Reflexiones sobre el Salmo 22 (5)

Reflexiones sobre el Salmo 22 (5)

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Me han rodeado muchos toros… Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente.

Salmo 22:12-13

El salmo 22 menciona varios animales para describir los ataques que recibió el Señor de parte de sus enemigos. Los animales de los versículos anteriores representan a los líderes religiosos y políticos de los judíos. La expresión “del poder del perro” (v. 20) hace referencia a los gentiles, Pilato y sus siervos, que también lo atacaron. El término “perros” está vinculado a la “cuadrilla de malignos” (v. 16), es decir, las fuerzas paganas. El Señor exclamó: “Sálvame de la boca del león” (v. 21) cuando se enfrentó al ataque final de Satanás, ya que el diablo tenía en ese momento “el imperio de la muerte” (He. 2:14). Nuestro Señor se hizo obediente “hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8), y por medio de su obediencia obtuvo la victoria, aunque aparentemente parecía que iba a ser derrotado (Col. 2:15; 2 Co. 13:4).

El primer día de la semana se confirmó este triunfo, cuando Jesús se levantó de la tumba, muy temprano por la mañana (véase Mr. 16:2-6). “Los cuernos de los búfalos” (Sal. 22:21) probablemente hacen referencia al poder del enemigo, al igual que el león. Sin embargo, no importa cuán grande haya sido la resistencia contra el Señor Jesús, su poder era mayor y por eso obtuvo la victoria. Esta victoria la vemos, en primer lugar, al final de las tres horas de tinieblas, cuando Cristo dijo que Dios le había respondido (v. 21 RVA-2015) y, en segundo lugar, en el glorioso día de su resurrección, cuando salió de la tumba (Hch. 2:31). La victoria suprema le pertenece solo a él.

Hay muchos animales que ilustran diversos aspectos de la Persona y la obra del Señor: oveja, cabra, toro y ciertas aves. Sin embargo, (¡misterio insondable!) acá dice ser “gusano, y no hombre” (v. 6). El “gusano” (cochinilla) mencionado aquí es uno del cual, al aplastarlo, se logra extraer un tinte de color rojo o carmesí, utilizado para teñir. Cuando Jesús fue “aplastado” bajo el juicio de Dios, produjo algo de valor duradero. Además, “la cierva de la aurora” (el epígrafe “Ajelet-sahar” del salmo) representa una respuesta a nuestro Señor y a su obra. ¿Cuál es nuestra respuesta hacia él y a su maravilloso amor?

Alfred E. Bouter

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Reflexiones sobre el Salmo 22 (4)

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No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; porque no hay quien ayude. Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente.
Salmo 22:11-13

Reflexiones sobre el Salmo 22 (4)
Cuando David escribió este salmo, bajo la guía del Espíritu Santo, lo hizo como profeta. Dios lo inspiró para que escribiera acerca de los sufrimientos del Mesías en la cruz, de su muerte, de su resurrección, así como de algunas de sus glorias futuras. Durante las tres horas de tinieblas en la cruz, Jesús fue desamparado por Dios, mientras el sol brillante del mediodía estaba oculto. Llegando al final de esas horas, las palabras “no te alejes de mí” expresaron lo sombrío de su situación. Incluso entonces, él se encomendó a Dios, pues no había otro a quien pudiera acudir. Dios estaba juzgando a Jesús por nosotros, y, sin embargo, él le suplicaba a Dios que viniera a su rescate. Además de todo esto, nuestro Señor Jesús también tuvo que enfrentar los ataques de sus enemigos. Los líderes judíos eran como fuertes toros que lo rodeaban, para atacarlo, y como leones rugientes, para devorarlo (v. 13). Hay siete horribles expresiones que resumen su angustia. Él se sintió: “derramado como aguas”; con sus huesos descoyuntados; su corazón derretido como cera; su vigor seco como un tiesto; su lengua se pegó a su paladar; y se vio “puesto en el polvo de la muerte” (vv. 14-15). Y, en medio de todo esto, él se encomendó a Dios, y solo a él. Los soldados romanos lo rodearon como perros, traspasando sus manos y pies (v. 16). Una sorprendente profecía sobre su vestimenta se cumplió en detalle, mostrando cómo Dios mantenía un estricto control sobre todo lo que ocurría (v. 18; Lucas 23:34). Sin embargo, los hombres eran plenamente responsables de sus malos actos. Cristo perseveró en su confianza en Dios: “No te alejes de mí” (v. 19). Dios permitió que la espada se levantara contra su Pastor, cuando las autoridades romanas condenaron a Jesús a la muerte. Satanás, como león rugiente, trató de devorarlo (v. 21). “Cuando clamó (Jesús) a él, (Dios) le oyó” (v. 24). Dios le respondió cuando Jesús dijo: “Consumado es”, y Cristo pudo, confiadamente, entregar su espíritu.

Alfred E. Bouter
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Reflexiones sobre el Salmo 22 (1)

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Pero tú eres el que me sacó del vientre; el que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. Sobre ti fui echado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.
Salmo 22:9-10
Reflexiones sobre el Salmo 22 (1)
Este sorprendente salmo nos da detalles relativos a la Persona de nuestro Señor Jesucristo y su sacrificio, así como de sus glorias presentes y futuras. Cristo vivió una vida de total consagración a Dios y a sus intereses, y uno de los secretos de esto radica en su inquebrantable confianza en Dios. Sin importar las circunstancias, Cristo siempre puso su confianza en Dios. Durante aquellas horas oscuras, él siguió confiando en Dios, quizás más que nunca, incluso cuando Dios apartó su rostro de él (v. 2).

