El mundo más nuevo y desafiante

El mundo más nuevo y desafiante
Por Andrew M. Davis

Serie: Un mundo nuevo y desafiante

Nota del editor:Este es el noveno capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Un mundo nuevo y desafiante

Cuando la imaginación humana concibe el futuro, tiende a concebir sueños o pesadillas. Los sueños viven en el corazón de los idealistas, que suponen que el ingenio humano es suficiente para construir un mundo perfecto. Las pesadillas atormentan la mente de los realistas, que expresan sus temores en escenarios catastróficos que consideran ineludibles. Los cristianos, sin embargo, han sido llamados por Dios a una realidad futura infinitamente superior, a una esperanza mejor que cualquier sueño —los cielos nuevos y la tierra nueva— unida a una valentía que reconoce que el camino hacia ese mundo perfecto será sangriento y aterrador.

Desde que la humanidad fue expulsada del jardín del Edén, hemos anhelado volver, o al menos crear, un mundo perfecto de nuestra propia autoría. El orgullo humano impulsó la construcción de la torre de Babel, gracias a un avance tecnológico en los materiales de ingeniería: el descubrimiento de que la cerámica bien cocida era superior a la piedra tallada para construir estructuras elevadas. La evaluación que hace Dios del potencial humano es sorprendente: «Nada de lo que se propongan hacer les será ahora imposible» (Gn 11:6). Pero Dios interfirió confundiendo el lenguaje y frenando el proceso de ingeniería social.

Desde entonces, la historia ha sido un largo viaje del orgullo humano, el poder y la tecnología en busca de un mundo perfecto lejos de Dios. A principios del siglo XX, los sueños utópicos alcanzaron niveles de optimismo asombrosos. H.G. Wells, impávido ante la carnicería de la Primera Guerra Mundial, escribió Men Like Gods [Hombres como dioses] en 1923. Describe un universo utópico paralelo en el que el socialismo, la ciencia y la educación han erradicado todos los males. En 1932, Aldous Huxley respondió con una parodia pesimista titulada Brave New World [Un mundo feliz]. En ella, ofrecía una visión aterradora de un mundo en el que la tecnología y el nihilismo hedonista creaban una existencia de placer sin sentido. Su mundo feliz era una pesadilla.

Hoy en día, los cristianos se enfrentan a un mundo que cambia a un ritmo vertiginoso. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 provocaron la implosión instantánea de dos de los edificios más altos del mundo. El último trimestre de 2008 vio la erradicación casi instantánea de años de inversiones en pensiones en un desplome de la bolsa. Mientras tanto, los laboratorios del mundo siguen produciendo tanto maravillas tecnológicas como pesadillas éticas: dispositivos inalámbricos de Internet y extraños experimentos genéticos de laboratorio. Los cristianos contemplan un futuro muy incierto, impulsado por fuerzas difíciles de entender y más difíciles de predecir. ¿Cómo deben los cristianos contemplar el futuro?

El punto de partida para nosotros es la revelación en la Escritura del poder soberano de Dios en la orquestación de un plan para un mundo futuro de gloria indescriptible. Aunque la humanidad puede hacer maravillas tecnológicas que se elevan desde las llanuras de Babel, Dios tuvo que descender una gran distancia desde Su trono celestial para inspeccionar su obra. Dios gobierna, Su poder es infinito y sigue empeñado en interferir en la historia de la humanidad, frenar el mal y llevar a cabo Su plan.

¿Y cuán glorioso es ese plan? Los corazones humanos nunca lo habrían elaborado y ni siquiera pueden concebirlo adecuadamente, pero Dios nos lo ha revelado por Su Espíritu (1 Co 2:9-10). Ese plan es para el mundo más nuevo y desafiante posible. Será el mundo más desafiante posible porque se basará en la valentía incomparable de Jesucristo al beber la copa de la ira de Dios por sus habitantes. Y en ese nuevo mundo no entrarán más que los valientes, porque los cobardes serán eliminados (Ap 21:8), y solo se concederá el derecho a entrar a los que venzan al mundo por la fe. No se requerirá valentía para vivir allí, pero será un mundo que se alcanzará mediante los mayores actos de valentía de la historia. El libro del Apocalipsis deja claro que es un camino de tribulación, incluso de martirio sangriento, el que conduce al mundo perfecto, y la disposición de los santos a considerar que sus sufrimientos no son dignos de comparación con la gloria que se revelará en ellos trae la mayor gloria a Dios.

