra humanidad básica, entonces debemos ser libres de poder hacer cualquier ajuste, alteración o transformación respecto a las relaciones sexuales que cualquier generación pudiere desear o exigir.

El punto de vista mundano post-moderno abarca la noción del género sexual como una construcción social. Es decir, los post-modernistas argumentan que nuestras nociones de lo que significa ser hombre y mujer se deben enteramente a lo que la sociedad ha construido como sus teorías de masculinidad y feminidad. Por supuesto que la construcción social de toda la verdad es central para la mente post-modernista, pero cuando el tema trata del género sexual, los argumentos se tornan más volátiles. El feminismo se reduce al reclamo relativo a que las fuerzas patriarcales en la sociedad han definido a hombres y mujeres de modo tal que todas las diferencias atribuidas a las mujeres representan esfuerzos por parte de los hombres para proteger su posición de privilegio.

Por supuesto, la penetración de esta teoría explica por qué el feminismo radical debe necesariamente unirse a la agenda homosexual. Ya que, si el género sexual es socialmente construido, y por lo tanto, las diferencias entre hombres y mujeres no son más que una convención social, desde luego la heterosexualidad se torna nada más que en una forma culturalmente privilegiada de sexualidad.

La utopía prevista por las feministas ideológicas seria un mundo libre de toda preocupación respecto al género sexual – un mundo dondela masculinidad y la feminidad se borran como nociones anticuadas, y una era en la cual las categorías de hombre y mujer son maleables y negociables. Desde el punto de vista del post-modernismo, todas las estructuras son plásticas y todos los principios, líquidos.

La influencia de eras anteriores nos ha moldeado para creer que los hombres y las mujeres son distintos de maneras significativas, pero nuestra era recientemente liberada nos promete liberarnos de dichas mal concepciones y dirigirnos hacia un nuevo mundo de sentido transformado del género sexual.

Tal como una vez lo reflejó Elizabeth Elliot, “A través de los milenios de la historia humana, hasta hace alrededor de dos décadas, la gente tomó por concedido que las diferencias entre hombres y mujeres eran tan obvias que no necesitaban comentario alguno. Aceptaban las cosas tal cual eran.

Pero, nuestras fáciles suposiciones han sido atacadas y confundidas, de modo tal que hemos perdido nuestros conceptos en una niebla de retórica acerca de algo denominado igualdad, de modo tal que me encuentro en la incómoda posición de tener que atacar verbalmente con criticismo a la gente educada lo que alguna vez fue perfectamente obvio para el campesino más sencillo”.

En respuesta a ello, los tradicionalistas seculares argumentan que la experiencia histórica de la raza humana afirma distinciones importantes entre hombres y mujeres y diferentes roles para ambos sexos tanto en la familia como la sociedad más grande. Los tradicionalistas seculares tienen a la historia de su parte y su reclamo respecto a la autoridad está arraigada en la sabiduría acumulada de las eras. Respecto a la evidencia, estos tradicionalistas señalarían el modelo consistente del matrimonio heterosexual a través de culturas y la realidad histórica innegable respecto a que los hombres han predominado en posiciones de liderazgo y que los roles de las mujeres han estado mayormente definidos alrededor del hogar, los hijos y la familia. De este modo, estos tradicionalistas advierten que el feminismo representa una amenaza respecto al orden social y que el sentido transformado de los sexos que las feministas exigen conduciría a la anarquía social.

Claramente, los tradicionalistas entran el debate con un argumento fuerte. Ellos sí tienen a la historia de su parte y debemos reconocer que la experiencia histórica de la raza humana no es insignificante. Algunas de las pensadoras feministas más honestas admiten que su verdadero objetivo es el de revertir su este modelo histórico y mucha de su escolástica está dirigida a identificar y ejercer este modelo patriarcal en el futuro. El problema con el tradicionalista secular es que su argumento es, al final, esencialmente secular. Su argumento se reduce a reclamar que la sabiduría heredada de la experiencia humana apunta a un deber y a un imperativo moral que debería informar al presente y al futuro. Finalmente, este argumento, aunque poderoso y aparentemente significativo, falla respecto a la persuasión. Los individuos modernos han sido entrenados desde la cuna para creer que toda generación se renueva a sí misma y que el pasado es realmente pasado.