Sus enemigos se burlaron de su confianza en Dios, diciendo: “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía” (v. 8). Satanás sabía cómo apuntar al centro del asunto, tal como lo hizo durante la tentación en el desierto. Sin embargo, no pudo detener a nuestro Señor en su camino de obediencia. Durante aquellas horas en la cruz, Satanás intentó desesperadamente frustrar la obra de Cristo por medio de estos burladores, quienes provocaron a Jesús con el objetivo de hacerlo desistir de su obra. Sin embargo, a pesar de su debilidad corporal y las terribles presiones que enfrentó durante esta lucha, nuestro Señor Jesucristo continuó poniendo su confianza en Dios. Lo había hecho desde el vientre de su madre, cuando María dio a luz a su primogénito. Dios, el Espíritu Santo, había concebido a Jesús en el vientre de la virgen y, desde entonces, hasta que entregó su espíritu al Padre (Lc. 23:46), nuestro Señor (como Hombre perfecto) se apoyó en él. Así, con el poder del Espíritu Santo (véase He. 9:14), Jesús mismo se entregó como el supremo sacrificio.

Desde su nacimiento, el hombre Cristo Jesús se apoyó en Dios, quien le había dado su confianza. En total dependencia, comunión, obediencia y compromiso el Señor Jesús confesó a Dios como su Dios, y lo honró en cada uno de sus pensamientos, palabras y acciones, especialmente mientras estuvo en aquella vergonzosa cruz.

Alfred E. Bouter
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Varón de dolores

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En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste… Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Salmo 22:4, 6
Reflexiones sobre el Salmo 22 (2)
Mientras estuvo en la tierra, el Señor Jesús puso siempre su confianza en Dios (vv. 9-10). Los versículos anteriores describen cómo sufrió cuando fue desamparado por Dios durante las tres horas de tinieblas en la cruz. Jesús siempre puso su confianza en Dios, quien había hallado y proclamado su complacencia en él. Sin embargo, ahora se hallaba desamparado por Dios, y no obtuvo ninguna respuesta de parte de él. Los antepasados y líderes del pueblo de Dios habían confiado en él y habían sido ayudados en circunstancias difíciles. Habían clamado, poniendo su confianza en él, y habían recibido su ayuda y liberación. Sin embargo, el Santo de Dios, que siempre había confiado en él, ahora se hallaba desamparado por su Dios.

Bajo el extremo peso de sus insondables sufrimientos, Jesús se ve como un gusano, aplastado bajo el terrible juicio de Dios contra el pecado. Había clamado a él, como lo habían hecho los padres, pero no hubo respuesta divina para él. Además, despojado de su vestimenta, se convirtió en el oprobio de los hombres y el despreciado del pueblo. En esta terrible situación, su Dios era el único que podía ofrecer la solución correcta para él y para su pueblo. Durante esas tres horas, Jesús obró lo necesario para que se reconciliaran con Dios: el “gusano” produjo algo en lo que Dios podía deleitarse. Mientras la gente se burlaba de él, ridiculizando a su propio Mesías, escarneciéndolo (v. 7), él honró a Dios con su sacrificio, la ofrenda por el pecado.

La frase “mas yo soy gusano” se convirtió entonces en uno de los títulos mesiánicos del Varón de dolores, debido a lo que él hizo (véase v. 31). El mismo que sufrió es el que reinará. Durante su reino del Milenio, Cristo será el Gobernante de las naciones: Dios lo hará soberano de su pueblo y de las naciones.

Alfred E. Bouter
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Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? | Salmo 22 (1)

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Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
Salmo 22:1
Reflexiones sobre el Salmo 22 (1)
Cuando el Señor Jesús se dirigía a Dios, solía hacerlo como “Padre” o “Padre mío”, mostrando así la intimidad de esta relación. A veces, esta expresión enfatiza la relación eterna entre el Padre y el Hijo. Muy a menudo indica la dependencia del Hijo en Dios Padre. Cuando el Señor Jesús dice “Dios mío”, entonces se enfatiza su relación con Dios como hombre y, como tal, lo honró, mientras que todos los hombres lo han deshonrado. Por eso se abrieron los cielos sobre él y se oyó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17).

¡Qué difícil debe haber sido para Jesús, después de tres años de servicio público y fidelidad a Dios, ser desamparado por Dios durante esas tres horas de tinieblas en la cruz! La noche anterior, él estuvo orando en el jardín de Getsemaní. El Hombre perfectamente dependiente y obediente pidió si era posible que esa copa pasara de él. Al día siguiente, en la cruz, él sufrió primeramente de manos de los hombres y por los ataques del enemigo. Sin embargo, lo que aterró su alma en Getsemaní vino después: el horror de las tres horas de tinieblas, cuando el Santo de Dios fue desamparado por su propio Dios. Esas horas fueron lo más terrible para él, pero era la única manera en que Dios podía tratar el tema del pecado. Allí fue “hecho pecado” (2 Co. 5:21) y se convirtió en el sacrificio por el pecado, nuestro Sustituto. El Justo sufrió por nosotros, los injustos, “para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18). Dios se ocupó de la raíz del mal, el pecado -nuestra naturaleza pecaminosa- y juzgó a Cristo por nosotros.

El Señor Jesús también confesó como suyos todos los actos pecaminosos que hemos cometido, y soportó el castigo que ellos merecían. Los hechos, las palabras y los pensamientos de Cristo fueron siempre agradables a Dios, pero entonces en aquellas horas de tinieblas él tomó nuestro lugar: Aquel que “no conoció pecado”, por nosotros fue hecho pecado.

Alfred E. Bouter
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