También será el mundo más nuevo posible, porque Dios dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21:5), por eso se les llama cielos nuevos y tierra nueva. Será un mundo nuevo para explorar, un mundo en el que no habrá más muerte, luto, llanto y dolor, porque el viejo orden de cosas habrá pasado. La adoración será nueva, ya que los habitantes del lugar cantarán un cántico nuevo que no se puede enseñar en la tierra (14:3). Su morada será nueva —la nueva Jerusalén— y brillará con vistas y tecnologías actualmente inimaginables. Su visión de las glorias de Dios se renovará constantemente, pues los redimidos nunca se cansarán de contemplar Su rostro.

Los cristianos deben saturar sus corazones con estas promesas mientras se ciñen de valentía para el camino que tienen por delante. Es un camino lleno de cambios, pero esos cambios son ordenados y gestionados por la sabiduría soberana de Dios. La imaginación incrédula mira hacia adentro para estudiar la ingenuidad o la maldad del ser humano, y luego mira hacia adelante a los sueños utópicos o a las pesadillas distópicas. El corazón cristiano mira hacia arriba, hacia el Dios de la Biblia, y luego mira hacia adelante con valentía frente al viaje terrenal que aún queda y con esperanza en el mundo nuevo que viene.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Andrew M. Davis
El Dr. Andrew M. Davis es pastor de la First Baptist Church en Durham, Carolina del Norte, y profesor adjunto de teología histórica en Southeastern Baptist Theological Seminary.

Nuestro mundo desvergonzado

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Nuestro mundo desvergonzado

Andrew M. Davis

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie «La vergüenza», publicada por la Tabletalk Magazine.

La primera vez que se habla de la vergüenza en las Escrituras en realidad se celebra la ausencia de ella: Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza (Gn. 2:25). Las Escrituras apuntan a un destino final: la Nueva Jerusalén, donde nada vergonzoso jamás entrará (Ap. 21:27), un lugar donde los redimidos de cada nación celebrarán su eterna limpieza de la vergüenza por la sangre de Cristo. Antes de llegar allí, sin embargo, se desarrolla una historia trágica y sórdida en la que los descendientes de Adán exploran con creciente osadía las profundidades de la vergüenza a la que nuestra raza puede sumergirse. Aquí destacaremos tres maneras en las que nuestro mundo muestra corrupción en lo que a la vergüenza se refiere, concluyendo con un consejo a los cristianos sobre cómo debemos responder a nuestro mundo desvergonzado.

Deleitándose en lo que es vergonzoso

La vergüenza central de la raza humana es la idolatría, descrita en Romanos 1:22-25. Allí, Pablo dice que la raza humana «cambió la gloria de Dios por imágenes» e «intercambió la verdad de Dios por una mentira, y adoró y sirvió a la criatura en lugar del Creador». La raza humana se ha negado a adorar al Dios verdadero, a cambio, vergonzosamente concibe dioses y diosas, crea imágenes como el centro de su adoración y se deleita en ellas. Esta es la mayor vergüenza de todas: adorar y servir a las cosas creadas en lugar del glorioso Creador. Por lo tanto, el deleite en todas las religiones no cristianas, o en el ateísmo materialista, es vergonzoso.

En nuestro evangelismo, es esencial proclamar la ley de Dios para producir esa convicción y los correspondientes sentimientos de vergüenza en nuestros oyentes.