Esta ética moderna de liberación, actualmente tan profundamente y absolutamente encastrada en la mente moderna, sugiere que las tradiciones del pasado pueden verdaderamente ser una prisión de la cual la generación actual debería exigir la liberación. Aquí es donde los tradicionalistas bíblicos deben ingresar al debate con vigor. Compartimos mucho terreno en común del argumento con los tradicionalistas seculares. Los tradicionalistas bíblicos afirman que la experiencia histórica de la humanidad debería ser informativa del presente. También afirmamos que el modelo de roles distintos entre hombres y mujeres, combinado con la centralidad de la familia natural, presenta un argumento imperativo que debería ser comprendido como descriptivo y prescripto. No obstante, el argumento fundamental del tradicionalista bíblico va más allá de la historia.

En esta era de desenfrenada confusión, debemos volver a capturar el concepto bíblico de hombría y feminidad. Nuestra autoridad debe ser nada menos que la revelada Palabra de Dios. Bajo esta luz, el modelo de la historia afirma que la Biblia incuestionablemente revela que Dios ha creado a los seres humanos a Su imagen como hombre y mujer, y que el Creador ha revelado su gloria en ambas similitudes y diferencias por las cuales establece a los seres humanos como hombre y mujer.

Confrontados por la evidencia bíblica, debemos tomar una decisión interpretativa vitalmente importante. Debemos elegir entre dos opciones inevitables: si la Biblia se afirma como la inequívoca e infalible Palabra de Dios y por lo tanto presenta una visión comprensiva de la humanidad verdadera tanto en unidad como en diversidad, o si debemos clamar que la Biblia está, en un grado u otro, comprometida y envuelta por una parcialidad patriarcal dominada por el hombre que debe superarse en nombre de la humanidad.

Para los tradicionalistas bíblicos, la opción es clara. Entendemos que la Biblia presenta un hermoso retrato del complemento entre los sexos, y que ambos, hombres y mujeres deben reflejar la gloria de Dios de un modo diferente. Así, existen distinciones muy reales que marcan la diferencia entre la masculinidad y la feminidad, hombres y mujeres. Sobre la base de la autoridad bíblica, debemos criticar tanto el presente como el pasado cuando el modelo bíblico ha sido comprometido o negado. Del mismo modo, debemos apuntar a nosotros mismos, nuestras iglesias y nuestros hijos hacia el futuro, afirmando que la gloria de Dios respecto a nuestra respuesta a la obediencia o a la desobediencia de Su diseño, está en juego.

Durante demasiado tiempo, aquellos que sostienen un modelo bíblico de distinciones de sexo se han permitido ser silenciados, marginados e intimidados cuando son confrontados por los teóricos del nuevo género sexual. Ahora es el momento de volver a capturar la culmine, de forzar las preguntas y de mostrar a esta generación el diseño de Dios en el concepto bíblico de la masculinidad y la feminidad. La gloria de Dios se muestra al mundo en el complemento entre el hombre y la mujer. Este desafío crucial es una convocatoria a la audacia cristiana del momento.

Por Al Mohler sobre Masculinidad y Feminidad
Una parte de la serie JBMW
Traducción por Maria Gustafson

Razones por las que la controversia es a veces necesaria

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Razones por las que la controversia es a veces necesaria

Albert Mohler

Nota del editor: Esta es la quinta parte de la serie de articulos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia.

Recientemente observé cómo una joven madre reaccionó rápida y decisivamente para poner fin a la disputa entre dos niños de edad preescolar. Ella actuó con justicia y efectividad, y luego se volteó hacia sus dos acusados y estableció la ley: “¡Pelear nunca es lo correcto!”

Lo siento, querida mamá, entiendo lo que estabas tratando de hacer, pero esa instrucción moral no les servirá de mucho a esos niños a medida que crezcan en madurez. El reto que tienen por delante es el de aprender cuándo es correcto pelear, y cómo pelear la buena batalla de la fe, tal como manda la Biblia.

¿Y qué tal en la Iglesia? ¿Es correcto que cristianos e iglesias se involucren en controversias? Por supuesto, la respuesta es sí; hay momentos en que los creyentes están divididos por asuntos serios y trascendentales, y la controversia es el resultado inevitable. La única manera de evitar toda controversia sería considerando que nada de lo que creemos es lo suficientemente importante como para ser defendido y que ninguna verdad es tan valiosa como para ser comprometida.

Sabemos que Cristo se preocupa mucho por la paz de Su Iglesia. En Su oración por la Iglesia en Juan 17, Jesús pide que Su rebaño sea protegido por el Padre y esté caracterizado por la unidad. Pero, como Cristo también aclara, Su Iglesia debe estar unida y santificada en la verdad. En otras palabras, no hay una unidad genuina fuera de la unidad en la verdad revelada de Dios.

El Nuevo Testamento no es evasivo ya que revela controversias serias y trascendentales entre las congregaciones más antiguas e incluso entre los líderes cristianos. El Apóstol Pablo entró en una controversia con los gálatas mientras defendía el Evangelio no adulterado (Gál 1:6-9). Se metió en una controversia moral al escribirle a los corintios (1 Co 5). Pablo confrontó a Pedro en cuanto a los gentiles y la circuncisión (Gál 2:11-14). Judas advirtió del perpetuo desafío de defender la verdad contra sus enemigos (Jud 3). Juan advirtió sobre una iglesia que era tan tibia y poco comprometida con la verdad que era incapaz de entrar en controversia (Ap 3:14-22).

No hay una unidad genuina fuera de la unidad en la verdad revelada de Dios.

La historia de la Iglesia también nos recuerda la necesidad de la controversia cuando está en juego la verdad del Evangelio. Una y otra vez, vemos momentos en que la verdad debe ser defendida o negada. La Iglesia debe mirar directamente lo que se está enseñando y determinar si la enseñanza es fiel a las Escrituras. Esto suele provocar controversia. Si la Iglesia creyera que la controversia se debe evitar a toda costa, no tendríamos idea de lo que es el Evangelio.

Para nuestra vergüenza, con mucha frecuencia la Iglesia se ha divido por las controversias equivocadas. Hay congregaciones y denominaciones que se han dividido por razones que son irrelevantes a la luz de la Palabra de Dios. Más aún, algunas iglesias parecen prosperar en la controversia, incluso cuando algunos miembros y líderes de la congregación son agentes de desunión. Esto trae vergüenza y reproche a la Iglesia, y distrae a la Iglesia de su tarea de predicar el Evangelio y hacer discípulos.  

Entonces, ¿cómo podemos saber si una controversia es correcta o no? La única manera de responder a esa pregunta es yendo a las Escrituras para evaluar la importancia de lo que se está debatiendo. Todas las preguntas relacionadas con la verdad son importantes, pero no todas son igualmente importantes. Las controversias sobre doctrinas centrales y esenciales no se pueden evitar sin traicionar el Evangelio. Tal como Pablo le advirtió a los gálatas, una iglesia que no esté dispuesta a enfrentar la controversia por doctrinas de vital importancia, pronto estará predicando “otro evangelio”. La Iglesia ha tenido que enfrentar controversias por doctrinas tan esenciales como la deidad y humanidad de Cristo, la naturaleza de la Trinidad, la justificación por la fe sola y la veracidad de las Escrituras. Si se hubieran evitado esas controversias, el Evangelio y la autoridad de las Escrituras se habrían perdido. Estas controversias fueron por doctrinas de “primer nivel”: doctrinas sin las cuales la fe cristiana no puede existir.

Doctrinas en un segundo nivel de importancia no tienen que ver con los aspectos fundamentales del Evangelio, y su llamado al arrepentimiento y fe, pero sí explican el por qué la Iglesia se ha dividido en diferentes denominaciones. Las denominaciones han surgido a raíz de desacuerdos en cuanto al bautismo, el orden de la iglesia y otros asuntos que son inevitables en la vida congregacional.

En un tercer nivel, vemos controversias sobre temas que deben ser discutidos, e incluso debatidos, pero que nunca deben dividir a los creyentes en diferentes congregaciones y denominaciones. Las congregaciones y denominaciones deben desarrollar la madurez bíblica y espiritual necesaria para poder determinar la importancia de los desacuerdos y saber cuando la controversia es correcta y cuando no lo es.

Los políticos son conocidos por instar a sus colegas a no desperdiciar una crisis. De la misma manera, la Iglesia no debe desperdiciar una controversia. La iglesia fiel debe hacer que sus controversias valgan la pena. La controversia, cuando aparece, debe conducir a la Iglesia a Cristo y a las Escrituras a medida que los creyentes buscan conocer todo lo que la Biblia enseña. Las disputas y los debates deben poner a la Iglesia de rodillas en oración mientras los creyentes buscan ser de una sola mente guiada por el Espíritu Santo. La controversia,  manejada apropiadamente, servirá para advertir a la Iglesia del peligro de la apatía doctrinal y de la necesidad de la humildad personal.

En fin, la controversia debe llevar a la iglesia a orar por esa unidad que Cristo logrará solo cuando glorifique a Su Iglesia. Aun así, Señor, ven pronto. Hasta entonces, no nos atrevamos a desperdiciar una controversia.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Albert Mohler
Albert Mohler

El Dr. R. Albert Mohler Jr. es presidente y profesor Joseph Emerson Brown de teología cristiana en The Southern Baptist Theological Seminary [El Seminario Teológico Bautista del Sur] en Louisville, Ky. Es el anfitrión de The Briefing y autor de muchos libros, incluyendo We Cannot Be Silent.