A partir este punto central, fluyen todas las demás vergüenzas menores. Romanos 1 revela que Dios entregó a la raza humana a una mente depravada (Ro. 1:28), y parte de esta depravación es deleitarse en lo que Dios llama vergonzoso. En Isaías 3:9, el profeta condena al pueblo de Jerusalén: «y como Sodoma publican su pecado; no lo encubren. ¡Ay de ellos!» Observa que Isaías está sorprendido de que no hagan ningún esfuerzo por ocultar su pecado, sino que realmente lo proclaman descaradamente como lo hizo Sodoma. Es muy malo pecar en secreto, pensando que ni siquiera Dios puede verte (Is. 29:15). Pero no hacer ningún esfuerzo por ocultarlo, como si el pecador estuviera realmente orgulloso de las cosas perversas que estaba haciendo, muestra una mayor profundidad de maldad. Peor aún, el pecador extiende su deleite depravado a los demás: «los cuales, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican» (Ro. 1:32).

El mundo se deleita en pecadores audaces que burlan la Palabra de Dios y no esperan ningún castigo. Nuestra cultura celebra al habilidoso asesino de sangre fría, al ladrón audaz , al justiciero arrogante, al cantante obsceno, al creador rebelde, al comediante blasfemo, a la actriz desnuda, a esa «pareja glamorosa» que fornica , al atleta que se idolatra, al ocultista místico y demás. Tal vez el ejemplo más claro en nuestros días haya sido el movimiento de la homosexualidad; de ser algo casi universalmente considerado como vergonzoso, a convertirse en algo en lo que deberíamos complacernos. El movimiento por los derechos de los homosexuales busca no solo la tolerancia de lo que Dios llama pecaminoso, sino la celebración de ello en toda la sociedad.

Suprimiendo la vergüenza verdadera

Romanos 1:18 revela que las personas «reprimen la verdad» por su injusticia. Esta poderosa imagen muestra a los pecadores como reteniendo la verdad que se impone con fuerza sobre sus corazones. La santidad de Dios y nuestra vergüenza son verdades apremiantes. Cuando Adán y Eva comieron la fruta del árbol del conocimiento del bien y del mal, sus ojos se abrieron a su vergüenza e inmediatamente se escondieron el uno del otro. Pero mucho más importante, se escondieron de Dios, aterrorizados, debido a su sentimiento de vergüenza. La fabricación con hojas de higuera y el ocultarse detrás de los árboles de la presencia de Dios representan sus esfuerzos por reprimir su vergüenza a través de la auto-salvación.

De la misma manera, los pecadores de hoy a menudo sienten una profunda vergüenza por los pecados cometidos, y la Biblia revela que deberían sentirla. La frase frecuentemente repetida: «¡Deberías estar avergonzado de ti mismo!», es una verdad en la mayoría de los casos con respecto a nuestra pecaminosidad. Pero en lugar de correr hacia el Dios viviente por la salvación, los pecadores intentan una variedad de estratagemas para aliviar la quemadura de la vergüenza. Principalmente, atacan la vergüenza en sí misma. Proverbios 30:20 dice: «Así es el camino de la mujer adúltera: come, se limpia la boca, y dice: No he hecho nada malo». Muchos corren hacia psiquiatras y otros consejeros que son hábiles para persuadirlos de que sus acciones fueron «perfectamente normales». Más allá de esto, las personas tratan de ocultar sus sentimientos de vergüenza haciendo buenas obras o adormeciendo sus mentes con drogas, alcohol o placeres terrenales.

Buscando avergonzar a los justos

Por el contrario, nuestro mundo también amontona abusos contra aquellos que defienden la justicia en nuestra era corrupta. Isaías 5:20 capta la brújula moral defectuosa de nuestra época: «¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!» Entonces nuestra cultura se deleita en lo que es vergonzoso y se avergüenza de lo que Dios encuentra deleitoso. Recientemente vi una camiseta que proclamaba: «La homosexualidad no es vergonzosa; la homofobia sí». El nuevo término homofobia (hacia 1969) implica que la convicción bíblica sobre ese pecado es en sí misma una forma de enfermedad mental. Cuando el jugador de fútbol de la Universidad de Missouri, Michael Sam, se declaró homosexual, sus compañeros le dieron una gran ovación en un partido de baloncesto. Cualquiera que se negara a pararse y echar porras ciertamente lo hubieran hecho sentir avergonzado.