Manteniendo la fe en una época sin fe

Coalición por el Evangelio

Manteniendo la fe en una época sin fe

Albert Mohler

“La más grande cuestión de nuestro tiempo”, dijo el historiador Will Durant, “no es el comunismo contra el individualismo, ni Europa contra Estados Unidos, ni siquiera Oriente contra Occidente; es si los hombres pueden vivir sin Dios o no”. Por lo que veo, esa pregunta se responderá en nuestros días.

Durante siglos, la Iglesia cristiana ha sido el centro de la civilización occidental. La cultura, el gobierno, la ley, y la sociedad occidental se han basado en principios explícitamente cristianos. La preocupación por el individuo, el compromiso con los derechos humanos, y el respeto por lo bueno, lo bello, y lo verdadero, todo esto surgió de las convicciones cristianas y la influencia de la religión revelada.

Todos estos temas, me apresuro a agregar, están bajo serio ataque. La noción de lo correcto y lo incorrecto ahora es descartada por grandes sectores de la sociedad estadounidense. Si no se descarta, se ridiculiza. Esto se ilustra en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, pues los secularistas modernos simplemente declaran que lo bueno es malo, y lo malo, bueno.

Un nuevo paisaje
El teólogo cuáquero D. Elton Trueblood describió una vez a los Estados Unidos como una “civilización de flor cortada”. Nuestra cultura, argumentó, está separada de sus raíces cristianas como una flor cortada por el tallo. Aunque la flor mantendrá su belleza por un tiempo, está destinada a marchitarse y morir.

Cuando Trueblood dijo esas palabras hace más de dos décadas, la flor todavía tenía algo de color y signos de vida. Pero la flor hace tiempo que perdió su vitalidad, y es hora de reconocer los pétalos caídos.

“Si Dios no existe”, argumentó Ivan Karamazov, en la novela de Fyodor Dostoevsky, “todo está permitido”. La permisividad de la sociedad moderna no se puede exagerar, pero sí se puede rastrear directamente a los hombres y las mujeres de hoy, quienes actúan como si Dios no existiera o no pudiese cumplir Su voluntad.

La Iglesia cristiana ahora se encuentra frente a una nueva realidad. La Iglesia ya no representa el núcleo central de la cultura occidental. Aunque todavía ocupa puestos de influencia, estas son excepciones en lugar de la regla. En su mayor parte, la Iglesia ha sido desplazada por el reino del secularismo.

El periódico trae un bombardeo constante que confirma el estado actual de la sociedad. Esta época no es la primera en ser testigo de horror y maldad indescriptibles, pero es la primera que niega que haya una base consistente para identificar lo malo como malo, y lo bueno como bueno.

Las convicciones de la Iglesia no deben surgir de las cenizas de nuestra propia sabiduría caída, sino de la Palabra de Dios.

A la Iglesia fiel, mayormente, la toleran como una de las voces en la arena pública, pero solo mientras no intente ejercer una influencia creíble en el estado de las cosas. Si la Iglesia habla enérgicamente ante un tema de debate público, la castigan diciendo que es coercitiva y desactualizada.

Un nuevo rol
¿Qué piensa la Iglesia de sí misma al enfrentar esta nueva realidad? Durante la década de los ochentas, era posible pensar con ambición sobre cómo la Iglesia estaba a la vanguardia de una mayoría moral. Esa confianza ha sido seriamente sacudida por los eventos de la última década.

Se detecta poco progreso hacia restablecer un centro de gravedad moral. En cambio, la cultura se ha movido rápidamente hacia abandonar por completo toda convicción moral.

La Iglesia, aquella que sigue firme en su confesión, ahora debe estar dispuesta a ser una minoría moral, si así lo demandan los tiempos. La Iglesia no debe seguir el escandaloso llamado secular hacia el revisionismo moral y las posiciones políticamente correctas con respecto a los temas del día.

Cualquiera que sea el problema, la Iglesia debe hablar como la Iglesia, es decir, como una comunidad de caídos pero redimidos que están bajo autoridad divina. La preocupación de la Iglesia no es conocer su propia mente, sino conocer y seguir la mente de Dios. Las convicciones de la Iglesia no deben surgir de las cenizas de nuestra propia sabiduría caída, sino de la autorizada Palabra de Dios, que revela la sabiduría de Dios y sus mandamientos.

El primer propósito de una historia es ser una buena historia. El carácter que se produce en un pueblo que está bajo la autoridad del Dios soberano del universo inevitablemente estará en desacuerdo con la cultura de incredulidad.

Una antigua convocatoria
La Iglesia enfrenta una nueva situación. Este nuevo contexto es tan actual como el periódico de la mañana y tan antiguo como las primeras iglesias cristianas en Corinto, Éfeso, Laodicea, y Roma. La eternidad dará fe de si la Iglesia actual está dispuesta a someterse solo a la autoridad de Dios, o si la Iglesia perderá su vocación para servir a los dioses menores.

La Iglesia debe despertarse y percatarse de su condición de minoría moral y aferrarse al evangelio que se nos ha confiado para predicarlo. Al hacerlo, los manantiales de la verdad permanente revelarán que la Iglesia es un oasis vivificante en medio del desierto moral de los Estados Unidos, y de toda América.

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LIGONIER. TRADUCIDO POR EMANUEL ELIZONDO.

​El Dr. R. Albert Mohler Jr. es el presidente del Southern Baptist Theological Seminary (Lousville, Kentucky) y una de las voces de mayor influencia en el panorama evangélico de los Estados Unidos actualmente. El Dr. Mohler es conocido por su firme y clara defensa del evangelio y por su fidelidad a las Escrituras. Puedes seguir sus publicaciones mediante su sitio webTwitter y Facebook.

El liderazgo que permanece

Coalición por el Evangelio

El liderazgo que permanece

Albert Mohler 

Este es un fragmento adaptado de Un líder de convicciones: 25 principios para un liderazgo relevante (B&H Español, 2017), de Albert Mohler.

Admiramos con razón las cosas duraderas. Ese instinto casi siempre es correcto, en especial, cuando se trata de compromisos y llamados. Honramos a las parejas que tienen matrimonios largos y duraderos, y reconocemos a la gente por sus extensos períodos de servicio. Podemos vivir en una cultura de gratificación instantánea y con períodos de concentración cada vez más breves, pero aun así, sabemos admirar lo que permanece.

Esto es especialmente cierto cuando hablamos de liderazgo. Los líderes que dejan las marcas más grandes son aquellos con muchos años de trayectoria. Un impacto grande requiere un período extenso de liderazgo, y el líder que desea producir un cambio debe asumir un compromiso público de perseverar. Las organizaciones son asombrosamente resistentes al cambio.

Aun cuando el cambio se produce, puede deshacerse en un instante si la gente regresa a los viejos y arraigados hábitos de pensamiento y de trabajo. El líder más eficaz sabe permanecer en la tarea, decidido a lograr que se cumpla.

El líder más eficaz sabe permanecer en la tarea, decidido a lograr que se cumpla.

La paciencia es una virtud altamente honrada por los cristianos. La Biblia revela que la paciencia es uno de los frutos del Espíritu Santo. El apóstol Pablo oró para que los creyentes fueran “fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria, para obtener toda perseverancia y paciencia, con gozo” (Col. 1:11, LBLA). Es evidente que la paciencia, la perseverancia y el gozo van juntos. Pablo también le dijo a Timoteo que predicara “con mucha paciencia e instrucción” (2 Ti. 4:2, LBLA).

El liderazgo requiere madurar, aprender, adaptarse, repensar, y reequiparse. Ninguna de estas cosas se logra rápida o fácilmente. Demasiados líderes pasan de una posición a la otra, una y otra vez, precisamente porque no quieren soportar las lecciones que solo el tiempo y la antigüedad pueden enseñar. Saltan de una posición y aterrizan en la otra, con lo cual elaboran un largo currículum, pero sin arrojar ninguna sombra. Se privan a sí mismos y privan a aquellos que lideran de las lecciones que se obtienen solo mediante la perseverancia y la experiencia. Son prueba de la espantosa verdad de que puedes servir en una posición de liderazgo sin jamás liderar de verdad.

Los líderes por convicción valoran la permanencia por otra razón fundamental: la permanencia de la verdad. Las verdades que sostenemos y las creencias que valoramos adquieren la forma de convicciones que enmarcan cada aspecto de la realidad. Nuestra misión es ocuparnos de que esas convicciones se conozcan, se crean y se traduzcan en una acción combinada y significativa. La verdad es eterna, establecida por el Dios eterno. Aquellos que conocen la convicción para liderar deben poseer el compromiso de permanecer y la capacidad de esperar. La verdad permanece y nosotros también debemos hacerlo.