Nadie en la historia ha experimentado una humillación más injusta que Jesús. El único hombre perfecto que alguna vez vivió no tenía nada de qué avergonzarse, pero Su perfecta justicia suscitó un profundo odio por parte de Sus enemigos. «Fue despreciado y desechado de los hombres» (Is. 53:3), y derramaron vergüenza sobre Él. Ser arrestado en público, enjuiciado, condenado, despojado y azotado, escupido y burlado, exhibido por las calles de Jerusalén hasta que estuvo fuera de las puertas, y crucificado a la vista de la multitud que pasaba, todas estas cosas fueron diseñadas para avergonzarlo al máximo. Sin embargo, Jesús consideró que esta vergüenza pública no tenía importancia en comparación con la gloria insuperable que estaba trayendo a Su Padre mediante esta obra expiatoria, y el gozo eterno que estaba trayendo a Sus ovejas al morir por ellas: «Jesús …quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb. 12:2). Las palabras «menospreciando la vergüenza» dejan en claro que el mundo lo colmó de abusos, pero al sopesarlo con el gozo que estaba comprando, pensó que era un pequeño precio a pagar.

Ahora bien, si el Jefe de la familia fue abusado tan vergonzosamente, también deberíamos esperar lo mismo. El mundo busca agresivamente avergonzar a los cristianos que viven abiertamente para Dios, que predican el evangelio de Cristo como el único camino de salvación, que defienden valientemente a los pobres y necesitados, que se oponen a las leyes injustas. Pablo sintió el mecanismo poderoso y avergonzante del mundo cuando iba de lugar en lugar predicando el evangelio de Cristo y fue arrestado y golpeado en muchos de ellos. Pero él afirmó abiertamente: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Ro. 1:16). Pedro dijo que el mundo se sorprenderá amargamente cuando no participemos en la misma inundación de libertinaje en que viven, y nos ultrajarán (avergonzarán) (1 Pe. 4:4).

Cómo debería responder la Iglesia

Los cristianos deben mostrar humildad en el tema de la vergüenza y dar un ejemplo al mundo. Debemos reconocer que nuestro pecado es algo vergonzoso, y que los sentimientos de vergüenza son respuestas razonables a la convicción del Espíritu Santo (Ro. 6:21 ). En nuestro evangelismo, es esencial proclamar la ley de Dios para producir esa convicción y los correspondientes sentimientos de vergüenza en nuestros oyentes. Pero también debemos mostrar y proclamar el gozo del perdón total que la cruz de Jesucristo prodiga a cualquiera que cree solamente en Él. Como Romanos 10:11 dice: «Todo el que cree en Él no será avergonzado».

También deberíamos esperar que el mundo inconverso se deleite en una vergüenza cada vez mayor, «yendo de mal en peor» (2 Ti. 3:13). No deberíamos sorprendernos si el mundo nos odia y busca avergonzarnos (1 Jn. 3:13). Pero como Cristo, debemos soportar el sufrimiento, menospreciando (pensando muy poco de) la vergüenza (Heb. 12:2). Como Pablo, debemos predicar con valentía el evangelio y no avergonzarnos de él (Ro. 1:16). Debemos resistir cualquier tentación de avergonzarnos de Cristo y de Sus palabras en esta generación adúltera y pecadora (Mr. 8:38), para que Él no se avergüence de nosotros cuando regrese en gloria. Y deberíamos estar dispuestos a permanecer bajo la cruz de Cristo, fuera de la puerta, y soportar el oprobio que soportó (Heb. 13:12–13). Solo de esta manera, Dios nos usará para rescatar a los pecadores de la vergüenza eterna.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.
Andrew M. Davis
Andrew M. Davis
El Dr. Andrew M. Davis es pastor de la First Baptist Church en Durham, Carolina del Norte, y profesor adjunto de teología histórica en Southeastern Baptist Theological Seminary.